GRAF SPEE: EL FIN DEL CORSARIO

La batalla naval del Río de la Plata —la última batalla naval de corte clásico, barcos contra barcos—, librada el 13 de diciembre de 1939, pertenece, como relato histórico, casi más a los rioplatenses que a los contenedores. Por razones de distancia los pueblos alemán e inglés no vibraron con tanta intensidad como los pueblos de ambas márgenes del Plata por la suerte de los protagonistas. Allá en Europa había muchas batallas, bombardeos, acciones bélicas y diplomáticas de todo tipo. Para ellos, la batalla del Río de la Plata fue una más. Pero los argentinos y uruguayos vieron por primera vez una acción bélica de cerca que, por sus implicancias, sacudió a los gobiernos de ambas márgenes. Pero no tanto lo político sino más lo emocional fue lo dominante de aquellos días. El combate, primero, cual si fuera una trágica justa deportiva, y el holocausto wagneriano del “Graf von Spee” y de su capitán Hans Langsdorff, después, fueron un verdadero “shock” de sentimientos para argentinos y uruguayos, que vinieron siete días grabados en la mente de todos. Siete días para la historia. Por eso lo recordamos ahora, como si fuera historia nuestra.

En la navidad de 1914, algunas familias de la nobleza alemana se sorprendieron al recibir —en vez de la característica tarjeta de saludos para las fiestas— un sobre con ribetes de luto. Adentro del sobre se podía ver una triple tarjeta que decía: “Por la sagrada voluntad de Dios, recibieron la muerte de los héroes en la batalla naval de las islas Malvinas el 8 de diciembre de 1914” y luego se leían tres nombres. El padre y sus dos hijos: Conde Imperial Maximilian Johannes María Hubertus von Spee (Caballero de la Cruz de Hierro de 1ª y 2ª Clase), de 53 años de edad; el Conde Imperial Otto Ferdinand María Hubertus von Spee (Caballero de la Cruz de Hierro), de 24 años de edad, y el Conde Imperial Heinrich Franz Irenaus Max Hubertus von Spee (Caballero de la Cruz de Hierro), de 21 años de edad.

La tarjeta triple explicaba que el vicealmirante Spee, jefe de la flota de cruceros, había muerto al frente de su escuadra “cumpliéndose su deseo de seguir la suerte de su buque, el “Scharnhorst”, y que sus dos hijos habían perecido de las heridas recibidas en la misma batalla antes de que se hundieran los cruceros “Nuremberg” y “Gneisenau”, que tripulaban. Por último, la tarjeta transcribía una frase del Libro de los Salmos: “Me ha tocado en suerte un magnífico destino, que desde ahora será una magnífica herencia”.

Y este salmo fue premonitorio. El nombre de Graf Spee sería protagonista de un hecho de leyenda. La muerte del último corsario que actuó en el estuario del Río de la Plata.

En 1914, el vicealmirante von Spee había derrotado en forma brillante y terminante a la flota inglesa frente al Coronel, en Chile. Su osadía lo llevó hasta la misma base de los ingleses en las islas Malvinas. Pero allí estaba nada menos que el famoso vicealmirante inglés Sir Frederic C. D. Sturdee al mando de los poderosos “Invencible”, “Inflexible”, “Carnarvon”, “Cornwal”, “Macedonia”, “Kent”, “Bristol”, “Glasgow” y “Canopus”. Von Spee enarbolaba su bandera de comandante en el “Schamhorst” y detrás lo seguían el “Dresden” el “Gneisenau”, el “Nuremberg” y el “Leipzig”. Sturdee aplicó con maestría su superioridad material. El único buque alemán que pudo escapar fue el “Dresden”. El conde von Spee al recibir su buque las andanadas mortales ordenó empavesarlo y así desapareció en el mar: con la bandera imperial al tope. Los demás cruceros: el “Gneisenau”, el “Leipzig” y el “Nuremberg” fueron hundidos por sus propios medios luego de disparar todas sus municiones.

Y aquí viene lo que llama la atención y que se repetirá 25 años después: en el parte que el vicealmirante Sturdee da cuenta de su victoria al Almirantazgo inglés expresa su reconocimiento del heroísmo de la escuadra del conde von Spee. Más: él mismo felicitará al puñado de marinos alemanes sobrevivientes y expresará su “admiración por toda conducta heroica de los hombres del conde von Spee”.

Estamos ya en el 10 de julio de 1934. Ya está Adolf Hitler en el poder. Ese día, en Kiel, se celebra la botadura del acorazado de bolsillo “Admiral von Spee”. Acorazado de apenas 10.000 toneladas, es decir, un tonelaje de crucero. Es el tratado de Versalles: los alemanes no pueden tener buques de guerra de más de 10.000 toneladas. Pero se las arreglan; crean el “Taschenkreuzer”, el acorazado de bolsillo. Es decir, con pequeño tonelaje le ponen una artillería superior a la de un crucero pesado y la coraza de acero de un acorazado. Además, los ingenieros alemanes se ingenian en mostrar que 10 son 12. Es decir, hacen un buque de 12.000 toneladas pero demuestran que apenas tiene 10.000, pues interpretan que el tonelaje es sin agua ni aceite.

El 1º de julio de 1934 una maravilla de la ingeniería naval se desliza por los astilleros de Kiel. Madrina de la hermosa nave es la única descendiente del conde von Spee, su hija, la condesa Huberta von Spee (sus dos hermanos perecieron en la batalla de las Malvinas). En la ceremonia habla el almirante Erich Raeder (quien en 1945 será condenado por el Tribunal de Nuremberg como criminal de guerra). Su discurso parece inspirado por una secuencia que unirá —o mejor dicho enfrentará— a ingleses y alemanes. En sus palabras se refiere a las hazañas del conde von Spee, a su triunfo en Coronel. Y Raeder no puede dejar de referirse al jefe de la flota inglesa que fue derrotado en la batalla. Dice así: “Ese valeroso marino, el almirante británico Cradock, haciendo honor a las grandes tradiciones de su patria, luchó hasta lo último antes de perecer en el mar, junto con 1.600 de sus hombres. Después de esta tragedia, todos los festejos de victoria que se habían planeado para la escuadra, en Valparaíso, se suspendieron a pedido del Graf von Spee. Este pedido era típico de von Spee, característicos de su hombría de bien. Rebelaba el espíritu de caballerosidad y la grandeza de alma que poseía este líder inolvidable, hasta la hora amarga en que se selló su destino en forma dramática. Fue el 8 de diciembre, en los mares helados de las Malvinas, como resultado casi inevitable de la llegada de los buques ingleses más grandes y nuevos”.

Cuando el 21 de agosto de 1939 el acorazado de bolsillo “Graf von Spee” abandonó sigilosamente el puerto alemán de Wilhelmshaven, tal vez nadie pensó que iniciaba su viaje hacia la muerte. Todavía había paz en Europa y hasta en las cancillerías se creía que la guerra iba a poder ser evitada en el último minuto. Hitler había fijado ya el 1º de septiembre para invadir Polonia y estaba convencido que Inglaterra no iba a reaccionar, que iba a ocurrir lo mismo que con Checoslovaquia. A pesar de ello, 9 días antes ordenó que los acorazados de bolsillo “Graf von Spee” y “Deustchland” salieran con rumbo desconocido para que en su momento atacaran las flotas mercantes de los países enemigos. Llevaban orden estricta de no enfrentar buques de guerra.

Es así que el “Graf von Spee” bordea las costas noruegas, pasa luego por el “corredor” de Islandia y las islas Faroes, atraviesa de noche la muy circulada ruta naviera de Estados Unidos a Europa y llega al punto convenido con el Almirantazgo alemán el 1º de septiembre. Allí lo está esperando un buque mercante germano: el “Altmark”, un tanque de 7.921 toneladas que había cargado 10.000 toneladas de combustible en Nueva Orleáns.

El “Altmark” tendrá una misión muy difícil: abastecer al buque corsario en los lugares más escondidos del mar. Sin armas, deberá pasar inadvertido en las inmensidades del océano esperando el llamado del “Graf von Spee”. Ese 1º de septiembre el “Altmark” le pasará en alta mar combustible y vituallas.

Pero por orden de Hitler, a pesar de que Inglaterra y Francia han declarado la guerra a Alemania, se impide a la marina de guerra alemana que ataque a buques mercantes ingleses y franceses. Sólo podrán entrar en acción en caso de ser atacados. Es que Hitler no quiere la guerra con Inglaterra y no puede creer que los ingleses hayan reaccionado de esa manera por la agresión a Polonia. El “Führer” confía en que —no dando motivos— todavía se puede llegar a un entendimiento.

Por eso el “Graf von Spee” pierde un mes, un mes decisivo, en que hubiera podido ocasionar estragos tremendos a la navegación inglesa, ya que el Almirantazgo británico —tal como lo escribe Churchill en sus memorias— ignoraba por completo el paradero del buque corsario alemán.

Largos días pasan los dos buques en el triángulo formado por las islas Trinidad, Santa Elena y Ascensión, es decir en la franja marina que va desde Recife y Bahía en Brasil hasta Angola en África. Son aguas solitarias donde ni los piratas del siglo pasado se aventuraban. Los días son de tensa espera. El ojo atento de los vigías escruta los cuatro horizontes. La guardia es constante. No tienen que ser vistos por nadie, ni por los barcos neutrales, ya que en seguida se transmitiría su posición. Mientras tanto los ánimos se van templando y se va ganando resignación. Ya se sabe que la guerra será total. Hay que tener en cuenta que la tripulación del acorazado de bolsillo es muy joven, la mayoría entre 18 y 22 años. En total son 44 oficiales y 1.080 hombres de tripulación. En el “Altmark” son 130. Entre los dos buques suman 1.254 hombres. Sólo su manutención es ya un problema difícil de solucionar pensando en que se estará en alta mar largos meses sin tocar puerto.

El 11 de septiembre has gran tensión a bordo. Langsdorff ha mandado a su avión Arado para reconocimiento por los alrededores. A sólo 30 millas avistó al poderoso crucero inglés “Cumberland” que se dirigía a toda máquina en dirección de los buques alemanes. El Arado dio la vuelta de inmediato porque no convenía alertar por radio a su buque. Pero sorpresivamente el crucero inglés se desvió de su curso y tomó proa hacia el sur, sin avistar en ningún momento a sus enemigos.

Así llega el 27 de septiembre. Hitler se ha dado cuenta de su error: los ingleses han declarado la guerra en seria y no como excusa para negociar. El corsario ha perdido un mes precioso y además la sorpresa de los primeros días. El 27 de septiembre se despiden hasta nuevo aviso el “Graf von Spee” y el “Atlmark”. El comandante Hans Langsdorff, de 45 años, se despide del viejo lobo de mar Heinrich Dau, que ya había cumplido los 65.

El buque corsario se dirige desde su refugio directamente hacia las costas brasileñas. Allí, saliendo de Pernambuco está seguro que encontrará buques ingleses. Pero el “Graf von Spee” ya no lleva su nombre verdadero sino que en su proa figura “Admiral Scheer”, el otro acorazado de bolsillo que estaba a miles de millas marinas de allí. A los tres días avista a su primera presa, el mercante inglés “Clement”, de 5.000 toneladas, al mando del capitán Harris.

