Notas
[1] Había don Fernando dejado en su testamento a su hijo segundo don Juan los estados de Lara, Medina del Campo, el ducado de Peñafiel, el condado de Mayorga, Castrojeriz, Olmedo, Villalón, Haro, Bellborado, Briones, Cerezo y Montblanch: a don Enrique el condado de Alburquerque y el señorío de Ledesma, Salvatierra, Miranda, Montemayor, Granada y Galisteo, con las cinco villas de Castilla: a don Sancho, Montalbán y Mondéjar, pero este murió antes que su padre: a don Pedro las villas de Terraza, Villagrasa, Tárrega, Elche y Crevillente: a las infantas doña María y doña Leonor, cincuenta mil libras barcelonesas a cada una.
Don Juan, a quien su padre había dado el gobierno de Sicilia, había sido llamado de aquel reino por su hermano Alfonso V, rey ya de Aragón, temeroso de que los sicilianos quisieran alzarle por rey. Frustrado su matrimonio con la reina Juana de Nápoles, según en el anterior capítulo referimos, resolvió después casar con doña Blanca de Navarra, viuda del insigne rey don Martín de Sicilia, o hija de Carlos el Noble de Navarra y heredera presunta de este reino.—Don Enrique era maestre de Santiago, y aspiraba a la mano, que al fin obtuvo, de la infanta doña Catalina, prima suya, y hermana del rey don Juan. <<
[2] Don Álvaro había casado también en Talavera con doña Elvira, hija de Martín Fernández Portocarrero, señor de Moguer, y el rey le dio algunos lugares que habían sido de su padre. <<
[3] Crónica de don Juan II, págs. 187 a 216.—Por este tiempo nació en Illescas la primera hija del rey don Juan II, a quien se puso también por nombre doña Catalina, y fue reconocida y jurada como heredera del trono para el caso en que faltase sucesión varonil. Se le dio por aya la mujer de don Álvaro de Luna, doña Elvira Portocarrero.—Murió en este año, el célebre arzobispo de Toledo don Sancho de Rojas, que tanta parte había tenido hacia muchos años en el gobierno y en los negocios públicos del reino. <<
[4] Crónica de don Álvaro, tit. XIV. <<
[5] Estas ciudades eran Burgos, Toledo, León, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, Zamora, Segovia, Ávila, Salamanca y Cuenca. Por esto se ve ya la disminución del número de las ciudades de voto en cortes. <<
[6] «Fallesció súpitamente (dice la Crónica), habiéndose levantado sano e alegre, e vinole un tan gran desmayo que no pudo más hablar de quanto dixo que llamasen a la reina doña Blanca, su hija, mujer del infante don Juan, la qual vino luego é no le pudo ninguna cosa hablar». <<
[7] Es curioso observar los medios que en aquel tiempo se empleaban para comunicar con rapidez una noticia, y esto mismo nos da idea de la lentitud con que se hacían las comunicaciones. Dice la Crónica que era tan vivo el deseo del rey de Aragón de saber la salida del infante, su hermano, del castillo de Mora, que había dado órdenes para que en el momento de la salida se encendiesen fogatas en las cumbres de todas las sierras, y que merced a esta industria en día y medio llegó a Aragón la noticia de la libertad del infante. Crón., pág. 234. <<
[8] Crónica de don Álvaro, títulos XVI y XVII.—Id. de don Juan II, págs. 239 a 246. <<
[9] Pérez de Guzmán, Crón. de don Juan II, págs. 247 a 304. <<
[10] Conde, Domin. de los Árabes, part. IV, caps. 29 y 30.—Pérez de Guzmán, Crónica a los años correspondientes. <<
[11] El que nuestra Crónica llama Don Mahoma Abenazar el Izquierdo. <<
[12] La Crónica dice que «los moros eran tantos, que se estimaban en cinco mil de caballo, e doscientos mil peones», cifra que nos parece exagerada. <<
[13] La fuente Alcántara, Historia de Granada, tom. III.—La Crónica de don Juan II, pág. 319, enumera todos los prelados, grandes, caballeros y campeones que concurrieron a esta batalla. —La de don Álvaro, título XXXVIII, refiere algunas proezas del condestable.—El Bachiller Cibdarreal, que fue testigo de ella, dice que «los muertos e feridos (de los moros) serían bien más de 30 000». Centón, Epístola 51.—Los Árabes de Conde, confiesan «que nunca el reino de Granada padeció más notable pérdida que en esta batalla». Domin., part. IV, cap. 30.—Según el Padre Sigüenza, esta batalla de Sierra Elvira es una de las que Felipe II hizo pintar en el monasterio del Escorial en la sala llamada de las Batallas, copiada de un antiguo lienzo. Hist. del Orden de San Jerónimo, pág. 4, lib. 4. <<
[14] La Crónica de don Juan II apunta una especie singular, a saber, que corrió la voz de que los moros de Granada en un presente de pasas o higos que hicieron al condestable le enviaron multitud de monedas de oro, y que por aquella causa influyó en que se levantara el campo. Pero habiendo sido esta crónica ordenada por Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, uno de los conjurados contra don Álvaro de Luna, debemos mirar como calumniosa esta especie, y como tal la trata el Bachiller Cibdarreal, que dice haber probado él mismo los higos. <<
[15] El que nuestra Crónica llama infante Benalmao. <<
[16] Crónica de don Álvaro, tit. XLI. <<
[17] Crónica de don Juan II, pág. 341. <<
[18] Crónica de don Juan II, Años 34 a 38.—Conde, Domin., part. IV, caps. 30 y 31.—Cibdarreal, Centón, Epistol.—Zúñiga, Anal. de Sevilla. <<
[19] La letra del tratado ocupa en la Crónica de don Juan II, 16 páginas en folio. <<
[20] Hállanse estas ordenanzas en la Crónica de Fernán Pérez, págs. 291 a 364, y algunas se conservan todavía en la Novísima Recopilación. <<
[21] Eran entonces los dos príncipes de edad de 12 años cada uno. <<
[22] Del célebre Paso Honroso de Suero de Quiñones, daremos cuenta en otro lugar. <<
[23] Crónica de don Juan II, pág. 411.—En aquellas justas murieron algunos caballeros y salieron heridos otros, a causa de que las lanzas con que lidiaban llevaban puntas de hierro acerado.—Por aquellos días (septiembre 1440) murió el adelantado mayor Pedro Manrique, cuya prisión había motivado todas aquellas alteraciones y turbulencias. <<
[24] Era hijo de Alfonso Téllez Girón, señor de Belmonte: habíale puesto el condestable don Álvaro al lado del príncipe, el cual llegó a amarle tanto, «que ninguna cosa hacía más de cuanto él mandaba». De modo que la situación del infante para con don Juan Pacheco era la reproducción de la de su padre el rey don Juan para con don Álvaro de Luna. <<
[25] Crónica de don Juan II, pág. 436.—Id. de don Álvaro, tít. 48. <<
[26] No obstante, si hubiéramos de dar fe al cronista Pérez de Guzmán en todo lo relativo a don Álvaro, hallándose el rey en Toro los partidarios del condestable comenzaron a hacer una mina que desde fuera de la ciudad entrase en el castillo donde celebraban sus consejos el rey, el de Navarra, el infante de Aragón y los demás caballeros, con el fin de que todos quedaran allí muertos cuando deliberaban: «lo cual, añade, como fuese descubierto, dio gran causa de sospecha al rey de Navarra y al infante, y a todos los otros caballeros, y el rey se partió de allí para Valladolid». Pág. 465. Esta noticia tiene para nosotros ciertos caracteres de inverosimilitud, así por la dificultad que presentaba hacer un trabajo de aquella naturaleza, hallándose la ciudad ocupada por los reyes y por los principales personajes enemigos y vencedores del condestable, como por no indicar el cronista, siendo tan minucioso en todo, que se hubiesen hecho ni castigos, ni proceso, ni averiguaciones siquiera acerca de los que intentaron ejecutar tan horrible atentado. <<
[27] Fue elevado a la silla toledana el arzobispo don Gutierre de Sevilla. <<
[28] Fernán Pérez de Guzmán, en la Crón. de don Juan II, pág. 488. <<
[29] Llevábale preso un escudero, y en el camino le dijo: «yo voy muy ferido: pidovos por merced que me quitéis esta celada que me mata». El escudero le creyó, y como para quitarle la celada soltase la espada que llevaba en la mano y la tomase don Pedro de Quiñones, diole con ella un mandoble que le cruzó el rostro: el escudero no atendió ya más que a su herida, Quiñones puso espuelas al caballo y se salvó a todo correr.—Crónica de don Juan, pág. 493.—Id. de don Álvaro, tít. LVI. <<
[30] Fueron estas principalmente Medina de Rioseco, Torrelobatón, Bolaños, Aguilar de Campos, Villalón, Mayorga y Benavente. Algunas opusieron resistencia, y fueron tomadas a fuerza de armas. El alcaide del castillo de Burgos también anduvo remiso en entregar al rey aquella fortaleza. Rindiéronse igualmente varias villas que aún se mantenían por el infante don Enrique de Aragón, como Alburquerque, Azagala y otras. De entre las que conservaban los capitanes del rey de Navarra la que opuso más larga y tenaz resistencia fue Atienza, defendida por el valiente Rodrigo de Robledo. Este caudillo sostuvo un largo cerco y muchos combates contra casi todas las fuerzas del rey de Castilla y del condestable. Cuando el rey entró en ella la hizo incendiar toda. Estos sucesos parciales ocupan muchas páginas en las crónicas, y la de don Álvaro de Luna refiere con gran prolijidad y complacencia todos los hechos de su héroe en el cerco de aquella villa. <<
[31] Conde, Domin. p. IV, caps. 31 y 32.-Crón. de don Juan II. Años 45, 46 y 47.—Argote de Molina, Nobleza, lib. II.—Jimena, Anal. de Jaén.—Marmol, Descripción,etc., lib. II.—Zúñiga. Anal. de Sevilla, lib. X. <<
[32] Pérez de Guzmán, en la Crón. de don Juan II, pág. 548. <<
[33] Este célebre despojador Pedro Sarmiento corrió después mil aventuras, y anduvo casi siempre desterrado, y murió perlático, «y anssi él como todo lo que robó, dice la crónica, obo mala fin». <<
[34] Conde, Domin. p. IV, cap. 32.—Crón. de don Juan II, pág. 556.—Morone, Blasones de Lorca, pág. II, lib. 3.—Cascales Discurs. Histor. de Murcia, <<
[35] Conde, ubi sup.—El más moderno historiador de Granada, Lafuente Alcántara, cree que esta terrible ejecución fue la que dio nombre a la sala llamada de los Abencerrajes, contigua al patio de los Leones, apartándose en esto de la tradición y de otras historias que atribuyen el origen de aquel nombre al sangriento suplicio de los Abencerrajes, ejecutado algún tiempo después por Boabdil, a lo cual nos inclinamos nosotros. <<
[36] En casi todas las historias generales hallamos el reinado de don Juan II tratado tan a la ligera, que apenas puede formarse una escasísima idea de él, y forma un verdadero contraste con la difusa e interminable prolijidad de las dos crónicas que de él tenemos; prolijidad que en parte justifica la duración misma de un reinado de cerca de 48 años de gran movimiento interior, y nutrido de acontecimientos, que aunque enojosos, por su complicación, por cierta especie de monotonía, y por estar constantemente dividida la atención entre los muchos personajes que en ellos figuran, no es posible omitirlos, siquiera sea desembarazándolos de sus pormenores, si se ha de conocer este importante periodo de nuestra historia. Romey, que dedicó un volumen entero al reinado de don Pedro, consagra solo unas poquísimas paginas al de don Juan II, y casi puede decirse que le deja tan en blanco como dejó el de doña Urraca. Mariana, aparte de varias inexactitudes que comete, de tal manera envuelve e involucra, según su costumbre, los sucesos de Castilla con los de Navarra, Francia, Nápoles, Sicilia y otros puntos, que sobre ser ellos de por sí harto complicados, aumenta grandemente su confusión, y no es fácil tarea llevar el hilo y comprender el orden y sucesión de los acontecimientos. <<
[37] Según la Crónica de Fernán Pérez le mató Juan de Luna, yerno del maestre y condestable, dándole con un mazo en la cabeza, y para figurar que él mismo se había caído al río desclavaron unas verjas que a él daban para que apareciese que al asomarse a ellas las había vencido con su peso. <<
[38] Aunque parecía que don Álvaro estaba enteramente desprevenido, no había faltado quien le avisara del peligro que corría: un criado suyo, Diego Gotor, anunció la noche antes que se decia por la ciudad que se trataba de prenderle al siguiente día, y le aconsejó que se disfrazára y se pusiera en salvo aquella misma noche. Don Álvaro se turbó al momento y quedó en hacerlo: mas luego pidió de cenar, cenó y se quedó dormido: a la media hora le despertó el criado exhortándole a que cabalgase antes que cerraran las puertas: «anda, vete, le contestó don Álvaro, que voto a Dios no hay nada». El criado no insistió más. Tanta era la confianza que el condestable tenía en el rey; y así permite Dios que se ofusque la razón y el entendimiento de los que tiene determinado perder. <<
[39] El Bachiller Cibdarreal, testigo del suplicio, observa que como uno de los pregoneros en lugar de decir por los deservicios dijese por los servicios, exclamó el condestable con mucha serenidad: Bien dices, hijo, por los servicios me pagan así. <<
[40] Crónicas de don Juan II y de don Álvaro de Luna.—He aquí cómo refiere un autor de aquel tiempo la prisión de don Álvaro hasta su muerte.
«Mandó el condestable ensillar un caballo y cubrirle con ricas mantas llenas de veneras, y se puso el arnés que le había regalado el rey de Francia, pues quería presentar al rey un largo escrito en que hacía mención de sus principales servicios. Antes de montar dio a Gonzalo Chacón el seguro que le había dado el rey. Al ir a salir encargó a Chacón y a Fernando Sesé que cuando fuese tiempo se fuese con sus criados a la posada del conde, su fijo, y habló a sus criados. Al llegar a la puerta encontró a Ruy Díaz y al adelantado Perafán, que le noticiaron estaba el pueblo alborotado y no le podrían librar conforme el rey se lo había mandado, y le persuadieron que se quedase en su casa. Luego que se apeó se presentaron los dichos Díaz y Perafán con gentes de armas y dijeron que venían a defenderle. En cuanto el rey supo que no había salido, se vino a la misma posada del condestable, y comió allí, pero no le quiso ver, y le mandó poner guardias confiando su custodia a Ruy Díaz que le había hecho desarmar. Solo le dejaron dos pajes y dos criados, los demás fueron presos y llevados a la cárcel pública, y como dice el cronista, robados de cuanto avian.
»El conde don Juan, su hijo, se escapó con un solo criado, y disfrazado en hábito de mujer, y encontró en el camino con el caballero don Juan Fernández Galindo, que iba a su aventura con treinta de a caballo, y le acompañó hasta Escalona, donde estaba la condesa su madre. Juan Luna salió en hábito disimulado que le proporcionó un clérigo, y a Fernando Rivadeneyra le tuvo escondido el obispo de Ávila hasta mejor ocasión.
»Aquella misma noche de la prisión mandó el rey a buscar a Gonzalo Chacón para preguntarle dónde tenía el condestable los tesoros, y en vez de contestarle, le habló tan bien en favor de su señor, que el rey no pudo contener las lágrimas, le recomendó que siguiese sirviéndole bien, pero le mandó a la cárcel.
»El condestable solo tenía guardas y no muy estrecha prisión, y enviaba cartas a Chacón, para la condesa, para el conde don Juan y don Pedro de Luna, sus hijos, para don Juan de Luna y para el alcaide de Portillo. Trato de escaparse, y no encontró otro medio mejor que salir por una ventana, pero tuvo que confiar este proyecto a los pajes, y uno de ellos se lo participó a Ruy Díaz. Viendo frustrado su plan, avisó a Chacón y Sesé para que persuadiesen a don Álvaro de Estúñiga que cuando se marchase el rey de Burgos le reclamara, y que le daría en casamiento a su hijo el conde don Juan para una hija del don Álvaro, y una fija para otro fijo del mismo, y obraba así porque temía a Ruy Díaz como caballero muy cobarde. Estúñiga reclamó al rey valiéndose del carácter de justicia mayor, pero nada pudo conseguir.
»Partió el rey de Burgos, y marchó con él Ruy Díaz, confiando a su hermano el prestamero la guarda de don Álvaro que iba en una mula sin armas algunas, y lo llevaban por camino apartado. Supo por el camino que venía el arzobispo de Toledo a ver al rey, y creyó que en atención a ser pariente suyo y hechura suya, vendría a abogar por él, y tan confiado estaba en su amistad que mandó a sus criados cuando le prendieron, que le llevaran al conde, su hijo, aunque no quisiera la condesa, pero el arzobispo se mostró uno de los mayores contrarios del condestable, y debiendo encontrarle en el camino varió de dirección por no hablarle.
»Gonzalo Chacón quería avisar de todo al maestre, y estando en Dueñas pidió hablar al rey; conducido a su presencia le dijo que si pudiese hablar con el condestable averiguaría donde estaban los tesoros. El rey le prometió que le hablaría si juraba no decir más que lo que le mandaran, pero al cabo no tuvo efecto este permiso.
