Capítulo 10
A las ocho de la mañana del día siguiente todo estaba listo para empezar la grabación de El Soltero. Unas luces gigantes iluminaban las habitaciones que utilizaban como escenarios en la enorme casa de Julia. Todo lo que podía parecer exceso de cosas fue retirado. Convirtieron el gran salón de los Boudreaux en una sala de baile, llevándose la mayor parte de los muebles y la magnífica alfombra oriental del brillante suelo de madera. Usarían aquel espacio en el primer programa para presentar al público a todos los concursantes. En los días siguientes la emisora utilizaría el asombroso comedor para las cenas románticas; es decir, si se podían considerar románticas las cenas con más de una Rosa. Luego, finalmente, emplearían la sala de estar principal, más pequeña, para que el Soltero entregara las rosas al final de cada episodio. Un lugar de alegría y dolor.
El resto del tiempo los cámaras seguirían a los concursantes acompañados de un hombre encargado de luz y sonido. Era un montaje sencillo, de bajo coste, pero le daba al programa un aspecto moderno y en la onda.
Para las seis de la tarde tenían que contar con cuarenta y cinco minutos de programación grabados y dieciséis minutos de anuncios para poder volver locos a los telespectadores de toda la ciudad.
—Hablando de presión —susurró Chloe para sus adentros mientras revisaba los últimos detalles de una de sus muchas listas.
Aunque ni siquiera ella podía negar el brote de excitación que sentía por el reto y el potencial de lo que estaban haciendo.
Habían reclutado a Pete, el director de Kate para La realidad con Kate, para que dirigiera El Soltero de Oro. Y ahora, después de una primera noche de poco sueño en casa de Julia, convertida en dormitorio y plató, Chloe estaba más preparada que nunca.
—De acuerdo, ¿todas comprendéis el plan? —preguntó, tranquilizando a las Rosas que rodeaban la mesa del comedor de Julia.
Julia estaba a un lado, con el cuerpo sorprendentemente tenso. Ahora que dormía en la misma habitación que ella —las otras Rosas estaban distribuidas por los demás dormitorios, viviendo como si estuvieran en una residencia de estudiantes—, Chloe sabía que Julia no había dormido bien. Por primera vez en su vida, Julia parecía estresada.
La noche anterior, cuando las cosas se calmaron, Chloe empezó a decirle a Julia quién era Trey Tanner en realidad. Pero al final, después de reunir al Soltero y a sus doce Rosas, no había sido capaz de pronunciar las palabras. Sabía que, después de la muerte de su padre, que la había dejado sola y destrozada por la pérdida, su amiga apenas había logrado seguir adelante en muchos aspectos que no estaba dispuesta a reconocer ante nadie. Pero Julia nunca había sido de las que muestran sus sentimientos, así que sonreía y trabajaba y hacía lo que tenía que hacer. Pero Chloe sabía que apenas conseguía aguantar.
Chloe tenía que lograr que aquello resultara bien... y podía hacerlo. Pero si Julia estallaba y se ponía histérica al saber que Trey Tanner no era Trey Tanner en absoluto, eso no ayudaría. Chloe necesitaba que todos mantuvieran la calma y trabajaran a su mejor nivel. Quizá Julia fuera la propietaria, pero Chloe era la directora. Y tenía toda la intención de dirigir esa situación hasta llevarla al éxito. Eso significaba que no tenía más remedio que ser una de las doce Rosas Texanas.
Chloe se esforzó por sonreír animosamente.
—Señoras, revisemos una última vez lo que vamos a hacer.
Las Rosas suspiraron. Ya habían dedicado sus buenos treinta minutos a repasar el programa y luego otros veinte hablando de que Chloe se hubiera incorporado de golpe al reparto. Pronto estuvo claro que las chicas no creían que tuviera ni la más remota posibilidad de ganar; así que no habían protestado demasiado por el extraño arreglo. Además, ni una sola de las Rosas quería que se cancelara el programa a estas alturas.
