Capítulo 2

Adela abrió los labios, permitiendo a la lengua de él danzar con la suya en una persistente exploración. El latido de su corazón golpeaba en sus oídos, en su cabeza, nadaba con el sabor de él y su cercanía, mientras absorbía la sensual energía de la esencia masculina en su interior. Él gimió profundamente y Adela arqueó el cuerpo acercándose más, sus manos acariciando detrás de su cabeza.

Se apartó ligeramente, forzando a entrar aire en sus ardientes pulmones.

—Yo... —Descendió la mirada a la húmeda túnica de él, donde ésta toco su húmeda camisola—. He mojado vuestra túnica.

Encogiéndose de hombros, se cernió sobre la boca de ella y murmuró,

—Entonces mejor nos sacamos nuestras manchadas ropas antes de que atrapemos la muerte.

Adela asintió lentamente, cautivada por los intensos ojos azul-cielo y la presión de su cuerpo inclinado contra el suyo.

—¿Puedo tener el honor de desvestiros? —Le preguntó, su voz un profundo sonido.

—Aye. —Su estómago se agitó con nerviosa anticipación.

Los dedos de él, hábilmente desataron los lazos desde el cuello a la cintura, exponiendo la piel con un rubor escarlata por la excitación. Gentilmente, apartó la húmeda tela de sus sensibles, rosados y punzantes pechos.

El cálido aliento lleno de lujuria cayó sobre sus pechos y Adela cerró los puños, insegura de qué hacer con las manos cuando el resto de su cuerpo gritaba con energía sexual intensa. Su pecho se elevó y cayó con cada laboriosa respiración al tiempo que anhelaba que él la tocara. Él besó dos dedos y luego los posó alrededor de sus anhelantes pechos por fuera. Como un gato provocando a un ratón, sus ojos estaban encendidos con un torturante brillo.

Adela arqueó la espalda, ansiando que sus burlados pezones fueran acariciados. ¿Por qué no tocaba sus pechos completamente? ¿La estaba volviendo loca por alguna razón?

Mirando fijamente en sus ojos, mordió su labio deseando, silenciosamente implorando porque terminara su tortura.

—¿Queréis que los toque? —Preguntó, su voz baja, con deseo.

—Por favor —murmuró.

Finalmente, los ahuecó a ambos, calentándolos con su toque. Un jadeo escapó de los labios de Adela, una oleada de placer llenó su feminidad.

Los ojos de él se abrieron de par en par ante su apasionada reacción.

—¿Es esta vuestra primera vez, muchacha?

—Sí.

—¿Estáis segura que queréis continuar? —Las tiernas manos amasaban y acariciaban los pechos.

Ella quería gritar, ¡Por Júpiter, soldado! Por supuesto que quiero. Tus manos me están conduciendo al borde de la locura. Pero en lugar de ello contestó:

—Sí, lo quiero más que nada.

—Como deseéis. —Dijo y descendió los labios para succionar un pezón.

Alzando la cabeza, Adela observó la lengua girando alrededor de la prominente punta aterciopelada. Ella apretó los muslos, el ansia entre sus piernas incrementándose con cada lamida.

Descendiendo su otra mano, él juntó los pliegues de su falda y ascendió los dedos por su pierna, la presión firme y posesiva contra su piel.

Cuando la camisola alcanzó su cintura, él la apartó de sus pechos para encontrarla sin ninguna prenda interior. La mirada atrapada en el cubierto nido de oscuro y rizado vello castaño entre sus muslos. El primitivo destello de un guerrero apareció en sus ojos, y ella igualó la intensidad de su mirada con una de las suyas.

Alzando los brazos, le permitió elevar la camisola sobre su cabeza, los movimientos de él se volvieron urgentes. Adela volvió a acostarse en el césped y observo los músculos del torso tensarse cuando apresuradamente tiró de su propia túnica de algodón sobre su cabeza. El rubio cabello ondeó con la brisa mientras giró para arrojar la vestimenta con descuidado abandono.

El magnífico cuerpo pertenecía al cielo, no aquí a la tierra, con los mortales. No podía creer que la encontrara atractiva, aunque, la mirada en los ardientes ojos decía que lo hacía. Nunca se había sentido tan hermosa, tan adorada.

Yaciendo junto a ella, él reclamó su boca, el beso fue feroz y apasionado. Las yemas de los dedos descendieron por su abdomen, trazando un ardiente camino sobre su piel.

—Separad aún más vuestras piernas —murmuró contra sus labios.

Ella lo obedeció sin vacilar, con anhelo insoportable en la resbaladiza y cálida piel. Adela sabía que debía ser tímida y modesta, sin embargo el estar desnuda frente a este hombre se sintió tan correcto.

Tan natural.

Él acomodó los dedos entre los húmedos pliegues y frotó su sensible centro con la almohadilla de su pulgar. Ella gimió contra sus labios y la lengua de él penetró en su boca, sofocando los jadeos de creciente placer.

Antes de que su respiración pudiera calmarse, el soldado rápidamente se incorporó, dejándola privada de sentir sus sensuales energías. La mirada de ella siguió cada movimiento suyo. Él se desenrolló su kilt y lo desechó, dejando su hinchada asta empujando hacia afuera, masculina y potente.

Adela había espiado en la aldea a hombres mientras se bañaban; los suaves miembros intrigaban su virginal curiosidad; de cualquier forma, nunca había visto uno rígido o casi tan impresionante antes. Se tensó, preguntándose si él encajaría dentro de ella.

Sintiendo su incomodidad, él se recostó sobre su espalda, junto a ella, y elevó los brazos detrás de su cabeza.

—Mi dulce muchacha, podéis tener completo control. Complaceos a través de mí y os prometo que no haré demandas sobre lo que no deseéis dar.

Los ojos de Adela se abrieron de par en par.

—¿Habláis con palabras falsas? —Hambrienta, su mirada vagó por cada pulgada de su musculosa forma, sólo para descansar de nuevo en su tensa erección.

—Nae. Sois bienvenida a saborearme.

Tragando fuertemente, se sentó derecha y tentativamente, tocó el cálido pecho. El salpicado vello claro era suave bajo su mano. Una dulce esencia de sudor y cuero llenó sus sentidos, excitándola de nuevo.

La mano de ella se deslizó por cada onda de músculo dirigiéndose hacia el crespo vello que rodeaba su masculinidad. Insegura, miró hacia el atractivo rostro, la mirada llena de lujuria la alentó a tocar su suave dureza.

Mordiéndose el labio, entrelazó ambas manos alrededor de la base de su vaina y ligeramente las condujo arriba de la satinada cima y abajo nuevamente. El pecho de ella se tensó con excitación y tímidamente le echó una ojeada al soldado para ver si, también, sentía tensión. Los ojos estaban cerrados, la cabeza sobre las manos. Un gemido salió de sus labios y ella continuó con el movimiento con una rítmica presión.

—¿Os gusta esto? —Preguntó, sabiendo la respuesta, pero queriendo escuchar la rica y particular voz.

—Aye, lo estáis haciendo bien, muchacha. Mantened el ritmo. —Contestó, las venas del cuello sobresalían.

Él gimió de nuevo, y movió la cabeza a un lado en una respuesta salvaje. Adela sonrió con traviesa satisfacción de que podía tentar al igual que el atractivo soldado. De repente él aferró su mano fuertemente, deteniendo el movimiento.

Un brillo de sudor apareció sobre la frente.

—Si no deseáis que desparrame mi semilla en vuestras encantadoras manos, mejor os detenéis ahora.

Sonriendo seductoramente, ella pasó la pierna sobre su cintura, sentándose a ahorcajadas sobre la palpitante carne bajo ella.

—No despreciaría vuestra semilla tan despreocupadamente.

—Zorra. —Tomando un profundo y gratificante aliento, continuó— Tomadme a vuestro gusto. Por vos, mataré a cualquiera que ose irrumpir en nuestro paraíso.

Asintiendo, sus ojos taladrando los de él, gradualmente descendió sobre su asta. Poco a poco, delicadamente lo empujó más adentro de su húmedo canal hasta que su himen se rompió.

Los ojos de Adela se entrecerraron con dificultad, su interior ardiendo, dilatado a su límite.

Sin salirse, él se sentó y ahuecó su rostro.

—Daos tiempo de ajustaros a mi tamaño. Prometo que el dolor se aplacará. —La besó en los labios, tierno y lento.

Adela giró las caderas de un lado a otro, y en lugar de sentir dolor, sintió oleadas de placer.

—Tenéis razón, soldado. Esto sí se siente bien.

Él gimió con contenida frustración, la cabeza cayó hacia atrás sobre el césped. Otra sonrisa de triunfo cruzó el rostro de ella y continuó meneándose sobre su erección. Cayó sobre su cuerpo, el cabelló castaño acariciando ambos lados del rostro de él. Adela lo besó de nuevo y se movió hacia adelante y hacia atrás, inclinando las caderas.

Se estiró bajo ella, y Adela lo cabalgó con salvaje abandono, ávida por consumir más éxtasis, alimentarse con sus gemidos de pasión. Ella no quería que esta sensación eufórica terminara nunca. Las caderas se movieron más y más rápido mientras su pesado aliento iba mezclándose con el de él. Se arqueó hacia atrás y gritó su liberación al tiempo que él hacía lo mismo, derramando su caliente y viva fuerza dentro de ella con un explosivo estremecimiento.

Lo miró fijamente con sorpresa y ambos rieron por el increíble impacto de su relación sexual. Ella cayó a su lado en el césped, el brazo de él amortiguando su cabeza. Los dedos afectivamente acariciaban su hombro. La simple caricia le produjo a Adela un cálido sentimiento en el estómago. Así que de esta manera se sentía la intimidad. Le gustaba.

La mano ligeramente rozó el pecho de él, y casualmente movió la pierna sobre la suya. Debería preguntarle su nombre, pero por un lado no quería saberlo.

Era mejor si el nombre del padre de mi bebé fuera desconocido.

De esa manera permanecería siendo una fantasía en su mente por siempre. No real, sin embargo lo bastante humano para engendrar un niño. Casi deseaba que pudiera haber un futuro para ellos, pero una vez que él descubriera que era una bruja, sería repudiada como lo hicieron todos los hombres antes que él.

—¿En qué estáis pensando? —Los ojos buscaron los de ella.

No queriendo arruinar el momento con sus pensamientos, la mirada de Adela se fijó en la salvaje cicatriz a lo largo de su mejilla.

—¿Cómo os hicisteis esto? —Preguntó y deslizó un dedo a lo largo de la suave muesca.

—Si os lo cuento, creeréis que soy un loco.

—¿Pensáis que ya no lo hago? —Dijo con un malicioso brillo en los ojos.

