CAPITULO 06
Lissa podría haber parado fácilmente lo que estaba sucediendo. Una mirada, una palabra, era lo único que habría hecho falta. Pero no dijo nada. Cerró los ojos e inclinó la cabeza, invitando a Rory a seguir con sus besos. Y así lo hizo. De manera extremadamente erótica, sus labios fueron bajando lentamente por su cuello. Al llegar al hombro, le dio un pequeño mordisco.
Un suave gemido escapó de sus labios mientras Rory la rodeaba con los brazos. Mientras un brazo le rodeaba la cadera con firmeza, el otro buscaba su pecho. Le acarició el pezón con el pulgar y ella se inclinó hacia atrás. Aquello era lo que deseaba, más que nada. Todas las preocupaciones comenzaron a evaporarse de su mente.
Además, se recordó a sí misma que no estaban en la oficina. Era perfecto.
Rory la rodeó fuertemente con los brazos y la levantó, colocándola sobre su rodilla mientras se recostaba en el sofá.
Lissa lo miró mientras la abrazaba. Podía sentir su erección caliente presionando su cuerpo. Sabía que estaba esperando su reacción, dándole la oportunidad de apartarse. Lenta y deliberadamente, se lamió los labios.
—Bésame —susurró ella con la voz cargada de deseo.
Igual de lenta y deliberadamente, él agachó la cabeza, y el contacto con sus labios desató un auténtico torrente de sensaciones. Lissa abrió la boca inmediatamente, pidiendo más, y él regresó con más ímpetu. Los besos entre ellos nunca eran tiernos y pequeños durante mucho tiempo. Su pasión era demasiado fuerte para ser contenida.
Sentía como si pudiera seguir besándolo durante horas. Besos largos en los que por fin tuviera la libertad de explorar su preciosa boca y de sentir su lengua. Pero lentamente fue surgiendo en su interior la sensación de que aquello no era suficiente. Deseaba más. Se movió inquieta y sintió cómo sus manos comenzaban una exploración más íntima de su cuerpo. Le desabrochó la bata, dejando sus hombros al descubierto. Le siguieron los finos tirantes del negligé. Ella levantó los brazos y el suave tejido cayó hasta su cintura, revelando sus pechos. Con un gemido, Rory agachó la cabeza y saboreó el pezón más cercano. Chupando y absorbiendo alternativamente, le produjo las sensaciones más exquisitas. Ella lo observaba con los ojos medio cerrados, excitada casi más por la mirada de placer de su rostro.
Deslizó luego los dedos por su pierna, subiendo poco a poco hasta que sus muslos quedaron al descubierto. Era un tormento tan delicioso que Lissa se retorció y separó las piernas. Finalmente sintió cómo su mano llegaba al final del muslo y se deslizaba sobre su zona más húmeda, haciéndola gemir de placer. Aquello era lo que deseaba, más. Mucho más.
—¿Te gusta? —preguntó él con una sonrisa.
«Gustar» no era la palabra. Simplemente se restregó contra su mano. Él obedeció su orden silenciosa y comenzó a acariciarla rítmicamente. Lissa le devolvió la sonrisa y tiró de su cabeza hacia ella, deseando volver a saborearlo y sentir cada parte de su cuerpo. Rory le cubrió la cara de besos, bajando por el cuello hasta llegar de nuevo a sus pechos. Regresó a sus labios y repitió la acción varias veces hasta que Lissa sintió su torso ardiendo y gimió de placer, incapaz de moverse, incapaz de hacer nada salvo disfrutar de la deliciosa tortura que eran sus besos. Siguió acariciándola suavemente con los dedos hasta que estuvo húmeda y empezó a rotar la pelvis contra su mano.
—Quiero ver tu orgasmo —susurró él entre besos—. Quiero sentirlo, saborearlo. Quiero oírte. Hazlo para mí.
No le costó mucho. Sus palabras, sus labios, sus manos y sus dedos la hicieron llegar rápidamente al orgasmo.
—Rory —gimió—. Rory, quiero... —gimió de nuevo, incapaz de pronunciar las palabras. Él siguió torturándola con sus dedos y su boca, sin darle un segundo de respiro. Lissa arqueó los pies al sentir la primera sacudida recorriendo su cuerpo. Aun así él siguió, lamiéndola, acariciándola. Su cuerpo se agitaba incontrolablemente una y otra vez mientras ella gritaba de placer.
Entonces se quedó quieta, extasiada. Su mente se negaba a funcionar. Habiendo sentido sólo dolor durante los últimos días, su cuerpo disfrutó del agradable calor que la envolvía. No habría podido abrir los ojos aunque lo hubiera intentado. Apenas fue consciente de cómo su mano le acariciaba el brazo y las piernas suavemente. Una pequeña parte de ella le susurraba que deseaba más, que la esperaban más cosas, pero no era capaz de concentrarse. Poco a poco fue perdiendo la consciencia.