El capitán Harris relatará años después esa jornada. Dice que primero creyó que se trataba de un crucero inglés y que lo primero que hizo fue ir a su cabina para cambiarse la chaqueta. Luego recibió la orden seca y terminante de abandonar el buque. Todos los tripulantes fueron embarcados en los botes. El y el jefe de máquinas fueron recogidos por un bote motor del acorazado alemán y llevados como prisioneros. El capitán inglés relata así el hecho: “Al pasar por la popa del acorazado puede ver que se destacaban las letras de su origen que decía “Admiral Scheer”, que naturalmente habían sido pintadas por encima con pintura gris. Un toque maestro de simulación. Cuando pasamos del bote a bordo del buque de guerra, el feje de máquinas y yo fuimos escoltados hasta el puente donde conocimos al capitán Langsdorff, quien nos hizo la venia en forma naval y nos dijo, después de estrecharnos las manos: “Lo lamento, capitán, pero tendré que hundir su barco; es la guerra…”.

Aquí cabe una referencia fundamental. Es la que se refiere a sir Eugen Millington-Drake. Sin él no podemos continuar el relato. Fue el verdadero triunfador de la batalla del Río de la Plata. Porque si en el mar el resultado quedó indeciso, en tierra la ganó el representante inglés en Montevideo, sir Eugen Millington-Drake. Toda su capacidad, su simpatía y su tenacidad inglesa las volcó en la mesa de las conversaciones con el gobierno uruguayo para decidir la negativa de los orientales a permitir la estadía del “Graf Spee”. Estamos seguros que al lograr la decisión del gobierno de Baldomir, si la ocasión se hubiera presentado, el elegante sir Eugen habría presentado sus excusas al capitán Langsdorff de esta manera:

—Lo lamento, capitán, pero tendré que hundir su barco; es la guerra…

Pero ese sir Eugen Millington-Drake que logra su triunfo con todas las artes conocidas de la vieja diplomacia inglesa sufre una metamorfosis después de la guerra. Para él —como buen deportista— el “match” ha terminado. Ya su patria no está en peligro y los sentimientos humanos pueden aflorar. Desde diciembre de 1939, sir Eugen ha quedado impactado por dos cosas: por la suerte del trágico “Admiral Graf Spee” y por la figura legendaria de su comandante, el capitán Hans Langsdorff.

Emociona ver cómo ese brillante diplomático inglés, cómo ese hombre que por su inteligencia y capacidad ganaba la simpatía de todos, se dedica con la humildad del hombre de claustro a investigar, a reunir detalles, y a encontrarse con los sobrevivientes del episodio guerrero. Así, durante 25 años. Y producto de eso es su obra histórica: “El drama del Graf Spee y la batalla del Río de la Plata”. Escrita con rigorismo, con absoluta imparcialidad y con una obsesionada pasión por la verdad. Es una epopeya de los hombres del mar que ha encontrado su justo cronista.

Por eso, cualquier relato de estos episodios que quiera ceñirse a la verdad de los hechos no podrá sustraerse de citar las opiniones del diplomático inglés.

Estamos en el hundimiento del “Clement”. Sobre él dice Millington-Drake: “Los cañones del “Graf Spee” abrieron fuego para hundir el barco y el capitán Langsdorff envió un radiograma a los apostaderos de la costa brasileña pidiéndoles que tomaran medidas para recoger los botes del “Clement”. Esto constituía un acto de humanidad característico en Langsdorff, pero era comprensible que la firma del telegrama fuera “Admiral Scheer” para despistar al enemigo. Luego, algunos de los botes fueron recogidos por un vapor brasileño y el resto llegó a las costas sin inconvenientes”.

Sobre la llegada del capitán y el jefe de máquinas del “Clement” al “Graf Spee” en calidad de prisioneros, nos informa el libro del comandante naval inglés A. B. Campbell “La Batalla del Plata” hecho sobre relatos del capitán Harris. Dice así: “El capitán Hans Langsdorff era un típico oficial de marina del viejo régimen imperial alemán. Era un hombre de 45 años de edad, joven aún para ser el capitán de uno de los acorazados de bolsillo alemanes. Había servido 27 años en la Armada y había sido cadete a bordo del “Grosser Kurfürst” en la primera guerra mundial habiendo participado en la batalla naval de Jutlandia. La frase ‘hermandad del mar’ no eran meras palabras para él, porque creía en esa fraternidad y cumplía fielmente con sus principios. A los dos prisioneros británicos se les dio un tratamiento adecuado a su rango. En seguida tuvieron ocasión de apreciar que el acorazado de bolsillo era la esencia de la inventiva y eficacia científica. No les fue permitido indagar ninguno de los secretos que eran el orgullo del barco, pero tuvieron amplia oportunidad de aquilatar sus características principales. Los marinos mercantes británicos, mirando trabajar a la tripulación, quedaron asombrados de la extrema juventud de la mayoría de sus integrantes”.

Pero si bien el corsario había hecho su primera víctima, el Almirantazgo británico podía saber su existencia y su radio de operación. Desde ese momento comenzará la cacería. Langsdorff lo sabe y por eso asestará golpe tras golpe en los lugares más insospechados. Pone proa inmediatamente hacia África, a una velocidad de 22 nudos. El 5 de octubre captura al “Newton Beech”, cargado con 4.600 toneladas de maíz; dos días después hunde al “Ashlea” que lleva un cargamento valuado en 200.000 toneladas de azúcar. Nuevamente dos días después apresa al “Huntsman” de 8.300 toneladas, que llevan un cargamento de té capaz de satisfacer el consumo de Inglaterra por 45 días.

De todos estos barcos captura a la tripulación. Y ahora viene una anécdota bastante risueña en medio de esa lucha sin ventajas. Hundido el “Huntsman”, el “Graf Spee” llama a su buque abastecedor, el “Altmark”.

Cuenta el capitán Dau que para cortar un poco la monotonía de las largas semanas en alta mar, uno de los oficiales hizo correr la versión de que en el “Altmark” se había recibido un mensaje del “Graf Spee” en que éste comunicaba haber apresado un buque de pasajeros inglés con toda la “troupe” de chicas de las Follies de Ziegfield y que iban a ser trasladadas todas al buque mercante alemán. La noticia corrió como un reguero de pólvora a bordo. Los oficiales jóvenes eran los más entusiastas y comenzaron a cuidar por su buena presencia. Se discutió el lugar donde se les instalaría y muchos ofrecieron sus propias cabinas como real gesto de caballeros. El médico de a bordo quiso sentar el principio que él era el único autorizado de preocuparse por la salud de las famosas coristas, opinión que fue recibida con disgusto. Nunca fue tan esperado el “Graf Spee” como en aquella oportunidad. ¡Luego de tantas semanas entre hombres, ver aparecer formas femeninas…!

Heinrich Dau cuenta así el encuentro: “De pronto aparece el “Graf Spee” en el horizonte. Se acerca a toda velocidad con su silueta clásica. Vemos que tiene un mástil con cuatro banderas. Creemos que quiere hacer señales. Pero no es así, lleva cuatro banderas inglesas al tope, cuatro banderas de los buques que ha apresado”.

Ahora sí, hace señales: traemos buena presa, dice. Nos imaginamos la alegría de los muchachos del “Altmark” porque para ellos eso no puede significar otra cosa que una buena carga de hermosas chicas. Pero hay que esperar un día más, los prisioneros están a bordo del “Huntsman”, el buque inglés apresado que ahora es conducido por oficiales alemanes. El 17 de octubre se avista al “Huntsman” para hacer frente al “Altmark”. La tripulación de este buque ha ocupado toda la borda de babor armada de prismáticos y cámaras fotográficas preparados a ver aparecer las chicas. Hay nerviosidad en la espera. De pronto, un murmullo; se acaban de divisar vestimentas multicolores… ¡no pueden ser otras que las damas norteamericanas!

Pero pronto la decepción será tremenda. Los de los vestidos multicolores no son rubias de Ziegfield sino negros grandotes e hindúes que forman parte de la tripulación de los buques ingleses…

Los prisioneros pasan todos al “Altmark”, las vituallas al “Graf Spee”. La caza de los cuatro últimos buques ingleses se había hecho en forma tan rápida que ninguno de ellos pudo denunciar la posición del corsario a través de la radio. Leamos lo que dice Sir Eugen Millington-Drake sobre este aspecto: “¿Cómo fue que los llamamos de alarma lanzados por estos barcos que deberían haber dado la posición del “Graf Spee” fallaron en sus propósitos? Fue debido en gran parte al procedimiento adoptado por el capitán Langsdorff en todos los casos: el “Graf Spee” se acercaba a su víctima en forma subrepticia de modo que casi no se le veía, a excepción de su torre de control delantera, que era similar a la de dos barcos de guerra franceses muy conocidos en aquella época: el “Strasbourg” y el “Dunquerque”. Sabiendo esto, el capitán Langsdorff izaba la bandera de Francia. Los cuatro capitanes ingleses fueron engañados y uno de ellos, Edwards, del “Trevanion”, telegrafió equivocadamente al “Graf Spee” el nombre de su barco creyendo que era una ayuda. No se percató que era corsario enemigo hasta que, estando a menos de una milla, el barco viró en redondo, izó la enseña svástica y le mando un radio: “no transmitan nada, de lo contrario haremos fuego”.

Aquí conviene citar a Sir Eugen Millington-Drake acerca del trato que Langsdorff dio a los prisioneros ingleses (incluidos negros e indios). Dice así: “Con respecto a la comida, el capitán Langsdorff había dado órdenes de que los prisioneros recibieran la misma que su tripulación (excepto la ración extra destinada sólo para las tropas que intervenían en combate); los prisioneros ingleses recibían, pues, más alimentos que la población civil en Alemania, bajo el racionamiento de guerra”.

Después de dejar al “Altmark” los prisioneros, el “Graf Spee” pone proa hacia el Océano Indico. En ese sentido, el Alto Comando alemán le había dado libertad de acción a Langsdorff.

El corsario, con rapidez sorprendente, pasa con todo atrevimiento a sólo 300 millas de la gran base británica de Durban. El plan de Langsdorff es dar dos o tres golpes en la ruta a Australia con el nombre de “Graf Spee” y luego volver de inmediato a aparecer en las costas sudamericanas como el “Admiral Scheer”.

El 15 de noviembre apresa al buque tanque inglés “África Shell”, de 800 toneladas, que iba al mando del capitán Patrick Dove. Este marino inglés escribirá tiempo después su libro “Fui prisionero del Graf Spee” sobre ese relato, el británico Michael Powell describe la escena del primer encuentro entre Langsdorff y Dove, cuando el inglés es llevado prisionero a la cabina del comandante corsario. Dove es introducido al camarote de Langsdorff: “Luego de un instante, el capitán Langsdorff se da la vuelta poniéndose de pie. Tenía rasgos fuertes y sensitivos y ojos inteligentes e imaginativos. Usaba una pequeña y elegante barba de pirata. Su porte era airoso. Parecía tener completa confianza en sí mismo. Hubo una pausa de algunos segundos mientras los dos hombres se estudiaban. Luego Langsdorff sonrió amablemente y avanzando presuroso extendió su mano. Dove tuvo que estrechársela. Langsdorff comenzó hablando en un inglés perfecto. “Cómo está, capitán —preguntó a Dove—, mi oficial de abordaje me ha informado de su protesta por la captura de su barco…”.

El capitán inglés calificará más adelante a Langsdorff de “hombre extraordinario”. Calificativo que debe tener su valor partiendo de un parco lobo de mar como era Patrick Dove.

