Capítulo 16
—Dime quién se beneficia con la muerte de Shabnam.
Mahiya sintió una súbita y frustrante necesidad de gritar cuando Jason utilizó la hechizante pureza de su voz para pronunciar esas palabras. Lo había provocado deliberadamente con una dulce respuesta venenosa esperando instigar una reacción, quebrar el hielo de obsidiana que lo cubría y que la hacía sentir que hablaba con un espejo negro.
—¿Hay alguna dama que espere ocupar su posición? —preguntó el espía al ver que Mahiya no respondía.
—Siempre hay damas que esperan eso —mantuvo su extraña locura bajo control. ¿Qué le importaba a ella que Jason prefiriera vivir lejos del mundo?—. Pero Neha escoge a quien quiere. Una aspirante podría matar a todo un grupo y no conseguir el puesto que desea.
Su pañuelo, que se sacudía con el viento mientras subían la escalera hacia la terraza superior, rozó el brazo y el pecho de Jason antes de volver a caer junto a su costado.
«Tengo celos de un trozo de tela. Una estupidez, porque lo cierto es que él ni siquiera me ve».
—Perdona.
La última noche en el balcón, cuando aquella sombra letal había hecho un claro esfuerzo para no herir sus sentimientos, la fascinación que sentía por él se había transformado en algo mucho más tierno y peligroso. Por su forma de mirarla cuando regresó, Mahiya había esperado que… Pero era evidente que solo pretendía ser amable.
Notó un aguijonazo de dolor en el pecho al comprenderlo.
—No puedes controlar el viento —dijo él con una mirada insondable.
—No, supongo que no —rompió el contacto visual porque era demasiado intenso, demasiado fuerte, demasiado visceral—. Si el asesinato tenía una motivación política, lo más lógico habría sido ocultar el cadáver de Shabnam —dijo, obligándose a concentrarse—. Matarla podría hacer que Neha simpatizara con sus amistades y eligiera una nueva dama de compañía entre sus filas.
—¿Crees acaso que sus amistades conseguirán algún favor extra?
El ala de Jason estaba tan cerca que Mahiya podía ver los finísimos filamentos negros que componían cada una de sus plumas azabache.
Apretó las manos hasta convertirlas en puños.
—No —estaba convencida de que si esa posibilidad hubiera existido, la «familia» de Shabnam la habría sacrificado a sangre fría—. Shabnam tenía más valor viva. Llevaba con Neha mucho tiempo, y contaba con la confianza y la aprobación de la arcángel.
—Estás arrastrando las alas.
—¿Qué? Ah.
Se ruborizó al oír la típica advertencia que se les hacía a los niños. Levantó las alas para que no arrastraran sobre la arenisca roja de la terraza.
Cuando Jason volvió a hablar, su vergüenza se transformó en la más amarga de las emociones.
—Necesitas fortalecer tus alas en todos los sentidos. Si Neha se vuelve loca otra vez, será necesario volar a toda velocidad hasta un lugar seguro, al menos hasta que llegue a un acuerdo político que solucione el tema de tu libertad.
—Tengo más de trescientos años, Jason —dijo ella utilizando por primera vez su nombre de pila.
Ese pequeño gesto de intimidad hizo que Mahiya pensara en todos los deliciosos momentos que había soñado experimentar con el amante desconocido al que imaginaba en sus horas más oscuras. Alguien con quien volaría y vería el mundo. Alguien con quien construiría una vida y un hogar que llenaría de risas, amor y una felicidad como no había conocido jamás.
—Aunque me hubiera entrenado para volar cada día de mi existencia —dijo, aferrándose a ese sueño con cada fibra de su ser a fin de poder enfrentarse a la dura realidad—, nunca podría dejar atrás a Neha, ni siquiera por un breve instante.
Neha era una arcángel que había vivido milenios, y su poder era enorme. Podía aplastarla como si fuera un insecto sin ni siquiera darse cuenta.
—¿A un lugar seguro has dicho? —añadió antes de negar con la cabeza—. No permitiré que me entierre otra vez. Prefiero morir luchando por mi libertad que convertirme en Eris y morir encadenada —era un juramento feroz—. No dejaré que me clave las alas a la pared con alfileres, como hace Lijuan con las mariposas que colecciona.