Chloe lanzó su perorata.
—Grabaremos a las doce Rosas cuando se las presenten al Soltero. Esa será vuestra oportunidad de causar una primera buena impresión. Luego grabaremos a cada una atrayendo la atención del Soltero. Os he asignado treinta minutos a cada una, con un pequeño descanso para almorzar a mediodía.
Estremeciéndose al pensar en lo que estas mujeres tenían que hacer —atraer la atención de un hombre, tratar de ganarse su aprobación—. Chloe se recordó que todo era por una buena causa. Estaban salvando la emisora.
—Sé que ya lo hemos repasado —dijo Mindy, la enfermera—, pero déjame que me asegure de tenerlo claro. Nos presentamos nosotras mismas al hombre...
—El Soltero de Oro.
—No puedo llamar a un hombre «Soltero de Oro». —Bien. Pues llámalo Trey.
Traidor, embustero, capullo también servirían. Pero Chloe se guardó eso para sí misma. —Bien, puedo hacerlo con Trey. Nina, la bruja, sonrió:
—¿Lo visteis anoche? Yo también podría hacérmelo con él.
Unas cuantas mujeres se rieron nerviosamente. Otras soltaron una carcajada. Nina se ahuecó, satisfecha de su ingenio.
—Bueno —prosiguió Mindy—, nos presentamos a Trey. Después, tiene que ocurrírsenos algo para hacer que quiera conservarnos en el programa.
Chloe no podía evitar la vergüenza mental que le producía aquella idea tan repulsiva. Los hombres deberían estar, todos y cada uno de ellos, suplicando a aquellas mujeres que les dedicaran unos segundos de atención. Las mujeres no tendrían que rogar que les dieran una rosa. Era degradante. Era vergonzoso. No podía creer que hubiera aceptado aquello. Pero así era el programa. Doce mujeres tratando de hacerse con el interés de un solo hombre.
Estás salvando la emisora.
Cerró los ojos y se repitió la frase en silencio tres veces, casi poniéndose firme como Dorothy en el Mago de Oz..., con la idea, allá en lo más profundo, de que cuando abriera los ojos estaría de vuelta en Kansas. Eso o que ya no estaría en el plató de El Soltero de Oro y sus doce Rosas Texanas.
Abrió los ojos y miró alrededor. No iba a tener esa suerte.
Leticia, la vampiresa voluptuosa, como le gustaba llamarla a Julia, sonrió, maliciosa, y emitió un ronroneo.
—Yo sé cómo hacer que un hombre quiera tenerme cerca.
—Estoy segura de que sí —dijo Chloe—, pero recordad que es un programa para todos los públicos. No aceptaremos ninguna conducta subida de tono. Si queréis seguir un tiempo en televisión, todo tiene que ser limpio.
—Como quieras —dijo Leticia, estudiándose las uñas, como si, de repente, todo aquello le aburriera.
Mindy, que empezaba a sentirse irritada y un poco nerviosa dijo: —Bien, tened un poco de paciencia conmigo. Estoy tratando de comprender. ¿De qué clase de cosas hablamos?
Julia se acercó e intervino:
—Siendo realistas, cada una de vosotras tiene veinte minutos para hacerse con la atención del Soltero, ya que necesitamos unos minutos para dejar de grabar, pasar a la siguiente Rosa y volver a grabar. Así que pensad en algo rápido. ¿No ha habido algo que hayáis hecho en el pasado que haya ganado la atención de un hombre., como ha dicho Chloe, algo para todos los públicos? Aunque yo añadiría que un toque de «Para mayores de trece años» no haría ningún daño.
Mindy se encogió.
Leticia ronroneó.
Chloe se alegró de que Julia volviera a ser ella misma.
—Escucha, Mindy —dijo Janice, la dulce, cogiéndole la mano—, solo sé tú misma. Eres estupenda, maravillosa y lista y le vas a encantar. Las otras Rosas gimieron.