El 26 de noviembre se realiza una nueva cita entre el “Graf Spee” y el “Altmark”. Será el mismo capitán inglés Dove quien relatará el acontecimiento: “Mis anotaciones para el día 26 de noviembre son éstas: llegó Papá Noel. Con estas palabras registré en mi diario la aparición del barco abastecedor del “Graf Spee”. Sentí vibrar al acorazado como si estuviera aminorando la marcha; luego las máquinas cesaron de funcionar. Entonces me di cuenta que, con la acostumbrada eficacia alemana, el capitán Langsdorff había concurrido a su cita con su barco abastecedor, a la hora y minutos precisos que dijera lo haría, luego de un mes de navegar a través de dos océanos. Estos dos barcos no podían comunicarse por radio para acudir a la cita ya que de hacerlo revelarían sus posiciones al enemigo. Cuando más tarde felicite al capitán Langsdorff por tal excelente hazaña de navegación, me explicó que él y su barco de abastecimiento operaban dentro de ciertos cuadros previamente establecidos de acuerdo a los días del mes, y así cada uno podía precisar, en determinado momento, dónde se hallaba operando el otro”.

Dos días antes Langsdorff ha reunido a sus oficiales y les comunica que el “Graf Spee” pondrá proa hacia la patria. Pero agrega algo que marcará el destino final del corsario. Les anuncia que cambiará de táctica, es decir, que hundirá cualquier barco que se le ponga a tiro de cañón aun a riesgo de entrar en combate.

Aquí se ve el vuelo de la figura de Langsdorff. No es un hombre que se limitará a cumplir la orden. Si él ve que puede hacer algo más, no se arredrará y buscará el gran golpe.

En esto traeremos la opinión nada menos que de sir Winston Churchill, quien en sus memorias se refiere al “Graf Spee”. Luego de explicar las actividades del otro corsario alemán, el “Deutschland”, cuyo comandante se limitó a cumplir estrictamente las órdenes del gobierno alemán, señala: “El “Graf Spee” fue más audaz e imaginativo, convirtiéndose pronto en centro de atención en el Atlántico Sur. Su método era aparecer en determinadas zonas por un breve período, reclamar una víctima y esfumarse nuevamente por las aguas del océano, que no dejan huellas. Luego de una segunda aparición más hacia el sur, por la ruta del Cabo, en la que hundiera solamente un barco, no se hallaron más vestigios de su paso por espacio de un mes, durante el cual nuestras patrullas de casa le buscaron por doquier, enviándose especial vigilancia al Océano Indico. Este fue en efecto su destino. El 15 de noviembre hundió un pequeño tanque británico en el canal de Mozambique, entre Madagascar y el Continente. Habiendo así denunciado su presencia en el Océano Indico con esta trampa, para atraer el cazador hacia esa dirección, su capitán Langsdorff, persona de gran capacidad, pronto retrocedió, y manteniéndose bien al sur del Cabo, volvió pronto a entrar al Atlántico”.

Ya estamos en el 2 de diciembre. El “Graf Spee” vive sus últimos días rumbo a la muerte. Ese día apresa al hermoso buque británico “Doric Star” de 10.000 toneladas y un día después al “Tairoa”, de 8.000 toneladas. Los dos buques pueden transmitir por radio la alarma de que son atacados.

El 7 de diciembre el corsario se encuentra por última vez con el “Altmark”. A él transborda los prisioneros del “Doric Star” y del “Tairoa”. En el “Altmark” se produce el singular hecho de que por cada tripulante alemán hay más de dos prisioneros ingleses. La tripulación del tanque es de 130 hombres y el total de prisioneros es de 303. Los capitanes y los oficiales, ingleses, 27 en total, son llevados al “Graf Spee”. Era opinión de Langsdorff que esa gente preparada debía ser trasladada a Alemania.

Pero en las Malvinas está Bobby Harwood, el comodoro que manda la flota británica que busca al corsario. Bobby Harwood es un inglés típico, calmo, de pocas palabras y, por sobre todo, inconmovible. Sólo sonríe cuando juega al golf. Conoce las aguas sudamericanas como la palma de su mano, porque gran parte de su vida se la pasó sirviendo en la zona. Harwood ha captado las señales del “Doric Star” y “Tairoa” y comienza a hacer su composición de lugar en caso de que el corsario intente atacar la vía del Plata. Y calcula bien.

Langsdorff, mientras tanto, recibe del Alto Comando de la marina alemana la certeza de que los ingleses lo andan busando por todos lados: entre el Río de la Plata y Río de Janeiro están el “Ajax”, el “Achilles”, el “Exeter” y el “Cumberland”. Enfrente, en las costas africanas el poderoso “Renown”, el portaaviones “Ark Royal”, el “Provence”, el “Bretagne”, el “Hermes”, el “Albatros”, además de tres cruceros pesados y varios destructores y submarinos. En Sudáfrica están el “Shropshire” y el “Sussex”.

Pero el “Graf Spee” sigue moviéndose en medio del mar como un muchacho camorreo que perseguido por la policía la espera en cada esquina para luego volver a desaparecer y reaparecer. Langsdorff, antes de volver a Alemania, quiere dar el gran golpe: atacar un convoy, destruir su escolta por sorpresa y luego dar cuenta de todos los mercantes.

El 7 de diciembre, el “Graf Spee” hace su última presa: el británico “Streonshalh”, de 4.000 toneladas, que lleva 5.000 toneladas de granos de la Argentina a Londres. En ese buque, los alemanes secuestran un ejemplar del “Buenos Aires Herald” que habla de la partida del gran mercante inglés “Highland Monarch". ¡Esa sí que era una presa para Langsdorff!

Con el “Streonshalh”, el “Graf Spee” llevaba 9 buques, con un total de 50.000 toneladas.

El 11 y 12 transcurren con el “Graf Spee” siempre en busca de presa. Esos días Bobby Harwood patrulla las aguas próximas al Plata. Desde que sabe de la existencia del corsario se lo ha pasado pensando en cómo hacer si de improviso se ve aparecer un acorazado de bolsillo. Estudia todos los movimientos posibles. Ha hecho maniobras en ese sentido. Y tiene tres buques muy buenos con capitanes veteranos: Bell, en el “Exeter”; Woodhouse, en el “Ajax”, y Parry, en el “Achilles”.

Amanece el 13 de diciembre. Otra vez, a la historia la hacen las casualidades. En varios días, Langsdorff no ha encontrado presa. Va creyendo que toda la navegación los aliados la hacen muy pegada a la costa. Por eso se da un día más. Si el 13 no aparece nada, pondrá proa hacía el golfo de Guinea. Bobby Harwood piensa mientras tanto que tal vez se haya equivocado en sus cálculos y que en tanto él está allí esperando atrapar al corsario, éste se encuentre a miles de millas de distancia.

Todo así hasta las 5.52 del 13 de diciembre. A esa hora, el vigía del “Graf Spee” descubre primero un delgado mástil a estribor que luego son cuatro. Se da la noticia de inmediato a Langsdorff, que ocho minutos después sabe ya que es el crucero pesado “Exeter” y ordena de inmediato ir a su encuentro a toda velocidad de sus máquinas. Al mismo tiempo se ven dos naves más. Langsdorff cree que son dos destructores y sigue impávido su marcha hacia la lucha. Está convencido que es la escolta de un convoy y que por eso tendrán misión de protección. Pero no son dos destructores, son el “Ajax” y “Achilles”. El oficial de navegación y del Estado Mayor de Operaciones, capitán Wattenberg, del “Grad Spee”, recuerda a Langsdorff en ese momento las instrucciones de evitar presentar lucha a unidades de guerra. Langsdorff contesta: “Sospecho que se trata de un convoy, las fuerzas que lo acompañan saldrán a defenderlo y entonces nos ofrecerán un buen blanco hacia donde apuntar”. Y de inmediato, el comandante ordena: “Despejen el barco para el combate”. Con paso elástico se dirigió a la cofa de trinquete, desde donde dirigirá la operación, mientras decía: “Vamos a ver lo que pasa ahora”. Era la inquietud de su genio. Le gustaba la aventura. Tenía la sangre romántica de los que les gusta, llegada la ocasión, jugarse el todo por el todo. Al ordenar el combate jugaba toda su responsabilidad y por sobre todo, su navío, el don más preciado de un marino.

Para describir el momento de iniciación del combate basta sólo citar cómo ha titulado este capítulo Sir Eugen Millington-Drake: “EL ENCUENTRO. COMO EN LOS DÍAS DE NELSON, A LA VISTA DE MASTILES AL ALBA, 290 MILLAS AL ESTE DEL RÍO DE LA PLATA”.

El “Ajax” es el primero en divisar al “Graf Spee”, recién a las 6:10, cuando los alemanes ya sabían la identidad de las tres naves. Bobby Harwood da la orden al “Exeter” de investigar. El “Exeter” responde: “Creo que se trata de un acorazado de bolsillo”. Esto era a las 6:16. Harwood entonces hace izar la bandera N, un triángulo amarillo rematado por la lengüeta azul: enemigo a la vista.

A las 6:17, el “Graf Spee” rompe el fuego con sus poderosos cañones de 11 pulgadas sobre el “Exeter”. Langsdorff cree que el “Exeter” emprenderá la retirada para quedar fuera de tiro. Pero Bobby Harwood, flemáticamente comunica al “Exeter” que siga su rumbo y de aproxime al corsario.

Langsdorff no ha querido ir al puente blindado donde estaría totalmente protegido. No, va a la cofa del trinquete donde quedará a cara descubierta, sin ninguna protección, pero él dice que desde allí ve mejor el movimiento de los tres buques. Las secas andanadas de los poderosos cañones del “Graf Spee” cubren al “Exeter”. La tercera salva estalla en medio del crucero inglés matando a la tripulación del tubo de estribor, destruye pasillos internos, los dos aviones y los reflectores. El “Exeter” comienza su fuego sin disminuir la velocidad. Son las 6:24. La batalla alcanza su culminación. El “Exeter” dispara 8 salvas pero el “Graf Spee” le contesta con una precisión increíble inutilizándole la torre, barriendo el puente y matando a todos los tripulantes que están allí menos el capitán Bell. La timonera queda bloqueada. El capitán Bell queda incomunicado pero no se inmuta. Si Bobby Harwood le ordena seguir adelante él seguirá mientras las máquinas caminen. No puede comunicarse por medio del telégrafo interno y entonces con toda tranquilidad organiza una cadena humana de mensajeros que van gritándose con voces roncas las órdenes de su impasible capitán.

Las salvas atruenan el mar. Hombres rubios que juegan con la muerte. Si no estuviera presente la muerte sería un hermoso juego de destreza. Y a pesar de la muerte, es nada más que un juego. Porque si fuera en serio tendríamos que pensar qué cosa más irracional es enfrentarse en medio del mar, allí alejados de sus patrias a miles de millas.

¿Por quién tomar partido? ¿Por ese pequeño gran acorazado, de hermosas líneas, orgullo del ingenio humano? ¿O por esas tres unidades veloces impregnadas del clásico estilo inglés en el mar que se mueven como si estuvieran seguras de la victoria, como si no contaran las andanadas del león enjaulado? ¿Por quién jugar las simpatías? ¿Por ese capitán germano que parece una figura salida de la imaginación febril de los adolescentes luego de leer a Julio Verne, a Salgari, a Melvilla? ¿O por ese Bobby Harwood impasible, sereno, para quien las andanadas son nada más que corners en contra en un partido que ganará en tiempo suplementario? Porque Bobby Harwood ve desangrarse al “Exeter”, lo ve despedazado, lo ve gemir y vibrar como si estuviera por hundirse para siempre, y sin embargo lo deja allí para preocuparse de envolver al alemán con sus naves ligeras.

