Del centro del campo salen otros tres rojos, que intentan frenar tres azules.

El partido entre Cebolletas está de lo más disputado y, sobre todo, es muy divertido. Al final ganan los azules de Rafa por 6-5.

Los chicos se están refrescando en la fuente cuando se les acerca Pedro junto a Vlado, que lame como siempre un cucurucho de helado de pistacho y pregunta:

—Hoy solo has vuelto a disparar con la zurda, capitán. ¿Todavía te duele el piececito derecho?

—Cuando me mida con los Tiburones lo tendré curado —responde Tomi—. Ese día mi derecha meterá un montón de caños y de goles.

Los Cebolletas se ríen y siguen al capitán hacia el centro del campo, donde Jérôme ha colocado la báscula.

—¿Tenemos que pesarnos otra vez? —pregunta Sara.

—No, solo Fidu —contesta el Entrenador Tortura.

—Pero ¿no ha visto cómo me he estirado, míster? —protesta el guardameta—. ¡Estoy en plena forma!

—Cuando tengas el peso ideal todavía te estirarás más —replica el cocinero-entrenador—. Vamos, arriba…

Fidu se sube a la báscula sobre la punta de los pies, como si no quisiera despertar la aguja, que sale disparada como un ratón descubierto por un gato.

—¡Lo sabía! —exclama Jérôme con una mueca—. ¡Solo has perdido trescientos gramos! ¡Comes demasiados helados a mis espaldas!

—¡No es verdad, míster! —le asegura Fidu—. ¡Se lo juro por Nico! ¡No he vuelto a tocar un helado, ni siquiera un merengue!

—¿Por qué no juras en nombre de otro? —interviene Nico, preocupado.

El Entrenador Tortura no se digna contestar. Se dirige con paso decidido hacia el vestuario y vuelve con un plumífero en la mano.

—¿Se va a la montaña, míster? —pregunta Fidu, señalando el anorak.

—No, es para ti, toma… —dice Jérôme.

—¿Está de broma? ¡Pero si es de plumón de oca! —salta el portero—. Hoy debemos estar a treinta grados…

—Justamente; cuanto más sudes más adelgazarás —declara el Entrenador Tortura—. Tienes que deshacerte por lo menos de siete kilos antes de que empiece el torneo. No tenemos tiempo que perder. Adelante, póntelo y empieza a correr. ¡Quien duerme no puntúa!

Fidu obedece y, con la mirada más abatida del mundo, se pone a trotar alrededor del campo.

Sus compañeros lo observan con preocupación.

—Pobre Fidu…

—Sudo solo de mirarlo… —comenta Sara.

En cuanto el cancerbero pasa con la cara chorreante de sudor por delante del banco donde están Pedro y Vlado, el capitán de los Tiburones Azzules le recuerda:

—¡Todavía estás a tiempo de jugar con nosotros, Fidu! En la sierra hace fresco y nadie te impedirá que comas ciervo con polenta…

Los Cebolletas se desperdigan por el campo y se ponen a pelotear.

Nico se acerca a Tomi.

—Capitán, me he dado cuenta de que no disparas con la derecha —susurra—. A mí me lo puedes confesar, ¿todavía te duele el tobillo?

—No —contesta el número 9—, pero aún me da miedo de chutar fuerte con el pie que me destrozaron.

—He leído que les pasa a los campeones que han tenido un accidente grave —continúa Nico—. Pero los entrenadores dicen que hay que superar el miedo, porque cuanto más tiempo pasa más cuesta hacerlo.

—¡Ya lo sé! —suspira Tomi extendiendo los brazos—. Pero cada vez que me acerco a la pelota se me dispara un resorte en la cabeza y tiro con la izquierda. A lo mejor tengo miedo de volver a sentir dolor y comprobar que no tengo el tobillo curado del todo… Es posible que me tenga que operar.

Mientras pelotea, Nico reflexiona sobre las inquietudes del capitán. Y se le ocurre una idea digna de un verdadero número 10.

Después de la cena, coge el teléfono de su casa y marca el número del Hotel de la Florida, donde está concentrado el Barça.

—Buenas tardes, ¿me puede poner con Villa, por favor? —pide a la telefonista—. Me llamo Nico y soy un futbolista de los Cebolletas. Villa es amigo nuestro.