Jason sintió que una emoción salvaje y oscura cobraba vida en su interior ante la apasionada declaración de Mahiya, pero la respuesta que acudió a sus labios fue casi gélida. Las palabras que quería pronunciar permanecieron ocultas en el interior del silencio que había sido su existencia durante tanto tiempo.
—A Lijuan le gustaría añadirme a su colección —comentó él.
Mahiya tropezó en una zona abrupta de la terraza, y se habría caído si Jason no la hubiera agarrado del brazo. Ignoró la mano que la sujetaba y lo fulminó con la mirada.
—¿Te lo ha dicho ella misma?
«Tienes unas alas únicas, Jason. Sería una lástima que murieras en batalla y esas alas de medianoche acabaran destrozadas. Una muerte tranquila y mesurada en brazos de una chica madura en su femineidad sería mucho más fácil, ¿no crees?»
—Me ofreció una muerte pacífica —se obligó a soltar a Mahiya, aunque su necesidad de tocarla lo desgarraba por dentro—. Fue mucho más directa con Illium.
—Plumas azules ribeteadas en plata. Sí, tiene unas alas asombrosas —murmuró Mahiya—. Lo vi una vez, cuando acompañó a Rafael en una de sus visitas.
Jason contempló aquellos ojos que brillaban incluso a la sombra de la galería, y comprendió de pronto que aquel brillo era una clara señal de su poder emergente. Una que nadie había notado todavía, ya que el cambio, como todos y cada uno de los aspectos del poder de Mahiya, debía de haber sido gradual.
—Tus alas también son únicas.
—No, no lo son —el tono de Mahiya se volvió indiferente—. Mi madre las tenía iguales.
Jason no lo sabía, y si unas alas tan hermosas se habían olvidado, significaba que alguien había enterrado la información. Al parecer, Neha no solo había aniquilado a su hermana, sino también cualquier posible rastro de su existencia. Y pretendía hacer lo mismo con la hija de Nivriti, que poseía unas alas con los preciosos tonos esmeralda y zafiro de las plumas de un pavo real.
—¿Has visto…? ¿Has visto alguna vez la Sala de Colecciones de Lijuan?
Jason se detuvo y vio que Mahiya se frotaba los brazos con las manos, como si la luz del sol no fuera tan densa como el caramelo líquido.
—Sí —contestó—. La he visto.
La Sala de Colecciones estaba situada dentro del baluarte en el que Lijuan había creado por primera vez a sus renacidos, y se mantenía refrigerada permanentemente para preservar los cuerpos que colgaban de las paredes, con las alas extendidas para mostrar su magnificencia.
Algunos, por lo que sabía Jason, habían muerto en circunstancias que no habían dañado sus alas, pero otros… habían desaparecido de la faz del planeta sin más.
—Si viste esa estancia —dijo, y deslizó un dedo por la mejilla de Mahiya sin poder evitarlo—, tienes suerte de seguir viva.
Ella no se apartó para impedir el contacto.
—Creí que podría ofrecerle mis servicios a cambio de su protección —dijo poniéndose la mano en el vientre—. Me convencí de que sería algo parecido a convertirme en su criada, que sería libre una vez que cumpliera mis obligaciones —se estremeció sin poder evitarlo—. Creo que la única razón por la que Lijuan me devolvió a Neha en lugar de conservarme como trofeo fue que la ofendió profundamente que huyera de una arcángel a la que me unía la obligación del deber.
—Si fueras un gato —murmuró Jason, que recordó en esos momentos la enorme estancia de refrigeración situada tras la Sala de Colecciones, llena de cajones lo bastante grandes para contener los cadáveres de los ángeles—, diría que has perdido al menos cinco de tus siete vidas.
—¿Qué es lo que sabes? —preguntó ella en un susurro que bailó sobre la piel del espía.
—Muchas cosas que me resulta imposible no ver.
Mahiya no dejaba de darle vueltas a lo que había dicho Jason. Las palabras estaban cargadas de una oscuridad que apelaba a la parte más vulnerable de su alma, a pesar de que sabía que el espía no sentía lo mismo.
Se separó de él unos minutos más tarde.
—Tengo que ir a ver a Neha —le dijo—. Después de todo, se supone que debo espiarte.
La respuesta de Jason fue tan inesperada como la breve caricia que la había anclado a la realidad cuando la pesadilla del baluarte de Lijuan amenazó con absorberla.
—No eres lo bastante fuerte para esa tarea —eran palabras casi amables—. No obstante, respeto mucho la fortaleza necesaria para luchar contra la amargura, para evitar que el corazón se endurezca hasta convertirse en una piedra implacable.