El “Exeter” está descalabrado. Su capitán Bell, herido en las piernas, pero, en medio del combate, hace pasar la orden a la cadena humana que lleva sus comunicaciones: “Una silla para el capitán Bell”. Y le suben una silla. Ordena disparar torpedos contra el “Graf Spee”. Y el corsario elude con maniobras matemáticas. A cada momento parece que toca el agua con los mástiles. Es el mismo Hans Langsdorff que comanda el timón.

Mientras trata de liquidar al “Exeter”, el “Graf Spee” tiene prendidos a los garrones a las dos unidades de Harwood que no le dan tregua. Los disparos del “Achilles” y el “Exeter” llegan al “Graf Spee”. Harwood, como buen deportista, cree en la suerte. Y la suerte está de parte de él. Porque un match de fútbol, la pelota, por cuestión de milímetros, puede pegar en el travesaño y entrar al arco, o desviarse.

Es lo que le pasa a sus andanadas. Allí está el capitán corsario en medio de la cofa del trinquete del “Graf Spee”, todo de blanco, con su barba de pirata. Y las esquinas de una granada, por milímetros, lo alcanzan en el hombro. Langsdorff no pestañea. Vienen más esquirlas que le penetran dolorosamente en el brazo. Sigue impasible. Pero empieza a sangrar profusamente. Sólo permite que lo venden superficialmente. Hasta que la explosión de una granada lo derriba al suelo. Hans Langsdorff cae y pierde el conocimiento. Reina el desconcierto, hasta que el primer oficial de comando toma el mando.

Son minutos decisivos. Langsdorff se recupera. Está mareado. Por unos minutos tiene blanco el cerebro. El “Graf Spee” se paraliza por momentos. Harwood, desde su lugar protegido, sigue impertérrito su plan. Ordena que sea lanzado al aire el avión del “Ajax”.

Son las 6:37 de la mañana. De pronto, la sorpresa. El corsario vira a babor y comienza a lanzar una humareda negra. Es el artilugio para ganar tiempo. Harwood empieza a sonreír como cuando juega golf. Sigue dándole duro. Pero el “Graf Spee” se mueve como un bailarín en el mar, hace unos zig-zags increíbles.

¿Pero por qué esa indecisión del “Graf Spee”, si ya tiene al “Exeter” liquidado? De haber golpeado una vez más a la nave más grande de Harwood y luego lanzado unas cuantas salvas de las 11 pulgadas, la batalla estaba decidida. Pero esa indecisión de Langsdorff, los historiadores y los testigos la atribuirán a la pérdida de conocimiento que tuvo al recibir el impacto de una granada. Al recuperar el sentido, ya Langsdorff no era el mismo. Dio la impresión de querer ganar tiempo como para recapitular todo lo sucedido y volver a empezar.

Al crucero “Exeter” le queda una sola batería que sigue disparando. He aquí la descripción del oficial del “Exeter” William Johns, como pantallazo de la batalla: “Fue mientras disparábamos desde el control local que, estando en el centro de la posición, entre dos cañones, podíamos ver al “Grad Spee” justo frente a nosotros, enarbolando lo que me pareció la bandera más grande que viera en mi vida, la svástica alemana. Tenía un aspecto maligno y eficiente, y mientras nos disparábamos mutuamente, se le veía claramente recortado contra el agua azul en esa hermosa mañana de sol”.

Mientras tanto, en el interior del “Graf Spee” hay 27 oficiales británicos prisioneros y todos los hombres del “Streonshalh”. El oficial radiotelegrafista del “Huntsman”, B. Mc. Corry relata cómo pudieron enterarse del curso de la batalla: “El capitán Dove, uno de los capitanes más conocidos entre los prisioneros, y yo éramos altos y podíamos ver a través de los dos agujeros que había en la puerta de nuestro cuarto. Pasábamos a nuestros camaradas de a bordo un comentario continuado de las actividades de los alemanes imitando el antiguo estilo de los comentaristas de los partidos de fútbol de la B. B. C. de Londres”.

A las 7:10, el “Graf Spee” desatiende el “Exeter” y ataca al “Ajax” y al “Achilles”. Tres andanadas de 11 pulgadas barren la borda del “Ajax”, pero los ingleses aciertan en el centro del “Graf Spee”. El “Exeter” sigue atacando con sólo un cañón. El “Graf Spee” vuelve a dirigir sus cañones contre él y sólo puede enfrentar con cuatro cañones a los 16 de los cruceros ligeros ingleses. Una granada de 6 pulgadas da debajo de donde está Langsdorff y mata a dos marineros y corta las dos piernas del teniente Grigat. El “Graf Spee” da con toda fuerza pero también recibe las dentelladas de los ingleses que no le dan tregua.

Aquí llega otro momento en que la suerte juega su parte. Bobby Harwood con el “Exeter” casi mortalmente herido y con el “Ajax” bastante maltrecho ordena interrumpir la acción y retirarse. De seguir así, el “Graf Spee” hubiera terminado con ellos. Y Harwood ha cumplido con su misión: herir al corsario y luego, con sus naves ligeras. Seguir hostigándolo desde lejos y avisar su paradero a otras fuerzas.

El “Graf Spee” no hace ninguna tentativa de perseguir a los británicos para darles el mazazo final. Al contrario, sorprendentemente se cubre de humo artificial y pone rumbo al Río de la Plata.

Harwood está sorprendido. Ordena de inmediato seguir desde lejos con el “Ajax” y el “Achilles”. El “Exeter” se está inundando y ya no puede hacer uso de ningún cañón, pero puede realizar hasta una velocidad de 18 nudos. Harwood le manda regresar a Malvinas mientras ordena al poderoso “Cumberland”, que está en Puerto Stanley, que salga en dirección al Río de la Plata.

¿Qué ha pasado mientras tanto en el corsario? Aprovechando la tregua de la retirada de los británicos Langsdorff inspecciona los daños. Las cocinas, el destilador de agua potable y los separadores de petróleo no funcionan. Además el boquete del casco le impedirá —según Langsdorff— huir a alta velocidad, sortear las escuadras enemigas y llegar a Alemania. Es un trayecto demasiado largo y no puede dar ventajas. El no sólo piensa en cómo salir del paso en la batalla que está desarrollándose sino que piensa en el futuro. Por eso toma una determinación que sorprende a sus oficiales: entrar en Montevideo, reparar rápidamente las averías y salir abriéndose paso a cañonazos.

Pero si la batalla naval —vista en pérdidas— la había ganado en su primer acto, Langsdorff perdería la batalla diplomática. Meterse en ese momento en Montevideo era lo mismo que meterse en Inglaterra. Porque allí había un verdadero mariscal de la diplomacia que se llamaba Sir Eugen Millington-Drake, y un canciller uruguayo llamado Guani…

En la batalla, el “Graf Spee” ha perdido al oficial Grigat, que murió sin anestesia, preguntando cómo iba la batalla, y 35 marineros. Además lleva 60 heridos. El “Exeter” ha perdido 61 hombres: 5 oficiales y 56 tripulantes; el “Achilles”, 4 tripulantes; y el “Ajax” 7 tripulantes. En total, de ambos lados, 108 hombres muertos.

En el intervalo se procede a ordenar los buques y operar a los heridos; la mayoría de los cuales tienen que ser intervenidos sin anestesia. A medida que transcurre el día, Bobby Harwood no puede reprimir su sorpresa al ver que el “Graf Spee” se está metiendo en el Río de la Plata. A unos veinte kilómetros de distancia los siguen implacablemente los dos cruceros livianos ingleses. A las 18:15, muy cerca de Punta del Este, el alemán dispara dos salvas contra el “Ajax”, que tendió una cortina de humo y contesta con cinco andanadas. Frente a Piriápolis, el “Graf Spee” sigue sus andanadas, esta vez contra el “Achilles”, para mantenerlo a distancia. El “Achilles” contesta una por una. La última andanada del “Graf Spee” fue a las 21:43, más afuera de playa Atlántida.

Los fogonazos se ven desde Montevideo. Veamos lo que dice el teniente de artillería del “Achilles” R. Washbourn sobre aquellos instantes: “A la puesto del sol nos deslizamos al abrigo de la costa y pasamos entre la isla de Lobos y la tierra firme. El “Graf Spee” se veía magníficamente perfilado contra el cielo, todavía luminoso después de la puesta del sol, mientras nosotros debíamos estar casi invisibles. Fue una tentación tremenda. Estábamos justamente por fuera del límite de tres millas que nosotros reconocemos, pero dentro de las aguas territoriales reclamadas. Poco después de la puesta del sol, a 22.000 yardas, el “Graf Spee” nos dio la excusa que esperábamos y con júbilo musité de nuevo DISPAREN, por el micrófono. Hubo justo tiempo para cinco liadísimas andanadas antes de que las cosas se nos volvieran demasiado bravas y luego viramos otra vez bajo cortina de humo. La puntería de los alemanes es maravillosa, considerando el pésimo blanco que presentábamos. Supongo que usan telemetría enfocando nuestros fogonazos”.

A las 22:50 el “Graf Spee” entra al puerto de Montevideo sin necesidad de prácticos, por sus propios medios sorprendiendo a las autoridades navales uruguayas que esperaban un previo aviso.

Por todos lados, en el “Graf Spee” se huele a “fuego, sangre y acero”, un olor “que nunca más abandonó al corsario”. La frase no es nuestra. Es del oficial de artillería del “Graf Spee”, Federico Guillermo Rasenack, una figura que queremos reservar para la segunda parte de esta historia, pero a quien podemos definir como el Ulrico Schmidel de la batalla del Río de la Plata. Rasenack será el hombre que llevará día por día un diario de la vida a bordo y de los acontecimientos vividos por el corsario. Lo hace humildemente, llevado por su talento de periodista vocacional.

“Por hoy no hay más guerra para nosotros”: es la inconfundible voz de Langsdorff por el micrófono que incita a ir a dormir a todos sus hombres antes de llegar a Montevideo. El mismo no dormirá por unos cuantos días. Tendrá tiempo después.

En Montevideo y en Buenos Aires habían llegado ya las primeras noticias del combate a mediodía del mismo día 13. Desde ese momento nadie se separó de las radios. En los cafés de las avenidas de Mayo y 18 de Julio no se habló de otra cosa ese día. A la tarde llegó la noticia que el acorazado alemán había hundido al “Exeter”. Luego, la persecución del “Graf Spee”. Alegría alternada en “fuelles” y “pinchafuelles”.

Cuando el “Graf Spee” llegó a Montevideo, los primeros en subir son las autoridades portuarias uruguayas para inquirir por qué el buque alemán había entrado al puerto a tanta velocidad, sin luces y sin práctico a bordo. Fueron conducidos a la cabina de Langsdorff. A los pocos minutos entró el comandante alemán con manchas de sangre en la cabeza, mientras un enfermero trataba de terminar de vendarle un brazo que también había sufrido una herida. Al mismo tiempo, los uruguayos le ofrecieron desembarcar los heridos para que fueran mejor atendidos, claro está bajo el status de su internación. Langsdorff agradeció pero sólo permitió bajar a un herido gravísimo que tenía quemaduras en la cara y en el cuerpo y que falleció horas después.

Durante toda la madrugada, Langsdorff conferencia con el ministro plenipotenciario alemán. Otto Langmann. Este le dio a entender que se había equivocado al creer que Montevideo era un puerto neutral y que tratara de no quedarse más de 48 horas. Pero Langsdorff necesitaba más tiempo para las reparaciones y para especular con el posible llamado de submarinos alemanes al estuario del Plata.