»Llegó el rey a Portillo, y el alcaide Alfonso González de León y su hijo hicieron al principio alguna resistencia, pero por último entregaron el castillo con la condición que el rey les diese, como les dio, parte del aver que allí tenían, y entregaron las apetecidas arcas; pero no contenían todo el dinero, porque aquellos dos las habían artificiosamente desolado e avían sacado no pequeña suma, e después avían tornado a las solar e enclavar con cierto artificio.
»Desde allí se dirigió el rey a Maqueda, donde Fernando de Rivadeneyra que la custodiaba hizo una gran defensa, hasta que el rey mandó pregonar como traidor a Rivadeneyra, que entonces la entregó.
»Desde aquí marcharon a Escalona, donde estaba la condesa, el conde su hijo y muchos caballeros, y estuvieron unos veinte días sin poderla tomar. Era por el mes de junio, y aquel año había tanta falta de pan que murieron muchos en la sierra de hambre, y eran pocos los que en tierra llana comían pan de trigo, y los más de cebada y de legumbres.
»Visto que no habían podido tomar a Escalona, juntó el rey su consejo, en el que no había un amigo de don Álvaro, y manifestaron todos que estaba apoderado del reino, que tenía muchas villas, fortalezas y castillos, que era muy amado y muy temido de todos los suyos, y que creerían que volvería a la gracia del rey, y que para evitarlo y que pudiese el rey apoderarse de sus fortalezas convenía quitarle la vida. Todos convinieron en la sentencia, excepto el arzobispo de Toledo, que como era causa de muerte se salió del consejo.
»Dada la sentencia, encargaron que cuidase de su ejecución Diego López de Estúñiga, primo del conde de Plasencia, como lugarteniente del justicia mayor, é que la ejecución fuese en Valladolid.
»Marchó Estúñiga a Portillo, donde estaba el maestre, después de haber recogido en Valladolid la gente que creyó necesaria para conducirle en buena guarda, y habiendo dispuesto que el maestro Alfonso Espina, gran famoso letrado e maestro en teología y a quien conocía don Álvaro, marchase al día siguiente en dirección de Portillo, se hiciese encontradizo con él y le participara la sentencia, porque los demás nada le dirían. Ejecutado así, cuando lo supo don Álvaro se lo agradeció mucho que se lo dijera, dio un gran suspiro, y alzando los ojos al cielo solo dijo; Bendito tú seas, Dios y Señor, que riges e gobiernas el mundo, y rogó al religioso que no le dejase ni se separase del hasta su muerte; y por el camino hasta Valladolid, que serían unas dos leguas, fueron hablando solo de la conciencia.
»Llegados a Valladolid, lo llevaron a las casas de Alfonso Estúñiga, en la calle que se llama Caldefrancos, a donde solía parar el mismo maestre en tiempos pasados. AI día siguiente oyó misa, y después pidió guindas y pan; tomando muy poco de uno y otro, y luego vino a buscarle Estúñiga con su gente. Cabalgaba en una mula cubierta de luto, y él llevaba una capa larga negra. Lo llevaron al lado del convento de San Francisco donde estaba levantado el cadalso cubierto con una rica alfombra. El pregón que se leyó estaba mal compuesto, pues aunque los del consejo tenían consigo al relator Fernando Díez de Toledo, que era de sutil ingenio, no pudieron decir más que estaba apoderado de la persona del rey. Al llegar al cadalso se apeó y subió sin empacho los escalones, luego se quitó el sombrero y se le dio a uno de los pajes, y arregló los pliegues de la ropa que llevaba vestida; y como el sayón le dijese que le convenía por entonces atarle las manos, o a lo menos atarle los pulgares, porque él non ficiese algunas bascas e apartase de sí el cuchillo con el espanto de la muerte, él sacó una agujeta de garbier que traía, las cuales se usaban en aquel tiempo, e eran casi unas pequeñas escarcelas, y con aquella le ató los pulsares. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de San Andrés, etc. <<
[41] El cronista Pérez de Guzmán hace el siguiente retrato de don Álvaro de Luna: «Fue, dice, este maestre e condestable de cuerpo muy pequeño, e de flaco rostro: miembros bien proporcionados, calvo, los ojos pequeños e muy agudos, la boca honda e malos dientes; de gran corazón, osado, y mucho esforzado, astuto y sospechoso, dado mucho a placeres, fue gran caballero de toda silla, bracero, buen justador, trovaba e danzaba bien». Crón. de don Juan II.—Y en las Generaciones y Semblanzas amplia más esta descripción, diciendo entre otras cosas, que «era asaz diestro en las armas, y en los juegos de ellas muy avisado: en el palacio muy gracioso e bien razonado, como quiera que algo dudase en la palabra, muy discreto e gran disimulador; fengido e cauteloso… fue habido por esforzado… en las porfias y debates del palacio, que es otra segunda manera de esfuerzo, mostróse muy hombre: preciábase mucho de linaje, no se acordando de la humilde e baxa parte de su madre… No se puede negar que en él no ovo asaz virtudes quanto al mundo, ca placiale mucho platicar sus hechos con los hombres discretos… e por su mano ovieron muchas mercedes del rey, e si hizo daño a muchos, también perdonó a muchos grandes yerros que le hicieron: fue cobdicioso en un grande extremo de vasallos y de tesoros… no se podría decir bien ni declarar la gran cobdicia suya… etc.». <<
[42] Tuvo además don Álvaro una hija llamada doña María, que casó con Íñigo López de Mendoza, duque del Infantado: y fuera de matrimonio a don Pedro de Luna, señor de Fuentidueña, y otra hija que fue mujer de Juan de Luna,su pariente, gobernador de Soria. <<
[43] En la exposición de causas hecha al santo padre para probar la impotencia relativa y salvar la absoluta, alegaba el infante razones de un género que ni favorecían a su moral ni hay necesidad de repetir, porque eran las mismas que en tales casos por lo común se alegan. Nuestro Mariana, sin embargo, no vacila en decir, con el desenfado que en estas materias acostumbra: «la culpa era de su marido, que aficionado a tratos ilícitos y malos (vicio que muchas veces su padre procuro quitalle), no tenía apetito, ni aún fuerza para lo que le era lícito, especial con doncellas: así se tuvo por cosa averiguada, por muchas conjeturas y señales que para ello se representaban». Hist. de España, lib. XXII, cap. 14. <<
[44] Quiere decir, dado a las cosas de la iglesia. <<
[45] Pérez de Guzmán, Crón., pág. 576. <<
[46] Los embajadores de Castilla fueron, don Diego obispo de Cuenca, don Juan de Badajoz, don Fernán Pérez de Ayala, Martín Fernández de Córdova, alcaide de los donceles, Fr. Fernando de Illescas, Fernán Martínez Dávalos, doctor en decretos y deán de Segovia, Diego Fernández de Valladolid, deán de Palencia, y Juan Fernández de Peñaflor, doctor en decretos. <<
[47] No había agradado fin embargo a Alfonso de Aragón la elección de Martín V, a quien tenía por poco propicio a los intereses de su reino, especialmente en lo de Sicilia: así fue que quedó muy disgustado de sus embajadores, a quienes dijo que habían mirado más por sus particulares intereses que por la honra y bien del Estado, Zurita, Anal., lib. XII, cap. 67. <<
[48] Zurita dice, no sabemos con qué fundamento, «fue cosa muy pública y divulgada por los que eran devotos de don Pedro de Luna, que estando el legado en Zaragoza procuró se le diesse veneno con que muriesse, y aunque se le dio, vivió algunos años, y el legado murió antes». Anal., lib. XII, cap. 69. <<
[49] El vulgo le llamaba y conocía por el apodo de Malicia. <<
[50] Fueron estos Bernardo de Centellas, Ramón de Perellós, don Fadrique Enríquez, hijo del almirante de Castilla, don Juan y don Ramón de Moneada, Jimén Pérez de Corella, Juan de Bardají y el conde de Veintemilla. <<
[51] Esto explica la ausencia de Castilla de este infante en medio de las revueltas que sus hermanos estaban moviendo por este tiempo, como habrá podido observarse por el capitulo precedente. <<
[52] Bartholomé Faccio, en la Vida de este rey.—Zurita, Anal. de Aragón, lib. XIII, cap. 32. <<
[53] Narrados ya estos acontecimientos en el reinado de don Juan II de Castilla, allí pueden verse la intervención y el influjo que en ellos tuvieron el rey y el reino de Aragón. <<
[54] Recuérdese lo que dijimos en el cap. 27, sobre la venida a Castilla de este don Fadrique de Aragón y su descabellada conspiración en Sevilla. <<
[55] Por este tiempo (1429) instituyó este Felipe de Borgoña la insigne orden de caballería del Toisón de oro, y nombró veinte y cuatro caballeros de ella.—Ocurrió también este año la abdicación de Gil Sánchez Muñoz, nombrado papa por los dos cardenales de Pedro de Luna en Peñíscola con el nombre de Clemente VIII, con lo cual se restableció definitivamente la paz y la unidad de la iglesia, no quedando ya un solo rincón del mundo cristiano que no obedeciera al único y verdadero pontífice, que lo era Martín V. <<
[56] De todos estos sucesos dan extensas noticias los escritores italianos en la Colección de Muratori, toms. XX y XXI, entre ellos el biógrafo de Alfonso V Barthol. Faccio: Fernán Pérez de Guzmán en la Crónica de don Juan II de Castilla; Pedro Carrillo de Albornoz, que insertó varios documentos; Zurita en el lib. XIV de sus Anales; y muchos documentos relativos a estos acontecimientos hemos visto originales en el Archivo general de la Corona de Aragón. <<
[57] En el reinado de don Juan II de Castilla hablamos ya de estas vistas, y de cómo se fueron prolongando en diferentes plazos las treguas. A poco de regresar la reina de Aragón de Soria a Zaragoza, tuvo noticia de la muerte de su suegra la reina doña Leonor agobiada con tantos trabajos y pesadumbres como le habían ocasionado las discordias de sus hijos y yernos y las últimas desgracias de aquellos. <<
[58] Zurita, Anal. de Aragón, lib. XIV, cap. 38. <<
[59] Menester es dar algunas noticias acerca de estas lamentables discordias que ocasionaron otra especie de cisma en la iglesia, y de lo que principalmente se trató en este concilio general, uno de los más célebres de la cristiandad. Abierto en Basilea, ciudad de Suiza, en 1434, sus dos principales objetos eran la reunión de la iglesia griega con la romana, y la reforma general de la iglesia en su jefe y en sus miembros según el proyecto del de Constanza. El papa Eugenio IV había intentado dos veces disolverle, pero los padres del concilio se mantuvieron firmes, invocando la superioridad del concilio sobre el papa declarada por dos decretos del de Constanza en las sesiones cuarta y quinta. El pontífice Eugenio aprobó después el concilio por bula de 15 de diciembre de 1433, y le presidieron sus legados en presencia del emperador Segismundo, protector de la asamblea. En 1436 se redactó una profesión de fe que el papa había de hacer el día de su elección, y que comprendía todos los concilios generales, especialmente los de Constanza y Basilea, y se hicieron varias reformas relativas al número de cardenales y a las reservas y gracias expectativas. En 1437 se decretó que se tendría el concilio en favor de los griegos, o en Basilea, o en Aviñón, o en alguna ciudad de Saboya. Los legados del papa con algunos prelados designaban una ciudad de Italia. Estos dos opuestos decretos produjeron grandes contestaciones. El papa aprobó el de sus legados, y los envió con sus galeras a Constantinopla a recibir al emperador Juan Paleólogo y los griegos y llevarlos a Italia, anticipándose a las que el concilio había enviado también. Desde entonces se agrió la mala inteligencia que de años atrás había entre el papa y el concilio, y se hicieron ya guerra abierta. El concilio decretó (en sesión del 26 de julio) que el papa fuese a dar cuenta de su conducta, y en caso de negativa que se procediese contra él con todo el rigor de los cánones. El papa a su vez expidió una bula trasladando el concilio a Ferrara, el cual, sin embargo, continuaba sus sesiones en Basilea obrando contra el pontífice, y al fin le declaró contumaz por no haber comparecido, refutando su bula de convocación para Ferrara. En tal estado se hallaba este lamentable negocio cuando ocurrían los sucesos que vamos refiriendo en nuestra historia, y de cuyo estado se prevalía el rey don Alfonso de Aragón, o para intimidar al papa con favorecer a los del concilio de Basilea, o para halagarle y hacerle desistir de la guerra que le hacia en Nápoles, prometiendo ayudar y proteger su causa.—Los prelados que quedaron en Basilea llegaron hasta a deponer al papa Eugenio (1439), nombrando en su lugar a Amadeo, duque de Saboya, con el nombre de Félix V. Entretanto funcionaba en Ferrara el otro concilio, declarado legítimo, canónico, y ecuménico bajo la presidencia del pontífice, para la reunión de las dos iglesias griega y latina. En 1439 se trasladó a Florencia, recibiendo el nombre de concilio general florentino. <<
[60] Por este tiempo fue la sublevación de los grandes de resultas de la prisión del adelantado Pedro Manrique por don Juan II, la entrada de aquellos dos príncipes en Castilla, la concordia de Castronuño, el destierro de don Álvaro de Luna, y la restitución de sus estados a los infantes de Aragón, que dejamos referido en el capítulo precedente. <<
[61] Zurita. Anal, de Aragón, lib. XV, cap. 4. <<
[62] Es admirable la poca fe y la ligereza con que los príncipes de Italia mudaban de partido. El conde de Caserta en el espacio de dos años había militado en cinco diferentes y contrarias banderas, pasándose de unas a otras, y los soberanos los recibían siempre, acostumbrándose a tenerlos como auxiliares mercenarios por el tiempo que quisiesen servirles. <<
[63] No tenía entonces, ni tuvo después el rey don Alfonso hijos legítimos de la reina doña María. Este don Fernando, a quien su padre hacia llamar infante, era bastardo, y no se supo con certeza quien fuese su madre. Juan Joviano Pontano refiere sobre esto variedad de opiniones, inclinándose él a que lo había sido la infanta doña Catalina, cuñada del rey. El papa Calixto, que fue enemigo de clarado del infante don Fernando cuando sucedió en el reino, decía que no era hijo de Alfonso, sino de un hombre bajo y de vil condición. Otros piensan que le tuvo de doña Margarita de Híjar, dama de la reina (Zurita, Anal., lib. XIV, capitulo 35); de este parecer es el señor Bofarull, Condes de Barcelona, tom. II, pág. 315. <<
[64] Podía ya el pontífice Nicolás obrar con más desembarazo, porque en este mismo año de 1449 el intruso papa Félix V, nombrado por el concilio de Basilea, a ruego del emperador Federico se había apartado de su error y depuesto el pontificado, acabando así el segundo cisma del siglo XV y recobrando su unidad la iglesia católica. Quedó con la dignidad de cardenal y obispo de Sabina, y el papa Nicolás le nombró legado perpetuo y vicario general de la Sede Apostólica en Alemania. <<
[65] Zurita, Anal., lib. XV, cap.58.—«Hay indicios vehementes, dice el archivero Bofarull, de si el rey intentó repudiar esta señora (la reina) y anular el matrimonio para contraerlo con doña Lucrecia de Alañó, que algunos dicen fue a Roma con esta pretensión, a la que el pontífice Calixto III no quiso acceder por ningún título, y que por esta razón pasó don Alfonso la mayor parte de su vida separado de doña María a pretexto de las guerras de Italia, Acaso la esterilidad de doña María sugirió al rey la idea de anular su matrimonio, pero sin dejar de amarla y apreciarla como se merecía, pues la correspondencia particular que se conserva en el real archivo no respira más que mutuo cariño y estimación entre los dos esposos». Condes de Barcelona, t. II, pág. 513. <<
[66] El soldán de los turcos era Mohammed II. Afirmase que se tomó la ciudad por traición de un genovés llamado Juan Longo Justiniano, que les franqueó una de las puertas. <<
[67] Refieren varios autores que este prelado español, o por pronóstico que le hiciera San Vicente Ferrer, o porque así se lo inspirara su imaginación, había tomado mucho tiempo antes el nombre de Calixto, como si estuviera cierto de que había de ser sumo pontífice, y que anticipadamente había hecho un voto solemne por escrito, como si fuera en público consistorio, de hacer guerra perpetua a los turcos y no desistir de ella jamás. Zurita, Anal., lib. XVI, cap. 32. <<
[68] Ya los reyes de Aragón y Castilla y otros grandes príncipes de la cristiandad habían pedido la canonización del apóstol valenciano a los papas Martín, Eugenio y Nicolás. En la información que este último había mandado hacer, intervino como comisario este mismo cardenal de Valencia, que ahora era Calixto III, juntamente con el cardenal de Ostia, el patriarca de Alejandría, el arzobispo de Nápoles, el obispo de Mallorca, y otros varios prelados en diferentes reinos y provincias, donde eran conocidas las virtudes, las predicaciones y los milagros del santo misionero. El papa Calixto concluyó efectivamente el proceso, y nunca para ningún acto de esta clase habían concurrido testimonios de tantas y tan diversas y distantes naciones como concurrieron para informar unánimemente de la santidad y de los prodigios obrados por Vicente Ferrer. En cuya virtud tocó a su compatricio Calixto III la gloria de proclamar ante los cardenales y prelados de la curia romana que la iglesia colocaba en el número de los santos a Vicente Ferrer (3 de junio 1445), lo cual se publicó con toda solemnidad y ceremonia en la fiesta de San Pedro y San Pablo siguiente. La bula de canonización la expidió después el papa Pío II, sucesor de Calixto III, en el primer año de su pontificado. <<
[69] Jerónimo de Zurita pone este discurso en sus Anales, libro XVI, cap. 33. <<
[70] Zurita, lib. XVI, cap.42. <<
[71] El reinado de este don Juan II, se divide naturalmente en dos partes o periodos, uno en que fue rey de Navarra solamente (de 1425 a 1458), otro en que fue simultáneamente rey de Navarra y de Aragón (de 1458 a 1479), cuyos dos periodos forman un largo reinado de 54años. La parte que tomó en todos los sucesos de Sicilia, de Aragón, de Castilla y de Nápoles durante los tres últimos reinados, ya como heredado en Castilla y súbdito de don Juan II, ya como infante de Aragón e hijo de don Fernando I, ya como auxiliar de su hermano Alfonso V en las guerras de Nápoles, ya como lugarteniente suyo en los reinos de Aragón, y al propio tiempo como rey de Navarra, hace que nos sean conocidos sus principales hechos anteriores a 1458, como embebidos en la historia de cada uno de estos reinados, fáltanos considerarle como rey de Navarra antes de la citada época.