Estaba oscuro cuando se despertó, pero la habitación estaba parcialmente iluminada con la luz que entraba por la puerta abierta que daba al pasillo. Parpadeó, ajustando la vista a la penumbra, reviviendo mentalmente lo que había ocurrido la última vez que se había despertado. Excitada nuevamente en cuestión de segundos, estaba ansiosa porque llegara el plato principal. Rory estaba tumbado a su lado, con el brazo colocado sobre su cadera. Respiraba tranquilamente, pero sabía que estaba despierto. Podía sentir la vitalidad que emanaba de su cuerpo.
—¿Dónde estoy? —preguntó ella con una sonrisa.
—Donde tienes que estar —contestó él inmediatamente.
El estómago le dio un vuelco y el pulso se le aceleró al instante.
—¿Y eso dónde es? —sabía la respuesta, pero quería oírla. Quería oír la pasión en su voz.
—En mi cama.
Un torrente de satisfacción surgió de su interior, mezclándose con el deseo. Acercó la cabeza a la suya y lo besó apasionadamente. No importaba nada más. Nada salvo estar allí con él en ese momento.
Presionó el cuerpo contra él y se sintió pletórica al descubrir que estaba completamente desnudo. Caliente, excitado y finalmente suyo.
Echó la cabeza hacia atrás y lo desafió.
—¿Dónde está mi negligé?
—Se resbaló —contestó él con una sonrisa.
—¿Es que te gusta desnudarme mientras duermo?
Sintió su aliento caliente mientras se reía. Exploró su pecho con los dedos, enredándolos en el vello, disfrutando del tacto de sus muslos contra ella. Deseaba deslizar las manos por ahí también, de modo que cambió de posición en la cama para poder hacerlo.
—Siento haberme quedado dormida encima de ti —dijo ella con voz rasgada. Deslizó las manos por sus abdominales y encontró su pezón con la lengua, saboreándolo hasta endurecerlo.
—Yo no lo siento. Ha sido precioso. Tú eres preciosa —dijo Rory mientras deslizaba la mano por su espalda.
—Ahora estoy despierta —dijo ella mientras palpaba sus muslos con las manos.
—No bromees.
Complacida y excitada por el efecto de la noche, tomó su erección con la mano. Sólo lo había acariciado dos veces, apreciando su longitud y grosor, cuando él la detuvo, agarrándole la muñeca con la mano.
—Dentro de ti —murmuró—. Quiero estar dentro de ti —la tumbó de espaldas sobre la cama y la cubrió de besos.
Cuando finalmente levantó la cabeza, Lissa supo que estaba perdida.
—¿Entonces qué estás esperando?
—Llevo demasiado tiempo esperando esto como para acabar en dos minutos.
La excitación recorrió su cuerpo. No sabía si podría aguantar mucho más. Lo deseaba en ese momento. Era como si lo hubiese deseado siempre. Pero él se mostraba implacable. Sus manos y su boca recorrían su cuerpo, prendiéndole fuego a su piel, amenazando con cegar su razón. Rory apartó las sábanas, pues el calor de sus cuerpos los mantendría calientes. Lissa dio rienda suelta a su deseo, para tocarlo, para besarlo como había soñado noche tras noche. Pero Rory pronto se zafó de ella, gimiendo mientras recuperaba el control de la situación. Lissa sólo pudo tumbarse y dejar que la acariciara de formas que sólo había imaginado.
Le mordisqueó la parte interna de los muslos, calmando después su piel con húmedos besos.
—Rory —susurró ella—. No puedo más.
—Sí que puedes —y entonces la besó justo ahí, saboreando con la lengua su humedad, absorbiendo regularmente hasta hacerle cerrar los puños sobre su pelo. En ese momento introdujo los dedos dentro de ella, mientras con la otra mano le estimulaba un pezón.
Lissa echó la cabeza hacia atrás y arqueó el cuerpo, demostrando que tenía razón; su mente y su cuerpo explotaron mientras salía catapultada hacia el éxtasis.
—¿Aún estás conmigo? —preguntó él mientras le daba suaves besos en el estómago.
El poder y la intensidad de aquel orgasmo no la habían dejado satisfecha. Sólo había servido para empeorar el insoportable dolor que sentía en su interior. Necesitaba sentirlo dentro.
—Hazme el amor, Rory. Por favor.
Rory la miró intensamente, rígido por el deseo, y entonces la besó, presionando su cabeza contra el colchón. Lissa sintió el peso de su cuerpo sobre ella y su excitación aumentó nuevamente. Notó la humedad de su piel y supo que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse.
En ese momento, Rory estiró el brazo hacia la mesilla de noche.
—No pasa nada —dijo ella— Tomo la pildora.