—Lo digo en serio —insistió Janice—. Solo sonríe y habla con él y te adorará. —Te das cuenta, ¿verdad? —dijo la vampiresa Leticia a la bruja Nina—, de que así es como Janice se asegura de que Mindy salga enseguida del programa. —¡No es verdad! Nina se echó a reír.
Leticia levantó las manos, como si se rindiera.
—Como queráis, chicas. Pero, Mindy —dijo, concentrándose en la enfermera—, solo con hablar no conseguirás nada. Tienes que deslumbrarlo.
—¿Yo? ¿Deslumbrarlo?
—Seguro. Dile que es el semental más atractivo que has visto en tu vida. Mindy abrió mucho los ojos con aire preocupado.
—Todo irá bien —la tranquilizó Chloe—. Estoy segura de que hay montones de cosas que puedes hacer.
—Piensa en esto como si fuera un miniconcurso de Miss América —dijo Julia con voz suave.
Once Rosas se quedaron boquiabiertas. Chloe miró a su mejor amiga como si hubiera perdido la cabeza.
—¿Miss América?
—Me refiero a la parte del talento. Cantar. Bailar. Hacer algo para que el juez se fije en ti. Y en este caso, el juez es el Soltero.
La puerta trasera se cerró de golpe y Trey entró en la casa con una maleta en la mano. Todas las mujeres presentes se quedaron inmóviles al verlo. Durante unos segundos, Chloe se olvidó de que era un embustero.
El pulso se le aceleró; involuntariamente se olvidó de respirar al ver lo guapísimo que era. Llevaba un esmoquin que le sentaba como un guante, la camisa blanca era lisa, sin adornos, solo con unos gemelos de ónice que desaparecían bajo una chaqueta gris oscuro. Conservador, pero sexy al mismo tiempo. La ropa de etiqueta acentuaba su oscura fiereza.
Quitaba el aliento, como un príncipe en un baile de rufianes.
Recordó que eso era precisamente lo que era. Sterling Prescott. Un magnate despiadado de los medios de comunicación. Director general de Prescott Media. Tiburón empresarial fuera de lo normal. Aunque ella seguía pensando en él como Trey.
—Siento llegar tarde.
Le sonrió a ella, con aquella ligera sonrisa que concedía tan raramente que parecía un regalo preciado. No es que ella lo sintiera así, pero más de una Rosa suspiró. Jesús.
—He estado al teléfono toda la mañana —le dijo a Chloe—, liquidando cosas para tener todo el día libre para dedicarlo a esto. He traído la maleta. Supongo que ahora me alojo en tu casa.
Ella estudió la tablilla, esforzándose por no prestarle atención, porque no podía soportar mirarlo mucho más. Porque la verdad era que sentía la necesidad de echarse en sus brazos, y no porque estuviera furiosa. ¿Cómo era posible que siguiera atrayéndole aquel hombre cuando sabía que era una persona maquinadora y horrible? No era justo. Era algo sin precedentes.
Por añadidura, no le gustaba tenerlo en su casa. Parecía algo íntimo y cómplice, como dejarle ver dentro de su alma. De haber sido un extraño, no habría importado. Pero aquel hombre no era un extraño. Ya no.
—Sí, te alojas en mi casa —respondió con su mejor voz de tenerlo todo controlado—. Te acompañaré durante la pausa del almuerzo.
—Bien.
Desde que se había convertido en el Soltero de Oro, se tomaba su nuevo trabajo muy en serio. De hecho, se lo tomaba tan en serio que ya no bromeaba ni flirteaba con ella en absoluto. De repente era un completo profesional en todos los aspectos de su relación con ella. La trataba como si no fuera más que una de sus doce Rosas.
¡Bien! ¡¿Bien?!
—De momento —añadió—, puedes dejar la maleta en la cocina; enseguida empezaremos.