Debemos no obstante advertir sobre este punto, que en nuestro carácter de historiador general de España, y no de sus particulares reinos, ni podemos ni nos corresponde hacer en este capítulo una historia detenida del reino y del rey de Navarra hasta la reunión de las dos coronas, para no incurrir en impertinentes repeticiones, cumpliéndonos solo apuntar lo relativo a aquel reino, de que no hemos dado cuenta. El que desee más circunstanciados pormenores acerca de Navarra en esta época, los hallará abundantes en Aleson, tom. IV de los Anales de Navarra: en Zurita, Anal. de Aragón, lib. XIII al XVII, y en las historias particulares de aquel reino.—Advertimos también, que en el segundo periodo de 1458 adelante los sucesos que tengan directa relación con Castilla los indicaremos aquí ligeramente, reservándonos darlos a conocer con más detención en el reinado de Enrique IV de Castilla, donde más propiamente corresponden. Esta complicación de relaciones entre los diferentes reinos de la península, y esta simultaneidad de acontecimientos en un mismo reinado, unos de interés general para todos los reinos españoles, otros de influencia solo para uno de sus particulares estados, es una de las circunstancias que hacen sobremanera difícil dar orden y claridad a la historia general de nuestra nación. <<
[72] La parte activa que tomó don Juan en este tiempo y en los años siguientes, juntamente con sus hermanos don Alfonso, don Enrique y don Pedro, en todos los negocios y en todas las revueltas que agitaban la monarquía castellana, se puede ver en el cap. 27 de este libro. <<
[73] Había nacido en Peñafiel (Castilla) a 29 de mayo de 1421. <<
[74] Tenían ya además otras dos hijas, doña Blanca, que nació en Olite en 1424, y fue jurada por las cortes sucesora del reino en defecto de su madre y de su hermano don Carlos, esposa repudiada que fue del infante don Enrique (después Enrique IV) de Castilla; y doña Leonor, que nació en 1426, y casó muy joven con Gastón de Foix. <<
[75] Archivo de la corona de Aragón, Armar. de los Templarios, número 101.—Zurita, Anal., tom. III, págs. 277 y 278.—Aleson, tom. VI, págs. 365 y 366. <<
[76] Por este tiempo, dice Yanguas, añadió a sus armas la empresa de un hueso que roían dos lebreles, con el mote Utrimque róditur, aludiendo a los reyes de Francia y Castilla, que cada uno por su parte le iban usurpando sus tierras. <<
[77] Ya en 1419 había fallecido en Olite la princesa de Viana doña Ana de Cleves sin dejar sucesión. <<
[78] El origen de estas dos célebres parcialidades fue la guerra que desde 1438 se hicieron entre sí los señores de Agramont y de Lusa en la baja Navarra, denominándose Agramonteses los que seguían al primero, y Lusetanos los que seguían al segundo, y también Beaumonteses, o Biamonteses, del nombre de su caudillo Luis de Beaumont. <<
[79] Alonso de Palencia Crón. de Enrique IV.—Bernaldez, Hist. de los Reyes Católicos, cap. 8.—Zurita, Anal., lib. XVI, cap. 7.— Lucio Marineo anticipa, y Garibay retrasa el nacimiento de este príncipe. <<
[80] Por este tiempo se ejecutó en Castilla el suplicio de don Álvaro de Luna, y entonces también repudió el príncipe de Asturias don Enrique a su esposa doña Blanca de Navarra y se la devolvió a su padre. Véase el cap. XXVII. <<
[81] Aquí comienza la segunda parte del reinado de don Juan II, desde ahora rey de Aragón y de Navarra. <<
[82] Gianone, Hist. civil del reino de Nápoles.—Sunmonte, Hist. de la ciudad y reino de Nápoles, lib. V.—Aleson, Zurita, Abarca, en sus Anal, de Navarra y de Aragón. <<
[83] Vino a ser con el tiempo abad de San Juan de la Peña y obispo de Huesca. Ya en Navarra había tenido otro hijo y una hija, habido el primero de doña Brianda de Vaca, y la segunda de doña María de Armendáriz. Aquel, llamado Felipe, conde de Beaufort, fue después maestre de Montesa, y murió en Baeza peleando contra los moros, al servicio de don Fernando el Católico. <<
[84] La que después fue reina católica. <<
[85] Zurita, Anal., lib. XVII, cap. 2.—Abarca, Reyes de Aragón, don Juan II cap. 2.—Aleson, Anal. de Navarra, tom. IV, pág. 556. <<
[86] Dietario de la diputación de Barcelona.—Zurita, Anal., Lib. XVII, cap. 8.—Lucio Marineo, Cosas memorables, p.III.—Aleson, Anales de Navarra, tom. IV.—Castillo, Crón. de Enrique IV, cap. 28. <<
[87] Zurita, Anal., lib. XVII, cap. 19.—Por este tiempo, dice el mismo cronista, los vasallos de los barones y caballeros que en Cataluña llamaban Pageses de Remenza, especie de esclavos que no podían disponer ni de sus bienes ni de sus hijos sino con licencia de sus señores, comenzaron a levantarse favoreciéndose del príncipe Carlos, proclamando que sus señores los tenían tiranizados contra todo derecho y razón, y el príncipe se valía de aquella gente contra todos los que no le seguían. <<
[88] Zurita, ibíd., cap. 21. <<
[89] Indican, y aún afirman algunos historiadores que la enfermedad de este desventurado príncipe fue ocasionada por un veneno que le habían dado en la prisión, imputando, o haciendo al menos recaer las sospechas de este crimen en su madrastra la reina doña Juana, que dicen se valió para ello de cierto médico extranjero. Aunque no es inverosímil esta opinión, atendido el carácter de las personas que se le mostraron más enemigas, y el encono con que le persiguieron, no la hallamos confirmada ni justificada con pruebas positivas. El cronista Gerónimo de Zurita, que no sabe ni disimular ni callar las flaquezas ni los crímenes de los más encumbrados personajes y de los reyes mismos, atribuye su muerte a enfermedad natural, y aún indica haber influido en ella el disgusto y desazón, y hasta la ira de ver que hecha la concordia entre los reyes de Aragón y Castilla tan contra sus deseos, y no esperando socorro cierto de Francia, no podía él sustentar aquel principado y dar favor a las cosas de Navarra como quisiera. Véase Aleson, Anal. de Navarra, tom. IV, pág. 563.—Zurita, Anal., lib. XVII cap. 24.—Lucio Marineo, fol. 414.—Alonso de Palencia, Crón. part. II, cap. 51.—Abarca, tom. II, pág. 256.—Yanguas, Hist. de Navarra, pág. 311. <<
[90] Acerca del carácter y cualidades del príncipe de Viana pueden verse, Gonzalo García, en Nicolás Antonio, Biblioteca Vetus, tom. II, pág. 281; Lucio Marineo Siculo, en las Cosas memorables de España, pág. 106; Zurita, en el libro arriba citado, cap. 24; Quintana, Vidas de españoles célebres.—Zurita pudo saber muchas particularidades de la vida y costumbres de este príncipe, en la visita que hizo al monasterio de San Plácido de Sicilia, donde aquel vivió, y de quien contaban los monjes muchas anécdotas que se habían conservado tradicionalmente más de un siglo después. <<
[91] Petitot, Colección de memorias relativas a la Historia de Francia, tom. XI, pág. 245.—Philip, de Comines, Hist. de Louis XI, t. II.—Zurita, Anal., lib. XVII, caps. 38 y 39. <<
[92] Aleson. Anal. De Nav., t. IV, págs. 590 a 593.—Blancas, Reyes de Aragón, t. II.—Lebrija, de Bello Navariensi, lib. I, cap. 1. <<
[93] Zurita, Anal., lib. XVII, cap. 42.—Alonso de Palencia, Crón., part. II, cap. 1. <<
[94] De aquellas conferencias, y de estas célebres vistas, y de los tratados que en ellas se hicieron daremos cuenta en el reinado de Enrique IV. <<
[95] Zurita, Anal., lib. XVIII, cap. 7.—La Clede (Hist. general de Portugal) dice haber sido envenenado luego que llegó a Cataluña, mas no parece compatible la lentitud con que en tal caso debió obrar el tósigo con lo agudo y rápido de la enfermedad.—Castillo, Crón. de Enrique IV, págs. 43 a 51.—Faria y Sousa, Europa portuguesa, tom. II. <<
[96] Aleson, Anal. de Navarra, t. IV, pág. 609.—Zurita, Anal. de Aragón, lib. XVIII, cap. 15.—Marineo, Cosas Memorables, f. 143.—Alonso de Palencia, Crón., part. II, cap. 88.—Villeneuve-Bargemont. Hist. de Roí René, t. II. <<
[97] Alonso de Palencia, ubi sup.—Lucio Marineo, Cosas Memor., f. 141. <<
[98] De las circunstancias de este matrimonio y de todo lo perteneciente a esta célebre y dichosa unión hablaremos más largamente en el reinado de Enrique IV de Castilla. <<
[99] De estos testimonios de la adhesión y amor de los barceloneses al duque de Lorena, certifican casi todos los escritores de aquel tiempo. Sin embargo Zurita, que como aragonés, no disimula su interés por la causa del rey de Aragón, parece que trata de negar o encubrir aquel afecto, diciendo «hízose poca demostración de su muerte, y no fue más que si hubiera muerto algún caballero estimado, siendo príncipe de tanta calidad». Anal., lib. XVIII, cap. 33. <<
[100] «Y sea, concluía la carta, Nuestro Señor Dios juez entre nos y vosotros,que nos forzais a hacer aquello que no queriamos, como nuestro ánimo sea del todo inclinado a usar de clemencia con vosotros y con esa ciudad. Dada en Pedralbes a 6 de octubre de 1472». <<
[101] Luc. Marín. Sícul., Cosas Memorables, f. 144-147.—Abarca, Reyes de Araron, tom. II., Rey XXIX, cap. 29.—Zurita, Anales, lib. XVIII, cap. 44.—Alonso de Palencia, Crón., part. II. <<
[102] Zurita, Anal., lib. XVIII, caps. 48 al 55. <<
[103] Cítase entre otras pruebas horriblemente heroicas de la decisión de aquellos habitantes, el ejemplo de una mujer que tenía dos hijos, y habiendo muerto uno de ellos de hambre, alimentó con él al otro que le quedaba. La guarnición se había reducido a cuatrocientos hombres escasos.—Zurita, lib. XIX, cap. 20. <<
[104] Las cartas de Luis XI relativas a este asunto, se pueden ver en Mr. de Barante, Hist. de los duques de Borgoña. <<
[105] Zurita, Anal., lib. XX, cap. 27. <<
[106] Sus amores en los postreros días de su vida con una doncella catalana, llamada Francisca Rosa, fueron muy divulgados, dice Zurita, y se hicieron aún más famosos que los del rey don Alfonso V su hermano con Lucrecia de Alañó.
Tuvo don Juan II de Aragón de su primera esposa doña Blanca de Navarra, tres hijos, don Carlos, príncipe de Viana, doña Blanca, que murió envenenada, y doña Leonor, condesa de Foix, que le sucedió en el remo de Navarra: de su segunda mujer doña Juana Enríquez de Castilla, tuvo a don Fernando (el rey Católico), a doña Leonor y doña María, que murieron niñas, y a doña Juana, que casó con don Galcerán de Requesens, conde de Trevinto y de Avellino.
Fuera de matrimonio tuvo varios hijos naturales de diferentes mancebas. De doña Leonor de Escobar le nació don Alfonso de Aragón, que gozó injustamente por algún tiempo el maestrazgo de Calatrava, De una señora castellana, llamada doña N. Avellaneda tuvo a don Juan, que fue arzobispo de Zaragoza, y de otra manceba natural de Navarra, de la familia de los Ansas, le nacieron tres hijos, que fueron don Fernando y doña María, que murieron niños, y doña Leonor de Aragón, que casó en 1468 con Luis de Beaumont o Beamonte, conde de Lerin y condestable de Navarra.—Bofarull, Condes de Barcelona, tom. II, pág. 329. <<
[107] De don Juan II de Aragón se decía en Navarra que había querido este reino como propio y le había tratado como ajeno. Murmurábasele de pródigo para con sus favorecidos, y de esta prodigalidad dicen que nació en Navarra el proverbio de: Ya se murió el rey don Juan, que se solía emplear para desengaño de los ambiciosos Yanguas, Historia de Navarra, pág. 340. <<
[108] Las negociaciones que mediaron para esta paz, y el pormenor de sus condiciones se hallan más extensamente referidas en el lib. XVI, de los Anales de Zurita, que en las dos crónicas de Enrique IV. <<
[109] Enríquez del Castillo, Crón. del rey don Enrique IV, cap. 10.—Ya don Juan II había tenido mil lanzas que debían acompañarle de continuo, y don Álvaro de Luna tuvo también a su servicio una compañía de ciento, que se llamó la Compañía de los cien continos, siendo capitanes natos de ella los descendientes de aquel privado, si bien aquella decayó pronto de su primitivo objeto. <<
[110] Al final del remado de don Juan II puede ver el lector la situación en que a esta época se hallaba el reino granadino. <<
[111] Sousa, Pruebas de la Casa Real de Portugal, t. I.—Alonso de Palencia, Crónica M. S. part. I.—Flórez, Reinas Católicas, t. II, pág. 760.—Castillo, Crón., caps. 13 y 14.—Este cronista difiere erradamente este segundo matrimonio de don Enrique hasta el año cuarto de su reinado. <<
[112] Enríquez del Castillo, Crón. cap. 23. <<
[113] Castillo, Crón. ub. sup.—Alonso de Palencia confirma esto mismo.—Antes de doña Guiomar había tenido don Enrique otra dama llamada doña Catalina de Sandoval, a quien hizo después abadesa de un monasterio de monjas en Toledo so color de que estas necesitaban ser reformadas; «buen título, dice a esto Mariana, pero mala traza, pues no era para esto a propósito la amiga del rey. A Alonso de Córdoba, su enamorado, hizo el rey cortar la cabeza en Medina del Campo». Mar. Hist., lib. XXII, cap. 2. <<
[114] Castillo, Crón. cap. 24.—Palencia, Crón. M. S. part. I, caps. 20-21:
El monasterio de San Jerónimo que fundó Enrique IV para perpetuar la memoria del paso de Beltrán de la Cueva se hallaba situado en el tránsito o vado de la otra parte del río camino del Pardo.
Acabada la fábrica el año 1464 por la cuaresma vinieron a él siete religiosos del convento de Guadalupe. La primera advocación del convento fue santa María del Paso; pero en 1465 envió el rey a decir al capitulo general que había mudado de intento en cuanto al nombre del convento, y quería que se llamara San Jerónimo el Real de Madrid, y el capitulo no pudo menos de obedecer.