La profunda risa de Phillip vibró a través de Adela deliciosamente, escociendo su piel.

Él trajo la palma de ella a sus labios y la besó. Después de una larga pausa, finalmente contestó:

—Tomé una daga y marqué mi piel.

Adela jadeó.

—¿Por qué? ¿Por qué destruir algo tan hermoso?

Sombrío, Phillip reclinó la cabeza y posó la mano libre detrás de ésta.

—Vivimos en un mundo donde la brutalidad y la fuerza es todo lo que importa a un hombre. Así que, como un hombre con un rostro angelical, fui burlado sin misericordia. Y no sólo por otros muchachos, sino por mi padre, quien estaba decepcionado de que su hijo se viera favorecido por la bella apariencia de su madre.

Los ojos de Adela se suavizaron y su voz descendió.

—¿Y creísteis que os respetarían más si teníais una cicatriz?

—Aye.

—¿Lo hicieron?

—Nae. Mi padre me dio una azotaina. Dijo que si alguien tenía que marcarme, sería él.

Phillip se volteó y se incorporó sobre los codos, mirando a Adela.

—Creó que sintió remordimiento por su papel en mi tonto plan y no sabía cómo disculparse.

—De ese día en adelante, no se burló por mi apariencia o permitió que otros lo hicieran en su presencia. Pero sí tuve que probar que no era un enclenque a todos y a mí mismo. —Recogió una hebra del cabello de ella y lo olfateó con apreciación, luego continuó— Practiqué implacablemente con una claymore y me volví más determinado en el entrenamiento que la mayoría de los muchachos. Cuando vino el tiempo de las desafiantes batallas, pronto se hizo evidente que mi bella apariencia no interfería con la habilidad de mi espada.

—¿Para qué clan erais soldado? —Adela preguntó ausentemente, su mirada descasando en los cautivantes labios. ¿Cómo podía cualquier mujer resistirse a tal hombre? Y él era todo suyo en éste momento.

—El clan de Robert, de cualquier forma, no soy uno de...

Incapaz de esperar por más tiempo, besó al excepcionalmente hermoso guerrero. Saboreando el sabor de su boca, profundizó el beso con la lengua. Sabía que debería estar escuchando lo que él estaba diciendo, pero sus labios eran cautivantes y ansiaba reclamar su boca. Heridas de Dios, el esculpido torso se sentía tan bien contra sus pechos.

Un punzante graznido hizo eco sobre ellos y Adela se acurrucó en su abrazo.

—¿Escuchasteis eso? —Preguntó, el terror emanaba de sus palabras.

—¿Qué?

—Por allí. —Apuntó hacia el cielo—. ¡Es un cuervo! —Murmuró, su cuerpo se tensó.

Miedo, desnudo y vívido, de deslizó por ella.

—¿Por qué os asusta el pájaro negro? Es inofensivo. —Dijo, las cejas se fruncieron con preocupación.

El cuervo voló sobre ellos de nuevo, la aguda llamada vibrando por su alma, enviando estremecimientos de premoniciones a lo largo de su cuerpo.

—La maldad está observándonos. —Firmemente aferró su brazo, las uñas clavándose dentro de su carne.

—¡Phillip! —Varias voces masculinas llamaron desde la distancia—. ¿Phillip, dónde estáis?

Otro hombre gritó.

—Venid aquí. Allí está su caballo.

Phillip se volvió hacia la muchacha en sus brazos.

—Mis hombres están buscando por mí. —Soltándola, se incorporó y se paró al borde del estanque, la desnudez cubierta por el alto césped—. Estoy por aquí, pero no avanceis. Saldremos nosotros.

Phillip se volvió para descubrir que Adela había desaparecido.

—Muchacha, todo está bien. No seréis lastimada. —Llamó a través del estanque, pero ella no emergió de su escondite.

Sus pies descalzos salpicaron por el borde del estanque al tiempo que se apresuraba hasta el otro lado y la buscaba por el césped. No la pudo encontrar en la espesa hierba sobrecrecida.

—¿No crees que es un momento inapropiado para bañarse? —Dijo Dougal. El trabajosamente formado Entrenador de Guerra sofocó una risa al tiempo que el resto de sus hombres observaban a Phillip doblado sobre la maleza, las desnudas nalgas estaban expuestas.

Phillip se enderezó, despreocupado ante las bromas de sus hombres.

—Había una mujer...

Dougal asintió, frotando la roja barba.

—Claro, muchacho. Creo que has tenido demasiado sol. Mejor vuelve al campamento y duerme un rato.

—No me trates con condescendencia. Realmente había una... —Ante el descreimiento en los ojos de sus hombres, terminó con un—: No importa. Sería imposible atraparla ahora. Vayámonos.

Introduciéndose en sus vestimentas, pasó a Dougal y burlonamente empujó los robustos hombros de sus hombres.

—Vosotros, grandes zoquetes, la asustaron.

—Seguro que lo hicimos. —Dougal replicó.

Montando su caballo, Phillip examinó el área una vez más por cualquier señal de la encantadora criatura con la que había tenido el honor de pasar la tarde.

—Vamos, Phillip. —Dijo Dougal—. Los hombres están cansados y desean encontrar cerveza y una cama.

—Aye —ofreció Phillip, y cabalgó de nuevo a través de los árboles, maldiciendo el olvido de preguntarle a la muchacha dónde habitaba. MacAye. MacAye. Nunca había escuchado acerca de ese clan antes.

En el oscuro bosque, Adela esperaba calmadamente junto a su caballo, confortada por las sombras que escondían su forma. No era como si aborreciera la luz del sol, pero estaba acostumbrada a caminar por los bosques debajo de la suave luz de la luna, su consuelo no perturbado por curiosas personas que desearan fisgonear en su vida.

El caballo blanco cabeceó su hombro y ella descansó la mejilla contra el sólido y cálido cuello. La almizcleña esencia de su amigo la llenaba con compañerismo, no obstante, suspiró con soledad.

—Sabes que tenía que dejarlo ir. —Murmuró, su pecho se tensó.

El sonido distante del relincho de un caballo sonó a través de los altos pinos. La cabeza de Adela se elevó y ella bordeó un negro tronco, la mano acariciando la áspera corteza al tiempo que se estiraba para ver a través del denso bosque. Los soldados estaban finalmente dejando la pradera y regresando por los bosques, pero la mirada de Adela estaba atrapada por sólo uno de ellos. El más alto y deseable de todos ellos.

Descendió la mirada a su estómago y posó una amorosa mano sobre su abdomen. Regresando la mirada a su lejana espalda, tomó aliento nostálgicamente,

—Adiós, soldado conocido como Phillip... y gracias por nuestro bebé.

Un silencioso cuervo sobrevoló, escondido en las densas ramas. Negro, ojos pequeños brillaron con amenaza a la mujer balanceándose sobre un caballo. Una esencia metálica llenó el aire, y el cuervo elevó el pico. Abrió las alas para volar.

Capítulo 3

Siete lunas más tarde, Phillip desmontó del caballo de guerra y le dio las riendas a su escudero. Juró por lo bajo y se frotó los doloridos músculos del brazo debido a la espada. La sangrienta disputa que duraba más de tres años contra su familia le tenían en una posición insoportable. Había tenido demasiado de esta guerra sin sentido.

Cuidando de no resbalar en el lodo, Phillip se dirigió ladera abajo por el campo. Se miró la túnica sucia y el kilt. De nuevo, se había cubierto de sangre y suciedad, las botas negras estaban perpetuamente rayadas de barro. Tal vez no era la batalla sin fin lo que le había irritado, sino la vana búsqueda de Adela la que le había frustrado. Era como si la chica fuera un espíritu del mundo de las tinieblas. Aquí un momento, desaparecida al siguiente.

Tres cansados soldados se cruzaron en el camino de Phillip y éste se apartó a un lado, dejándolos pasar. Por la mañana ellos, también, estarían en el campo una vez más, luchando contra los persistentes Campbells.

Phillip suspiró de alivio cuando su tienda quedó a la vista. No podía esperar para limpiarse la sangre y derrumbarse sobre la cama.

—Sir Phillip, vuestro abuelo requiere vuestra presencia —anunció un hombre de armas tras él.

Suprimiendo un gemido, Phillip se miró las manos manchadas.

—Me asearé primero —respondió y le dio la espalda.

—Os ruego me perdonéis, pero el Laird no puede esperar.

Phillip se volvió y asintió con resolución.

—Vayamos.

Entró en la tienda que ocupaba su abuelo, salpicada con escasos lujos. En la guerra, el Laird Roberts no vive en la comodidad cuando sus hombres estaban muriendo en los campos. Phillip se acercó a su abuelo, que estaba enfermo en la cama, sus mejillas cenicientas hundidas y sus grises ojos apagados. Incluso a la edad de sesenta inviernos, el viejo Laird seguía siendo guapo. Un rasgo ancestral del clan Roberts.

Los ojos del hombre mayor se iluminaron cuando entró Phillip.

—Hijo mío, estás a salvo.

Phillip se sentó en una silla junto a la improvisada cama.

—Aye, abuelo. Los Campbells son abundantes soldados, pero no tienen pasión en la lucha.

—En verdad, no tengo pasión para estar combatiéndoles —graznó el hombre mayor—, pero uno debe mantenerse contra los tortuosos de Lady Torella. El saqueo sin piedad de nuestras tierras, el asesinato de nuestra gente y ganado debe ser detenido.

—Aye, esperaba que la muerte de su padre pudiera aliviar su necesidad de mas tierras, pero por desgracia, su codicia no se ha saciado.

El anciano tosió, su delgado cuerpo sacudido por espasmos. Se incorporó en la cama, con los debilitados pulmones salpicando sangre sobre las gruesas mantas.

Phillip se volvió para coger una jarra de la mesa junto a él, y echó agua en un cáliz.

—Abuelo, ¿hay algo que pueda hacer por vos? —preguntó, entregándole la copa.

—Nae. —Él bebió con dificultad y se estremeció como si el frío líquido le quemara la lastimada garganta—. Maldigo este débil cuerpo que roba mis fuerzas.

—No debéis sobrecargaros.

El Laird agarró el brazo de su nieto y le miró solemnemente a los ojos.

—Debes hacerme un juramento antes de que muera.

—Abuelo...

—¡Júralo!

—¿Qué debo jurar, mi Laird?

—Jura que harás todo lo que debas para traer la paz a nuestro clan.

Suspirando, Phillip asintió con una certeza que no sentía.

—Os lo juro, abuelo. Así será. —Se levantó de la silla y caminó hacia la entrada—. Ahora descansard. Debo regresar al campo de batalla. Los hombres...

Un sonido sibilante vino de su abuelo, y Phillip se volvió para encontrar los tristes ojos del Laird vidriosos. Su pecho ya no subía y bajaba con la respiración.