Al amanecer, Langsdorff hace saber a los oficiales mercantes prisioneros que dentro de algunas horas quedarán en libertad. El capitán Dove, el ex capitán del “África Shell”, pide verlo para despedirse. A pesar de toda la actividad que Langsdorff tiene que desplegar en esas horas lo recibe por unos minutos. Michael Powell, sobre la base de datos de Dove reconstruyó el diálogo. Dove dice así:

Langsdorff tenía heridas en la cara, producidas por esquirlas y se había afeitado el bigote y la barba. Tenía el brazo derecho en cabestrillo. Pero aunque su confianza y jovialidad le habían abandonado, su cortesía de caballero y amabilidad permanecían inmutables. No había amargura en su tono cuando me saludó:

—Ah, capitán —dijo sacudiendo la cabeza— lamento de veras que ustedes hayan tenido que estar metidos en lo de ayer; me alegro que ninguno de ustedes esté herido.

—Pero usted sí está herido, capitán —le respondí.

—No, sólo un poco…

—Pero, ¿no estaba a cubierto? —le pregunté.

—Era imposible —me explicó—, tenía tres buques británicos que vigilar y no podía perder de vista a ninguno de ellos.

En seguida me expresó su gran admiración por los hombres del “Exeter”.

—Fueron magníficos, espléndidos luchadores. Con mis disparos puse fuera de acción sus cañones delanteros. Les aplasté el puente. Pero volvieron a pelearme con sólo un cañón. Mucho después que creí haberles dejado fuera de combate, volvieron a atacarme. Cuando se pelea con bravos como ésos no se puede sentir ninguna enemistad, solamente se quiere estrecharles las manos. Ustedes los ingleses son duros; no saben cuándo están derrotados. ¡El “Exeter” estaba derrotado pero no quiso saberlo!

Luego extendió su mano derecha, herida como estaba, para estrechar la mía.

Más adelante —como si ya se hubiera enterado en las pocas horas que se encontraba en tierra uruguaya— dijo: “Este no es un puerto amistoso para Alemania”.

Por último dice Dove: “Langsdorff me entregó dos cintas de gorras que habían pertenecido a dos de sus marineros muertos en la batalla:

—Me agradaría que usted y el capitán Pottinger (del “Ashlea”) las conserven —finalizó gravemente”.

Mientras Langsdorff esperaba la resolución del gobierno uruguayo e iniciaba las reparaciones por sus propios medios, un hombre singular no perdía el tiempo. Ya al salir el sol había estado en el puerto a prudencial distancia mirando al “Graf Spee”. Era un hombre alto, de porte distinguido y una sonrisa permanente dibujada en la comisura de los labios. Era Sir Eugen Millington-Drake. Además de inglés es diplomático. Esa sola frase bastaría para describirlo. Es un hombre conocido en todos los círculos uruguayos: culturales, deportivos y políticos. Juega el tenis, va a presenciar partidos de fútbol —sintetiza lo imposible: es “hincha” a la vez de Peñarol y Nacional—, da conferencias, y practica un método que lo ha llevado a ganar muchas simpatías inglesas y uruguayas en actos públicos. Además, es gran amigo de los ministros uruguayos, especialmente de Guani, el canciller.

En su visita a Guani ese día Millington-Drake le recuerda la convención de La Haya, en la que un buque de guerra no puede reparar averías salvo aquellas que no le permitan su perfecta navegabilidad. Inglaterra desea que no se le dé plazo alguno al “Admiral Graf Spee”.

Mientras tanto, Langsdorff tiene la evidencia de que se ha metido en una ratonera. El único astillero uruguayo, Regusci y Voulminot, se rehúsa terminantemente a tratar con los alemanes. Además le hacen saber que las organizaciones obreras uruguayas negarán permiso a los obreros para reparar el “acorazado nazi”.

El examen de las averías llevó al ingeniero jefe del “Graf Spee” a calcular en 14 días el tiempo necesario para repararlas. De inmediato la legación alemana en Montevideo puso el pedido en manos de Guani. Pero éste respondió con un subterfugio: el gobierno uruguayo debía por sí mismo asegurarse de ello e inspeccionar las averías. Dilema para Langsdorff: ¿quién le aseguraba que el informe uruguayo no iba a ser conocido después por el enemigo? Pero decide aceptar, no tenía otra salida. A las 19 se presentan los inspectores uruguayos quienes luego de revisar las averías contestan con evasivas las preguntas de los oficiales alemanes de cuánto calculaban el tiempo que a su criterio necesitaban para la reparación.

Esa misma tarde, el ministro alemán y Langsdorff piden una entrevista a Guani. En el momento en que entran, por otra puerta sale con paso elástico Sir Eugen Millington-Drake. Guani los recibe con sonrisa engolada. Es gordo, de ojos pequeños y movedizos. Los invita a sentarse. Langsdorf agradece pero queda de pie. Su uniforme blanco, su rostro quemado por el sol y la sal, su mirada que lleva ya un atisbo de la tragedia contrastan con la figura y los gestos de cortesía de salón del canciller Guani. Langsdorff no entiende cuando, a su pedido de largo plazo para reparar las “serias averías”, Guani —con toda socarronería y picardía rioplatense— hace un gesto de falsa sorpresa y le contesta: “¿Cómo, sí en Berlín el parte oficial de ustedes dice que el Graf Spee sólo recibió impactos menores?

Al abandonar el despacho de Guani, Langsdorff está convencido de que con ese hombre no va a poder obtener nada. Por eso, cuando llega al buque, reúne a todos los oficiales y con gran optimismo les propone un plan: romper el bloqueo por la noche y tomar el canal hacia Buenos Aires. Sabe que en la Argentina hay simpatías por Alemania y que el propio ministro de Marina, el almirante León Scasso, es partidario del Eje.

En el momento en que se realiza la conversación con los oficiales, llega al estuario del Río de la Plata el poderoso crucero pesado “Cumberland” de 10.000 toneladas, en un viaje directo desde las Malvinas. Bobby Harwood, desde el “Ajax” lo recibe con un “Muy complacido de verlos”.

Esa noche, Langsdorff no resuelve nada. El día siguiente —el segundo de su estada en Montevideo— ocurre un hecho significativo. Se presenta en la cancillería uruguaya Sir Eugen Millington-Drake para solicitar algo totalmente contrario a lo que había pedido el día anterior: que no se permita la salida del “Graf Spee” del puerto de Montevideo.

Es que el diplomático inglés había recibido desde Londres la orden de tratar de retener al corsario alemán en puesto hasta el martes siguiente, porque ese día precisamente llegarían al estuario del Plata el portaviones “Ark Royal” y el acorazado “Renown”.

Millington-Drake se vale de una argucia: la Ley Internacional establece que ningún buque de guerra puede abandonar puerto neutral si antes lo ha hecho mercante enemigo; sólo podrá hacerlo 24 horas después. De inmediato hace partir al mercante inglés “Asworth”. El diplomático inglés entrega a Guani la nota respectiva. El mismo Millington-Drake cuenta en su libro la escena: “El Dr. Guani leyó la nota con expresión confundida y luego dijo con una sonrisa algo sarcástica: “Seguramente éste es un cambio de su nota de ayer”. A lo que le repliqué: Sólo un cambio de táctica, señor ministro””.

Mientras ocurría esto, el comandante Langsdorff despedía a sus 37 caídos.

Una multitud inmensa acompañaba el cortejo al cementerio del Norte. No sólo está allí la colonia alemana sino miles de uruguayos y, también, los prisioneros ingleses que acaban de ser liberados. ¡Qué rasgo! Allí estaban los ingleses y depositaron una corona: “A los bravos hombres del mar, de sus camaradas del Servicio Mercante Británico”. Es que unos y otros pertenecían a una misma raza: la de los bravos.

Langsdorff, cuando llego a bordo, tendrá una mala noticia. Él la presiente, no está hecho para el papeleo, la burocracia, las vueltas y amagos de la política. El gobierno uruguayo ha suscripto un decreto por el cual se le dan 72 horas a la nave para dejar Montevideo.

Sir Eugen Millington-Drake escribe 25 años después sobre esta decisión: “Los oficiales técnicos alemanes declararon que las reparaciones no podrían ser hechas en menos de catorce días mientras que los técnicos uruguayos, evidentemente influidos por presión de carácter político, confirmaron que 72 horas serían suficientes, de acuerdo a las reglas de la Ley Internacional. La verdad estaba a mitad de camino entre los dos…

Es ese mismo Sir Eugen que ha dispuesto las cosas de tal manera que apenas el “Graf Spee” prenda sus máquinas ya lo sabrá Bobby Harwood. Desde todos los barcos de Montevideo espían al corsario herido, y alrededor de éste se trabaja día y noche, sus propios tripulantes tratan de reparar desesperadamente las averías. Pero el “Graf Spee” está irremisiblemente acorralado. De las dos disyuntivas, una es peor que la otra: si se queda más días más naves británicas lo esperarán; si sale enseguida, tendrá que hacerlo sin cocinas, sin agua potable, y con agujeros en el casco que no serán perdonados por las tormentas del Atlántico Norte.

Además, Hans Langsdorff tiene un terrible secreto: le quedan municiones de 11 pulgadas solamente para media hora de combate.

Langsdorff no espera más. Comunica tres puntos al Alto Mando Naval alemán a través de cables cifrados de la Legación:

  1. El “Renown” y el “Ark Royal”, lo mismo que cruceros y destroyers, cerca de Montevideo. Cerrado bloqueo nocturno. Ninguna perspectiva de romperlo y salir más afuera para conseguir llegar a la Patria.
  2. Intento llegar al límite de las aguas neutrales. Si puedo luchar para abrirme camino a Buenos Aires con las municiones que me quedan todavía, lo intentaré.
  3. Como de la salida forzada podría resultar la destrucción del “Spee” sin la posibilidad de causar avería al enemigo, solicito instrucciones para saber si hundo al barco (pese a la escasa profundidad del estuario del Río de la Plata) o me someto a la internación”.

Enviado el mensaje, Langsdorff espera. Todavía tiene tiempo de visitar al ministro de Defensa uruguayo, el general Campos reconocido aliadófilo, para agradecer el haber permitido el desembarco de marinos alemanes para concurrir a las exequias de sus compañeros muertos en la batalla. Sobre esta entrevista, el general uruguayo escribió unas líneas que son significativas. Dice Campos: “El capitán Langsdorff era un oficial brillante y joven aún (apenas tendría 45 años), de porte distinguido, que habla francés, en cuyo lenguaje nos entendemos sin dificultad. Lucía muy bien en su uniforme blanco aunque estaba pálido y demacrado. Era refinado al hablar y sus modales eran corteses y respetuosos, lo que denotaba la educación esmerada de un caballero de cuna. Tenía medallas, incluyendo la Cruz de Hierro, que atestiguaban su excelente foja de servicios, ya que era considerado como uno de los mejores oficiales de la armada alemana. Era un oficial de una “élite” y se comportó como tal en los breves momentos que duró nuestra entrevista. Estaba conmovido y aunque amable, fue parco en palabras y gestos”.

La respuesta de Alemania es: “La posición uruguaya es totalmente incomprensible teniendo en cuenta las condiciones y la posición legal del “Spee”. Y exigía del ministro alemán que tratara de obtener más plazo. Pero no hay nada que hacer. Todo el gobierno uruguayo es absoluta y totalmente aliadófilo. Y así lo comunica el ministro alemán en Montevideo.

Llegamos al sábado 16 de diciembre. Desde la mañana se llena el puerto de Montevideo. El público no separa los ojos del corsario. Las alternativas son transmitidas por radio, como un partido de fútbol. También hay una transmisión en inglés. Bobby Harwood, con sólo encender el radio está enterado de los mínimos detalles del movimiento exterior del “Graf Spee”.

