Notas
[1] Et quoniam scriptum est (dijeron aquellos ilustres varones) quia non est discretio apud Dominum diversorum sexuum virorum ac fæminarum, set qui recte credit et recte agit sine dubio vir nuncupatur, etc. Risco, España Sagrada, t. XXXIV, pág. 283. <<
[2] Tal es el retrato que de este príncipe nos ha dejado el obispo Sampiro en el número 29 de su Crónica. <<
[3] Suponen algunos haber vivido todavía Ramiro dos años, fundados en tres diplomas de este rey hallados en el monasterio de Sahagún que llevan la fecha de 984. Dada la autenticidad de estos documentos, resultaría haberse retirado a aquel monasterio después del reconocimiento de Bermudo como rey de León. Mas en cuanto a la duración de su reinado, parece no dejar lugar a duda los testimonios contestes de Sampiro, del Silense, de Lucas de Tuy y de Rodrigo de Toledo. Debemos, no obstante, advertir que así en este reinado como en el que le sigue, se nota tal discordancia de fechas entre los autores, que no hay medio fácil ni acaso posible de conciliarlos. El haber terminado Sampiro su luminosa crónica que tan ta luz nos ha dado hasta aquí, la falta de memorias de aquel tiempo de que ya un respetable historiador se queja muy fundadamente, y los errores introducidos por el cronista Pelayo de Oviedo, han podido ocasionar confusión tan sensible. Felizmente conviniendo casi todos en los hechos, han venido a aclarar mucho su cronología las historias arábigas últimamente publicadas, que no pudieron ser conocidas de aquellos respetables escritores, y de ellas y de su cotejo con nuestras crónicas resultan bastante ilustrados los sucesos del último tercio del décimo siglo. <<
[4] El erudito orientalista Dozy, en sus Investigaciones sobre la Historia política y literaria de España en la edad media, hace el siguiente retrato de Almanzor, de quien ciertamente no se muestra apasionado: «Un solo hombre llegó no solo a hacer impotente al califa su señor, sino también a derribar los nobles de entonces, ya que no la nobleza. Este hombre que no retrocedía ante ninguna infamia, ante ningún crimen, ante ningún asesinato, con tal de arribar al objeto de su ambición; este hombre, profundo político y el más grande general de su tiempo, ídolo del ejercito y del pueblo, a quien la fortuna favorecía en todas las ocasiones; este hombre era el terrible primer ministro, el hagib de Hixem II, era Almanzor. Trabajando únicamente por afianzar su propio poder, se contentó con asesinar sucesivamente los jefes poderosos y ambiciosos de la raza noble que le hacían sombra, pero no trató de destruir la aristocracia misma. Lejos de confiscar los bienes y tierras que esta poseía, era por el contrario el amigo de aquellos patricios que no le inspiraban temor (pág. 2 y 3)».
Cuenta más adelante (pág. 208), cómo dos poderosos jefes de los eunucos eslavos concibieron y trataron de realizar el proyecto de proclamar por sucesor de Alhakem II a su hermano Al-Mogirah, en lugar de su hijo Hixem, aunque a condición de que aquel hubiera de declarar a su vez sucesor del trono a su sobrino. Comunicaron el proyecto al ministro Giafar, el cual fingió aprobarlo, pero habiéndolo revelado con el fin de tomar medidas para conjurar la conspiración a varios de sus amigos, y entre ellos a Mohammed ben Abi Ahmer (después Almanzor), este se encargó de asesinar a Al-Mogirah, «y estranguló al joven príncipe que aún no sabía la muerte de su hermano». De este y otros semejantes hechos, que cita también Al-Makari, no dice nada Conde. <<
[5] En este mismo año se acabó en Écija el acueducto que había mandado hacer la sultana madre, y en él se puso la inscripción siguiente:
«En el nombre de Dios clemente y misericordioso, mandó edificar esta acequia la señora, engrandézcala Dios, madre del Príncipe de los creyentes el favorecido de Dios, Hixem, hijo de Alhakem, prolongue Dios su permanencia, esperando por ella copiosas y grandes recompensas de Dios: y se acabó con la ayuda y socorro de Dios por mano de su artífice y prefecto cadí de los pueblos de la cora (comarca) de Écija y Carmona y dependencias de su gobierno, Ahmed ben Abdallah ben Muza, en la luna de Rebie postrera del año 367». <<
[6] Mon. Silens. Chron. n. 70. <<
[7] Este año árabe comprendió desde el 16 de julio de 980 al 5 de julio de 981 del año cristiano. <<
[8] Conde, cap. XCVII. ¡Lástima grande que no nos haya sido trasmitido el nombre de aquel valeroso castellano, digno de figurar entre los héroes de los tiempos homéricos! <<
[9] Monach. Silens. Chron. n. 71.—Conde, cap. XCVII.—Como este suceso acaeciese el año en que dejó de reinar en León Ramiro III, y en que fue entronizado Bermudo II, no se sabe con certeza en cuál de los dos reinados ocurriese, y dúdase más porque ninguna crónica árabe ni cristiana nombra a ninguno de los dos reyes, infiriéndose que ni uno ni otro se hallaron presentes al combate. Si hemos de creer una indicación del Cronicón Iriense (n. 12), Almanzor obraba acaso de acuerdo con Bermudo, a quien este parece había hecho ofrecimientos porque le ayudara a posesionarse del reino de León. <<
[10] Pelagii Ovetens. Chron. p. 468. <<
[11] Rex autem Veremundus (dice Lucas de Tuy) podagrica aegritudine nimium gravatus, cum non posset barbaro obviare, se recepit Ovetum. <<
[12] Luc. Tudens. Chron. p. 89.—Conde, cap. XCVII. <<
[13] No sabemos con qué fundamento pudo decir Mariana que tomó también los castillos de Alva, Luna, Gordón y otros que resguardaban a Asturias, contra los testimonios de Lucas de Tuy y de Pelayo de Oviedo: este último dice expresamente: Asturias, Gallæciam et Berizum non intravit, Lunam, Alvam, Gordonem non intravit. <<
[14] Llamábase maksura la tribuna de los califas un poco elevada sobre el pavimento en la parte principal de la mezquita. La colocación del pueblo era la siguiente: los jóvenes se ponían detrás, de los ancianos, las mujeres detrás de los hombres y separadas de ellos: estos no se movían hasta que no hubiesen salido todas las mujeres. Las doncellas no iban a las mezquitas en que no tuviesen un lugar apartado,y siempre asistían muy tapadas con sus velos. Conde, cap. XCVIII. <<
[15] Ebn Hayan, Hist. de los Alameríes.—Abu Bekr Ahmed ben Said, en Conde, cap. XCVIII. <<
[16] Es muy extraño que el juicioso Roseew-Saint-Hilaire diga al hablar de esta expedición: «Esta ciudad (Barcelona), mandada por un conde Borrell, feudatario de los reyes francos…». Pues no debía ignorar este ilustrado autor que el feudo de los reyes francos había concluido con Wifredo el Velloso, y que hacia más de un siglo que el condado de Barcelona constituía un estado independiente. En el mismo error incurre Romey, si mal no los hemos comprendido. <<
[17] Gesta Comit. Barcinon. c. VII.—Los dos Chronicones de Barcelona.—Conde, cap. XCVIII. <<
[18] Conde, cap. XCIX.—En este tiempo colocan también algunos de nuestros historiadores otras fiestas nupciales celebradas en Burgos, con poca menos solemnidad, pero de bien más trágicos resultados que las de Córdoba. Eran las del famoso castellano Ruy Velázquez, señor de Villarén, con doña Lambra, natural de Bribiesca, señora también de una gran parte de la Bureba, y prima del conde de Castilla Garci Fernández. Terrible e inolvidable memoria dejaron estas bodas en España por la sangrienta catástrofe a que dieron ocasión, al decir de estos autores. Hablamos de la célebre aventura de los Siete Infantes de Lara.
Eran estos siete hermanos hijos de Gonzalos Gustios y de Sancha Velázquez hermana de Ruy, y nietos de Gustios González, hermano de Nuño Rasura, y por consecuencia oriundos de los jueces y condes de Castilla. Su padre, dicen, les había construído un soberbio palacio repartido en siete salas, de donde se llamó el pueblo Salas de los Infantes. Había convidado Ruy Velázquez a sus bodas a sus siete sobrinos, que en aquel día fueron armados caballeros por el conde don García. Ocurrió en la fiesta nupcial un lance desagradable entre Alvar Sánchez, pariente de los novios, y Gonzalo, el menor de los siete infantes, que uno de los romances compuestos por Sepúlveda describe así:
Un primo de doña Lambra,
que Alvar Sánchez es llamado,
vio que caballero alguno
no alcanzaba en el tablado.
…
Ninguno dio miente a ello,
que están las tablas jugando:
solo Gonzalo González,
el menor de los hermanos,
que a furto de todos ellos
cabalgaba en un caballo.
…
Alvar Sánchez con pesar
al infante ha denostado.
Él respondió a sus palabras,
a las manos han llegado.
Gran ferida dio el infantería
a Alvar Sánchez su contrario.
…
Doña Lambra que lo vido
grandes voces está dando,
feríase en el su rostro
con las manos arañando…
En su despecho la buena de doña Lambra mandó a un criado que arrojase al rostro de Gonzalo un cohombro empapado en sangre, que era la mayor afrenta que podía hacerse a un caballero castellano. Este vengó el ultraje matando al osado sirviente en el regazo mismo de doña Lambra a que se había guarecido. La señora pidió venganza a su esposo en los términos que expresa otro romance:
«Matáronme un cocinero
so faldas de mi brial:
si de esto no me vengades.
yo mora me iré a tornar».
Ruy Velázquez, deseoso de complacerla, juró vengarse no solo de Gonzalo sino de todos sus hermanos, y hasta de su padre. Al efecto envió primeramente a Córdoba a Gonzalo Gustios con pretexto de que cobrase ciertos dineros que el rey bárbaro (dice el P. Mariana) había prometido, pero haciéndole portador de una carta semejante a la de Urías en que encargaba al rey moro que tan pronto como llegara le hiciese quitar la vida. No lo hizo así el moro, o por humanidad, o por respeto a las canas de hombre tan principal y venerable, antes le puso en una prisión tan poco rigurosa, que la hermana del rey moro le solía hacer frecuentes visitas, aficionándose tanto al prisionero cristiano que de tales visitas vino a resultar con el tiempo el que dicha señora diera al mundo un Mudarra González, fruto de sus amores, que después vino a ser el fundador del linaje nobilísimo de los Manriques de Lara. Tal gracia debió hallarla princesa mora en las canas del venerable castellano.
Meditando entretanto Ruy Velázquez cómo vengarse de los siete hermanos, logró ganar a los moros de la frontera y en combinación con estos les armó una celada en los campos de Araviana a la falda del Moncayo, en que descuidados los de Lara y no pudiendo sospechar la traición fueron todos asesinados en unión con su ayo Nuño Salido, aunque no sin que peleasen como buenos y derramaran mucha sangre de enemigos. Ruy Velázquez envió a Córdoba a Gonzalo Gustios el horrible presente de las cabezas de sus siete hijos, que reconoció el desgraciado padre a pesar de lo magulladas y desfiguradas que llegaron. Movido a compasión el rey de Córdoba dio libertad a Gonzalo, y le dejó ir a Castilla, sin que nos digan qué fue después de este infortunado padre. Lo que nos dicen es que cuando el niño Mudarra, fruto de sus amores de prisión, llegó a los catorce años, a persuasión de su madre pasó a Castilla, y ayudado de los amigos de su familia vengó la muerte de sus hermanos matando a Ruy Velázquez, y haciendo que doña Lambra muriese apedreada y quemada; acción por la cual no solo mereció que el conde de Castilla le hiciese aquel mismo día bautizar y le armase caballero, sino que su misma madrastra doña Sancha le adoptase por hijo y heredero del señorío de su padre. Esta adopción se hizo al decir de nuestras historias con una ceremonia bien singular. Dicen que la doña Sancha metió al mancebo por la manga de una muy ancha camisa (que bien ancha era menester que fuese por delgado que supongamos al recién cristianado moro), le sacó la cabeza por el cuello, le dio paz en el rostro, y con esto quedo recibido por hijo. De aquí viene, añade el P. Mariana con admirable candidez, el adagio vulgar: «entra por la manga y sale por el cabezón».
Tal es la famosa historia, anécdota o aventura de los Siete Infantes de Lara, tan celebrada por poetas y romanceros, sacada de la Crónica general, desechada como fabulosa por muchos críticos, admitida por otros como cierta en su fondo, pero desestimando las circunstancias o ridículas o inverosímiles, y adoptada con todos sus episodios por el P. Mariana. Sus editores de la grande edición de Valencia le ponen la siguiente nota: «Nuestros escritores más estimables tienen por aventuras caballerescas la desgraciada muerte de los Infantes de Lara, los amores de don Gonzalo Gustios con la infanta de Córdoba, la adopción de Mudarra González, hijo de estos hurtos amorosos, y que este héroe imaginario haya sido tronco nobilísimo del linaje de los Manriques. Sería detenernos demasiado hacer demostración de tal fábula, y mucho más producir los argumentos con que se desvanece, que pueden ver los lectores en los capítulos XI y XII del libro II de la Historia de la Casa de Lara del erudito Salazar; aunque por respeto a la antigüedad no se atreve este excelente genealogista a negar el suceso de los Siete Infantes de Lara. Don Juan de Ferreras trató también separadamente de este asunto en el t. XVI, cap. XIV, pág. 99 de su Hist. de Esp, (equivocan la página de Ferreras, pues es la 118).»
De novela la califica también el señor Sabau en sus ilustraciones a Mariana. Pero el ilustrado don Ángel Saavedra, duque de Rivas, en la nota tercera a la página 188 del tomo II de su Moro Expósito nos hace conocer el siguiente documento, que existe (dice) en el archivo del duque de Frías, actual poseedor de los estados de Salas, el cual puede dar diferente solución a la cuestión de autenticidad de esta tradición ruidosa.
«En 12 de diciembre de 1579 se hizo una informacion de oficio por el gobernador de la villa de Salas, con asistencia de los señores don Pedro de Tovar y doña María de Recalde su mujer, marqueses de Berlanga, ante Miguel Redondo, escribano de número de ella, de la cual resulta, que pues allí había en la iglesia mayor de Santa María, en la pared de la capilla del lado del Evangelio las cabezas de los Siete Infantes de la Hoz de Lara, y la de Gustios su padre, y la de Mudarra González su hijo bastardo, que por haber tantos años que estaban allí, y ser los letreros antiquísimos dudaban algunas personas si era verdad; mandase abrir las pinturas de ellas, y armas con que estaba cubierta dicha pared, para saber lo que había dentro y enterarse de la verdad. Y dicho gobernador poniéndolo en ejecución, mandó a un oficial que quitase una tabla pintada, que estaba inclusa en la dicha pared, la cual tiene siete cabezas de pintura antigua, al parecer de más de cien años, y encima de ellas hay siete letreros cuyos nombres dicen: Diego González, Martín González, Suero González, don Fernán González, Ruy González, Gustios González, Gonzalo González. Y al cabo de ellas, un poco más abajo, está otra cabeza, que dice el letrero que está sobre ella Nuño Salido. Y de la otra parte de arriba de las cabezas está un castillo dorado, y encima pintados dos cuerpos de hombres de la cinta arriba: el letrero del uno dice Gonzalo Gustios, y el del otro Mudarra González, los cuales tienen cada uno en la mano medio anillo y le están juntando. Y quitada la dicha tabla, pareció en la pared otra pintura muy antiquísima, con los mismos nombres que la primera, excepto que el nombre de la cabeza que está de la parte de abajo en la primera tabla dice Nuño Salido, y en el más antiguo Nuño Sabido. Y visto que dichas pinturas estaban sobre piedra, y que no había ningún oficial de cantería que rompiese la pared, suspendieron la diligencia. En el día 16 de dicho mes y año de 1579 mandó el propio gobernador a Pedro Saler, cantero, que tentase la dicha pared para saber si estaba hueca: y dando golpes con un martillo donde estaban las armas (que es un castillo dorado), sonó hueco. Y quitando la pintura que estaba sobre la dicha piedra, se halló otra piedra de cerca de media vara de largo y una tercia de alto, que se meneaba y estaba floja. Y dicho cantero, presentes muchos vecinos de la villa, la quitó, y dentro había un hueco grande a manera de capilla, en la cual estaba un arca, clavada la cubierta con dos clavos. Y sacada, la pusieron junto a las gradas del altar, donde se desclavó, y pareció dentro de ella un lienzo muy delgado y sano, sin ninguna rotura, en el cual estaban envueltas las dichas cabezas, algo deshechas, desmolidas y desconyuntadas del largo tiempo, aunque las quijadas y cascos están de manera que claramente se conoció ser cabezas antiguas, que estaban en la dicha arca, Y vistas por mucha parte de los vecinos de aquella villa, y otros, el dicho gobernador mandó al oficial tornase a clavar el arca, y él lo verificó con cinco o seis clavos en la cubierta, dejando dentro las dichas cabezas, y volviendo a poner el arca en la capilla y lugar donde antes estaba».
En vista de este documento parece no poder dudarse del trágico fin de los siete hermanos de Lara: los demás episodios han podido ser inventados por los novelistas y romanceros. <<
[19] Era MXXIV. prendiderunt Sedpublica (Annal. Complut.). In Era MXXIV. prendiderunt Zamoram (Ann. Tolet.). <<
[20] Gesta Comit. Barcin. in Marca, p. 542.—Según la tradición y las crónicas catalanas, en esta ocasión el conde Borrell II ofreció privilegio militar o de nobleza hereditaria a cuantos se presentasen con armas y caballo en las montañas de Manresa, y de aquí, nació la clase llamada Homens de Paradge, esto es, hidalgos, hombres de Paraje o casa Solariega.
En este tiempo acaeció en Francia la memorable revolución que hizo pasar la corona de la familia de los Carlovingios a la de los Capetos, de la dinastía de Carlomagno a la de Hugo el Grande. Hugo Capeto, hijo de el Grande, fue consagrado en Reims el 3 de julio de 987. <<
[21] Chron. Conimbric.—Annal. Compl. y Tolet.—Conde, cap. XCIX. <<
[22] Este hecho, que refiere Ebn Ahdari en su al-Bayano el-mogrib, nos le ha dado a conocer el orientalista Dozy en sus Investigaciones sobre la historia de la edad media de España, tom. I, págs. 19 a 24. <<
[23] Abulfeda, tom. II, pág. 533.—Conde, cap. C. <<
[24] Era el conde García Fernández suegro de Bermudo el Gotoso, cuya segunda mujer llamada Elvira, fue hija del conde y de Ava su esposa, hija de Enrique, emperador de Alemania; tuvo además García a Urraca, que entró religiosa en el monasterio de Cobarrubias, y a Sancho que lo sucedió en el condado.
Omitimos por fabulosos los amores romancescos del conde García Fernández con Argentina y Sancha, y las demás aventuras novelescas y absurdas que nos cuenta Mariana, evidenciadas ya de tales, como tales desechadas por Morales, Yepes, Berganza, Mondéjar y otros respetables autores. <<
[25] Annal. Compost, p. 319.—Annal. Burg., p. 308. Et ductus fuit ad Cordobam, et inde adductus ad Caradignam. <<
[26] Conde pone esta expedición tres años antes. Seguimos al monje de Silos, a Pelayo de Oviedo, y a Al-Makari. <<
[27] Campanas minores in signum victoriae secum tulit et in Mezquita Cordubensi pro lampadibus collocavit, quæ longo tempore ibi fuerunt. Roder. Tolet. de Reb. Hisp. l. V, c. 16. <<
[28] More pecudum trucidabant. Luc. Tud. Chron., p. 88. <<
[29] El obispo cronista Pelayo de Oviedo se empeñó en afear la memoria de este rey, con una animosidad que sienta mal a un historiador y desdice de su carácter de prelado. Comienza por llamarle indiscreto y tirano en todo (indiscretus et tyrannus per omnia): atribuye a castigo de sus pecados las calamidades que sufrió el reino, y hasta la circunstancia de haber repudiado su primera mujer y casádose con otra en vida de aquella, acción tan común en aquellos tiempos como hemos observado, la califica él de nefas nefandissimum. Pero el monje de Silos, que muy justamente es tenido por escritor más verídico, desapasionado y juicioso, nos pinta a Bermudo como un príncipe prudente, amante de la clemencia y dado a las obras de piedad y devoción. Cierto que su reinado fue calamitoso y desgraciadísimo: ¿pero qué pudiera haber hecho Bermudo contra un enemigo del talento y del temple de un Almanzor? A pesar de todo y en medio de tan azarosas circunstancias no se olvidó de dotar al país de algunas instituciones útiles. Restableció las leyes del ilustre Wamba, y mandó observar los antiguos cánones; no los cánones pontificios, como arbitrariamente interpreta Mariana y le hacen ver sus anotadores, sino los de la antigua iglesia gótica.
En su afán de ennegrecer la fama del monarca le atribuyó el cronista crímenes que no cometió, y milagros a los obispos que tuvo necesidad de castigar, y aún los aplica a obispos que se sabe no existieron. No fatigaremos a nuestros lectores con el relato de estas invenciones que acreditaron a Pelayo de poco escrupuloso y aún de falsificador de la historia, de cuyo concepto goza entre los mejores críticos.
Con respecto a las mujeres de Bermudo II, de las exquisitas investigaciones del erudito Flórez resulta en efecto haber tenido dos legítimas, o por lo menos veladas ambas in facie aeclesiæ: la primera llamada Velasquita, de quien tuvo a Cristina, que casada después con el infante don Ordoño, dio origen a la familia de los condes de Carrión: la segunda Elvira, hija, como hemos dicho, del conde de Castilla García Fernández, de la cual tuvo también varias hijas y un hijo varón, que fue el que le sucedió en el trono con el nombre de Alfonso V. Es también indudable que se casó con Elvira viviendo Velasquita, a quien había repudiado, no sabemos por qué causa, pero que fue reconocida como legitima: y este monarca nos suministra otro ejemplo de la facilidad y ningún escrúpulo con que los reyes católicos de aquellos tiempos se divorciaban y contraían nuevos matrimonios viviendo su primera esposa. Tuvo además sucesión Bermudo de otras dos mujeres que se cree fueron hermanas, a quienes el sabio Flórez llama según su costumbre amigas, y los demás cronistas nombran con menos rebozo concubinas. Noticias son todas estas que dan luz no escasa sobre las costumbres y la moralidad de aquellos tiempos en esta materia. <<
[30] El rey Sancho de Navarra era llamado en este tiempo rey de los Pirineos y de Tolosa, en razón a que su poder se extendía a aquella región de la Galia, nombrada antiguamente la Segunda Aquitania, ya por su parentesco con los condes de aquellas tierras, ya porque estos prefiriesen reconocer una especie de soberanía en el monarca navarro a someterse a la nueva dinastía de los Capetos. Háblase también de un conde Guillermo Sánchez, cuñado de Sancho el Mayor, que era duque de la Vasconia francesa. Todos estos parece que suministraron tropas al navarro para la batalla de que vamos a hablar, y así se explica el número considerable de cristianos que llegaron a reunirse. Hist. des Cont. de Tolose, Rodolp. Glaber, Bouquet, Briz, Martínez y Sandobal, cit. por Romey, tom. IV, c. XVII. <<
[31] Muchos de nuestros historiadores, y entre ellos Mariana, anticipan con manifiesta equivocación tres años esta memorable batalla, y por consecuencia de este error hacen asistir a ella a Bermudo el Gotoso. Bien que no es posible formar idea por Mariana ni de los hechos de Almanzor ni de los sucesos de los reinos cristianos de aquel tiempo. Encontrámosle lleno de inexactitudes y de aventuras fabulosas y hasta absurdas. Sentimos tener que censurar a tan respetable escritor, pero no podemos prescindir de nuestro deber histórico. <<
[32] Conde copia la traducción que de uno de sus epitafios hizo su amigo don Leandro Fernández de Moratín y es como sigue:
No existe ya, pero quedó en el orbe
Tanta memoria de sus altos hechos,
Que podrás, admirado, conocerle
Cual si le vieras hoy presente y vivo:
Tal fue, que nunca en sucesión eterna
Darán los siglos adalid segundo,
Que así, venciendo en guerras, el imperio
Del pueblo de Ismael acrezca y guarde. <<
[33] «Venció, dicen los escritores árabes de Conde, a los cristianos cerca de León, y se apoderó de la ciudad, y arrasó sus muros hasta el suelo, que ya antes su padre los había destruido hasta la mitad». Cap. CIII.—«Habiendo congregado, dice el arzobispo don Rodrigo, un grande ejército sobre León, fue vergonzosamente ahuyentado, y se retiró ignominiosamente… a cristianis turpiter effugatus, turpiter estreversus». Hist. Arab. c. 32.—Estas contradicciones son frecuentes, y no es ya fácil apurar de parte de quién está la verdad. <<
[34] Pelag. Ovet. Chron. n. 3. <<
[35] Conde, cap. CIV.—Al-Makari, en Murphy, cap. III.—Roder. Tolet. Hist. Arab, c. XXXI. <<
[36] Roder. Tolet. Hist. Arab. I. c.—Conde, ubi supra. <<
[37] Roder. Hist. Arab. c. XXXII et XXXIII.—Conde, cap. CV. <<
[38] Roder. Tolet. Ibid.—Conde cap. CVI.—Según algunos, el conde Armengol no murió en esta batalla, sino en la de Guadiaro, y según otros después de haber salido de Córdoba a consecuencia acaso de las heridas recibidas en ella. Conde se contradice en dos páginas no muy distantes. De todos modos es cierto que murió en esta expedición. <<
[39] El arzobispo don Rodrigo, Hist. Arab. c. XXXVII. <<
[40] De las siete fortalezas prometidas solo se mencionan como entregadas cuatro, San Esteban, Coruña del Conde, Osma y Gormaz, «y algunas otras casas en Extremadura». Chron. Burgens. Annal. Complut. y Compostel. <<
[41] La relación de los sucesos de estas guerras, que hemos tomado de los autores árabes de Conde y de los historiadores latinos españoles, difiere en muchos incidentes de la que hace el señor Dozy con arreglo a otras historias arábigas que él ha consultado (Recherches sur l’Histoire, etc. tom. I. desde la pág. 238 hasta la 268).
