CAPÍTULO 4

Liberarse del dolor emocional

Si usted sufre regularmente porque le invaden miedos infundados, ira, o porque siente desconfianza, culpa, ansiedad, depresión, cambios de humor o fobias, probablemente esté convencido en lo más profundo de su ser de que, como es lógico, usted no tiene ningún control sobre esas emociones. Sin duda, parte de esa creencia es cierta. Si usted está caminando y le da un calambre en la pierna, puede pararse y descansar hasta que mejore, pero si usted tiene un dolor emocional, no hay ningún remedio así de obvio.

Le enseñaremos cómo hacerse cargo en mayor medida de sus emociones. Las emociones dolorosas que surgen sin causa obvia o que siguen presentes mucho después de la desgracia que las pudo hacer surgir son una manifestación de la adicción a la infelicidad. Sin darse cuenta, la gente busca emociones dolorosas porque anteriormente, en algún momento de su vida, interpretaron erróneamente que eso era lo que se suponía que tenían que sentir. Sin saberlo confundieron ese sentimiento doloroso con la felicidad y, como resultado de ello, desarrollaron la necesidad de volver a sentirlo. En ese sentido el dolor emocional tiene un propósito concreto, aunque ciertamente no ocurre a propósito.

Aunque pueda resultar sorprendente y de alguna manera desconcertante darse cuenta de que en gran medida usted es el autor de lo que siente, saber esto también le dará a usted fuerza. Gracias a que esos estados de ánimo dolorosos son Mitos aprendidos en la infancia, no taras de nacimiento, pueden desprenderse. Una vez que eso ocurre, se liberará de la infelicidad provocada por usted mismo. De una forma consistente podrá elegir estados de ánimo y emociones positivas, y esta actitud solo cambiará ante acontecimientos verdaderamente desgraciados.

Parte del proceso de desaprender es distinguir la infelicidad «apropiada» de la infelicidad «gratuita». La infelicidad apropiada es una respuesta realista ante un acontecimiento desgraciado. La infelicidad inapropiada es una reacción exagerada o una experiencia buscada que se utiliza para satisfacer la adicción a la infelicidad. La tristeza que surge ante una pérdida importante es algo inevitable. Si se añade una infelicidad gratuita, a esa respuesta inicial puede añadirse también una depresión o ansiedad que no están en proporción con la pérdida real o que sigue presente por muchos meses o años. Esa reacción hace difícil seguir adelante, provoca ira o sospechas ante otros, o fomenta la convicción de que usted no vale nada y que tiene la culpa de lo que ocurre. Por ejemplo, un hombre que conocimos experimentó esa infelicidad gratuita cuando su coche se le averió durante las vacaciones, y él y su familia tuvieron que esperar un día o dos antes de continuar su viaje. Su mujer y sus hijos lo animaron a que se fuera con ellos a disfrutar en la piscina del motel. Pero la ansiedad que sentía por la avería y por el retraso consiguiente era tan dolorosa que solo conseguía aliviarse quedándose en el garaje para ver cómo el mecánico arreglaba su coche. Esa ansiedad que le dominaba, provocada por su adicción a la infelicidad, le impidió sacar provecho a la situación y disfrutar de ese tiempo libre con su familia.

La infelicidad gratuita puede surgir también cuando una persona, sin saberlo, persigue el dolor para poder gratificar su adicción a la infelicidad. Un ejemplo es una mujer que trabajó diligentemente durante tres años en una novela y, cuando fue aceptada por un editor, reaccionó con una profunda depresión.

En este capítulo le enseñaremos cómo prepararse con antelación y cómo empezar a liberarse del sufrimiento emocional gratuito. Al igual que ocurre con todos los esfuerzos que usted haga por mejorar su vida, las recaídas son parte del proceso de curación y no una señal de que el camino es demasiado difícil o de que el objetivo es inalcanzable.

Desenmascarar los mitos sobre la personalidad

Quizá las concepciones erróneas más comunes con respecto a la personalidad son que 1) se establece al nacer y 2) que hay algo en la química del cerebro de una persona que «hace que sea como es». Estas creencias erróneas han perdurado por mucho tiempo, a pesar del hecho de que no hay ninguna evidencia definitiva de que los rasgos de carácter con los que nacemos o que la química de nuestro cerebro sean causas determinantes de la personalidad. Es verdad que existe una base física para la mente, es decir, un cerebro. Sin embargo, los aspectos personales y más importantes de nuestra vida interior están determinados por las emociones que aprendemos a identificar con la felicidad cuando somos niños y que hoy, como adultos, seguimos buscando.

Puede ser reconfortante superficialmente pensar que los estados emocionales dolorosos se deben a algún problema en la estructura de nuestro cerebro y, como consecuencia, que no tenemos ninguna influencia sobre nuestros estados de ánimo. Pero, al mismo tiempo, esta noción es muy desalentadora porque sitúa el proceso de regulación de nuestras emociones siempre más allá del control de nuestra voluntad. El hecho de que nosotros somos los verdaderos autores, aunque sin saberlo, de nuestras emociones más importantes es un descubrimiento positivo porque implica la posibilidad de que podamos elegir mejorar la calidad de nuestra vida interior.

