ACTO TERCERO

La misma decoración del acto anterior. Es de día.

Están en escena Manolita y Rosa.

ROSA:

Hasta luego, tú.

MANOLITA:

¿Dónde vas con eso?

ROSA:

Es la túnica de mi sobrinillo, que como hoy es el Domingo de Ramos, se viste de nasareno; un nasareno de cuatro años que no levanta una parma der suelo. Monísimo va a está.

MANOLITA:

¿Le has hecho tú la túnica?

ROSA:

Claro: de niños no las hay hechas. Los hombres no tienen más que ir, apuntarse, dar un duro y le prestan una túnica, porque las túnicas son de la Hermandá, y las hay de todas las talla. Pero de este tamaño, figúrate. Güeno, adiós, que es tarde. (Levantándose).

MANOLITA:

(Levantándose también y riendo). ¿Tarde? Pero, mujé, si la iglesia está ahí enfrente, tu sobrino ar lao, la cofradía no sale hasta las sinco, y son las dié de la mañana.

ROSA:

Pues por eso.

MANOLITA:

Adió, mujé. (Se va Rosa por el corredor de la izquierda, al mismo tiempo que entra por el foro Juncosa. ¡Y viene bueno Juncosa! El flamante uniforme del acto anterior es la birria de las birrias. Eche usted manchas y zurcidos, descosidos y rotos. La gorra, también sucísima, es un higo).

JUNCOSA:

(Muy apurado). Manolita, mujé, por tus difuntos, ¿tienes ahí sepillo, bensina, un trapo, una aguja y una mijita de hilo verde? Repara qué desgarrón.

MANOLITA:

¡…, María y José!… Pos aguja no tengo, pero bensina y trapo, sí, que he estao yo quitando una mancha. Espere usté. (Toma de un mueble un tarro y un paño).

JUNCOSA:

Pos líate conmigo, mujé empiesa por donde quieras.

MANOLITA:

Venga usté aquí. (Comienza a quitarle manchas). ¡Josú, Josú, Josú ¡… Pero si hay aquí faena hasta el Sábado de Gloria.

JUNCOSA:

Tú quítame lo más gordo, antes de que sargan y me vean. ¿Están todavía durmiendo?

MANOLITA:

Están desayunando.

JUNCOSA:

Date prisa, por lo que más quieras. Las carnes tengo abiertas de pensá que me vea Bardomera de esta jechura.

MANOLITA:

¿No lo vio a usté anoche cuando llegaron?

JUNCOSA:

No. Me quité de en medio. ¡Mira que vení sin avisá! ¿Tú sabes argo? ¿A qué es debío?

MANOLITA:

(Sin dejar de restregarle). Poco hablaron anoche pero, según disen, vienen ahora de la tierra del bacalao: de la Escosia. Resurta que en estos dies meses han recorrío medio mundo. Han visto Venesia y lo que no es Venesia, el Cairo, el Egisto, esto… ¡dónde er pan!, Viena, «Norruega», Londres, Mallorca y Guipúscoa y tó.

JUNCOSA:

¡Turismo!

MANOLITA:

El vení ahora ha sío porque la señorita Grasia se fijó en un armanaque del hoté donde estaban, y va y dise: «¡Calla: pos si el vierne que viene es Vierne de Dolore!… Digo: ¡y el otro vierne, Vierne Santo!» Lo cual que lo oyó don Felipe y dijo: «¿Qué estás disiendo? ¿Semana Santa ya? ¿El Cachorro por las calles de Sevilla y nosotros aquí, pasando frío, entre judíos y protestantes? ¡¡Pa Sevilla, pero que ya, que esto es un pecado de los gordos!!» Y ya están aquí pa vé toas las Cofradías, que disen que este año no se van a perdé ni una.

JUNCOSA:

En eso han hecho bien. Yo soy laico pero la Semana Santa es aparte. A mí que no me hablen de religión porque yo no creo en Dio ni ná pero donde se ponga la Virgen de la Macarena —¡Viva su madre!—, a eso del amanesé por la calle Arcásares, con ese pasito de vaivén que le dan los que la llevan, me pego con mi padre que me diga que no hay Dio, porque la Macarena es la Madre de Dio, la Macarena es sevillana, Dio nasió en Sevilla, y yo soy paisano de Dio. Pero del de aquí: ¡er nuestro!, no del que hay que desirle las cosas en latín pa que las entienda: ¡ná, ná, er nuestro!, el hijo de la Macarena, a la que se le habla como nosotros hablamos, y le disen y le cantan:

«Virgen de la Macarena,

la del coló bronseao

eres gitana morena

por tós los cuatro costaos.»

¡Viva Dio! Aligera, que va a salí Bardomera. ¿Farta mucho?

MANOLITA:

¡Pero si en la vida se han visto tantas manchas juntas!

JUNCOSA:

Dies meses con la misma levita, tú carcula: uno tiene que comé, ar comé se pringa uno los deos, y los deos hay que limpiárselos en arguna parte. ¡Digo yo!