Estando situado en un sitio muy enfermizo, no había nadie que quisiese tomar el hábito por no poderse habitar la casa sin notable riesgo de la salud y peligro de la vida. Conocido el daño, pidió la orden licencia a los Reyes Católicos para trasladar el convento al sitio en que estuvo hasta nuestros días: diéronla con facilidad por las razones dichas, y porque entendieron de personas fidedignas que el mismo rey don Enrique tuvo propósito de hacer esta mudanza condolido de las continuas enfermedades que veía padecer a los religiosos. Hízose la traslación con autoridad de la santidad de Alejandro VI en 1503, siendo general de la orden fray Pedro de Béjar.—Quintana, Grandezas de Madrid, lib. III, cap. 72, pág. 399. <<
[115] Pulgar, Claros Varones de España, tít. VII. <<
[116] Hernando del Pulgar, ibíd., tít. XX. «Este arzobispo, añade Pulgar, dando y gastando en el arte de la alquimia y en buscar mineros y tesoros, pensando alcanzar grandes riquezas para las dar e destribuir, siempre estaba en continuas necesidades, y sin duda puédese creer que si lo que deseaba tener este perlado respondiera al corazón que tenía, hiciera grandes cosas». <<
[117] Véase lo que sobre estos proyectos y negociaciones matrimoniales dejamos ya dicho en el cap. precedente, Reinado de don Juan II de Navarra y Aragón. <<
[118] Crónica de Castillo caps. 28 al 32.—La parte relativa a las negociaciones, guerras y tratos entre Castilla, Cataluña y Navarra, se halla expuesta con más latitud en los Anales de Aragón, de Zurita, lib. XVII. <<
[119] Capítulo 29. <<
[120] Phil. de Cominos, Memoires, lib. III, cap. 8.—Castillo, Crón. cap. 49.—Zurita, Anal., lib. XVII, cap. 50. <<
[121] Es curioso y digno de notarse el modo con que la reina hizo este viaje y entrada en Madrid. Traíanla en andas, dice su cronista, «porque viniese reposada y sin peligro de la preñez». El rey salió a recibirla fuera de Madrid con los grandes de su corte. Luego que la encontró, «mandó que la pusiesen a las ancas de su mula, porque con más honra e reposo entrase en la villa hasta el alcázar donde se había de aposentar». Castillo, Crón. cap. 36 —Esto lo ensalza el cronista como la mayor demostración de amor y de honra que podía hacerle el rey. Extraña costumbre, pero de que no podemos dudar al leerla en un escritor, no solo contemporáneo, sino capellán y de la corte de aquel mismo monarca. <<
[122] Doña Isabel tenía entonces diez años y don Alfonso ocho, y a pesar de su corta edad hemos visto que se había tratado ya en muchas ocasiones de casar a estos dos príncipes, y especialmente a doña Isabel. <<
[123] Mosen Diego de Valera dice sobre esto: «El rey mandó a los Grandes… que jurasen a esta doña Juana por princesa, lo cual algunos fícieron más por temor que por voluntad, como fuesen ciertos aquella no ser fija del rey: y otros non lo quisieron facer, y algunos ficieron reclamación del juramento, entre los cuales, como quiera que a don Luis de la Cerda, conde de Medinaceli, fueron prometidos mil vasallos por que la jurase por princesa, nunca lo quiso facer». Cap. 19. <<
[124] Tomamos las noticias de estos sucesos del cronista Enríquez del Castillo (capítulos 58 al 64), que figuró personalmente en ellos, y era del consejo y compañía del rey. Así es que cuenta lo que él mismo hacia en estos casos, como cuando dice: E así el Obispo e yo tomamos nuestro camino para Villacastín, por donde los condes venían, pero a poco más de media legua que andovimos encontramos con otros que iban a desengañar al rey… como lo avian de prender en aquellas vistas… Entonces el obispo de Calahorra, acordó que yo tornase al rey a más andar para notificalle lo que allí nos avian certificado. E desque llegué al Rey, etc.—Este cronista, a pesar de ser adicto a don Enrique, no se cansa de compadecer y admirar en cada página la debilidad y pobreza de espíritu, casi increíble, de su soberano. <<
[125] Castillo, Crón., cap. 64.—Zurita, Anal., lib. XVII, cap. 56.—Marina, Teoria, tom. III, Apend. núm. 7, donde se inserta el documento. <<
[126] Eran estos don Alfonso Carrillo arzobispo de Toledo, don Alonso de Fonseca arzobispo de Sevilla, don Íñigo Manrique obispo de Coria, el almirante don Fadrique Enríquez, don Juan Pacheco marqués de Villena, don Álvaro de Zúñiga conde de Plasencia, don Garci-Álvarez de Toledo conde de Alba, los condes de Paredes, de Santa Marta, de Rivadeo y otros muchos caballeros. <<
[127] El señor Marina, Teoria de las Cortes, tom. III, Apéndices, parte II, copia la escritura de compromiso que se hizo entre Cabezón y Cigales, sacada de los archivos de la Casa de Villena, donde se halla el original con las firmas del rey y de los caballeros. <<
[128] Tenemos a la vista una copia manuscrita de las resoluciones que se tomaron en la junta de Medina del Campo. Este importantísimo documento, que no hemos visto citado por ningún historiador, y de que sin duda tampoco tuvo conocimiento el señor Marina, se titula: Concordia celebrada entre Enrique IV y el Reino sobre varios puntos de gobierno y legislación civil, otorgada en Medina del Campo año 1465. Está sacada de un ejemplar del archivo del señor duque de Escalona, y cotejada y aumentada por el original del archivo de Simancas. Forma un volumen de 640 páginas en 4.º mayor.—Determináronse en la junta de Medina hasta 129 puntos o capítulos sobre asuntos generales y particulares de gobierno, señaláronse las atribuciones y deberes de cada oficio del Estado, y viene a ser como una ordenanza general del reino. Sobre vanas de sus determinaciones tendremos ocasión de hablar, y en la 4.ª de ellas descubrimos ya la primera tentativa para establecer en Castilla el tribunal de la Inquisición contra los herejes y enemigos de la fe. <<
[129] Castillo, Crón., cap. 73. <<
[130] Castillo, ibíd., cap. 71.—Alonso de Palencia, Crón. M. S., part. II, cap. 62. <<
[131] Todas estas burlescas ceremonias las acompañaban cantando:
«Esta es Simancas,
Don Oppas traydor;
Esta es Simancas,
Que no Peñaflor».
Esta copla duró mucho tiempo en Castilla y se hizo popular.—Enríquez del Castillo, Crón., cap. 77.—Historia manuscrita de Simancas por el Licenciado Cabezudo.—En esta historia inédita, que existe en aquella villa, y que en nuestros viajes a aquel archivo hemos tenido muchas ocasiones de leer, se dan muy curiosas noticias de este reinado especialmente de lo acontecido en Castilla la Vieja, teatro principal de los sucesos. <<
[132] Enríquez del Castillo, Crón., caps. 31 y 32. <<
[133] Palencia, Décadas.—Id., Crón. M. S., cap. 73.—Oviedo, Quincuagenas, Dial. de Cabrera. <<
[134] En esto convienen los dos cronistas de opuestos partidos, Castillo, que fue siempre del de don Enrique, y Palencia, que siguió las banderas de don Alfonso y de los confederados. «Murió, dice el primero, con más poca devoción que como católico cristiano debía morir». Cap. 85. «Murió, dice el segundo, profiriendo imprecaciones, porque no había durado su vida algunas semanas más». Crón. M. S., cap. 73. <<
[135] Gaillard, Rivalité, t. III. <<
[136] El mismo cronista Enriquez del Castillo fue a buscar al rey después de la batalla. «Sabido su apartamiento (dice), fuílo a buscar a gran priesa por el rastro hasta la aldea donde estaba, y hallándole le dije: ¿Cómo los reyes que son vencedores ansí se han de arredrar de su hueste, que tan varonilmente han alcanzado la gloria de su triunfo? Andad acá, señor, que sois vencedor, e vuestros enemigos quedan vencidos e destruidos». Crón., cap. 97. <<
[137] Allí fue preso el cronista Castillo, y entre otras muchas cosas perdió los papeles y la parte de la crónica del rey que tenía ya escrita. <<
[138] Castillo atribuye su muerte a la epimedia que entre las otras calamidades afligía entonces los pueblos de Castilla; pero generalmente se atribuyó a veneno que le dieron en una empanada de trucha. Diego de Valera, en su cap. 41, lo dice expresamente: «E como se asentase a comer, entre los otros manjares fuele traida una trucha en pan, que él de buena voluntad comía, y comió della un poco; y luego en punto le tomó un sueño pesado contra su costumbre, y fuese a acostar en su cama sin fablar palabra a persona, e durmió allí fasta otro día a hora de tercia, lo qual no solía acostumbrar, e llegaron a él los de su cámara, e tentaron sus manos, e non le fallaron calentura. E como no despertaba, comenzaron a dar voces, y él no respondió… e tocaron todos sus miembros, e non le fallaron landre. E venido el físico, a gran priesa lo mandó sangrar, e ninguna sangre salió, e finchósele la lengua, e la boca se le puso negra, e ninguna señal de pestilencia en él pareció…». <<
[139] Marina, en el t. III de su Teoria, segunda parte de los Apéndices, copia dos provisiones de este príncipe como rey de Castilla, sacadas, la primera de la biblioteca de la catedral de Sevilla, A. A. tabla 141, y la segunda del archivo de la casa del marqués de Valdecarzana. <<
[140] Marina, que trascribe este documento, sacado del archivo de Villena en la villa de Escalona, y de la Biblioteca real D. d. núm. 131, equivoca la fecha, pues supone celebrada la capitulación en 1465, habiéndolo sido en setiembre de 1468. <<
[141] De cuatro toros toscamente esculpidos en piedra con inscripciones latinas. <<
[142] Alonso de Palencia, Crón., part. II.—Castillo, Crón., cap. 118.—Pulgar, Reyes Católicos, part. I.—Galíndez de Carvajal, Rey don Femando el Católico. <<
[143] Oponíase el marqués de Villena a este matrimonio, porque habiendo pertenecido los grandes estados de su título a los infantes de Aragón, temía perderlos si venía a Castilla un príncipe de aquella real casa. <<
[144] Otros dos príncipes extranjeros solicitaban al propio tiempo la mano de la princesa Isabel: el rey Luis XI de Francia que la pedía para su hermano Carlos, duque de Guiena, y un hermano del rey Eduardo IV de Inglaterra. <<
[145] De estas guerras, así como de las gestiones y negociaciones que el padre y el hijo habían hecho ya anteriormente a fin de lograr y ajustar el matrimonio de este con Isabel, dimos ya cuenta en el capitulo de don Juan II de Aragón. <<
[146] En el tomo VI de las Memorias de la Academia, Ilustración II, se refieren minuciosamente todos los incidentes así del viaje de los emisarios castellanos a Aragón como de la venida de don Fernando a Castilla, y se hallan reunidas casi todas las noticias que sobre el asunto del matrimonio y sobre estas curiosas y dramáticas expediciones suministran Alonso de Palencia en su Crónica y en sus Décadas, Enríquez del Castillo en la suya, Zurita en los Anales de Aragón, lib. XVIII, Abarca en sus Reyes, tom. II, Oviedo, en sus Quincuagenas, Marineo, en sus Cosas Memorables, y otros escritores contemporáneos. <<
[147] Castillo, cap. 136, que inserta íntegra la carta. La fecha era 12 de octubre. <<
[148] «En hermosura, dice Gonzalo de Oviedo en sus Quincuagenas, puestas delante su Alteza todas las mujeres, ninguna vi tan graciosa, ni tanto de ver como su persona». <<
[149] Castillo en el cap. 137 de su Crónica trae la letra de estas capitulaciones. <<
[150] No sin razón se daba a este personaje el título honroso de el Buen conde de Haro. El ilustre Fernández de Velasco era el hombre que por su noble porte y sus virtudes brillaba en aquella corrompida sociedad como un astro luminoso en medio de una noche oscura. Inspiraba tan general confianza, que todos se acordaban de él para escogerle por árbitro en las grandes contiendas y cuestiones. Desde el tiempo de don Juan II se había fiado a su prudencia el famoso Seguro de Tordesillas. Retirado hacía diez años en su villa de Medina de Pomar, apartado de los negocios públicos, dedicado a la lectura y a los ejercicios piadosos, las cortes de Ocaña de 1469 suplicaron al rey que el difícil negocio de la moneda y el remedio que se reclamaba y apetecía se encargase al Buen conde de Haro, para que por si y sin intervención de ninguna otra autoridad arreglase un ramo de tanta importancia. Era en fin tenido por el más honrado, el más cristiano y el mejor caballero «de todas las Españas». Murió el Buen conde de Haro en la primavera de 1470.—Apéndices a la Crónica de don Álvaro de Luna.—Seguro de Tordesillas.—Crónica de don Juan II.—Pulgar, Claros Varones de Castilla.—Castillo, Crón., cap. 142. <<
[151] Palencia, Crón., part. II, cap. 24.—Castillo, cap. 147.—Oviedo, Quincuagenas, I, dial. 23.—El conde de Boulogne fue el que se desposó como representante del de Guiena. <<
[152] Nombrámosle así, y no ya marqués de Villena, porque este título y estados los había cedido a su hijo, el que fue después duque de Escalona. <<
[153] En la historia de Aragón, reinado de don Juan II, dimos cuenta de estas guerras y de la expedición del príncipe aragonés y su resultado. <<
[154] Palencia, Crón., cap. 75.—Castillo, Crón., cap. 164.—Oviedo, Quincuagenas, I.—Carvajal, Anal. A. 73.—Pulgar, Reyes Católicos, pág. 27. <<
[155] Castillo, Crón., cap. 166. <<
[156] Mariana no le da sino 45 años. Pero habiendo nacido en 5 de enero de 1425, y muerto en 11 de diciembre de 1474, se ve que vivió 49 años, 11 meses, y 6 días.—Dice además Mariana, que preguntado por Fr. Pedro de Mazuelos, prior de San Jerónimo de Madrid, que le confesó en aquel trance, a quién dejaba y nombraba por sucesor, dijo que a la princesa doña Juana, que dejó encomendada a los dos ejecutores de su testamento, y junto con ellos al de Santillana, al de Benavente, al condestable y al duque de Arévalo.—Parécenos por lo menos aventurada la aserción de Mariana, a quien ha seguido Romey, en un punto tan importante y tan delicado. Su cronista y capellán Castillo no menciona tal nombramiento. Alonso de Palencia dice solamente que preguntado sobre quién había de sucederle, contestó que su secretario Juan González diría su intención. Fernando del Pulgar cita las palabras que dictó a su secretario, en que solo designaba dos «albaceas de su ánima», y otros cuatro para que en unión con aquellos fueran guardadores de su hija Juana. Lucio Marineo dice que «con su acostumbrada imprevisión no dejó testamento». Solo el Cura de los Palacios se refiere o una cláusula que «se decía» haber existido, en la cual declaraba a doña Juana por su hija y heredera. En las cartas dirigidas después por doña Juana a las ciudades del reino, cuando tomó título de reina de Castilla(1475),expedidas por el secretario Juan González, es donde se asegura que Enrique en su lecho mortal declaró solemnemente que ella era su única hija y heredera legitima. Así, mientras otros documentos no se descubran, la declaración queda reducida al dicho de un secretario. De todos modos, y dado que tal hubiese sido la última voluntad de aquel monarca, no era bastante para perjudicar al derecho de Isabel al trono, al lado de las razones que el reino tuvo para excluir a doña Juana. <<
[157] Castillo, Crón., cap. 4.—Pulgar, Claros Varones. <<
[158] Hay un punto en la historia del matrimonio de Fernando e Isabel, de suma gravedad e importancia, sobre el cual nuestros cronistas e historiadores o han guardado silencio, o han pisado como sobre ascuas, lo cual en parte no extrañamos, puesto que afectaba a la legitimidad o ilegitimidad de este enlace feliz. Hablamos de la bula pontificia con que se dispensó el impedimento del parentesco en tercer grado de consanguinidad que mediaba entre los dos ilustres príncipes.—Es el caso que en el día de las bodas (octubre, 1469) presentó el arzobispo de Toledo una bula del papa Pío II, entonces difunto, expedida en mayo de 1464 dispensando el impedimento entre los dos contrayentes, bula de la cual nadie tenía noticia, y que llevaba la cláusula de que no se había de aplicar hasta pasados cuatro años. Vino luego el cardenal de Arras a negociar el casamiento de la princesa doña Juana con el duque de Guayen, y declaró públicamente en la audiencia de Medina del Campo que aquella bula había sido supuesta o inventada, y el rey don Enrique lo publicó así también en el manifiesto que dirigió a todas las ciudades contra el matrimonio de los príncipes, tachándole de nulidad. Esto hirió vivamente a la pundonorosa Isabel, y ambos esposos se apresuraron a acudir a la silla apostólica en demanda de segunda dispensa que asegurase la legitimidad de su unión y acallase a sus enemigos. En su consecuencia, habiendo venido a España el cardenal legado Rodrigo de Borja (el que después fue papa con el nombre de Alejandro VI), trajo al arzobispo de Toledo una bula de Sixto IV, entonces pontífice, expedida en 1.º de diciembre de 1471, legitimando el matrimonio de Fernando e Isabel, igualmente que la hija que ya entonces tenían. Mas ni en la postulación de los príncipes se había hecho mención dela anterior dispensa, ni en la bula de Sixto IV se hacía tampoco referencia alguna, antes se los suponía casados «no obtenida dispensa apostólica,» y se les otorgaba, previa alguna separación para que pudiesen contraer de nuevo matrimonio, legitimando además la prole hasta entonces habida. Esta bula, que original hemos visto en el archivo de Simancas, si bien daba una legitimidad indisputable al matrimonio de Isabel, parecía convencer de apócrifa la anterior que se decía de Pío II, y que lastimaba en algún tanto la buena fama de los príncipes consortes. Y he aquí sin duda la razón por que nuestros historiadores huyeron de tocar una cuestión tan delicada. Mariana, sin embargo, ya indica (lib. XXIII, cap. 14) haber sido la primera bula inventada por el arzobispo de Toledo.