De repente se dio cuenta de lo silencioso que estaba todo. Todas y cada una de las Rosas escuchaban absortas. Quizá bromearan antes cuando hablaban de conseguir que el Soltero se fijara en ellas, pero ahora, viendo a aquel hombre a la luz del día, vestido como un elegante rey guerrero, cada una rumiaba una manera de destacar. Hasta la tímida enfermera tenía un brillo en la mirada que era claramente depredador.
Chloe tuvo que ahogar una oleada de deseo, pero se dijo que solo era un espíritu competitivo perfectamente normal.
—Vayamos al salón de baile —ordenó.
Era una de las habitaciones más asombrosas de la casa de Julia. No solo era enorme y magnífica, sino que, además, el gran salón, como lo llamaban, se podía convertir en un deslumbrante salón de baile.
Las Rosas entraron y sus tacones resonaron contra el suelo de madera. Todas iban vestidas con un vestido de noche donado por Henri's Formal Wear. Ni siquiera el equipo de cámaras ni las pantallas de iluminación podían restarle belleza a aquel espacio brillante de cristal y espejos.
De niña, Chloe solía entrar allí a hurtadillas y fingir que danzaba. Era Cenicienta y bailaba con su príncipe imaginario, que siempre llegaba a tiempo para rescatarla.
Apartó aquellas ideas de su mente e indicó a las chicas su lugar en los sillones y sofás que habían quedado en la estancia. Cuando todas estuvieron sentadas, indicó a Trey que se colocara bajo un arco de celosía cubierto de rosas y yedra que el director y ella habían arreglado antes.
—Vale, Pete, es todo tuyo —dijo Chloe.
—Pero ¿y tú? —preguntó Julia.
Todos miraron a Chloe de arriba abajo. Ella también se miró en la pared de espejos y tuvo que tragarse una exclamación. Después de acabar de arreglar el escenario, no había tenido ni un minuto para prepararse.
—Soy una de las seis a las que grabaremos después del almuerzo.
Trey interrumpió:
—Necesitamos una toma completa de las doce Rosas, lo cual te incluye a ti.
—No he tenido tiempo para prepararme. Además, todavía no tengo el vestido. Henri lo traerá algo más tarde. El traje de nuestra Rosa desaparecida no me iba bien. Y el proveedor ya se había llevado los que sobraban.
Entonces, por vez primera desde que llegó por la mañana, él la miró con aquella
complicidad sensual.
—Creo que uno de tus vestidos te iría bien.
A Chloe el corazón se le subió a la garganta; estaba segura de que se había puesto roja como un tomate. Intentó protestar.
Peter se mostró de acuerdo con Trey.
—Preferiría hacer las tomas generales esta mañana. Así podemos empezar a montar la cinta para la inauguración del programa.
—Ve a cambiarte —ordenó Trey—. Empezaremos con las presentaciones individuales, y luego, cuando vuelvas, haremos la toma general.
Sabiendo que tenían razón, se fue. Julia la siguió.
—¿De qué vestido habla?
—Es algo que olvidé mencionar —empezó a decir Chloe con un estremecimiento—, con todo el jaleo del programa y los planes y demás.
—Siempre que dices «y demás», sé que está pasando algo.
—No pasa nada. Es solo que olvidé decirte que —respiró hondo— la noche que casi lo hice en los lavabos del hotel. ¿te acuerdas de la noche que digo?
—Sí —dijo Julia, prudente.
—¿Te acuerdas que te dije que él era un desconocido?
—Me acuerdo.
—Bueno, pues resulta que ese desconocido es Trey.
—¿Cómo? ¿Nuestro Trey? ¿El Soltero de Oro Trey?
—El mismo.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Iba a hacerlo, pero luego descubrí que Trey era de Prescott Media, y entonces Kate me dijo que tenía que decírtelo en persona.
—¿Se lo dijiste a Kate?
—Sí, el primer día, pero quería decírtelo en persona y tú estabas muy ocupada, y luego todo se descontroló y no quise agravarlo cuando descubrí que tenías tantos problemas con la emisora. En todo caso, luego me olvidé de que no te lo había contado. Hasta ahora.