El autor de esta obra, titulada: Recherches sur l’Histoire politique et litteraire de l’Espagne pendant le moyen age, comenzada a publicar en Leyden en 1849, se muestra en ella profundamente versado en la historia de la dominación de los árabes en España y gran conocedor de los autores arábigos, cuyas palabras textuales cita, copia y coteja con frecuencia en sus propios caracteres, al mismo tiempo que manifiesta no serle extraño lo que en otras lenguas se ha escrito antigua y modernamente así en España como en otros países, por lo menos en lo relativo al oscuro periodo que se propone examinar. Escudriñador e investigador minucioso, pero critico severo, duro, inexorable, confesamos que no han podido menos de introducir en nuestro ánimo zozobra, confusión y desconfianza las atrevidas proposiciones que con aire de infalible magisterio sienta en el brevísimo prólogo en forma de epístola de su obra y en el discurso de toda ella. El señor Dozy con un rigor desapiadado parece haberse propuesto dar al traste con todas las ilusiones de los que creíamos que después de las publicaciones de Casiri, de Conde, de Gayangos y de otros orientalistas nacionales y extranjeros, podíamos ya saber algo de la historia de los árabes españoles. El señor Dozy tiene la crueldad de decirnos que no sabemos nada, porque estos escritores no lo sabían ellos mismos. Copiaremos algunas palabras de su prólogo.
De Casiri dice, que «sus extractos dejan mucho que desear en punto a exactitud; que no estaba suficientemente familiarizado con la materia que intentaba esclarecer, y que por otra parte no se distingue por un juicio sólido y claro».—Es, sin embargo, a quien trata con más compasión y con menos dureza.—«Conde (dice) trabajó sobre documentos árabes sin conocer mucho más de esta lengua que los caracteres en que se escribe; pero supliendo con una imaginación en extremo fecunda la falta de los conocimientos más elementales, con una impudencia sin ejemplo ha forjado fechas a centenares, inventado millares de hechos, haciendo siempre alarde de quien pretende traducir fielmente textos árabes… Los historiadores modernos, sin sospechar que eran unos simples engañados por un falsario, han copiado muy cándidamente todas estas mentiras: algunos han dejado atrás a su mismo maestro combinando sus invenciones con los autores latinos y españoles a quienes de esta manera calumniaban…». «En resumen (dice más adelante), si contamos solo el libro de Conde, considerado siempre como el más importante y el más completo sobre la historia de la España árabe, el público de hoy, y hablo aquí de los literatos no orientalistas, no tiene más medios para instruirse en esta historia que los que tenía el público para quien escribió Morales en el siglo XVI. Es peor todavía: los que han leído y estudiado a Conde, se hallan en la necesidad de hacer todo lo posible para salir de este abominable camino en que se los ha extraviado, de olvidar todo lo que habían aprendido… Porque se deberá considerar de hoy más el libro de Conde como si no existiera (comme non avenu)… etc».
Con muy poca más piedad trata al señor Gayangos, de quien dice desde luego que «su libro no ha reemplazado al de Conde». Y nos sería fácil citar muchísimas páginas en que hace una crítica acre y amarga de su traducción de Al-Makari. ya suponiendo que no ha entendido bien el original, ya notando omisiones esenciales o adiciones que dice haber hecho el traductor de su cuenta, ya haciendo indicaciones no muy embozadas que parece tienden a demostrar que de parte de este ilustrado traductor ha habido algo más que descuido o mala inteligencia. No se podrá en verdad argüir al señor Dozy de indulgente en sus juicios.
De todo ello deduce, que «la historia de España en su edad media hay que rehacerla». «Yo creo, añade, que se hará bien en abandonar la senda hasta ahora seguida. En lugar de hacer historia será mejor estudiar y publicar desde luego los textos».
Véase si decíamos con razón que el señor Dozy con sus palabras y su obra había introducido en nuestro ánimo confusión y desconfianza, por lo mismo que su erudición y los inmensos recursos literarios de que parece dispone no pueden menos de dar valor y peso a sus juicios. Dejamos, no obstante, a los orientalistas españoles y extranjeros (y en ellos comprendemos a todos los que hasta ahora han escrito de la historia de la España árabe) el cuidado de contestar a los gravísimos cargos que contra ellos envuelven sus dogmáticas y absolutas aserciones, y de demostrar (como esperamos y nos alegraremos de que lo hagan) que ni ellos han sido o tan ignorantes o tan falsarios, ni los que nos hemos valido de sus obras hemos sido tan cándidos y tan simples, ni acaso el señor Dozy sea tan infalible como él en sus arrogantes asertos supone.
Nosotros mismos, que no nos preciamos de orientalistas, lo haremos ver fácilmente. Pongamos un solo ejemplo. En la relación misma de los hechos, en que tanto corrige a nuestros autores y que le hacen exclamar: «¡Así la pobre España no tendrá jamás una Historia!, (pág. 256)» cuenta el crítico holandés que después de la batalla de Akbatalbacar, Suleiman que se había retirado hacia Zahara, «en una noche abandonó aquella mansión con sus berberiscos, y se retiró sobre Xátiva (pág. 245).» ¿Sabe bien el señor Dozy dónde está Xátiva? Pues está a nueve leguas de Valencia, y a más de setenta u ochenta de Córdoba y de donde estuvo Zahara, regular distancia para retirarse en una noche. Por lo menos los españoles no tenemos noticia de otra Xátiva que la Sætabis de los romanos, la Xátiva de los árabes, San Felipe de Játiva hoy. Añade Dozy que Mohammed entró en Córdoba acompañado de los catalanes; que los berberiscos dejaron a Xátiva y avanzaron hasta Algeciras; que salió Mohammed de Córdoba en su busca, y se encontraron los dos ejércitos cerca del Guadiaro en las cercanías de Algeciras, donde se dio la segunda batalla: todo en el espacio de cinco días que mediaron de uno a otro combato (del 45 al 24 de junio), en cuyo tiempo, si Suleiman y sus berberiscos anduvieron de Zahara a Xátiva y de Xátiva a Algeciras, tuvieron que andar cosa de ciento sesenta leguas por lo menos. El señor Dozy enmienda (en la nota primera de dicha página) al arzobispo don Rodrigo que en lugar de Xátiva nombra Citana, y a Conde que la nombra Citawa. No conocemos hoy esta ciudad, pero tenemos esto por menos malo que hacer a Suleiman y a sus africanos ir donde ni podían ni debían ir, y andar lo que ni podían ni debían andar. Y no debe ser otra Xátiva que la que nosotros conocemos, puesto que el mismo Dozy, hablando del principado de Almería, nos dice, que «comprendía al N. E. las ciudades de Murcia, Orihuela y Xátiva (pág. 65).» De todos modos agradeceríamos al sabio orientalista holandés que con su infalibilidad nos disipara esta dificultad histórico-geográfica que nos ha ocurrido. <<
[42] Conde, cap. CVIII.—Roder. Tolet c. XXXVIII. <<
[43] Conde, cap. CVIII. <<
[44] Aún no hemos explicado lo que estos eran. Los árabes compraban a los judíos gran número de esclavos germanos o eslavos, de los cuales unos eran eunucos y se servían de ellos en los harems, otros constituían parte de la guardia de los califas, y solían distinguirse en las batallas: todos llevaban el nombre genérico de eslavos, y habían abrazado el islamismo: los príncipes los manumitían por servicios particulares, y muchos se habían hecho ricos propietarios, y llegaron a formar un partido poderoso opuesto al de los africanos berberiscos. <<
[45] Zawi ben Zeiri era el walí de Granada, que, como berberisco se había mantenido fiel a Alkasim, y fue el que principalmente sostuvo la guerra con Abderramán. <<
[46] Dozy, Recherches etc. tomo 1. pág. 40. y sig.—Conde, cuyo relato difiere del de Ibn Khaldun,cuenta que «en lo más recio de la pelea, cuando la victoria se declaraba por los alameríes, una fatal saeta flechada por la mano del destino enemigo de los Omeyas, hirió tan gravemente al rey Abderramán, que expiró en la misma hora que al rey Abderramán le anunciaron que sus tropas y aliados seguían victoriosos a sus enemigos (cap. CXIII).» Dozy supone este acaecimiento en 1018. Conde en 1023. Esta última fecha concierta mejor con los sucesos anteriores y posteriores, según hasta ahora los conocemos. Según Conde, no pudo Hairan tener parte en el asesinato del califa Ommiada, puesto que refiere haber sido decapitado por Alí en una invasión que este hizo en Almería. Dozy le hace morir después de muerte natural. ¡Notables discordancias! <<
[47] Conde, cap. CXVII. <<
[48] Usándose ya en los siglos que históricamente recorremos los antenombres de Don y Doña aplicados a los reyes y reinas y a otras personas ilustres, los emplearemos nosotros también, aunque no en todos los casos ni para todos los nombres, siguiendo en esto la costumbre generalmente recibida.
Con respecto a los Alfonsos o Alonsos, que de ambas maneras se encuentran nombrados en nuestros autores aquellos monarcas, hemos preferido usar constante mente el de Alfonso, ya por ser una contracción de Ildephonsus, ya porque los árabes nunca omitían el sonido de la f o ph, fuese que los nombraran Alfúns, Anfus o Adefuns, ya porque los mismos monarcas en sus instrumentos públicos se decían siempre: «Ego Adephonsus Dei gratia, etc». <<
[49] Pueden verse los muchos que recogió el P. Risco en el t. XXXVI. de la España Sagrada. <<
[50] Et etiam tius et adjutor meus Sanctius comes. Esp. Sagr. tom. XXXVI ap. IX. <<
[51] Infidelissimo et adversario nostro Sanctioni, qui die nocteque malum perpetrabat apud nos. Cartular. de León, fol. 188.—Esp. Sagr. tom. XXXVI ap. XII. <<
[52] Estos Velas eran tres, según testimonios auténticos, Bermudo, Nebuciano o Nepociano y Rodrigo; no Rodrigo, Íñigo y Diego, según el arzobispo don Rodrigo a quien siguió Mariana, ni menos Diego y Silvestre, según Lucas de Tuy, que nombra solo estos dos. En escrituras del archivo de León aparecen las firmas de los tres primeramente nombrados. <<
[53] Mariana con manifiesto error le supone celebrado en Oviedo. <<
[54] Ya no se duda de esta fecha, con la cual concuerdan todos los códices, y que por una mala inteligencia apareció equivocada en la colección de Aguirre, t. III, pág. 180. <<
[55] Tenemos a la vista la copia del libro de testamentos de la iglesia de Oviedo, inserta por don Tomás Muñoz en el tomo. I de su Colección de Fueros Municipales y Cartas-pueblas de los reinos de Castilla, León, etc., 1847. <<
[56] Estas behetrías, tan célebres en el derecho de Castilla de la edad media, eran de diferentes clases según su extensión o limitación. A veces el señor o benefactor que se hubiera de elegir había de ser de determinado pueblo o localidad. A veces este derecho se extendía a todo un país o distrito, y en ocasiones no se prescribían limites, sino que el pueblo de behetría tenía facultad de elegir señor en cualquier punto de la Península de uno a otro extremo, que era la que se denominaba de mar a mar. <<
[57] Los merinos (derivación de la voz latina majorinus), de que ya se halla mención en el Fuero de los visigodos, eran unos jueces mayores del rey, de los cuales el sayon era el ejecutor o ministro. «Merino es nome antiguo de España (dice la 1. 23, t. 9, p. 2, de la Recopilación), que quier tanto decir como home que ha mayoría para facer justicia sobre algún lugar señalado, así como villa o tierra, etc». <<
[58] Ya hemos explicado lo que era fonsadera. Rauso se llamaba la multa que debía pagarse por las heridas y contusiones. Mañería (manneria) era otra contribución por el derecho de testar los que morían sin hijos, del cual estaban privados los esclavos, colonos y demás personas de origen servil. <<
[59] «E con nas entrañas fuera e esparcidas por la tierra…». Copia de la traducción de este código que existía en el monasterio de Benevivere. <<
[60] Pelag. Ovet. Chron n. 5.—Mon. Silens. Chron. n. 73.—Luc. Tud. p. 89 etc. <<
[61] Llorente, Memorias de las Provincias Vascongadas, part. III.—Memorias de la Academia de la Historia, tom. III, pag. 308.—Colección de Fueros y Cartas-pueblas, tom. I. pág. 58. <<
[62] Documento antiguo inserto por el M. Berganza en sus Antigüedades de España, tomo II. <<
[63] Nobiles nobilitate potiore donavit, et in minoribus servitutis duritiam temperavit. De Reb. Hisp., lib. V. <<
[64] No insistimos ahora más sobre las concesiones forales del conde Sancho de Castilla, puesto que tendremos ocasión de hablar de la legislación foral de España, y entonces demostraremos también que los fueros y cartas-pueblas fueron en España más antiguos de lo que generalmente se cree. <<
[65] Omitimos por infundado y fabuloso el cuento del envenenamiento de su madre y los amores de esta que refiere el P. Mariana, con aquello de haberse aficionado a ella cierto moro principal, «hombre muy dado a deshonestidades y membrudo». El mismo Mariana, tan poco escrupuloso en prohijar esta clase de consejas, añade después de haberla referido: «es verdad que para dar este cuento por cierto no hallo fundamentos bastantes». Mariana llama doña Oña a la madre de Sancho, siendo su verdadero nombre doña Aba. <<
[66] El juicioso y malogrado señor Piferrer, Recuerdos y Bellezas de España, tomo de Cataluña, página 95. <<
[67] Copiada por Villanueva en el tomo VIII de su Viaje literario a las iglesias de España, ap. XXX.—Colección de Fueros y Cartas-pueblas, tom. I. pag. 51.—Léese en esta carta, entre otras cosas, lo siguiente: Et si vobis major necessitas fuerit, omnes vos imperábitis, per vestram bonam voluntatem, sicut videritis quod modo opus est vobis, ut vos defendatis contra inimicis vestris (sic). <<
[68] Los doctores Asso y Manuel atribuyeron este famoso fuero, sin duda por equivocación de nombres, a los condes de Castilla don Sancho y don García su hijo. Sempere y Guarinos le supone otorgado por el rey Alfonso VI. de León, que lo que hizo en 1076 fue confirmarle. Las palabras de este mismo monarca nos descubren su origen: Isti sunt fueros quae habuerunt in Naxera in diebus Sanctii regís et Garciani regis.—Véase Marina, Ensayo Histórico-crítico sobre la antigua legislación de Castilla, n. 405. <<
[69] In ætate parvus, in scientia clarus. Anon, de Sahagún. <<
[70] Luc. Tud. Chron.—Púsosele en el panteón de San Isidoro, antes San Juan, el siguiento sencillo epitafio: H. R. Dominus Garcia, qui venit in Legionem ut acciperet regnum, et interfectos est a filiis Vele comitis. <<
[71] Roder. Tolet. De Reb. Hisp. c.—Escalona, Hist. de Sahagún, Apend.—Morales, Coron. 1. XVII. <<
[72] No de San Antonino, como le nombra Ferreras, ni de San Antonio, como le llama equivocadamente Romey. <<
[73] Roder. Tolet. De Reb. Hisp.—Luc. Tud. Chron. <<
[74] Presit Sancius rex Astorga. Ann. Complut. <<
[75] Privilegio del rey don Fernando I del año 1059.—Risco, Esp. Sagr. tom. XXXVI. Apend. —Escol. Hist. de Sahagún, Apend.—Tal vez en este tiempo se acabó la iglesia de Palencia, cuya consagración alcanzó a ver, y entonces hizo acaso también abrir el nuevo camino desde Francia a Santiago de Galicia, por Navarra, Briviesca, Amaya, Carrión, León, Astorga y Lugo, para los peregrinos que antes iban rodeando por las montañas de Álava y Asturias. Yerra Mariana cuando atribuye esta obra al conde Sancho de Castilla. <<
[76] El epitafio que se puso a la reina su mujer decía así: Hic requiescit famula Dei Domna Mayor Regina, uxor Sancii imperatoris. <<
[77] Mon. Silens. Chron.-Annal. Complut., p. 113.—Chron. Burg., pág. 308. <<
[78] Pretenden algunos hacer a Ramiro hijo legítimo. Creemos que se equivoca el señor Cuadrado cuando dice (Recuerdos y Bellezas de España, tomo de Aragón, nota a la pag. 23): «La opinión de que Ramiro era bastardo no tiene apoyo alguno en las crónicas antiguas». En el Ordo numerum Regum Pampilonensium se lee: Sanctius rex ex ancilla quadam nobilissima et pulcherrima, que fuit de Aybari, genuit Ranimirum… Deinde accepit uxorem legitimam reginam… filiam comitis Sanzio de Castella. El monje de Silos (Chron. n. 75) dice expresamente que le tuvo de una concubina: Dedit Ramiro, quem ex concubina habuerat… <<
[79] Rod. Tolet., 1. VI.—Mon. Sil. n. 76.—Luc. Tud., p. 91. <<
[80] Mon. Sil. n.79.—Luc. Tud. ubi sup.—Sandoval, Historia del rey don Fernando el Magno. <<
[81] Aquí nos separamos en muchos puntos de la narración de Conde, y tomamos del señor Dozy aquellas noticias en que nos parece rectifica con más justicia y fundamentos a Conde, al arzobispo don Rodrigo, y a los que han seguido a estos autores. En la pág. 53 y siguientes del tom. I de sus Investigaciones sobre la historia de la edad media de España pueden verse los errores que nota en Conde acerca de esta dinastía de los Tadjibitas. <<
[82] Es muy oscura la historia de Murcia en esta época. Gayangos confiesa que es casi imposible decidir en esta materia no pudiendo consultarse los manuscritos de que se valieron Conde y Casiri. Dozy se propone aclararla. <<
[83] Es la primera vez, observa un erudito escritor moderno, que hallamos mencionados en las memorias arábigas los combates de fieras a estilo de los romanos. <<
[84] Para los hechos hasta aquí referidos en el presente capítulo hemos consultado a Conde (part. III. desde el.cap. 1 hasta el 5). «Sobre las guerras civiles que siguieron a la caída del califato de Córdoba, dice el ilustrado Romey (tom. V. cap. 22 nota), las mejores noticias, aunque recogidas con poco tino V criterio, se hallan en Conde. Nosotros le hemos seguido en muchas cosas, sin dejar por eso de consultar el corto número de textos o fuentes que están a nuestro alcance, tales como Casiri, Al Makari, Ebn Abd el Halim, etc». Otro tanto hemos hecho nosotros. Mas respecto a los emiratos y dinastías de Zaragoza, Valencia y Almería, etc., a no dudar padeció Conde muchas equivocaciones, y seguimos generalmente a Dozy que le rectifica, según al principio apuntamos. «Reina, dice Saint-Hilaire (tom. III. pág 273, nota), en la sucesión de los emires de Zaragoza una confusión enmarañada… Conde, Rodrigo de Toledo y Casiri se contradicen a cual más sobre este punto». Sobre los emires de Almería, punto no menos intrincado, dice Lafuente Alcántara (Hist. de Granada, tom. II. p. 104 nota 2): «La historia de esta dinastía debe ocupar a los ingenios valencianos y aragoneses». Es lo que se ha propuesto esclarecer Dozy en el tom. I de sus Investigaciones. Tócanos, pues, ser el primer español que, guiado por este sabio orientalista, aclare los oscuros sucesos de aquellos países en el período que nos ocupa. <<
[85] La familia de los Tadjibitas o de los Beni-Hixem había reemplazado en Zaragoza a los Beni-Lope, de quienes en nuestra historia hemos hablado. Había sido su jefe Abderramán el Tadjibi. El primer Tadjibita que vino a España fue Almirah, según Iba Alabar. <<
[86] Cuéntase de él la siguiente curiosa anécdota. Después de haber colmado de favores al famoso poeta de Badajoz Abul Walid al Nihli, este desde Sevilla cometió la ingratitud de insertar en un ditirambo compuesto en honor de aquel rey, el siguiente verso: Ebn Abed ha destruido los berberiscos; Ebn Man (que era el de Almería), ha exterminado los pollos de las aldeas. Pasado algún tiempo volvió el poeta a Almería, olvidado ya de la amarga sátira que había escrito contra Al Motacim. Convidóle este príncipe un día a comer, y no le presentó otra cosa que pollos de distintas maneras aderezados. «Pero, señor, exclamó admirado el poeta, ¿no hay en Almería otros manjares que pollos?—Otros tenemos, respondió Al Motacim, pero he querido haceros ver que os engañasteis cuando dijisteis que Ebn Man había exterminado los pollos de las aldeas». Quiso el poeta, abochornado, disculparse, pero el príncipe: «Tranquilizaos, le dijo; un hombre de vuestra profesión no gana su vida sino obrando como vos: el solo que merece mi cólera es el que os oyó recitar este verso, y sufrió que ultrajaseis a un igual suyo». Para más tranquilizarle le hizo el príncipe nuevas dádivas, pero el poeta que no conocía bien toda la bondad de su carácter, no se atrevió a permanecer en Almería, y dirigió a Al Motacim otros versos llenos de arrepentimiento: el príncipe prosiguió dispensándole mercedes. <<