Volviendo al lateral de la cama, Phillip tomó la mano de su abuelo endurecida por la espada y cayó sobre la silla.

En su interior, se sintió vacío, entumecido. Se frotó los ojos secos y suspiró. Su abuelo era el último de su familia. Inclinándose, apoyó la frente sobre el borde de la cama. No se dio el lujo de afligirse. Ahora era el Laird del oeste de las Highlands, un poderoso Laird. Sin embargo, no lo sentía así. Su difunto padre fue un legendario guerrero, como su abuelo. Ambos habían gobernado con equidad, sabiduría y fuerza.

¿Cómo podría cumplir con ese legado?

Phillip se puso en pie y levantó la barbilla. No debía abandonar a su gente.

Miró una vez más al cuerpo del último pariente que le quedaba.

—No os defraudaré, abuelo. La paz reinará en nuestra tierra. ¡No importa lo que se necesite!

Cansado de hacer los arreglos para que su abuelo fuera enviado a casa para su entierro, Phillip salió de su hogar improvisado y se reunió con sus hombres de armas ante el fuego. Hablaban de la batalla del día y sus conquistas les tenían discutiendo sobre quien había matado a más.

—Os lo juro, he matado a veinte Campbells el día de hoy —anunció Richard, un soldado bajo y corpulento con una verruga en su barbilla desnuda.

—Hah, veintiocho Campbells sintieron la punta de mi espada —se jactó un hombre larguirucho.

—Debes estar de broma, Seamus. “Toós” sabemos que no puedes contar en alto —bromeó con él su hermano gemelo, Thomas.

Phillip hizo una mueca ante la sed de sangre de ellos en la víspera de la muerte de su Laird.

—¿No tenéis vergüenza? —Se elevó la voz de Phillip—. Vuestro líder apenas se enfrió y alardeáis de las victorias.

Los soldados se miraron a los pies y murmuraron sus disculpas.

Phillip se giró y se marchó lejos, sólo para ser seguido por Dougal, cuya fuerte constitución, pelo rojo y barba espesa le añadían un aspecto feroz. Dougal sólo tenía que gruñirle a un soldado para que se desmayara del susto.

Aunque de la misma altura que su amigo, Phillip había ganado habilidad con la práctica en mucha peleas con el aguerrido soldado más viejo.

—¿Creéis que fui demasiado duro con los hombres? —preguntó Phillip, frenando para que su entrenador se uniera a él.

—Aye. Sabéis que arriesgan sus vidas por el clan. Cuando la batalla del día se ha acabado y todavía están vivos, deben encontrar coraje en su habilidad con el acero para durar un día más en el ensangrentado campo.

—Aye —respondió Phillip con pesar, el cuerpo se le caía de agotamiento.

Caminaron en agradable silencio hasta el río que discurría al lado de su campamento. La pacifica corriente se movía ante él cuando miró sus profundidades, preguntándose como el río todavía fluía con la seguridad de su dirección cuando la muerte manchaba sus aguas.

Phillip se arrodilló. Tomando el agua fría con las manos, se lavó la sangre de la piel. Lamentaba no poder borrar tan fácilmente la muerte de su corazón.

Era el último de los Roberts y ahora se sentía verdaderamente solo.

Dougal se agachó a su lado. Su mirada estaba seria sobre Phillip.

—¿Cuáles son vuestras órdenes?

—No lo sé —respondió Phillip—. Debo conseguir la paz entre nuestros clanes. Sin embargo, Lady Torella no será razonable con eso. Me atrevo a decir que ella derramaría la sangre de cada hombre en las Highlands antes de abandonar la perspectiva de conquistar nuestras tierras.

—¿Puedo ofreceros una sugerencia, mi Laird?

—Adelante, hombre.

—¿Por qué no dársela?

Phillip lo miró fijamente.

—¿Habéis sido golpeado en la cabeza demasiadas veces, amigo mío?

Riendo, Dougal movió la cabeza.

—Casaos con la dama, unid las tierras y poned fin a este conflicto.

—¿Estáis loco? Lady Torella odia todo lo Roberts. Nunca se casaría conmigo.

—Un hombre con vuestro hermoso aspecto puede seducir a cualquier mujer —dijo Dougal, guiñando un ojo—. Una mujer nunca os dice que no a vos.

—Aun así, Lady Torella no estaría de acuerdo —añadió Phillip con sarcasmo—. Se necesitaría un encantamiento para que se ablandara hacia mí.

—Exacto.

—¿Perdón?

—Una poción de amor —dijo Dougal, con una sola ceja arqueada.

—¿Una poción de amor? —Rió Phillip—. Ahora sé que habéis sido golpeado en la cabeza.

—Conozco una bruja que puede haceros una poción que tenga a la bella Lady Torella rogando ser vuestra.

—No creo en brujas —dijo Phillip, con el tono firme.

—Merece la pena intentarlo, mi Laird. Dicen que es fea de ver, pero que tiene el toque mágico de los fae.

—Estoy sorprendido de que un guerrero como vos crea en supersticiones.

—¿Deseáis tener paz?

—Sí, pero...

—Entonces convocad a la bruja y vedlo vos mismo, mi Laird.

—Que así sea, entonces. Traedla al Castillo Gleich. Y veré por mí mismo si esos rumores son ciertos. —Phillip iba a irse, entonces se volvió—. Haced que los hombres vuelvan a sus hogares con sus familias por la mañana. Ha habido suficiente muerte en ambos lados.

Inclinándose, Dougal respondió.

—Como ordenéis.

Capítulo 4

El ruido de botas llenas de barro resonó sobre el suelo de piedra mientras Dougal marchaba a través de la gran sala del Castillo Carline. Los sirvientes se apartaban del camino del gran highlander, su barbárica reputación y su amenazador aspecto de asesino producían temor en todos con los que se topaba en su camino.

Echó mano a su claymore y la deslizó silenciosamente fuera de la vaina. Con paso determinado, llegó a la habitación de la señora y abrió la pesada puerta de roble.

Sus ojos se adaptaron a la oscuridad interior mientras gemidos femeninos de placer llenaron sus oídos. Sobre la gran cama estaba, bella y desnuda, Lady Torella. Su trasero blanco como un lirio se movía arriba y abajo, montando a un esclavo. Su grueso cabello negro se balanceaba con cada movimiento de sus caderas. Mirando las nalgas expuestas con forma de corazón de Lady Torella, Dougal frunció los labios, disfrutando de la dulce vista de su apretado agujero.

Ella necesitaba ser lanceada y lanceada fuertemente.

El olor almizclado de Torella le rodeaba y respiró profundamente. Su eje sufría por las cavernas internas del vientre de ella. Tiró su espada y esta resonó sobre el suelo de piedra. En un movimiento rápido, se deshizo de sus calzas y se puso detrás de Torella. Inclinándose sobre ella, le agarró los grandes senos y guió su tirante erección a su culo mientras se movía al ritmo del sirviente bajo ella.

Reacio a compartirla, Dougal la levantó y la tiró boca abajo sobre la cama, con sus regordetas nalgas todavía aprisionando su eje. Le gruñó al indignado esclavo, y la joven cara del hombre palideció y se arrastró de la cama.

—Más fuerte, Dougal —gimió Torella.

Él se apoderó de sus caderas y empujó profundamente. El tintineo de su cota de malla se mezclaba con los gruñidos de su mandíbula apretada.

Los músculos de ella le oprimieron desde el interior, y un calor palpitante se disparó desde la ingle de él. Había saqueado mucho a una moza en el culo pero nada le daba el mismo estímulo que Torella. Concentrándose en no perder su carga antes de que ella alcanzara su cúspide, su cuerpo brilló con sudor. ¡Por los clavos de Cristo, ella se sentía increíble!

¡Mantén el ritmo, mantén el ritmo!

Finalmente, ella gritó su liberación, empujando sus resbaladizas nalgas más fuertemente contra él. Era insaciable y Dougal estaba demasiado ansioso de bombear su semilla dentro de ella. Justo cuando estaba a punto de ceder a sus necesidades físicas, ella se apartó, dejándolo frustrado y dolorido por más.

Retorciéndose, Torella se arrodilló en la cama delante de él, con sus pechos presionados contra su cota de malla. Ella besó suavemente sus labios, burlándose de él. Rodando su lengua rosada por su boca, sabía que ella tomaba placer en el dolor sexual que causaba.

—¿Buscará a la bruja?

—Aye —exhaló Dougal, con las venas de sus antebrazos destacándose—. Le prometió a su abuelo que traería la paz al clan antes de que el viejo muriera por la poción que me disteis.

Él cerraba y abría los puños a su lado, con su virilidad descaradamente erecta. La necesidad de satisfacción era insoportable. Pero conocía su juego y debía jugar con sus reglas o quedaría insatisfecho.

—Excelente. Eso me complace.

Torella se apoderó de su hinchada carne y la frotó desde la base, todo el camino hasta la punta. Su mano aumentaba la velocidad mientras que su sonrisa maliciosa se extendía con victoria ante su destreza.

Con sus manos sobre las caderas, Dougal echó la cabeza hacia atrás y gimió, con el cuerpo rígido y listo para una liberación explosiva.

Los ojos de Torella se oscurecieron con malevolencia y detuvo el movimiento de sus hábiles manos.

—¡Ruégame!

Con los labios apretados, él permaneció en silencio.

—Ruégame o vete.

—Po... por favor —dijo—. Sigue adelante.

Los ojos de jade de ella brillaron con triunfo y él frunció el ceño, odiando el poder que ejercía sobre él.

Torella trabajó con su experta mano hasta que él gritó con la liberación. Su caliente eyaculación se disparó sobre el plano abdomen y el rizado pelo de ébano situado en el vértice de los muslos de ella.

Ella se acostó sobre la suave colcha rubí, con las manos apoyadas detrás de la cabeza.

—Ahora lame tu semilla de mí. Después lame mi... vaina... dejándola limpia.

Descendiendo sobre sus rodillas, el soldado más temido de toda la tierra obedeció con inexorable abandono.

Adela había fracasado. Había fallado en quedarse embarazada por el soldado de los bosques, y la visión de su muerte seguía siendo la misma. ¡El tiempo se agotaba!

Los poderes MacAye terminarían con su vida y toda la magia blanca se desvanecería de la tierra. ¿Cómo podría haberla llevado su hechizo al hombre equivocado? ¿Cómo podría Phillip no ser el elegido?

Se tragó la derrota en la garganta y se levantó rápidamente de la silla, dispuesta a hacer un saco de hierbas y pociones. Si iba a ser capturada, bien podría estar preparada. Uno no podía escapar del destino después de todo. ¿No murió su madre con esas mismas palabras en los labios?