Para mucha gente es difícil creer que las emociones dolorosas que surgen, aparentemente de la nada, son adquiridas y tienen una razón de ser. Están convencidos de que una persona llena de ira, deprimida o ansiosa era «así» desde que nació o que desarrolló ese dolor emocional como resultado directo de su evolución biológica. Es verdad que algunos bebés son especialmente irritables cuando nacen aunque no haya problemas físicos que les provoquen malestar. Pero todos los bebés han tenido nueve meses de experiencias prenatales que, de alguna manera, han configurado las respuestas emocionales del bebé. Las investigaciones han demostrado que los fetos de madres que están muy estresadas o deprimidas producen niveles inusualmente altos de hormonas relacionadas con el estrés en respuesta a la estimulación, y que esas hormonas siguen siendo elevadas durante mucho más tiempo que en los otros fetos. No es de extrañar que esos bebés al nacer sean más irritables que otros.

Sin embargo, con unos padres bien informados, los bebés que son anormalmente irritables al nacer se transforman en niños tranquilos y fuertes. Esto no sería posible si la irritabilidad fuera algo que «hubiera sido introducido» en su cerebro.

Algunos lectores pueden preguntarse: «Pero sabemos que los medicamentos que afectan a la química del cerebro ayudan a la gente que tiene emociones dolorosas como depresión o ansiedad. ¿No es eso una prueba de que esos estados de ánimo dolorosos son de origen bioquímico?». El hecho de que algunos medicamentos puedan mejorar el bienestar emocional del individuo no es una prueba de que la causa del malestar emocional de ese individuo fuera algo bioquímico. En primer lugar, es probable que los medicamentos tengan un «efecto placebo». Es decir, el simple hecho de que una persona en posición de autoridad promete que algo va a ayudar, puede hacer que la gente se sienta mejor. Hay estudios muy respetables que demuestran que muchos de los medicamentos para la mente más populares no son en realidad más efectivos que una píldora hecha de azúcar si la persona no sabe cuál de las dos pastillas está tomando.

Más aún, cuando los medicamentos consiguen adormecer el dolor emocional de una persona, este efecto no habla de ninguna manera de la causa del dolor emocional de ese individuo. Si un producto químico hace que su dolor emocional sea menos agudo, esto no significa que el origen de sus sentimientos sea un desequilibrio químico. Por ejemplo, si usted tiene un dolor de cabeza y se toma un analgésico que hace que su dolor desaparezca, seguirá sin saber si el dolor fue provocado por una decepción emocional, por algo que ha inhalado, por un problema vascular o por cualquier otra causa. Suprimir el dolor emocional no es lo mismo que entenderlo y curarlo. Aún más, todos los medicamentos que alteran el cerebro tienen efectos secundarios, que van desde consecuencias físicas de importancia a la experiencia subjetiva de sentirse «menos despierto».

Quizá la mayor evidencia que apoya la afirmación de que la principal causa del dolor emocional no es bioquímica, es la evidencia clínica que confirma que la ayuda psicológica competente puede liberar a la persona de la montaña rusa emocional que hace tan desagradable su vida. Si las emociones dolorosas fueran algo que realmente está instalado en la persona, la curación por medio de la psicoterapia que utiliza la palabra no funcionaría.

Muchos investigadores, incluidos nosotros mismos, han demostrado que hasta los problemas emocionales más difíciles pueden remediarse con psicoterapia. Una vez creamos un programa de demostración diseñado para ayudar a los, así llamados, adolescentes intratables. El Departamento de Salud Mental de Illinois seleccionó a los adolescentes más violentos y más resistentes al tratamiento que estaban dentro de su programa. Estos adolescentes eran tan peligrosos que ningún programa de tratamiento del país los aceptaba. Cuando los conocimos habían estado toda su vida en instituciones de alta seguridad. Estos adolescentes podían reaccionar ante la menor decepción o, incluso, ante un momento positivo, llegando a desarrollar una ira homicida. Debido a que durante los primeros años de vida sufrieron todo tipo de abusos físicos y emocionales, la forma específica de infelicidad que habían confundido con la felicidad estaba saturada de violencia y era extremadamente destructiva para ellos mismos y para los demás.

Por ejemplo, uno de los adolescentes le confesó a su terapeuta que tenía miedo de ir al colegio porque había engañado a todos haciéndoles creer que podía leer cuando, en realidad, apenas podía leer nada. Acto seguido, se marchó corriendo y tiró una piedra contra la ventana del coche de su terapeuta. La verdadera satisfacción de compartir un secreto «vergonzoso» con un adulto comprensivo le estaba privando de la infelicidad de sentirse alienado de todos los demás, algo que hacía mucho tiempo había confundido con la felicidad y que era algo que lo consolaba. Sin darse cuenta, intentaba volver a capturar esa falsa felicidad (Infelicidad disfrazada) sintiéndose furioso con su terapeuta y dañando su coche. El terapeuta le dijo al chico que comprendía lo mal que se sentía pero que no podía expresar su ira de esa manera y, por su parte, decidió que no volvería a dejar su coche a la vista. Al mismo tiempo, ayudó al adolescente a ver que su comportamiento era una reacción ante el progreso que había hecho al permitirse la cercanía del terapeuta contándole un secreto íntimo.

Cuando les ofrecimos a estos adolescentes un tratamiento psicológico diseñado para vencer su adicción a la infelicidad, todos ellos mejoraron de forma espectacular. Aunque un cambio en la administración estatal hizo que los fondos de nuestro programa se terminaran prematuramente, los adolescentes habían mejorado lo suficiente como para volver a sus comunidades normales respectivas. Que nosotros sepamos, con una excepción (Que predijimos que ocurriría como resultado de la finalización prematura del programa), todos ellos siguieron siendo miembros activos de la sociedad. (Este proyecto se describe con todo detalle en el libro New Founclations for Scientific, Social, and Behavioral Research: The Heuristic Paradigm [3], de Katherine Tyson, publicado por Allyn and Bacon, Boston, 1995.)