MANOLITA:

¡Dios mío! ¿Y estos corcusíos, Juncosa? ¿Quién le rompe a usté la levita de esta manera?

JUNCOSA:

(Sordamente). Mi compadre.

MANOLITA:

¿Anacleto?

JUNCOSA:

¡Anacleto! ¿No sabes que la tié tomá conmigo? Desde que lo echaron de aquí y se fué su mujé de viaje con don Felipe, no sé lo que le pasa, que en donde me ve ¡me arrea con unas ganas…!

MANOLITA:

¿Y usté no se defiende, cristiano?

JUNCOSA:

¡Si no puedo! Me asecha por las esquinas, y en cuanti me ve se le agrandan los ojos, se le ponen los pelos de punta, me pilla y no me deja hasta que se reúne gente y lo separan. Bardao me tiene. Y sin desirme ná, mujé me atisa sin hablarme, que es lo que más m’achara.

MANOLITA:

¡Pues sí que está usté listo!

JUNCOSA:

¡No lo sabes bien! Ayé me dijeron que lo han visto de noche, sonámbulo y con un faró encendío, buscándome por tos los rincones de su casa.

MANOLITA:

¡Qué barbaridá!

JUNCOSA:

Ná que hasta dormío me busca, Manolita. ¡Carcúlate tú, dispierto! Menos mal que Carlos, su niño, no lo pierde de vista, y en cuati llega a su casa y no lo ve allí, sale a buscarle. Pero, así y todo, hase dies días que no sargo, y lo que es solo no güervo a salí, porque mira la esquela que m’han mandao. (Le da un papelito arrugado).

MANOLITA:

¿A vé? (Leyendo). «Hola, compadre.»

JUNCOSA:

No pero fíjate lo primero que pone: una crú.

MANOLITA:

Es verdá. ¿Qué querrá desí esta crú?

JUNCOSA:

¿Qué va a queré desí? ¡Por ésta que te lo juro! Lee, lee.

MANOLITA:

(Leyendo). «Hola, compadre: ¿Dónde se mete usté que no lo veo? Es peó pa usté, ¿sabe usté? Es peó pa usté, porque como no lo veo, no gasto fuerzas, y como voy juntando fuerzas, er día que lo vea es peó pa usté. Suyo que lo es, Anacleto»

JUNCOSA:

Lee, lee la posdata.

MANOLITA:

(Leyendo). Posdata: Es peó pa usté.

JUNCOSA:

(Recogiendo el papel). Tú dirás si no hago bien en no salí de aquí. ¡A mí no me…! Vamos, que no me… ¡Que no me, me, me!

ANACLETO:

(Más sucio y más desastroso que nunca, aparece y queda en el foro, haciendo una salida a lo gran trágico. Viene lívido, desencajado, los pelos en desorden, los ojos como los de un león frente a su presa, y exclama con voz ronca). ¡¡Es peó pa usté!!

JUNCOSA:

¡Mi madre! (Se parapeta tras un sillón).

MANOLITA:

(Asustada). ¡Ay!… (Se va corriendo, por el corredor de la izquierda).

JUNCOSA:

(Que no es Juncosa, que es un flan). ¿Pooor… dónde ha entrao usté?

ANACLETO:

¡Por una ventana que estaba abierta! (Con voz lúgubre y bronca). ¡Abiertaaa!… ¡Como le voy a dejá a usté er cajón de los garbansos!…

JUNCOSA:

Pero, compadre, ¿me va usté a dá una puñalá?

ANACLETO:

¡Noooo!… Me basta y me sobra con estas manos (se las escupe y frota) para retorcerle a usté er pescueso como a una gallina, sacarle a usté la enjundia, ¡plaf!, y plantarla en la paré.

JUNCOSA:

¡¡Aaaaanacleto!!…

ANACLETO:

¡Sarga usté de ahí, que es peó pa usté!

JUNCOSA:

(Agitando un pañuelo casi blanco). ¡Compadre, óigame usté!

ANACLETO:

¿Eh? ¿Pero qué hase usté con ese pañuelo? ¿Es arguna alusión?

JUNCOSA:

Que pido parlamento, compadre. Por lo menos que se entere uno de por qué le sacuden. ¡Digo yo!

ANACLETO:

Pos sarga usté.

JUNCOSA:

Deme usté un sarvoconducto.

ANACLETO:

¡Mi palabra!

JUNCOSA:

Está bien. (Sale de su parapeto). A vé, hombre. ¿Por qué me endiña usté, compadre?

ANACLETO:

(Sorda, rabiosamente). Porque no vivo, porque no como, porque no duermo, porque soy un fantasma del otro mundo desde er punto y hora que me divorsié de mi Bardomera. (Golpeándose el lado izquierdo). Porque la tengo aquí, que no me la pueo arrancá, y, sin embargo, es otro er que la tiene y estoy en «videncia» por curpa de usté.

JUNCOSA:

¿Por mi curpa, compadre?

ANACLETO:

¿No fué usté er que me imbuyó la idea del divorsio?