Nadie había comprendido jamás esa verdad, nadie había entendido que se necesitaba un esfuerzo voluntario para impedir que el alma se ensuciara y se corrompiera.
—Debo irme —le dijo, estremecida por la capacidad de Jason para conmoverla incluso manteniendo las distancias. Y, acto seguido, se dio la vuelta para marcharse.
Segundos después echó un vistazo por encima del hombro y vio que él ya no estaba. Y en el cielo no había rastro alguno del jefe del espionaje que parecía desnudarle el alma.
—¿Quién eres, Jason?
El viento no tenía respuestas para ella.
Bajó la mirada, respiró hondo y volvió a colocarse la armadura emocional que Jason le había quitado con una simple caricia. No podía ir a ver a Neha tan expuesta y vulnerable.
Localizó a la arcángel diez minutos después, pero no dentro de los frescos confines de su palacio privado, sino en las murallas con vistas a su ciudad. Con las alas bien plegadas a la espalda y las emociones bajo control, Mahiya vio cómo la arcángel saludaba con una inclinación de cabeza a los paseantes y a aquellos que ascendían por el abrupto sendero zigzagueante que conducía a la fortaleza. Neha no permitía vehículos modernos en el camino ni en el fuerte, pero los camellos, los elefantes y los caballos eran considerados medios de transporte adecuados.
—¿Has olvidado con quién has venido a hablar? —preguntó en un tono peligrosamente suave.
—Os pido disculpas por cualquier desliz que haya podido cometer, mi señora.
Antes, aquellas palabras habrían sido como trozos de acero en su garganta, pero ahora no eran más que herramientas que utilizaba para distraer a la arcángel mientras ideaba una forma de escapar de su prisión.
Silencio. Las alas de Neha eran un despliegue de un blanco níveo salpicado con escasos filamentos del mismo azul presente en las plumas de Mahiya. La conexión familiar también se mostraba en otras formas, pero solo para aquellos que supieran dónde mirar. Y los que eran lo bastante antiguos para deducir la verdad, también sabían que no debían pronunciarla nunca.
Para todos los demás, Mahiya no era más que una pariente lejana de Neha a quien la arcángel había tenido la amabilidad de tomar bajo su cuidado tras la muerte de los desconocidos padres. Que esa niña recién nacida hubiera aparecido ocho meses después del encarcelamiento de Eris y de la supuesta ejecución de Nivriti había eliminado las sospechas de la mayoría. Pocos imaginaban que Neha había sido lo bastante cruel para encadenar a su hermana durante los meses de embarazo, pero Mahiya había escuchado la historia de boca de la propia Neha.
«Te haré un regalo por tu centésimo cumpleaños —Mahiya sintió un escalofrío en la espalda al ver la sonrisa de la arcángel—. La historia de tu concepción».
No era fácil matar a los ángeles, pero una mujer era mucho más vulnerable después del parto, en especial de un parto en el que le habían abierto el vientre con una espada oxidada y le habían arrancado al bebé sin ningún cuidado, dejando sus vísceras esparcidas por el suelo. Si a eso se le sumaba la falta de comida y agua, y el escaso oxígeno del aire que había en el lejano fuerte de montaña en el que su madre había sido encerrada, estaba claro que Nivriti no había tenido ninguna oportunidad.
Aun así, poderosa como era, debía de haber sufrido años de agonía antes de morir de hambre.
—Tu mera existencia es un motivo de ofensa —dijo Neha al final con aire distraído—. Háblame de Jason.
Mahiya obedeció, y le dijo la verdad… al menos de la parte que le contó. Como Jason había señalado, no podía acusar a Neha de asesinato y esperar seguir con vida.
—Parece atenerse al juramento —concluyó—, y se esfuerza por averiguar la identidad del asesino entre asesinos.
Los ojos de Neha se concentraron en algo distante que Mahiya no podía ver. El sari de seda que llevaba la arcángel, de un tono champán ribeteado en bronce, estaba plegado con limpia precisión en el hombro y sujeto con un broche antiguo. Su blusa era del mismo tono bronce que el ribete, con un corte perfecto y con una espalda tan bien confeccionada que parecía fundirse con el nacimiento de las alas.