El ilustrado secretario de la Real Academia de la Historia, Sr. Clemencín, con una franqueza que le honra sobremanera, se propuso esclarecer este punto, y lo hizo en la Ilustración II inserta en el tom. VI de las Memorias de la Academia. El ilustre académico, hecho cargo de todos los trámites que llevó el negocio de la dispensa matrimonial, no vacila en manifestar llanamente su opinión de que la primera bula, no obstante haber declarado el obispo de Segovia las letras apostólicas omni prorsus vitio et suspicione carentes, había sido en efecto apócrifa, hábilmente inventada y fingida por el rey de Aragón y el arzobispo de Toledo, como el único medio sugerido por la necesidad para llevar a cabo un matrimonio tan conveniente, y que la dilación y la falta de aquella formalidad hubieran frustrarlo en las urgentes y apuradas circunstancias en que se veían, mucho más cuando el rey de Portugal con quien los del partido contrario se empeñaban en casar a Isabel estaba provisto de verdadera y auténtica dispensa pontificia. El Sr. Clemencín demuestra con copia de datos y de razones que los príncipes Isabel y Fernando ignoraban completamente la ficción de la bula, y por consecuencia contrajeron el matrimonio de buena fe. Queda pues a todas luces libre y limpia la fama, como lo estaba la conciencia de los dos ilustres esposos, que el prelado de Arras y el rey don Enrique en su resentimiento y enojo intentaron manchar y afear. De todos modos la bula de Sixto IV, cuya autenticidad ni puede ponerse ni nadie puso jamás en duda, legitimó de tal manera el matrimonio y la prole, que desde entonces no hubo uno solo que se atreviese a ponerlo siquiera en tela de juicio. <<
[159] Tom. I pág. 47. <<
[160] Abarca, Reyes de Aragón, part. II, pág. 175.—Zurita, Anales, lib. XII. <<
[161] Hemos visto con mucho placer honrada la memoria del magnánimo monarca aragonés por el actual rey de Nápoles, que en mayo de este año 1852 ha expedido un decreto mandando que la academia de Bellas Artes abra un concurso de artistas hasta el inmediato julio y adopte el mejor proyecto que se presente para restaurar el arco de triunfo de Alfonso V de Aragón en el Castillo Nuevo. Esta disposición que tanto honra la buena memoria del rey de Aragón Conquistador de Nápoles, hace al propio tiempo honor al actual monarca de las Dos Sicilias. Il Risorgimento, Diario de Turin, 2 junio, 1852. <<
[162] En este Dietario de la antigua Generalidad, que original hemos visto en el Archivo general de la Corona de Aragón, donde hoy se conserva, se lee lo siguiente: «Dimecres a XXIII de setembre del any MCCCCLXI.—SANCT KARLES PRIMOGENIT DARAGO E DE SICILIA.—Aquest die entre III e IIII hores de mati passa desta vida en la gloria de paradis la sancta ánima del Illustrisimo señor don Karles primogenit Darago e de Sicilia, lo qual fíni sos dies en lo palau reyal mayor de aquesta ciutat de mal de pleusulis, moch sen grandissin dol en Barchinona e per tot lo principat de Catalunya per la gran e bona amor que ell portaba a tota la nacio cathalana quil avien tret de preso el havien lunyat e separat de la ira e furor del señor Rey son pare. Loat i beneyt si e lo nom de Deu a qui ha plagut seperar ten sanct e virtuos senyor daquells qui tan lamaven el volien.—Miércoles a 23 de septiembre del año 1461.—San Carlos primogénito de Aragón y de Sicilia.—Este día entre tres y cuatro horas de la madrugada pasó de esta vida a la gloria el paraíso la santa alma del ilustrísimo señor don Carlos primogénito de Aragón y de Sicilia, el cual término sus días en el palacio real mayor de esta ciudad de mal de pleuresía. Movióse gran duelo en Barcelona y en lodo el principado de Cataluña por el grande y buen amor que él profesaba a toda la nación catalana que le habían librado de prisión y le habían alejado y separado de la ira y furor del señor rey su padre. Alabado y bendecido sea el nombre de Dios que ha querido separar tan santo y virtuoso señor de aquellos que tanto le amaban y querían». <<
[163] Llenos están de noticias relativas a esta materia los escritores italianos Marino Sanmo, Verdizzoti, y otros, igualmente que los Dietarios del archivo municipal de Barcelona, y pueden verse las Ordenanzas impresas en esta ciudad por Jerónimo Margarit sobre la manutención y gobierno de la escuadra de galeras a sueldo de la Diputación general y de sus galeotes forzados. <<
[164] Bando de Barcelona en 1420 sobre el derecho de bolla, citado por Capmany, Memor. Hist. sobre la Marina, Comercio y Artes de Barcelona, tom. I, p. II y en la Coleccion Diplomática, tom. II. <<
[165] Lucio Marineo, De las Cosas Memorables de España, lib. XIII.—Noticias más extensas puede hallar el lector derramadas en las citadas Memorias de Capmany, partes II y III del tom. I. <<
[166] El erudito Mayans y Ciscar, en sus Orígenes de la lengua castellana, publicó un extracto del tratado «De la Gaya Ciencia», escrito por don Enrique de Villena en 1433. El manuscrito parece que se halla hoy en el Museo Británico de Londres. <<
[167] Hacen mención de este Cancionero los traductores y anotadores de la Historia de la Literatura española de Ticknor, tom. I, pág. 533. <<
[168] Floreció a mediados del siglo XV. Véase a Fuster, Biblioteca valenciana, tom. I. <<
[169] Al decir de algunos, el primer libro que se imprimió en España fueron las poesías presentadas en aquel certamen. Fuster, Bibliot., tom. I, pag. 52.—Méndez, Tipog. Españ., pág. 56. <<
[170] Jimeno, Escritores de Valencia, tom. I.—Fuster, Biblioteca Valenciana, tom. I.—Clemencín, edic. del Quijote, tom. I.—Ticknor Hist. de la Liter. esp., tom. I, pág. 349, y nota 12 de los traductores españoles, pág. 537. <<
[171] Ademas de las historias literarias y de los bibliógrafos que en otras ocasiones hemos citado, nos suministran importantes noticias sobre esta materia y pueden ser consultados con utilidad Torres Amat en sus Memorias para un Diccionario de autores catalanes, Jimeno en sus Escritores de Valencia, Fuster en su Biblioteca valenciana, y otros escritores catalanes, aragoneses y valencianos. <<
[172] El erudito Capmany, en su Colección Diplomática, Apend. núm. XVI, da curiosas noticias acerca de la fundación, rentas, gobierno y empleados de aquella universidad. <<
[173] Cuadrado, Recuerdos y Bellezas de España, tomo de Aragón, pág. 73. <<
[174] De este monarca decía su contemporáneo Pedro Miguel Carbonell, célebre escritor catalán de los siglos XV y XVI y archivero de la corona de Aragón: En edat de cinquanta anys se dona en apendre les arts liberals primer en gramática e apres en poesía y en rethórica, fins en la fi de sos derners días tengué mestres en thología, en drech canonich e civil, poetes, oradors, etc. als quals no planya donar grans salaris, stipendir y quitacions… Nosaltres vassalls del dit rey de Aragó usaven mol de la barbaria, ne tenien aquella suavitat y elegancia que per gracia de Nostre Senyor tenen vuy alguns… E perzo tots som obligats al dit rey Alfonso qui axi’ns ha despertáts e mostrat cami de apendre, sabrer e aconseguir tant de bé y tresor com son dites sciencies, especialment de art oratoria e poesía. <<
[175] Los historiadores navarros, catalanes y aragoneses, y Quintana en las Vidas de Españoles célebres, tom. I. <<
[176] Parécenos excesivamente halagüeña la pintura que hace el ilustrado William Prescott del reinado del tercer Enrique de Castilla, cuando dice: «El cuerpo social con su regular movimiento durante el largo intervalo de paz consiguiente a este feliz enlace, (el de Enrique con Catalina de Lancaster), logró recobrar la fuerza perdida en aquellas sangrientas guerras civiles; se volvieron a abrir los antiguos canales de comercio… cundía de un modo prodigioso la riqueza y sus ordinarias compañeras la elegancia y el bienestar; y la nación casi se prometía una larga carrera de prosperidades bajo el cetro de un monarca que respetaba en si mismo las leyes y las hacía ejecutar con firmeza en los demás». Reinado de los reyes Católicos, part. I, cap. 1.
Conviniendo en que corrigió la dilapidación y el desorden cuanto era entonces posible, y que su reinado daba fundadas esperanzas de prosperidad, menester es reconocer que no había ni esa prodigiosa riqueza, ni ese bienestar envidiable, pues los males que halló eran grandes y muchos, y le faltó tiempo para obrar esos grandes bienes. <<
[177] Prescott, Reinado de don Juan II en la Introducción al de los Reyes Católicos. <<
[178] «E lo que con mayor maravilla se puede decir é oir (dice el cronista Pérez de Guzmán), que aún en los actos naturales se dio así a la ordenanza del condestable, que seyendo él mozo bien complexionado, e teniendo a la reina, su mujer, moza y fermosa, si el condestable se lo contradixiese, no iría a dormir a su cama della». Crón. de don Juan II pág. 491. <<
[179] Calcúlase que equivalían a más de diez y siete millones de reales. <<
[180] Este condestable Dávalos había llegado también a ser tan rico, que se asegura que desde Sevilla a Santiago de Galicia podía caminar por tierras o casas suyas, o por lugares donde tenía hacienda. <<
[181] Fue don Álvaro conde de Santisteban de Gormaz, condestable de Castilla, maestre de Santiago, duque de Trujillo, conde de Ledesma, señor de sesenta villas y fortalezas, sin las de la orden de Santiago. Sustentaba tres mil lanzas ordinarias: tenía cien mil doblas de oro de renta, y veinte mil vasallos. Tuvo un tío pontífice (Benedicto XIII, o sea el famoso antipapa Pedro de Luna), otro arzobispo de Toledo, y otro prior de San Juan: un hermano de madre que fue también arzobispo de Toledo: un primo arzobispo de Zaragoza y un sobrino arzobispo de Santiago. Su hijo don Juan se llamó conde de Santisteban en vida de su padre, y su hija doña María casó con don Íñigo López de Mendoza, segundo duque del Infantado. <<
[182] Garibay, Compendio Historial, tom. II.—El suplicio de don Álvaro de Luna dio materia a los poetas de su tiempo para discurrir sobre la corrupción moral de aquella época y sobre la instabilidad de las grandezas humanas. Juan de Mena hizo lamentables trenos de orden del mismo rey. El marqués de Santillana pone la siguiente estrofa en boca del mismo condestable:
«¿Qué se hizo la moneda
que guardé para mis daños,
tantos tiempos, tantos años,
plata, joyas, oro y seda?
Y de todo no me queda
sino este cadahalso:
mundo malo, mundo falso,
no hay quien contigo pueda».
Y Jorge Manrique expresa los mismos sentimientos en la bella copla siguiente:
«Pues aquel gran condestable
maestre que conocimos,
tan privado,
no cumplo que del so hable
sino solo que lo vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
y su mandar,
¿Qué le fueron sino lloros,
qué fueron sino pesares
al dejar?». <<
[183] En el protocolo del Bachiller Fernán Gómez de Cibdareal, médico y confidente de don Juan II, se hallaron unas trovas, que no se sabe cuyas fuesen, entre las cuales se lee la siguiente, que pinta bien cómo se pensaba ya entonces acerca del poder de los grandes:
«E aunque el proverbio cuente
que las leyes allá van
do quieren reyes;
digole esta vez que miente,
ca do los grandes están
se fan leyes». <<
[184] «E me dijo tres horas antes de dar el ánima: Bachiller Cibdareal, naciera yo fijo de un mecánico e hoviera sido frayle del Abrojo, e no rey de Castilla». Centón Epistolario, epist. 105. <<
[185] El autor de este anónimo, que existe en la biblioteca de don Luis de Salazar, se cree fuese Alfonso Flórez, según manifiesta la nota que se halla al principio del tomo. Insértale Saez, en las Monedas de Enrique IV, págs. 2 y 5. <<
[186] A las circunstancias de este destronamiento que en otro lugar hemos referido, añade Mosén Diego de Valera la de que al tiempo de derribar del tablado la efigie de don Enrique dijeron: á tierra, puto. Es muy verosímil la frase, atendido el estado de los ánimos de aquella gente. <<
[187] A consecuencia de aquella proclamación despachó don Enrique sus cartas reales a las ciudades del reino para que reconociesen a Isabel, al tenor de la siguiente, de que hemos copiado los párrafos más importantes.
«Don Enrique por la gracia de Dios rey de Castilla, de León, etc. Al concejo, alcaldes, alguaciles, regidores, caballeros… etc. Bien sabedes las divisiones y movimientos acaescidos en estos mis reynos de quatro años a esta parte… e como quier que en estos tiempos pasados yo siempre he deseado, e trabajado, e procurado de los atajar e quitar, e dar paz e sosiego en estos dichos reinos, no se ha podido dar en ello asiento y conclusión hasta agora, que por la gracia de Dios la muy ilustre princesa doña Isabel mi muy cara e muy amada hermana se vino a ver conmigo cerca de la villa de Cadahalso, dende yo estaba aposentado… E yo movido por el bien de la dicha paz a unión de los dichos mis reynos, e por evitar toda manera de escándalo e división dellos, e por el gran deudo e amor que siempre ove, e tengo con la dicha princesa mi hermana, e porque ella está en tal edad, que mediante la gracia de Dios puede luego casar o aver generación, en manera que estos dichos mis reynos no queden sin aver en ellos legítimos sucesores de nuestro linaje, determiné de la recibir, e tomar, e la recibi, e tomé por princesa, e mi primera heredera e sucesora de estos dichos mis reynos e señoríos; e por tal la juré,o nombré,e intituló, y mandé que fuese recibida, e nombrada, e jurada por los sobredichos perlados, e grandes, e caballeros que ende estaban, e por todos los otros de mis reynos, e por reyna e señora dellos después de mis días… E otrosí vos mando, que luego vista esta mi carta, juntos en vuestro cabildo, según que lo avedes de uso e de costumbre, juredes a la dicha princesa mi hermana por princesa e mi primera heredera, sucesora en estos dichos mis reynos e señoríos. E los unos, nin los otros non fagades nin fagan ende al por alguna manera, so pena de la mi merced, e de caer por ello en mal caso, e perder todas vuestras villas, e lugares, e vasallos, e fortalezas, e heredamientos, e bienes, e oficios, e todos e cualesquier maravedís, que en cualquier manera en los mis libros tenedes… etc. Dada en la villa de Casarrubios a 25 días del mes de septiembre, año de 1468 años.—Yo el Rey.—Yo la Princesa». <<
[188] Sampere, en su Historia del Luxo, la cita como existente en la Biblioteca del marqués de Villena, en un códice del siglo XV. <<
[189] Se publicó en 1766 a expensas de la Biblioteca del Escorial, después de haberse libertado dos veces de las llamas, no sin haberse en una de ellas chamuscado, según se expresa en el prólogo. <<
[190] En atención a la celebridad de esta empresa caballeresca, damos por apéndice un estracto de la curiosísima historia del Paso honroso de Suero de Quiñones, escrita en el mismo Puente de Orbigo por Pero Rodríguez Delena, escribanoy notario público de don Juan II, y compilada después por el franciscano fray Juan de Pineda. Creemos que nuestros lectores verán con gusto la relación de las extrañas circunstancias y ceremonias de este singular hecho de armas.—El duque de Rivas don Ángel de Saavedra ha hecho un poema del Paso Honroso en cuatro cantos, que se halla en el tomo II de sus obras.—Ticknor en la Historia de la Literatura española, tomo I, cap. 10, ha incurrido en algunas equivocaciones acerca del número de encuentros que hubo y de lanzas que se quebraron en este famoso combate. <<
[191] Jovellanos, en su Informe dirigido al rey durante su ministerio. <<
[192] Cítanse como de don Juan II los siguientes versos, que revelan cierto gusto y dulzura, así como cierto aire o forma provenzal.
Amor, yo nunca pensé
que tan poderoso eras,
que podrías tener maneras
para trastornar la fe,
fasta agora que lo sé.
Pensaba que conocido
te debiera yo tener,
mas no pudiera creer
que fueras tan mal sabido.