JUNCOSA:

Es que yo, compadre… ¿Me deja usté hablá?

ANACLETO:

Sí, pero antes tengo que darle a usté dos gofetones. (Se los da).

JUNCOSA:

Compadre, acuérdese usté de que m’ha dao un sarvoconducto.

ANACLETO:

Es que le estoy poniendo los sellos.

JUNCOSA:

(Huyendo). ¡Joyín!

ANACLETO:

(Atrapándolo). ¡No se vaya usté, que es peó pa usté!

JUNCOSA:

¡Compadre!

ANACLETO:

Usté m’ha empujao ar prisipisio del redículo.

JUNCOSA:

¡Pero, compadre!

ANACLETO:

¡Del redículo y de la locura! ¡Porque yo estoy chalao! (Le pega otra torta).

JUNCOSA:

¡¡Pero, compadre!!

ANACLETO:

(Tiernamente). ¡Si es que no puedo viví sin ella!… ¡¡No puedo!!… ¡Si, a farta de ella, duermo con un pijama de ella, porque se lo ha puesto ella!… (Sordamente). ¡Cómo se ría usté, le parto la boca!

JUNCOSA:

¡No, hombre, no!

ANACLETO:

Sí que se ha reío usté. (Le pega otra torta). Esto del divorsio está bien pa los señoritos tanguistas, o pa los que se casan por dinero, porque se separan, y como tienen güita, la mujé se puede bandeá dirna y sola por la vía pero pa nosotros los pobres, los que sabemos que cuando le pedimos el sí a una mujé no nos puede dá más que er sí y la ayuda de sus brazos y er mimo de sus caricias…, er divorsiarse de ella es una sinvergonsonería, y usté, el sinvergonsón más grande del mundo. ¡¡Y venga mi mujer, o lo degüello a usté ahora mismo!!

JUNCOSA:

(Huyendo y tirando muebles). ¡Ay!… ¡Socorro!… ¡Auxilio!… ¡Que me matan!

CARLOS:

(Apareciendo en el foro). ¡Padre!… ¡Pero, padre!…

ANACLETO:

(Cayendo en sus brazos, sollozante). ¡Hijo mío!

CARLOS:

¡Que tenga yo que estar siempre detrás de usté! Me dijeron que había usté entrado aquí, y… ¿quién le ha dicho a usté que han vuelto?

ANACLETO:

(Estremeciéndose). ¿Eh? ¿Pero? ¡¡Carlos!!

MANOLITA:

(Apareciendo también por la izquierda, con cierto miedo). ¡Dios mío! ¿Pero qué pasa? ¿Qué ruidos son esos? ¡Que se van a enterá los señores!

ANACLETO:

¿Pero están ahí?

MANOLITA:

Llegaron anoche.

ANACLETO:

(Avanzando como un poseído hacia Manolita. Es el fantasma ése de la película ésa). ¡¡Manolita!!

MANOLITA:

(Retrocediendo y chillando). ¡¡Ay!!

ANACLETO:

¡No! No me juyas, que es peó pa ti. Tienes sarvoconducto.

JUNCOSA:

¡Ojú! (A Manolita). ¡Cuidao con los sellos!

ANACLETO:

¿Han venío los dos?

MANOLITA:

Los tres.

ANACLETO:

¿Los tres? ¿Es que traen argún niño?… ¡Claro, en dies meses hay tiempo! ¡Ay! ¡Un niño mío que no es mío! ¡Ya está er lío! Güeno, con niño o sin niño, o como sea, m’alegro. (Enérgico). ¡Dile a mi mujé que sarga!

MANOLITA:

(Calmándole). ¡Anacleto!…

CARLOS:

(Idem). ¡Padre!

JUNCOSA:

(Idem). ¡Compadre!

ANACLETO:

(Echando mano a una silla). ¡Que sarga mi mujé, o mato a uno!

MANOLITA:

Sí, señó sí, señó. (Pilla escaleras arriba, asustada).

JUNCOSA:

¿Pero se va usté a presentá a ella de esa conformidá? (Se detiene Manolita).

ANACLETO:

¿Cómo? ¿Qué? (Mirándose). ¿Vengo susio?

MANOLITA:

Susísimo.

ANACLETO:

(A Manolita). ¡Quieta, entonses! Baja Manolita. (A Carlos). Dame un duro, niño.

CARLOS:

¡Padre!

ANACLETO:

Ni padre, ni ná. A un padre no se le niega un duro.

CARLOS:

(Dándoselo). Tome usté.

ANACLETO:

(Besando la moneda). ¡Mi sarvasión! ¡Güervo!

JUNCOSA:

¿Va usté ar tinte?

ANACLETO:

Voy adonde a usté no le importa. Dies minutos tiene usté de vía si pa cuando y güerva no ha descasao usté a mi mujé, no ha matao usté ar niño, no ha tirao usté a don Felipe por el balcón o no ha puesto usté un petardo y ha volao la casa con tós los que hay dentro. Cuarquié cosilla de esas que me dé a mí pie pa entrá en conversasión con Bardomera.