Julia empezó a andar muy deprisa, y sus finos tacones resonaban contra el suelo.
—Estupendo. Bien, ¿y a qué viene que ahora me des esta noticia de última hora?
—¿Te acuerdas del vestido que me prestaste aquella noche?
—¿Ese es el vestido al que se refería?
—Eso es.
Por fin, Julia se detuvo y sonrió.
—¿Lo ves? Ya te dije que ese vestido te haría destacar entre la multitud.
—Por desgracia, nunca llegué a estar entre la multitud.
Julia soltó una carcajada, cogió a Chloe de la mano y tiró de ella hasta su habitación. En cuestión de media hora, con ayuda de su amiga, Chloe se vistió y se arregló el cabello. Se maquilló y Julia insistió en un toque de perfume. Cuando finalmente volvió al salón de baile, Chloe apenas se reconocía.
Cuando entró, Pete estaba grabando a una de las Rosas mientras se presentaba a Trey. Varias cabezas se volvieron. Trey estaba concentrado en el momento, como un auténtico profesional. Pero en cuanto Pete dijo «Corten», se volvió hacia ella, como si todo el rato hubiera notado que estaba allí.
Sus oscuros ojos se iluminaron con una sensualidad que ella conocía bien. Chloe se sentía como si él la desnudara con su mirada.
—¡Siguiente! —ordenó Pete.
Leticia se levantó del sillón, con el rojo vestido centelleando como una joya bajo las intensas luces.
—Estoy lista.
Trey recuperó la concentración. —Acción.
Leticia avanzó, mirando directamente a Trey. Chloe podía sentir la intensidad que emanaba de aquella mujer. Su cuerpo parecía el sueño húmedo de todo hombre.
—La cámara añade diez kilos —susurró Julia—. Va a hacer que parezca gorda.
Chloe se dijo que no se alegraba. Es más, se recordó su plan, enérgicamente.
—Hola, Trey —ronroneó la mujer con una voz que decía «Quiero tener sexo apasionado y salvaje contigo»—. Me muero de ganas de estar contigo. Me muero de ganas de conocerte. Y espero que tú te mueras de ganas de mí.
Destacó la palabra «mí». No dijo «verme», ni siquiera «conocerme».
Nadie de menos de trece años entendería el doble sentido, pero cualquiera por encima de esa edad, sí. Trey sonrió y luego le besó la mano.
A continuación le tocaba a Mindy. Si la enfermera estaba preocupada antes, había desechado la preocupación junto con sus medias blancas y sus zapatos de suela de goma. Chloe habría jurado que la blusa de organza azul real que había elegido llevaba desabrochados unos cuantos botones más que cuando todos se reunieron en el salón de baile.
—Hola, Trey —dijo, y sonaba más como una animadora que como una profesional de la medicina—. Espero que podamos pasar tiempo juntos. He pensado que quizá te apetezca practicar un poco de RCP.
Chloe se atragantó. Julia se tragó la risa que pugnaba por escapársele. Trey, si estaba sorprendido, no lo demostró. Se rio ligeramente, con una risa ahogada, apreciativa, y Chloe supo que, por la noche, cuando mostraran aquella media sonrisa de truhán por televisión, todas las mujeres de El Paso entre los ocho y los ochenta años se enamorarían locamente de él.
—Es bueno —comentó Julia.
Si supiera lo bueno que llegaba a ser.
Las seis primeras presentaciones acabaron cuando faltaban pocos minutos para el mediodía. Pete pensó que sería una buena idea liquidar la presentación de Chloe antes de comer, ya que, como profesional que era, sería rápida y eficiente. Y entonces solo les quedarían cinco para la tarde.
Poniendo la espalda muy recta, Chloe avanzó. Profesional o no, le temblaban las rodillas de miedo y de excitación. Iba a salir por la tele.
Aunque trabajaba en KTEX desde que salió de la universidad, nunca había estado ante las cámaras.