Ni jamás no lo pensé,
aunque poderoso eras,
que podrías tener maneras
para trastornar la fe
fasta agora que lo sé. <<
[193] Desde don José Pellicer, que llamó equivocadamente marqués de Villena a don Enrique no siéndolo, casi todos han seguido denominándole así. El marqués de Villena fue don Alfonso su abuelo, conde de Denia y de Ribagorza; pero desposeído por Enrique III, ni su hijo don Pedro ni su nieto don Enrique se intitularon ya así. Don Enrique fue maestre de Calatrava, conde de Cangas de Tineo y señor de Iniesta. Véase a los dos Salazares, el Castro y el Mendoza. Los traductores de la Historia de la literatura de Tiknor rectifican en esto al autor en la nota 21 al cap. 18. <<
[194] Advertímoslo así, porque Nicolás Antonio, Velázquez, Moratin, Torres Amat y otros han dicho que esta obra había sido escrita en verso. <<
[195] Muy modernamente se ha representado en nuestros teatros una comedia de las llamadas comúnmente de magia, titulada La redoma encantada, en que se muestran al pueblo las diabólicas artes del Marqués de Villena, que ni era marqués ni nigromántico. <<
[196] Compuso esta canción con motivo de haber hallado, en una de sus expediciones militares, a una linda pastorcita apacentando los ganados de su padre don Diego Hurtado de Mendoza en las cañadas de una sierra. <<
[197] Don José Amador de los Rios, que dará muy pronto a luz una lujosa edicion de todas las obras del marqués de Santillana, muchas de ellas inéditas hasta ahora, precedidas de una importante y curiosa biografía del marqués, enriquecida con noticias recogidas con mucha solicitud y esmero, e ilustrada con luminosas notas y juicios críticos, con lo cual hace seguramente un servicio a las letras y a la buena memoria de que tan merecedor se hizo uno de nuestros más esclarecidos varones de la edad media. <<
[198] Nació en 1398, y murió en 1458. Fue hijo de don Diego Hurtado de Mendoza, «el caballero mejor heredado que hubo en su tiempo en Castilla,» dice Pérez de Guzmán en sus Generaciones. Puede verse su genealogía completa en Oviedo, Quincuagenas: su historia se halla casi toda en la Crónica de don Juan II, y en los Claros Varones de Pulgar se hace un bosquejo muy animado de sus cualidades físicas y morales. <<
[199] En el Centón Epistolario de Cibdareal hay hasta doce cartas dirigidas a Juan de Mena por el Bachiller, por las cuales se ve esta recíproca correspondencia de favor y de cortesanía. <<
[200] Es libro poco conocido, y se halla en la magnífica librería del duque de Osuna, según manifiestan los traductores de Tiknor, en la nota 54 al cap. 29. <<
[201] Tales como relumbrantes paropos, nubiferos acates, la circundanza de los solares rayos, la grant intemperanza de frior, y otros del mismo género.
Murio Juan de Mena en 1456, y el marqués de Santillana, su constante amigo y protector, le compuso un epitafio y erigió un monumento a su memoria en Torrelaguna, donde fue enterrado. <<
[202] La crónica suele decir: danzas, torneos y otros entremeses, como quien dice: y otros juegos. <<
[203] Martínez de la Rosa, Obras literarias, tom. II. <<
[204] Moratín, Obras, tom. I. <<
[205] Las coplas son 32, de a nueve versos cada una. La primera es una exclamación de Gil de Arribato, que al ver venir a Mingo Revulgo, desgreñado, cabizbajo y mal vestido, le llama o interpela de este modo:
«A Mingo Revulgo, Mingo!
a Mingo Revulgo, hao!
¿qué es de tu sayo de blao?
¿no le vistes en Domingo?
¿Qué es de tu jubón bermejo?
¿por qué traes tal sobrecejo?
andas esta madrugada
la cabeza desgreñada:
¿No te llotras de buen rejo?»
Estas coplas, que en aquel tiempo tuvieron su importancia y su popularidad, se atribuyen a Rodrigo de Cota (el Tío), natural de Toledo, de quien se dice que compuso también un animado Diálogo entre el Amor y un Viejo. De seguro se equivocó Mariana al hacer autor de ellas al cronista Hernando del Pulgar. <<
[206] «Se ignora enteramente, dice Tiknor, el nombre del autor de esta crónica». Historia de la literatura española, primera época, 10.—Sin duda el erudito anglo-americano no había leído lo que acerca de ella dijo el ilustrado y laborioso investigador don Rafael Floranes de Robles, que hablando de este Santa María cuando suspendió la de don Juan II, añade: «y él se trasladó a escribir la historia de don Álvaro de Luna… que es ciertamente de este mismo Álvar García, aunque hasta ahora se ha ignorado su autor». Y sigue discurriendo sobre los motivos de haber abandonado la una para dedicarse a escribir la otra. Puede verse este punto más extensamente tratado en los Estudios sobre los judíos de España de Amador de los Ríos, tercera época, siglo XV. <<
[207] Ambas obras las publicó el ilustrado Llaguno y Amirola a continuación de la Crónica de don Álvaro de Luna. <<
[208] En el retrato de Gonzalo Núñez de Guzmán, cap. 10. <<
[209] Tapia, Historia de la civilizacion española, tom. II, pág. 197. <<
[210] Viera y Clavijo, Elogio del Tostado, premiado por la Academía Española en octubre de 1782. <<
[211] Existe en la Biblioteca Nacional en un códice de letra del siglo XV. <<
[212] Cuestionase todavía si las poesías y composiciones amorosas que se hallan en el Cancionero general de Hernando del Castillo con el nombre de Cartagena fueron de este don Alonso, o bien de su hermano menor don Pedro. Ríos aduce copia de razones para atribuirlas al primero; Gayangos y Bedia las dan también muy atendibles para probar que no pudieron ser sino del segundo. Controversia es esta que no hace a nuestro propósito. <<
[213] Trátase extensamente esta materia en los Estudios sobre los judíos de España, de Ríos, época tercera, siglo XV. <<
[214] Para este ligero bosquejo del estado de las letras en los últimos reinados que precedieron al de los Reyes Católicos, hemos tenido presentes, además de las crónicas de aquel tiempo, muchas de las obras literarias de Villena, de Juan de Mena, de Santillana, de Cibdareal, de Pérez de Guzmán y demás personajes nombrados: los Cancioneros antiguos: la Colección de Sánchez: las Bibliotecas de Nicolás Antonio y de Rodríguez de Castro: la de Traductores españoles de Pellicer: los Orígenes de la lengua española de Mayans y Ciscar: los de Velázquez: el Catálogo de manuscritos, y las Rimas inéditas de don Eugenio de Ochoa: las Poesías castellanas de Quinta na: las Notas al Quijote de Clemencin: las Memorias para la historia de la poesía, de Sarmiento: las Obras literarias de Moratin y de Martínez de la Rosa:los Discursos de Argote de Molina, de Galíndez de Carvajal, de Llagunoy de Flores sobre cada una de las obras citadas: los capítulos de Prescott que anteceden a su Historia de los Reyes Católicos: la Historia de la literatura española de Tiknor con las notas de los traductores: la de Bouterwek, traducida por Cortina y Mollinedo: los Estudios sobre los judíos de España, de Ríos: la Historia de la Civilizacion española, por Tapia; y otras varias obras antiguas y modernas, impresas y manuscritas, artículos de Revistas, etc., que hemos podido haber a las manos, y que fuera impertinente enumerar. <<
[215] El historiador de Segovia, Colmenares, al describir esta fiesta hace el siguiente retrato del príncipe Fernando: «Mozo de veinte y dos años, nueve meses y veinte y tres días, de mediana y bien compuesta estatura, rostro grave, blanco y hermoso, el cabello castaño, la frente ancha con algo de calva, ojos claros con gravedad alegre, nariz y boca pequeñas, mejillas y labios colorados, bien sacado de cuello y formado de espalda, voz clara y sosegada, y muy brioso a pie y a caballo». Hist. de Segovia, cap. 34. <<
[216] Estos cuatro fueron: el gran cardenal de España, el condestable de Castilla, el duque del Infantado y el conde de Benavente. <<
[217] Clemencín, Elogio de la reina doña Isabel. <<
[218] Dormer inserta el documento en sus Discursos varios de historia.—Zurita, Anales, tom. IV, pág. 22.—Pulgar, Reyes Católicos, pág. 35. —Lucio Marineo, Cosas memorables, folios 155 a 166. <<
[219] Archivo de Simancas, Diversos de Castilla, núm. 9. <<
[220] La carta que envió doña Juana como reina de Castilla a la villa de Madrid puede verse en Zurita, Anales, lib. XIX, cap. 27. <<
[221] El marido de doña Beatriz de Bobadilla, la amiga y confidente de la reina Isabel. <<
[222] Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 18.—Pulgar, Crón., págs. 55 a 60.—Zurita, Anales, lib. XIX, cap. 13.—Faria y Sousa, Europa portuguesa, tom. II.—Ruy de Pino, Crón. de Alfonso V, pág. 179. <<
[223] Téngase presente que aún vivía don Juan II de Aragón, padre de don Fernando, y que este no era todavía sino príncipe heredero de Aragón. <<
[224] Cuentan algunos que los dos reyes habían acordado verse y conferenciar en las aguas del Duero, cada uno desde su barca, al modo que en otro tiempo lo habían hecho Enrique III de Castilla y Fernando de Portugal en las aguas del Tajo; que la barca del de Castilla se presentó, más los que remaban la del portugués no pudieron aproximar a ella la suya, por cuya circunstancia no se verificó la plática. Nada se perdió, si así fue, porque de ningún modo se hubieran convenido. <<
[225] Así consta de la relación que del suceso de esta batalla envió el mismo rey de Castilla. Pulgar, sin embargo, dice que el Almeida fue hecho prisionero y conducido a Zamora. Mariana afirma que la armadura de este brioso caballero portugués se veía todavía en su tiempo en la catedral de Toledo como trofeo de aquella insigne hazaña. <<
[226] Pulgar, Reyes Católicos, págs. 85 a 90.—Galíndez de Carvajal, Anales, año LXXVI.—Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 23.—Zurita, Anal., lib. XIX, cap. 44. <<
[227] Y hay todavía historiador de aquel reino que pretende los honores del triunfo para su príncipe don Juan. <<
[228] Pulgar, Reyes Católicos, caps. 48 a 60.—Galíndez de Carvajal, Anales ad ann.—Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 10.—Oviedo, Quincuagenas, Bat. 1. quin. 1. dial. 8.—Rades y Andrada, Orden. Milit., tom. II.—Zurita, Anal., libro XIX, caps. 45 a 55. <<
[229] Colmenares, en su Historia de Segovia, cap. 34, que refiere también este hecho, afirma haber visto original la real cédula mandando al tesorero Rodrigo de Tordesillas que entregase a Cabrera las dichas alhajas para el reparo del alcázar. <<
[230] No deja de parecemos extraño que el ilustrado William Prescott, que de propósito y con copia de materiales ha escrito la Historia del reinado de los Reyes Católicos, y dedica como nosotros un capítulo entero a esta guerra de sucesión, no nos diga nada, o se limite a hacer una indicación ligerísima y apenas perceptible de la conquista de Toro por los castellanos, de la entrada de Isabel, de la rendición del alcázar, de la salida del conde de Marialva, etc., habiendo sido aquella plaza el punto principal de apoyo y la residencia habitual de los portugueses. <<
[231] Pulgar, Reyes Catól., part. II, cap. 90. <<
[232] Costó mucho trabajo alcanzar del pontífice esta dispensa, por muchas razones, y entre otras por la disputada legitimidad de doña Juana; y al cabo la otorgó en términos generales y vagos, sin nombrar la persona para no mencionar los padres de la Beltraneja, diciendo que concedía dispensa al rey de Portugal para que pudiese casar «con cualquier doncella que le fuese allegada en cualquier grado lateral de consanguinidad o afinidad, exceptuando el primer grado». <<
[233] Faria y Sousa, Europ., Portug., tom. II.—Ruy de Pina, Crón.de don Alfonso, caps. 194 a 202.—Pulgar, Crón., caps. 56 y 57.—Bernáldez, cap. 27.—Zurita, Anal., libro XX, cap. 13.—Sousa, Historia genealógica de la casa real de Portugal. <<
[234] «Los historiadores castellanos, dice el erudito Clemencín, (Memorias de la Academia de la Hist., tom. VI, Ilustración. XIX) afectaron no hablar de doña Juana desde la época de su profesión hasta en adelante, y de aquí tomaron ocasión algunos escritores modernos para asegurar con sobrada ligereza que doña Juana continuó en la vida religiosa hasta su muerte».
En efecto, Mariana asegura con notable equivocación (libro XXIV, cap. 20) que «perseveró en ella muchos años con mucha virtud hasta lo postrero de su vida». En el mismo error incurrió Flórez, Reinas Católicas, pág. 780 (no 766, como apunta equivocadamente Clemencín).
«Pero aquel silencio de los coetáneos (prosigue el ilustrado académico), que pudo ser estudiado para no dar bulto ni importancia a las cosas de doña Juana, defrauda la justa gloria de la reina doña Isabel, porque no es pequeña parte de ella la habilidad con que manejó siempre este delicado negocio, que durante su reinado fue el principal objeto de sus relaciones diplomáticas con Portugal». Refiere en seguida la historia de aquella princesa hasta su muerte, acaecida en el palacio de Lisboa en 1530. Veremos más adelante como doña Juana y sus pretendidos derechos a la corona de Castilla estuvieron siendo continuamente objeto de negociaciones y contestaciones entre los príncipes de ambos reinos. <<
[235] Pulgar, Crón., caps. 85 a 91.—Bernáldez, Reyes Catól., caps. 36 y 37.—Carvajal, Anal. en los años corresp.—Zurita, Anal., lib. XX, cap. 16 a 35.—Ruy de Pina, Crónica de Alfonso V, cap. 206.—Faria y Sousa, Europ. Portug., tom. II.—Lucio Marineo, Cosas Memorables, fol. 157. <<
[236] Vemos con gusto que Prescott en su Historia del reinado de los Reyes Católicos sigue un sistema parecido al que nosotros hemos adoptado desde el principio para toda la obra, a saber: el de tratar la parte política y administrativa de una época separadamente de los sucesos militares y del movimiento material, para no interrumpir con largas digresiones el hilo de la narración. Si este método, de cuya utilidad estamos cada vez más convencidos, nos ha sido necesario hasta ahora, lo es mucho más en este reinado, así por las mudanzas radicales que sufrió la administración, como por el influjo que la organización política iba ejerciendo en los acontecimientos sucesivos. <<
[237] Lucio Marineo Sículo, folio 160. <<
[238] Pulgar, Crón., part. II, capítulo 55. <<
[239] Décadas, lib. XXIV, cap. 6. <<
[240] Estas ordenanzas, juntamente con las resoluciones y modificaciones que la experiencia iba aconsejando, se recopilaron más adelante, en una junta general celebrada en Torrelaguna (diciembre, 1485), formando un cuaderno de leyes que habían de regir en lo sucesivo, cuyo cuaderno se aprobó en Córdoba al año siguiente, y se imprimió después. <<
[241] Zurita, Anal., lib. XX, cap. 21. <<
[242] Sobre la historia de la Hermandad puede verse a Clemencín, Memorias de la Academia de la Historia, tom. VI, Ilustración VI (no IV, como se lee por equivocación en Prescott). Una gran parte de sus leyes se incorporó después en la Recopilación hecha por Felipe II.—Archivo de Simancas, Diversos de Castilla, número 8. <<
[243] Pulgar, Crón., part. II, cap. 97. <<
[244] Id., ibid. cap. 100. <<
[245] Gonzalo Fernández de Oviedo, Quincuag. III, estanc. 11. <<
[246] Lucio Marineo Sículo, libro XIX. <<
[247] Pulgar, Crón., part. III, cap. 31.—Lo mismo afirma Pedro Mártir de Anglería en la carta al cardenal Ascanio, que es la 21 de la colección; y así todos los autores de aquel tiempo. <<
[248] Sempere y Guarioos, Historia de las Cortes. <<
[249] Véanse los doctores Asso y Manuel, Instituta de Castilla. <<
[250] He aquí lo que él mismo estampó a la conclusión de su obra: Per mandado de los mui altos e mui poderosos, serenisymos e cristianísimos principes, rrei don Fernando e rreina doña Isabel, nuestros señores, compuso este libro de leyes el doctor Alfonso Díaz de Montalvo oydor de su audiencia, e su refrendario, e de su consejo, e acabose de escrevir en la cibdat de Huepte d onze dias del mes de noviembre, día de San Martín, año del nacimiento del nuestro salvador jhu. xsp. de mill e cuatrocientos e ochenta e cuatro años.