[87] Esta es la relación que hace Dozy en sus Investigaciones (t. I. p. 808 y sig.) enteramente diversa de la de Conde (part. III. c. V.) <<
[88] Conde, part. III. c. V. <<
[89] Muchos historiadores, y entre ellos Mariana, suponen a este monarca desde los primeros años en guerra con los infieles. Esto no se conforma ni con las historias árabes ni con las crónicas cristianas más antiguas. <<
[90] Los obispos que asistieron fueron los siguientes: Froilán de Oviedo, Diego de Astorga, Cipriano de León, Siro de Palencia, Gómez de Huesca, Gómez de Calahorra, Juan de Pamplona, Pedro de Lugo y Cresconio de Compostela. No sabemos cómo pudo encontrarse aquí el de Pamplona. Habíalos también de ciudades ocupadas todavía por los árabes. El de Huesca, nombrado en el acta Visocensis, acaso por Oscensis, fue probablemente el que Ferreras tomó por de Viseo, deduciendo de aquí que el concilio de Coyanza había sido posterior a la conquista de esta ciudad por Fernando, que es error manifiesto. <<
[91] Aguirre, Collect. Max. Concil. <<
[92] No Ceya, como escriben Mariana, Romey y otros. Ceya está en Navarra, cerca de Pamplona. El redactor de la parte histórica del Diccionario de Madoz ha aplicado con más acierto este suceso a la villa nombrada Cea, en la provincia de León, pero ha cometido al mismo tiempo dos graves equivocaciones, la una en suponer acaecido este hecho en 1040, habiendo sido en 1053, y la otra en llamar al rey prisionero Sancho García, siendo García Sánchez. <<
[93] Hemos tomado la relación de estos sucesos principalmente del monje de Silos, Chron n. 82 y 83, con la cual concuerda Lucas de Tuy. Al decir del Silense, Fernando de Castilla había manifestado a aquellos caballeros su deseo de que le entregaran vivo más bien que muerto a su hermano; pero ellos y la reina deseaban vengar con sangre la que él había hecho verter a Bermudo en los campos de Tamarón. El arzobispo don Rodrigo lo cuenta con algunas variantes. Nos merece en esto más fe el Silense, por ser escritor contemporáneo. <<
[94] Tuvo el rey García Sánchez ocho hijos, cuatro varones y cuatro hembras; Sancho, Ramiro, Fernando y Raimundo, y Urraca, Ermesinda, Jimena y Mayor. La reina doña Estefanía sobrevivió tres años y medio a su esposo. <<
[95] Mortuo fratre, dice el monje de Silos, jam securus de patria reliquum tempus in expugnandos barbaros… agere decrevit. Esto unido a lo que antes había dicho este cronista, que «pasó diez y seis años sin salir de los límites de su reino ni emprender nada contra extrañas gentes», demuestra que los historiadores españoles, Mariana, Sandoval, Ferreras y otros han puesto indebidamente las campañas de Fernando en Portugal antes que la guerra con su hermano García. <<
[96] Mon. Sil. Chron. n. 85 y 86. <<
[97] Mon. Sil. Chron. n. 87.—Chron. Conimbric. pág. 337.—Flórez, Esp. Sagrada, tom. XIV.—Ribeiro, Dissert. Chronolog. e crit. sobre la hist. de Portugal, t. IV. <<
[98] Chron.Complut. p. 316.—Mon. Silens. h. 89.—Flórez, Esp. Sagr. Tom. XIV, p. 90 y siguientes. Otros difieren la conquista de Coimbra hasta el año 1064.-Los anotadores de Mariana en la edición de Valencia dicen: «Las antiguas crónicas cuentan que en la mezquita mayor de Coimbra después de su purificación fue armado caballero Rodrigo Díaz de Vivar llamado el Cid, por el rey Fernando, y describen el ceremonial de esta función. Lo cierto es que en la escritura de Lorbaon confirma el Cid, siendo esta la primera memoria verídica que de él se encuentra (tom. III, pag. 280 nota).» La escritura que se cita es de una gratificación que hizo el rey a los monjes de Lorbaon por el socorro de víveres que le suministraron para el sitio de Coimbra, que publicó en castellano Sandoval en los Cinco Reyes, p. 12. <<
[99] Este ofrecimiento de Al Mamún, que el monje de Silos expresa en estos términos: se et regnum suum suæ potestati conmissum dedit, y que parecía constituirle en vasallo o tributario del rey de Castilla, ha sido sin duda el que dio ocasión a algunos escritores a suponer que Al Mamún había obrado como aliado de Fernando en las campañas sucesivas. <<
[100] El monje de Silos, que fue el primero que nos trasmitió la historia de este glorioso y extraño suceso, interrumpe varias veces su narración para decir: «Hablo cosas prodigiosas, pero contadas por los mismos que intervinieron en ellas: stupenda loquor, ab his tamen qui interfuere prolata». «Cuento, exclama otra vez, cosas maravillosas, pero que recuerdo haber oído a los mismos que las presenciaron: mira loquor, ab his tamen, qui interfuere, me reminiscor audisse». Véase también Risco en la Vida de San Alvito. <<
[101] Pueden verse las Actas de esta traslación publicadas por el maestro Flórez.—Mariana, que además de sus muchos errores históricos en esta época, confunde y trueca a cada paso lastimosamente la cronología, pone el suceso de la traslación del cuerpo de San Isidoro antes del concilio de Coyanza celebrado en 1050. <<
[102] Mon. Sil. Chron. n. 103.—Pelag. Ovet. Chron. <<
[103] Cuenta el Silense que en uno de estos días, habiendo bendecido el abad en las ánforas el vino que se había de servir a la mesa, según costumbre, hizo presentar al rey una copa de aquel vino. El rey la dejó caer por descuido, y como era de cristal se rompió en mil piezas. Entonces llamó a uno de sus pajes, y le mandó llevar la copa de oro en que él bebía ordinariamente, y poniéndola sobre la mesa la regaló a los padres en reemplazo de la que había roto. <<
[104] De esta sorpresa de Paterna, de que no hablan nuestras crónicas nos ha dado noticia el árabe Ibn-Bassan, escritor contemporáneo, MS. de Gotha, citado por Dozy.—A la nueva de este desastre fue cuando acudió Al Mamún el de Toledo a Cuenca a proteger a su pariente Abdelmelik, y considerándole poco hábil para defender la ciudad contra tan poderoso enemigo como Fernando, le depuso y encerró en la fortaleza de Cuenca, alzándose con su reino luego que levantó el sitio Fernando, según en el anterior capítulo expusimos. Así pues, según Ibn-Bassan, el escritor más inmediato a los sucesos que se conoce, Al Mamún no fue a Valencia como aliado de Fernando, que es lo que se había creído hasta ahora, sino como protector de Abdelmelik, aunque la ambición le convirtió pronto de auxiliar en usurpador de su reino.—Al-Makari habla también de la batalla de Paterna, que indica igualmente Ebn Hayan. <<
[105] Mon. Sil., Chron. n.106. —Yepes, Coron. de la orden de San Benito.—Sandoval, Cinco Reyes.—Flórez, Esp. Sagr., y muchos otros.—La reina doña Sancha, señora no menos piadosa, prudente y amable que su marido, le sobrevivió solo dos años, y fue enterrada también en la misma iglesia de San Isidoro al lado de su esclarecido esposo, como se ve por los epitafios grabados en sus tumbas.—Anales Complut., Compostel. y Toledanos. <<
[106] Hemos omitido el inverosímil e infundado suceso que cuenta la Crónica general y adoptó de lleno Mariana (1. IX, c. V.), de la reclamación que en tiempo de este rey hicieron el papa y el emperador de Alemania para que Castilla se reconociera feudataria de aquel imperio, de las cortes que para deliberar sobre este extraño negocio, dice, reunió el rey Fernando, del razonamiento que en ellas hizo el Cid, de la resolución que a consecuencia de su discurso se tomó, del ejército de diez mil hombres que al mando de Rodrigo de Vivar pasó a Francia, de la embajada que aquel recibió en Tolosa, del asiento que allí se hizo para libertar a España del pretendido feudo, etc. por estar ya reconocido y probado de fabuloso todo este conjunto de bellas invenciones por los mejores críticos. Ferreras dijo ya: «Esta pretensión no es más que cuento, porque yo no he hallado, ni en los escritores germánicos, ni en otros de aquella edad rastro de tal intento, etc,». Los ilustradores de la edición de Valencia dijeron también hablando de lo mismo: «Pero nuestros historiadores más atinados han desechado como fingida toda esta narración». Y el doctor Sabau y Blanco dice con su acostumbrado desenfado sobre este capítulo de Mariana: «Todo este cuento es tomado de la Crónica general de España, que no tiene fundamento en ningún autor que merezca fe. Ninguno de los escritores de este tiempo hace mención de semejante suceso; y así debe despreciarse toda esta narración de Mariana como fabulosa». <<
[107] A su tiempo rectificaremos a Mariana, Romey y otros historiadores, que difieren la muerte de Ramiro I de Aragón hasta el año de 1067, y le hacen reinar al mismo tiempo que Sancho de Castilla, habiendo muerto aquel en 1063. Notaremos también entonces la grave equivocación en que incurrió el juicioso y docto Zurita en este punto. <<
[108] Tom. I. pág. 376. <<
[109] Yanguas, Hist. Compend. de Navarra, pág. 69. <<
[110] Moret, Annal. de Nav., lib. XIV. <<
[111] «Y perseguir (añade el culto Mariana) aquella bestia fiera y salvaje». <<
[112] Annal. Complut. p. 313. <<
[113] Lucas de Tuy, p. 97 y 90.—El arzobispo don Rodrigo, libro VI, c. XVI. <<
[114] La estancia de Alfonso en Toledo se ha exornado con anécdotas y cuentos inverosímiles, como aquello de haberle echado plomo derretido en una mano para probar si estaba realmente dormido, de que diz le quedó el sobrenombre de el de la mano horadada; lo de habérsele encrespado el cabello en términos de no podérsele allanar, y otras puerilidades absurdas que el buen sentido nos dispensa de refutar seriamente. <<
[115] Las palabras del arzobispo don Rodrigo nos descubren la etimología de Santarén. In loco qui Santa-Hirenea dicitur. <<
[116] Fragmento de una crónica manuscrita del Escorial que cita Berganza.—Chron. Compost. e Iriense, publicados por Flórez, Esp. Sagr., tom. XX y XXIII. <<
[117] Luc. Tud. Chron. p. 98 y sig.—Chron. Lusit. p. 405.—Id. Burg. p. 309.—Annal. Compost., p. 319.—Id. Tolet. era MCX.—La embajada del Cid con quince caballeros a la infanta dona Urraca, y el desafío de Diego Ordóñez de Lara con los tres hijos de Arias Gonzalo, con que Mariana y otros autores han amenizado el célebre cerco de Zamora, no tienen fundamento en ninguna crónica antigua, y deben ser contados en el numero de los romances. <<
[118] Sanctius forma PARIS et ferox HECTOR in armis. <<
[119] Roder. Tolet. de Reb. in Hisp. Gest.—Luc. Tud. Chron. ubi sup. <<
[120] Luc. Tud., Chron. p.99.—Algunos historiadores cuentan que se repitió hasta tres veces la formula del juramento, aunque las crónicas antiguas no hablan más que de una. El obispo don Fr. Prudencio de Sandoval en los Cinco Reyes, trae lo siguiente acerca del juramento de Alfonso VI en Burgos. «En un tablado alto para que todo el pueblo lo viese, se puso el rey, y llegó Rodrigo Díaz a tomarle el juramento, abrió un misal puesto sobre un altar y el rey puso sobre él las manos, y Rodrigo dijo así: Rey don Alfonso, ¿vos venis a jurar por la muerte del rey don Sancho vuestro hermano, que si lo matastes o fuistes en aconsejarlo decid que sí, y si no muráis tal muerte cual murió el rey vuestro hermano, y villanos os maten, que no sean hidalgos, y venga de otra tierra, que no sea castellano? El rey y los caballeros respondían: Amén. Segunda vez volvió Rodrigo y dijo: ¿Vos venís a jurar por la muerte del rey mi señor, que vos no lo matastes ni fuistes en aconsejarlo? Respondió el rey y los caballeros: Amén. Si no muráis tal muerte cual murió mi señor; villanos os maten, no sea hidalgo, ni sea de Castilla, si no que venga de fuera, que no sea del reino de León; y él respondió: Amén, y mudósele el color. Tercera vez volvió Rodrigo Díaz a decir estas mesmas palabras al rey, el cual y los caballeros dijeron: Amén. Pero ya no pudo el rey sufrirse, enojado con Rodrigo Díaz, porque tanto le apretaba, y díjole: Varón Rodrigo Díaz,¿por qué me ahíncas tanto que hoy me haces jurar, y mañana me besarás la mano? Respondió el Cid: Como me ficiéredes algo, que en otras tierras sueldo dan a los hijosdalgo, y así faréis vos a mi si me quisiéredes por vuestro vasallo: mucho le pesó al rey de esta libertad que Rodrigo Díaz le dijo, y jamás desde este día estuvo de veras en su gracia. Que los reyes ni superiores no quieren súbditos tan libres». <<
[121] Murió García en 1090, a consecuencia de una evacuación de sangre que se empeñó en hacerse, según el obispo Pelayo de Oviedo, autor contemporáneo, (Chron. n. 10). Et ille in illa captatione voluit minuere se sanguine, et postquam sanguinem minuit decidit in lecto, et mortuus est, et sepultus est in Legione: Mariana le hace morir en 1084. <<
[122] Conde, parte III. c. VII. <<
[123] Sobremanera embrollados y confusos hallamos los sucesos de este periodo en las historias arábigas y españolas. Prescindiendo de que Conde pone la muerte de Al Mamún en 1074. Dozy con arreglo a sus autores árabes en 1075, Romey (que se separa en esto de Conde, a quien comúnmente sigue) en 1077, y otros a quienes nosotros seguimos en 1076, aparte de este hecho, que no pasa de una discordancia de fechas, encontrámosla mayor todavía en cuanto al sucesor de Al Mamún. Dozy dice que fue su nieto Al Kadir (tom. I, de sus Investigaciones, p. 311). Conde, que fue su hijo Yahia Al Kadir (part. III, cap. VII). El arzobispo don Rodrigo, que con tanta exactitud nos ha informado de la vida de Alfonso en Toledo; hace a Yahia hijo segundo de Al Mamún, y supone que otro hermano reinó antes que él, pues habla de si seguía o no las huellas de su padre y hermano: qui a viis fratris et patris minus aberrans… etc. Y es el mismo que dijo antes no haber sido comprendido en el pacto de Alfonso y Al Mamún: erat autem minor filius de cujus foedere nihil dixerunt nec Aldefonsus fuit ei in aliquo obligatus. Creemos, pues, que hubo un hijo mayor de Al Mamún que sucedió a este y precedió a Yahia. De él dice solamente Romey que le destituyó el pueblo revolucionariamente, pero ignoramos de donde lo ha tomado: parece que quiso decirlo, pues al referirlo hace una llamada a nota (pág. 210 del tomo V de su Historia); más la nota se le olvidó. Por otra parte, de un pasaje de una crónica árabe traducida por Gayangos parece resultar que a consecuencia de un alboroto que se movió de noche en Toledo pidió Al Kadir a Alfonso un ejército cristiano que le ayudara a contener sus súbditos: que Alfonso le exigió por ello tan gran suma de dinero, que no pudiéndola pagar el musulmán reunió a los principales vecinos y les intimó que de no facilitársela entregaría a Alfonso sus hijos y parientes en rehenes: que entonces los toledanos acudieron a Al Motawakil el de Badajoz, con cuya noticia el rey de Toledo abandonó la ciudad de noche y huyó a Huete, cuyo gobernador no quiso darle asilo: que Al Motawakil entró en Toledo, y no quedó a Al Kadir otro recurso que implorar de nuevo el auxilio de Alfonso, el cual le exigió en recompensa todas las contribuciones de Toledo v además dos fortalezas; que Al Kadir aceptó las condiciones, Alfonso sitió la ciudad, Al Motawakil huyó, la ciudad se rindió, y Al Kadir fue repuesto en el trono. Nos es imposible conciliar esta narración con todas las demás noticias que tenemos acerca de la conquista de Toledo por Alfonso.
Conde, que es entre los nuestros el que más de intento y más difusamente trató de las cosas de los árabes, está tan confuso en lo relativo a este siglo, que es dificilísimo seguirle, y poco menos difícil entenderle. Ya nos contentaríamos con que no nos ocurrieran en lo sucesivo otras dificultades y de otro género que las que ligeramente apuntamos. Nuestra relación, no obstante, irá basada en lo que del cotejo de unos y otros resulte para nosotros más averiguado. Por lo mismo deseamos tanto como el señor Dozy que haya quien nos aclare este oscuro y complicado periodo de la historia de la edad media de España. <<
[124] Rod. Tolet. lib. VI.—Conde, cap. VIII.—Luc. Tud., p. 100.—Chron. Lusit., p. 405.— Tumbo negro de Santiago.—Becerro de Sahagún, fol. 50. <<
[125] Sandoval, Cinco Reyes, p. 227, ed. de 1792. <<
[126] De Reb. Hisp. lib. VI, c. XXIII. <<
[127] Hoc vero est nostræ institutionis decretum: ut episcopi aragonenses ex monachis præfati cænobii habeantur et eligantur. Collect. Max. Conc. Hisp. t. III.—Según Flórez (Esp. Sagr., t. III), este concilio debió celebrarse en 1062. Supónenle algunos celebrado en 1034: error manifiesto, puesto que asistió a él el rey don Ramiro, que no empezó a reinar hasta 1035. Por consecuencia todo lo que se le podría anticipar sería a este año. <<
[128] Los de Aux, Urgel, Bigorra, Olorón, Calahorra, Leytora, Aragón, (Jaca), Zaragoza y Roda. Los nombres de estas diócesis dan idea de la circunscripción de los límites que alcanzaba entonces el reino, si bien algunos de estos prelados estaban todavía inpartibus infidelium, como el de Zaragoza. <<
[129] Aguirre, Collect. Conc. Hisp. <<
[130] He aquí algunos trozos de latín castellanizado de este documento: De meas autem armas qui ad varones et cavalleros pertinent, sellas de argento et frenos et brumias, et espatas, et adarcas, et gelmos, et tertinias, et esutorios, et sporas, et cavallos, et mulas, et equas, et vaccas, et oves, dimitto ad Sanctium meum filium, etc., et vassos de auro et de argento, et de girca, et cristalo, et macano, et meos vestitos, et acitaras, et collectras, et almuællas, et servitium de mea mensa, totum vadat, etc… Et illos vassos quos Sanctius filius meus comparaverit, et redemerit, peso per peso de plata, aut de cazeni, illos prendat… et in Castellos de fronteras de Mauros qui sunt pro facere, etc.—Publicado por Briz Martínez, en la Historia de San Juan de la Peña, pág. 438. <<
[131] El erudito Romey ha incurrido en este punto en la misma equivocación de Mariana. Ambos, con otros muchos que nos dispensamos de citar, difieren la muerte de Ramiro hasta 1067, para dar lugar a la guerra con Sancho. El docto Zurita (Anales de Aragón, lib. I, cap. XVIII) cae en una contradicción todavía mayor. Conviniendo en que la muerte de Ra miro acaeció en-1063, cuenta sin embargo la guerra de este con Sancho de Castilla que no reinó hasta 1065, y la ida de Sancho al castillo de Graus cercado por Ramiro. <<
[132] Anal. Toledan. Primeros: «Murió el rey don Ramiro en Grados, era MCI».—Epitafio de San Juan de la Peña.—Blancas, Comentarios.—Id. Inscripciones de los reyes-de Aragón.—Moret, Annal. de Navarra, tomo I.—Id. Investigac. historic, pág. 494.—Cron. de Ripoll, citada por Villanueva, Viage literario, pág. 245.—España Sagr. t. III. p. 293.—Id. tomo XLIV. Fragm. histor, p. 327. <<
[133] Al Tortóschi, en su Sirádjo’l-moluc, cit. por Dozy en sus Investigaciones. p. 435. <<
[134] En San Juan de la Peña, donde fue enterrado. <<
[135] Dice Mariana en cap. VII del libro IX de la Historia, hablando de este rey: «Del papa Gregorio VII que gobernó la iglesia por estos tiempos se halla una bula en que alaba al rey don Ramiro, y dice fue el primero de los reyes de España que dio de mano a la superstición de Toledo (que así llamaba él al Breviario y Misal de los godos), la cual superstición tenía con una persuasión muy necia deslumbrados los entendimientos y que con la luz de las ceremonias romanas dio un muy grande lustre a España. A la verdad este príncipe fue muy devoto de la Sede Apostólica, en tanto grado que estableció por ley perpetua para él y sus descendientes que fuesen siempre tributarios al sumo pontífice: grande resolución y muestra de piedad».
No es posible decir más errores en menos palabras. 1.º El papa Gregorio VII no gobernaba entonces la iglesia, ni ocupó la silla pontificia hasta diez años después de la muerte de Ramiro. 2.º La bula a que se refiere no se halla en los registros de sus cartas. 3.º El rey don Ramiro I de Aragón no dio de mano al Breviario gótico, ni este se abolió en Aragón basta 1071, ocho años después de haber muerto Ramiro. 4.º El rito gótico no era una superstición que con persuasión muy necia tuviese deslumbrados los entendimientos, sino un rito nacional muy venerado y muy legítimo, reconocido como tal no solo por la iglesia española, sino por concilios y pontífices. 5.º Ramiro I de Aragón no hizo su reino perpetuamente tributario de Roma. 6.º Si lo hubiera hecho, habría sido muestra de gran piedad, pero no una grande resolución, sino una resolución muy perjudicial a España, y no autorizada por ninguna de las leyes del reino.
