Alguien llama a la puerta.

—Llegamos en diez minutos.

Abro los ojos. Ya es de noche. Mejor dicho, debe de ser de madrugada. He dormido todo el día y ahora voy a tener dificultades para volver a dormir.

—Van a retirar el vagón y a dejarlo en la estación, así que basta con llevar lo suficiente para pasar dos noches en la ciudad —continúa la voz del lado de fuera.

Abro las persianas de la ventana. Empiezan a aparecer luces fuera, el tren disminuye la velocidad, realmente estamos llegando. Me lavo la cara, preparo rápidamente la mochila con lo necesario para pasar un par de días en Ekaterinburg. Poco a poco la experiencia de la mañana regresa.

Cuando salgo, todos están de pie en el pasillo, excepto Hilal, que sigue sentada en el mismo lugar en el que la dejé. No sonríe, simplemente me enseña un papel.

—Yao me ha dado permiso.

Yao me mira y susurra:

—¿Has leído el Tao?

Sí, ya había leído el Tao Te King, como casi todo el mundo de mi generación.

—Pues ya sabes: «Gasta tus energías y permanecerás joven.»

Hace un gesto imperceptible con la cabeza, señalando a la chica que todavía está sentada. Encuentro el comentario de mal gusto.

—Si insinúas que…

—No insinúo nada. Si has entendido mal será porque está en tu cabeza. Lo que quería decir, ya que no entiendes las palabras de Lao Tzu, es: «Echa fuera todo lo que sientes y te renovarás.» Me parece que ella es la persona adecuada para ayudarte.

¿Acaso habrían hablado? ¿Acaso, en el momento en el que entramos en el Aleph, Yao pasaba por allí y vio lo que estaba sucediendo?

—¿Crees en un mundo espiritual? ¿En un universo paralelo, en el que el tiempo y el espacio son eternos y siempre presentes? —pregunto.

Los frenos empiezan a chirriar. Yao mueve la cabeza, haciendo un gesto afirmativo, pero en realidad entiendo que está midiendo sus palabras. Finalmente responde:

—No creo en Dios tal como tú lo imaginas. Pero creo en muchas cosas con las que tú ni sueñas. Si mañana por la noche estás libre, podemos salir juntos.

El tren para. Hilal finalmente se levanta y se acerca a nosotros, Yao sonríe y la abraza. Todos se ponen los abrigos. Nos bajamos en Ekaterinburg a la una y cuatro de la madrugada.