A la luz temprana de la mañana, sus nerviosos dedos tantearon un pequeño saco de cuero negro que escondía en su túnica. Pronto, muy pronto, sería raptada. Un enérgico ruido quebró el aire cerca de su hombro. Saltó y se volvió, buscando la fuente.

Un agudo graznido resonó desde la ventana de la cocina, y Adela volvió la cabeza para encontrar un pájaro negro sentado en la cornisa.

—¡Un cuervo!

Cerrando fuertemente los parpados, Adela visualizó una luz blanca protegiendo su cuerpo. Tentativamente abrió un parpado, con el corazón martilleándole en los oídos.

—¡Fuera de aquí! —gritó, agitando las manos frenéticamente.

Pero el cuervo le devolvió la mirada con desprecio, con sus saltones ojos mirándola con arrogancia.

—¡Vete! —gritó, con la voz más sólida, con fortaleza.

Adela cogió una bolsa de savia y la lanzó al intruso. La bolsa aterrizó patéticamente lejos, y el cuervo se burló de ella con otro espeluznante grito.

Extendió sus largas alas y voló desde el borde, pero no antes de dejar a Adela con la idea de que su futuro estaba condenado.

Un escalofrío le recorrió la espalda con una visión de caballos atronadores por los bosques, las expresiones de los soldados oscurecidas con la determinación de encontrarla.

—Están llegando —dijo en voz alta, y reunió sus escasas pertenencias antes de abrir la puerta de entrada.

Con calma, cerró la puerta detrás de ella, y se colocó en la dirección por donde aparecerían los soldados desde el oscuro y espeso bosque.

Irónico, que con la muerte aproximándose pudiera estar tan compuesta. Se enfrentaría a su destino como su madre había hecho. Con orgullo y dignidad. No se arrepentía de ser una bruja, ni pediría disculpas por su poderoso linaje.

El ruido sordo de los cascos de los caballos resonaba en el suelo del bosque. Adela inclinó la cabeza hacia el sol. Esta sería la última vez que sentiría su calor. Con un profundo suspiro, cerró los ojos y permitió a los balsámicos rayos de la Diosa Celta del Sol, Grian, que rodearan su cuerpo, llenándola de coraje.

Varios soldados surgieron del oscuro bosque, sus estandartes marcados con el blasón del lobo negro perteneciente al clan Roberts. Los hombres del Laird se detuvieron de repente frente a ella y desmontaron.

Un guapo y musculoso soldado, con el rostro imberbe y salvaje, y pelo rubio se adelantó con autoridad.

—¿Sois la bruja que vive en los bosques?

—¿Existe alguna otra?

El soldado parecía confundido y compartió una mirada con uno de los hombres tras él. Adela suspiró.

—Aye, soy la que buscáis.

—¿Sabíais vos que íbamos a venir? —preguntó el soldado desconcertado.

—Aye, lo sabía —respondió, y permitió que el soldado la levantara sobre una yegua baya.

Sin mirarlos, Adela podía sentir a los soldados contemplándola. Su miedo y desaprobación pesaban fuertemente sobre ella mientras viajaban juntos. Estaba acostumbrada a las miradas de la gente que no sabían la bondad de los poderes que esgrimía. Su ignorancia les hacía temer, y su temor había matado a su madre y la había condenado ese día.

Un fuerte impulso se apoderó de ella para poner en movimiento al caballo e intentar esquivar a los soldados, pero lo reprimió. No sería capaz de evitar su destino, no importaba lo rápido que fuera el caballo.

El sombrío grupo montó la mayor parte del día en silencio hasta el Castillo Gleich. El impresionante edificio encaramado en la ladera de la montaña, aparecía como si fuera tallado en el imponente acantilado.

Con la puesta de sol detrás de la montaña, las silenciosas sombras cubrían la aldea en el interior de los infranqueables muros.

Debe ser agradable para los habitantes de dentro dormir seguramente de noche, reflexionó Adela, a sabiendas que las almenas contendrían los ataques hostiles fuera. Si tan sólo pudiera lanzar un hechizo para tenerlos dormidos mientras escapaba. Adela agitó la cabeza, disipando la idea. Haría falta más poder del que poseía.

Las grandes puertas de madera se abrieron, permitiéndoles pasar bajo el rastrillo de hierro antes de entrar en la parte inferior del pabellón. Los cascos de sus caballos resonaron sobre los adoquines de la aldea hacia el imponente castillo. Pequeñas casas con flores de colores en los alfeizares de las ventanas se alineaban a ambos lados del camino, contrastando con los sombríos muros que estaban detrás de ellas.

La gente salía de sus hogares bostezando hacia ella. Adela supuso que no sabían que era una bruja. De lo contrario, estaría quitándose sus verduras podridas de las ropas. Al menos, podía estar agradecida por la discreción del Laird.

Tal vez planeaba utilizar su ejecución en las llamas como una diversión sorpresa para su pueblo. A pesar de su coraje, se estremeció con aprensión. No quería morir.

Con un cáliz de vino tinto en la mano, Torella se deslizó hacia el pilar de piedra que sostenía un cuenco metálico adornado con piedras de esmeralda y símbolos celtas de los brujos antiguos. Con cuidado, vertió el oscuro líquido y lo giró continuamente, una gris luz iluminaba el contenido.

—Mostradme lo que quiero ver —entonó Torella, descansando sus largas uñas en los bordes del cuenco encantado.

Apareció una imagen de la muchacha MacAye montando a caballo en el patio del Castillo Gleich. El temor de la bruja era tan delicioso, Torella casi podía saborearlo. Mojando su dedo en el vino, la imagen onduló. Se lamió el ácido líquido de la punta del dedo y se rió. Pronto tendría el poder de la bruja. Había esperado diez largos inviernos para restaurar su belleza sin edad y juventud.

Torella se acercó al gran espejo de cristal, con candelabros de hierro para las velas a lo largo de los bordes. Pasándose la mano por la tirante piel de su cara, buscó algún signo de envejecimiento.

Encantar al Laird Campbells para que creyera que era su hija perdida fue bastante fácil. El poder de ordenar a los viriles soldados del Laird le daba una placentera diversión mientras buscaban a la bruja MacAye. Pero pronto fue molestada por la interferencia de su padre.

Es una pena que de repente enfermara y muriera de una muerte dolorosa, dejándome todo.

—Era un tonto —dijo Torella a su impresionante reflejo, y levantó la barbilla para inspeccionar la piel de debajo.

Sus ojos se abrieron con la conmoción. ¡Una arruga! Acercándose al espejo, Torella miró la tenue línea bajo la barbilla.

Si no tomaba el poder de la bruja en la luna llena de Samhain, todos podrían verla como una vieja bruja de trescientos años. ¡Debía tener los poderes de la chica!

Corriendo de vuelta al cuenco de adivinación, miró la imagen de la bruja siendo llevada al interior del castillo por dos soldados.

—Sí, llevadla. Llevad a la virtuosa bruja a reunirse con su verdadero amor.

Capítulo 5

Con un soldado a cada lado, Adela fue conducida dentro de un gran salón para detenerse ante una alta y vacía silla. Los soldados rápidamente se retiraron y escudriñó la desierta cámara. Escudos de diferentes clanes, espadas y vivos tapices adornaban las paredes, dándole a la habitación una apariencia guerrera.

Crepitantes sonidos provenían del hogar detrás de la alta mesa. Adela se movió hacia ese lado y cambió de un pie al otro, hipnotizándose con las llamas anaranjadas que ávidamente consumían los secos leños. Tragó nerviosamente el nudo en su garganta y desvió su mirada.

El aroma a carne cocida llegó hacia su dirección, e inhaló el delicioso aroma de carne de res, cordero y pollo. Contra las paredes se situaban caballetes repletos de comida de toda descripción, incluyendo vegetales de jardín, frutas exóticas y tartas de varios tamaños y formas. A Adela se le hizo agua la boca y su estómago rugió, sus ojos se abrieron de par en par al tiempo que observaban cada delicioso platillo.

—Robar comida de la mesa del jefe del clan no es una decisión inteligente —se advirtió a sí misma, su tono era con poca convicción.

Escudriñando el salón de nuevo, envolvió un dedo en su cabello.

—¿Qué podrían hacerme? ¿Quemarme en la hoguera? —añadió con una torcida sonrisa de desafío.

Su falda azul crujió alrededor de sus pies descalzos, rozando sobre el limpio suelo. Insegura de qué comer primero, eligió una pata de pollo y desgarró la tierna carne. Sus sabrosos jugos bajaron por su barbilla, pero estaba tan hambrienta que no le importó. Tomó otro bocado cuando se oyeron voces masculinas dentro del salón y el pollo condimentado con hierbas se atascó en su garganta. Encorvándose, tosió, sus ojos lagrimeaban.

Enderezándose, tragó el alimento y respiró profundamente. Su boca aún se le hacía agua por el fuerte aroma a hierbas y miró con anhelo al ave en sus manos. ¿Tendría tiempo suficiente para masticar uno o dos bocados?

Tirando la precaución a un lado, mordió la deliciosa carne una vez más. Masticando rápidamente, se frotó la barbilla y guardó la pata de pollo en el bolsillo de enfrente de su vestido. Cubriendo su boca, corrió hacia lugar en que originariamente había sido dejada y se paró mortalmente quieta.

La puerta tras ella se abrió con un golpe y Adela saltó, pero no miró. Los sonidos de bulliciosos hombres hicieron eco en las paredes mientras los soldados marchaban dentro del gran salón y se sentaban. Adela no miró a ninguno, sino que mantuvo sus ojos hacia abajo y sus manos apretadas detrás de su espalda, aún rápidamente masticando la comida en su boca. ¿Por qué dio tan grande mordisco? ¡Maldito fuera su apetito!

Los soldados no le prestaron demasiada atención, y por primera vez en su vida estaba feliz de no ser atractiva. Más allá de ser curiosos acerca de porqué estaba apostada en la mitad del salón, la ignoraron para satisfacer su propio hambre.

Adela casi había tragado lo último de la carne cuando un alto hombre con llameante cabello y barba la rodeó. Adela dejó de masticar y evitó el contacto ocular.

—¿Es ésta la bruja? —rugió tras ella.

—Aye —contestó el rubio soldado desde su mesa.

—¿Cuál es vuestro nombre? —preguntó el hombre, su tono era intimidante.

—Estáis asustando a la muchacha, Dougal. —Una familiar, viva y alta voz hizo eco a través del salón.

Tragando por última vez, Adela alzó la mirada al hombre que se acababa de sentar en la alta silla correspondiente al Señor.