Todo esto recae después de haber hecho Mariana vivir a Ramiro hasta 1067, habiendo muerto en 1063, y de haberle hecho morir en guerra con su sobrino Sancho de Castilla cuyo reinado no alcanzó. Pone el concilio de Jaca de 1063 en 1060, y hace posterior a este en dos años el de San Juan de la Peña. No hallamos pues en Mariana verdad ni exactitud en nada de lo que cuenta de don Ramiro. ¿Tendremos necesidad de hacer la misma advertencia en otras épocas y reinados? <<
[136] Sobre la verdadera época de la introducción del oficio y rezo romano en Aragón, puede verse la luminosa disertación del erudito maestro Flórez, en el tom. III de la España Sagrada. <<
[137] Diago, Hist. de los condes de Barcelona.—Sandoval, Cinco obispos.—Flórez, en la citada disertación. Esp. Sagr, tom. III. <<
[138] Zurita, Anal., lib. I, cap. XXXV. <<
[139] Annal. Compost. p. 320.—Moret, Anales de Navarra, lib. XIII.—Id. Invest., lib. III.— Zurita, Anal., lib. I, cap. XXIII. <<
[140] Zurita, Anal. cap. XXVII y XXIX. <<
[141] De extrañar es en verdad el error del cronista Pujades, que da a este príncipe 39 años cuando heredó el condado. Véase a Bofarull, Condes de Barcelona, tomo II. p. 3. <<
[142] Pujades. Feliu. Carbonell, Masdeu, Ballucio, Bofarull y otros,—Archivo de la corona de Aragón, Colección de los documentos sin fecha de Ramón Berenguer I, números 173 y 204. <<
[143] Actas del concilio de Gerona.—Véase Flórez, Esp. Sagr, tomo III.—La Canal, continuación de la misma, tom. XLIII. <<
[144] Otros suponen que en 1070. La opinión más común y seguida es que fue en 1068. <<
[145] Hay vehementes indicios y aún algunos datos para creer que después de la muerte de la condesa doña Isabel y en los tres años que mediaron hasta que el conde contrajo nuevo matrimonio con doña Almodis, hija de los condes de la Marca en el Limosín, estuvo don Ramón Berenguer el Viejo casado con doña Blanca, de desconocida familia, a quien sin duda repudió por los nuevos amores con doña Almodis, repudiada a su vez por Poncio, conde de Tolosa. Créese que este hecho fue el que dio ocasión a la abuela doña Ermesinda para alcanzar del papa la excomunión de que hemos hablado contra sus nietos. <<
[146] L’Art de verifier les dates, citado por Capmany, Memorias de Barcelona, tom. II.—Vives, Usages y otros derechos de Cataluña, tom. I. <<
[147] Flórez, Esp. Sagr. Tom. III. Id. tom. XXIX.—Masdeu, Hist. Crit, tom. XIII.-Bofarull, tom. II.—Vives, Usag., tom. I.—Balucio, Marca Hispan., lib. IV. <<
[148] Conde, part. III, cap. VI. <<
[149] Los cuerpos de los ilustres condes don Ramón Berenguer I y doña Almodis se conservan en la catedral de Barcelona, en dos urnas de madera cubiertas de terciopelo carmesí, colocadas en el lienzo de pared interior que media desde la puerta de la sacristía que da salida al claustro, a unos quince palmos de elevación del pavimento.—El matador de su madrastra, Pedro Ramón, parece que desterrado de su país natal, fue condenado por el pontífice y colegio de cardenales a una ruda penitencia que duró veinte y cuatro años. <<
[150] Archivo de la corona de Aragón, colección de don Ramón Berenguer II n. 48. <<
[151] El maestro Diago ha querido salir a la defensa del conde Fratricida (que con este infamante nombre se le conoció después): de seguro no se hubiera constituido en defensor de tan mala causa si hubiera examinado bien los documentos del archivo de Barcelona, y principalmente si hubiese visto la sentencia que los jueces de corte pronunciaron en Lérida en 1157 sobre este hecho. <<
[152] Ramiro III. <<
[153] Teresa y Elvira, madre y tía del rey. <<
[154] Si es cierto lo que cuenta Dozy (Investigaciones, tom. I, pagina 4.), que para captarse el amor del pueblo hizo quemar los libros de filosofia y de astronomía que halló en la gran biblioteca formada por Alhakem II, no acertamos a conciliar esta conducta con el grande amor a las letras y con las ocupaciones académicas de que nos dan noticia los más de los historiadores. <<
[155] En uno de los ángulos de su sepulcro en Oña se leía el epitafio siguiente: Rex iste occisus fuit, proditore consilio soruris suae Urracae apud Numantiam civitatem per manum Belliti Adolphis magni traditoris. <<
[156] Discursó preliminar. <<
[157] Concilio de León de 1020.—El señor Morón, en su Historia de la civilización de España (t. III, pág. 296), sienta con grande equivocación que el nombre de Merino apareció por primera vez el año 1090 en una escritura de donación hecha por Alfonso VI a la iglesia de Palencia. Error notable en un historiador, que no podía ignorar cuántas veces se nombraban dichos funcionarios en el mencionado concilio o sean Cortes, como autoridad existente y ya conocida. Según Salazar de Mendoza (Dignidades de Castilla, libro I), la memoria más antigua que se halla de este oficio es en el reinado de Bermudo II. Los había mayores y subalternos. El Merino se empezó a llamar alguacil mayor antes de Enrique II (Santayana, Magistrados y Tribunales de España, lib. III, cap. II). De Merino se denominaron las merindades, que se distinguían en antiguas y modernas. El conde Fernan González dividió las siete merindades de Burgos, Valdivieso, Tovalina, Manzanedo, Valdeporro, Losa y Montija, (Berganza, lib. III, cap. XIV). <<
[158] Cap. XX de este libro. <<
[159] Nos fijamos en el concilio y fuero de León, no porque fuese el más antiguo fuero que se conoce, como dice Marina (Ensayo Histórico Crít, lib. IV. n. 6), puesto que hubo antes que él otros fueros de localidad, como los de Castrojeriz y Melgar de Laso, los de Palenzuela, Sepúlveda, etc., sino por ser el documento solemne escrito, en que se contienen ordenanzas y leves civiles y criminales encaminadas a establecer sólidamente las municipalidades y comunes de un reino, y afianzar en ellas un gobierno acomodado a las circunstancias de los pueblos. <<
[160] Sobre el origen, clases y diferencias de solariegos y vasallos, puede verse a Ambrosio de Morales, a Berganza en sus Antigüedades, Asso y Manuel en las notas al Fuero Viejo de Castilla, Pidal en las adiciones al mismo, Muñoz en las Notas a los Fueros latinos de León, etc. <<
[161] La palabra behetría no es derivada del griego, como dice Mariana (lib. XVI, cap. XVII), sino de benefactoría, que se corrompió después en bienfetría, y más adelante en behetría, que significaba que los pueblos escogían señores para bienhechores o benefactores suyos. <<
[162] Equivocóse gravemente el P. Sota (Chron. de los Príncipes de Asturias, lib III) al decir que los solares de los infanzones comenzaron a llamarse behetrias por la libertad que tenían los señores de elegir un juez que entendiese en los pleitos de sus vasallos. <<
[163] Los que deseen más noticias sobre esta materia, pueden consultar las leyes del tit. VIII, libro I del Fuero Viejo de Castilla, con las Notas de los doctores Asso y Manuel, las del tit. III, lib. VI de la Nueva Recopilacion, las Memorias del fiscal don Antonio Robles Vives, el tratado que dejó escrito don Rafael de Floranes sobre esta materia, y otros muchos documentos que sería largo enumerar. <<
[164] Can. 18. <<
[165] Can. 35, 45 y 47. <<
[166] Can. 11. <<
[167] Can. 40. <<
[168] El ilustrado Robertson en su excelente y erudita Introducción a la Historia del reinado de Carlos V, o no tuvo presente o padeció el descuido de no distinguir esta situación excepcional de la monarquía castellana en lo relativo al feudalismo: omisión indisculpable en quien tenía que tratar del estado politico y civil de España anterior al gran reinado cuya historia se proponía escribir.—Monsieur Guizot, en su Historia de la civilización europea, describe los caracteres del feudalismo y enumera las atribuciones de los poseedores de feudos, y ninguna de ellas es aplicable a los señores de León y Castilla.—Véase también a Mondéjar, en las Memorias históricas del rey don Alfonso el Sabio. Marina, Ensayo hist. crit, núm. 63. «El único señorío feudal, dice Tapia (Historia de la civilización española, tom. I. pág. 60), conocido en los reinos de Castilla y León, según el testimonio de los historiadores españoles, fue el de Portugal, que con titulo de condado dio el rey don Alfonso VI a don Enrique de Besanzon, casado con su hija natural doña Teresa, para sí y sus sucesores». <<
[169] Marina, en su Ensayo Histórico-crit. números 107 a 112, rectifica varios errores en que acerca de este célebre fuero incurrieron los doctores Asso y Manuel en su Introducción a las Instituciones del derecho de Castilla, don Rafael Floranes en la suya a la copia del Fuero de Sepúlveda y otros, y da noticia del que existe en el archivo de aquella villa, discurriendo acerca de su autenticidad. <<
[170] Daremos una muestra de las franquicias de los principales fueros. 1.º Del de Sepúlveda. Ninguna persona podía prendar a otra por deuda, ni en Sepúlveda ni en sus aldeas, sin decreto judicial, bajo la pena de sesenta sueldos y el duplo de las prendas: si el señor o gobernador de Sepúlveda injuriaba a algún vecino, debía acusarle al concejo y obligarle a dar satisfacción al agraviado: el alcalde, merino y arcipreste debían ser precisamente naturales de aquella villa: el juez debía ser elegido anualmente de sus collaciones o parroquias: eximióse a los vecinos del tributo de mañería, y al fonsado del rey solo debían ir los caballeros, como no fuera estando cercado o para batalla campal: cuando el rey iba a la villa, no se había de forzar a ningún vecino a dar alojamiento a su comitiva: todo el que quisiera mudar de señor podía hacerlo, sin perder su casa ni heredad, como el señor nuevo no fuera enemigo del rey, etc.—2.º Del de Nájera. El pueblo de Nájera no estaba obligado a ir al fonsado sino una vez al año y para batalla campal: ni el infanzón ni el villano debían dar al rey el quinto de lo que ganaran en la guerra, como era costumbre general en otras partes: se eximió a los vecinos del yantar, o sea obligación del suministro de víveres al rey, como no fuera pagándolos por su justo precio: los delincuentes no podían ser presos dando fiadores: los reos de cualquier delito, menos de hurto, refugiados en la casa de algún vecino de Nájera, no podían ser extraídos por fuerza, bajo la pena de doscientos cincuenta sueldos siendo de noble, y de ciento siendo de villano: quien pusiese una querella ante los alcaldes, y no la concluyera dentro de un año y día, perdía su derecho: los vecinos de Nájera no debían dar escusadera ni otro pecho más que el de trabajar el alfoz (término de la jurisdicción) o pago de su castillo: su concejo debía nombrar todos los años dos sayones: todos los vecinos podían comprar las tierras, viñas y heredades que quisiesen, sin las restricciones y malos fueros que había en otras partes, y construir todo género de artefactos y vender libremente sus fincas, etc.—3.º Del de Logroño. Se concedieron franquicias a todos los que quisiesen establecerse en Logroño, fuesen españoles, franceses o de cualquier otra nación: se prohibió a los gobernadores hacerles violencia ni injusticia: ni el merino ni el sayón podían entrar en las casas a sacar prendas por fuerza ni tomarles cosa alguna contra su voluntad: se los eximió de las pruebas de hierro y agua caliente, de batalla y pesquisa: el señor o gobernador de la villa no había de nombrar para merino, alcalde o sayón sino a naturales de ella: se concedió a los vecinos libertad de comprar y vender heredades, uso libre de aguas, pastos, leña, de ocupar y labrar las tierras baldías, etc.—4.º Del de Jaca. Se le quitaron los malos fueros que antes tenía, y se elevó la villa a la categoría de ciudad: todo vecino podía edificar casas con la comodidad que más gustase; comprar y vender libremente, prohibiéndoles donar ni vender los honores a la iglesia ni a los nobles: no se les obligaba a la fonsadera sino por tres días, y esto para batalla campal o estando el rey cercado por los enemigos: ninguno podía ser preso dando fianzas: se tasaron las penas delos homicidios y heridas como en otros fueros, etc.—Pueden verse más pormenores sobre estos fueros en Sempere y Guarinos, Hist, del Derecho español, tom. I. cap. X, y en Marina. Ensayo Histórico Critico ya citado.—Merece por último especial mención el Fuero de Toledo, por la especialísima situación en que se halló aquella ciudad cuando fue conquistada. Componían su vecindario cinco clases de moradores: 1.º los mozárabes: 2.º los castellanos, así llamados porque constituían el mayor número de los que habían contribuido a la conquista: 3.º los francos o extranjeros que atraídos de su riqueza fijaron en ella su domicilio: 4.º los árabes y moros, y 5.º los judíos, a quienes se permitió vivir en su ley. A cada una de estas clases concedió Alfonso VI privilegios y fueros muy apreciables, y el gobierno municipal de Toledo sirvió después de modelo para otras ciudades y villas. Es notable la disposición de que todos los pleitos se decidieran por un alcalde, asociado de diez personas de las mejores y más nobles, con arreglo a las leyes del Fuero Juzgo. A los labradores, pagando al rey un diezmo de sus frutos, no se les había de exigir otra contribución, ni servicio de jornales forzados, fonsadera etc., concediéndoles además que cualquiera de ellos que quisiese cabalgar pudiera hacerlo y entrar en las costumbres de los caballeros. Sempere y Guarinos, ubi sup. cap. II. Marina, Ensayo y Teoría de las Cortes, Ortiz de Zúñiga, Anales de Sevilla, y Mem. para la vida de San Fernando. <<
[171] El mismo Gregorio VII. Decía: «Apenas descubro algunos sacerdotes que hayan llegado por las vías canónicas al episcopado, que vivan como cumple a su clase, que gobiernen su rebaño con espíritu de caridad, no con el despótico orgullo de los poderosos de la tierra. Entre los príncipes seculares no encuentro ninguno que prefiera la gloria de Dios a la suya propia, la justicia al interés. Peores son que judíos y gentiles los romanos, los lombardos, los normandos, entre quienes vivo». (Epist. II. 49).—Pero a su vez la corte romana era acusada de sórdida codicia. El monje Raoul Glaber, que atribuía al papa el derecho de dar el imperio de Italia a quien le pareciese, censuraba acremente la corrupción de la corte pontificia. (Colección de historiadores originales de Guizot, tomo VI, pág. 205). Y cuando el conde Foulques, célebre por sus maldades y robos, logró a fuerza de oro que el papa Juan enviase un cardenal para la consagración de su iglesia, a que se oponía el virtuoso arzobispo de Tours, decía el citado monje: «Los prelados de las Galias reconocieron que esta orden sacrílega no había podido ser dictada sino por una ciega codicia, y que las rapiñas del uno recogidas por la avaricia del otro acababan de manchar la iglesia romana con este nuevo escándalo», etc. (ib. p. 240. a 213). Fuertes son las expresiones del monje, pero los escritores más religiosos las citan como prueba de que todo en aquel tiempo había llegado a contaminarse. En parte no extrañamos este lenguaje cuando al hablar de Juan XIX. que ocupó la silla romana en 1024, dicen los juiciosos monjes de San Mauro, «que compró la tiara a precio de oro». Puede verse a César Cantú. Hist. Univ. Epoc. X. cap. XVII. Morón, Hist. de la Civilización de España. tom. IV. lecc. 32. <<
[172] Un escritor de aquellos siglos de tinieblas pinta con las siguientes ingeniosas palabras la vida de los eclesiásticos de su tiempo: «Potius dediti gulae quam glossae: potius colligunt libras quam legunt libros: libentius intuentur Martham quam Marcum: malunt legere in Salmone quam in Salomone: Alan, de Art. praedicat». apud Le Baeuf. Dissert. t. II. Cit. por Robertson, Hist. de Carl. V. tom. I. not. X. <<
[173] En el cap. XXIV de este libro. <<
[174] Flórez. Esp. Sagr. tom. III. número 117. <<
[175] Con cuyo objeto pasaron a Mantua y asistieron a dicho concilio algunos obispos españoles. Id. ib. n. 134. <<
[176] Epist. de San Greg. VII. <<
[177] Este derecho de Investidura consistía en que el emperador debía consentir en la elección de los prelados, quienes le juraban fidelidad y recibían de él por medio del báculo y el anillo los señoríos y derechos reales. El derecho de investidura, que tantas luchas produjo entre los emperadores de Alemania y los papas, duró hasta el concordato de Calixto II. En 1122, por el cual el emperador resignó toda pretensión de investir a los obispos del báculo y el anillo, y reconoció la libertad de las elecciones. <<
[178] Sobre esta carta que copia el maestro Flórez en el tom. XXV. de la España Sagrada, pág. 132. dice aquel erudito y religioso escritor: «¿Dónde están las constituciones, por donde se dice haber sido entregado el reino de España al derecho y propiedad de la iglesia romana…? ¿Qué emperador cristiano, qué rey, hereje o católico, hizo cesión de su dominio?». Extiéndese en probar con solidísimas razones lo infundado y absurdo del pretendido derecho, y manifiesta luego que el mismo San Gregorio «habiendo llegado a reconocer el mal informe en que le interesó la fraudulencia, no volvió a tocar semejante propuesta en las diversas cartas que escribió a España después de 1077, siendo así que sobrevivió ocho años, cuya desistencia debe atribuirse al desengaño del mal informe, etc». Pag. 142.—El conde de Ebolo Roceyo era hermano de la reina de Aragón Felicia, mujer de Sancho Ramírez. <<
[179] Epist. 63 del lib. I. de San Gregorio. <<
[180] Epist. 64 de id. <<
[181] Chron. Burg. Era 1115.—Anal. Compostel.—Chron. Malleacens.—Flórez, Esp. Sagr. t. III. p. 173. <<
[182] Era 1116 entró la ley romana en España. Memorias antiguas de Cardeña.—Flórez, ibid. n. 175. <<
[183] Flórez, ubi sup. n. 186.—Mariana pone muy equivocadamente este concilio en 1076, cuando ni siquiera había venido a España el legado pontificio que le presidió. <<
[184] Roder. Tolet.—Véase Flórez, ubi sup. n. 201. <<
[185] «No te importe, decía el papa al rey Alfonso, que sea extranjero y de humilde sangre, con tal que sea idóneo para el gobierno de la iglesia». Aguirre, Collect. Max. Coucil. tom. III. p. 257. <<
[186] Es singular coincidencia que la liturgia romana se introdujera en España en tiempo de tres príncipes casados todos con francesas; Sancho de Aragón con Felicia, Ramón Berenguer de Barcelona con Almodis, y Alfonso de Castilla con Inés primero y con Constanza después, todas francesas. <<
[187] Que corresponde al 1044.—En Cataluña siguieron por muchísimo tiempo rigiéndose en su sistema cronológico por los reinados de los reyes de Francia, en lugar de la era que regía en el resto de España. <<
[188] Pergamino, n. 75 del 8.º conde de Barcelona don Ramón Berenguer I. <<
[189] Hist. lit. de France par des relig, benedict. tom. 7, p. 3. <<
[190] Murat. vol. 3. p. 836. <<
[191] Nouveau Traité de Diplomat. vol. 2. <<
[192] Sainte-Pelaye, Mem. sur l’anc. Chev.
Puede verse sobre este asunto toda la nota X del discurso prelim. de Robertson a la Hist. de Carlos V. <<
[193] Aguirre, Collect. max. concil., tom. III. <<
[194] Ap. Puricelli de San Arialdo, II. <<
[195] Op. XXXI. c. LXIX. <<
[196] César Cantú, Hist. Univ., época X. <<
[197] Al fol. 83. De traher gleras de la caldera. <<
[198] Can. 19. del Concil. de León. <<
[199] El P. Fr. Luis de Ariz en su historia de Ávila, describe las fiestas que en 1107 hubo en aquella ciudad con motivo de las bodas de Blasco Muñoz con Sancha Díaz, y dice que hubo en ellas corridas de toros, torneos y bofardeos, añadiendo que la infanta doña Urraca danzó con el gallardo moro Fermín Hiaya a la usanza de la morería, y los demás cada cual con sus moras. Suceso que manifiesta lo admitida que estaba ya esta clase de fiestas populares, la mezcla de árabes y cristianos en los regocijos públicos, y la modificación que en esta parte habían ido sufriendo las costumbres, que debió contribuir mucho el ejemplo del enlace de Alfonso VI con la mora Zaida, la hija de Ebn Abed de Sevilla. <<
[200] En esta correspondencia, que inserta Conde en los cap. XII y XIII de la tercera parte de su Historia, se llama equivocadamente a Alfonso, hijo de Sancho, cuyo error copió Viardot al trascribirla en la nota 4.ª a su Historia de los árabes y moros. <<
[201] Dice el autor arábigo, que en verso le añadía lo siguiente:
Abatimiento de ánimo y vileza
En generoso pecho no se anida,
…
El miedo es torpe y vil, de vil canalla
Es el pavor, y si por mal un día
Parias forzadas te ofrecí, no esperes
En adelante sino dura guerra.
Cruda batalla, sanguinoso asalto.
De noche y día sin cesar un punto,
Talas, desolación a sangre y fuego.
…
Armate, pues, prevente a la batalla,
Que con baldón te reto y desafío.
…
Traduc. de Conde, Part. III. c. 13. <<
[202] Roseew Saint-Hilaire, que a su vez las ha tomado de Walsin Esterhazy. Conde destina a esto tres capítulos enteros, y Romey llena con los antecedentes de los Almorávides cerca de cincuenta largas páginas.—Yussuf es el Juzef de Conde, y el Yusof de Dozy. <<
[203] Accedió a tomar este titulo a instancias de todos los jeques, walíes, alcaides y alkatibes, los cuales, sin embargo, no pudieron vencer su modestia ni reducirle a que tomara el de califa. <<
[204] La Crónica lusitana dice también aquí que «eran tantos que ni su rey ni hombre alguno era capaz de contarlos, sino solo Dios». El arzobispo don Rodrigo dice que cubrían la tierra como langostas: et effusi sunt super terræ faciem uti locustæ. En cambio la historia arábiga hace subir el ejército de Alfonso nada menos que a ochenta mil caballos, de los cuales cuarenta mil cubiertos de hierro, y los demás árabes, que era la caballería ligera. El Homaidi supone que llevaba cien mil peones y cuarenta mil caballos. En lo que convienen todos es en que le acompañaba mucha caballería árabe como auxiliar. <<
[205] «Arrancaron moros al rey don Alfonso en Zagalla,» dicen solamente los Anal. Toledan. II.—La Crónica Burguense es igualmente sucinta. Lo mismo los Anales Complutens. y Compostel. Don Rodrigo la refiere con mucha brevedad. La Crón. lusitana es la que se detiene algo más en ella. <<
[206] Conde, part. III. cap. XVI y XVII. <<
[207] Cuentan los árabes que Al Motamid el de Sevilla escribió el resultado de la batalla a su hijo en dos dedos de papel que ató bajo las alas de una paloma, la cual envió a Sevilla, y que al ver llegar el ave mensajera toda la ciudad fluctuaba entre el temor y la esperanza, hasta que llegó, y desatado y desenvuelto el papel se saludó la nueva del triunfo con trasportes de alegría. <<
[208] De si en este tiempo hicieron Alfonso y el Cid una incursión hasta la Vega de Granada y allí se desavinieron otra vez, hablaremos luego cuando contemos los hechos del Cid. <<
[209] El conde Gumis, dicen las historias arábigas. <<
[210] Dozy, Recherches, tom. I. p. 122 y 236, que refiere estos sucesos con arreglo a los textos de Ben Alabar y Ben Alkatib, con algunas variantes de como los cuenta Conde. <<
[211] El Cid, de el Seid, señor.—El Campeador, equivalente a retador, peleador, de la palabra teutónica champh, duelo y pelea: algunos le hacen sinónimo de campeón: entre los árabes cambitor, cambiatur; los latinos solían llamarle campidoctus.—Nombrábasele también Ruy Díaz, sincope de Rodrigo Díaz. <<
[212] Sería por consiguiente casi superfluo advertir que rechazamos completamente los desacertados asertos de Masdeu, que dedicó casi un volumen a poner en duda todo lo relativo al Cid, y concluyó con estas temerarias palabras: «Resulta por consecuencia legítima, que no tenemos del famoso Cid ni una sola noticia que sea segura o fundada, o merezca lugar en las memorias de nuestra nación. Algunas cosas dije de él en mi Historia de la España árabe… pero habiendo ahora examinado a materia más prolijamente, juzgo deberme retractar aún de lo poco que dije. y confesar con la debida ingenuidad, que de Rodrigo Díaz el Campeador (pues hubo otros castellanos con el mismo nombre y apellido) nada absolutamente sabemos con probabilidad, ni aún su mismo ser o existencia. (Refutación crítica de la historia leonesa del Cid, página 370).».—Sentimos que tales palabras hayan sido estampadas por un español, y más por un español erudito, y amante por otra parte de las glorias españolas, a veces hasta la exageración. <<
[213] Tomamos generalmente por guía en esta materia al doctor Dozy, que en sus Investigaciones sobre la Historia literaria y política de España en la edad media, nos parece haber reunido más copia de datos sobre el Cid que ningún otro escritor que conozcamos, y en lo cual creemos ha hecho un notable servicio a la literatura histórica española. Las últimas cuatrocientas páginas de su primer tomo en 4.º las dedica a hablar del Cid.
Los documentos más antiguos que dan noticia del Cid son: un manuscrito árabe de Ibn Bassán, escrito en 1109, que copia el referido autor; el Poema del Cid, que suponen muchos compuesto hacia la mitad del siglo XII; una crónica escrita en el Mediodía de la Francia hacia el año 1141; del siglo XIII son la Crónica de Burgos, los Anales toledanos primeros, el Liber Regum, los Anales Compostelanos, las Crónicas de Lucas de Tuy y del arzobispo don Rodrigo, que dan escasas noticias sobre el Campeador; la Crónica general atribuida a don Alfonso el Sabio, y las crónicas e historias de los siglos siguientes, que adoptaron las noticias de las que las habían precedido. En 1792 publicó el ilustrado P. Risco un libro con el titulo de La Castilla y el más famoso castellano, de un manuscrito latino en 4.º que halló en la Biblioteca de San Isidoro de León, y que contenía entre otras cosas una antigua historia del Cid que llevaba por título: Hic incipit gesta de Roderici Campidocti. El célebre historiador de la Confederación suiza, Juan de Müller, que publicó en 1805 en alemán una historia del Cid, admitió como auténtica la latina y tomó como buena fuente histórica el Poema del Cid. Mas en aquel mismo año publicó Masdeu el volumen XX de su Historia crítica de España, en que se propuso probar que el manuscrito de León era apócrifo, concluyendo por negar, o al menos por poner en duda hasta la existencia del Cid. Huber, en su Historia del Cid publicada en 1829, cree en la autenticidad de la de Risco. La muerte impidió a este contestar a Masdeu. El ilustrado P. La Canal, continuador como Risco de la España Sagrada, había escrito una refutación a la crítica de Masdeu, que no se publicó, entre otras razones, por haber muerto el crítico jesuita. El señor Quintana escribió la vida del Cid. Hablan de él además no pocos historiadores árabes citados o traducidos por Conde, Gayangos y Dozy.
El primer instrumento público en que sepamos pusiera su firma el Cid es el privilegio de Fernando el Magno dado a los monjes de Lorbaon cuando conquistó a Coimbra, cuya copia tenemos a la vista, y que citamos en nuestro capítulo XXIII del anterior libro: hállase además en varios documentos del rey don Sancho de los años 1068, 1069, 1070 y 1072: en la Carta de Arras para su contrato de matrimonio con doña Jimena en 1074, que publicó Sandoval en los Cinco Reyes: se ve también la firma de Rodrigo Díaz en el Fuero de Sepúlveda de 1076, y en otros muchos instrumentos de aquel tiempo. Su carta de arras es un documento notable.
«En el nombre de la Santa e indivisible Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Criador de todas las cosas visibles e invisibles, un solo Dios admirable y rey eterno, como saben muchos y pocos pueden declarar. Yo, pues, Rodrigo Díaz, recibí por mujer a Ximena, hija de Diego, Duque de Asturias. Quando nos desposamos prometí dar a dicha Ximena las villas aquí nombradas, hacer de ellas escritura y, señalar por fiadores al Conde don Pedro Assurez y al Conde don García Ordoñez de que son ciertas las herencias que tengo en Castilla. Es a saber la hacienda que tengo en Cavia y la porción de la otra Cavia, que fue de Diego Velázquez, con las que tengo en Mazullo, en Villayzan de Candemunio, en Madrigal, en Villasanoes, en Escobar, en Grijalva, en Ludego, en Quintanilla de Morales, en Boada, en Manciles, en Villagato, en Villayzan de Treviño, en Villamavor, en Villahernando, en Vallccitlo, en Melgosa y otra parte de Boada, en Alcedo, en Fuenterovilla, en Santa Cecilia, en Espinosa, en Villanuez y la Nuez, en Quintana Layucz. en Villanueva, en Cerdiños, en Vivar, en Quintana Hortuño, en Ruseras, en Perquerino, en Ubierha, en Quintanamontana, en Moradillo con el monasterio de San Cebrián de Valdecañas, en Laimbistia. Doy te todas estas villas, en que no se cuentan las que sacaron Álvar Fañez y Álvaro Álvarez mis sobrinos, con todas sus tierras, viñas, árboles, prados, fuentes, dehesas y molinos con sus entradas y salidas. Todo esto os doy y otorgo en arras a vos mi mujer Ximena, conforme al fuero de León, y según hemos acordado entre nosotros, con título de filiación y prohijación. Además de esto te doy todas las demás villas y heredades fuera de las aquí expresadas, en donde quiera que yo las tenga, y tú las puedes haber enteramente, así las que al presente tenemos, como las que pudiésemos adquirir por razón de esta prohijación. Y si yo Rodrigo Díaz muriese antes que vos mi mujer Ximena Díaz, y permanecieres en estado de viuda, goces de dichas villas en título y prohijación, como arras propias, con lo demás que dejare y quedare en mi casa de bienes, muebles, ganado, caballos, caballerías, armas y ajuares de casa; de modo que sin tu voluntad no se dé cosa alguna, ni a hijos ni a otra persona: y después que murieses lo hereden los hijos que naciesen de nuestro matrimonio. Si sucediere que yo Ximena Díaz tomare otro marido pierda el derecho a todos los bienes, que por esta prohijación y arras recibo y la hereden los hijos que nacieren de nuestro matrimonio. Asimismo yo Ximena Díaz prohijo a vos Rodrigo Díaz mi marido de estas mis arras, de todos mis muebles y cuanto heredare, esto es, villas, oro, plata, heredades, caballerías, armas y alhajas de casa. Y si sucediere que yo Ximena Díaz muriere antes que vos Rodrigo Díaz mi marido, es mi voluntad heredéis toda mi hacienda como queda dicho y seáis dueño de toda ella y la podáis dar a quien gustaseis después de mi muerte y después la hereden los hijos que de nosotros hayan nacido, lo cual otorgo y prometo yo Rodrigo Díaz a vos mi esposa, por el decoro de vuestra hermosura y pacto de matrimonio virginal. También nosotros los dichos condes Pedro hijo de Assur y García hijo de Ordoño fuimos y seremos fiadores. Por tanto yo el dicho Rodrigo Díaz otorgo esta carta a vos Ximena Díaz, y quiero que sea firme sobre toda la hacienda nombrada y prohijación, que entre nosotros hacemos para que la gocéis y dispongáis de ella a vuestra voluntad. Si alguno en adelante, así por mi como por mis parientes, hijos, nietos, extraños o herederos, contraviniere a esta escritura, rompieren o instaren a romperla, el tal quedo obligado a pagar dos o tres veces doblado; y lo que se hubiese mejorado; y pague al fisco real dos talentos de oro y vos lo gocéis perpetuamente. Fue hecha esta carta de donación y prohijación en 19 de julio de la era 1122, que es año de 1074. Nosotros Pedro Conde y García Conde,que fuimos fiadores, oímos leer esta carta, la confirmamos con nuestras manos. En nombre de Cristo, Alfonso rey por la gracia de Dios, Urraca Fernández Elvira, hija de Fernando juntamente con mis hermanos. Conde Nuño González, conf. conde Gonzalo salvadores conf. Diego Álvarez, Diego González, Álvaro González, Álvaro Salvadores, Bermudo Rodríguez, Álvaro Rodríguez, Gutierre Rodríguez, Rodrigo González, paje de lanza del rey, Munio Díaz, Gutierre Muñiz, Froyla Muñiz, Fernando Pérez. Sebastián Pérez, Álvaro Añiz, Álvaro Álvarez, Pedro Gutierrez, Diego Gutierrez, Diego Maurel, Sancha Rodríguez, Teresa Rodríguez. Fueron testigos Anaya, Diego y Galindo».
