El valor de la paz
Anhelamos la paz. Entre las múltiples inquietudes y las previsiones vagas que nos atormentan, este anhelo es lo único claro e indiscutible: la paz. Y, sin embargo, ¿a quién ha ocurrido preguntarse lo que ella vale realmente? Para el concesionario extranjero, nuestra paz será su lucro; para el científico desterrado, una nueva posibilidad de explotación indirecta; para el comerciante y el productor, negocios menos aleatorios, aunque no tan productivos; para el empleado, el cobro regular de sus sueldos y la estabilidad de su puesto; para muchos, el pan. Pero para México, para la nación mexicana, para la patria mexicana, ¿qué valor tiene la paz? La nación mexicana en masa, con su problema a cuestas, tiene derecho de preguntarnos si su problema se ha de beneficiar con nuestra paz. Porque el interés de un partido, el de ciertos grupos, el individual de cada mexicano podrán aventajar con la paz; pero ninguno de estos intereses, ni todos ellos juntos, son el interés permanente de México.
El interés de México es resolver el problema de su existencia normal como pueblo organizado, lo cual le impiden barreras de incapacidad moral.
Ahora bien, en México sólo un sistema ha tenido buen éxito para la implantación de la paz: el sistema de Porfirio Díaz; y, dadas las circunstancias actuales (los hombres, los grupos y las fuerzas que figuran en la política) sería audacia suponer que se inventara uno nuevo. De suerte que cualquier jefe de facción militante que llegue a sentirse en condiciones de dominar en lo absoluto, creerá no tener ante sí otro camino que el seguido por Díaz: como él, querrá contentar los apetitos de sus partidarios para templarles la ambición; como él, procurará aniquilar, rápida y despiadadamente, a sus contrarios. Hará, pues, la paz con la corrupción y el crimen.
He ahí lo que, a cambio de nuestro bienestar material, se ofrece a la nación mexicana, que sufre las consecuencias deplorables de una perversión moral: la paz a costa de la corrupción y el crimen sistemáticos.
No faltará quien afirme que, así y todo, una vez lograda la paz será tiempo de emprender el resto. Lo mismo decía Porfirio Díaz —a quien habríamos ya perdonado si hubiera tenido el genio de entender las necesidades reales de su patria, si hubiera sabido aprovecharse de esa horrible paz—. Pero de la falsedad y esterilidad de lo que hizo, nos hablan las agitaciones de hoy.