—Bien —contestó él con voz rasgada—. ¿Estás segura? ¿Estás segura de estar lista para esto?
Estaba más que segura y no quería que hubiese nada entre ellos. Rory se acercó más y ya no pudo pensar en nada que no fuera él. Sus oídos sólo oían su respiración entrecortada y sus propios gemidos. Tiró de él para que se diera prisa, pero él se mantuvo quieto, apoyándose sobre ella y atravesándola con su mirada ardiente. Entonces, tan suavemente como un cuchillo caliente deslizándose por la mantequilla, la penetró. Por fin.
Fue tan increíble que, por un momento, Lissa dejó la mente completamente en blanco. Luego se dio cuenta de que el gemido de placer había sido suyo. Abrió los ojos y lo miró con una sonrisa, viendo reflejado en su cara el placer que ella sentía. Flexionó las caderas levemente hacia él.
—Aún no —dijo él apretando los dientes—, o no durará ni dos segundos.
Lissa vio cómo luchaba por controlarse, entusiasmada porque él, al igual que ella, hubiera estado a punto de llegar al éxtasis en el instante en que se habían unido. Contenta de que sintiera la misma pasión que ella sentía por él.
Lentamente, él levantó una mano y le acarició el pelo, bajando por su cara con dedos temblorosos. Sin dejar de mirarlo a los ojos, giró la cabeza ligeramente para darle un beso en la palma. Le dirigió una sonrisa y vio cómo su mirada se iluminaba en respuesta.
Por fin se movió. Apartándose lentamente y volviendo a juntarse. Eran embestidas lentas y seguras que parecían atravesar cada una de las barreras que Lissa creía haber levantado permanentemente. Con cada movimiento la penetraba más, llegando hasta su corazón, convirtiéndose en parte de ella. Y, la verdad, era maravilloso.
Lissa se arqueó hacia arriba para recibirlo, deslizando las manos por sus músculos, deleitándose con el placer de sentir sus cuerpos pegados.
Lentamente, Rory bailó con ella, a veces besándola, a veces manteniéndole la mirada. Ella le besaba el cuello; él le besaba los pechos. Pero, inevitablemente, el ritmo aumentó. Igual que la intensidad; hasta que finalmente fueron un solo cuerpo moviéndose al mismo salvaje. Rory la embistió una y otra vez hasta que, una vez más, su mente quedó en blanco al llegar al clímax. Estremeciéndose, fue apenas consciente de cómo el cuerpo de Rory se convulsionaba mientras la abrazaba, gimiendo de placer cuando también él perdió el control.
Cansada y sudorosa, se quedó dormida entre sus brazos. En alguna parte de su mente apareció la idea de que debía irse a casa. Que debía salir corriendo a toda velocidad, lo más lejos de allí. Pero estaba cansada. Muy cansada. Y muy satisfecha. Se despertaba, lo veía, lo deseaba y volvía a tenerlo de nuevo. No estaba segura de si ocurrió tres, cuatro o cinco veces durante la noche. Lo único que sabía era que seguía sin ser suficiente. Rory era un dios del sexo. Ella jamás había experimentado tanto placer. Y, tras saborearlo, quería sentirlo de nuevo, una y otra vez. Se dijo a sí misma que sólo por esa noche.
Por la mañana, el mágico santuario de la oscuridad permanecía. Era como si una burbuja los hubiera envuelto en un mundo donde sólo ellos existían. Donde las dudas, los pasados y los futuros yacían olvidados, prohibidos. Ella estaba sentada en uno de los taburetes de la cocina, vestida con su negligé de seda, viendo cómo él preparaba el desayuno llevando sólo unos boxer. Había algo decadente en aquella escena. Le preparó unos huevos, y ella se los comió, deleitándose con su presencia e ignorando el hecho de que la tira del negligé se había deslizado por su hombro. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien había cocinado para ella? ¿Cuándo alguien la había hecho sentirse tan cuidada? ¿Tan mimada? ¿Tan querida?
La sonrisa murió en sus labios mientras lo miraba. Aquello no podía ser amor. Era simplemente atracción. Eso era todo lo que podía ser. Rory le mantuvo la mirada mientras dejaba a un lado la sartén y se acercaba a ella. Inclinó la cabeza y, con el más leve roce, le hizo olvidar sus dudas. Olvidar su preocupación y sus reglas, volviendo a sentir el fuego en su interior. La poseyó sentada en el taburete, con él de pie. Ella con el negligé levantado, él con los boxer a medio camino sobre sus muslos de acero. De pronto la levantó, aguantando su peso, penetrándola más profundamente.
Lissa se apoyó contra él, respirando entrecortadamente, aún abrumada por el intenso climax que habían compartido. Rory la meció durante unos minutos, acariciándola suavemente con las manos.