Las Ordenanzas de Montalvo fueron de las primeras obras que obtuvieron los honores de imprimirse en letras de molde en España. Probablemente la primera impresión se hizo en Zamora en 1485. El mucho uso que se hizo de esta compilación obligó a hacer de ella en pocos años hasta cinco ediciones, que cita Méndez en su Tipografía española. <<
[251] En la edición de Sevilla de 1495 se puso: Ordenanzas reales por las quales primeramente se han de librar los pleitos civiles y criminales: e los que por ellas no se fallaren determinados, se han de librar por las otras leyes é fueros e derechos. Y en el libro de acuerdos que existe en el archivo de la villa de Escalona, según Clemencín, se encuentra uno de junio de 1485, que dice: Se presenta carta de los señores Reyes en que mandan a todos los pueblos de doscientos vecinos arriba que tomen y tengan el libro de la recopilación de leyes que hizo Montalvo, para que por él juzguen los alcaldes.—Véase también a Marina, Ensayo histórico-critico sobre la antigua legislación de Castilla. <<
[252] El más célebre y el más tenaz de los próceres gallegos (si bien el suplicio que al cabo sufrió por su rebeldía y por sus crímenes no se ejecutó sino algunos años más adelante) fue el conocido en aquel país con el nombre de el Mariscal Pedro Pardo de Cela. Este magnate, elevado a uno de los más altos puestos dela milicia en el reinado de Enrique IV, señor de las fortalezas de Cendímil, Fronseira, San Sebastián de Carballido y otras muchas de aquel reino, detentaba en su poder las rentas del obispado de Mondoñedo, que él había convertido en dote de su mujer doña Isabel de Castro, como sobrina y suponiéndola heredera de todos los bienes de su tío don Pedro Enríquez, obispo de aquella diócesis. Todas las órdenes, todos los medios, pacíficos y violentos, que se emplearon para hacerle devolver a la mitra los bienes usurpados, habían sido infructuosos. Los comisionados, eclesiásticos y legos, que se despachaban para cobrar las rentas, eran o muertos o bárbaramente tratados por la gente de Pedro Pardo. La reina doña Isabel le mandó comparecer en la corte, y el rebelde mariscal resistió su mandato, trayendo revuelta y consternada una gran parte de Galicia con su gente desalmada y feroz. Tomó además partido en la guerra de Portugal por doña Juana la Beltraneja, y fue de los que se mantuvieron rebeldes a la reina Isabel aún después de haber profesado la Beltraneja en el convento de Coimbra. Resuelta la reina a castigar los escándalos y crímenes de Pedro Pardo, envió a Galicia comisionados regios, que, instruido el correspondiente proceso, condenaron al revoltoso magnate a la confiscación de sus bienes y a muerte en garrote. Faltaba apoderarse de su persona, y esta comisión se dio al capitán Luis de Mudarra, que al cabo de tres años pudo reducir al obstinado magnate a la sola fortaleza de Fronseira. Asaltado allí por las fuerzas de Mudarra, las rechazó el indómito mariscal matando mucha gente. Por último, habiendo salido del fuerte y dejadole encomendado a veinte y dos de sus criados, estos le vendieron traidoramente a sus enemigos, e ignorante de ello el mariscal, fue luego sorprendido y hecho prisionero con su hijo y otros hidalgos y labradores que le acompañaban por el capitán Fernando de Acuña, primer gobernador de Galicia por los reyes Fernando e Isabel. Conducidos los rebeldes a Mondoñedo, el mariscal Pedro Pardo y su hijo, joven de 22 años, sufrieron la pena de garrote en la plaza de aquella ciudad (23 de diciembre, 1483). Así terminó su turbulenta carrera el mariscal Pedro Pardo de Cela, el defensor más obstinado y poderoso de la princesa doña Juana en Galicia, y el enemigo más terrible de los Reyes Católicos en aquel reino.
Nuestro entendido corresponsal de El Ferrol don Félix Álvarez Villamil nos ha suministrado muy curiosas e interesantes noticias biográficas del mariscal Pedro Pardo y de su familia, sacadas muchas de ellas de los archivos de aquella provincia, muy importantes para la historia particular de aquel reino, pero no necesarias para una historia general. <<
[253] Esto es lo que a muchos ha hecho sospechar que doña Juana no fuese hija del de la Cueva, como el pueblo entonces aseguraba, y los cronistas de aquel tiempo nos dejaron consignado en sus obras. <<
[254] Ordenanzas reales, lib. VI.—Pulgar, Crón., part. II cap. 95.—Salazar de Mendoza, Crón. del Gran Cardenal, cap. 51.—Memorias de la Academia de la Historia, tomo VI, Ilustrac. V.—Clemencín, después de haber examinado el libro de las declaratorias de Toledo, en que hay tres abecedarios con los nombres de las personas que sufrieron la reforma y la rebaja que a cada uno se hizo, añade: «De esta averiguación se deducirá que las rentas ordinarias de los Reyes Católicos en el tiempo de su mayor esplendor y gloria no excedieron a las del rey don Enrique III el Enfermo: fenómeno reparable, cuya explicación dejamos a los que cultiven de propósito la historia de nuestra economía». <<
[255] Archivo de la ciudad de Sevilla: Cédula dirigida a las ciudades de Sevilla, Córdoba, Jaén y Cádiz. <<
[256] Ordenanzas reales, lib. VI, tit. 9. <<
[257] Muchas de estas disposiciones, de que no podemos hacer una enumeración detenida, pueden verse en las Ordenanzas reales. Son infinitas las cartas, pragmáticas, ordenanzas y cédulas sobre los ramos de administración que de estos años y los sucesivos hemos visto originales en el archivo de Simancas, de muchas de las cuales se irá ofreciendo ocasión de hablar. <<
[258] Pérez de Guzmán, Glosa a las Coplas de Mingo Revulgo. <<
[259] Pulgar dedica a la relación de este suceso todo el cap. 104, con que termina la segunda parte de su Crónica.—Gonzalo de Oviedo, Quincuag. Dial. de Talavera. <<
[260] Zurita, Anal., lib. 20, capítulo 31.—Instrucción que dieron los Reyes Católicos al obispo de Tuy; y al abad de Sahagún, y al doctor Juan Arias, todos de su consejo y sus embajadores en Roma, acerca de los negocios en que habían de entender en aquella corte: copiada del archivo de Simancas. No la insertamos por su mucha extensión. <<
[261] Cod. Theodos., ley 9 de Heret. <<
[262] Sobre esto creemos que hallarán nuestros lectores, o habrán hallado cuantas noticias puedan desear en el libro III de nuestra Historia, parte I, Edad antigua, tom. I.—Véanse sino las colecciones de concilios y las leyes del Fuero Juzgo. <<
[263] Fleuri, Histor. Eclesiast., lib. 58. <<
[264] Part. II de nuestra Historia, edad media, lib. I. <<
[265] Tom. V, págs. 472 a 474. <<
[266] Breves de la Inquisición, lib. III.—Páramo, De origine officii sanctae inquisit., lib. II.—Monteiro, Historia de la Inquisición de Portugal, part. II, lib. II.—Castillo, Hist. de Santo Domingo, tomo I, lib. II. <<
[267] Monteiro, Fontana y Diago en sus respectivas historias y crónicas dan noticia de varios casos de este género, que ha recopilado Llorente en el tomo I de su Historia de la Inquisición de España, cap. 3, art. 2. <<
[268] Colmenares, Hist. de Segovia, cap. 28, donde se puede ver la relación del célebre milagro de la hostia. <<
[269] Crónica de don Juan II, año 1442. <<
[270] Monteiro, Historia de la Inquisición de Portugal, part. I, lib. II. <<
[271] Estas breves noticias están sacadas del Manual o Directorio de inquisidores, escrito por Fr. Nicolás Eymerich, inquisidor de Aragón en el siglo XIV, ampliado y comentado por Francisco Peña en el siglo XVI, donde se puede ver, con más extensión de la que nosotros podemos emplear, todo lo relativo a este asunto. <<
[272] No de 1442, como se lee equivocadamente en Llorente. <<
[273] Páramo, De Origine, etc., lib. II, tit. 1.—Llorente la copia en su Historia, tom. I, cap. 4, art. 3. <<
[274] Eymerich, Directorio de inquisidores. <<
[275] Para esta reseña de la historia, carácter y vicisitudes de los judíos de España hemos tenido a la vista las historias y las crónicas de Aragón y de Castilla, que muchas veces en el discurso de la nuestra hemos citado, las colecciones de concilios generales y de España y los breves pontificios referentes a la materia, citados, los que no hemos podido ver, por autores respetables, de que estamos prontos a dar razón, los cuadernos de cortes de Castilla, y otros documentos. Muchas noticias nos ha suministrado la Biblioteca rabínico-española de Rodríguez de Castro, y muchas más pueden verse, con mucha diligencia recogidas y con buen método y juicio recopiladas, en los Estudios sobre los judíos de España, de Amador de los Rios, Ensayo primero. <<
[276] No es fácil formar idea ni de los precedentes, ni de la manera como se estableció la Inquisición, por el brevísimo capítulo que a este importante asunto dedica en su Historia el P. Mariana. Cualquiera de los cronistas de aquel tiempo da más noticias que él y más claras. <<
[277] He aquí la letra de dichos capítulos. «Otrosí, por cuanto por parte de los dichos perlados e cavalleros fue notificado al dicho sennor Rey que en sus reinos hay muchos malos cristianos e sospechosos en la fee, de lo cual se espera grant danno á la religión cristiana, e suplicaron a su Alteza que le diese grant poder e ayuda para poder encarcelar é punnir los que fallaren culpantes cerca de lo susodicho, e que su sennoria con su poder e mano armada, les ayude e favorezca en el dicho negocio; e pues los bienes de los dichos heréticos an de ser aplicados al Fisco de su Alteza, suplicáronle que su Alteza mandase diputar buenas personas para que rescivan los tales bienes, é de los maravedís que montaren se saquen cristianos, o se manden espender en la guerra de los moros; Nos, acatando lo susodicho ser muy justo, e santo e razonable, e grant servicio de Dios, é porque al dicho sennor Rey le suplicamos lo sobredicho, e a su sennoria place de lo ansi cumplir é asentar: Por ende por el poderío que tenemos, e en favor de nuesira santa fee católica, y ordenamos e declaramos e pronunciamos e suplicamos al dicho sennor Rey que exorte e mande, e por la presente nos exortamos é requerimos por la mejor manera e forma que podemos é debemos a los Arzobispos e todos los Obispos destos regnos é a todas las otras personas á quien pertenesce inquirir y punir la dicha heretica pravedat, que pues principalmente el cargo sobredicho es dellos, con toda diligencia pospuesto todo amor e afición e odio e parcialidat o intereses, fagan la dicha inquisicion por todas las cibdades, e villas e logares, así realengos como sennoríos, órdenes e abadengos, o behetrías, do sopieren que hay algunos sospechosos e defamados de herejía e non viven como cristianos católicos e guardan los ritos e ceremonias de los infieles contra la Santa Madre Iglesia e contra los sacramentos della, e sepan la verdal de lo sobredicho e guarden cerca de ella lo que los santos cánones é derechos disponen, e tomen consigo personas religiosas o letrados escogidos de buena conciencia e ciencia, tales que sin afeccion ni pasion fagan lo que cumpliere en el dicho negocio segúnt son obligados, por tal manera que nuestra santa fee católica sea ensalzada, e si algunos están errados en ella sean pugnidos e corregidos, e los que non son culpantes non sean infamados, nin vituperados, nin maltratados, nin entre ellos se sigan robos, nin escándalos en las cibdades, e villas e logares, e vecinos e moradores dellos, sobre lo cual encargamos la conciencia del dicho sennor Rey, e asimismo las nuestras, e encargamos las conciencias de los dichos perlados, e exortamos e encargamos a los sennores Arzobispos Metropolitanos que con toda diligencia entiendan cerca de la orden e forma que se ha de tener en la inquisicion e pugnicion de los que así fallasen culpantes en lo susodicho, e que exorten o requieran a sus sufragáneos que lo cumplan segunt é por la forma que el derecho les obliga en tal caso; e suplicamos al dicho sennor Rey que depute e nombre personas llanas e abonadas en sus cibdades e villas e logares realengos, tales que rescivan e recabden los bienes de los sobredichos si se fallasen culpantes, si algunos fuesen confiscados, e si á su sennoria placiese que los tales bienes ansi confiscados sean para la dicha guerra de los moros; para lo cual todo e cada cosa, e parte dello ansi facer e cumplir, ordenamos e declaramos que el dicho señor Rey dé é mande dar todo favor é ayuda a todas las cartas e provisiones a los dichos Arzobispos, Obispos o personas susodichas que para el bien del negocio fueren necesarias e oviesen menester, e que su sennoria non consienta, nin dé lugar que sean perturbados, nin empachados de la pugnicion é ejecucion de lo sobredicho, e si por ventura acaesciere que algunas letras de su Alteza parescieren contrario a lo que dicho es, o alguna cosa dello, públicas o secretas por do se pueda en alguna manera impedir la dicha inquisicion o ejecucion que su Alteza desde agora las dé por ningunas, e mande que non sean obedecidas, nin complidas, porque las tales serian por falsa relación impetradas e ganadas, e que los secretarios si las tales letras libraren por este mismo fecho incurran en pena de privacion de oficios.