Sus labios se separaron de la sorpresa al tiempo que miraba directamente al angelicalmente atractivo hombre vestido de negro. No había ningún Laird sentado frente a ella. Era Phillip, un ordinario soldado que había tomado su virginidad. Un calor inundó sus mejillas cuando él pareció reconocerla.

Adela tragó de nuevo, pero esa vez de nerviosismo. ¿Cómo podía él ser un Laird Higlander? Las mazmorras de él estaban en su visión y su pared sostenía la hoguera que la quemaría hasta la muerte. ¿Los había juntado el destino por alguna razón?

Le dolía por todas partes, como si una mano invisible se zambullera en su pecho y estrujara su corazón. ¿Qué era ese sentimiento? Adela descendió la mirada a sus frías y húmedas manos y las limpió en su vestido. Repentinamente su boca se secó y miró de nuevo al Señor, su corazón golpeaba. ¿Podía ese ser el hombre con el que tenía predestinado estar? No sólo el padre de su hijo, ¿sino el amor por el que había esperado por toda su vida?

—¡Ella apesta! —acusó Dougal.

Adela frunció el ceño y se alejó del extraño hombre.

—¡Pollo! ¡Huelo pollo! —anunció, como si esperara un aplauso. Cuando las fijas miradas de todos fue su única respuesta, añadió—: Ha estado comiendo pollo.

—Dougal... —dijo el Señor.

Dougal asió la mano de Adela y revisó sus bolsillos. Encontrando la pata, sacó el hueso de pollo y lo sostuvo en el aire.

—¡No es sólo una bruja sino también una ladrona!

—Yo... yo... —Adela se preguntaba cómo iba a explicarse.

—La muchacha está obviamente hambrienta. ¡Devolvedle la comida y sentaos!

Guardando la carne de nuevo en su vestido, Dougal se volvió y se sentó junto al Señor.

—No aquí, Dougal. ¡Encontrad otra silla para la comida de la tarde!

Con el evidente disgusto del Señor en la hendidura entre sus pestañas, todos en el salón observaron el furioso cambio y retrocedieron.

La intensa mirada azul de Phillip se posó sobre Adela.

—Os he buscado por todos lados. Por favor, venid a sentaros junto a mí y permítenos comer.

Adela parpadeó rápidamente, su mente ofuscada con mezcladas emociones. Un momento se preparaba para ser arrojada a las oscuras mazmorras para aguardar su muerte. Al siguiente se encontraba parada ante el atractivo soldado con el que había una vez intimado. Nae, no un soldado. Un Señor que tenía su vida en sus manos.

—Si lo preferís, podéis cenar en la aldea —ofreció.

—Nae, nae. Estoy contenta de cenar con vos —dijo ella, y lentamente caminó hacia la alta mesa.

Cuanto más cerca del Señor estaba, más le temblaban las manos.

Él se levantó y le sostuvo una silla para que se sentara, y Adela le sonrió. Su pesado y musculoso cuerpo era como lo recordaba. Alto y poderoso.

La inusual pacífica energía alrededor de ella repentinamente se tornó errática como si estuviera siendo cargada con un rayo eléctrico. Adela tomó un profundo respiro, tratando de calmarse y sentarse en el asiento junto al hombre que conocía cada pulgada de su cuerpo.

—Adela, ¿dónde fuisteis? —Preguntó, sirviéndole un platillo de comida—. Pero primero, decidme de dónde provenís, así no os volveré a perder.

La atención de ella fue desde el manjar que le sirvió, observando la forma en que sus largos dedos recogían un pedazo de pan y añadían éste al plato de ella.

—Yo... vengo del clan MacAye.

El Señor sonrió ante su tartamudeo. Adela supuso que estaba acostumbrado a que las mujeres se comportaran como tontas ante él. Frunció el ceño, deseando tener la misma confianza que tenía en el estanque.

—Vuestro acento es ligeramente Inglés, pero ¿tenéis un nombre Escocés?

—Aye, he viajado, y mi madre era escocesa. Nunca conocí a mi padre.

—¿Dónde está vuestra madre ahora?

—Está muerta —contestó Adela, descendiendo sus ojos.

—¿No hay otros en tu clan?

—Nae.

El cubrió su mano.

—¿Así que estáis sola?

—Aye.

—Entonces permitidme presentarme. Yo soy...

—Laird Phillip Roberts, Señor de las Highlands. Sé quién sois. Sois el último del clan Roberts. Si no os casáis y producís un heredero, vuestras tierras serán consideradas fáciles de tomar.

—Aye, tenéis razón en todo. —Se acercó a ella, sus ojos sosteniendo una incierta mirada—. ¿Así que sois una... bruja?

—Aye, soy una... bruja —dijo en el mismo tono como el del Laird.

—Ya veo —dijo apartando la mirada.

—¿Lo hacéis? —Replicó alzando su voz—. Si hubierais sabido que era una bruja, nunca me habríais hecho el amor, ¿no es cierto?

—Nae, quiero decir, sí. No lo sé.

Aunque no estaba sorprendida, el corazón le dolió por su respuesta.

—Bien, comencemos con algo que sabéis. ¿Por qué me trajisteis aquí si no es para procesarme por ser una bruja?

El Señor se giró en su asiento para mirarla.

—No creo en brujas, pero tengo necesidad de ayuda. A pesar de todo, me encuentro abriendo mi mente a cualquier posibilidad.

Adela asintió, encontrando una pequeña medida de respeto por alguien que quisiera saber acerca de lo que otros despreciaban.

—Por favor, proseguid.

—Me gustaría que hicierais para mí una poción de amor, así Lady Torella aceptará mi oferta de matrimonio y se terminará ésta enemistad sin sentido —replicó Phillip, curioso porque su corazón corría con incertidumbre, como si su opinión acerca de él importara en ese asunto.

Su mirada vagó por el cabello de ella tirado hacía atrás en una trenza. Una que quería desesperadamente deshacer y pasar sus dedos por él. Cerró sus ojos fuertemente, luego los abrió. Imágenes de su inocente y desnudo cuerpo abierto al placer al tiempo que saqueaba su cálido, resbaladizo...

—¿Estáis escuchando? —Las arrugas aparecieron alrededor de los cálidos y dulces ojos.

—¿Qué habéis dicho?

—Os daría también tierras extras, reforzando vuestra posición como Laird —dijo, su tono monótono.

—Aye, lo haría, pero esa no es la razón por la que quiero la poción —replicó Phillip.

Hizo una pausa para tomar aliento y moverse en la silla para acomodar la ajustada entalladura de su hinchada asta. Resistiendo la urgencia de explicarse ante ella, roncamente preguntó.

—¿Me ayudaréis?

—Nae.

—¿Nae?

Asintiendo, se volvió y comenzó a comer. Phillip estudió su perfil. Aunque la mayoría hubiera dicho que Adela era nada atractiva de rostro, encontraba su apariencia atrayente. Una graciosa y pecosa nariz le daba a sus mejillas una dulce apariencia como lo hacía sus finamente esculpidos labios. Pero eran sus ojos marrones-dorados que hablaban de una despierta pasión que sólo él había descubierto. Su corazón se hinchó con posesividad. Si sólo pudiera ofrecerle matrimonio. Vivir con la espiritual Adela sería ciertamente una vida libre de tedio. Sacudiendo la cabeza, librándose de los tontos sueños, se aclaró la garganta. Debía mantenerse enfocado en el deber.

—¿Es que vos... vos no podéis hacer una poción de amor o no haréis una poción de amor? —preguntó, irritado por ser él quien tartamudeaba ahora.

Alzando un pedazo de pan hacia sus suaves y rosados labios, ella suspiró y volvió a dejarlo en su plato.

—Para toda poción o hechizo que es conjurado, hay un efecto opuesto que ocurre en algún otro lugar en el mundo.

—No entiendo —confesó Phillip.

—El mundo es un equilibrio y el Destino usa su poder divino para mantenerlo de esa manera. Si estuviera por conjurar un hechizo de la fortuna, sería temporalmente rica con un gran castillo como el vuestro, pero un día un señor de la guerra podría quemarlo hasta los cimientos. Entonces me quedaría exactamente igual que antes de que hubiera conjurado el hechizo, de ésta manera, haciendo que el mundo se equilibre.

Phillip frunció el ceño.

—¿Así que, si vos fuerais a hacerme un hechizo de amor, mi prometida terminaría odiándome?

—Aye, o ella podría enamorarse de otra persona estando casada con vos. Los hechizos no siempre funcionan de la manera que han sido planeados. Tienen variadas consecuencias. Si vuestro destino fuera amar a... otra... entonces amaréis a otra, sin embargo Lady Torella seguirá estando enamorada de vos.

Phillip miró dentro de sus ojos, su ceño fruncido.

—Afrontaré el riesgo.

—Yo no —respondió simplemente Adela, sabiendo que estaba siendo irrazonable, pero no podía suprimir la agitación en su estómago.

Él era el elegido. ¿Cómo podía hacerle el amor a ella y planear casarse con otra? ¿Podía... podía estar celosa?

—Muchas vidas están en juego. Debo tener paz.

—¡No os lo daré! —Declaró vehementemente y se puso en pie—. El corazón de una mujer no es para jugar.

Phillip se alzó junto a ella.

—¡Os ordeno que me lo deis!

—¡Nae!

—¡Guardias! Llevad a la señorita Adela a su recamara —ordenó—. Y no dejaré que os vayais hasta que tenga la poción. —Se paró tan cerca de ella que casi podía besar sus flexibles y testarudos labios.

Una incontrolable fuerza le provocó inclinarse hacia ella.

—Entonces nunca me iré —murmuró.

Él sintió su aliento, dulce y cálido. Tenía un poderoso efecto sobre sus sentidos. Por alguna razón su corazón se iluminó al oírla decir tales palabras. Sacudiendo su cabeza, se alejó de Adela, ansiando poner distancia de la muchacha que lo tenía preguntarse si de hecho estaba volviéndose loco.

Phillip abrió la puerta de roble de su recamara para encontrarse a un cuervo posado en la amplia cama de cuatro postes. El pájaro saltó con miedo y voló fuera por la ventana, dejando atrás una larga pluma negra ondeando hasta el suelo.

Reclinándose, Phillip recogió la pluma y la estudió. Ese era en efecto un día de inusuales sucesos. Encogiéndose de hombros, alzó el vino rojo de un lado de la mesa y bebió hasta que su sed estuvo saciada.

Suspiró con resignación. El encuentro con Adela no había salido como lo había planeado. ¿Por qué estaba ella siendo tan testaruda? ¿No veía que había más en juego que sus sentimientos por ella? Phillip gimió y masajeó sus sienes. Su cabeza punzaba con dolorosos pinchazos. Repentinamente sus párpados se volvieron pesados y su visión borrosa. Su cuerpo se calentó con una inusual sensación erótica. Lamió sus secos labios y tiró de su túnica. ¿Por qué sus ropas se sentían tan apretadas?

