CUADRO FINAL
Al descorrerse la cortina, las tres Brujas iluminadas por un proyector en un fondo de oscuridad total. Se oyen toques lejanos de clarín y ruido de caballería.
BRUJA 1ª. —La tierra se ha parecido a un tambor.
BRUJA 2ª. —¡Ha redoblado! ¡Ha redoblado!
BRUJA 1ª. —¡Todavía se oye!
BRUJA 3ª. —Sí, todavía se oye.
BRUJA 1ª. —¡Redoblante de caballos, gritona de jinetes!
BRUJA 3ª. —Ahora levantarán a los que murieron en la pelea.
BRUJA 2ª. —¡Yo he visto a dos que no murieron en esa batalla!
BRUJA 1ª. (A la 2ª) —Comadre, ¿anduvo por allá?
BRUJA 2ª. —Sí, entre animales rotos y jinetes helados.
BRUJA 1ª. —¿Qué buscaba, comadre?
BRUJA 2ª. —La raíz que desata el odio.
BRUJA 3ª. —¿No es la mandrágora?
BRUJA 2ª. —No. La mandrágora sólo crece al pie de los ahorcados.
BRUJA 1ª. —¿Y encontró la raíz del odio?
BRUJA 2ª. —No la encontré.
BRUJA 1ª. —¿Por qué no?
BRUJA 2ª. (Descontenta). —¡Había en el campo dos muertos que sobraban!
BRUJA 3ª. —¿Sobraban dos muertos?
BRUJA 2ª. —¡Un hombre y una mujer! Y entre los dos formaban, contra el odio, un solo corazón partido.
(Oscuridad y silencio. Después vuelve a iluminarse la explanada del ombú. El Coro de Hombres, asomado a la llanura donde amanece, y en foro derecho; el Coro de Mujeres en plano medio e izquierdo. Don Facundo Galván al pie del ombú y con expresión abstracta. No han cesado los toques de clarín ni los redobles de caballos en la lejanía).
HOMBRE 1º. —A las primeras luces dieron la carga.
HOMBRES. —¡Doscientos hombres o demonios, y una flor de caballos!
HOMBRE 1º. —El Capitán Rojas y sus doscientos blandengues parecían estar cortando trigo. Y los pampas ni atinaron a enderezar sus chuzas entre aquel aguacero de sables que les había caído encima. (Un silencio).
DON FACUNDO. (Saliendo de su abstracción). —¡Tolosa!
HOMBRE 1º. (Se le acerca). —Señor.
DON FACUNDO. —¿Cómo andan las cosas afuera?
HOMBRE 1º. —El grueso del batallón está sableando a los infieles en desbandada: se ven las polvaredas muy al sur, en la línea del desierto. El Capitán Rojas ha dicho que los perseguirá esta vez hasta más allá del Salado.
DON FACUNDO. —¿Y en el bajío?
HOMBRE 1º. —Sí. Han quedado allá unos treinta hombres: están juntando las caballadas. (Clarines).
DON FACUNDO. (Inquieto). —Y esos clarines, ¿por qué suenan ahora?
HOMBRE 1º. (Entusiasmado). —¡Señor, han ganado un combate!
(Se levanta el Coro de Mujeres).
MUJERES. —¡Las armas relucen al sol! ¡Y los hombres enloquecidos en sus potros!
MUJER 1ª. —La llanura es una guerra que no sabe dormir.
MUJERES. —Y nosotros que llorábamos ayer, deberíamos reír ahora. Porque se han alegrado las armas.
MUJER 1ª. —Sí, porque la furia del sur es ya una polvareda que se va tragando el horizonte.
MUJERES. —¡Y no podemos reír ahora!
MUJERES. —Antígona Vélez ya no podrá reír con nosotras en el alegrón de las armas.
MUJER 1ª. —Y Lisandro Galván no ha de volver ya del entrevero en un redomón que chorrea espuma.
(Un silencio. El clarín suena otra vez, pero ahora en un largo toque melancólico).
DON FACUNDO. (Al Hombre 1º). —¡Esos clarines! ¿Qué habrá pasado ahora?