Nadie, pensó Mahiya, podía negar que la arcángel de la India era una de las criaturas más elegantes del mundo, pero solo ella conocía la profundidad del odio que había impulsado a Neha durante tanto tiempo. No la sorprendió en absoluto que Anoushka hubiera cometido crímenes contra niños; después de todo, la joven había visto a su propia madre criar a una niña con el único propósito de vengarse. Mostrarse amable con miles de niños no eliminaba la perversidad que mostraba ese único acto aborrecible.
—¿Lloras la muerte de tu padre? —preguntó Neha rompiendo el silencio.
—Lloro al que podría haber sido.
Eris tenía mucho potencial, y si hubiera recibido una educación mejor de joven, como marido, quizá lo habría desarrollado. Ese era el único perdón que podía darle, porque, como adulto, también podía haber tomado sus propias decisiones.
—En eso estamos de acuerdo, hija de la sangre de mi sangre.
Mahiya se quedó inmóvil. Nunca auguraba nada bueno que Neha recordara los vínculos que las conectaban. Ese día, sin embargo, la arcángel se limitó a inclinar la cara hacia el calor abrasador del sol, a dejar que se derramara sobre su piel dorada y la llenara con su calidez. En ese momento Mahiya entendió por qué la gente la consideraba una diosa benevolente.
—Cuando lo vi por primera vez, yo era un ángel con mil años —las palabras eran suaves, y su mirada estaba fija en un pasado lejano—. Él tenía cuatrocientos, y para mí no era más que un chiquillo, así que lo trataba como tal. Me parecía un irresponsable, pero hermoso y con mucho encanto masculino. Nuestros caminos no volvieron a cruzarse hasta que me convertí en arcángel y Eris era ya un hombre elegante y seguro de sí mismo.
Un tórrido viento desértico las asaltó un instante después, sacando a Neha de sus ensoñaciones.
—¿Has amado alguna vez, Mahiya?
Muy consciente de lo que se avecinaba, Mahiya enderezó la espalda.
—No.
—¿Ni siquiera a Arav?
Allí estaba, la estocada que le recordaba la humillación que había aplastado su joven corazón, que estuvo a punto de quebrar su espíritu.
—Entonces era una niña. ¿Qué sabía yo del amor? —sin embargo, había aprendido que no debía confiar en las palabras bonitas… y que poseía una fuerza que no conocía.
—Mi hija está muerta —dijo Neha, un comentario que parecía carecer de relación—, al igual que mi marido y consorte. Algunos dirían que estoy siendo castigada por lo que os hice a tu madre y a ti —posó los ojos oscuros en el rostro de Mahiya—. ¿Crees que estoy siendo castigada, Mahiya?
«Si tú lo crees… El karma es lo que uno hace de él».
—No me corresponde a mí pensar en esas cosas, mi señora —Mahiya utilizó toda la destreza adquirida durante los años pasados en la corte para ocultar sus pensamientos y mantener un tono de voz inexpresivo—. Solo os agradezco la amabilidad que habéis mostrado al darme un hogar.
Los labios de Neha se curvaron, pero el hielo de su mirada no desapareció.
—Bonito discurso. Tal vez resultes alguien interesante, después de todo —dijo al tiempo que hacía un leve gesto con la mano para hacerle entender a Mahiya que podía marcharse.
Avanzó por el camino de las murallas hasta que llegó a la escalera que descendía al amplísimo patio principal, construido en una época en la que los ejércitos terrestres iban montados en elefantes. Bajó despacio y con elegancia, aunque lo que más deseaba era extender las alas y alejarse volando hacia las montañas. Esa posibilidad letal la reservaba para el final, cuando no le quedara ninguna otra esperanza.
«Sí. Importas».
Atesoró las palabras de Jason en el corazón, ya que la fe que depositaba en su integridad estaba basada en un instinto contra el que no pensaba luchar. Atravesó el patio de piedra con pasos mesurados. Puesto que era una zona abierta, con tan solo unos cuantos árboles miniatura situados en grandes planteles en los márgenes, sintió un centenar de ojos clavados en ella: guardias, cortesanos, sirvientes…
Respondió a aquellos que la saludaron, pero no se detuvo por nadie… hasta que un ángel alto y apuesto, con la piel del marrón más oscuro, los ojos grises ahumados y unas alas castañas moteadas dos tonos más claras que su piel, se colocó delante de ella para bloquearle el paso. Solo entonces comprendió por qué Neha le había hablado del hombre que le había enseñado su primera y más duradera lección sobre el amor.