EL NACIMIENTO

EL NACIMIENTO

Una estricta división de sangres preservaba la vida en las aldeas arayé. «Si la sangre viene de tu madre, empújala lejos».

Dos ríos… La sangre paterna permitía el amor. La sangre materna lo prohibía.

«Si esa mujer lleva sangre paterna puedes volcarla sobre la maleza».

«Si esa mujer lleva sangre del río materno no es mujer que mires o sueñes. Porque de la unión de sangre materna con sangre materna saldrán hurones con pies humanos, tortugas con colmillos y jabalíes de tres patas».

Mam y Cabeza Roja eran primos en el río de la sangre materna. Mam era bella. Cabeza Roja era un cazador astuto y fuerte.

Apenas habían dejado de ser niños cuando Cabeza Roja se acercó a Mam. Entonces Mam se asustó y corrió a la Casa Gusano donde ambos vivían.

«Quiero coserme los ojos», dijo Mam.

Su abuela se rio a carcajadas y les contó a las demás mujeres la locura de su hija para que todas rieran.

«Quiero moler mis manos como si fueran semillas», dijo Cabeza Roja.

Su abuelo se rio a carcajadas y le contó a los demás hombres para que todos rieran de la estupidez de un cazador joven.

Por las noches ardían muchos fuegos en las Casas Gusano. Alrededor de cada hoguera se reunían el hombre, sus esposas y sus hijos.

Junto al fuego de la familia de Mam ardía el de la familia de Cabeza Roja. Los jóvenes arayés no necesitaban mirarse para verse.

—Mam, hay una curación que hacer y cinco pobrecitas ranas deben morir. Ve a buscarlas al río. Mira sus ojos. Ellas te dirán si son viejas y ya están dispuestas a morir —le dijo su abuela.

Cabeza Roja, que estaba cortando leña, la vio alejarse. Entonces fue tras ella. El hacha de piedra quedó clavada en el medio de un leño, como advertencia de lo que estaba por ocurrir.

El joven cazador iba tras los pasos de Mam, que se movía con gracia y, de tanto en tanto, se ponía flores en el cabello.

Apenas Mam había comenzado a buscar ranas cuando los pasos de su primo la sobresaltaron. En la mirada de Cabeza Roja era sencillo adivinar el amor. También en el temblor de Mam, cuando se puso de pie. En la inmensidad del monte, junto al río, el deseo se enfrentaba al deber.

Pero mientras los jóvenes arayé, primos en la sangre materna, se acercaban, algo sucedía en el mar que bañaba las costas del Sur de Mérec. Algo sucedía… El tiempo se abría paso a través del oleaje y alzaba como un túnel de agua infinita.

Casi medio siglo después de emprender su viaje desde la otra orilla del mar, Hobsyllwin y los dragones que la acompañaban salían a la superficie.

Los diminutos Japiripé de Mérec bailaron. ¡Los grandes dioses habían llegado! Pero también lloraron los Japiripé. ¡Los hermanos arayés no habían sido capaces de preparar un cielo sin flechas!

Ya en el cielo de Mérec, Hobsyllwin, la majestuosa, tomó un rumbo preciso. Los demás dragones la siguieron.

Un viento cálido y perfumado que llegaba del mar deshizo el temor. Mam alzó la vista hasta los ojos profundos de la prohibición. Y Cabeza Roja la cubrió con su deseo. Allí ocurrió el amor, por única vez, tan voraz que ninguno de los dos advirtió que una mirada esplendorosa los iluminaba desde lo alto.

Después, Mam halló serenidad suficiente como para cumplir el encargo de su abuela. Y coraje para regresar a la aldea.

Un destino comenzaba a gestarse.

Luego, lo llamarían Nulán.