En busca de la olla perdida

Los rayos del sol empiezan a repartir sus colores por el campo, amarillo por aquí, ocre por allá, las sombras negras se vuelven azules, marrones, rojas, verdes…, el campo estalla abriendo el telón al día.

En una oscura hondonada asoman vestigios fantasmales de adobe de lo que debieron de ser domicilios abandonados y hoy poblados por lagartijas y arañas. El paso de los años, quinientos para ser exactos, y no estar pendiente de la escoba han dejado semienterradas muchas viviendas. Encontramos surcos de sembrado en la tierra que fueron tejados, bocas de chimenea que hoy parecen brocales de pozo.

Hartum, un hombre de entre veinte y cuarenta años —la edad en la gente de rasgos norteafricanos es difícil de precisar—, camina dando zancadas con un papel color hepático en las manos.

Wahid, tinteen, talata, arba, tagine Mustafá…

Junto a él hay un burro atado con una cinta de cuero a un eucalipto.

El burro es un animal muy dócil si se usan las artes necesarias para que abandone esos rasgos de carácter que le han valido esa denominación tan carente de atractivo. El burro de este relato es muy pintoresco, lleva un sombrerito de paja encajado entre oreja y oreja y unas gafas como de secretaria de concurso televisivo.

Hartum sigue dando zancadas y musitando arabismos que nos inducen a pensar que está echando la cuenta de los metros que recorre. De repente se queda quieto. Observa el papel. Realiza un giro de noventa grados bailando un chotis con el aire y vuelve a caminar enfrascado en su salmodia ininteligible.

Khamsa, sitta, sabaá… Hamman.

Vuelve a detenerse. Consulta de nuevo el papel y realiza otro giro de noventa grados en dirección al sol poniente.

Tamanya, tisaá, ashara… Hasam.

De repente Hartum escucha una voz que de tan calmada provoca un escalofrío en su columna.

—Buenos días.

Hartum esconde el papel dentro de su camisa. El vaquero sale de un matorral reajustando su sombrero.

—Hola, qué tal.

Hartum saluda reverencial.

—A la paz de Dios. Qué día más bonito, bonito, bonito, mucho bonito…

Hartum cabecea mientras señala el cielo como un vendedor de atmósferas mostrando el género. El vaquero mira hacia arriba frunciendo los ojos.

—Demasiado claro. No creo que el campesino que vive de la tierra esté contento con este día.

—¿Usted agricultor?

—No, amigo, de Arkansas.

El vaquero le tiende la mano derecha, que Hartum acoge entre las suyas como quien recoge la cría de un hámster.

—Hartum del Al Karrack. ¿Americano?

—Sí, mi nombre es Martin. Martin Martín.

—Americano grande amigo, grande amigo pueblo árabe. Americano, musulmán pueblos hermanos. ¿Habla mucho bien español, hermano?

—Mi padre es español.

—¿Español?

—Sí. De Gibraltar. Y mi madre de Texas.

—¿De tejas?

—No, de tejas no. Es de carne y hueso. Nació en Texas, un sitio muy bestia. Y tú, ¿qué interés te ha traído hasta aquí?

—¿Yo?

—No, el burro.

—Ah, burro mucho bueno. Yo foto, foto, fotos muy artística, muy bonita, con burro. Yo dije: Hartum, ¿qué haces aquí en el desierto? Ve, conoce mundo, mundo grande, y, ¡aljamakal!, y aquí estoy. ¿Quiere una foto? Solo seis euros. Precio amigo.

—Fotos, no, gracias.

—No gracias, no gracias. ¿Entre amigos? ¿Cuánto paga por foto? ¿Cinco euros? Le hago precio amigo, amigo.

—Muchas gracias. No quiero hacerme fotos. Hoy no he ido a la peluquería.

—Ah, sí…, pelo loco. ¿Y? Peine, ¿quiere peine? ¿Cuánto paga peine? ¿No peine? Ahhh, amigo. ¿Cuánto paga foto?

—Hoy mi presupuesto para fotos es de seis céntimos.

—Ahhh, turista, muerto de hambre. Tú, amigo americano, poco dinero, gasta mucho bomba. ¿Qué quieres, la foto gratis? Gratis y no discutamos dinero, guarda, ¿seis céntimos? Gratis.

—La verdad es que da gusto regatear contigo.

—Tú, primer cliente de la mañana y me trae suerte todo el día. Gratis, ¿entonces?

—Pues, bueno, por ser tú no te voy a cobrar.

—Ponga al lado de burro. Burro Platero. Burro llama así. ¿Conoce burro de Juan Ramón Jiménez?

—¿El burro de Juan Ramón? No hace falta pasarse con el pobre Juan Ramón. Ya lo despellejaron bastante en su época.

Hartum enfoca a Martin a través de su objetivo y, levantando la mano derecha, dice:

—Mira pajarito.

¡Flash!