JUNCOSA:

Joyín, compadre, yo…

ANACLETO:

Aproveche usté er respiro que le doy o… (Ronca sordamente). ¡¡O la muerte!! ¡Güervo! (Mutis por el foro).

JUNCOSA:

(Haciendo mutis tras él). Pero, compadre… ¡Oiga usté, compadre, que a mí no me…! Vamos, que no me… ¡¡Que no me, me, me!! (Mutis).

MANOLITA:

¡Cómo está, Virgen Santísima! (Intencionadamente). ¡No, si cuando se quiere de verdá se hacen unas cosas!… ¡Ay!…

CARLOS:

¿Están arriba?

MANOLITA:

Ellas dos, sí, señó: están desayunándose. Don Felipe es el que no ha salío todavía de sus habitasiones.

CARLOS:

Voy a subir a ver a mi madre…

MANOLITA:

¿No sería mejó que yo la avise?

CARLOS:

¿Por qué?

MANOLITA:

(Maliciosamente). Porque como está allí… la otra, y entre ustedes hubo lo que hubo, no le va a gustá a ella encontrarse con usté.

CARLOS:

(Sonriendo). ¿Tú crees?…

MANOLITA:

Tengo la seguridad, porque es que anoche dijo… ¿Me va usté a guardá el secreto?

CARLOS:

Sí.

MANOLITA:

Pues parese, ¿sabe usté?, parese que ha sacao novio en Fransia.

CARLOS:

¡Ah!, ¿sí?

MANOLITA:

Sí. Antes de acostarse estuvo hablando de eso. Un muchacho que conosió en Parí. Gente de mucha aristocrasia. Estaba ar lao de ella en el sine, y lo que pasa, él le dio con el pie, luego la cogió una mano…, ¡lo naturá! Que si usté no es de aquí que de dónde es usté que yo soy de allá, y cuando se quedó a oscuras otra vez, le dio un beso. ¡Lo corriente! Total, que congeniaron.

CARLOS:

¡Caramba!

MANOLITA:

Menudo telegrama le puso anoche. Yo misma lo llevé.

CARLOS:

¿Y qué le desía?… ¿Tú recuerdas?

MANOLITA:

Lo naturá también. (Como si lo estuviera leyendo). Llegué muy bien tristísimo. Procura está aquí Vierne Santo, que sale Santo Entierro.

CARLOS:

¿Y telegrafió a Parí?

MANOLITA:

A Parí.

CARLOS:

¡Ya le costaría caro el telegrama!

MANOLITA:

¡Uf!

CARLOS:

(Echando sus cuentas). Porque son… Llegué muy bien tristísimo… Procura… Sí, trese palabras y la diresión… Unas siento cuarenta pesetas.

MANOLITA:

(Muy decidida). Siento cuarenta y una con veinticinco.

CARLOS:

(Riendo a carcajadas). ¡Ja, ja, ja!…

MANOLITA:

(Desconcertada). ¿Eh?

CARLOS:

¿Pero a qué vienen tantísimos embustes, Manolita?

MANOLITA:

(Más desconcertada cada vez). ¿Va usté a negá que la señorita tiene novio?

CARLOS:

¿Cómo lo voy a negá, si el novio sigo siendo yo? Ni un día hemos dejao de sabé el uno del otro. Cuando no era una carta, era una postal, o un telegrama, o… hablá, porque hemos hablao la má de veses: ella en las «quimbambas» y yo en Sevilla. (Sacando un telefonema). Su última notisia. (Lo lee,) «Llegamos esta noche.» ¡Por fin!… Y anoche la vi llegá. ¡Qué bonita viene!… Y ahora voy a lo naturá, que esto sí que es naturá: ¡a darle un abraso y un beso, sin sines ni pamplinas! ¡A las claras del día! Cuéntaselo a don Felipe, si él fue quien te aconsejó que me dijeras santísimas mentiras. ¡Estoy muy contento! (Mutis por la escalera).

MANOLITA:

(Limpiándose los ojos). Hay que pensá en otra cosa, Manolita. En Pepe er sillero, en Juanito el del estanco, en Serafín el del puesto o… en er polletón, joroba, que tampoco hay nesesidá de casarse, que a lo mejón le toca a una un comunista con gafas. ¡Qué mala pata tengo!… (Vuelve a secarse los ojos).

DON FELIPE:

(Entra Don Felipe por la derecha, primera puerta). ¿Qué es eso, Manolita? ¿Qué te pasa?

MANOLITA:

Que soy más tonta que usté, que ya es desí.

DON FELIPE:

(Asombrado). ¿Eh? ¿Qué dises, chiquilla?

MANOLITA:

Porque, vamos, yo seré tonta esperando años y años con los brasos crusaos, pero usté ha hecho el primo bien. Porque hay que vé lo que es estarse dies meses comiendo de fonda pa desapartá a la niña del novio, y la niña y er novio dándose besos por teléfono, por carta y por tarjeta.