La suerte del acorazado de bolsillo se está resolviendo, mientras tanto, en una reunión del Alto Comando Naval alemán. El Gran Almirante (Grossadmiral) Raeder escucha el informe de los peritos. Y decide que se le dé amplia libertad de acción al comandante Langsdorff. El es quien tiene que resolver y no los hombres que están sentados alrededor de una mesa. A las 13 horas, Raeder visita a Hitler; en la entrevista está el brigadier general Jodl, jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht (ahorcado en Nuremberg en 1946). Hitler escucha en silencio y aprueba la decisión de Raeder de dar libertad de acción a Langsdorff, con la sola excepción de no permitir ser internado en Uruguay. Todos los documentos estudiados por los ingleses y los alemanes y los testigos desmienten terminantemente la versión aparecida en aquellos días en los diarios “Crítica” y “Noticias Gráficas” de Buenos Aires y los diarios uruguayos de que Hitler había ordenado telefónicamente a Langsdorff destruir al buque sin combatir. Langsdorff jamás habló telefónicamente desde Montevideo con Alemania. Recibida la contestación de Alemania, el ministro Langmann visitó a Guani para pedir por su intermedio una entrevista con el presidente uruguayo.

Pero Guani, con su característica sonrisa engolada, le contestó que daría trámite al pedido de entrevista siempre que Langsdorff reconociera y aceptara el plazo de 72 horas para abandonar aguas uruguayas. A raíz de esa respuesta se produjo un incidente verbal entre el diplomático alemán y Guani. Pero mientras esto ocurría, Sir Eugen Millington-Drake seguía actuando. Había concurrido a denunciar que en acción secreta, 11 obreros alemanes de Buenos Aires acababan de subir a bordo del “Graf Spee” con un motor y planchas de acero. Y pedía la inmediata internación del “Graf Spee” por flagrante contravención de la neutralidad uruguaya. Al mismo tiempo, Sir Eugen entregaba a Guani la hora de partida de otro buque inglés, el “Dunster Grange” por lo que le solicitaba que no permitiera la salida del “Graf Spee” por otras 24 horas. En un cable que Sir Eugen mandó inmediatamente después al Foreign Office y que reproduce en su libro, deja todo en claro de cómo Guani actuaba “con neutralidad”. Este es el texto del cable enviado el 16 de diciembre a las 9:30: “Telegrama 165, urgente: El Dr. Guani está más calmo y amistoso. Me informó que en el curso de su entrevista con el ministro alemán este último le había hecho responsable personalmente por cualquier consecuencia de la negativa de extender el plazo para las reparaciones. En vista del casi inerme estado del Uruguay, el asunto era grave. El hizo una apelación a las naciones más grandes del continente americano y había encontrado total simpatía y ofertas de ayuda. Además me pidió que persuadiera al Gobierno de Su Majestad para que no lo presionara tanto, pues parecía que estaba a punto de alinear a todas las naciones del continente americano contra Alemania. Por último, me informan que el capitán Langsdorff piensa aprovechar la bruma de la madrugada y zarpar mañana domingo, entre las 3 y las 5”.

Luego de la entrevista fallida entre Langmann y Guani, Langsdorff no espera más. Elabora su plan hasta el último detalle. Todo lo hace en la legación alemana. Llega al barco a las 2 de la madrugada del domingo. Sus fieles oficiales lo están esperando. Langsdorff los reúne en su cabina y sólo dice cuatro palabras: “Das Schiff wird gesprengt”. El barco será volado.

Comienza entonces una labor de precisión. Todo tiene que ser destruido pero nadie del exterior debe sospechar nada. Esa madrugada, mientras todos trabajan en el desarme, los ingleses esperan que parta de un momento a otro. Nadie duerme. Ni adentro ni afuera del “Graf Spee”. La transmisión por radio sigue toda la noche porque para todos es el “ahora o nunca”. Es la última noche que le queda al corsario para poder huir. Porque si no lo hace, a las 20 del domingo será internado por las fuerzas uruguayas. Pero el “Graf Spee” no sale. Amanece y el corsario está allí. ¿Por qué no ha aprovechado la última noche?

Amanece el domingo, y el corsario sigue allí. Toda la mañana habrá febril trabajo. Luego hay unos movimientos raros. Al “Graf Spee” se aproxima el mercante alemán “Tacoma” que ancla muy cerca. Sobre la borda de ambos buques se extienden lonas de manera que es imposible ver lo que ocurre. Sir Eugen es informado de inmediato y corre al Ministerio de Relaciones Exteriores para exigir que se interne al “Tacoma” por auxiliar al corsario. Pero Guani no se atreve. Hay nerviosidad. ¿Después de todo qué pueden hacer si el “Graf Spee” se resiste? Guani convoca a reuniones pero de ahí no pasa. Comunica al “Graf Spee” que no podrá partir hasta las 18 porque recién a esa hora se cumplirán las 24 de la partida del mercante inglés “Dunster Grange”. Langsdorff le contesta lacónicamente que partirá a las 18:15. Gran alboroto cuando se recibe la comunicación. Además de preparar todo el plan, Langsdorff ha pasado redactando un documento en el cual dice su parecer sobre la posición de Uruguay. Al zarpar lo envía a través de la legación alemana a Guani. Pero Guani se rehúsa a recibirlo. La carta se dará luego a publicidad. Llama la atención la versación jurídica de Langsdorff con respecto a la aplicación de la Ley Internacional y de casos análogos al “Graf Spee”. Remata la nota diciendo que la actitud del gobierno uruguayo no consulta los sentimientos verdaderos del pueblo oriental.

Son las 18. Ha llegado el momento. El corsario ya sale a buscar la muerte. Dejemos que un historiador inglés, Dudley Pope, testigo del drama, nos relate esos momentos: “El buque de guerra alemán se había convertido en el centro de la atención mundial; docenas de cronistas y locutores de diversas nacionalidades se habían congregado en Montevideo, durante los últimos tres días, y varias estaciones de radio transmitían sus comentarios directamente, los que, como es natural, se escucharon a bordo de los cruceros británicos. Para los montevideanos el domingo prometía ser un día dramático, en tanto la multitud se agolpaba en los sitios más estratégicos. A las 18, un gran pabellón nazi fue enarbolado en el palo del trinquete del “Graf Spee” seguido de otra bandera en el palo mayor, mientras una de sus anclas se levaba lentamente. La segunda amarra se levantó del lecho del río con sordo rumor de aguas, y casi imperceptiblemente, el corsario de bolsillo comenzó a moverse. Para la multitud, el ‘Graf Spee’ parecía una visión majestuosa, ya que sin la ayuda de remolcadores, Langsdorff lo hizo maniobrar hasta poner proa al mar. Luego aumentó la velocidad; y con el pabellón nazi flameando al viento, el ‘Graf Spee’ salió por la escollera, en su último viaje. Quince minutos más tarde, el ‘Tacoma’ zarpaba siguiendo la misma ruta”.

La multitud —continúa Pope— que ahora llegaba a un tercio de millón, se mantenía silenciosa parada en los muelles, embarcaderos, escolleras, y a lo largo de la costa, mientras el acorazado salía por la escollera hacia el canal, rumbo al sudeste. Todavía se veía como una poderosa máquina de combate y muchos pensaron que entraría en acción y que el rumor de su autohundimiento era sólo un ardid para despistar a los británicos. De pronto vieron que cambiaba de curso. Viró a estribor hasta quedar apuntando hacia el oeste, hacia el ocaso. ¡Se iba a Buenos Aires! Navegaban hacia el pontón Recalada, marcación del canal de entrada a Buenos Aires, pero no había ido lejos por esta nueva ruta cuando aminoró la marcha y paró. Pero pocas personas entre la vasta multitud se dieron cuenta que el “Graf Spee” llevaba la tripulación estrictamente necesaria, y ni aún nuestro Servicio de Inteligencia británico se percató que se componía de un mínimo de 43 hombres”.

En efecto. Durante todo el día, la tripulación había sido transportada al “Tacoma”. Y Langsdorff había previsto todo: desde Buenos Aires vinieron dos remolcadores y una chata, de bandera argentina.

Ahora está allí, en medio del río, con 43 hombres y su capitán. El oficial alemán Wattenberg cuenta así los últimos instantes: “No puedo ni deseo decir mucho del último viaje de nuestro hermoso barco. Todos nos encontrábamos en nuestros puestos, solos, con nuestros pensamientos. Tampoco nuestro Capitán dijo mucho. Luego de anclar se puso en marcha el reloj de tiempo para encender las cargas… 20 minutos de intervalo para que los marineros y los técnicos del ‘Kommando’ tuvieran suficiente tiempo para subir a una lancha y dirigirse al ‘Tacoma’. A último momento, los cinco oficiales nos reunimos con nuestro Capitán en el alcázar, se arriaron la bandera y el pabellón y luego subimos a la lancha que esperaba al costado del barco”.

Otro oficial alemán presente, Hans Gota, describía así esos momentos decisivos: “la alarma suena a bordo por última vez. Se han colocado seis cabezas de torpedos en distintas partes del barco y seis hombres, con temple de acero, han conectado los acumuladores al reloj de tiempo para que funcionen a las 8 menos veinte. Estos hombres, con sus sacos de provisiones, sus salvavidas y sus pistolas en el bolsillo, salieron con determinación del cuarto de máquinas y de las torres de proa y de popa a la cubierta superior. El capitán Langsdorff los contó: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, suban al bote (él fue el último) y adelante, rumbo a Buenos Aires.

El buque corsario ya está solo. Los últimos destellos del sol caen sobre el Río de la Plata. Son los hermosos ocasos de nuestra latitud, hermosos pero con esa tristeza muy propia de la pampa que se traslada a las aguas marrones del Plata. El hormiguero humano de los muelles está en silencio. No se oye ni el lejano ruido de los tranvías. De pronto, una tremenda columna de humo envuelve al navío y se eleva a más de 300 metros de altura; luego comienzan a levarse luces de todos los destellos. Las llamaradas y las explosiones se suceden en cadena. Se ven dos cañones de once pulgadas lanzados al aire como si fueran escarbadientes.

La multitud queda atónita. La expresión es igual en todos los rostros: la boca semiabierta, la mandíbula colgando, los ojos vidriosos. Así, esa inmensa masa mira el holocausto del último corsario. Hasta que por allí alguien rompe a llorar y muchos comienzan a desahogarse. Se origina entonces un murmullo, como un rugido, la gente quiere balbucear algo. Algunos gritan. ¿Contra quién? Contra nadie ni a favor de nadie. Es un hecho inexplicable. Los seres que están allí viendo el fin de la nave sufren, les duele el hecho. Para ellos, la nave no tiene nacionalidad. Es tal vez el marco romántico que ha rodeado a ese buque fantasma que emergió del medio del mar para presentarse una madrugada en Montevideo.

Luego, casi de improviso, la multitud comenzó a dispersarse con rapidez, como si la hubiera invadido un sentimiento apocalíptico, como si el sol se hubiera oscurecido de repente. O tal vez sólo era un sentimiento de vergüenza, de amargura o de desilusión por algo inexplicable.