Los estados de ánimo dolorosos son una forma de consuelo aprendida en la infancia

Como ya explicamos en la sección I, toda persona nace sintiéndose digna de ser amada, amada y capaz de amar. Cuando las necesidades emocionales de los niños están satisfechas, su bienestar interior se estabiliza. Cuando son adultos, mantendrán su convicción de que son dignos de amor y capaces de amar aunque no tengan buena suerte. Y lo que es igualmente importante, nunca provocarán, ni a ellos ni a los demás, infelicidad de forma gratuita.

Cuando las necesidades emocionales de los niños no se satisfacen de forma adecuada, sin saberlo, asumen que la infelicidad que sienten es algo deseable porque es exactamente lo que sus perfectos padres quieren para ellos. Una vez que ya han confundido la infelicidad con la felicidad, desarrollan la necesidad de volver a experimentar esos sentimientos de infelicidad. Sin saberlo empiezan a buscar la infelicidad convencidos de que es algo bueno en sí y bueno también para ellos. La infelicidad a la que la gente se hace adicta les puede llevar a herirse a sí mismos, a tener dificultades para encontrar y mantener una relación de pareja y a sufrir dificultades para desarrollar su trabajo en todo lo que valen.

La infelicidad a la que la gente se hace adicta puede manifestarse en la forma de sentimientos dolorosos. Esto tiene sentido, porque cuando las necesidades emocionales de los niños no se satisfacen, pueden sentirse avergonzados, deprimidos, ansiosos, asustados o llenos de ira. Sin saberlo, asumen que sentirse así es bueno porque están convencidos de que sus padres quieren que ellos se sientan así. Buscan el consuelo en esos sentimientos al crecer y cuando son adultos.

Los estados de ánimo dolorosos tienen un propósito, aunque no ocurren a propósito

Si usted sufre ansiedad, si tiene una depresión, si siente culpa sin razón, irritabilidad u otras emociones dolorosas, probablemente perciba que esos sentimientos salen «de la nada». Sin embargo, sin darse cuenta usted recurrió a esas emociones porque en su más tierna infancia las confundió con los buenos sentimientos que sus padres querían que tuviera y que usted quería para usted mismo. Ahora usted recurre a ellos para sentirse «bien», para consolarse cuando siente una pérdida o como una reacción al disfrutar de «demasiada» felicidad.

En este sentido las emociones desagradables tienen un propósito, aunque parece que nos son impuestas desde fuera. El beneficio de descubrir que usted es el autor de sus propias emociones es que encontrará el poder para elegir sentirse bien y no sentirse mal.

Usted es el autor de sus sueños

Al igual que con sus emociones, usted es el autor verdadero de sus sueños. Cuando las personas piensan en la naturaleza de los sueños, tienden a olvidarse de que los sueños son productos de la mente, como lo son las fantasías o los análisis lógicos. Incluso cuando son desagradables o producen miedo, nuestros sueños nos proporcionan experiencias que estarnos buscando, sabiéndolo o sin saberlo.

Los sueños pueden satisfacer tanto la necesidad de sentir una felicidad auténtica como la necesidad adquirida de sentir infelicidad. Más aún, el mismo sueño puede utilizarse para satisfacer ambas necesidades.

Libby

Después de muchas sesiones con nosotros y de mucho trabajo, Libby estaba lista para dejar una relación abusiva. Al día siguiente se alquiló un apartamento nuevo preparándose para salir de la otra casa, y soñó que se cambiaba al nuevo apartamento y descubría que la pareja de la que se separaba estaba viviendo en él. Sabía por su trabajo con nosotros que la razón por la que soñó que su pareja la había seguido y se había cambiado de casa con ella era que su adicción a la infelicidad le hacía crear en sueños la falsa felicidad que sentía en la relación abusiva que estaba abandonando.

Los padres de Libby habían sido muy estrictos con ella y la habían enviado a escuelas que también castigaban duramente a los alumnos por sus errores. Como es lógico, ella había identificado erróneamente el duro tratamiento que recibió con una manera de ser amada. Sin darse cuenta, había seguido buscando este tipo de «afecto». Libby sabía que el hecho de confinar a sus sueños su necesidad de sentirse querida creando situaciones abusivas, era una señal de progreso y, al mismo tiempo, ella estaba dando los pasos que pondrían fin a su infelicidad en la vida real.

Ocurre con frecuencia que cuando usted empieza a hacer progresos hacia su objetivo, tiene pesadillas. Cuanto más progrese, más pesadillas tendrá. Estas pesadillas son una forma de ira hacia usted mismo por permitirse sentir verdadera felicidad avanzando hacia su objetivo, lo que significa privarse de la infelicidad tan familiar que, sin saberlo, usted ha confundido con la felicidad.

David

David, el director de planta de una empresa, venía a vernos porque estaban a punto de despedirle por ser demasiado duro con sus subordinados. Después de un día en el que consiguió controlar sus nervios cuando un trabajador cometió un error que hizo parar la línea de producción, soñó que estaba organizando papeles en su despacho cuando aparecía su jefe y le despedía inmediatamente. Más tarde todos sus subordinados se mofaban de él, le amenazaban con sus herramientas y lo perseguían por toda la planta.