»Otrosí ordenamos e declaramos e sentenciamos que ninguna persona de cualquier estado o condicion o dignidat o preheminencia que sea, non sea osado por si, nin por otra pública nin ocultamente impedir, nin perturbar el santo negocio de la dicha inquisicion de los dichos hereges, e la ejecucion de ello por dádivas o favores o intereses o aficiones o por otras cualesquier cosas, so pena que contra ellos pueda ser procedido segunt los dichos derechos disponen: e exortamos e mandamos a todas las justicias seglares de cualesquier cibdades e villas e logares de estos regnos, así de los logares realengos como de sennoríos é abadengos, órdenes e behetrías que non perturben, nin consientan perturbar, nin empachar a los dichos perlados o personas susodichas el dicho negocio de la dicha inquisicion e la ejecucion de ello, nin cosa alguna de lo sobredicho; ante seyendo invocados para ello den todo el favor que les fuere pedido e ovieren por necesario segunt que de derecho estrechamente a ello son obligados so las penas grandes, e sensibles espirituales e temporales que los derechos disponen, las cuales sean en ellos e en cada uno dellos ejecutadas si lo contrario fícieren».—Concordia entre Enrique IV y el reino. MS. sacado del archivo de Escalona y cotejado con el original de Simancas. <<
[278] Los escritores contemporáneos, Bernaldez, Historia MS. de los Reyes Católicos, caps. 43 y 44.—Pulgar, Cron., part. II, cap. 77.—Lucio Marineo Sículo, lib. XIX.—Zúñiga, Anal., año 1480.—Llorente, Hist., tom. I, cap. V, art. 3.—Pulgar confunde bastante el orden de los sucesos.—En ninguna parte hallamos justificado el aserto de Mariana, cuando dice que «el principal autor e instrumento de este acuerdo muy saludable fue el cardenal de España».—Tampoco hallamos de ningún autor contemporáneo una indicación siquiera que nos induzca a creer lo que después nos han dicho muchos escritores de los siglos modernos, a saber, que al fundar la nueva Inquisición obraron los Reyes Católicos, impulsados de un pensamiento político, y que se propusieron armonizar la unidad religiosa con la unidad política. Este pensamiento pudo venirles después, y pudieron aprovechar oportunamente aquel elemento y alegrarse de haberle establecido, cuando las novedades políticas y religiosas de Europa hicieron pensar en librar la España del contacto de la herejía. Pero en su principio y fundación no vemos que influyeran otras causas que el odio inveterado de los cristianos españoles a la raza judaica, la conducta imprudente y provocativa de algunos hebreos, el celo de los reyes por la pureza de la fe, y los consejos y excitaciones de los hombres que parecían más graves y de los eclesiásticos a quienes los reyes consideraban más dignos de dirigir sus conciencias. <<
[279] Inscripción del edificio de la Inquisición, citada y copiada por Zúñiga en sus Anales de Sevilla, lib. XII. <<
[280] Todos los escritores contemporáneos están contestes en la relación que acabamos de hacer de estos primeros rigores de la Inquisición. Los cronistas Hernando del Castillo (part. II, cap. 77) y Lucio Marineo (lib. XIX) señalan el mismo número de quemados y penitenciados, y de casas que quedaron abandonadas y desiertas. Véase también a Bernáldez, cura de los Palacios, en su Crónica, caps. 43 y 44.—En lo mismo convienen Zúñiga, en sus Anales de Sevilla, tom. III, p. 112, Zurita en los de Aragón, lib. XX, cap. 49, Mariana, lib. XXIV, cap. 17., Llorente, en su Historia, tom. I cap. V, art. 4., Páramo, De Origine, etc., lib. II tit. II. <<
[281] El cardenal Mendoza había sido trasladado ya a la iglesia premada de Toledo. <<
[282] Casi todos nuestros historiadores, confundiendo o no distinguiendo bien los tiempos, nos han presentado a este Fr. Tomás de Torquemada como el primer inquisidor. Fue, sí, el primer inquisidor general de toda España, nombrado en este año de 1483, y el que organizó definitivamente el tribunal, pero en el oficio de inquisidores ya hemos visto que lo habían precedido otros. <<
[283] Estas instrucciones constaban de 28 artículos, a los cuales se fueron sucesivamente adicionando otros. El 1.° prescribía el modo de anunciar en cada pueblo el establecimiento de la Inquisición: en el 2.º se imponían censuras contra los que no se delatasen dentro del término de gracia: el 3.° señalaba este término para los que quisieran evitar las confiscaciones: el 4.° designaba cómo habían de ser las confesiones de los que se delataban voluntariamente: el 5.° cómo había de ser la absolución: el 6.º indicaba algunas penitencias que se habían de imponer a los reconciliados: en el 7.º se establecían penitencias pecuniarias: el 8.° declaraba quiénes no se libraban de la confiscación de bienes: el 9.º se refería a las penitencias que habían de imponerse a los menores de 20 años que se denunciaban voluntariamente: por el 10 se declaraba cuáles bienes y desde cuándo habían de corresponder al fisco: el 11 ordenaba lo que se había de hacer con los presos en las cárceles secretas que pedían reconciliación: el 12 prescribía lo que habían de hacer los inquisidores cuando creían que era fingida una conversión: el 13 establecía penas contra los que se averiguaba haber omitido algún delito en la confesión; el 14 condenaba como impenitentes a los convictos negativos, lo que equivalía a condenarlos a las llamas: el 15 marcaba ciertos casos en que se había de dar tormento o repetirlo: mandaba el 16 que no se diese a los procesados copia íntegra de las declaraciones de los testigos, sino una noticia de ellas: en el 17 se encargaba a los inquisidores examinar por sí mismos los testigos, a no tener algún impedimento: el148, que a la tortura de un reo asistiese uno o dos inquisidores: el 19 se refería al modo de proceder contra los ausentes: el 20 dictaba la exhumación de los cadáveres de los declarados herejes, y la privación a los hijos de heredar a sus padres: el 21 disponía que se estableciese Inquisición así en los pueblos de señorío como en los realengos: prevenía el 22 lo que había de hacerse con los hijos menores de los condenados a relajación: el 23 no eximía de la confiscación los bienes de los reconciliados procedentes de otra persona confiscada: el 24 era relativo a los esclavos cristianos de los reconciliados: el 23 imponía excomunión y privación de oficio a los inquisidores o individuos del Santo Oficio que recibiesen regalos: el 26 exhortaba a los inquisidores a vivir en paz y armonía, y señalaba quién había de decidir las disputas que entre ellos ocurriesen: el 27 les encargaba celar el cumplimiento de las obligaciones de los subalternos: el 28 dejaba a la prudencia de los inquisidores la decisión de lo que no estuviese prevenido en los anteriores capítulos. <<
[284] Zurita, Anal., lib. XX, capítulo 65. <<
[285] Zurita, ubi sup.—Es en verdad notable que tres fundadores o tres primeros inquisidores en Francia, Italia y Aragón, fuesen todos tres Pedros, y todos tres fuesen sacrificados, y sean todos tres venerados como mártires: Pedro de Castelnau en Francia, Pedro de Verona en Italia, y Pedro Arbués en España. Llorente al referir este suceso se hace también cargo de esta coincidencia. <<
[286] Conde, Domin. de los Árab., p. IV, caps. 30 y 34. <<
[287] Conde, p. IV, cap. 34.—Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 35. <<
[288] Bernáldez, Reyes Católicos, caps. 35 a 54.—Pulgar, Cron., parte III, caps. 1 a 7.—Lucio Marineo Sículo, lib. XX.—Conde, Domin., part. IV, cap. 34.—Lebrija, Rerum Gestarum Decades, lib. I.—Mármol, Rebel. de los moriscos, lib. I.—Salazar de Mendoza, Crónica del Gran Cardenal, lib. I.—Id., Crón., de los Ponces de León, elog. 17.—Id. Orig. de las dignidades seglares, lib. XII.—Medina, Crón. de los duques de Medina-Sidonia, lib. VIII.—Salazar y Castro, Hist. de la casa de Lara, libro XII. <<
[289] Hay una novela del señor Martínez de la Rosa, titulada Doña Isabel de Solís, fundada sobre este episodio histórico. <<
[290] Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 56.—Lafuente Alcántara, en la Historia de Granada, tom. III, cap. 17, se refiere a documentos curiosos acerca de esta familia, sacados de los archivos de la casa del marqués de Corvera. <<
[291] Tal vez, según Pulgar, fue esta la causa del famoso degüello de los Abencerrajes en la Alhambra, que ha dado materia a tantos y tan novelescos romances. <<
[292] Una humilde cruz de piedra, llamada la Cruz del Maestre, ha conservado hasta hace poco en Loja la memoria del sitio en que según tradición cayó muerto aquel malogrado caballero. <<
[293] Conde, part. IV, cap. 35.—Pulgar, part. III, caps. 8 y 9.—Bernáldez, cap. 58.—Lebrija, lib. I, capítulo 7. <<
[294] Pulgar, Cron., p. III, capítulos 12 y 14. <<
[295] Bernáldez, cap. 60.—Pulgar, p. III, cap. 19.—Carvajal, Anales, Año 1483.—El conde de Cifuentes, a quien el ilustrado Oviedo cuenta entre las mejores lanzas que había en España en aquel tiempo, fue tratado con mucha consideración por los vencedores, igualmente que sus compañeros de prisión. Después de haberle tenido algún tiempo en Málaga, fue trasladado a Granada, cuando Muley Abul Hacen recobró el trono, y en 1486 logró su rescate por una cuantiosa suma de dinero. Los soldados y gente menuda fueron encerrados en mazmorras y vendidos después como esclavos en las ferias públicas. <<
[296] Bernáldez dice que en no haberse confesado como correspondía, «dieron a conocer que no iban con buenas disposiciones, sino con poco respeto del servicio de Dios, movidos solo por la codicia y el deseo de una ganancia impía».—Pulgar expresa que les sucedió por su soberbia y orgullo, y «porque la confianza que debían tener en Dios la pusieron en la fuerza de la gente».—Y en un manuscrito de aquel tiempo se estampa «que más iban a mercadear que a servir a Dios, porque pensaban que había de ser el despojo como el de Alhama».—La pérdida, según Bernáldez, el cura de los Palacios, fue de 800 muertos y 1500 cautivos, entre ellos 400 caballeros de linaje. Pero hay variedad en los demás cronistas en cuanto a la cifra de muertos y prisioneros. <<
[297] Llamáronle así los españoles, según unos por haber sido proclamado muy joven, según otros para distinguirle de su tío, que se llamaba también Abdallah como él. <<
[298] A esta expedición de Boabdil alude el antiguo romance:
Por esa puerta de Elvira
sale muy gran cabalgada…
. . . . . . . .
¡Cuánta pluma y gentileza,
cuánto capellar de grana,
cuánto bayo borceguí,
cuánto raso que se esmalta!
¡Cuánto de espuela de oro,
cuánta estribera de plata!
Toda es gente valerosa,
y experta para batalla.
En medio de todos ellos
va el rey Chico de Granada,
mirando las damas moras
de las torres del Alhambra.
La reina mora su madre
de esta manera le habla:
«Alá te guarde, mi hijo,
Mahoma vaya en tu guarda!». <<
[299] Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 61.—Pulgar, Crón., p. III, cap. 20.—Conde, Domin., p. IV, cap. 36.—Carvajal, Anal., año 1483. —Mármol, Rebel., lib. I.—El abad de Rute, Hist. de la casa de Córdoba, MS. lib. V.—Salazar de Mendoza, Crón. del Gran Cardenal, lib. I cap. 54.—Pedraza, Antig. de Granada, y otros. <<
[300] No era Boabdil un imbécil ni un cobarde, como le han representado equivocadamente muchos de nuestros escritores, y bien lo acreditó en el combate de Lucena. Era, sí, desgraciado en sus combinaciones políticas y alumbrábale mala estrella en sus empresas, por lo cual le apellidaron los moros con el epíteto de El Zogoibi, el Desventurado. <<
[301] Pulgar, Crón., p. III, cap. 25.—Salazar, Crón. de los Ponces de León, Elog. 17. <<
[302] Era natural de Ciudad Real, pero oriundo de Asturias y descendiente por la linea materna de la esclarecida familia de los Osorios, sobrino de don Luis Osorio, obispo que fue de Jaén. Había sido continuo de la casa real, y desde la guerra de Portugal se había hecho notable por su brío y gentileza. <<
[303] Era el segundo conde de este título, nieto del célebre marqués de Santillana, y sobrino del cardenal Mendoza. <<
[304] Washington Irving, en su Crónica de la Conquista de Granada, lo cita como el primer ejemplar del uso del papel moneda, que tan general se ha hecho después en los tiempos modernos. <<
[305] Bernald., Reyes Católicos, cap. 76.—Lebrija, Rer. Gestar., Decades, II, lib. IV.—Abarca, Reyes de Aragón, tom. II, Rey don Fernando.—Banamaquex llama Pulgar a esta población, y Prescott la nombra Benemaquez. <<
[306] Esta conquista de Ronda, además de las que hemos referido, y de otras de que aún daremos cuenta, fueron de tal importancia que extrañamos mucho le parecieran a Prescott de tan poca consideración, que las haya omitido diciendo, que en la campaña de 1483 a 1487 no ocurrió ni un solo sitio ni una sola hazaña militar de gran momento. «No siege or single military achievement of great moment occurred until nearly four years from this period, in 1487». History of the reign of Ferdinand and Isabella, part. I, chap. 11. <<
[307] Según algunos escritores, las cadenas en que habían estado aherrojados estos infelices son las que enviaron los monarcas católicos a Toledo para suspenderlas en la fachada del convento de San Juan de los Reyes para que sirviesen de trofeo y perpetua memoria a la posteridad. <<
[308] Pulgar, Crón., part. III, cap. 44 a 47. <<
[309] Conde, p. IV, cap. 37. <<
[310] Bernáldez, cap. 76.—Conde, ubi sup.—El sitio en que acaeció esta catástrofe se llamó el Llano de la Matanza. <<
[311] El Cura de los Palacios dice que su cuerpo, llevado a Granada en una humille mula, fue enterrado por dos cautivos cristianos en el cementerio de los reyes. Pero el moderno historiador de Granada, Lafuente Alcántara, refiriéndose a la tradición del país y a una obra manuscrita de don Francisco Córdova y Peralta, titulada Historia de las montañas del Sol y del Aire, dice que se mandó enterrar y que fue realmente enterrado en el cerro más alto de Sierra Nevada, y que aún conserva el nombre de Pico de Mulhacén la majestuosa cumbre de aquella sierra.—Hist. de Granada, tom. III, cap. 17. <<
[312] Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 78 y 79.—Fernando del Pulgar, Cron., p. III, cap. 58.—Pulgar el de las Hazañas, Breve parte de las hazañas del Gran Capitán.—Lucio Marineo, Cosas Memorables, folio 172.—Pedro Mártir de Anglería, Opus Epist., lib. I. <<
[313] Cuéntase que este personaje, el cual se distinguía entre los demás caballeros por su ostentoso boato personal y por el lujo con que llevaba su gente, viendo a sus vasallos un instante detenidos por la lluvia de proyectiles que sobre ellos caían al asaltar a Íllora, les arengó enérgicamente y entre otras cosas les dijo: «¿Daréis lugar a que digan que llevamos más gala en nuestros cuerpos que esfuerzo en nuestro corazón, y que solo somos soldados de día de fiesta?». <<
[314] Bernáldez, el Cura de los Palacios, da todos estos curiosos pormenores en su Historia MS. de los Reyes Católicos, cap. 80. <<
[315] Pulgar, Cron., p. III, capítulos 69 y 70.—Bernáldez, cap. 82.—Galíndez de Carvajal, Anales, A. 87.—Vedmar, Antig. y Grandezas de Vélez, lib. I. <<
[316] El escudo de armas de Vélez representa este suceso y figura un rey a caballo traspasando con su lanza un moro. <<
[317] La escritura de capitulación se hizo en 27 de abril, y la entrega en 3 de mayo.—Vedmar, Antig. y Grand. de Vélez, lib. VI.—Pulgar, p. III, cap. 72.—Bernáldez, cap. 52.—Mármol, Rebel., lib. I. <<
[318] Conde, Domin., p. IV, cap. 39. <<
[319] El que Prescott llama Gebalfaro. <<
[320] Hamete Zelí que dice Pulgar, y así le denominan también otros historiadores. <<
[321] Pulgar, Crón., p. III, cap. 78. <<
[322] Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 84. <<
[323] Bernáldez, ubi sup.—Lucio Marineo, Cosas Memorables, libro XX, fol. 176.—Pedro Mártir, Opus Epist., lib. I, cap. 63.—Oviedo, Quincuag., bat. I, quin. 1., dial. 23. <<
[324] Bernáldez, Reyes Católicos, cap. 84. <<
[325] Pulgar dice que se retiró a la Alcazaba, lo cual no es verosímil. «Y el dolor (dice) que se ovo en la cibdad de aquel vencimiento, e los llantos de los homes e de las mugeres que facian por los muertos e por los feridos, fue tánto grande, que aquel capitán principal no osó estar en la cibdad, e se retraxo al Alcazaba; e dixo a los moros, que ficiesen partido de entregar la cibdad con todas sus fortalezas al Rey e a la Reyna». Crónica, p. III, cap. 92. <<
[326] Pulgar, p. III, cap. 93. <<
[327] Duras fueron en verdad las condiciones, y cruel el castigo que se impuso a una población cuyos moradores en su mayor parte no había hecho sino defender heroicamente sus vidas, haciendas y lugares, muchos de ellos forzados por los rigurosos y tiránicos bandos de su gobernador. Esto da ocasión a William Prescott para mostrarse indignado contra los autores de tan inhumano tratamiento, de que culpa principalmente al rey Fernando y al clero, y no exime a la reina Isabel del cargo de haberlo consentido, si bien reconociendo que tan terribles medidas eran opuestas al carácter naturalmente piadoso, humanitario y compasivo de aquella señora, la disculpa en parte con la superstición de la época y con el respeto que solía tener al dictamen de sus consejeros y directores espirituales. Hist. de los Reyes Católicos, cap. 13. <<
[328] Pulgar, Reyes Católicos, p. III, cap. 96.—Zurita, Anal. de Aragón, lib. XX. <<
[329] En otra ocasión hemos hablado de la inflexible severidad de la reina Isabel para el castigo de los crímenes sin acepción de personas. Hallándose en Murcia ocurrió un lance semejante a los que en otro lugar hemos referido. El alcalde mayor de las tierras del duque de Alba y el alcaide de Salvatierra insultaron y apalearon a un recaudador de las rentas reales que iba con su escribano. Supolo la reina, y envió secretamente un alcalde de corte para que averiguara la verdad del hecho y le castigara en justicia. El alcalde, previa una sumaria información, hizo ahorcar a uno de los delincuentes en el mismo lugar en que había cometido el delito: al otro le envió ante los oidores de la chancillería de Valladolid, los cuales mandaron cortarle la mano derecha, y le extrañaron para siempre del reino. Pulgar, part. cit., cap. 99. <<
[330] Fernando del Pulgar, en la parte tercera de su crónica, capítulo 104, expresa los nombres de todos los capitanes que iban en la expedición, y señala el número de soldados y de lanzas que mandaba cada uno, y el orden que ocupaban. <<
[331] Equivale al nombre español doña María. <<
[332] El cronista Pulgar, que parece asistió personalmente a esta batalla, la pondera como una de las más famosas que se dieron en tre sarracenos y cristianos. «Puedese bien creer (dice) por los que este fecho de armas leyeren… que pocas o ningunas batallas se leen haber acaescido do tanta gente y en semejante lugar concorriese, e que tan cruel e peligrosa fuese e tanto durase, como la que en este día ovo este Rey don Fernando…». Cron., p. III, cap. 106. <<
[333] Pulgar el cronista, cap. 111.—Palencia, De Bello granat., libro IX. <<
[334] La reina y el rey le concedieron además un escudo de armas con un león de oro en campo azul, levantando con su zarpa una lanza a cuyo extremo ondea una toca; en la orla se divisan los once alcaides vencidos, y por lema se lee tal debe el hombre ser, como quiere parecer. Esta máxima fue elegida por Pulgar, tomada de un filósofo griego. <<
[335] Bernáldez, Reyes Catól., cap. 92.—Pulgar, cap. 112.—Palencia, De Bello granat., lib. cit.—Posteriormente enviaron los reyes al Turco al ilustrado Pedro Mártir de Anglería para que esforzase sus razones, y evitase algún disgusto a los cristianos de aquellos países. <<
[336] No de sólidos edificios, como dice Prescott, pero si de alguna más resistencia y abrigo que las ligeras tiendas de lienzo. <<
[337] Pedro Mártir, Opus Epistolarum, lib. III. <<
[338] Id. ibid.—Palencia, De Bello granat., lib. IX. <<
[339] Pulgar, Cron., p. III, capítulo 121. <<
[340] Mohammed el Veterano fue el que pasó a Guadix a pedir el beneplácito para la rendición. El Zagal, enfermo y melancólico, reunió su consejo, la mayoría opinó por la capitulación, y entonces fue cuando el Zagal, lleno de dolor, dio su anuencia. «Decid a mi primo, añadió con triste acento, que haga lo que crea más conveniente a la salvación de todos». <<
[341] Este casó más adelante con doña María de Mendoza, dama favorita de Isabel, e hija de su mayordomo. Salazar, Casa de Granada, MS. cit. por Lafuente Alcántara, tom. IV, cap. 18. <<
[342] Aún se da el título glorioso de Baza a uno de los cuerpos del ejército español. <<
[343] Conde, Domin., p. IV, capítulo 40. En Lafuente Alcántara se equivoca el capítulo. <<
[344] Pulgar, caps. 124 y 125. Lafuente Alcántara en su Historia de Granada se refiere también a documentos sacados del archivo del marqués de Corbera, descendiente de Cid Hiaya. <<
[345] Palencia, De Bello granat., lib. IX.—Bernáldez, cap. 94.—Pulgar, cap. 124.—Mármol, Rebel. de los morisc., lib. I, cap. 16.—Colección de documentos inéditos por Baranda y Salvá, tomo XI. <<