DON FELIPE:

(Como antes). ¿Pero qué t’ha dao, Manolita?

MANOLITA:

Unas ganas mu grandes de irme de la casa. (Se dirige a la izquierda).

DON FELIPE:

Pero escucha, mujé, óyeme. ¿Adónde vas?

MANOLITA:

¡Ar polletón! (Mutis por el corredor de la izquierda).

DON FELIPE:

¡Chavó, qué venate!…

JUNCOSA:

(Por el foro). De primera, Manolita. Ya está serrao y atrancao vamos a vé por dónde entra ahora ese verdugo…

DON FELIPE:

¿Eh?

JUNCOSA:

(Azorándose). ¡Ojú! ¡Hola, güenas!

DON FELIPE:

Hola, hombre. ¿Qué te pasó anoche, que no se te vio er pelo?

JUNCOSA:

¡Ah, sí! La… la sorpresa de verlos a ustede de llegá… me emosioné y la alegría, la impresión…, la… ¿la familia güena?

DON FELIPE:

Güena. ¿Y tú?

JUNCOSA:

Güeno.

DON FELIPE:

Más vale así. Ya veo que la levitilla…, ¿eh?

JUNCOSA:

Sí, señó, y eso es lo malo, porque va a habé guasa en cuanti que guipe la señora.

DON FELIPE:

¿Qué señora?

JUNCOSA:

La señora de usté.

DON FELIPE:

¿La…? (Cayendo en la cuenta). ¡Ah, ya! (Riendo). Sí que está como pa tirarla al río, contigo dentro porque si esa es la fachá de tu casa, habrá que verte el cuarto oscuro.

JUNCOSA:

Yo creo que mandándola teñí de negro…

DON FELIPE:

Déjala como está, porque me parese que se t’ha acabao la vida birlonga. Y lo siento por ti, pero vamos a tené tós que arrimá el hombro al trabajo, porque la fábrica cojea una mijita y hay que enderesarla.

JUNCOSA:

¡Ah!, ¿s’ha enterao usté?…

DON FELIPE:

Comprenderás que por ahí he resibío cartas de la ofisina y sé que esto no anda como antes, porque Francisquito, er que dejé en er puesto de Carlos, ha resurtao un güeso.

JUNCOSA:

Un güesarrancón. ¡Diferensia va del uno al otro! Ahí cambió usté oro fino por metá, don Felipe. En eso se coló usté.

DON FELIPE:

Si me colé o no me colé, fué cosa mía, y a vé si hay una mijita de respeto. Oye, ¿y qué es de Carlos?

JUNCOSA:

Como la espuma va. Es consosio de don Lusio, el de la fábrica der Pumarejo.

DON FELIPE:

Sí, sí lo sabía.

JUNCOSA:

¿También lo sabe usté?

DON FELIPE:

También. Ahora que no me explico… Porque es mucho subí en dies meses de obrero a… ¿No habrá ahí argo que…?

JUNCOSA:

Enjuagues, don Felipe.

DON FELIPE:

¿Ah, sí? Cuenta, cuenta.

JUNCOSA:

No sé qué de sosio industriá: que don Lusio es er que pone er dinero y él no pone más que er talento. ¡Así, cuarquiera!

DON FELIPE:

¡Ah! ya también lo sabía.

JUNCOSA:

¡Pero usté lo sabe to!

DON FELIPE:

Güeno bastante hemos hablao. Vete a lo que tengas que hasé, que desde mañana te incorporarás ar tallé de pulimento. Digo: si no se te ha orvidao el ofisio.

JUNCOSA:

No, señó.

DON FELIPE:

Pues a trabajá.

JUNCOSA:

Como los güenos.

DON FELIPE:

¿Cómo los güenos tú? ¿Es que t’has arrepentío?

JUNCOSA:

Sí, señó, han pasao muchas cosas, y yo he cambiao mucho. Usté lo va a ve cómo no sargo de la fábrica.

DON FELIPE:

¿Qué?

JUNCOSA:

Mi corchón me ví a llevá ar pie del torno pa no tené ni que salí a la calle cuando se dé de mano.

DON FELIPE:

(Escamado). ¡Huy, huy, huy!… Ar pan, pan, Juncosa a ve, a ve… A ti te pasa argo raro.

JUNCOSA:

Sí, señó, y esto sí que no lo sabe usté.

DON FELIPE:

Difisilillo es que yo no lo sepa.

JUNCOSA:

Que no lo sabe usté, hombre. Que Anacleto está chiflao.

DON FELIPE:

¡Bah!

JUNCOSA:

No, no ¡chiflao de verdá! De esos que dan brincos por las calles y se sartan a los guardias.

DON FELIPE:

¿Eh?…

JUNCOSA:

¡Temperamentos débiles! Que así como hay personas que resisten los medicamentos fuertes y otras no, él no ha podío resistir la ley del divorsio, y está loco de selos. Como es un cavernícola y un antiguo…, ¿sabe usté? ¡Ahora que sacude de un modo!…

DON FELIPE:

¡Ja, ja, ja!