Estaba muy afectado por esta pesadilla hasta que comprendió que representaba la rabia que sentía hacia sí mismo porque había mejorado las cosas al controlar sus nervios en el trabajo. La pesadilla satisfacía su adicción a la infelicidad al representar vívidamente los impulsos autodestructivos y el dolor emocional resultante que había conseguido controlar durante sus horas de vigilia.

Desaprender los estados de ánimo dolorosos

Debido a que las emociones dolorosas que interfieren con su habilidad para vivir la vida que usted quiere son el resultado adquirido por la confusión temprana de la infelicidad con la felicidad, y debido a que están en continua competición con su deseo innato, aún fuerte, de experimentar verdadera felicidad, son emociones que se pueden desaprender y dejar atrás. En nuestra práctica clínica hemos visto repetidamente cómo las personas superaban la depresión, la ansiedad, culpas infundadas y otros sentimientos dolorosos que les habían invadido durante años.

A continuación le ofrecemos una visión general de las pautas que le ayudarán a recuperarse de la infelicidad gratuita:

· Aceptar el hecho de que de alguna manera que usted desconoce, sentirse mal también le hace sentirse cómodo y reconfortado. Hay una gran variedad de emociones dolorosas que pueden serle familiares y, por tanto, consolarlo, incluyendo: Depresión, ansiedad, miedo (Fobias), falta de propósito en la vida, sentirse indefenso, ira, desconfiar de los demás, soledad y autocrítica.

· A continuación, intente identificar cuándo es más probable que usted busque sentir esas emociones dolorosas. Algunas personas son más vulnerables cuando se sienten especialmente felices. Una mujer que conocimos reaccionaba ante la emoción de enamorarse, sintiendo terror a que su novio, que viajaba frecuentemente por sus negocios, se muriera en un accidente de avión. Otros individuos a veces caen en estados emocionales de dolor como una manera de consolarse cuando algo va mal en sus vidas. Un ejecutivo que perdió un importante cliente estaba tan lleno de culpa por ello que era incapaz de dar los pasos necesarios para buscar un nuevo cliente.

· Una vez que ha identificado bajo qué circunstancias es más probable que se deje caer en un estado emocional de dolor, puede descubrir que prevenirlo le permitirá interceptarlo. Si no, al menos podrá tener una mejor perspectiva de esa emoción dolorosa. Por ejemplo, es mucho peor creer que una persona querida está a punto de caer gravemente enferma que experimentar ese sentimiento mientras que, al mismo tiempo, usted sabe que ese sentimiento no es una verdadera visión del futuro, sino que es su manera de responder ante «demasiada» satisfacción o ante una decepción. Cuanto más mantenga en perspectiva los estados de ánimo dolorosos, esto es, al hacerse consciente de que recurre a ellos buscando alivio en ciertas circunstancias, esos estados serán cada vez menos convincentes y, por lo tanto, no tan abrumadores.

· Una vez que pueda poner sus sentimientos de dolor dentro de un contexto, estará en el camino de recuperarse. Usted tendrá la experiencia dual de sufrir porque se siente mal emocionalmente, mientras que su yo «normal» sigue funcionando y es capaz de contener ese dolor. Con el tiempo, la depresión, la ansiedad o la irritabilidad le parecerán menos una avalancha que se le viene encima y serán más una molestia, como un pequeño dolor de cabeza que usted sabe que pasará y que puede ser ignorado en gran medida. Un día descubrirá que el dolor emocional que le invadía ya casi nunca aparece en la pantalla de su radar.

En las páginas siguientes le ofrecemos estrategias específicas que le ayudarán a seguir estas pautas y a alejarse de ese alivio familiar que le proporciona la infelicidad gratuita.

Conocer la diferencia entre la infelicidad apropiada y la infelicidad gratuita (Provocada por usted mismo)

Debido a que sus emociones tienen un efecto tan profundo en cómo se experimenta a usted mismo y al mundo, parecen completamente reales. Y son reales en el sentido de que usted realmente se siente «así». Como hemos señalado, existen dos clases de emociones: Emociones que son una respuesta apropiada a los acontecimientos de la vida, y emociones que, normalmente sin darse cuenta de ello, usted se provoca a sí mismo. Las emociones apropiadas pueden ser positivas o negativas. Por ejemplo, enamorarse le hará sentirse bien, pero saber que lo han excluido de algo obviamente le hará sentirse mal.

Si las necesidades emocionales de los niños se satisfacen de manera adecuada, entonces cuando esos niños se conviertan en adultos, las emociones que se provocan a sí mismos solo serán positivas y nunca negativas. Cuando sean adultos, siempre se sentirán dignos de cariño, capaces de querer y ser queridos. Nunca recurrirán a la depresión o a provocarse otros sentimientos dolorosos como manera de consolarse y de recuperar el bienestar.

El requisito previo para liberarse del dolor emocional es aprender a distinguir la infelicidad apropiada de la infelicidad gratuita. A algunas personas les gusta tener un diario de sus emociones; otras no se toman esa molestia. Realmente no importa cómo lo haga, pero es importante que empiece a darse cuenta hasta qué grado su infelicidad es gratuita, es decir, causada por usted mismo. Por ejemplo, si usted ha sufrido una pérdida o un desengaño, naturalmente sentirá un cierto grado de tristeza, pero también puede sentir un dolor desproporcionado ante la pérdida que acaba de experimentar. Ese sentimiento representa infelicidad gratuita.