Era Rodrigo hijo de Diego Lainez, descendiente de Lain Calvo, uno de los jueces de Castilla; y Ximena lo era de Diego, conde de Asturias. <<
[214] Gesta Comit. Barcin p. 20. —Según el Poema del Cid, Rodrigo había estado antes en Barcelona, donde debieron sobrevenir desavenencias entre el castellano y el barcelonés, que el poeta indicó en los siguientes versos, puestos en boca del conde:
Grandes tuertos me tiene mio Cid el de Bibar:
Dentro en mi Cort tuerto me tobo grant:
Firiom’el sobrino e non lo enmendó más.
Y hablando de la batalla añade:
Hy ganó a Colada, que más vale de mill marcos de plata.
Prisólo al conde, para su tierra,lo lebaba:
A sus creenderos mandarlo guardaba… <<
[215] Sin duda por alguna de las esposas de este ultimo, casi todas oriundas de Francia como las condesas de Barcelona. <<
[216] Gesta Comit. Barcin. Castilla y el más famoso castellano, página 186. <<
[217] Esta escena de la comida está pintada en el Poema con una sencillez ruda y enérgica, al propio tiempo que con una vivacidad sumamente dramática.
A Mio Cid Don Rodrigo grant cocinal adobaban:
El Conde Don Remont non gelo presia nada.
Adíscenle los comeres, delante gelos paraban:
El non lo quiere comer, a todos los rasonaba.
«No combré un bocado por quanto ha en toda España:
Antes perderé el cuerpo o dexaré el alma,
Pues que tales malcalzados me vencieron de batalla».
Mio Cid Ruiz Díaz odredes lo que dixo:
«Comed, Conde, deste pan e bebed deste vino:
Si lo que digo ficiéredes, saldredes de cativo:
Sinon en todos vuestros días non veredes Christianismo…».
Quando esto oyó el conde yas iba alegrando:
«Si lo ficiéredes, Cid, lo que avedes fablado,
Tanto quanto yo viva dend seré maravillado».
«Pues comed, conde, e quando fueres yantado,
A vos e a otros dos darvos he de mano…».
Alegre es el conde, e pidió agua a las manos…
«Del día que fui Conde, non yanté tan de buen grado,
El sabor que dend’he non será olvidado…».
Dánle tres palafrés muy bien ensellados… etc. <<
[218] «E tornáronse a comer los perros e los gatos e los mures». El autor árabe del Kitábo’l-iktifá asegura que un ratón costaba un dinar (p. 25). Ibn Bassán dice también que «el hambre y la miseria obligaron a los valencianos a comer animales inmundos». <<
[219] La Crónica general da cuenta de las tarifas que iban teniendo los artículos de consumo según que se iba prolongando el sitio. Baste decir que la medida de trigo fue subiendo desde un dinar hasta 100, y así lo demás. <<
[220] Ibn Alabbar y la Crónica general están contestes en señalar este día. Los Anales Toledanos primeros dicen también: «Prisó Mio Cid Valencia, Era 1132». <<
[221] La Crónica: «más so de linage de reys».—Dozy traduce:«y nadie de mi linaje le ha tenido». <<
[222] Dozy traduce: «beber y cantar, pour boire et chanter», tomando sin duda cantar por yantar. <<
[223] «Ca de quantas heredades los christianos tenían labradas, no les quisieron dejar ninguna; como quier les dejaban las que non eran labradas; ca decían que el Cid que les diera por este anno en cuenta de sus soldadas: e los moros veyendo esto, atendieron fasta el jueves que el Cid había de salir a oír los pleitos así como dijiera». Crónica c. CCVI. <<
[224] Berganza. Antigüed. tom. I página 553.—Huber, Hist. del Cid, página 212.—Bofarull, Condes, tomo II, p. 157. <<
[225] Además de las obras citadas en las primeras notas de este capitulo, poco nos habrá quedado por consultar de lo muchísimo que del Cid se ha escrito desde el Poema hasta las Vidas de españoles ilustres de Quintana, y hasta los artículos de Pidal y Hartzembuch en la Revista de Madrid y el Globo, y hasta las notas de Galiano a la Historia de España del inglés Dunham.
Por lo mismo extrañamos y lamentamos, y casi no concebimos cómo un español de nuestros días tan ilustrado como el señor Alcalá Galiano, se atreva a decir en la nota del apéndice U. del tom. II de dicha Historia, lo siguiente: Sobre si ha existido o no el Cid está pendiente todavía la disputa: siendo imposible determinar de un modo que no deje lugar a la duda por faltar para ello las competentes autoridades.
Según eso, no son autoridades competentes para el señor Galiano ni los escritores árabes de Conde, ni Ibn Bassan, ni Ibn Alabbar, ni Ibn Kaldhun, ni otros que cita y copia Dozy, algunos de los cuales vivieron y escribieron en tiempo del Cid. o por lo menos cuando todavía estaban, por decirlo así, calientes sus cenizas. Según eso, no son autoridades competentes para el señor Galiano ni los Anales Toledanos, ni los Compostelanos, ni Lucas de Tuy, ni Rodrigo de Toledo, ni la Crónica general. ni la de Burgos, ni la de León, ni ninguna otra crónica. Bien que. parece no haber visto ninguno de estos documentos, puesto que más abajo dice: «En verdad, el silencio de los escritores más antiguos tocante al Cid no deja de tener peso». Y en seguida: «Otro silencio hay no menos inexplicable y muy poderoso para probar que era poco conocido el Cid en los tiempos en que floreció, y es haber cartas pueblas del tiempo de don Alfonso el VI, firmadas por varios de los principales magnates del reino, entre las cuales no está el nombre de Rodrigo Díaz». Remitimos al señor Galiano a las escrituras que hemos citado en nuestro capítulo, y aún podríamos añadir algunas más si fuese necesario. No nos sorprenderían tales asertos en Dunham y en Southey, a quienes sigue; pero los extrañamos en Galiano aún más que en Masdeu.
En nuestra relación de los hechos del Cid hemos seguido en mucho la Crónica general de don Alfonso el Sabio. Daremos la razón. Esta crónica había sido mirada como un tejido de leyendas populares y de tradiciones fabulosas. Tiénelas, en efecto, y hay épocas en que es menester mucho discernimiento para distinguir la verdadera historia por entre la multitud de fábulas y romances que se lo han agregado, pero en lo relativo al Cid, que ocupa más de la mitad de su parte cuarta, el señor Dozy en sus Investigaciones ha hecho ver que la Crónica del rey Sabio es la que está más de acuerdo con las de los árabes que gozan de más crédito y autoridad y más inmediatas a los sucesos, excepto en lo que evidentemente ha sido tomado de la desacreditada crónica de Cardeña. El doctor Dozy cita muchas palabras, frases, ideas y locuciones que le hacen creer que la Crónica general en este punto no solo está basada sobre autores árabes, sino que en muchas ocasiones se revela haber sido traducidos pasajes enteros de ellos. Sospecha que el autor de quien principalmente tomó su relato el cronista fue Ahmed ben Giafar Al Battí, que residía en Valencia durante el sitio del Cid, el cual escribió una historia de Valencia desde la conquista de Toledo por Alfonso VI hasta la prisión de Ben Gehaf. El susodicho autor parece que fue una de las personas que el Cid hizo quemar. En el Diccionario biográfico de los gramáticos y lexicógrafos por Al Soyutí, se halla el artículo siguiente sobre el dicho Ahmed Al Battí: «había estudiado las bellas letras, escribió libros de gramática, etc. El Campeador (maldígale Dios), después que se apoderó de Valencia le hizo quemar… etc». Por eso, observa Dozy. el autor de la Crónica general deja de ser exacto desde que llega a la muerte de Ben Gehaf, y haciéndole morir apedreado se pone en contradicción con Ibn Hassan, valenciano y contemporáneo, y con Ibn Alabbar, valenciano también y uno de los más exactos y verídicos de los árabes. Sea de esto lo que quiera, el crítico holandés ha hecho un servicio grande a la historia con demostrar el acuerdo en que está la Cronica general con las arábigas, facilitando así el conocimiento de los hechos verdaderos e históricos del Cid. <<
[226] Ni nos compete, ni es fácil dar cuenta de todas las aventuras que los dramas, las leyendas y romances han atribuido al Cid. Mencionaremos algunas, siquiera sea solo como muestra del carácter de la época en que se inventaron.
Desde muy mancebo, dicen, comenzó Rodrigo a mostrar su travesura y su gran corazón; y cuentan que habiendo recibido su padre una afrenta del conde Gormaz, el buen anciano ni comía, ni bebía ni descansaba. Movido de su pena Rodrigo, salió a desafiar al conde, le mató, le cortó la cabeza, y colgándola de la silla de su caballo fue a presentársela a su padre, en ocasión que este se hallaba sentado a la mesa sin tocar los manjares que delante tenía. Entonces el hijo llamó la atención del padre hacia aquel sangriento trofeo, y le dijo: «Mirad la yerba que os ha de volver el apetito: la lengua que os insultó ya no hace oficio de lengua, ni la mano que os afrentó hace el oficio de mano». El buen viejo se levantó y abrazó a su hijo, diciéndole, que quien había llevado a su casa aquella cabeza debía serlo de la casa de Lain Calvo. Lo singular fue que la hija del conde, enamorada del Cid, se presentó en la corte de León, y puesta de hinojos ante el rey le pidió por esposo a Rodrigo, poniéndole en la alternativa o de concederle su mano o de quitarle la vida. Otorgada tan extraña merced, y obtenida la mano de Rodrigo, este la llevó a su casa; pero hizo voto de no conocerla hasta haber ganado cinco batallas campales. Dióse entonces a correr por las tierras comarcanas de los moros, e hizo en efecto cautivos cinco reyes mahometanos.
Yendo en peregrinación a Santiago de Compostela, al llegar a un vado encontró un leproso, que metido en un barranco rogaba a los transeúntes le pasaran por caridad. Los demás caballeros huyeron de tocar aquel desgraciado; solo Rodrigo tuvo compasión de él. Le tomó por su mano, le envolvió en su capa, le colocó en su mula y le llevo al lugar a que iba a dormir. Por la noche le hizo sentar a su lado y comer con él en la misma escudilla. La repugnancia de los compañeros de Rodrigo fue tal, que se imaginaban que la lepra había contaminado sus platos, y salieron de la pieza a toda prisa. Rodrigo se acostó con el leproso, envueltos ambos en la misma capa. A media noche, cuando Rodrigo se había dormido, sintió en sus espaldas un soplo fuerte que le despertó. Buscó al leproso, le llamó, y viendo que no respondía, se levantó, encendió una bujía… el leproso había desaparecido. Volvióse Rodrigo a acostar con la luz encendida; en esto que se le apareció un hombre vestido de blanco: «¿Duermes, Rodrigo?, le preguntó.—No duermo; ¿pero quién eres tú que tanta claridad y tan suave olor difundes?—Soy San Lázaro. Y has de saber que el leproso a quien has hecho tanto bien y tanta honra por amor de Dios, era yo: y en recompensa de ello es la voluntad de Dios que cada vez que sientas un soplo como el que has sentido esta noche, sea señal de que llevarás a feliz remate las cosas que emprendas. Tu fama crecerá de día en día, te temerán moros y cristianos, serás invencible, y cuando mueras morirás con honra».
Son muchas las proezas y hechos maravillosos que suponen ejecutó ya en los reinados de Fernando y de Sancho; pero comienza a aparecer más novelesco desde que desterrado por Alfonso VI deja la casa paterna. Pintan con colores vivos y tiernos la aflicción de Rodrigo cuando al disponerse a salir de Vivar vio las salas desiertas, las perchas sin capas, sin asientos el pórtico, y sin halcones los sitios en donde estar solían. A su paso por Burgos con su lucida comitiva, hombres y mujeres se asomaban a las ventanas a verle pasar, y nadie se atrevía a recibirle en su casa por temor al rey Alfonso, que había prohibido severamente que le diesen albergue.
Mio Cid Ruy Díaz por Burgos entraba
En su compañía LX pendones llevaba.
…
Convidar le yen de grado, mas ninguno non osaba:
El Rey Don Alfonso tanto avie la grand’saña.
Antes de la noche en Burgos dél entró su carta,
Con grand' recabdo é fuertemente sellada:
Que á mio Cid Ruy Diaz que nadi nol’diesen posada,
E aquel que ge la diese sopiese vera palabra
Que perderie los averes é mas los oyos de la cara,
E aun demas los cuerpos é las almas.
Grande duelo avíen las gentes christianas:
Ascóndense de mio Cid ca nol' osan decir nada.
Entonces sin duda debió decir el Cid de su barba aquellas célebres palabras: «Por causa del rey don Alfonso que me ha desterrado de su reino no tocarán tijeras á estos pelos, ni de ellos caerá uno solo, y de esto tendrán que hablar moros y cristianos».
Multiplicáronse los prodigios en la conquista de Valencia, y sobre todo cuando los Almorávides mandados por el rey Búcar (Seir Abu Bekr) fueron a acometer la ciudad. Entonces, no solo el Cid, sino el obispo don Jerónimo, armado de lanza. y espada, mató tantos moros que no hubo quien le igualara en matar sino el mismo Campeador; rompióse el asta de su lanza al prelado guerrero, y echando mano a la espada, no se sabe cuántos infieles murieron a sus golpes. Rodrigo buscaba al rey Búcar, que a todo correr de su caballo huía del Campeador. «¿Por qué así huyes, le gritaba, tú que has venido de allende el mar a ver al Cid de la luenga barba? Vuelve y nos saludaremos uno a otro». Pero por más que el Cid espoleó a su Babieca, el rey moro ganó la orilla. del mar; entonces Rodrigo le arrojó su Tizona y le hirió entre ambos hombros, y el rey Búcar, malamente herido, se entró en el mar y ganó un barquichuelo: el Cid se apeó del caballo y recogió su espada. Asombra el número de moros que según las leyendas murieron aquel día.
Volvió más adelante el rey Búcar sobre Valencia con numerosísimo ejército. El Cid reposaba en su lecho cuando se le apareció un personaje, despidiendo un olor fragantísimo y vestido de un ropaje blanco como la nieve. Esta vez era San Pedro: «Vengo a anunciarte, le dijo, que no te restan sino treinta días de vida. Pero es la voluntad de Dios que tus gentes venzan al rey Búcar, y que tú mismo después de muerto seas el que des el triunfo en esta batalla. El apóstol Santiago te ayudará, pero antes has de arrepentirte delante de Dios de todos tus pecados. Por el amor que me profesas y por el respeto que siempre has tenido a mi iglesia de San Pedro de Arlanza, el Hijo de Dios quiere que te suceda lo que te he dicho». Al día siguiente refirió el Cid a sus caballeros la visión que había tenido juntamente con otras que hacía siete noches le perseguían, y les anunció que vencerían al rey Búcar y a los treinta y seis reyes moros que le acompañaban. Después de aquel discurso se sintió malo y se confesó con el obispo don Jerónimo. Los pocos días que aun vivió no tomó más alimento en cada uno que una cucharada del bálsamo y la mirra que el soldán de Persia, noticioso de sus hazañas, le había enviado de regalo, mezclado con agua rosada. Las fuerzas se le acababan, pero su tez se conservaba sonrosada y fresca. La víspera de morir llamó a doña Jimena, al obispo don Jerónimo, a Álvar Fáñez, a Pero Bermúdez y a Gil Díaz, y les dijo como habían de embalsamar su cadáver, y lo que después habían de hacer de él. Dictó al fin su testamento y murió cristianamente.
A los tres días de su muerte, el rey Búcar y los treinta y seis reyes moros pusieron sus quince mil tiendas delante de las puertas de Valencia. Había en el campo moro una negra que capitaneaba otras doscientas negras, con las cabezas rapadas, a excepción de un mechón de pelo, porque iban cumpliendo una peregrinación: sus armas eran arcos turcos. A los doce días de sitio, después de haber hecho todo lo que el Cid había ordenado, determinaron los cristianos salir de Valencia. El cadáver embalsamado del Cid iba montado en su fiel Babieca, sujeto por medio de una máquina de madera que había fabricado Gil Díaz. Como se mantenía derecho, y el Cid llevaba loe ojos abiertos, la barba peinada, escudo y yelmo de pergamino pintado, que parecía de fierro, y en la mano su formidable Tizona, semejaba perfectamente estar vivo. Salieron, pues, de la ciudad. Iba Pero Bermúdez de vanguardia: escoltaban a doña Jimena seiscientos caballeros; detrás iba el cadáver del Cid con escolta de cien caballeros, y el obispo y Gil Díaz a sus lados. Álvar Fáñez preparó el ataque. De las doscientas negras las ciento fueron al instante derrotadas, las otras ciento hicieron no poco estrago en loe cristianos, hasta que habiendo muerto su capitana huyeron todas. Entonces los cristianos atacaron el grueso del ejército musulmán. Los moros que vieron un caballero más alto que los otros montado en un caballo blanco, en la izquierda un estandarte blanco como la nieve, y en la derecha una espada que parecía de fuego, huían despavoridos; hicieron en ellos los fieles horrible matanza, y continuaron victoriosos camino de Castilla.
Llegado que hubieron a San Pedro de Cardeña, colocaron el cadáver del Campeador a la derecha del altar, en una silla de marfil, con una mano descansando sobre su Tizona. En una ocasión entró un judío en la iglesia del monasterio a ver el cadáver del Cid, y como se hallase solo, dijo para sí: «He aquí el cadáver del famoso Ruy Díaz de Vivar, cuya barba nadie fue osado a tocar en vida: ahora voy a tocarla yo a ver qué me sucede». Y alargó el brazo, y en el momento envió Dios su espíritu al Cid, el cual con la mano derecha asió el pomo de su Tizona y la sacó un palmo de la vaina. El judío cayó trastornado y comenzó á dar espantosos gritos. El abad del monasterio, que predicaba en la plaza, oyó los lamentos, suspendió el sermón y acudió con el pueblo a la iglesia. El judío ya no gritaba, parecía difunto; el abad le roció con unas gotas de agua y le volvió a la vida. El judío contó el milagro, se convirtió a la fe de Cristo, se bautizó, recibió el nombre de Diego Gil, y entró al servicio de Gil Díaz.
Fuera largo enumerar loe prodigios que los romanceros y poetas, y ya no solo poetas y romanceros, sino los venerables monjes de Cardeña aplicaron al Cid en vida y muerte, y no tan solamente a la persona del héroe, sino a su cadáver, a su féretro, a cofre, a su Tizona, y hasta a su caballo Babieca, que Gil Díaz enterró a la derecha del pórtico del convento, plantando sobre su tumba dos álamos que crecieron enormemente. La historia romancesca del Cid llegó a hacer olvidar su historia verdadera, y ha costado no poco trabajo deslindar la una de la otra, y aun no está de todo punto determinada y clara la línea que las separa y divide. Sucede además que a través de las aventuras bélicas, religiosas, amorosas y caballerescas que los poemas y los cantares, han atribuído al Cid, se revela el genio de la edad media: a vueltas de estas bellas ficciones, que descubren importantes realidades; los poetas y los monjes habrán inventado las anécdotas, pero las anécdotas están basadas sobre el espíritu de la época. De modo que si los anales y las crónicas contienen la historia de los verdaderos sucesos, loe poemas, las leyendas, los cantares y las tradiciones desarrollan a nuestra vista el cuadro moral de las pasiones, de las creencias, de los amores, de las luchas políticas, de las costumbres, en fin, que constituían la índole y el genio de la edad media castellana.
Terminaremos esta nota ó apéndice con la célebre aventura de los infantes de Carrión, que tanta popularidad adquirió en España, a pesar de no hallarse apoyada en fundamento alguno histórico que merezca fe. Cuando el Cid conquistó a Valencia, dos caballeros castellanos solicitaron la mano de sus dos hijas. Estos dos caballeros eran los condes de Carrión. Omitiendo las negociaciones que al decir del poeta mediaron entre loe pretendientes, el rey Alfonso y el Cid, el doble enlace se verificó, aunque con harta repugnancia de este, y los infantes permanecieron durante dos años en Valencia. Estando allí sus yernos, le sucedió al Cid la famosa. aventura del león que se salió de la jaula y puso en consternación a todos sus caballeros, habiendo sido los de Carrión los que se condujeron más cobardemente. Cuando el Cid, agarrando al león por la melena, le volvió a encerrar en su jaula, los infantes de Carrión que se habían escondido, el uno debajo de una cama y el otro tras del huso de un lagar, salieron de sus escondites, pero tuvieron que sufrir la burla y el sarcasmo de los demás caballeros, lo cual los llenó de cólera y no pensaron sino en vengar aquella afrenta aunque sobradamente merecida. Después de la victoria del Cid sobre el rey Búcar, los infantes de Carrión, a quienes tocó una gran parte del botín, manifestaron su deseo de volverse á Carrión con sus esposas. El Cid accedió a ello, y mandó a Felez que los acompañara.
En Molina fueron cortésmente recibidos por el rey Abengalvon, aliado del Cid, el cual, en la confianza de amigos, tuvo la debilidad de enseñar sus tesoros a sus huéspedes. Ellos, correspondiéndole con ingratitud, proyectaron quitarle vida y riquezas. Un moro que entendía el latín les oyó lo que hablaban, y loe denunció a su rey. Abengalvon les afeó su indigno proceder y alevosos designios, mas por consideración al Cid los dejó partir libremente. Al llegar a los montes de Corpa, meditaron ejecutar otro proyecto todavía más horrible que desde Valencia traían. A las orillas de un limpio arroyuelo, que en el bosque hallaron, levantaron sus tiendas, y all1 pasaron la noche en brazos de sus esposas. Al amanecer ordenaron a la comitiva. que se pusiera en marcha y se fuera delante. Luego que quedaron solos con doña Elvira y doña Sol (que así llama la leyenda a las hijas del Cid), les intimaron que iban a vengar en ellas los insultos recibidos de los compañeros de su padre cuando la aventura del león: y desnudándolas de sus vestidos se prepararon a azotarlas con las correas de sus espuelas. Expusiéronles las desgraciadas hermanas que preferían les cortasen las cabezas con las espadas Colada y Tizona que el Cid les había dado. Inexorables estuvieron loe bárbaros esposos: azotáronlas con correas y espuelas, la sangre corrió de sus cuerpos, y cuando ya el dolor les embargó la voz y no podían gritar, las abandonaron a los buitres y a las fieras del bosque.
Lleno de cuidado esperaba Felez Muñoz a la ladera de una montaña y cuando vio llegar los infantes sin sus esposas, sospechó alguna catástrofe y se volvió al monte, donde halló a sus desventuradas primas casi moribundas. Las llamó por sus nombres, abrieron ellas los ojos, doña Sol le pidió agua que él le llevó en su sombrero; puso a las dos damas sobre su caballo, las cubrió con su capa, y tomando el caballo de la brida las condujo a la torre de doña Urraca. Cuando este desaguisado llegó a noticia. del Cid, llevó la mano a la barba, y exclamó: «Por esta barba que nadie jamás tocó, los infantes de Carrión no se holgarán de lo que han hecho: en cuanto a mis hijas yo sabré casarlas bien». Llegaron sus hijas a Valencia, el padre las abrazó tiernamente y volvió a jurar que las casaría bien y que sabría tomar venganza de los de Carrión. Envió, pues, a Muño Gustios a pedir justicia al rey Alfonso de Castilla contra los infantes. Alfonso convocó cortes en Toledo. Los de Carrión pidieron al rey les permitiera no asistir; pero el monarca los obligó a ello. Para intimidar al Cid se presentaron los infantes con gran comitiva y acompañados de García Ordóñez, el mortal enemigo de Ruy Díaz. Alfonso nombró árbitros a los dos condes Enrique y Ramón. El Cid presentó su querella, y reclamó sus dos espadas Colada y Tizona. Los árbitros aprobaron su demanda y las ds espadas fueron devueltas al Cid. Después reclamó las riquezas que había dado a los infantes al partir de Valencia. Hubo algunas dificultades por parte de los de Carrión, pero al fin las restituyeron también. Por último, pidió vengar en combate la afrenta que habían hecho a sus hijas. Realizóse el duelo, y los tres campeones del Cid, Pero Bermúdez, Martín Antolínez y Muño Gustios vencieron a los dos infantes y a Asur González, y las hijas del Cid se casaron con Jos infantes de Navarra y Aragón.