Phillip fue a los tropezones hasta la cama y se acostó. Mientras se quitaba su túnica, usó sus pies para sacarse empujando sus botas, cada una aterrizando sobre la alfombra de piel con un ruido sordo.

La habitación comenzó a dar vueltas, y se sintió mareado y enfermo. Una abrumadora necesidad de estar desnudo apresuró a sus dedos a desatar sus calzones. Estaba completamente erecto y su piel se sentía como si estuviera sobre fuego. Se recostó sobre la cama y cerró los ojos, esperando que su mente y su cuerpo se calmasen.

Borrosas visiones de una mujer con cabello de cuervo y ojos de jade giraban en su cabeza. Sus impactantes facciones lentamente se volvieron claras al tiempo que ella reía y danzaba seductoramente en un rojo vestido. El material brillaba como fuego, acariciando su cuerpo. Ella desgarró el vestido, revelando sus pechos y alzó cada lleno globo hacia su rosada lengua para lamerlos. Luego elevó su vestido hasta su cintura para mostrar el maravilloso cobertor de negro y rizado vello.

La respiración de Phillip se aceleró. Se retorció sobre la cama, alzando una mano hacia ella con una necesidad más allá de cualquiera que hubiera sentido antes. Tenía que tenerla. ¡Debía tenerla!

Ella vino más y más cerca hasta que flotó sobre él, aunque sin tocarlo.

—¿Me deseáis? —murmuró.

—Aye.

—¡Entonces tomadme!

Aferró sus caderas y tiró de ella hacia abajo para empalarla sobre su anhelante miembro. Su llamante vestido ubicado alrededor de él, quemaba su piel. Sin preocuparse de que su piel ardiera, continuó hundiendo su polla dentro de ella.

Ella se acarició sus grandes pechos y lanzó la cabeza hacia atrás, mientras lo cabalgaba como un animal. Su risa sonaba rara en sus oídos, como el llanto de un gato. Phillip estaba encantado con su belleza y la sensación de su masculinidad mientras ella manipulaba su longitud, apretando sus músculos internos.

Ella se inclinó para mirarlo, pero su oscuro e impactante rostro cambió hacia la joven belleza de Adela. Dulce y apasionada, gimió con placer y le sonrió.

—Os necesito, mi amor —dijo las palabras suavemente Adela.

El cuerpo de él se tensó y se enterró hasta la empuñadura. Deseaba a Adela más que a cualquier otra mujer. Gritó de placer, moviéndose sobre él con abandono mientras él gemía audiblemente, explotando dentro de ella.

Sonriendo contento, se elevó para besar a Adela; su terroso cabello castaño-nuez enmarcaba su rostro reflejando una expresión de sexual agotamiento. Justo antes de que la besara, el rostro de Adela cambió de nuevo al de la misteriosa mujer con siniestros ojos verdes.

Él se recostó, confuso.

Lo abofeteó en el rostro y rió antes de desvanecerse.

Una completa oscuridad cayó sobre sus ojos y lo llevó hacia el olvido.

Cuando Phillip despertó de un profundo sueño, la luz del sol de la temprana mañana se filtró a través de su ventana. Se sentó en la cama y se encontró desnudo con cálidos jugos sobre su satisfecha masculinidad. Tocándose, saboreó los jugos.

—¡Adela!

Saltando sobre sus pies, rápidamente se vistió y abrió la puerta.

—¡Ninguna bruja va a encantarme! —rugió, y corrió por los pasillos hacia la recámara de invitados de la no tan inocente cautiva.

Capítulo 6

Hmm, Phillip es un buen amante —ronroneó Torella a su tímida sirvienta mientras se extendía ante el espejo de cuerpo entero de la pared—. Pero necesito algo más rudo —elevando la barbilla sintió la presencia del cuervo antes de que éste se abalanzara desde el alfeizar de la ventana y saltara a la habitación.

—Buenas vísperas, Maestro Dougal —levantando los brazos, se enfrentó a su sirvienta para que la ayudara a sacar la arruinada túnica color rubí por la cabeza.

Los gritos del cuervo resonaron en la oscura cámara mientras se transformaba en un hombre de barba roja, masculino y desnudo.

—Buenas vísperas, milady —respondió Dougal. Agarró el brazo de la criada arrebatándole de las manos el camisón completamente negro de Torella, y lo tiró al suelo—. Creo que las prendas solo se interpondrían en nuestro camino —comentó con voz ronca por la lujuria.

Los ojos hambrientos recorrían a la hechicera, su cuerpo firme y esbelto. Poseía una suave piel satinada, con pechos llenos coronados por pezones rosas. La oscura unión entre sus muslos le hacía señas a Dougal con la promesa del paraíso.

Una sonrisa maliciosa se deslizó cruzando la exótica cara de Torella.

—Dejadnos —despidió a la sirvienta ondeando la mano. Luego posó la cálida palma en el peludo pecho rojo, frotando lentamente las caderas contra la hinchada carne—. ¿Te dio placer verme follar con tu amigo?

Dougal cerró los ojos, disfrutando del efecto de esas manos sobre él.

—Nae, debería haber sido yo —contestó haciendo un mohín, la roja barba elevándose sobre el labio superior.

—Debes aprender a compartir. Mi apetito es demasiado grande para un solo hombre —deslizó las manos para aferrarse al alargado eje—. ¿Y te gusta tu nuevo poder?

—Aye. Me gusta, milady —susurró.

—Cada vez que tomas la forma de cuervo, un pájaro muere para darte su fuerza vital.

—Es un pequeño sacrificio —respondió Dougal mientras le agarraba los pechos con las manos ásperas, frotando con los pulgares los pezones erectos.

—Estoy de acuerdo —agarrándole la virilidad, le llevó a la cama empujándole hacia abajo—. Desde que me observaste teniendo placer, sólo estaríamos en paz si te veo teniendo placer.

Dougal sonrió.

—Aye, ¿tenéis a alguna muchacha en mente?

—Túmbate boca abajo sobre la cama, y llamaré a mi sirviente —contestó Torella con los labios torcidos en una mueca.

Dougal se volvió poniéndose boca abajo; la apretada dureza presionando sobre las pieles negras mientras imaginaba tener dos mujeres en la cama.

La puerta se abrió y cerró, pero Dougal no podía ver al sirviente que la hechicera había elegido. Torella estaba a los pies de la cama, deslizaba los ojos sobre las tensas nalgas salpicadas con algo de pelo rojo, la cincelada y dura espalda, los deliciosos músculos moldeados por el balanceo del hacha. Sentía la familiar agitación de la magia oscura llenándole el cuerpo, mezclándose con el deseo sexual. Con un giro de muñeca ató a la cama con una fuerza invisible los pies de su amante.

—¿Por qué me atas, milady?

—No quiero que eches a perder mi entretenimiento por tus reparos —respondió goteando desdén—. Tómale —ordenó a su sirviente.

Dougal se volvió para ver al joven cuya cita con Torella había interrumpido. Éste mantenía la enorme erección, y sonrió con vengativa alegría.

—¡Nae, no soy una mujer! —rugió Dougal pataleando con las nalgas aún expuestas.

—Venga, venga, ahora —rogó Torella—. ¿No me dirás que nunca te has preguntado como sería ser penetrado por el culo?

Dougal permaneció en silencio sabiendo que era inútil negarlo, ella simplemente lo descubriría a través de sus protestas.

Torella se sentó en el borde de la cama, pasándole las manos por la espalda. Su toque místico y sexual le quemaba la piel, un calor doloroso y placentero al mismo tiempo. Una vez tocado por Torella, nunca cesaban los deseos de más.

—Mi sirviente personal, Evan, es un amante experto —cambió el peso al inclinarse sobre Dougal. Le chupó el lóbulo de la oreja mientras deslizaba las manos a través de su trasero.

Entretanto, el sirviente mordía con ligereza la flexible carne de las nalgas de Dougal, aumentando de nuevo lentamente la erección. Usando dos dedos el criado se deslizó hacia abajo, por la hendidura del culo de Dougal, tocando juguetonamente la inflexible entrada.

Dougal gimió con anhelo. Nunca había sentido ese tipo de caricia. Su cuerpo vibraba por más. Esperando que Torella no le humillara haciéndole rogar, Dougal cerró los ojos y disfrutó de la erótica sensación.

Torella se elevó sobre los pies y observó, los luminosos ojos brillando con lujuria.

—Muévete a un lado —le ordenó volviendo a la espalda de Dougal. Lamiéndose el pulgar, se agachó y lo metió dentro de su amante. Los guturales gemidos incrementaron su excitación. Pellizcándose el endurecido pezón, empujaba dentro y fuera con la otra mano. ¡Sierva del diablo! ¡Lo estaba disfrutando! Torella inhalaba el poder sexual que Dougal emanaba. Llenándola, estimulándola como nunca— ¡Sobre tus manos y rodillas, bárbaro!

Las muñecas y piernas de Dougal fueron liberadas, y rápidamente obedeció la orden. Ávido de más placer.

Girándose hacia Evan ella le agarró la gran polla, guiándola al tenso agujero de Dougal. La fue introduciendo con lentitud cada vez más dentro, mientras ambos hombres gemían con pesados y feroces gruñidos. El criado empujó las caderas hacia atrás y hacia delante, mientras agarraba los hombros de Dougal.

Torella se quedó detrás y miró, lamiéndose los labios con deleite.

—Muy bien, muchachos.

Las pelotas de Evan golpeaban la parte de atrás de Dougal. El cuerpo de Torella brillaba con un aura roja, los músculos tensos por la estimulación sexual. Era hora de unirse a los hombres.

Acostándose junto a Dougal se deslizó debajo, poniendo las piernas a horcajadas de sus caderas. Guiando esa rígida carne dentro de ella, Dougal se acopló al ritmo del criado, con la cara sudorosa por el éxtasis.

—¡Fóllame fuerte! —le ordenó ella.

Con la polla siendo ordeñada por el núcleo abrasador de Torella, y las nalgas siendo penetradas con lo que se sentía como un caballo, Dougal apenas aguantó hasta que Torella llegó al clímax. En el momento en que los músculos se apretaron alrededor de él, derramó su semilla con fuerza gritando tan fuerte que las paredes temblaron. Fuera o no Evan quien le hubiera hecho culminar, a Dougal no le importaba. Solo tenía fuerza suficiente para tirarse al lado de Torella y caer en un profundo sueño.

El penetrante olor del sexo provocó que la nariz de Torella se arrugara, y rápidamente se levantó de la cama.