Las siguientes pautas le pueden ayudar a distinguir la infelicidad apropiada de la gratuita:

infelicidad apropiada

· Es siempre el resultado directo de un hecho verdaderamente grave (Por ejemplo: La enfermedad o muerte de un ser querido, la pérdida de un trabajo que deseaba o el hecho de que no le den ese ascenso que tanto buscó).

· Incluye sentirse decepcionado o triste y, en el caso de una pérdida muy grave, también puede incluir sentimientos no concretos de ira.

· No incluye fuertes sentimientos de autocrítica, depresión constante, rabia no provocada hacia otros, quedarse en blanco o tener miedos o ansiedades infundadas.

Infelicidad gratuita

· Puede incluir ser duro con uno mismo, depresión crónica, quedarse como en blanco o tener miedos infundados, sentir ansiedad, sospechas o ira.

· Puede aprovecharse de una pérdida verdadera. Un ejemplo es un hombre que conocemos que descubrió que su sentido del oído se había deteriorado. Además de la tristeza del hecho de saber que había perdido capacidad de oír, estaba sobrecogido por la vergüenza pensando que tenía que llevar un aparato para mejorar su audición. El resultado fue que no se compró el aparato y sufrió la frustración de no poder oír bien cuando estaba con los demás.

· No tiene conexión necesariamente con un acontecimiento triste. La infelicidad gratuita puede venir después de sentirse bien o simplemente «salir de la nada».

Conocerse a sí mismo: Identificar cómo y cuándo experimenta una infelicidad gratuita

Primero identifique cuál es el tipo de infelicidad gratuita que le provoca mayor angustia. Quizá lo que más le afecta es sentirse «bajo de moral», o le invaden pensamientos de ansiedad u otros sentimientos de los que no se puede librar, o se siente exageradamente irritable. O quizá usted es muy consciente del tipo de infelicidad gratuita que lo invade. Por ejemplo, se puede sentir aterrorizado ante el hecho de volar en avión o terriblemente ansioso cuando tiene que hablar delante de gente. O quizá su manera especial de sentir infelicidad gratuita ha sido invisible para usted porque ha sido como un «ruido de fondo» compuesto de ansiedad, depresión, oscuridad o autocrítica. Al enfocarse en este telón de fondo desagradable, podrá empezar a darse cuenta de cuándo está presente y cuándo no lo está.

Una vez que haya identificado los sentimientos negativos que están interfiriendo en su vida, observe cuándo tienen lugar. Quizá, como el miedo a volar o a hablar en público, se estimulan con una actividad en particular. Otras veces pueden venir de la nada. O tal vez le sobrevengan cuando se ha sentido especialmente bien o después de que le haya ocurrido algo malo que no se esperaba. Durante el día, mida su temperatura emocional. Por ejemplo, si se siente feliz y satisfecho, note si esos sentimientos positivos son reemplazados por emociones negativas y cuándo. Continúe observando hasta que surja un patrón determinado.

Jill

Jill era una profesora de Historia que se sentía invadida por oleadas de «malestar». Aunque podía soportarlo y seguir adelante, esos momentos de depresión la afectaban mucho. Y lo que es peor, nunca podía predecir cuándo se sentiría mal porque esos sentimientos parecían ir y venir sin sentido. Como resultado de ello, se sentía indefensa y no podía disfrutar de los buenos momentos que sentía porque no sabía cuándo serían sustituidos por la depresión.

Jill se había resignado a vivir una vida que periódicamente era opresiva para ella hasta que oyó hablar de la adicción a la infelicidad. Una vez que comprendió que sin darse cuenta se sentía triste porque hacía mucho tiempo que había confundido el dolor con la felicidad, inmediatamente se sintió menos indefensa. Empezó a llevar un diario de sus sentimientos «desagradables». Se dio cuenta de cómo se había estado sintiendo antes de que surgieran los sentimientos «de depresión» y también cuánto duraban.

Para su sorpresa, Jill descubrió que había un patrón en sus depresiones. Siempre ocurrían poco después de haberse sentido feliz por algo. De hecho, cuanto mejor se sentía, más deprimida estaba después y más largo era ese periodo.

Una vez que Jill identificó este patrón, pensó en el pasado y vio que siempre había estado allí. El día después de casarse se había sentido tan mal que le había tenido que decir a su marido que estaba enferma para explicarle por qué no podía ser más cariñosa. Se dio cuenta de que día tras día, cuando sus clases iban bien y se sentía orgullosa de cómo enseñaba y encantada con el progreso de sus alumnos, al conducir de vuelta a casa solo pensaba en aspectos de su vida que no eran perfectos y llegaba a casa sintiéndose insatisfecha e irritable. Al mismo tiempo, se dio cuenta de que cuando había tenido un mal día (Porque había perdido los nervios en clase o porque la clase no salió como había planeado) normalmente se sentía equilibrada al volver a casa.

Armada con lo que había descubierto, Jill empezó a percatarse de cuándo se sentía feliz. Sabía que eso significaba que necesitaba estar alerta ante una posible reacción adversa ante su buen estado emocional. A veces, el simple hecho de saber que la adicción a la infelicidad iba a tentarla para que volviera a recrear esos sentimientos tan familiares de infelicidad, mantenía la depresión bajo control. Incluso cuando se sentía triste, normalmente estaba preparada. Debido a que entendía esos sentimientos y esperaba que surgieran, ya no la sobrecogían tanto y ya no se sentía indefensa.