El autor de esta leyenda (que no se halla en historia alguna fidedigna) parece se propuso infamar la familia de los condes de Carrión, aborrecida acaso en Castilla, los Vani Gómez del poema. Además, el conde que hubo en Carrión desde 1088 hasta 1117, fue Pedro Ansúrez, que no era de la familia de los Gómez, como puede verse en Sandoval, Sota, Moret, Llorente y otros. De la misma manera pudiéramos evidenciar de apócrifas otras muchas anécdotas del Cid, con que no queremos ya fatigar á nuestros lectores, y que puede ver el que guste en el Poema, en los dramas y en las colecciones de romances de Sánchez, de Durán y de Depping. <<
[227] Chron. Lusit. ad ann. 1093.—Id. Conimbric. p. 330. <<
[228] La reina Constanza era hija de Roberto, duque de Borgoña, y viuda del conde de Chalons. Ramón o Raimundo era hijo de Guillermo de Borgoña, y Enrique lo era de otro Enrique, hermano de aquel, y todos descendientes de Roberto, hermano del rey Enrique II de Francia. <<
[229] Sandov. Cinco Reyes, Alfonso VI. <<
[230] Isabel comienza a aparecer como reina en las cartas y privilegios del rey Alfonso desde 1095, y apenas hay año que no le hallemos inscrito en algún documento hasta el 1107, en que murió; como puede verse en el libro becerro de la iglesia de Astorga. En un privilegio de 25 de enero de 1103 da el rey don Alfonso a su esposa Isabel los epítetos de dilectissima, amatissima: y en otro se lee: Elisabeth Regina divina. Sota, cit. por Romey. <<
[231] Conde, part. III. c. XXIII. <<
[232] Sandoval (en sus Cinco Reyes, de quien sin duda la ha adoptado Dozy). supone esta batalla en 1106, y dada en un pueblo de Extremadura nombrado Salatrices. En ella, dice, salió derrotado el rey don Alfonso y herido en una pierna. Retirado a Coria, añade, vio con alegría llegar algunos de sus condes que tenía por perdidos, y como entre ellos fuese el obispo don Pedro de León con el roquete salpicado de sangre sobre las armas, exclamó el rey. Gracias a Dios que los clérigos hacen lo que habían de hacer los caballeros, y los caballeros se han vuelto clérigos por los mios pecados, aludiendo a García Ordóñez el enemigo del Cid, y a los condes de Carrión, que «fea y cobardemente se habían retirado y faltado en la batalla.» Dice también que sentido de aquellas palabras el conde García Ordóñez, se pasó a los moros y fue causa de grandes males en Castilla. <<
[233] Roder. Tolet. lib. VI. c. XXXV. <<
[234] Pelag. Ovet. n. 15.—Anal. Toled. primeros: p. 386. <<
[235] «El tratado de las mujeres del rey don Alfonso VI. (dice el investigador y erudito Flórez en su obra de las Reinas Católicas), es una especie de laberinto, donde se entra con facilidad, pero es muy dificultoso acertar a salir mientras no se descubra alguna guía, que hasta hoy no hemos visto, siendo así que han entrado muchos a reconocer el terreno; y aún oyéndolos no se vencen las dudas, antes parece que mientras más hablan menos nos entendemos.
»Cinco mujeres le señalan comúnmente los autores. Algunos añaden más; otros quitan; y como si no bastara la incertidumbre del número, se nos acrecienta la del orden, ignorándose cuál fue primero, cuál después. Los escritores antiguos ofrecían un camino algo suave; pero los modernos lo han sembrado de espinas, añadiendo tanto número de sendas que es difícil discernir cuál sea la legitima».
En efecto, no hay sino leer el tratado mismo del ilustrado Flórez para ver el caos que los escritores han introducido en el punto relativo a las mujeres de Alfonso VI, a su orden, y a la distinción entre legítimas y concubinas. Creemos, no obstante, que pesadas imparcialmente las razones de unos y otros, el caos desaparece en gran parte, y solo quedan algunas diferencias que tampoco vemos imposible concertar. Nosotros nos hemos tomado el trabajo de leerlos casi todos y examinar los datos en que cada cual apoya su opinión, con arreglo a los cuales hemos formado la nuestra, dispuestos a dar razón de los fundamentos que nos han servido para formarla, aunque la naturaleza de una historia general no nos permita ahora detenernos a explanarlos.
Para nosotros es fuera de duda que la primera mujer de Alfonso fue Inés, hija de Guido Guillermo, duque de Aquitania y conde de Poitou: que casó con ella hacia 1074, y duró el matrimonio hasta 1078. Esta reina no tuvo sucesión. (Chron Malleac.—Escrit. De San Millán.—Fuero de Sepúlveda.).
Síguese Jimena Núñez o Muñoz (según que al padre nombran unos Nuño y otros Munio), de la cual tuvo Alfonso dos hijas, Elvira y Teresa, que fueron las que casaron la primera con Raimundo de Tolosa, y la segunda con Enrique de Besanzón. De esta Jimena es de la que se cuestiona si fue mujer legítima o fue solo concubina. Para nosotros ni fue concubina ni mujer legitima, sino mujer ilegitima, con la cual no podía casarse por ser parienta en tercer grado de consanguinidad, en que no se dispensaba entonces, y además por afinidad; y que esto fue lo que debió excitar la cólera del papa Gregorio VII para hacer al rey separarse de ella. Mas es indudable que vivió con ella como mujer desde el 1078 al 1080. en que casó con su segunda legítima mujer Constanza.
Era Constanza hija de Roberto duque de Borgoña, y viuda de Hugo II, conde de Chalons. De ella tuvo a Urraca, la que casó con Raimundo o Ramón de Borgoña, conde de Galicia, y que fue después reina de Castilla. Vivió esta reina, que se llamó Emperatriz desde la conquista de Toledo, hasta el año 1092, o principios del 1093. (Sandov.—Yepes.—Garivay y otros).
En este año de 1093 casó con Bertha, repudiada de Enrique IV rey de Germania en 1069. (Crónicas de Francia). Tenemos con Flórez por más auténticas las escrituras que suponen haber fallecido Bertha en 1095, en cuyo año mencionan ya a Isabel. Tampoco tuvo Alfonso sucesión de esta reina, y el deseo de tener un heredero legitimo y varón era sin duda una de las causas de multiplicar tantos matrimonios.
Convienen todos en que Alfonso tuvo una cuarta mujer legítima nombrada Isabel, y están todos igualmente de acuerdo en que el hijo único del rey, Sancho, el que murió en la batalla de Uclés, le había tenido de Zaida, hija de Ebn Abed el rey árabe de Sevilla, la cual para unirse a Alfonso se había hecho cristiana y tomado por nombre bautismal María Isabel, aunque el rey la nombraba Isabel solamente, y era el solo que usaba en las escrituras. He aquí al parecer dos Isabeles, que han sido causa de las más debatidas cuestiones entre los historiadores, y en lo que está lo más complicado del laberinto de las mujeres de Alfonso VI. Pues los que admiten las dos como mujeres legítimas no saben cuándo ni dónde colocar la una que no estorbe a la otra y que no trastorne la cronología. Y los que hacen a Isabel Zaida concubina solamente, no aciertan a explicar ni el ser tenido su hijo Sancho por heredero legítimo del trono de Castilla, ni las escrituras en que se nombra una Isabel como mujer legítima después que suponen muerta la otra, ni saben de quién pudo ser hija la primera. Y sobre esto han armado una madeja de cuestiones que en el supuesto de las dos Isabeles no es fácil desenredar.
Nosotros tenemos por cierta la inexistencia de la que se supone primera Isabel, a quien Lucas de Tuy. y otros escritores posteriores, y hasta un epitafio que lo pusieron en León, la hacen hija de Luis, rey de Francia, y es cierto y averiguado por todas las historias de aquella nación que el rey de Francia a que alude el Tudense no tuvo ninguna hija que se llamara Isabel. Creemos pues que no hubo más Isabel que Zaida. la hija del rey moro de Sevilla, que tomó aquel nombre al hacerse cristiana, que fue mujer legítima de Alfonso, que estuvo casada con él desde 1095 o 96 hasta 1107 en que murió, que de este matrimonio nació Sancho, el que pereció en Uclés, heredero legítimo que era del reino, y que luego tuvieron a Sancha y Elvira, que casaron después la una con el conde Rodrigo González de Lara, y la otra con Rogerio I rey de Sicilia. Además de los datos que hay para creer esta opinión la más segura, es la única que puede conciliar el orden y las fechas de todos los matrimonios de este rey, y las edades de cada uno de sus hijos, sin embarazo ni confusión.
Poco feliz el rey en la sucesión varonil que tanto deseaba, y suspirando todavía por ella, casó aún, a pesar de su edad y sus achaques, en 1108, con Beatriz a quien el arzobispo don Rodrigo hace también francesa, y la cual le sobrevivió, habiendo muerto el rey, como hemos dicho, en 1109. De Beatriz no se sabe más sino que luego que enviudó se volvió a su patria. (Pelag. Ovet. Chron. número 14).
Tales fueron las mujeres de Alfonso VI según los documentos que tenemos por más fehacientes.
En 1101 habían muerto las dos hermanas del rey doña Urraca y doña Elvira, las que habían tenido las ciudades de Zamora y de Toro. (Sandov: Cinco Reyes). <<
[236] Véase el cap. XXIV del anterior libro. <<
[237] Cap. I de este libro. <<
[238] Anal. Compostel.—Roder. Tolet.—Zurita, Abarca, y otros escritores de Aragón. <<
[239] Este García Ordóñez. que aparece unas veces peleando en las filas de Alfonso de Castilla, otras guerreando en favor de los moros, es un personaje misterioso e incomprensible, cuya biografía sería dificilísimo escribir. <<
[240] Debió ser puesto pronto en libertad, porque en 19 de mayo de 1097 aparece otra vez acompañando a Alfonso de Castilla en una expedición hacia Zaragoza. <<
[241] Esto es, el hijo de Ramiro; Sancho Ramírez. <<
[242] Conde, part. III. cap. XVIII.—Dozy copia la relación de Al Tortoschi, autor contemporáneo, que conviene en todo lo sustancial con la de Ben Hudeil. <<
[243] Zurita, Anal. part. I. c. XXXII.—Bula de Urbano II. <<
[244] Cap. XXIV del anterior libro. <<
[245] Cap. I de este libro. <<
[246] Piferrer, Recuerdos y Bellezas, tom. de Cataluña, p. 117. <<
[247] Este hecho ha pasado desconocido de nuestros historiadores hasta que nos le ha descubierto el investigador e ilustrado señor Bofarull en sus Condes vindicados. <<
[248] Necrologio de Ripoll.—Zurita, Anal. p. I, c. XXVI.—Gauttier d’Arc, Histoire des conquétes des Normands, etc. Muchos catalanes iban ya entonces a la conquista de la Tierra Santa, creciendo el furor de cruzarse para la Palestina al paso que menguaba el temor por la seguridad de Cataluña. <<
[249] Archivo de la corona de Aragón, Colecc. del undécimo conde.—Apend. a la Marca Hispana números 337 al 339. <<
[250] Mas no nos es posible a nosotros, historiadores españoles, seguir el partido que ha adoptado Romey, que ha sido pasar casi en blanco el reinado de doña Urraca, supliendo el vacío con una extensísima relación de los hechos de los árabes en aquel tiempo; como si aquel erudito historiador se hubiera arredrado ante las inmensas dificultades y complicaciones que este reinado ofrece; cosa que sin embargo extrañamos en tan laborioso y discreto investigador.
Conociendo estas mismas dificultades el ilustrado señor Herculano, moderno historiador de Portugal, dice hablando de este reinado: «En la falta absoluta de notas cronológicas que se encuentra en las crónicas contemporáneas, el historiador moderno que desea atinar con la verdad se ve muchas veces perplejo para señalar el orden y el enlace de los acontecimientos. Cuando la España tenga una historia escrita con sinceridad y conciencia, el periodo del gobierno de doña Urraca será uno de los que pongan a más dura prueba el discernimiento del historiador». Hist. de Portugal, tomo I. p. 217. <<
[251] En esto convienen la Historia Compostelana, Lucas de Tuy, el Anónimo de Sahagún y los documentos y escrituras que citan Berganza, Antigued., tom. II. y Risco, Hist. de León, tom. I. En consecuencia debe desecharse como falso lo que, siguiendo al arzobispo don Rodrigo, cuentan Sandoval, Mariana y otros, de haberse efectuado las bodas viviendo Alfonso VI; de hallarse la reina doña Urraca ausente de Castilla con su marido cuando falleció su padre: de haber venido entonces doña Urraca y despojado de sus estados al conde Pedro Ansúrez, etc. La reina no se casó hasta algunos meses después del fallecimiento de su padre, y el conde Pedro Ansúrez aparece firmando con ella la confirmación de los Fueros de León y de Carrión. <<
[252] La repugnancia con que doña Urraca accedió a este matrimonio la manifestó ella misma bien explícitamente más adelante cuando decía al conde don Fernando: «En esta conformidad vino a suceder que habiendo muerto mi piadoso padre me VI forzada a seguir la disposición V arbitrio de los grandes, casándome con el cruento, fantástico y tirano rey de Aragón, juntándome con él para mi desgracia por medio de un matrimonio nefando y execrable». Anón, de Sahagún.—Risco, Historia de León. <<
[253] Anónimo de Sahagún. <<
[254] Faciem meam suis manibus sordidis multoties turbatam esse, pede suo me percusisse omni dolendum est nobilitati: Historia Compost. lib. I. cap. LXIV. <<
[255] Anónimo de Sahagún, cap. XLVIII. <<
[256] De esto documento, que publicó por primera vez D’Achery, daremos más noticias cuando tratemos del principio del reino de Portugal. <<
[257] Annal. Toled. primeros.—Berganza, Antigüed. tom. II. <<
[258] Annal, Complut. ad ann. 1111.—Lucas Tud.—Roder. Tolet., I, VII.—Flórez, siguiendo la Historia Compostel., anticipa la fecha de esta batalla. <<
[259] Per gravia itinera et laboriosos montes, frigidos que nivibus et glacie præteritæ hiemis. Historia Compost. 1. 7. c. 73. <<
[260] Anal. de Sahagún. c. XXI.—La Compostelana dice a Carrión. Seguimos en esto al de Sahagún, que escribía más cerca del teatro de los sucesos. <<
[261] ¿Qué movía al de Portugal a pasarse con tanta frecuencia de uno a otro bando, y qué había ocurrido para que le veamos tan pronto de auxiliar como de enemigo, ya del rey de Aragón, ya del de Galicia, ya de la reina de Castilla? En esta complicadísima madeja de sucesos no es fácil dar cuenta de todos los episodios e incidentes si no se ha de interrumpir a cada paso el hilo de la narración principal. Pero veamos como explica la versátil conducta de este importante y revoltoso personaje un moderno historiador de Portugal, que ha estudiado bien este periodo, como principio que fue de aquel reino.
Después del triunfo de Alfonso y Enrique en Campo de Espina, el ejército de los dos aliados entró en Sepúlveda. Algunos nobles castellanos a quienes unían lazos de antigua amistad con el portugués, representáronle cuánto más digno seria de su persona que hiciera causa común con ellos que con el enemigo de León y de Castilla; dijéronle que si tal hiciera le nombrarían jefe de sus tropas e inducirían a la reina a que repartiese con él fraternalmente una parte de los estados de Alfonso VI. Halagaron al ambicioso e inconstante Enrique aquellas razones, y abandonando otra vez el partido del de Aragón, fue a presentarse a doña Urraca, la cual confirmó las promesas hechas por los barones. Juntos, pues, caminaron a Galicia, y unidos hicieron la expedición de Astorga y Peñafiel. Sitiando estaban esta villa, cuando llegó al campamento la condesa de Portugal, Teresa, hermana de Urraca y esposa de Enrique, que venía a unirse con su marido. Esta señora, que no cedía ni en ambición ni en espíritu de intriga al mismo conde, instigóle a que antes de todo exigiese a su hermana la realización de la prometida partición de estados, exponiéndole que era una locura estar arriesgando su vida y las de sus soldaos en provecho ajeno. Dióle Enrique oídos, y comenzó a instar por que se le cumpliese lo pactado. Agregábase a esto que los portugueses nombraban a doña Teresa con el titulo de reina, todo lo cual ofendía el amor propio de doña Urraca como reina y como mujer, y en su resentimiento púsose en secretas inteligencias con Alfonso, y levantando el cerco con protesto de satisfacer las pretensiones de Enrique y de Teresa, se encaminó con ellos a Palencia. Hízose allí, por lo menos nominalmente, la partición prometida. Solo se le entregó el castillo de Cea, y con respecto a Zamora, que era una de las ciudades más importantes que tocaban a Enrique, determinóse que fuera a recobrarla con tropas de la reina. Pero esta previno secretamente a sus caballeros que, tomada que fuese la ciudad, no se la entregasen. Con esto se encaminaron las dos hermanas a Sahagún, cuyos habitantes eran parciales del aragonés. Doña Urraca se separó allí de su hermana, dejándola en el monasterio, contra cuyos monjes, como señores de la villa, abrigaban odio grande los del pueblo, y ella se fue a León. Fácil es de imaginar cuál sería la indignación de don Enrique cuando supo el desleal comportamiento de la reina de Castilla, su cuñada, y cuando vio de esta manera fallidos todos sus proyectos. Entonces resolvió hacer a un tiempo la guerra a los dos reyes. Cuando después se juntaron Alfonso y Urraca en Carrión, Enrique fue a poner sitio a la villa; mas por causas que la historia no declara, acaso porque viese malparada la suya, retiróse el portugués con los nobles que le seguían. Todavía continuó por algún tiempo en su política incierta y versátil este conde, sin renunciar nunca a sus ambiciosos planes y a sus sueños de dominación en Castilla, hasta que la muerte atajó unos y otros en 1.º de mayo de 1114 en Astorga.—Anónimo de Sahagún.—Hercul., Historia de Portugal, lib. I. <<
[262] Hist. Compost: 1. II.—Flórez, Reinas Católicas, tom. I, página 257. <<
[263] Hist. Compost. l. I. c. CXI. <<
[264] Confugiunt ad turrem signorum una cum comitatu suo.—Hist. Compost. l. 1. cap. CXIV. <<
[265] Regina si vult egrediatur… ceteri armis et incendio pereant. Ead. ibid <<
[266] Los autores de la Historia Compostelana, amigos personales del obispo Gelmírez, ponderan la saña y el encono con que le perseguían los sublevados, buscándole hasta detrás de los altares de los templos, en los rincones y sótanos de las casas, profiriendo las amenazas más horribles y los denuestos más injuriosos, llamándole tirano y opresor del pueblo, indigno del episcopado, etc. Horroriza leer la relación que de este tumulto hacen los referidos escritores, que eran dos canónigos de la catedral, testigos oculares de los sucesos. <<
[267] Germanitatem suam, scilicet conspirationem, omnino destruere. <<
[268] Los canónigos autores de dicha Historia, escrita por encargo del propio obispo, nos informan de lo que le costó la gracia del arzobispado. Además de las grandes remesas en metálico, refieren haberse enviado a Roma una mesa redonda de plata que había sido del rey moro Almostain, una cruz de oro que había regalado el rey Ordoño al templo de Santiago. y otras varias alhajas de oro y plata, y que no bastando todo esto para completar doscientos cincuenta marcos de plata, añadió el obispo cuarenta marcos de su propio peculio. Hist. Compostel. lib. II, cap. XVI. Así no extrañamos que diera el crítico Masdeu al obispo Gelmírez las calificaciones de simoníaco y otras no menos duras, como hemos indicado en el principio de este capítulo. <<
[269] Convienen todos en que doña Teresa había dado aviso confidencial a Gelmírez del atentado que su hermana proyectaba contra él, y que el prelado no había querido creerlo. Prueba esto las buenas inteligencias que había entre el arzobispo y la de Portugal, y que todos obraban con falsía y con doblez. <<
[270] Hasta la muerte de esta señora ha sido contada por algunos de una manera bien desfavorable a su reputación y honestidad, suponiendo unos haber fallecido en el acto de dar nueva sucesión, cosa inverosímil en su edad, y que no hallamos justificada, otros haber quedado muerta de repente a la puerta de San Isidro de León cuando salía de despojar el templo de las alhajas sagradas: tampoco esto lo hallamos apoyado en fundamento digno de fe. Lo que no tiene duda es que dejó dos hijos del conde de Lara, Fernando y Elvira. Los maestros Flórez y Risco se esfuerzan por probar que los legitimó casándose con el mencionado conde: pero este matrimonio no recibió por lo menos las solemnidades ordinarias. Flórez, Reinas Católicas, tom. I. Risco, Hist. de León, tomo I. <<
[271] Conde. part. III. c. XXV.—Al-Kartás.—Chron. Adef. Imperat. <<
[272] Anal. Toled. primeros.—Chron. Adef. Al-Kartás. <<
[273] En esta ocasión se cree fue cuando se descubrió la imagen de Nuestra Señora de la Almudena, tan venerada en Madrid, en uno de los lienzos de la muralla rotos en este ataque por el ejército moro. Chron. Adef. Al-Kartás. <<
[274] El que muchos de nuestros historiadores llaman Amazaldi. <<
[275] En la octava de la pascua de 1114. Anal. Toled. primeros. Era 1152:—Cron. de Cardeña.— Id. Burgense.—Ibn Khaldum. <<
[276] A este tiempo se refiere, al decir del obispo Sandoval, un suceso tan ruidoso como dramático, que se cuenta haber ocurrido entre el rey de Aragón y los vecinos y defensores de la ciudad de Ávila. Con noticia, dicen, que tuvo el aragonés de que el infante don Alfonso, a quien él vivamente andaba persiguiendo, iba a ser llevado por los castellanos de Simancas a Ávila, envió un mensaje a esta ciudad donde contaba con algunos parciales, diciendo esperaba le acogerían llanamente y como obedientes súbditos cuando a ella viniese. Contestó al de Aragón Blasco Jimeno que gobernaba provisionalmente la ciudad, que los caballeros de Ávila estaban prontos a recibirle y aún a ayudarle en las guerras que hiciese contra los moros, poro que si llevaba intenciones contra el niño Alfonso, no solo no le recibirían, sino que serían sus enemigos más declarados. Indignó al aragonés contestación tan resuelta e inesperada, y juró vengarse. A poco de haber sido entrado el tierno nieto de Alfonso VI en Ávila, donde fue alzado y reconocido por rey, acampó Alfonso de Aragón con su ejército al oriente de la ciudad. Desde allí despachó un mensaje a Blasco Jimeno, diciendo que si era cierto que había muerto el nuevo rey de Castilla (pues se había divulgado esta voz) le recibiesen a él, prometiendo otorgar mil privilegios y mercedes al concejo y vecinos de la ciudad; y si fuese vivo se le mostrasen, empeñando su fe y palabra real de que una vez satisfecho de que vivía, alzaría el campo y se retiraría a Aragón. Contestó Blasco Jimeno que el rey de Castilla, su señor, se hallaba dentro sano y bueno, y todos los caballeros y vecinos de Ávila dispuestos a defenderle y a morir por él. Respecto al otro extremo, después de consultado y tratado el punto, se convino en satisfacer al rey de Aragón bajo las condiciones siguientes: que el aragonés entraría en la ciudad acompañado solo de seis caballeros, todos desarmados, para ver por sus propios ojos al nuevo soberano de Castilla, y los de Ávila por su parte darían en rehenes al de Aragón sesenta personas de las principales familias, que quedarían retenidas en su campo mientras se verificaba la visita, después de lo cual se obligaba, «so pena de perjuro y fementido», a devolverlas sin lesión ni agravio. Hecho por ambas partes juramento de cumplir lo pactado, el rey de Aragón se acercó al muro y puerta de la ciudad con sus seis caballeros, y de ella salieron los rehenes para el campamento aragonés. Recibido el de Aragón por Blasco Jimeno y varios otros nobles de Ávila, «yo creo, buen Blasco, le dijo, que en verdad vuestro rey es vivo y sano, y así no es menester que yo entre en la ciudad, y me bastará y daré por satisfecho con que me le mostréis aquí a la puerta, o aunque sea en lo alto del muro». Recelando, no obstante, los de Ávila si tan generosas palabras encerrarían alguna traición, subieron al niño rey al cimborrio de la iglesia que está junto a la puerta, y desde allí se le mostraron. Hízole el de Aragón desde su caballo una muy urbana cortesía, a que contestó el tierno príncipe con otra, y satisfecho al parecer el aragonés se volvió a su campo sin permitir que de la ciudad le acompañara nadie.