Pero en el instante en que Pete dijo «Acción», se quedó paralizada. Miró horrorizada el oscuro objetivo opalescente de la cámara. Se le escapó un chillido ahogado cuando Trey alargó el brazo y le tocó la barbilla.
—Hola —dijo él cordialmente.
—Ah, hola —consiguió balbucear sin dejar de mirar la cámara. Piensa, Chloe, piensa.
—Ah, hola —repitió.
—¡Corten! ¿Qué coño te pasa, Chloe? —protestó Pete. Recuperó el sentido en cuanto se apagó la luz roja de grabación.
—¿Lo veis? ¡Ya os dije que era tímida! No tendría que estar haciendo esto. No estoy hecha para esto.
—Cálmate mientras hacemos las tomas generales del grupo.
Las tomas con gran angular de todas las Rosas acabaron rápidamente. Cuando estuvieron listas, Pete añadió:
—Chloe, haremos tu presentación después del almuerzo, con las chicas que quedan.
Se volvió hacia el grupo—. Volvemos a empezar a las doce y media. No os retraséis.
Acompañaron a las Rosas a la cocina, donde Zelda, el ama de llaves de Julia, había dispuesto una serie de sándwiches, ensaladas y refrescos. Pero nadie tenía hambre.
Trey se acercó a Chloe.
—Dijiste que me acompañarías a tu casa.
—Oh —gimió ella, todavía avergonzada por haber fracasado en algo tan sencillo. ¡Miedo al escenario! ¡Ella!—. Sí, claro.
Se dirigió a la puerta trasera. Trey cogió la maleta y la siguió. Ella no frenó la marcha, pese a los altos tacones, mientras seguía el sendero que había recorrido mil veces antes entre la mansión de Julia y su propia casa.
Cuando pasaron bajo el arco que conectaba los jardines laterales, Trey ladeó la cabeza.
—Así que aquí es donde vives.
—Sí —respondió ella, procurando no ponerse a la defensiva.
Su casa era diminuta comparada con la de Julia, pero a ella le encantaba y estaba orgullosa de ella, aunque seguramente era microscópica comparada con lo que fuera donde debía de vivir él.
—Me parece fascinante que trabajes con Julia y, además, vivas en la casa de al lado.
—Kate vive al otro lado de Julia.
—¿Os trasladasteis aquí al mismo tiempo?
—No. Todas hemos vivido aquí desde que éramos niñas.
—¿Viniste aquí con tu familia? ¿Todavía vives con ellos?
Ella notó que se le tensaba la mandíbula.
—Era la casa de mi abuela, hasta que murió hace un año.
—Lo siento.
Chloe se relajó, pero solo un poquito.
—Me la dejó en herencia.
—Así que vives sola.
—En realidad, no. Mi padre vino a vivir conmigo hace seis meses. Él miró alrededor.
—Debes de estar muy unida a tu padre, si vive contigo.
—Mucho. —Ella también miró alrededor—. Aunque me gustaría poder pasar más tiempo con él.
—¿Cómo dices?
—Nada. Háblame de tus amigos y familia.
Aquello desvió su atención. De repente se perdió en unos pensamientos que ella no podía alcanzar.
—No hay nada que contar.
—Seguro que sí. Háblame de tus amigos de cuando eras pequeño, de los chicos con los que fuiste a la escuela.
Él se quedó mirando el jardín, las flores y los árboles, sin responder. Un segundo después pasó junto a ella en el estrecho sendero, sin tocarla, y se dirigió a la casa. Chloe habría jurado que él había dicho que no tenía amigo alguno.
—No puede ser.
—¿Cómo?
—¿No tienes amigos?
—Yo no he dicho eso.
—Claro que sí.
—Estás equivocada. —Se dirigió hacia el porche trasero, como si fuera el amo del lugar, abrió la puerta mosquitera que había al final de dos escalones de cemento y le hizo un gesto para que entrara—. Va pasando el tiempo y pronto tendremos que volver.