Mirar hacia delante: Cómo prevenir la infelicidad gratuita

Cuando haya identificado tanto las emociones que más le afectan como las experiencias que probablemente van a hacer que esas emociones surjan, entonces puede empezar a trabajar para prever o predecir la llegada de esas emociones desagradables antes de que ocurran. La clave es estar más conectado con su estado emocional y con cómo fluctúa.

Si usted es una persona que tiende a reaccionar exageradamente ante las experiencias negativas, acumulando sentimientos dolorosos de autocrítica, culpa, depresión o ansiedad, puede aprender a ser especialmente vigilante cuando algo va mal (Por ejemplo, cuando se encuentra con un obstáculo en el trabajo, cuando pierde en un juego o cuando rompe algo).

Pat

Pat trabajaba en una oficina y sus compañeros de trabajo parecían disfrutar sin límite criticando a los demás a sus espaldas. Normalmente, Pat disfrutaba yéndose a comer con un compañero de trabajo que consideraba amigo. Después, se enteraba de que ese «amigo» había dicho algo negativo sobre ella. Pat reaccionaba centrándose en ese comentario negativo y sintiéndose vulnerable y tremendamente afectada. A veces tenía que pasar un día o dos antes de que pudiera recuperar su equilibrio interior.

Trabajando con nosotros, Pat aprendió que la parte más dolorosa de la infelicidad que sentía no era el resultado de haber sido traicionada por alguien a quien consideraba amigo, sino que venía del dolor que ella misma se causaba y en el que se refugiaba después de la decepción.

Ella recordó que: «Desde siempre, cuando algo iba mal (Rompía un juguete o tropezaba y me hacía una herida en la rodilla), mis padres siempre se las arreglaban para hacerme sentir responsable. Una vez, cuando mi novio me dejó por mi mejor amiga, mis padres dijeron que había sido mi culpa porque no me había esforzado lo suficiente por hacerlo feliz». Pat se daba cuenta de que estaba copiando la actitud errónea de sus padres cuando intentaban ayudarla a asimilar una pérdida, y aprendió a buscar «consuelo» en la autocrítica.

Teniendo eso presente, Pat fue mejorando su habilidad para identificar y prever esos sentimientos de vergüenza y depresión en los que se refugiaba cuando se sentía traicionada. Después de un día entero de reuniones, Pat habló con Alicia, una compañera de trabajo, porque a Pat le habían dicho que Alicia se había quejado diciendo que «Pat se daba muchos aires y que actuaba como si fuera la jefa». Pat fue capaz de reaccionar inmediatamente diciéndose a sí misma: «Antes de machacarme voy a pensar en ello». Se dio cuenta de que Alicia probablemente tenía envidia porque Pat había hecho unas sugerencias excelentes en la reunión y su jefe había hecho comentarios favorables sobre su intervención. Al adelantarse a su reacción crítica por el comentario negativo de Alicia, Pat pudo eludir su reacción lo suficiente como para que se desvaneciera gracias a una sana dosis de realidad.

Pat se dio cuenta cada vez más de que al prevenir esas reacciones depresivas y los sentimientos de vergüenza que la inundaban cuando escuchaba un comentario negativo, era capaz de mantener esas emociones negativas bajo control.

Si usted es una persona que sin saberlo ha aprendido a responder ante una desilusión sintiéndose autocrítico, indigno de ser querido, ansioso, irritable, con cambios de humor, indefenso o deprimido, también puede aprender a decirse a sí mismo cuando sufre una pérdida de algún tipo: «Ahora, lo que va a ocurrir es que voy a sentir esa nube negra que empieza a bajar y me invade». A veces con solo adelantarse a esa infelicidad gratuita se consigue mantenerla bajo control, pero incluso si consigue invadirlo, usted estará preparado y no le pillará de sorpresa. Esto le dará la fuerza necesaria para debilitar el poder que la infelicidad gratuita tiene sobre su vida. El saber que usted ya lo ha previsto y que es una forma muy familiar pero negativa de consolarse cuando las cosas van mal, puede evitar que esta infelicidad lo invada y le permitirá seguir con el estado mental que tenía antes de que surgiera esa infelicidad gratuita. Es decir, puede aprender a mantener su camino y no dar la razón a esa voz que le dice que usted es culpable y que le haría caer en la depresión o en la ansiedad.

Quizá, cuando identifique las emociones dolorosas que se provoca a sí mismo, descubra que usted tiende a sentirse mal como reacción ante las experiencias positivas de la vida. En este caso, sabrá que las experiencias buenas, y no las malas, se convertirán en una ocasión para poder prever la aparición de esa infelicidad gratuita.

James

Hasta donde James podía recordar; de forma intermitente, siempre había sufrido porque estaba convencido de que era una «mala» persona. Este sentimiento era muy doloroso, y cuando llegaba a su punto más álgido, se le hacía difícil actuar de forma efectiva en sus relaciones y en el trabajo. James se sentía un «fracasado» a pesar de que tenía un buen trabajo como escenógrafo y tenía una relación comprometida con una mujer a la que amaba. Para James, «no ser bueno» le hacía sentir una culpa secreta que en algún momento saldría a la luz sin que él pudiera hacer nada por evitarlo.