HOMBRE 1º. —Tocan allá como a silencio.
DON FACUNDO. (Al Coro de Hombres que sigue mirando la llanura). —Hombres, ¿qué pasa fuera?
HOMBRES. —¡Los blandengues!
DON FACUNDO. —¿Qué andan haciendo en el bajo?
HOMBRES. —¡No se ve! La polvareda lo cubre todo, jinetes y caballada.
(El clarín se oye ahora más próximo, entre un redoblar de caballería que se acerca, pero al trote).
DON FACUNDO. —¡Ese toque a muerte, y en la mañana de hoy!
HOMBRE 1º. —Raro, sí. Ellos deberían tocar a triunfo.
HOMBRES. (Oteando siempre la llanura). —¡Ahora se ven! ¡Están subiendo la loma!
DON FACUNDO. —¿Los blandengues?
HOMBRES. —¡Ellos!
DON FACUNDO. —¡Abran la Puerta Grande! ¡Abran esa puerta!
(Dos hombres que se han destacado del grupo se dirigen a la izquierda y hacen mutis. Un silencio, durante el cual el Coro de Hombres recobra su posición y sitio habituales. Ambos coros vuelven sus rostros a la izquierda, como si temiesen algo de allí. Don Facundo, en primer plano y centro, baja la frente, como si presintiera. Cesó el trote de caballos: un toque de clarín suena todavía. Después entra por la izquierda el Sargento: lo siguen los dos hombres que habían salido y que se restituyen a su Coro).
SARGENTO. (A Don Facundo). —Buenos días, Galván.
DON FACUNDO. (Lo mira de frente). —Sargento, buenos días.
SARGENTO. (Entre reservado y piadoso). —Señor, le traigo dos muertos que levanté allá, en el bajío, y que son de «La Postrera».
MUJERES. —¡Antígona Vélez!
HOMBRES. —¡Lisandro Galván!
SARGENTO. —Estaban juntos, y como atravesados por una misma lanza.
(El Sargento hace una señal a la izquierda, y aparecen ocho soldados que traen, en dos angarillas rústicas, los cuerpos de Antígona y de Lisandro. Los blandengues ubican los cadáveres a la derecha y a la izquierda del ombú, tal cual estaba la pareja en el idilio del Cuadro Cuarto. Enseguida se cuadran ante los muertos y vuelven a salir formados. Don Facundo, inmutable, se descubre ante los cadáveres y los contempla largamente).
SARGENTO. —No podíamos creerlo. Estaban helados, como si toda una noche les hubiera corrido encima.
HOMBRE 1º. —¿Muy lastimados?
SARGENTO. —Una lanzada sola.
(El Coro de Mujeres se arrodilla frente a la pareja).
MUJER 1ª. —¡Antígona! ¡Hubiéramos querido traerte a la casa, pero vestida de novia y latiendo! ¡Montada en un alazán, a mediodía: en el mediodía que siempre te hablaba!
MUJERES. —¡En un alazán tostado! ¡No el de tu muerte!
(El Coro de Hombres habla de pie:).
HOMBRE 1º. —¡Lisandro Galván! ¡Hubiéramos deseado acompañarte la mañana de tu casamiento! ¡Y pechar tu caballo de novio, tu redomón oscuro lleno de platería!
HOMBRES. —¡No el de tu muerte! ¡No el de tu muerte acostada junto a una novia sin color!
(Un silencio).
DON FACUNDO. (Arrancándose a su contemplación, dice a los Hombres:) —Hombres, cavarán dos tumbas, aquí mismo, donde reposan ya. Si bien se mira, están casados.
MUJERES. —¿Casados?
DON FACUNDO. (Doliente y a la vez altivo). —Eso dije.
HOMBRE 1º. (A Don Facundo). —Señor, estos dos novios que ahora duermen aquí, no le darán nietos.
DON FACUNDO. —¡Me los darán!
HOMBRE 1º. —¿Cuáles?
DON FACUNDO. —Todos los hombres y mujeres que, algún día, cosecharán en esta pampa el fruto de tanta sangre.
TELÓN