Pero el capitán Langsdorff no tenía tiempo de condolerse por la pérdida de su barco. Ahora debe ganar su última batalla para lo cual debe obrar con celeridad. Los dos remolcadores argentinos “Coloso” y “Gigante” y la chata “Chiriguana” de la misma bandera, aguardan al lado del “Tacoma”. De inmediato la tripulación del “Graf Spee” que está en el “Tacoma” empieza a bajar por las escalas de gato hacia ellos. He aquí el relato de Rasenack:

Nos recuerda un asalto a un castillo de la Edad Media, al revés. Al Sr. Millington-Drake le fallaron sus cálculos, pues no había contado con esto y ahora juega su última carta. Ha movilizado a todos los remolcadores de Montevideo. Vienen hacia nosotros a toda máquina y llegan en el momento preciso en que le último tripulante baja del “Tacoma”. Los remolcadores uruguayos tratan de encerrar a los remolcadores argentinos poniéndose de lado para obligarlos a entrar en Montevideo. Hay una corta lucha. Cada vez que intentan lanzarnos un cabo, nosotros lo rechazamos y empujamos a los remolcadores uruguayos a un lado. Los uruguayos pronto abandonaran el ataque y vuelven a Montevideo”.

Pero los uruguayos no se dan por vencidos y mandan al aviso de guerra “Zapicán” al mando del comandante Sghirla. Y ahora viene el episodio que tal vez diga más a las claras la condición de hombre de mando que tenía Langsdorff. El capitán del “Graf Spee” venía en una lancha del acorazado y llevaba la bandera de guerra. Nos imaginamos la depresión íntima que sufría Langsdorff en ese bote pequeño, en medio del río. Pero cuando ve venir al buque de guerra uruguayo, va directamente hacia él y pide hablar con el comandante uruguayo. Sale a la borda el comandante Sghirla y Langsdorff le pregunta si sabía quién era él. A lo que Sghirla le respondió que lo reconocía como el capitán Langsdorff, del “Graf Spee”. Langsdorff le replicó que estaba a su disposición por si quería detenerlo. Sghirla, sorprendido, sólo atinó a responderle que no tenía orden superior. Entonces Langsdorff le pregunta si tiene cañones, a lo que Sghirla, siempre sorprendido le responde que sí. El comandante del “Graf Spee” le dice: “Si lo desea puede hundir mi lancha”.

Eso ya era demasiado par Sghirla que le contesta: “No faltaba más, capitán”, le hace la venia y pone proa a Montevideo “para informar a la superioridad”. Desde ese momento ya nadie molestará a los fugitivos que llegarán a Buenos Aires a la mañana siguiente.

Todo había terminado en el Uruguay. También la misión de Sir Eugen Millington-Drake. El mismo relata su última visita a Guani: “A la mañana siguiente, cuando fui a ver al Dr. Guani y le comenté la escena del hundimiento del ‘Graf Spee’ como algo que evocaba al ‘Ocaso de los Dioses’, él anotó con sequedad que los alemanes tenían una tendencia marcada hacia lo wagneriano”.

Poco antes de llegar a Buenos Aires, a los fugitivos les salió al encuentro en un remolcador el embajador alemán en Argentina, barón von Thermann, quien iba acompañado de otras embarcaciones en las que miembros de la colonia germano-argentina traían frutas frescas, leche y otros alimentos para la hambrienta tripulación del “Graf Spee”, que iba extremadamente apretada en la lancha y remolcadores. A las 10 llegaron al puerto, plagado de público, que les tributó un recibimiento entusiasta. Pero parece que nuestras autoridades portuarias siempre sufrieron del mismo mal o por lo menos no se sintieron conmovidas por el episodio. Humorísticamente, Rasenack escribe en su diario: “Pero las autoridades portuarias se tomaron su tiempo, y por primera vez aprendimos el significado de la palabra paciencia. Recién por la tarde se permitió atracar y desembarcar”.

Los tripulantes fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes y los oficiales en el Arsenal de la Marina, contiguo a aquél.

En la mañana siguiente, el gabinete nacional resolvió internar a toda la tripulación. Comenzó la dificultosa tarea para los empleados administrativos argentinos de anotar nombres y cargos. Las dificultades idiomáticas eran grandes, como, por ejemplo, cuando se encontraban palabras como “Oberstabgefreiten” (cabo de señales).

Langsdorff quiso estar en todos los trámites con el embajador von Thermann. Luego, a la tarde del martes 19 de diciembre entró en el Hotel de Inmigrantes y, para no hacer una formación grande, fue reuniendo a toda la tripulación en grupos a los que les fue repitiendo las mismas palabras. Hans Gota contará así esos últimos momentos: “Al atardecer, el Capitán se dirigió nuevamente a nosotros; en un tono de sincera camaradería expresó su satisfacción por el amplio recibimiento que recibiéramos en la Argentina y porque nuestro destino se encontraba en buenas manos. Los germano-argentinos velarían por nosotros y nos ayudarían en todo sentido. Al finalizar su discurso recordó a nuestro barco. Declaró que para hacer frente a futuras críticas, no le había faltado valor para pelear, aun contra un enemigo poderoso, y buscar una honorable tumba de marino, pero de haberlo hecho así nosotros hubiéramos perecido con él. Nadie entendió lo que realmente quiso decir, y de éstas serían las últimas palabras que nos dirigía. Había cumplido con su última tarea y mil jóvenes le agradecerían por hallarse aún con vida”.

Esa noche la pasa Langsdorff de sobremesa con sus oficiales, con el consejero de la embajada alemana y con amigos de la colonia germano-argentina. Los últimos testigos recuerdan haberlo visto absolutamente tranquilo sin dejar notar en nada la determinación que iba a adoptar tan sólo un par de horas después. ¿Qué hizo esa noche? Su ayudante, Hans Dietrich, relata que fue el último en retirarse y al pasar por la ventana del cuarto del comandante, lo vio escribiendo.

En efecto, Langsdorff escribió tres cartas esa noche. La primera, a su esposa; la segunda, a sus padres, y la tercera, a su embajador, barón von Thermann.

El texto de esta última carta es bien explicativo de su determinación y de su concepto del honor. La transcribimos íntegra porque creemos que es el mejor testimonio que quedó sobre su personalidad. Dice así:

19 de diciembre, 1939. Al embajador, Buenos Aires. Excelencia: Luego de una larga lucha interior, llegué a la grave decisión de echar a pique al acorazado de bolsillo GRAF SPEE para evitar que cayera en manos enemigas. Estoy seguro de que, considerando las circunstancias, ésta era la única solución a adoptar, luego de haber conducido a mi barco a la trampa de Montevideo. Hubiera sido un fracaso completo cualquier tentativa de hacerse a la mar con las municiones que quedaban. Y sin embargo solamente en alta mar podía echar el barco a pique, luego de utilizar esas municiones restantes, para impedir que cayera en manos del enemigo. Antes de exponer mi barco al peligro de caer en parte o completamente en manos del enemigo, decidí no luchar sino destruir el armamento y hundir el barco. Era evidente que esta decisión mía podría ser mal interpretada, ya fuera intencional o inconscientemente, por personas ajenas a mis motivos y atribuirla en parte o por completo a motivos personales. Por lo tanto decidí, desde un principio, sufrir las consecuencias que esta decisión llevara implicada, puesto que un Capitán, con sentido del honor, no puede separar su propio destino del de su barco.

Postergué mi decisión lo más que pude mientras me sentí responsable por el bienestar de la tripulación bajo mis órdenes. Luego de la decisión tomada por el gobierno argentino en el día de hoy, no puedo hacer nada más por la tripulación de mi barco. Tampoco podré tomar parte activa en el conflicto actual de mi patria. Ahora sólo puedo probar, con mi muerte, que los soldados del Tercer Reich se encuentran prontos a morir por el honor de su bandera.

Solamente yo soy el responsable del hundimiento del acorazado ADMIRAL GRAF SPEE. Soy feliz al poder evitar, pagando con mi vida, cualquier reproche que pudiera hacerse sobre el honor de la bandera. Iré al encuentro de mi destino con inquebrantable fe por la causa y el futuro de la Patria y de mi Führer.

Escribo esta carta a su Excelencia en la quietud de la noche, luego de reflexionar con calma, a fin de que usted pueda informar a mis oficiales superiores y contradecir cualquier rumor público, si así fuera necesario. (Firmando) LANGSDORFF, Comandante del acorazado ADMIRAL GRAF SPEE”.

Langsdorff había pedido a sus oficiales tener la última bandera que enarboló su buque. Esa amplia bandera la desplegó sobre su lecho, sobre el cual él se extendió vestido con su uniforme de gala. Y allí mismo se descerrajó un tiro en la sien derecha.

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, extrañados los oficiales de su comandante no presidiera la mesa como era habitual, enviaron al teniente Dietrich a ver qué ocurría. Fue este joven oficial quien primero halló muerto a su comandante.

Pero si el hundimiento del buque corsario había conmocionado al público uruguayo, la noticia del suicidio de Hans Langsdorff causó estupor en el sentimental hombre argentino. Fue tema de semanas enteras. La participación de los argentinos en las exequias del comandante corsario fue tal que sorprendió a los mismos marinos alemanes. Días después, el segundo comandante del “Spee”, capitán Walter Kay, escribiría en un informe: “El efecto moral de la muerte voluntaria del capitán Langsdorff en la opinión pública argentina ha sido extraordinario y hasta influido en parte a círculos que hasta ahora no simpatizaban con nosotros”.

La prensa, que hasta ese día había sido totalmente contraria a los hombres del SPEE y a Langsdorff, a partir de su muerte le rindió respetuoso homenaje. “La Nación” trajo a toda página un título que sintetizaba la actuación de Langsdorff: “Ya en salvo los hombres confiados a su mando, puso término a su vida el comandante del Graf Spee”.

El velatorio se instaló en el propio arsenal de Marina de la Dársena Norte. Al mismo concurrieron el ministro de Marina, León Scasso, y el capitán de navío Abelardo Pantín. El desfile ante el féretro fue incesante. Al día siguiente, 21 de diciembre, a las 16 fue retirado el féretro. Precedían a la carroza fúnebre dos coches con 10 oficiales alemanes y 3 vehículos con ofrendas florales. Trescientos marinos alemanes rindieron honores. El cortejo tomó por avenida Alem, Pueyrredón, Santa Fe, Cabildo y Federico Lacroze, hasta el cementerio Alemán. Cuando se bajó el ataúd encabezaba el cortejo el teniente de fragata Ascher, quien llevaba las condecoraciones de su comandante (el mismo Ascher que luego perecería tres años después en la batalla del “Bismarck”).

Luego del responso del pastor protestante, habló el embajador von Thermann, quien posteriormente leyó el telegrama de pésame de Hitler; después lo hicieron el segundo comandante Kay y, por la marina argentina, el capitán de navío Daniel García. Caía el atardecer cuando se dio el postrer saludo al capitán corsario: sus marinos entonaron la vieja y triste canción “Ich hatte einen Kameraden…”. El capitán y su buque ya estaban en su último puerto. Juntos, como cuando con su barba rubia, subido en el puente de comando, atisbaba el horizonte en busca de presas.

Pero allí no se termina todo. La figura del GRAF SPEE y de su capitán iban a supervivir hasta nuestros días. Para sus oficiales, ese mismo 21 de diciembre, comenzaba la tarea de pensar en huir para continuar la guerra. De los cincuenta oficiales, cuarenta y cuatro lograron escapar en los seis meses siguientes. Los otros 6 debieron quedarse por orden del Alto Comando alemán. Para llegar a Alemania cada uno tuvo que vivir una aventura diferente. No alcanzarían centenares de páginas para describir las peripecias de aquellos jóvenes hombres.