Cuando empezó a familiarizarse con nuestro trabajo y aprendió que estos sentimientos negativos sobre sí mismo eran una manifestación de su adicción a la infelicidad, es decir, que él mismo los estaba provocando (Aunque por supuesto inconscientemente), James empezó a sentirse que había esperanza. Anteriormente sus sentimientos de inferioridad iban y venían sin un ritmo o razón aparentes. No sabía de un día para otro si se sentiría relativamente bien, o si se sentiría invadido por esos sentimientos de inferioridad. Cuando supo que, sin darse cuenta de ello, él mismo era el autor de todos sus sentimientos, su sensación de indefensión empezó a desaparecer.

James empezó a llevar un minucioso diario para ver cuándo esos sentimientos de autocrítica aparecían. A continuación, se preparaba para esperar ese momento en que ya «la iba a fastidiar». Para su sorpresa, se dio cuenta de que cuando las cosas iban mal, era capaz de mantener su equilibrio interno. Le sorprendió descubrir que su sentimiento de «no ser bueno» casi siempre le sobrevenía cuando se sentía feliz y satisfecho. Observó que este sentimiento había sido especialmente doloroso cuando se mudó a un nuevo apartamento que era mucho mejor del que tenía.

Entonces, James pudo ver por qué ese dolor emocional siempre parecía surgir de la nada. Su sentimiento de inferioridad no estaba relacionado en manera alguna con la realidad, sino que era una reacción adversa ante la felicidad. «Demasiada satisfacción» le privaba del consuelo, tan familiar para él, que obtenía al no gustarse a sí mismo y hacía que quisiera provocarse esa antigua sensación de «bienestar» tan familiar Al ser consciente de ello, James analizó con cuidado cuándo las cosas iban especialmente bien y cuándo se sentía feliz y satisfecho. Luego esperaba la primera señal que le decía que iba a empezar a sentirse como una «mala» persona. Cuando empezaba a sentirse así, James identificaba ese dolor como una reacción a sentirse feliz, y ya no se sentía persuadido por ello. Aunque hubo momentos en los que James fue cogido por sorpresa y se volvió a sentir terriblemente mal, en general, su sentimiento de inferioridad siguió perdiendo fuerza. Finalmente, James pudo disfrutar de la vida que había creado con tanto esfuerzo.

Dos pasos adelante, un paso atrás:

El camino del auténtico progreso

No pretendemos dar la impresión de que el camino para liberarse de la adicción a las emociones dolorosas será fácil. Hemos subrayado varias veces que usted puede volver a tomar el control de la situación, pero sabemos que el proceso puede no ser fácil ni evolucionar en línea recta. Como ocurre cuando intenta mejorar otros aspectos de su vida, la necesidad de sentir el consuelo de la infelicidad que usted ha confundido sin saberlo con la felicidad puede afirmarse en el momento que empiece a intentar alejarse de ello.

Las dificultades pueden surgir al comenzar. Quizá le es difícil mantener un diario de sus emociones o en general observar cuándo los sentimientos agradables son sustituidos por los dolorosos. Si al principio le resulta difícil ser consciente de sus emociones a lo largo de todo el día, elija una franja horaria de la jornada cuando le sea más fácil hacerlo. Por ejemplo, observe cómo se siente durante la primera hora después de levantarse. Intente tomarse la temperatura emocional al comienzo de cada hora y vea por cuánto tiempo puede seguir siendo consciente de ello. Incluso si los días pasan y no ha podido concentrarse en lo que estaba sintiendo, vuelva a intentarlo. La adicción a la infelicidad puede estimularlo a creer que ya ha perdido su oportunidad o que no es capaz de hacerlo. Pero eso no es verdad. Puede quedarse en la fase inicial tanto tiempo como sea necesario. Incluso si solo puede prestar atención a cómo se está sintiendo durante cinco minutos de vez en cuando, usted estará haciendo progresos. Ningún esfuerzo es demasiado pequeño ni llega demasiado tarde.

Una vez que ha atravesado la fase de recopilación de información y sabe qué tipo de dolor emocional le molesta y cuándo es más probable que aparezca, el siguiente paso es intentar preverlo. Para ello, tiene que estar alerta y buscar los sentimientos específicos o las experiencias que para usted desatan esos estados emocionales de dolor. Las experiencias que los provocan preceden a los momentos de dolor emocional: Desilusionarse ante una pérdida, estar feliz por un éxito conseguido o sentirse bien interiormente y de forma estable durante un periodo de tiempo.

Esta fase de prevención es también un momento en el que su resolución puede tambalearse. Quizá le sea difícil acordarse de estar alerta ante la emoción que va a provocar su reacción y luego se sienta mal sin saber por qué. Después de que esto ocurra unas cuantas veces, puede llegar a pensar que la tarea de prever los momentos de dolor emocional es demasiado dura o que está más allá de su capacidad.

La clave es no cargarse usted mismo con expectativas poco razonables. Tiene que tener en cuenta que está intentando desaprender una forma de sentir bienestar interior a la que ha estado recurriendo siempre desde que era niño. Esta manera de consolarse puede no desaparecer con facilidad ni con rapidez, pero puede apartarse de ella si lo sigue intentando. Cualquier progreso, con el tiempo, le hará llegar a donde se dirige. Si usted solo se da cuenta una vez a la semana o una vez al mes de cuándo surge la emoción que va a desatar su reacción o prever ese dolor emocional, con el tiempo lo conseguirá.

El siguiente obstáculo que hay que tener en cuenta es la tendencia a desanimarse o a desistir cuando se retrocede. Como hemos subrayado antes, estas recaídas son parte del proceso de curación. Son una reacción adversa ante el sentimiento de auténtica satisfacción: La adicción a la infelicidad se reafirma reaccionando ante la satisfacción que siente por el progreso que se ha logrado. A las recaídas les siguen los éxitos. La adicción a la infelicidad puede hacerle creer que, si recae, no va a conseguir su objetivo.