—Vale. Si no quieres hablar de que no tienes amigos, ¿quién soy yo para presionarte? Él soltó un taco entre dientes y le hizo un nuevo gesto con la cabeza para que fueran adentro.
En cuanto entraron, Chloe se sintió relajada y nerviosa al mismo tiempo. La casa evocaba en ella una serie de sentimientos mezclados. Había sido su hogar mucho tiempo y ahora le pertenecía. Pero, sin embargo, seguía pareciendo más la casa de su abuela, por mucho que ella hubiera añadido sus toques personales.
Trey miró alrededor. Pero no eran los azulejos ni el estarcido lo que observaba.
—¿Quiénes son? —preguntó con una sonrisa—. Aunque me parece que lo adivino. — Miró más de cerca la enmarcada foto en color—. Esta es Julia y esta es Kate. —Se irguió—. Y esta eres tú. —Se volvió para mirarla—. Eras un encanto.
—¿Un encanto?
Incómoda, pasó a su lado, rezando para que él no oyera los fuertes latidos de su corazón ante el inusual elogio.
—Nunca fui un encanto. Ven, te enseñaré dónde está todo y te explicaré las normas.
—¿Normas? —inquirió él, dejando la foto—. ¿Esperas que viva según unas normas? Fue entonces cuando se le ocurrió.
—Instrucciones —aclaró, con la cabeza trabajando a cien por hora.
Si él quería fingir que era Trey Tanner, un tipo trabajador como todos los demás, ¿quién era ella para no dejarlo vivir como un hombre normal y corriente, no asquerosamente rico?
—Sugerencias útiles, es más adecuado —añadió—. Te lo enseñaré todo para que sepas dónde están las cosas cuando tengas que limpiar la casa. —Inspirada, señaló un armario y abrió las puertas, como si fuera un juego.
—¿Limpiar la casa? —preguntó él, incrédulo—. ¿Esperas que limpie?
Ella parpadeó inocentemente.
—Lo habría hecho yo misma para el otro Soltero, pero como ahora tengo las manos llenas con la producción y mi presencia en el programa, me parece que puedes limpiar tú mismo.
Él hizo un ruido que ella fingió interpretar como aceptación.
—Allí está el lavavajillas. El detergente está debajo del fregadero junto con todo lo demás que puedes necesitar. Windex, 409...
—¿Qué es 409?
—Tché, tché —le regañó, con un gesto admonitorio del dedo—. No me digas que vamos a repetir el episodio del café.
—Mi café era estupendo. Ella bufó.
—Lo que tú digas. Nunca es tarde para aprender —le dijo, y luego se volvió y se dirigió hacia el frigorífico—. No sabía qué podía querer un soltero. Pero he comprado chuletas de cerdo para la parrilla. Lechuga y tomates para hacer ensaladas. Fiambres para sándwiches. Hay muchas cosas con las que puedes improvisar almuerzos y cenas.
—¿Improvisar?
—Ya sabes, cocinar. ¿O es otra de las cosas de la que no sabes nada de nada? Dios Santo, Trey, ¿dónde te has criado?
Lo miró con una diabólica seriedad.
—Sé qué es cocinar —gruñó él mientras su humor se desvanecía.
Por lo menos, no mintió abiertamente diciendo que sabía cocinar. Chloe no creía ni por un segundo que se hubiera preparado una comida en su vida. Pero solo sonrió.
—Sabía que teníamos que alimentar a nuestro Soltero, así que incluí las comidas en el presupuesto.
—Pero no un servicio de limpieza.
—Vaya, pues no. —Se rio, disfrutando de la situación, y cerró la puerta del frigorífico mientras la última pieza de su plan encajaba en su sitio—. La única otra cosa que tienes que hacer es cortar el césped.
Genial. Era genial.
—No voy a cortar el césped.
—¿No sabes cómo se hace, Trey? —preguntó, con un mohín encantador—. ¿Supera tus aptitudes?