—Tráeme comida —Torella despachó al sirviente con un ademán de la mano. Poniéndose el camisón negro, la fría y lisa tela se deslizó por los pechos y caderas. Se quedó ante el espejo, acariciando el sedoso cabello hasta que brilló. La satisfacción le curvaba los labios.

Siempre tenía hambre después de robar la energía del bárbaro. Hasta ahora había merecido la pena mantener a Dougal cerca, incluso a pesar de que a veces le molestaba.

Los ronquidos venían de la cama, y miró el reflejo de la pacifica expresión de Dougal en el espejo.

—Un día me cansaré de ti, y entonces tendré que matarte —dijo Torella con tono impasible. Los ronquidos se incrementaron, y ella palideció ante el ofensivo sonido—. Un día muy cercano.

Con un movimiento amenazador del dedo Dougal fue empujado de lado, como si una mula le hubiera pateado. Se quejó en sueños pero no se despertó, y la habitación se llenó de silencio una vez más.

Volviendo la atención a su imagen en el espejo, sonrió con los deliciosos pensamientos del liso torso del cuerpo de Phillip. Sus ojos azules cambiaron a verde brillando con anhelo, y su cuerpo se movió inquieto, ávido de más sexo.

—Tal vez el guapo jefe dure más tiempo que su amigo mayor —se lamió el dedo salado—. Hasta que, por supuesto, haya utilizado hasta la última gota de energía que el Laird posee —no importaba el tamaño de sus amantes, todos tenían una cosa en común... nunca duraban demasiado.

Phillip despidió a los dos guardias fuera de la cámara de Adela con una seca señal de cabeza. No le cabía duda de que se habían quedado dormidos en la víspera, cuando Adela se coló por delante de ellos para entrar en su habitación. Abrió la puerta sin llamar, e irrumpió en la gran cámara. La salida del sol todavía no había tocado el lado oeste del castillo, y mientras el diminuto fuego hacía poco por calentar la cámara oscura, el calor entró en su cuerpo.

Después de un momento se le ajustaron los ojos a la oscuridad. En dos largas zancadas se detuvo ante la cama densamente elaborada, con pálidas cortinas de lino firmemente sujetas. Agarrando la tela Phillip las empujó abriéndolas, sin saber que esperar.

Desconcertado, Phillip tomó una aguda inhalación. Contra su voluntad una sonrisa se extendió cruzándole la cara. Yaciendo ante él estaba un ángel durmiendo en pacifica belleza. El brillante cabello castaño estaba sobre la almohada de plumas, y las largas pestañas descansaban dulcemente contra las mejillas rosadas. El pecho subía y bajaba de manera uniforme bajo el camisón blanco que, aunque la cubría con recato, de alguna manera hacia insoportablemente atractiva la esbelta figura.

El olor de las bayas flotó hasta él, enviándole una visión carnal de ella montándole, con los ojos perforándole con lujuria. Rompió a sudar por el labio superior cuando su miembro se llenó de sangre, endureciéndose. Se dio la vuelta y se dirigió a la ventana.

—Contente —se advirtió tomando una bocanada de aire.

—¿Mi Laird? —inquirió una somnolienta voz detrás.

Phillip cerró los ojos deseando enfriar su pasión. Oyó un ruido de mantas, luego los pequeños pasos que cruzaron el suelo de piedra, pero se negó a enfrentarse a ella. No necesitaba tener la tentadora visión de Adela para saber que estaría impresionante.

—¿Pasa algo malo? —preguntó.

Phillip suspiró y se giró. Los ojos traidores bebieron la sencilla belleza de la excepcional muchacha. Ella se lamió los labios rosados inocentemente, e inclinó la cabeza con confusión, aumentando la pureza de su atractivo. Phillip tenía que resistirse a su encanto, o la tomaría en brazos y le metería la lengua más allá de los labios. De repente le dio la espalda. ¿Por qué esta muchacha tenía tal efecto sobre él? ¡Debía contenerse!

Adela le tocó el hombro.

—¿Pasa algo malo? —preguntó de nuevo.

Phillip se volvió una vez más, y ella se apartó por la feroz mueca de su cara. Estaba a punto de hablar cuando la luz de la mañana traspasó el camisón de Adela, destacando la figura desnuda bajo el sencillo material. Phillip maldijo en voz alta. Como si necesitara más estímulo. Incluso el sol estaba en su contra.

—¿Existe alguna razón por la que os encontréis en mi cámara tan temprano?

—Aye —se aclaró la garganta—. Vos me embrujasteis y sedujisteis la víspera pasada —acusó, decidiendo no hacer caso a lo ridículo que sonaba.

—No entiendo —respondió—. No he estado fuera de esta sala desde que me encerrasteis aquí.

—De alguna manera os escapasteis, vinisteis a mi cámara, y me hicisteis el amor —se negó a retractarse de las afirmaciones, no importaba lo absurdo que sonara. Sabía lo que había visto, y lo que había sentido—. ¡Si queríais follar, no teníais que poner un hechizo sobre mí!

Adela hizo una mueca ante su crudeza, pero él no quiso pedir disculpas. Se le endureció el corazón.

¡Nae, no lo haría!

Después de una larga pausa, ella comentó:

—Pensé que no creíais en las brujas.

—¿Negáis que estuvieseis en mi cámara?

—¡Aye! No fui yo. Tal vez lo soñasteis —los ojos de Adela le miraron con enfado, alejándose de él.

—Nae. ¡Fuisteis vos! Incluso saboreé vuestra esencia en mi...

Adela jadeó y se apoyó contra la pata de la cama.

—¿Cómo conocéis mi esencia?

—Bueno, yo... yo...

—¡Vos no lo sabéis!

—¡Sé lo que vi, lo que sentí, y lo que saboreé!

—Y yo os dije que no fui yo.

La mirada de Phillip bajó, mirando el borde del camisón. Las sombras de la habitación cubrían el contorno desnudo de Adela, y aún así su cuerpo respondió con ardor caliente. Los ojos brillaban con lujuria.

—Supongo que sólo hay una manera de saberlo con seguridad.

Las manos de Adela revolotearon en su cuello, mientras que el rubor se deslizaba por las mejillas.

—Debéis de estar bromeando —le susurró.

—Nae. Si voy a dormir esta noche sabiendo que no tengo una bruja a mi cargo que me desee mal, entonces necesito saber que no fuisteis vos quien me encantó.

—Os digo que sólo fue un sueño, nada más —afirmó Adela apresuradamente, deslizándose alrededor del otro lado de la cama. La sencilla caoba bajo las manos le ofrecía poca protección.

Phillip permaneció inmóvil, con los ojos entornados con determinación.

—No voy a hacer nada que no deseéis que haga, pero seguiré sospechando hasta que esté seguro de vuestra inocencia.

Hizo además de irse, pero Adela le agarró del brazo.

—Entonces os permitiré probarme —le ofreció—. Si eso es todo lo que haréis.

—Aye, muchacha. Si eso es todo lo que deseáis que haga —arrastró las palabras. Su voz era baja con promesas de placer.

¡Por las pelotas de Odín, nae!

Ella quería más, mucho más. Pero al saber que él quería a otra para ser su esposa, otra para compartir su cama... apartó la vista de su escrutadora mirada. No sería correcto hacerle el amor. Pero desde que se despertó para encontrar al hombre que llenaba sus sueños en su cámara, quería echarse en sus brazos.

El hombre era demasiado guapo. El dorado pelo enmarcaba una fuerte mandíbula, y los gruesos labios estaban hechos para besar a una mujer. Era todo un hombre, y su maduro cuerpo reaccionó primitivamente. Quería unirse a él, más que con cualquier otro hombre que hubiera conocido. Condenadas fueran todas sus reglas de honor. Le necesitaba. Necesitaba que la tocara, la besara, la amara.

—Tendeos sobre la cama, muchacha. Prometo que lo haré placentero —prometió.

Adela tragó saliva y asintió con la cabeza, deseando que su vulnerable corazón no quedara expuesto a través de los ojos. Se tendió en la cama y tembló de anticipación. Nunca había sido saboreada por un hombre de una manera tan íntima, y probablemente nunca volvería a serlo. Si tan solo pudiera dejar de temblar de necesidad.

—No os haré daño —dijo Phillip con la preocupación tiñéndole la voz.

—Lo sé.

Descendiendo sobre sus rodillas, levantó lentamente el camisón sobre los muslos, exponiendo la zona más sensible situada entre sus piernas.

Las manos de Adela temblaban, y se agarró a las mantas para detener los estremecimientos. El pecho se apretó mientras los pulmones se quemaban por más aire. Cerró los ojos y se liberó de su vergüenza ante el intenso escrutinio de Phillip.

Las cálidas manos viajaron provocativamente por sus piernas, calentándole la sangre en su interior. Le oyó suspirar con satisfacción, haciendo que la opresión de su pecho bajara por el abdomen, luego a su vientre. Adela se rió de sí misma, agradeciendo a las estrellas enviar a Phillip tal peculiar sueño, que le había llevado a arrodillarse en su cama.

Le besaba la cara interna del muslo, la cálida lengua giraba en círculos, causándole casi saltar de su piel.

—Hmm, que divino sabor —alabó con tono completamente masculino y erótico.

El pulso de Adela se aceleraba con cada beso que le daba en las piernas, acercándose más y más a su húmedo centro.

—¿Te gusta eso? —la preguntó lamiendo la yema hinchada que sobresalía de los labios menores.

—Aye —el hormigueante dolor aumentó, haciendo a su cuerpo estremecerse de deseo.

Se arqueó hacia él moviendo las caderas, y él no la decepcionó. Poniendo las manos en la parte externa de los muslos, le pasó la lengua desde la base del palpitante núcleo hasta la sensible protuberancia, lamiendo los jugos como si hubiera estado anhelándolos durante años.

Adela se retorcía de tormento, los lánguidos músculos se agitaban abriéndole las piernas, dándole a Phillip mejor acceso al lugar que anhelaba llenar.

Ella entrelazó los dedos en el rubio pelo ondulado, y con la otra mano se rozó la punta de los sensibles pechos. Los ojos de Adela se centraron en el techo de piedra sobre ella, con los ahogados gemidos de él llenándole los oídos.

—Querida Diosa —susurró—. No pares —gimió, de una forma con la que no estaba familiarizada.

Su lengua la penetró dentro y fuera, y luego se centró en su punto sensible. Adela movía la cabeza de un lado a otro, preguntándose como un cuerpo podía tener tanto placer y no morir.

Él introdujo con facilidad un dedo en su interior, y ella gimió por el increíble éxtasis. La sangre corría por sus venas construyendo una increíble pasión en su interior, hasta que gritó en la deslumbrante explosión.