Tan pronto como llegó a sus reales, mandó a sus gentes que allí mismo a su presencia degollaran todos los rehenes, como así se ejecutó, llegando su ferocidad al extremo de hacer hervir y cocer en calderas las cabezas de aquellos nobles e inocentes ciudadanos, de lo cual, dice la tradición, le quedó a aquel lugar el nombro de las Fervencias. A la nueva de tan horrorosa y aleve ejecución, todos los abulenses ardían en deseos de tomar venganza; pero encargóse de ella el mismo Blasco Jimeno, que salió a retar personalmente al rey de Aragón, al cual alcanzó cerca de Ontiveros, marchando con su hueste camino de Zamora. Hízole detener el de Ávila so pretexto de ser portador de una embajada de su concejo, y cuando se vio enfrente del rey, con entera voz y severo continente le echó en cara su felonía, y concluyó diciendo: «E vos como mal alevoso e perjuro, non merecedor de haber corona e nombre de rey, non cumpliste lo jurado. antes como alevoso matastes los nobles de los rehenes, que fiados de la vuestra palabra e juramento eran en el vuestro poderío. E por lo tal vos repto en nombre del concejo de Ávila, o digo que vos faré conocer dentro de una estacada ser alevoso, e traidor, e perjuro». El rey encendido en cólera, mandó a grandes voces a los suyos que castigaran el desacato y osadía de aquel hombre, y que le hicieran pedazos. Echáronse sobre él los de la comitiva del rey, defendióse Blasco valerosamente, más los ballesteros le arrojaron tantas lanzas y dardos, que al fin cayó muerto después de haber herido él a muchos. En el sitio donde esto acaeció se puso una piedra que llamaron el Hito del repto, y allí se erigió una ermita, donde dicen está sepultado Blasco Jimeno. En premio de tan insigne lealtad concedió el rey don Alfonso VII a la ciudad de Ávila grandes exenciones y privilegios, y les dio por armas un escudo en que se ve un rey asomado a una almena.—Sandoval. Cinco Reyes.—Gil González Dávila en su Monarquía de España, tom. I, lib. II., hace una referencia, aunque ligera y rápida, de este hecho. No sabemos de donde lo hayan podido tomar, ni comprendemos como pudiera acaecer en la época que Sandoval determina, que fue después de la batalla de Villadangos, cuando el niño Alfonso fue llevado por el obispo Gelmírez al castillo de Orcillón, ni entendemos cómo su madre y el prelado pudieron dejar allí al tierno príncipe, contra lo que insinúan las crónicas más antiguas, ni cómo ni con qué objeto pudieron traerle entonces los castellanos a Simancas y a Ávila, ni cómo pudo estar el de Aragón en Ávila cuando todos le suponen sitiando a Astorga. Dejamos todo esto a cargo del prelado historiador, ya que no nos expresa ni las crónicas ni los monumentos de donde haya podido sacarlo. <<
[277] Eran los Almogávares una tropa o especie de milicia franca que se formó de los montañeses de Navarra y Aragón, gente robusta, feroz, acostumbrada a la fatiga y a las privaciones, que mandados por sus propios caudillos hacían incesantes correrías por las tierras de los moros cuando no servían a sus reyes, viviendo solo de lo que cogían en los campos o arrebataban a los enemigos, iban vestidos de pieles, calzaban abarcas de cuero, y en la cabeza llevaban una red de hierro a modo de casco: sus armas eran espada, chuzo y tres o cuatro venablos: llevaban consigo sus hijos y mujeres para que fuesen testigos de su gloria o de su afrenta. <<
[278] Conde, part. III. c. XXV.—Pero el autor árabe supone la conquista de Tudela en 1110. Zurita (Anal. c. XLII) la hace en 1114, lo que hallamos más conforme a la marcha de las operaciones de Alfonso. <<
[279] Los principales caballeros extranjeros que le acompañaban eran (además de Rotrón, conde de Alperche): Gastón de Bearne, el conde Centullo de Bigorra, el conde de Cominges, el vizconde de Gabartet, el obispo de Lascares, Anger de Miramont, Arnaldo de Cabadán, con otros nobles de Bearne y de Gascuña. Agregábanse a estos los ricos hombres de Aragón y de Navarra en gran número. <<
[280] Conde, cap. XXV.—Zurita, cap. XLIV. <<
[281] Zurita y los historiadores modernos de Aragón ponen equivocadamente la victoria de Cutanda en el mismo año de la conquista de Zaragoza. Los Anales Toledanos concuerdan con el historiador árabe. <<
[282] La oración que rezaban en los trances apurados, abreviando las postraciones y ceremonias, y asistiendo a las mezquitas con armas. Conde, c. XXIX. <<
[283] Al decir de los árabes de Conde, cogió por sí mismo un pescado, o por cumplir un voto que hubiese hecho para cuando llegase a aquella playa, o por el orgullo de contarlo en Zaragoza. <<
[284] Los pormenores de esta famosa algara del Batallador se hallan en el c. XXIX. part. III, de Conde. Las crónicas cristianas no hablan de ella: Zurita la menciona, aunque con circunstancias algo diferentes de las de los árabes de Conde. Algunos la confunden con la que poco más adelante hizo Alfonso VII de Castilla a otro punto de Andalucía. <<
[285] Sandov. Cron. de Alfonso VI.—Son, sin embargo, inexactas las fechas que da a estos sucesos.—Aún es más manifiesto el error de Mariana, que pone esta paz en 1122. <<
[286] No a Burdeos, como dice erradamente el inglés Dunham. <<
[287] En esto convienen los Anales Toledanos, el Anónimo de Ripoll y el arzobispo don Rodrigo con los historiadores árabes. Zurita, Traggia y otros cuentan con alguna variación la muerte de Alfonso I. La que nosotros hallamos más confirmada es la que hemos consignado. Convenimos en esto con el moderno historiador de Aragón, el Sr. Foz, tom. I, pág. 263. <<
[288] Archivo de la corona de Aragón, Reg. I, fol. 5. <<
[289] Sandov, Crón. del Emperador Alfonso VII. <<
[290] Hist. Compost. lib. II. c. LXXXV.—Cuenta la tradición portuguesa, y juntamente algunas historias, que cuando los sucesos de 1138 (de que nosotros hablaremos más adelante) pusieron el Portugal en manos de Alfonso Enríquez, y este príncipe y los barones portugueses eludieron la promesa y compromiso de Guimaranes con el rey de Castilla, solo el honrado Egas Moniz sostuvo lo que había jurado. Y añaden que para dar un testimonio de su lealtad se dirigió, llevando consigo su mujer y sus hijos, a la corte del monarca, al cual se presentó con los pies descalzos y una soga al cuello, como quien prefería entregarse a la muerte antes que dejar de cumplir una palabra empeñada Grandemente irritado estaba Alfonso VII, más desarmó su ira aque1la prueba inaudita de lealtad, y le dejó ir libre, quedando para él en el concepto de un noble caballero. Hercul. Hist. de Portugal, tom. I, pág. 288, y not. XII. <<
[291] Luc. Tudens. Chron. página 103.—Chron. Adef. Imperat.—Bofar, Condes de Barcelona.—Sandoval equivoca la fecha del matrimonio de Alfonso VII como muchas otras. <<
[292] Conde, part. III, c. XXXIII.—El obispo Sandoval comete varias inexactitudes al dar cuenta de este suceso, y supone muy erradamente que Rota’l-Yehud, o Roda de los Judíos, que pertenecía a Aragón, era una Rueda que dice está «a la entrada de Andalucía». <<
[293] He aquí algunos de los versos con que el poeta pinta lo recio de aquella batalla:
Trábase nueva lid, espesos golpes
Se multiplican, recio martilleo
Estremece la tierra, y con las lanzas
Cortas se embisten, las espadas hieren,
Y hacen saltar las aceradas piezas
De los armados, y al sangriento lago
Entran como si fuesen los guerreros
Camellos que la ardiente sed agita,
Cual si esperasen abrevarse en sangre
Que a borbotones las heridas brotan,
Fuentes abiertas con las crudas lanzas…
Trad. de Conde, p. III. c. XXXII. <<
[294] Cron. de Alfonso VII.—Conde no habla de esta expedición. Algunos la confunden con la de Alfonso el Batallador, aún siendo tan distintos los puntos a que se dirigieron. Según Sandoval, el conde castellano que mandaba el segundo cuerpo no era don Rodrigo González el de Lara, sino don Rodrigo Martínez Osorio. <<
[295] La misma que veremos después casarse con el rey de Navarra don García Ramírez <<
[296] Mariana y otros autores dicen haberle concedido la dispensa el papa Inocencio II. Sabau, siguiendo a Ferreras, afirma haberlo hecho el antipapa Anacleto. Mariana, Zurita y Traggia, con el historiador de San Juan de la Peña, suponen que don Ramiro había sido abad de Sahagún y después obispo electo de Burgos, de Pamplona, de Roda y Barbastro. Hay quien le niega el orden sacerdotal. Véase a Traggia, Memorias de la Academia de la Historia, tom. III, el cual niega lo de las cortes de Borja y de Monzón, tan admitido por todos los historiadores. <<
[297] Carta de donación de la era 1173, citada por Blancas, Comentarios, p. 148. <<
[298] Chron. Adef. Imperat.—Sandoval, Cinco Reyes.—Risco, Hist. de León. En este último puede verse la refutación de los argumentos de Moret, para negar la asistencia del rey de Navarra a la coronación imperial de Alfonso VII.—El título de emperador se había aplicado ya en documentos y epitafios a más de un rey de León y de Castilla, y los escritores aragoneses le dan a su monarca Alfonso I el Batallador; mas ningún príncipe cristiano había recibido en España solemnemente la investidura y la diadema imperial hasta Alfonso VII de Castilla. <<
[299] Zurita. Anal., lib. I, c. LV. <<
[300] Traggia, Memorias de la Academia, tom. III.—He aquí cómo cuenta el romance lo que pasó entre él y sus caballeros al entrar en el primer combato en que se encontró:
—Las riendas tomad, señor,
con aquesta mano misma
con que asides el escudo,
y ferid en la morisma.
El rey, como sabe poco,
luego allí les respondía:
—Con esa tengo el escudo,
tenellas yo no podría,
ponédmelas en la boca,
que sin embarazo iba… <<
[301] El juicioso Zurita cuenta este suceso con duda y desconfianza. Traggia en su citada Memoria supone con Garibay, Briz Martínez y Abarca, «que este fue un cuento forjado para dar color a la inutilidad de don Ramiro, sobre el verdadero castigo o justicia ejecutada en 1136 en algunos rehenes que se hallaban en Huesca, según los anales o memorias de Cataluña que alega Zurita». Lo cierto es que ni el arzobispo don Rodrigo, ni el cronista de Alfonso VII, ni el Anónimo de Sahagún y su interpolador, que fueron los escritores más inmediatos al suceso que se supone, hablan una palabra de un hecho tan ruidoso y que tan honda impresión habría causado en los ánimos. El ilustre académico citado expone otras varias razones, que nos parecen concluyentes, para probar la falsedad de la Campana, o más bien de la Campanada de Huesca. <<
[302] Archivo de la corona de Aragón, pergam. n. 86. <<
[303] Ibid., pergam. n. 76. <<
[304] Archivo de la corona de Aragón, pergam. numeros 85 y 87. <<
[305] No estuvo siempre después de su renuncia en Huesca, como algunos han escrito. Hay documentos que prueban haber estado también en San Juan de la Peña, Borja y otros puntos. Se cree que vivió hasta 1154. De su esposa doña Inés apenas quedó memoria alguna; infiérese que se redujo también a la vida privada. <<
[306] Conde, part. III, cap. XXIV. <<
[307] Nuestro malogrado amigo el señor Piferrer, en sus Recuerdos y bellezas de España (tomos de Mallorca y Cataluña), insertó curiosos documentos y pormenores acerca de esta famosa expedición de pisanos y catalanes a las Baleares, sacados del Archivo general de la corona de Aragón, tales como el convenio celebrado en 1113 en San Felio de Guixol entre el conde don Ramón Berenguer III y los pisanos, y otros que confirma la crónica Gesta triumphalia per Pisanos facta, etc., de Muratori. En esta interesante obra hallará el que las desee circunstancias e incidentes en que no le es dado detenerse a un historiador general. <<
[308] En el Archivo de Barcelona (Colección de escrituras rolladas del conde Ramón Berenguer III, número 229) hemos visto original el convenio celebrado en septiembre de 1120, que empieza así: «Hec est convenientia que est facta inter Alchaid Avifilel et dominum Raimundum barchinonensem, comitem et marchionem: quod de ista hora in antea sint amici inter se et fideles, sine ullo malo ingenio et enganno, etc». Y aparece firmado por el conde don Ramón, a cuya firma sigue la de Avifilel en árabe. <<
[309]
Ipse Rodericus, mio Cid semper vocatur,
De quo cantatur, quod ab hostibus haud superatur,
Qui domuit Mauros, etc.
Chron. Adef. Imper. ap. Flórez, Esp. Sagr., tom. XXI. <<
[310] Quintana, Vidas de españoles célebres: en la del Cid. <<
[311] Sin disculpar, ni menos justificar aquella inhumana acción del Cid, citaremos un comprobante de la manera como en aquellos tiempos se miraba a los sarracenos. Quiso Sancho Ramírez de Aragón en los Fueros de Jaca aliviar la suerte de los musulmanes cautivos, y creyó haber dado un brillante testimonio y notable rasgo de clemencia y generosidad con la medida siguiente: «Si alguno ha tomado en prenda de su vecino un esclavo o esclava sarracena, envíelo a mi palacio, y el dueño del esclavo o esclava dele pan y agua; porque es un hombre y no debe morir de hambre como una bestia». La medida del legislador prueba cual seria la idea que el pueblo tendría de sus deberes para con un musulmán. <<
[312] Part. II, lib. I, cap. VII de nuestra Historia. <<
[313] El abad ejercía una jurisdicción casi omnímoda: los moradores de la villa no podían poseer hereditariamente dentro del coto del monasterio, campo ni heredad: los vecinos estaban obligados a cocer el pan en el horno del monasterio: ni los mismos nobles podían tener casa ni habitación dentro de la villa, y ningún sayón ni ministro del rey podía ejercer en ella jurisdicción, debiendo ser muerto en otro caso y absuelto el matador. Hist. del Real Monasterio de Sahagún, por Fr. José Pérez, y continuada por Escalona, págs. 301 y 302. <<
[314] Privíleg. cit. por Sandoval. Cinco Reyes. <<
[315] Hist. de Sahagún, p. 325. <<
[316] En algún historiador hemos leído que cuando el Batallador se apoderó de Zaragoza mandó arrasar las fortificaciones moriscas, diciendo que la capital del reino no debía tener más defensa que el valor de sus habitantes: expresión sublime, que a ser cierta nacería más de arranque genial que de previsión de aquel rudo monarca, y e la cual sin embargo han venido a dar valor profético en tiempos posteriores las conocidas hazañas de aquel pueblo de héroes. <<
[317] Foz, Hist. de Aragón, tomo I, p. 280. <<
[318] Este derecho y facultad como innata a los pueblos de elegir persona en quien depositar la autoridad suprema, en circunstancias y casos dados, de que los mismos sarracenos habían hacho uso en tres distintas ocasiones, fue como instintivamente reconocido en la España cristiana desde los primeros tiempos de la restauración. En Asturias y León se puso muchas veces en práctica esta prerrogativa, y los navarros hicieron lo mismo cuando ocurrió la muerte de Sancho el de Peñalén, dando por libre elección la corona a Sancho Ramírez de Aragón. La de Bermudo el Diácono en Asturias prueba que no era esta la sola vez que se había ido a buscar un rey a la iglesia. <<
[319] Este último era el antiguo privado y amante de su madre doña Teresa, qué expulsado del reino por el hijo seguía las banderas del emperador, y era el más constante y duro adversario del infante portugués. <<
[320] Hist. Compostel, l. III.—Hist. del Monast. de Sahagún. Apend. III.-Chron. Adef. Imperat. <<
[321] Cantantes in tympanis, et cytharis, el cymbalis, et psalteriis. Chron. Adef. n. 69. <<
[322] Archivo de Barcelona, pergamino n. 96. Hec est convenientia et concordia quam fecerunt, etc. <<
[323] Zurita, Anal., lib. II, capítulo III.—Sandoval, Cinco Reyes. <<
[324] Archivo de la Corona de Aragón, pergam. n. 116. <<
[325] 27 de noviembre de 1143.—Ibid. perg. n. 159. <<
[326] El obispo Sandoval, Chron. de don Alfonso VII. <<
[327] De las expresiones del cronista latino de Alfonso VII se infiere que los juegos de cañas y las fiestas de toros constituían ya una parte de las costumbres españolas: juxta morem patriæ, dice el autor de la crónica. Habla además de otro juego que consistía en herir a un jabalí con los ojos vendados, y dice que muchas veces por herir al animal se lastimaban unos a otros, lo cual producía grande hilaridad en los espectadores: et volontes porcum occidere, sese ai invicem sæpius læserunt, et in risum omnes circunstantes ire coegerunt. Chron. Adef. Imperat. núm. 37. <<
[328] Solamente no concurrió a esta empresa don Alfonso Enríquez de Portugal. Era entonces cuando él tenía más interés en demostrar que ya no alcanzaban a los dominios portugueses las órdenes del emperador, y que Portugal obedecía solamente a su rey Alfonso I. Mas este príncipe estaba haciendo también por su parte conquistas importantes, como veremos en otro lugar. <<
[329] El autor de la Crónica latina del emperador Alfonso refiere la conquista de Almería en verso, ad removendum (dice) variatione carminis tædium.—Conde, parte III. Cap. 41. <<
[330] «Ellos tomaron el escodilla antes que el haber, que era muy grande, e tovieronse por pagados con ella…». Hist. antigua ms. citada por Sandoval. <<
[331] Pujades, Crón. lib. XVIII. cap. XVI. <<
[332] En el archivo de Barcelona, perg. n. 209, se halla la capitulación otorgada por don Ramón Berenguer a los moros de Tortosa: documento notable por el lenguaje, y que nos sirve para conocer la alteración que estaba entonces sufriendo el idioma. <<
[333] Archivo de la Corona de Aragón, perg. n. 214. <<
[334] Esta celebre copia del Corán, que conservaron después Abdelmumén y sus sucesores, la hicieron forrar con planchas de oro guarnecidas de diamantes, y cuando iban a la guerra, un camello soberbiamente enjaezado marchaba delante con el santo libro guardado en una cajita cubierta con tela de oro. <<
[335] Los largos pormenores y variados incidentes de esta guerra entre Almorávides y Almohades pueden verse en Conde, parí. III.cap. XXXIII al XL. Dombay está de acuerdo con Conde en todos los puntos más importantes. <<
[336] Archivo de la Corona de Aragón, pergam. n. 1. fól. 16. <<
[337] Et ego imperator tibi comiti convenio quod ab hac prima festivitate Sancti Michaelis in antea predictus filius meus Sancius filiam Garsie tenebit. Deinde vero quandocumque volueris, etc. <<
[338] Diósele este sobrenombre por lo mucho que se deseaba el nacimiento de un príncipe, y haber tardado cinco años en tener sucesión su madre doña Berenguela. <<
[339] Archivo de la Corona de Aragón, pergam. núm. 250.—El testamento es de fecha de 4 de abril de 1152.—El señor Piferrer en los Recuerdos y bellezas de España le pone equivocadamente en 1151. <<
[340] A propósito de esto cuenta Sandoval el siguiente ejemplo de justicia y de severidad. Un labrador de Galicia vino a quejarse al emperador de fuerzas y agravios que le había hecho un caballero infanzón su vecino, llamado don Hernando. Mandó el monarca al ofensor que satisfaciese al agraviado, y juntamente escribió al merino de] reino para que le hiciese justicia. Ni don Hernando cumplió lo que el emperador le mandaba, ni él merino fue parte para compelerle a ello. El labrador repitió su queja; sintió tanto el emperador su desacato, «que a la hora, dice el cronista, partió de Toledo, tomando el camino de Galicia, sin decir a nadie su viaje, yendo disimulado por no ser sentido. Llegó así sin que don Hernando lo supiese, y haciendo pesquisa de la verdad, esperó que don Hernando estuviese en su casa y cercóle, y prendióle en ella, y sin más dilación mandó poner una horca a las puertas de las mismas casas de don Hernando, y que luego le pusiesen en ella, y al labrador volvió y entregó, todo lo que se le había tomado… Hecho esto, volvióse para Toledo». <<
[341] Según Abulfeda y Dombay Almohades quiere decir Unitarios, creyentes en un solo Dios, por contraposición a los idólatras y a los cristianos, a quienes llamaban moshrikun (politeístas), porque creían y adoraban la Trinidad. <<
[342] El autor del libro de los Príncipes (Kitab el Moluk) cuenta haberse hecho la elección y nombramiento de Abdelmumén de la siguiente dramática manera. La muerte de el Mahedi estuvo algún tiempo oculta, y Abdelmumén gobernaba en su nombre como si viviese. Entretanto Abdelmumén acostumbró a un leoncillo que criaba a hacerle caricias, y enseñó a un pájaro a pronunciar en árabe y en berberisco estas palabras: «Abdelmumén es el defensor y el apoyo del Estado». Llegado el día en que ya fue preciso publicar la muerto de el Mahedi y proceder a la elección de nuevo emir congregó Abdelmumén a los jeques y caudillos en una sala bien preparada de antemano para su proyecto. Pronunció Abdelmumén una arenga, manifestando el objeto de la reunión y la necesidad de nombrar un califa que gobernara y sostuviera el imperio. En un momento de silencio que guardó la asamblea se oyó una voz que dijo: «Victoria y poder a nuestro Señor, el califa Abdelmumén, emir de los creyentes, amparo y sostén del imperio». Era el pájaro que estaba oculto en la parte superior de una columna del salón. Al propio tiempo se abrió una puerta, de donde salió un león, cuya presencia aterró a todos los circunstantes: solo Abdelmumén se dirigió con mucha calma a la fiera, la cual moviendo su larga cola comenzó a hacerle caricias y a lamerlo suavemente las manos. No podían darse señales más claras y evidentes de la voluntad de Dios en favor de Abdelmumén: aclamáronle todos a una voz, y le juraron obediencia y fidelidad. El león le seguía y acompañaba a todas partes, y el poeta Abi Aly Anas celebró esta elección en elegantes versos. <<
[343] Conde, part. III, cap. XL. <<
[344] Hállanse larga y minuciosamente referidas estas guerras entre Almorávides y Almohades en los árabes de Conde, part. III, cap. desde el 26 al 44. <<
[345] Cale, Portucale, Portugal.—Sobre el origen de Cale y su situación a la margen izquierda del Duero en tiempo de los romanos, véase a Flórez, España Sagrada, tom. XXI, pág. 1 y sig.—De Portucale en el siglo V, habla la Crónica de Idacio.—Menciónase en el siglo IX en la de Sampiro, y en el X en el Libro Preto da Sé de Coimbra.—Sobre la formación del distrito Portucalense y Portugal puede verse la not. 1 al libro I de la Hist. de Herculano. <<
[346] Part. II, lib. I, cap. XXII de nuestra historia. <<
[347] Dedit D. Garseano totam Gallaeciam una cum tolo Portucale, dice Pelayo de Oviedo en su Crónica. <<
[348] Part. II, lib. II, cap. III de nuestra Historia. <<
[349] Gayangos, trad. de Al-Makari, vol. II, Ap. A.—Anal. Toledanos en la Esp. Sagr. tom XXIII, página 403. <<
[350] Las condiciones de este célebre tratado, publicado por D’Acchery en su Specilegium, eran: que a la muerte del monarca, Enrique sostendría fielmente el dominio de Ramón, como su señor único, ayudándole a adquirir todos los estados del rey contra cualquiera que se los disputase; que si caían en sus manos los tesoros de Toledo, se quedaría él con la tercera parte y cedería las otras dos a Ramón: que esto daría a Enrique Toledo y su distrito, a condición de reconocerle vasallaje, tomando para sí las tierras de León y de Castilla; que si algunos les opusiese le harían la guerra juntos; que en el caso de no poder dar la ciudad de Toledo a Enrique, le daría la Galicia, comprometiéndose Enrique a ayudarle a posesionarse de León y Castilla. Tales eran en sustancia las condiciones de este curioso pacto, en que cada cual se aplicaba de futuro la porción que a su posición respectiva convenía más. <<
[351] Aguirre, Collect. Concil. t. III.—Sandoval, Cinco Reyes. <<
[352] Capítulo IV del citado libro: reinado de doña Urraca. <<
[353] Capítulo VII de este libro. <<
[354] Chron. Goth. en la Mon. Lusit. 1, lib. X, c. 3. <<
[355] Llamábase a estos juegos bofordos, o bohordos, bohordar, ejercitarse en torneos o cañas. <<
[356] Hercul, Hist., lib. II, pág. 333. <<
[357] La Crónica latina de Toledo indica lo primero; la de los Godos da a entender lo segundo. <<