Kenneth

Kenneth, un ingeniero de 45 años, vivía atormentado por el miedo a padecer un cáncer terminal. Era víctima de vívidas fantasías en las que imaginaba cómo recibía las malas noticias, les decía adiós a sus amigos y a su familia y nunca tenía la oportunidad de disfrutar de los logros que había conseguido en su vida con tanto esfuerzo.

Cuando supo que este miedo era una expresión de la adicción a la infelicidad, Kenneth identificó que la emoción que lo hacía surgir era la satisfacción que sentía cuando trabajaba con mucho esfuerzo para conseguir su objetivo y lo lograba. Se dio cuenta de que cuando completaba con éxito un proyecto de ingeniería complejo y grande, y se tomaba unos cuantos días para relajarse, entonces le abrumaba la convicción de que tenía cáncer De hecho, esta ansiedad que le producía la idea de la muerte estaba destruyendo su alegría cuando conseguía un objetivo porque su mensaje era: «No importa lo que haya conseguido en la vida, moriré pronto y nunca podré disfrutar de los frutos de mi trabajo».

Kenneth se esforzó por observar cuándo se sentía bien gracias a algo que había logrado. Entonces preveía que inmediatamente después reaccionaría con esos sombríos pensamientos sobre la muerte. Cuando pudo predecir el momento en que esos sentimientos dolorosos surgirían, ya no le pillaban por sorpresa y le parecían mucho menos auténticos.

Kenneth pudo controlar sus emociones con mayor eficacia cada vez. Gracias a que ya no pasaba tanto tiempo pensando en la muerte, se encontró más libre para disfrutar de la vida. Entonces, a un viejo amigo le diagnosticaron cáncer: Kenneth inmediatamente se convenció a sí mismo de que su optimismo había sido en vano y que también a él le darían ese diagnóstico fatal.

Los miedos de Kenneth eran más fuertes que nunca y sus esfuerzos por anticiparse a ellos no conseguían evitar que se sintiera mal. Al comenzar a trabajar con él, Kenneth empezó a darse cuenta de que aunque el cáncer de su amigo parecía la «prueba» de que sus miedos estaban bien fundados, de hecho su adicción a la infelicidad se había aprovechado de esta coincidencia para reafirmarse y volver a ganar territorio. Kenneth empezó a comprender que el resurgimiento de sus miedos tenía menos que ver con la enfermedad de su amigo y eran más una reacción adversa ante su estado de mayor felicidad. En ese momento, su determinación de obtener lo mejor de su adicción a la felicidad volvió a afirmarse, y sus miedos se hicieron mucho menos persuasivos. Más aún, la siguiente recaída no le agarró tan de sorpresa y se recuperó mucho más rápido.

La última trampa en el camino de recuperación de la adicción a las emociones dolorosas es la tendencia a bajar la guardia cuando ya ha conseguido distanciarse del dolor que le ha causado tantas dificultades. No importa que se sienta mucho mejor, es importante que piense que no está curado del todo, sino que piense que está en fase de recuperarse de su adicción a las emociones. Así, si las emociones dolorosas se las arreglan para volver a asomar en su vida, no se sorprenderá ni sacará la conclusión de que su progreso no ha sido real, sino que sabrá esperar que su depresión, ansiedad o sus miedos reaparezcan de vez en cuando. Ya que para entonces usted habrá podido mantener al margen estos sentimientos, se dará cuenta de que si está alerta ante su posible aparición, el dolor se desvanecerá y volverá a sentir el bienestar que es su derecho innato.

Cuándo buscar ayuda profesional

Entre las distintas manifestaciones de la adicción a la infelicidad, la adicción a las emociones dolorosas es de las más difíciles de curar.

La razón es que las emociones, por naturaleza, parecen algo impuesto y no algo que se elige. Puede ser muy difícil llegar a creerse que nosotros mismos somos los autores de nuestras emociones y aún más difícil tener control sobre nuestras elecciones emocionales. Cuando la adicción a la infelicidad implica una acción física, como comer de más o provocar discusiones con los seres queridos, es mucho más fácil ver que nosotros mismos nos estamos haciendo infelices y saber qué hacer para sentirse más feliz (Por ejemplo, comer menos o no hacer comentarios provocativos).

Sabemos por experiencia que las pautas y estrategias que se mencionan en este capítulo pueden ayudar a la mayoría de la gente, y también sabemos que algunas personas cuyos primeros años fueron especialmente infelices y difíciles, desarrollan un tipo de adicción a las emociones dolorosas, que es especialmente resistente. Estas personas pueden necesitar ayuda profesional para lograr controlar su dolor emocional. Si usted repetidamente ha intentado seguir las pautas señaladas en este capítulo pero no consigue prevenir el dolor emocional causado por usted mismo o no puede ver ese sentimiento con cierta perspectiva cuando tiene lugar (Con el resultado de que sigue abrumándolo), puede entonces necesitar la ayuda de un profesional con vocación. Al elegir a esta persona, es importante buscar a alguien que comprenda que los individuos pueden aprender a controlar las experiencias de su mente y hacerse cargo de sus emociones, y que no haga que sus clientes se sientan desvalidos o avergonzados por ser víctimas del dolor emocional, se cual sea su manifestación.