Él la fulminó con la mirada.
—No está fuera de mis aptitudes.
—¡Bien! —Chloe dio media vuelta y se encaminó al garaje, donde estaba su nuevo y maravilloso cortacésped—. ¡Tachán! ¿Qué te parece?
—Me parece que estás tratando deliberadamente de volverme loco.
—¿Acaso haría yo una cosa así? —Se esforzó por parecer dolida.
—Sí.
Ella se echó a reír.
—Déjame que te explique cómo funciona.
Le habló del mecanismo propulsor, del cable del que había que tirar para la puesta en marcha y del muy importante embrague.
—¿Quieres que te haga una demostración?
—Sé usar un cortacésped —afirmó él, arrogante.
Ella enarcó una ceja y luego se encogió de hombros.
—Ten cuidado con mis flores.
Cuando él gruñó de nuevo y por su aspecto parecía estar a punto de hacer algo que los dos lamentarían —matarla o besarla—, Chloe abandonó el garaje a toda prisa. —Ya casi estamos. Ahora te enseñaré dónde dormirás.
Lo cual quería decir dormitorio y cama, y su cuerpo inició otro lento ascenso a la consciencia.
Él la siguió de vuelta a la casa. Chloe veía en sus ojos lo irritado que estaba, pero los buenos modales le obligaban a abrirle las puertas para que ella pasara. Cada vez que sus cuerpos se aproximaban, sentía el calor que irradiaba de él, como el sol que atraviesa las nubes en un día frío.
En la parte trasera de la casa pasó sin decir nada por delante de su propia habitación y siguió hacia la de invitados. Pero él se detuvo a la puerta y miró adentro. —¡No puedes entrar ahí! Pero lo hizo de todos modos.
Cruzó los brazos sobre el pecho, cubierto de lentejuelas y cuentas, sintiéndose molesta por la manera en que él siempre hacía lo que le daba la gana. Procuró que no le afectara ver a aquel hombre alto y fuerte, con esmoquin, que parecía tan fuera de lugar en su diminuta habitación. Un día de estos tendría el dinero necesario para sustituir las camas gemelas y los sencillos muebles que tenía desde que se trasladó a El Paso. Cuando estaban en último curso de secundaria, Julia entró en la casa y le dijo a la abuela de Chloe que la habitación de su nieta era una vergüenza. A continuación procedió a dar instrucciones a Chloe y Kate sobre cómo pintar todos los muebles. La pintura seguía allí, apagada, pero bien cuidada. Su abuela las había observado atentamente, limitándose a asentir con la cabeza, aprobadora, cuando acabaron.
Ahora, décadas después, con un hombre mundano y refinado observándolo todo, se sentía vulnerable y muy joven.
—Una habitación asombrosa —dijo él. Ella arrugó la nariz, sorprendida. —¿Te gusta?
Él se volvió y sus miradas se encontraron. —Me gustas tú.
—Yo no te gusto. Y, ciertamente, tú no me gustas a mí —farfulló, indignada. Pero eso no impidió que él sonriera, seguro de sí mismo. —¿Te he dicho que estás fantástica?
Ella bufó con esfuerzo porque la verdad era que un pequeño escalofrío le recorría la espalda ante el cumplido.
—Primero soy un encanto y ahora dices que estoy fantástica. ¿Qué te ha dado?
—Hoy me ha costado un infierno concentrarme en todas las demás mujeres porque solo pensaba en ti.
—No puedes tener favoritas.
—No he dicho que tú fueras mi favorita.
Chloe le dio un puñetazo en el pecho.
Él soltó una carcajada.
—Ay.
—No te ha dolido.
—Cierto.
Entonces trató de cogerla, pero ella fue demasiado rápida para él. Dio un salto, apartándose, y procuró que no pareciera que huía del peligro.
—Tenemos que estar de vuelta dentro de quince minutos. No podemos permitirnos entretenernos mientras va pasando el tiempo.