[358] Líber fidei, fol. 129, V.—Not. XVIII, al tom. I de Herculano. <<
[359] Chron. Adef. Imperat. 2.—Flórez, Esp. Sagr., t. XVI, p. 206. <<
[360] Brandaon, Mon. Lusit., parte III, lib. X, c. X.—Aguirre, tomo V.—Balluc, Miscell, vol. II, pág. 220. <<
[361] Mansi. Eps. 74 y 75 de Eugenio III.-Hercul. Not. XIX y XX al t. l. <<
[362] En este capítulo, sin dejar de tenor a la vista las Crónicas lusitana y toledana, la Historia Compostelana, las de Sandoval, Flórez, y Risco, de Escolano, de Brandaon, las colecciones de Balucio y Aguirre, las Cartas de los papas, y otras muchas obras históricas que tratan de esta época, hemos seguido en lo general al juicioso y erudito Herculano, que en su excelente Historia de Portugal muestra haber estudiado profundamente este periodo, e ilustrádole en sus notas con interesantes documentos sacados de las iglesias y archivos de aquel reino. No nos ha sido posible comprender por Mariana el modo como se fue segregando y haciendo independíente el Portugal. <<
[363] El arzobispo don Rodrigo hace un grande elogio de este príncipe. De Reb. Hisp, lib. VII. <<
[364] Roder. Tolet. ubi sup.—Ya en el año anterior (1156) se había instituido la orden militar de Alcántara, en su principio llamada de San Julián del Pereiro. Un caballero de Salamanca llamado don Suero, deseoso de ilustrar su nombre y de servir a la causa cristiana peleando contra los moros y tomándoles algún lugar fuerte de la comarca, convocó y excitó a otros ricos-hombres de Castilla a que le ayudaran en su empresa. Encontraron un día estos celosos adalides a un ermitaño nombrado Amando, el cual les señaló un lugar fuerte a propósito para su objeto, que era donde él tenía su ermita. Asentáronse ellos allí, y acudiendo otros soldados, eligieron por su capitán al mismo Suero de Salamanca. A persuasión del ermitaño pidieron al obispo de aquella ciudad que les diese una forma regular, y él les dio el instituto de la orden del Císter que profesaba él mismo: Habiendo muerto don Suero en batalla, le sucedió en la dignidad su compañero don Gómez. El rey don Fernando II. de León les hizo muchas donaciones, entre ellas el castillo de Alcántara, de donde tomó nueva denominación aquella milicia. Después se unió a la de Calatrava que tenía el mismo instituto cisterciense.—Manrique, Anal. 2. folio 280.—Núñez de Castro, Crón. de don Sancho el Deseado, cap XVIII. <<
[365] Archivo de la corona de Aragón, Reg. 1. fol. 18. <<
[366] He aquí el epitafio que pusieron en Nájera a aquella virtuosa reina:
AQUÍ YACE LA REINA DOÑA BLANCA,
BLANCA EN EL NOMBRE, BLANCA Y HERMOSA EN EL CUERPO,
PURA Y CÁNDIDA EN EL ESPÍRITU,
AGRACIADA EN EL ROSTRO,
Y AGRADABLE EN LA CONDICIÓN:
HONRA Y ESPEJO DE LAS MUJERES:
FUE SU MARIDO DON SANCHO,
HIJO DEL EMPERADOR,
Y ELLA DIGNA DE TAL ESPOSO:
PARIÓ UN HIJO Y MURIÓ DE PARTO. <<
[367] Tuvo principio esta institución en 1160. Doce aventureros de aquel reino, cansados y arrepentidos de la vida estragada y licenciosa que habían estado haciendo, determinaron unirse en forma de congregación para defender las tierras cristianas de los insultos de los infieles, creyendo tener así ocasión de expiar sus pasados extravíos, que tales eran las ideas y el espíritu de aquel tiempo. Fue elegido jefe de esta nueva hermandad militar un don Pedro Fernández, de Fuente-encalada en la diócesis de Astorga, hombre de buen temple y de bien organizada cabeza: el cual con el consentimiento del rey don Femando, y a imitación de otros fundadores de institutos semejantes, dio a su hermandad la regia de San Agustín, bajo los auspicios y protección del apóstol Santiago, de quien tomó el nombre la orden. Dióles el rey en posesión varias tierras y lugares en el mismo obispado, y los nuevos caballeros empezaron pronto a acreditar su valor en varios reencuentros con los musulmanes.—Prólogo de las ordenanzas de esta milicia.—Bula de Alejandro III.—Noticia de las órdenes de caballería de España, tom. I. <<
[368] Anal. Toled. primeros, página 391. <<
[369] Carta de Alfonso IX. en favor de la Iglesia y obispo de Salamanca. Facta charta hujus donationis,etc.—Ciudad-Rodrigo se llamaba antes Aldea de Pedro Rodrigo,sin duda del que tenía el señorío del pueblo. <<
[370] Don Rodrigo de Toledo.—Anal. Toled. primeros, ubi sup.—Núñez de Castro, Crónicas, cap. VI.—Mondejar. Mem. Históricas, cap. XV.—Colmenares, Historia de Segovia, capítulo XVII.—Núñez de Castro pone la batalla de Huete después de la toma de Toledo: rectifícale Mondejar. <<
[371] Rades de Andrada, en su Crónica de Calatrava, cuenta este sucoso con todos sus pormenores. Refiérenle también Núñez de Castro y Mondejar en sus Crónicas de don Alfonso VIII. <<
[372] Zurita, Anal. lib. II, Cap. XXVIII.—Los Cronistas de Alfonso VIII. <<
[373] Es ya incuestionable y consta por documentos auténticos que doña Berenguela fue la hija primogénita de AlfonsoVIII; por consecuencia no hay ya quien sostenga el error de Garibay, Mariana, Zurita y otros que supusieron mayor a doña Blanca, que casó con el rey Luis de Francia, de que quisieron algunos deducir el derecho de Francia a la corona de Castilla.—Omitimos por fabulosos los supuestos y celebrados amores de Alfonso VIII con la hermosa judía de Toledo. Véase para esto a Flórez, Reinas Católicas, t. I.-Nuñez de Castro, cap. XVI.—Mondéjar, cap. XXIII. <<
[374] Zurita, Anal., lib. II.—Moret, Anal., lib. XIX.—Salazar y Castro, Casa de Lara, tom. I. libro III. <<
[375] Zurita, Anal., lib. II., c. XXXV.—Rizo, Hist. de Cuenca, part. I, c. VIII. <<
[376] Brompton y Hoveden, citado por Mondejar.—Matt. Paris, Historia maj. Angl.-Pulgar, Hist. de Palencia, tom. I, part. II.—Zurita, Anal.—Mondejar,en sus Memorias históricas de don Alfonso el Noble, inserta a la letra el pacto de los dos reyes, las alegaciones de los embajadores en la asamblea o parlamento de Inglaterra, la sentencia arbitral del rey Enrique, y el convenio jurado de los dos monarcas españoles en Fitero, donde puedo verse las plazas y los castillos que nominatim se mandó devolver y restituir a cada uno de los soberanos. <<
[377] Escrit. cit. por Moret, Anal, de Navarra, tom. II, lib. XIX. <<
[378] Rod. Tolet. de Reb. Hispan., lib. VII.—Hist. de Plasencia, lib. I.—Salazar, Casa de Lara, t. I, lib. 3.—Manrique, Annal. Cisterc. tom. III, p. 201. <<
[379] Privilegio inserto por Colmenares en la Hist. de Segovia, cap. XVIII, sacado del archivo de aquella catedral. Fecho en Toledo a 19 de diciembre de 1180. <<
[380] Ibn Sahid, en Gayangos, t. II.-Chron. Conimbrices.-Roder. Tolet., lib. VII. c. XXIII.-Luc. Tud., p. 107.-Flórez, Esp. Sagr., t. XXII.-Salazar, Casa de Lara, t. III. <<
[381] Flórez, Reinas Católicas, t. I. <<
[382] Relación de Radulfo de Diceto, escritor casi contemporáneo, que trascribió también Mateo Paris. Herculano la ha tomado del primero, Romey del segundo. Pueden verse también Ibn Khaldun y Al-Makari en Gayangos, t. II. <<
[383] Roder. Tolet. de Reb. Hisp., 1. c.—Flórez, Reinas Católicas, t. I.—Risco, Hist. de León, t. I. <<
[384] Zurita, Anal., lib. II, cap. XVIII. <<
[385] Archivo general de Aragón, perg. núm. 1 de Alfonso I.—Es notable en este testamento la circunstancia de no haber hecho mención de las hijas. <<
[386] Ibid., Reg. I, fol. 10. Fecha 18 de junio de 1164.—Ratificó doña Petronila esta cesión en su testamento, hecho en octubre de 1173. <<
[387] Zurita, Anal., lib. II, cap. XXIV al XLIII. <<
[388] El conocido en las crónicas cristianas por el Rey Lobo. <<
[389] De este consorcio con tan extrañas circunstancias celebrado nació una hija que casó después con el rey don Pedro de Aragón, y fue madre del famoso don Jaime el Conquistador. <<
[390] Aún cuando en el orden cronológico le tocaba a este Alfonso ser el VII. de León, como reinaba ya un Alfonso VIII. en Castilla, y los dos reinos vinieron a unirse después en una misma casa real, como ya lo habían estado antes, los autores adoptaron el número de unos reyes para la serie de los otros, haciendo de todos ellos una misma numeración cronológica. <<
[391] Mondéjar trae el texto integro de estas capitulaciones en el capítulo LVI de sus Mem. Hist. de don Alfonso el Noble. <<
[392] Flórez, Reinas Católicas, t. I. <<
[393] Zurita, Anal., lib. II, caps. XLIII y XLIV.-Garibay, Comp. histórico, lib. XII.-Mondéjar, Crónica de Alfonso VIII, cap. LX.—Sousa, Brandaon, Brito, Herculano, en las Hist. de Portugal. <<
[394] Conde, p. III, c. LI. <<
[395] «Llenó (dice el arzobispo don Rodrigo) los campos de varias lenguas, pues se formaba su ejército de partos, árabes, africanos, Almohades… Su ejército era innumerable, y como la arena del mar la muchedumbre». Lib. VII, cap. XXIX.—«Juntó Aben Jacob, (dice Luis del Mármol) cien mil de a caballo y trescientos mil peones, y pasando con ellos a España fue a Córdoba… etc». Hist. de África, lib. II. <<
[396] Ebn Abdelhalim, l. c. <<
[397] Entre todos los ejércitos cristianos no hubiera podido reunirse este número, cuanto más siendo solos los castellanos los que dieron este combate. A no dudar, así los cronistas cristianos como los historiadores árabes han exagerado la cifra de los que peleaban en las lilas enemigas. <<
[398] Sin duda los nobles de Castilla y los caballeros de las órdenes militares. <<
[399] Chron. Coimbric.-Id. Compost.—Anal. Toledan.—Don Rodrigo, loc. cit. <<
[400] Sobre la época de este matrimonio, tan debatida entre los historiadores, véase a Flórez, Reinas Católicas, t. I, y a Mondejar, Crónica de Alfonso VIII, caps. LIX, LX Y LXI, y los documentos que citan. <<
[401] Epíst. de Inocencio III. en Balucio.-Flórez, Reinas Católicas, t. I.—Mondejar, cap. LXX, y Apéndice.—Había habido tres hijos de este matrimonio, Fernando, que murió en la infancia, y Sancha y Dulce que sobrevivieron. <<
[402] Archivo de la corona de Aragón, núm. 70 moderno, colec. de pergaminos de don Alfonso I.—Bofarull, Condes de Barcelona, t. II, pág. 216.—Zurita, Anal., lib. II, capítulo XLVII. <<
[403] Gesta Inocentii III.—Bullar.—Alcántara, sub an. 1203.—privilegium Astoricæ, ínter Regal. nota 64.—Flórez y Mondejar, loc. cit. <<
[404] Este es el objeto verdadero que le atribuye el ilustrado Mondejar, el cual refuta con razones de gran peso el de los amores de sancho con la hija del emperador musulmán que supone Moret en sus anales. En efecto, la anécdota de los amores del monarca navarro con la princesa africana nos parece llena de circunstancias ni probables ni verosímiles. <<
[405] Garivay, lib. XXIV, cap. XVII. <<
[406] Don Rodrigo de Toledo, libro VII, c. XXXII.—Moret, AnalES, lib. XX, capítulo. 3. <<
[407] Mattb. Paris, Hist. Maj. Anglor.—Juan de Bussieres, Hist. Franccesa.—Juan Du-Tillet, Andrés Duchesne, y otros contemporáneos.—Ni doña Blanca era la primogénita, como dice Mariana, sino la menor: ni las bodas sé celebraron en Burgos, ni fue su padre a acompañarla a Guiena, ni hubo ninguna de las circunstancias con que Mariana, engañado sin duda por la Crónica general, refiere haberse hecho este matrimomo, en.su lib. VI. cap. XXI. <<
[408] Marca, Hist. De Bearne.—Luc. Tud.—Rod. Tolet., lib. VIII. cap. XXXIV <<
[409] Escritura del archivo de la catedral de León, inserta por Risco en la Esp. Sagr. tonm XXXVI. Apéndice 62.—El tratado comienza así: «Esta es la forma de la paz, que es firmada entre el rey don Alfonso de Castilla, y entre el rey don Alfonso de León, et entre el rey de León, et entre el filio daquel rey de Castilla que en pós él regnará». <<
[410] Don Rodrigo de Toledo, libro VII, c. XXIV.—Luca de Tuy, en la España Ilustr., tom. IV.—Alcázar, Disertacion chrono-histórica, en la vida de San Julian obispo de Cuenca.— Pulgar en la Historia de Palencia anticipa un año la fundación, part. I, pág. 278 y sig. <<
[411] Zurita, Anal., lib. II, c. XLIX y L. <<
[412] Los reyes de Aragón no se coronaban antes con la pompa y solemnidad que lo hicieron desde Pedro II. Con solo armarse caballeros cuando eran de edad de 20 años, o al tiempo que se casaban, tomaban el titulo de reyes y entraban a entender en el regimiento del reino con consejo y parecer de los ricos hombres de la tierra. <<
[413] Decimos, «por su mano», porque según algunos cuentan valióse el rey don Pedro de un ingenioso ardid para que el papa le pusiese la corona con la mano, y no con los pies, como dicen que acostumbraba a hacerlo con otros reyes. El artificio fue mandar hacer una corona de pan cenceño, que adornó con preciosas perlas, para que por reverencia a la materia de que era hecha no la pusiese con los pies, y sí con las manos.—Blancas, Coronaciones de los reyes de Aragón, pág. 4. <<
[414] Zurita, Anal., lib. c. LI.—Blancas, Coronaciones, c. I.—Este autor copia a la letra el juramento del rey y las bulas del pontífice. <<
[415] Los mismos y todos los historiadores de Aragón. <<
[416] Había estado María casada con el conde de Cominges, de quien tenía dos hijas. <<
[417] Las circunstancias de este suceso, así como las que acompañaron al nacimiento del príncipe don Jaime, que fue el fruto de la unión artificiosa de aquella noche y que referiremos luego, por extrañas y singulares que parezcan, están aseguradas por todos los historiadores más juiciosos, por el mismo Ramón Muntaner que alcanzó y conoció a don Jaime el Conquistador, y que empieza su historia diciendo: «Comienzo mi crónica por el rey don Jaime, porque le he visto yo mismo»; y por el propio monarca en la que de sí mismo escribió.
He aquí como refiere Muntaner lo ocurrido en aquella noche famosa. «Con arreglo al plan combinado, cuando todo el mundo dormía en palacio, veinte y cuatro pro-hombres, abades, priores, el oficial del obispo, y varios religiosos, doce damas y otras tantas doncellas con cirios en la mano fueron al palacio real con dos notarios y llegaron hasta la puerta de la cámara del rey. Entró la reina: los demás se quedaron fuera arrodillados y en oración toda la noche. El rey creía tener a su lado la dama de quien era servidor. Las iglesias de Mompeller estuvieron abiertas y todo el pueblo se hallaba en ellas reunido y orando según lo acordado. Al amanecer los notables, los religiosos y todas las damas, cada uno con una antorcha en la mano, entraron en la real cámara. El rey saltó de la cama asustado y echó mano a la espada: entonces se arrodillaron todos, y enternecidos exclamaron: “Por Dios, señor, mirad con quien estáis acostado”. Reconoció el rey a la reina, y le explicaron el plan y objeto de aquel suceso. “Pues que así es, exclamó el rey, quiera el cielo cumplir vuestros votos”. En aquel mismo día montó el rey a caballo, y salió de Mompeller, etc.». <<
[418] Zurita, Anal., lib. II, capítulo LXII. <<
[419] Al dar cuenta de estos lamentables sucesos el juicioso Zurita, y al referir como el ejército de la iglesia acometió la ciudad de Beses, dice: «A la cual se enviaron por orden y comisión de los legados ciertos religiosos que llevaban lista de los que estaban infamados y convencidos de aquel error y herejía, para que o los echasen de la ciudad o se saliesen los católicos; y no lo queriendo cumplir, fue la ciudad entrada por combate, y murieron siete mil personas que perseveraron en su pertinacia… Luego se rindió Carcasona, y salieron los vecinos de ella en camisa, y la ejecución se hizo como en tal caso se quería rigurosamente a fuego, y a sangre… Y en el año siguiente de MCCX. se puso cerco a un castillo fortísimo, llamado el castillo de Minerva; y después de diversos combates y de grandes fatigas que allí padecieron, fue entrado: y quemaron más de ciento y cuarenta personas que persistieron en su obstinación, y no se quisieron reducir… Entróse por fuerza de armas un lugar y castillo muy fuerte llamado Vauro, adonde fue ahorcado el capitán de la gente de guerra que en él estaba… y fueron degollados ochenta caballeros de los más principales, y fue empozada y cubierta de piedras Geralda, que era señora de aquel castillo… y fueron quemados más de trescientos…».—Anal de Aragón, libro II, cap. LXIII.
En aquellas pesquisas y en estas ejecuciones se ve el establecimiento de la Inquisición en Francia por el papa Inocencio III, de donde después se trasmitió a Italia y España. Fueron muchos los albigenses que murieron quemados, y los condados de Languedoc, Gascuña y Foix sufrieron gran despoblación.—Historia de los albigenses.—Historias de los pontífices. <<
[420] Documento citado por Sandoval, Cinco Reyes, p. 71. <<
[421] Los nombres de los aragoneses que aquí omitimos, pueden verse en Zurita, Anal., libro II, c. LXI: los de Castilla en Núñez de Castro, Crónica de don Alfonso VIII, cap. LXX. <<
[422] Los omes de ultrapuertos, que dicen nuestras crónicas. <<
[423] Las Navas de Tolosa pertenecen a las llamadas poblaciones de Sierra-Morena, partido de la Carolina, y lindan con el desfiladero nombrado de Despeñaperros. <<
[424] Dice alguna crónica que este pastor se llamaba Martín Halaja; que entre las señas que dio fue una que encontrarían en el sendero una cabeza de vaca comida de los lobos, lo cual se verificó también; y añaden, que enseñado que hubo el camino no se volvió a ver a semejante hombre: por lo mismo no es maravilloso que en aquellos tiempos se generalizara la tradición de que aquel hombre era un ángel bajo el traje de pastor. El suceso verdaderamente, atendidas todas las circunstancias, parece tener algo de providencial, ya que no de milagroso. <<
[425] Otros nombres pueden verse especificados con prolijidad en don Rodrigo, Bleda, Zurita, Argote de Molina, la Crónica de Beuter y otras varias. <<
[426] Conde, p. III, c. LV. <<
[427] Argote de Molina, en su Nobleza del Andalucía, 1. I, c. XLVI. <<
[428] El mismo arzobispo en su Historia. <<
[429] Seguimos en esto la relación del mismo don Rodrigo, que fija en doscientos mil poco más o menos el número de los moros muertos; número, que aunque parezca exagerado no debe serlo sin duda a juzgar por la confesión de los mismos historiadores mahometanos. En los árabes de Conde, donde se supone que solo los voluntarios de África eran ciento sesenta mil, se dice expresamente: «y los cristianos los envolvieron con sus escuadrones haciendo en ellos atroz matanza… y perecieron innumerables voluntarios: de todos dieron cabo, hasta el último soldado murió peleando». Y hablando más adelante del resto del ejército dice: «Siguieron los cristianos el alcance, y duró la matanza en los muslimes hasta la noche… hasta no dejar uno vivo de tantos millares». En cuanto al número de los cristianos que perecieron, muchos de nuestros historiadores quieren limitarle al reducidísimo e increíble de veinte y cinco, y otros de cincuenta, atribuyéndolo a milagro, que milagro sería en verdad y no pequeño, si tal hubiese sido el resultado de tan sangrienta y reñida pelea. Creen algunos que serían veinte y cinco mil, y que el error de nuestros cronistas nace de no haber entendido bien el texto del arzobispo don Rodrigo, pues dice el prelado historiador: «Calcúlase que de los moros murieron sobre doscientos mil: de los nuestros apenas veinte y cinco: secundum existimationem creduntur circiter bis centum milia interfecta: de nostris autem VIX defuere viginti quinque». Lo que induce a pensar que diría veinte y cinco por contraposición a los doscientos, omitiendo el mil, como muchas veces se acostumbra por sobreentenderse ya cuando los guarismos son inmediatamente correlativos. No es inverosímil esta interpretación.
Sin embargo, en la carta que el rey de Castilla dirigió al papa Inocencio dándole cuenta del resultado de la batalla, le dice: «Fueron los moros, como después supimos por verdadera relación de algunos criados de su rey, los que cogimos cautivos, ciento y ochenta y cinco mil de a caballo, y sin número los infantes. Murieron de ellos en la batalla más de cien mil soldados, según el cómputo de los sarracenos que apresamos después. Del ejército del Señor, lo cual no se debe repetir sin dar muchas gracias a Dios, y solo por ser milagro parece creíble, apenas murieron veinte y cinco o treinta cristianos de nuestro ejército».—En Mondéjar, Crónica, edición de 1773, p. 316.—Y el arzobispo de Narbona, testigo también presencial de la batalla, dice: «Y lo que es más de admirar, juzgamos no murieron cincuenta de los nuestros (Ibid)». Si así fue, no nos admiramos nosotros menos que el monarca y los prelados historiadores. <<
[430] Para la relación que acabamos de hacer de esta memorable batalla hemos tenido presente la carta del mismo Alfonso de Castilla al papa Inocencio III. Dándole cuenta del suceso; la del arzobispo de Narbona, y la Historia de don Rodrigo de Toledo, todos tres testigos y actores en el combate; Lucas de Tuy; los Anales Toledanos; los Apéndices con que Mondejar enriqueció su Crónica de Alfonso VIII; la de Núñez de Castro; la de los moros de Bleda; los Anales eclesiásticos de Jaén, por Gimena; Argote de Molina, Nobleza de Andalucía; la General de don Alfonso el Sabio; Rades y Andrada, Crónica de Calatrava; Brandaon, Mon. Lusit.; los Anales de Zurita y Moret; los árabes de Casiri y de Conde; Al-Makari; Ben Abdelhalim, traducido por Moura, y todas las historias modernas. <<
[431] Conde, part. III, cap. LV. <<
[432] Innocent. III, Epist. 1. <<
[433] Roder. Tolet.—Luc. Tud.—Mon. Lusit. t. IV. App. 14. <<
[434] «E comieron las bestias, e los perros, e los gatos, e los mozos que podían furtar». Anal. Toled. primeros, pág. 399. <<
[435] Roder. Tolet.,lib.VIII, capítulo XVI. Anal. Toled. primeros, p. 574.—Id. terceros, p. 411. <<
[436] Tuvo Alfonso VIII de Castilla de su esposa Leonor de Inglaterra los siguientes hijos: Berenguela, que fue reina de León y propietaria de Castilla: un Fernando, que murió antes de 1180: Sancho, que vivió muy poco tiempo: Enrique, que le sucedió en el trono: otro Fernando que falleció en 1211: Urraca que casó con el príncipe Alfonso de Portugal: Blanca, que fue mujer del rey Luis VIII de Francia: Constanza, que entró religiosa y fue abadesa de las Huelgas de Burgos, y Leonor, que fue después reina de Aragón. Algunos añaden todavía otras hijas.—Véase Flórez: Reinas Católicas, t I, y Mondejar, Apend. a las Memorias de Alfonso VIII. <<
[437] Zurita, Anal., lib. II, c. LXIII. Mem. del rey don Jaime.-Matt. París. Historia Angl. ad.ann. 1213.—Dom. Vaisett, Hist. de Languedoc.—Su cadáver fue enterrado al lado del de su madre doña Sancha en el monasterio de Sijena.—Murió después la reina doña María en Roma (1218). En los días que permaneció en aquella ciudad ganó otro pleito que seguía sobre la sucesión del señorío de Mompeller contra Guillermo su hermano, cuyo señorío heredó también su hijo don Jaime. <<
[438] Don Pedro Ahones había de reptar al conde de traidor en nombre de toda la tierra en el caso deque no quisiese entregar el infante.—Zurita, cap. LXVI. <<
[439] Roder. Tolet., lib. IX, c. II.—Núñez de Castro, Coron., cap. VII. <<
[440] «Si algún cuaderno de las crónicas de los siglos (dice Nuñez de Castro con mucho fuego) hubiera dejado planas en blanco para escribir arrojos, desenfrenamientos, atrocidades de la ambición, no llenaran con poca admiración los blancos los sucesos del conde don Álvaro». Crónica de don Enrique el Primero, cap. IX. <<
[441] Padeció Mariana un gravísimo error en suponer que el reino de Castilla, después de la muerte de don Enrique, pertenecía de derecho a doña Blanca su hermana, casada con Luis VIII de Francia, y atribuyendo la no proclamación de dona Blanca al odio de los castellanos al gobierno extranjero. Nace este error de creer a doña Blanca mayor de edad que doña Berenguela, según en otro lugar dejamos manifestado. Equivócase también en decir que fue alzado don Fernando por rey en Nájera debajo de un olmo. Tampoco es exacto en la fecha de la proclamación.—Don Rod. de Toledo, libro VIII.—Anal. Toled. y Compost.—Crón. de don Enrique I.—Id. de San Fernando.—Crónica general. <<