La levantó de nuevo y la llevó al cuarto de baño. Se metió con ella bajo la ducha caliente, enjabonándole la espalda, masajeándole los hombros. Volvió a excitarla, más despacio en esa ocasión, pero con la misma pasión.
Lissa se puso la bata sabiendo que debería estar poniéndose la ropa en su lugar. Pero era el cansancio el que guiaba sus movimientos, de modo que ignoró las dudas que susurraban en su cabeza: «¿Qué estás haciendo? No deberías estar aquí. Estás quedando como una tonta; él te hará quedar como una tonta». Olvidó sus preocupaciones mientras él la envolvía en una suave manta en el sofá, colocando ante ella una selección de libros y una jarra de agua. Sus cuidados resultaban tan tiernos que tuvo miedo de preguntarse cuál sería el motivo. Nadie se había preocupado de ese modo por ella desde que su madre había muerto. Cerró los ojos y bloqueó sus pensamientos. Segundos más tarde, se quedó dormida.
—Lissa, tenemos que hablar —el sofá se hundió bajo su peso cuando ella abrió los ojos.
—No, no tenemos, Rory.
—Yo creo que sí.
—No —insistió ella. No deseaba aquello, no en ese momento. Simplemente deseaba sentir. Sólo prolongar la magia un poco más antes de tener que ponerle fin por su propio bien.
Sus ojos parecían llenos de palabras calladas. Se permitió disfrutar por un instante, pero enseguida reaparecieron sus dudas. ¿Iba a ser la típica conversación en la que él le hacía promesas? ¿Promesas como las que le había hecho Grant? ¿Falsas promesas? ¿Promesas vacías? No podía confiar en él. Después de todo, apenas lo conocía. Su parte más débil se rebeló; sí lo conocía. Había presenciado su integridad en el trabajo; su encanto y su carisma. Estaba en su apartamento, por el amor de Dios, algo que nunca había ocurrido con Grant. No había rastro de otra mujer en su vida.
No. Tenía que pensar que aquello era sólo una aventura. Cuando se marchara a casa, acabaría. Nunca podría tener una relación así en el trabajo.
Sabía que estaba observándola intensamente mientras pensaba.
—Lissa...
Sin querer escuchar lo que creía que serían mentiras y demasiado asustada para arriesgarse a que no lo fueran, Lissa se movió para silenciarlo, tragándose literalmente sus palabras.
Más tarde, Rory regresó a la cocina para llevarle más sopa. Comieron tranquilamente y, como postre, se devoraron mutuamente.
En algún momento, Lissa se despertó, tenía el cuerpo dolorido, pero satisfecho. Tenía la cabeza apoyada sobre el muslo de Rory, y él estaba sentado en un extremo del sofá. Sonaba una suave música de fondo mientras leía. Era tan guapo, y un amante tan generoso. Deseaba hacer algo sólo por él. Aunque ¿a quién quería engañar? Deseaba hacerlo por ella misma, mientras pudiera. Se giró, mirando hacia su cuerpo, con su entrepierna delante. Antes de que pudiera impedírselo, le desabrochó los vaqueros, tomando con fuerza su miembro con la mano.
—¿Lissa?
—Déjame hacerlo —dijo ella. Se inclinó hacia delante y comenzó su exploración oral. Oyó cómo el libro que estaba leyendo caía al suelo. Luego se sintió envuelta por el placer que experimentaba al descubrirlo. Deslizó la lengua por su erección caliente, cerrando los ojos y respirando su olor, acariciándolo suavemente con ambas manos, besándolo, saboreándolo.
—¡Para, para!
Oyó sus gemidos y miró hacia arriba.
—No aguanto más —dijo él.
Ella se rió y siguió acariciándolo con las manos.
—De eso se trata —luego bajó los labios de nuevo y siguió lamiéndolo como si fuera su piruleta favorita.
Él se convulsionó y gimió, dándole todo lo que tenía, y Lissa disfrutó del poder que tenía para reducirlo a un simple cuerpo capaz de nada salvo disfrutar del placer. Un fin de semana de placer físico; eso era de lo que se trataba. No podría ser nada más.
Relamiéndose los labios, miró a Rory con una sonrisa de satisfacción.
—Estoy segura de que es bueno para mí.
—Yo sé que es bueno para mí —dijo él respirando entrecortadamente—. Vas a provocarme un ataque al corazón si vuelves a hacerme eso. La próxima vez, avísame para estar preparado.
—Tú siempre estás preparado —dijo ella—. Eso es lo que me gusta de ti.
Bostezó y estiró los pies. Volvió a darse la vuelta y colocó la cabeza sobre su regazo, cerrando los ojos. Acariciada por el calor del fuego y de sus brazos, jamás se había sentido tan satisfecha.
Su voz de sorpresa pareció provenir de kilómetros de distancia.
—Pensé que era yo el que debería darse la vuelta y quedarse dormido.