La hospitalidad argentina fue ancha y generosa. A los marinos se les dio amplia libertad. Todos recordarán las singulares figuras de ellos con sus gorros con coletas caminando principalmente por las calles de Belgrado, Olibos y Villa Ballester. Los oficiales, en cambio, estuvieron obligados a quedar bajo custodias en el arsenal naval. El primero en huir fue precisamente en teniente Ascher, quien fue también el primero en morir. Escapó en enero de 1940, a los pocos días de la muerte de Langsdorff. Llegó a Alemania por avión vía Buenos Aires, Brasil e Italia. Luego lo siguieron los tenientes Dietrich y Bludau, quienes lo hicieron a través de Bariloche, atravesaron los Andes a pie y llegaron a Chile. Bludau tomó un barco que lo llevó a Japón. De allí se dirigió a Wladivostok y tomó el tren transiberiano (la Unión Soviética todavía no se hallaba en guerra) y así llegó a Alemania. Dietrich llegó a Bolivia a través de Chile. De allí a Río de Janeiro y luego por avión a Italia.

Pero estas huidas trajeron grandes complicaciones al gobierno argentino que, ante la presión británica, decidió internar a los oficiales alemanes en la isla Martín García. Dos días antes, al enterarse, deciden escapar 13 de ellos. Para lograr el propósito, el ex ingeniero electricista de a bordo hizo un cortocircuito en las instalaciones del arsenal y en la oscuridad desaparecieron los trece complotados. Entre ellos estaban los oficiales Wattenberg, Klepp y Rasenack. Wattenberg llegó a Alemania, fue destinado como comandante del submarino Nº 162 que hundió barcos aliados por un total de 86.000 toneladas (es decir, más que el “Graf Spee”) hasta que fue capturado en la isla Trinidad. Fue llevado prisionero a los Estados Unidos, huyendo espectacularmente en 1945 del campo de prisioneros, escondiéndose durante cinco semanas en las montañas del Colorado.

Todas estas vidas novelescas que les tocaban en suerte a estos jóvenes arrancados de sus hogares por el destino parecen incomprensibles hoy, a 34 años de aquellos sucesos. Leamos a Rasenack, cómo pudo llegar a su país: “A pesar de declaraciones emitidas por fuente enemiga, ninguno de nosotros había dado su palabra de honor de que no abandonaría la Argentina durante la guerra. ¡Yo necesitaría casi medio año para llegar de vuelta a Alemania y no fueron pocas mis aventuras! Llegue a Chile como ingeniero checoslovaco de la fábrica Skoda. Desde allí continué mi viaje como corredor de vinos, de nacionalidad búlgara. En la zona del Canal de Panamá fui internado por la policía secreta norteamericana en un barco italiano junto a otro de mis compañeros. Con la ayuda del jefe de este cuerpo de policías, de quien me había hecho muy amigo, conseguimos trasladarnos a un buque japonés, en el que llegamos a México y después a Estados Unidos. Desde allí cruzamos el Pacífico hasta Japón. Atravesamos Corea, Manchuria, Siberia y Rusia como comerciantes alemanes y llegamos a Alemania el 1º de septiembre de 1940, al año exacto de estallar la guerra”.

Los ingleses tenían un servicio especial de informaciones en Buenos Aires y Montevideo para prevenir la huida de los oficiales del SPEE. El teniente de fragata Diggins, que había sido el primer ayudante de Langsdorff, trató de salir de Montevideo en 17 oportunidades. Pero tuvo que hacer pacientes esperas para lograr su propósito. Entre esas esperas paseaba a caballo de incógnito por la playa de Carrasco. Y Sir Eugen Millington-Drake gusta de contar ahora, como buen deportista que acepta un gol en contra, que tiempo después se enteró que Diggins “¡se paseó a caballo con mis hijas, niñas menores de 20 años!”

Los oficiales Dittmann, Frohlich y Herzberg, llegados a Alemania fueron destinados a buques mercantes armados en corso. Finalmente Herzberg murió en el “Komet” durante un combate frente a El Havre en 1942.

En agosto de 1940 escapó de Martín García un grupo de 17 oficiales. Poco antes, la marinería había sido dividida por el gobierno en grupos de 100 y distribuidos en las provincias de Mendoza, San Juan, Córdoba y cerca de las ciudades de Santa Fe y Rosario. Gran parte de los tripulantes conocieron mujeres argentinas, se casaron con ellas y tuvieron hijos argentinos. Pero la guerra no iba a terminar para ellos a pesar de que en 1945 todo había acabado en Berlín.

La situación política argentina se reflejó en la suerte de los marineros del “Garf Spee”. En los últimos días del Tercer Reich, la Argentina declara la guerra a Alemania. Por consiguiente, los hombres del Spee pasan a ser prisioneros de guerra. Pero la oposición interna al gobierno de Farrel y de Perón no se considera satisfecha y sigue acusando al gobierno de nazi fascista. Se forma la Unión Democrática y principalmente los dirigentes del partido Comunista exigieron el juzgamiento y la expulsión de todos los nazis. En los diarios argentinos de principios de 1946 se puede leer con sorpresa que acusan a los marineros del “Graf Spee” de ser marinos piratas, de haber atacado a indefensos buques neutrales, etc. ¡A un año de haber terminado la guerra! Por otra parte el gobierno de la Unión Soviética exige a la Casa Blanca que sean expulsados de la Argentina los marineros del Spee.

El gobierno argentino tambalea, son los días difíciles de febrero de 1946. Y, al fin, el gobierno se rinde y con la firma de Farrel y Juan I. Cooke se decreta la deportación de todos los marineros del “Graf Spee”, sin distinción. Algunos pueden huir pero a la postre, 811 integrantes de la tripulación del “Spee” fuertemente custodiados, son concentrados en Campo de Mayo y entregados a los ingleses quienes los embarcaron en el “Highland Monarca”. Para eso —¡oh ironía!— llegó a Buenos Aires el crucero ligero “Ajax” (aquel en que estaba Bobby Harwood durante la batalla) para custodiar a los prisioneros. Se dividen así, sin ningún sentido, 400 familias. Triste espectáculo fue el de aquel 16 de febrero de 1946 cuando decenas de esposas y niños despedían a sus padres que eran llevados como prisioneros a más de un año de terminada la guerra. Evidentemente, un producto de la situación política interna argentina, en la que jugaba un gran papel el embajador norteamericano Spruille Braden. En esos días se publica el Libro Azul del Departamento de Estado de los Estados Unidos, evidentemente dirigido a aplastar la candidatura de Perón y en la cual se acusa abiertamente al gobierno de Farrel de actividades nazis al demorar la entrega de los hombres del “Graf Spee”. En el diario comunista “La Hora” se festeja la entrega de los prisioneros y, en el comité central del Partido Comunista, el señor Victorio Codovilla brinda en un ágape por los hombres del “Highland Monarca” y del “Ajax”.

El hecho es tan deprimente que Sir Eugen Millington-Drake, por decoro y por su característica sensibilidad, lo pasa por alto y no le consigna en su libro.

¿Qué pueden hacer los hombres del “Graf Spee” en la Alemania del hambre y de las ruinas? Sólo piensan en sus familias argentinas. No bien llegados allá comienzan a pensar como huir y regresar al Río de la Plata. Es decir, justo lo contrario de 1940. Y en eso reciben la solidaridad de muchos que juegan sus vidas y sus cargos por traerlos. Es así como poco a poco y por todos los medios, los hombres del Spee regresan a esta hospitalaria tierra. Hasta que pasan dos años. Cambia la política. Perón y Estados Unidos coquetean, ya olvidados de sus antiguas desavenencias. Y producto de ello es la resolución del Departamento de Estado del 4 de febrero de 1948. Al día siguiente, la Cancillería argentina dará el siguiente comunicado: “La embajada de los Estados Unidos de Norteamérica ha comunicado a esta Cancillería que por decisión del Departamento de Estado de la Unión, las autoridades estadounidenses en la zona de ocupación norteamericana en Alemania, permitirán salir a los ex marinos del “Graf Spee” que durante su internación en la Argentina contrajeron enlace con mujeres de nuestro país”.

Volvamos a hoy. Hemos relatado esta historia sin querer defender ideas, hombres ni actuaciones. Sólo quisimos hablar de un episodio que singularmente fue protagonizado por lo que nos gusta llamar “la hermosa gente”. Figuras como Hans Langsdorff, como Sir Eugen Millington-Drake, como Bobby Harwood, sólo se pueden encontrar en las epopeyas. Son figuras definidas, son las que hacen la historia del género humano sin proponérselo. Son los que en las tragedias dan orgullosamente el rasgo de la calidad del hombre. A nosotros nos gusta esa gente. No nos gusta tomar partido por Adolf Hitler, por Winston Churchill, por José Stalin.

Pero en cambio sí nos gusta describir las hazañas de un Hans Langsdorff, para nosotros, los rioplatenses, el último corsario. Sí: nos gusta describir la simpática sonrisa de Sir Eugen, nada más que un gentleman; y la impasibilidad de un Bobby Harwood, quien sólo se alteró cuando un cañonazo alemán le destruyó los palos de golf en la cabina. Pero hay alguien más. Se llama Federico Guillermo Rasenack. Fue el Ulrico Schmidel del raid del “Graf Spee”. No sólo escribió el diario de todas sus hazañas y de la tragedia, no sólo huyó para servir a su Patria viviendo una odisea inolvidable sino que volvió a la Argentina y constituyó el Círculo de Camaradas del Graf Spee. Con su paciencia y su genio ha ayudado a Si Eugen en su libro incomparable. Y todos los meses preside la reunión de los ex combatientes del acorazado de Langsdorff, en un local de Belgrano. Y lo excepcional del motivo de la reunión no es el resentimiento sino el recuerdo. Mes a mes se reúnen los antiguos combatientes y sus familias.

A ese Círculo se debe que la viuda del capitán Langsdorff y su hija visitaran la Argentina en 1954, y pudieran estar junto a la tumba de su esposo y padre. En esa ocasión, la señora Ruth Langsdorff, esposa del marino —hoy ya fallecida— señaló que quería que su esposo descansara para siempre en tierra de Buenos Aires, junto a sus compañeros muertos en el Río de la Plata.

¿Por qué los destinos trágicos están llenos de casualidades? Hans Langsdorff fue padre de tres hijos —dos varones y una hija— al igual que aquel legendario vicealmirante Von Sppe. En 1937, Langsdorff pierde el primer hijo, un estudiante. Y en 1945, justo el día de su muerte, el 20 de diciembre, su bienamado hijo mayor Hans Joachim, de 20 años de edad, muere en una acción de submarinos individuales contra las esclusas de Amberes. Se repetía un destino. Como final de toda esta historia heroica pero amarga digamos la única frase que siempre nos sirve de consuelo: a todos estos hombres les tocó vivir un destino que no buscaron, pero que supieron vivir íntegramente.

Pero por otra parte, ¡qué lástima de hombres! Toda esa fuerza, toda esa nobleza dada en aras de la destrucción, del odio, del dolor. ¡Qué hermoso que todos ellos hubieran dado sus vidas por el bien de la humanidad, en epopeyas de descubrimientos de nuevos mundos, de adelantos científicos, o en ayudar al hombre que sufre en otros continentes! ¡Qué bien hubieran cumplido en esforzarse para evitar catástrofes, en volver verdes los desiertos, en salvar a los niños que mueren de hambre! ¡Si ese hierro retorcido a cañonazos se hubiera empleado en escuelas, en hospitales, en lugares de recreo para hacer un hombre nuevo, sano, bueno. La humanidad necesita tantos héroes que es una lástima, una tragedia, que hayan empleado sus mejores energías, hayan empeñado sus vidas en una lucha negativa, sin sentido!

Por eso, ante la tumba de Hans Langsdorff hemos pensado muchas veces ¡qué héroe! ¡qué lástima de héroe!