JUNCOSA:

Mire usté que ha estao aquí no hase na. (Mostrándole la cara). Que toavía se me nota.

DON FELIPE:

Escucha, pues sí es verdá.

JUNCOSA:

¡Toma, que si es verdá! ¡Y ha quedao en gorvé pa llevarse a su Bardomera!

DON FELIPE:

¿Pa llevarse a Bardomera? Bueno, pues cuando venga ese loco…

JUNCOSA:

Ese loco está loco, pero ¡loco! Na de loco, loco, como er que dise loco, sino ¡loco! Vamos, ¡¡loco!! ¿Qué quiere desí loco? ¿Loco? ¡¡¡Pues loco!!!

DON FELIPE:

(Harto ya y un poco mosca). ¡Sí, hombre, sí, joyín, no recarques tanto!

JUNCOSA:

Y tiene una fuersa… Una ve, en er callejón de Regina, me cogió a traisión por los fondillos, me levantó en arto, y así me llevó, como si yo fuera un plato de durse, hasta er pilón de la Encarnasión, donde, ¡pon!, ¡el remojón! ¡Su padre!

DON FELIPE:

(Asustado de verdad). Caramba, pues eso es que…

JUNCOSA:

(Como antes). Eso es que está loco. Pero na de loco, loco, sino…

DON FELIPE:

(Limpiándose el sudor). ¡Que sí, hombre, que te calles!

JUNCOSA:

Con desirle a usté que su hijo no lo pierde de vista, por si acaso… Aquí vino er niño, siguiéndolo.

DON FELIPE:

¿Que ha estao aquí Carlos?

JUNCOSA:

Y salí no ha salío. Como no haya subío a ve a su madre…

DON FELIPE:

¿Eh? ¿Y no me he enterao yo de…?

JUNCOSA:

¡Hombre, no lo iba usté a sabé to!

DON FELIPE:

Pues vi a subí… (Iniciando el mutis por la escalera). Y tú…, yo no es que me asuste, pero si güerve ése va a habé guasa, y… ¡baja a serrá!

JUNCOSA:

Ya está serrao.

DON FELIPE:

¿Y la puerta farsa? (Indicando el lateral izquierda).

JUNCOSA:

Ahora voy.

DON FELIPE:

Pues hala. Por cierto que, mira: si viene er permaso de Ramíre, er de la tienda, que pase. Vendrá de nasareno, como tos los domingos de Ramos. Ya sabes su costumbre de almorsá con nosotros y ayudarme luego a poné la túnica y el capirote pa salí conmigo de pareja en la cofradía.

JUNCOSA:

(Iniciando el mutis por el corredor). Sí, señor. Y que ya está aquí. (Aparece por el corredor un nazareno con túnica blanca).

DON FELIPE:

(Ya desde la escalera). Hola, hombre.

JUNCOSA:

(Pasando por delante del encapuchado y haciendo mutis por el corredor). Con permiso, caballero. (Vase).

DON FELIPE:

Un momento, Ramíre ahora bajo. Siéntate por ahí. (Anacleto, que no es otro el nazareno, hace signos negativos). Sí, hombre, y quítate el capirote. (Nuevos signos negativos de Anacleto). ¿Eh? (Muy mosca, bajando la escalera). ¿Pero… no eres Ramíre?

ANACLETO:

(Plantándole una mano en el hombro). ¡Te pillé!

DON FELIPE:

¿Anacleto?

ANACLETO:

(Descubriéndose). Sí, señó y aquí vengo por lo mío.

DON FELIPE:

¿Y qué es lo tuyo?

ANACLETO:

Mi mujé. Y como la nieve vengo pa que no tenga que ponerme ni una farta.

DON FELIPE:

Hay que hasé argo más, ¡so tonto! Tápate la cara y siéntate que voy a llamarla. Si lo que ella diga de ti delante de ti te conviene, ¡pa ti para siempre! Si no te conviene…, ¡a otra cosa, mariposa!

ANACLETO:

¿Cómo?

DON FELIPE:

¡A otra cosa! Queré que lo quieran a uno a la fuerza no es de hombres.

ANACLETO:

Sí, señó. ¡No es de hombres!

DON FELIPE:

¡Y tú eres un hombre!

ANACLETO:

¡Soy un hombre!

DON FELIPE:

¡Pues basta! Siéntate…, y ¡ojo! Oigas lo que oigas y veas lo que veas, de ahí no te mueves, porque si argo fueras ganando con lo que oyeras, que no es probable, por mi vida te juro que como te dés a conosé lo pierdes to. Tú verás lo que te conviene. Voy por ella. Pero aquí viene. Mejó.

ANACLETO:

Mejó. (Se tapa la cara).

DON FELIPE:

¡Quieto!

ANACLETO:

¡Quieto!

BALDOMERA:

(Muy apurada y llorosa). Güenas. ¿Puedo hablá delante de este caballero?

DON FELIPE:

Puedes hablá lo que quieras delante de este caballero, porque este caballero es un amigo.

BALDOMERA:

(A Anacleto). Servidora de usté.

DON FELIPE:

(A Baldomera). ¿Qué te pasa?

BALDOMERA:

(Soltando el trapo y llorando a lágrima viva). Mi marío, don Felipe, mi marío de mi arma, que, ¡ay!, don Felipe…

ANACLETO:

¿Eh?

BALDOMERA:

¡Que está ahí mi niño que m’ha contao lo que le pasa a ese sinvergonsón, que no me lo puedo quitá der pensamiento, y le pasa lo mismo que a mí! ¡La misma locura mía es la suya las mismas noches sin dormí las mismas angustias que yo tengo!… ¡Y no puedo más, don Felipe usté lo sabe, no puedo viví sin él!

DON FELIPE:

(Consolándola). Vamos, vamos, Bardomera… (A Anacleto). Usté perdone, amigo. (La abraza como amparándola). ¡Pobresita! ¡Es una santa!

ANACLETO:

(Se enternece tanto, que empieza a hacer pucheros, y a través del antifaz, que a impulso de lo que sopla se mueve, se adivina la congoja y se oyen sus hipidos). ¡Hip!… ¡Hip!… ¡Hip!… (Se limpia las lágrimas por encima del antifaz).

BALDOMERA:

(Siempre amparada por los brazos de don Felipe). ¡Se lo vengo a usté disiendo, don Felipe! ¡Mucho queré que yo me divirtiera, mucho ve nasiones raras, muchas pirámides y muchas catedrales negrusias pero en toas las torres que he subío he escrito er nombre de mi marío! «¡Pobresito mío, loco por mi curpa! ¡Qué pena me da!»

ANACLETO:

(Cayendo vencido en un sillón, presa de mortal congoja). ¡Hip!… ¡Hip!…

BALDOMERA:

¡Bien lo sabe Dio que estás escrito, Anacleto de mi arma, en las pirámides de Roma, en la torre inclinó de Egipto, en la torre Infié de Pisa y en las góndolas de Mislán!

DON FELIPE:

¡Lo que ilustran los viajes!

BALDOMERA:

¡Y pensá que él se piensa que estamos casaos!… ¿será idiota?

ANACLETO:

(Con un movimiento instintivo quiere levantarse el antifaz). ¡¡Bardom…!! (Pero aparecen en la escalera Gracia y Carlos, y se contiene). ¿¿Eh??…

CARLOS:

(Bajando la escalera, seguido de Gracia). Aquí lo tienes. Buenos días.

DON FELIPE:

(Con retintín socarrón, que no abandona hasta el final de la escena). Buenos días, hombre. Ya sabía yo que estabas arriba.

CARLOS:

Sí, señó arriba estaba. Me alegro de verlo a usté bueno.

DON FELIPE:

Igualmente.

CARLOS:

A los demás los veo sin novedá…

DON FELIPE:

Grasias a Dió. Ya sé que tu padre anda na ma que regulá…

CARLOS:

Regulá na má sí, señó.

DON FELIPE:

Lo siento hombre.

CARLOS:

Muchas grasias.

DON FELIPE:

No hay de qué darlas.

BALDOMERA:

(Desesperada). ¿Pero queréis acabá de una ve de saludarse y hablá claro, joroba?

GRACIA:

(Decidida). Sí, señora.

CARLOS:

Tú, no, Grasia. Una hija no debe nunca enfrentarse con su padre. Yo, que no le toco na, debo ser quien hable. Si a mí me da una repostá sabré aguantársela, porque de un hombre como tu padre lo aguanto yo to.

GRACIA:

Por lo mismo, Carlos. Yo sé todo lo que tú le respetas y lo admiras…

CARLOS:

Lo que él se merese.

GRACIA:

Y sería un dolor que te dijera algo desagradable. Yo le hablaré, porque yo, que lo quiero más que a las niñas de mis ojos…

CARLOS:

De eso de quererlo había que hablá, porque yo…

DON FELIPE:

¡Güeno: a ve cuándo vais a dejá la coba!

CARLOS:

(A Gracia). Habla tú.

GRACIA:

Mira, papá cuando salimos de Sevilla fue pa separarme de él.

DON FELIPE:

¡Naturalmente! ¡Pues claro!

GRACIA:

Y me dijiste que no querías verme por ahí ni una mala cara.

DON FELIPE:

Es verdá.

GRACIA:

Y así ha sido. Siempre me viste alegre más cada día.

DON FELIPE:

Eso es.

GRACIA:

Pero era porque cada día que pasaba más se acortaba la distancia que me separaba de él y más se asercaba el día de volver a verlo.

CARLOS:

(Amorosamente, cogiéndole una mano). ¡Grasia!…

DON FELIPE:

(Parándole los pies). ¡Sé!… ¡¡Sééé!! ¡Hombre!…

GRACIA:

Y él me ha esperado como tenía que esperarme: trabajando y abriéndose camino. Entre junio y septiembre ha aprobado dos años de ingeniero industriá. Ahora, en junio, lleva el tersero y dise que…

DON FELIPE:

¡Dise que!… ¡Dise que!… Tó lo dises tú. ¡Que lo diga él! ¡Y menos arrodeos, que se me acaba el aguante!

CARLOS:

(Decidido). Pues yo le desía a Grasia, era una broma, que si usté nos dejaba, pues… como no me fartan más que dos años pa sé ingeniero, yo podía sé ingeniero al mismo tiempo que nos nasiera…

DON FELIPE:

El primer hijo.

CARLOS:

El segundo.

DON FELIPE:

¡Joroba!

BALDOMERA:

(Intercediendo). ¡Don Felipe!

DON FELIPE:

¡Don Felipe no puede más! ¡Es desí, que yo me he gastao los cuartos pa quitarla de la querensia y distraerla por ahí, y ustede, a espardas mías, han seguío en sus trese y yo he hecho er primo por esos países extranjeros! ¿Verdá? Está bien, hombre. (A Baldomera). Tu madre puede decirte lo que yo le dije aquí mismo, antes de salí de aquí, y yo no tengo má que una palabra. ¡Si he leío toas las cartas y tós los telegramas que l’has mandao a ésta!… ¡Si lo que yo quería era vé si eras oro de ley! ¡Y lo eres! ¡Esta es mi mano, muchacho! (Le da la mano).

CARLOS:

¿Pa besarla?

DON FELIPE:

Pa lo que tú quieras.

CARLOS:

(Estrechándole la mano, conmovidísimo). ¡Don Felipe! (Va a besarle la mano, pero don Felipe tira de él y lo abraza).

DON FELIPE:

¡Ven acá, cacho e tonto, que eres un cacho e tonto!

GRACIA:

(Llorosa). ¡Padre!… (Hipa Anacleto como antes).

BALDOMERA:

(Llorando como un berraco). ¡Anacleto! ¿Dónde está mi Anacleto?

ANACLETO:

(Levantándose el antifaz). ¡Bardomera!

BALDOMERA:

¡¡Anacleto!! (Cada uno da un salto y caen abrazados).

ANACLETO:

¡¡Bardomerilla!!

BALDOMERA:

¡Tú! ¡¡Y tan limpio!!

ANACLETO:

¡Como la nieve ná má! ¡Pa que veas lo que he cambiao! Fíjate por arriba, por abajo, por delante y por detrás. (Se da una graciosa vueltecita y un paseo).

JUNCOSA:

(Entrando por el corredor de la izquierda, muy preocupado y dirigiéndose a don Felipe). Oiga usté: que ese nasareno no es Ramíre, porque Ramíre está abajo esperándolo a usté. (A Anacleto). ¿Quiere usté hasé el favó de desirme?…

ANACLETO:

(Lúgubremente). Sí, seño pero es peó pa usté.

JUNCOSA:

(Aterrado y haciendo mutis). ¡Mi madre!

BALDOMERA:

(A Anacleto). Quítate esa túnica, por Dio, que me parese que vas amortajao.

ANACLETO:

Mira que va a sé peó pa ti.

BALDOMERA:

¡¡Quítatela!!

ANACLETO:

(Empezando quitársela). ¡A las tres!

MANOLITA:

(Saliendo, llorosa, con un lío al brazo). ¡Hasta má ver, señores!

TODOS:

¿Eh?

MANOLITA:

Que aquí hay mucha mié pa mí, y me voy.

DON FELIPE:

¿Pero adónde vas, chiquilla?

MANOLITA:

¡Ar polletón! ¡A vestí santos!

ANACLETO:

(Arrojándole la túnica que acaba de quitarse). Hombre: pos mira qué casolidá. Toma y llévate este hábito, por si te sirve.

BALDOMERA:

(Al ver lo sucísimo que está Anacleto). ¡Ay!

ANACLETO:

¡¡Ya!!

BALDOMERA:

(Como loca, gritando). ¡Agua! ¡Jabón! ¡Estropajo! ¡Asperón! ¡Una toalla!… (Manolita, asustada, hace mutis por el foro, enredándose en la túnica, que se lleva).

ANACLETO:

(Cayendo de rodillas, implorando). ¡Bardomera!

BALDOMERA:

¡Puerco, guarro, cochino, sinvergüensa!…

ANACLETO:

¡Mira, Bardomera, que ya hay divorsio en España!

BALDOMERA:

(Arrodillándose también frente a Anacleto). ¡No, Anacleto! ¡El divorsio, no! (Allí mismo, arrodillados, se abrazan y besan).

DON FELIPE:

¡Ja, ja, ja!… ¡Bueno ha quedao el divorsio por esta vez! (A Carlos y Gracia). ¡Y abrasarse también ustede, cacho e tontos, que seis unos cachos e tontos!… (Obedecen). ¡Así, jinojo, así! (Viendo a ambas parejas unidas). ¡Lo logré, hombre lo logré!

TELÓN