Phillip sintió el pulsante interior de Adela, masajeándole el dedo mientras su lengua disfrutaba de la suave y húmeda esencia. Ella se corrió con una intensidad aplastante, el cuerpo entero temblando. Era la mujer más sensual que había tenido el honor de complacer. Incluso ahora, el almizclado olor y sabor de ella en sus labios le hacían volverse loco de deseo por enterrarse en su interior. Sin embargo, le había dado la palabra de que no iría más allá.

El tormento pesaba fuertemente sobre su miembro. Se levantó y se sentó en la cama, a su lado. Tiernamente estiró del camisón de nuevo sobre sus piernas, dándole de nuevo la sensación de modestia.

Todavía respirando con dificultad, ella le preguntó:

—¿Sabes que no fui yo quien visitó tu cámara?

—Aye, lo supe en el primer instante que te probé.

—Sin embargo, ¿continuaste?

—No pude resistir disfrutar de los frutos de mi lengua —contestó con tono seguro de sí mismo.

Adela sonrió arqueando una ceja.

—En verdad, también lo disfruté.

—Como puedes ver —señaló el bulto bajo el kilt— estoy dolorido por deslizarme dentro de ti, pero soy un hombre de palabra.

Tal vez Phillip era el padre de su hijo. Pero la visión de su muerte fuera de esos muros... ¿cuán pronto ocurriría? Adela desvió la mirada con los ojos desenfocados por el pensamiento. Quién sabe si no ocurriría en un futuro cercano. En su visión no estaba mucho más mayor con el niño, así que podría haber tenido al bebé y pasarle su legado antes de ser condenada a muerte.

Tomándole la mano, él le dio un casto beso en la piel.

—Hasta la próxima vez —murmuró con la rica voz con un sensual significado.

—¡Espera! —gritó— No te vayas.

Capítulo 7

Ella saltó de la cama y le puso una mano sobre el brazo, sus dedos envueltos alrededor de la tela oscura de su manga. El cálido y duro músculo se flexionó y Adela se regocijó ante su masculina fuerza. Hacer un bebé con ese hombre sería un placer pecaminoso.

—Vamos a intentarlo de nuevo.

Phillip se echó a reír.

—Esa es una extraña manera de decirlo.

Aclarándose la garganta, ella dijo:

—Quiero decir, vamos a disfrutar de nuevo. No sería justo para el Laird irse sin su placer. —Se alzó para colocar un beso en sus labios, pero él la rechazó.

—No necesito que te obligues. —Su boca se estiró en una línea firme, con los brazos cruzados.

Ella reprimió una risa ante su seria y oscura expresión. Adela se echó el pelo hacia atrás, se tendió de lado en la cama sosteniéndose en alto sobre un codo. Le otorgó lo que pensaba era una mirada seductora, y luego le levantó el kilt para exponer su gloriosa virilidad. Atrevida y gruesa, estaba firme.

—No necesitas hacer esto. —Él frunció el ceño.

Como si sus protestas pudieran apartarla.

—Créeme... —Ella bajó la cabeza, y deslizó su lengua por la tensa y suave piel hacia abajo y después de vuelta hasta la ancha punta—..., quiero hacer esto —ronroneó con los ojos medio cerrados. Con una última mirada a los hermosos ojos de él, abrió más la boca y se tragó su polla todo el camino hasta la parte posterior de su garganta.

—Por Júpiter —gruñó él.

Ella envolvió su lengua alrededor de la cabeza repitiendo la acción una y otra vez. Phillip cayó en la cama a su lado, entregándose.

—¿Cómo has aprendido...? —jadeó él, con los ojos vueltos cuando su cuerpo chisporroteó con la erótica sensación.

Adela lamió la punta de su cabeza y sonrió.

—Me gusta ver parejas apareándose. —Aspiró la sensible cabeza de nuevo—. Iba de camino al lago cuando vi una doncella tomando el pene de un hombre así, y desde entonces siempre quise hacer lo mismo.

Adela se tragó su longitud de nuevo y se retiró.

—¿Te gusta esto? —preguntó ella, disfrutando el salado sabor de su polla en la boca.

—Aye.

Agarrando sus pelotas, ella trabajó la boca arriba y abajo mientras veía el cuerpo de él rígido de placer. Tenía la boca ligeramente abierta. La túnica negra de lana se extendió cuando se arqueó. Incapaz de resistirse, ella estiró la mano bajo el material de su túnica. Su cálido torso estaba apretado y esculpido.

Llevar a tal poderoso hombre a ese punto de abandono le dio a Adela un oleada de posesivo éxtasis. Quería saborear cada gota de sus jugos líquidos, pero la necesidad de tener su bebé tenía prioridad. Necesitaba su dominante semilla en su interior, dándole una fuerte vida vigorosa para mantener su legado. ¿Quién sabía cuando iba a tener otra oportunidad de hacer el amor?

Phillip gimió con agonizante placer. Estaba cerca... tan cerca. Ella se detuvo y lanzó sus piernas sobre sus caderas, guiando su húmeda polla a su interior.

Ella se inclinó sobre su pecho, él mordió la tierna piel de su cuello, enviando escalofríos por su cuerpo. Su polla corcoveó en su interior, empalándola con frenesí.

Sus fuertes brazos serpentearon por su espalda y se sentaron en posición vertical. La respiración de él cruzaba su cara y se quitó la túnica, abrazándola. Íntimamente conectada con él, sus senos se apretaban contra la pared dura de su pecho.

Ella continuó meneando sus caderas en un movimiento circular y sitió su gruesa polla rozándose contra los lados de su pasadizo interior.

—Maldito seas, Phillip, por sentirte tan bien dentro —susurró Adela, con el tono lleno de rendición. Inclinó la cabeza, su sedoso pelo le rozó la espalda.

Phillip inclinó la cabeza para lamer completamente su pecho de abajo hacia arriba en un largo movimiento. Un placer intolerable se disparó por todo su cuerpo. El grueso material de su kilt se unía alrededor de sus muslos, rozando el sensible botón de ella cada vez que él empujaba con sus caderas.

Respirando en cortos y dolorosos jadeos, su cuerpo sumergido en la cima, aplastándola con la exquisita sensación.

De repente, una estridente risa entró en la cámara, resonando alrededor de la cama. Adela empujó contra Phillip y rodó a un lado. Él se levantó y buscó por la cámara. El inquietante sonido creció más y más fuerte.

Adela tiró de las mantas hasta su barbilla, con la piel helada de temor.

—El mal envía espías sobre nosotros de nuevo.

Phillip miró hacia ella.

—¿De dónde viene? —Fue hacia la ventana y se inclinó hacia afuera y luego abrió la puerta para encontrar la sala vacía.

La risa se convirtió en gritos de tortura, perforando los oídos de Adela. Desviando los ojos, se cubrió los oídos y gritó:

—Sol, Tierra, Luna, convoco a la Diosa Triana. ¡Desterrad el mal de mi cámara!

Silencio.

Phillip miró a su alrededor, después se sentó en la cama.

—¿Qué acaba de pasar?

—Es mejor que os vayáis.

—Es la misma risa que oí en mi sueño. —Phillip se acercó más a ella—. Sabéis más de lo que estáis contando. No guardes secretos conmigo, bruja.

Adela se levantó y se vistió rápidamente, con el rostro acalorado, tanto por las recientes relaciones sexuales como por su furia creciente.

—Sé tanto como vos, y no me llaméis bruja en ese tono.

Phillip se introdujo en su túnica con movimientos bruscos, los ojos llenos de ira y frustración sexual. Su virilidad, erecta y dolorida seguía erguida bajo su kilt.

—Si habéis traído la maldad a esta morada para causar estragos a mí pueblo, yo...

—¿Qué haréis? —Le encaró, con las manos en las caderas—. Sois vos quien me trajisteis aquí, ¿recordáis?

Phillip estudió su cara, como si buscara respuestas. Girando, abrió bruscamente la puerta y la cerró de un portazo tras él.

Adela suspiró. Su pecho dolía con el resentimiento y arrepentimiento. Frotándose los brazos, se dejó caer sobre la cama. Sin la abrumadora presencia masculina de Phillip, el calor de la cámara se evaporaba rápidamente.

Phillip corrió escaleras abajo y salió al exterior hacia el pozo de la aldea. Agarró los cordajes, con los músculos tensos mientras tiraba del pesado balde de agua hacia arriba.

Sin tener en cuenta los cortes que se hizo en las manos por su impaciencia, el cubo se estrelló contra la barra superior y el agua se derramó por los bordes. Tomó el recipiente con las dos manos, y en un solo movimiento derramó el agua fría sobre su cabeza, saturando su cuerpo con unos horribles escalofríos.

Unas risitas llegaron de detrás, y Phillip se volvió para ver un grupo de soldados riéndose ante su incomodo estado.

Se encogió de hombros.

—Al menos funcionó —ofreció a modo de explicación. Ellos asintieron con un gesto de comprensión y regresaron a su entrenamiento. Phillip se alisó el pelo mojado de la frente, y regresó sin prisa a su cámara a por ropas limpias.

Después de desenrollarse su kilt, dejó caer el largo tejido y lo soltó sobre sus húmedas botas. Insistentes imágenes de Adela desnuda en la cama provocaron que su sangre se calentara contra la húmeda y helada piel. Gruñó con frustración y desgarró el frente de su túnica, tirando el destrozado tejido al suelo. Ella le hechizaba con bailes místicos y sueños, y él había caído en sus encantos como un joven enamorado. Debía resistir la tentación de la seducción de la bruja y permanecer enfocado en la promesa que le hizo a su abuelo. Sólo podría conseguir una alianza si utilizaba una poción de amor con Lady Torella.

Pensativo, se apoyó contra el alfeizar de la ventana y miró abajo, hacia su amada y somnolienta aldea. Una terrible sensación se apoderó de su pecho... Adela era un peligro para sus planes de paz.

Capítulo 8

Después de caer en un exhausto sueño, Adela se despertó a media tarde para encontrar la habitación iluminada con la luz del sol. Se levantó adormilada de la cama y se vistió con su vieja túnica gris. Una oleada de temor se extendió a través de ella mientras se pasaba los dedos por el desordenado cabello. Algo no estaba bien con el sueño de Phillip.

Con los pies descalzos, se deslizó hacia la puerta y la abrió con brusca fuerza. Adela esperaba que lo guardias le evitaran la salida, pero cuando se asomó fuera, el corredor estaba vacío. Se encogió de hombros, salió al pasillo y cerró la puerta detrás de ella.

Tirando de la pequeña bolsa de cuero de su bolsillo, hundió los dedos en un polvo naranja y lanzó la sustancia por el corredor. Un dulce aroma floral flotó hacia ella y aspiró profundamente el aroma calmante del polvo.

—Mostradme dónde duerme el Laird —ordenó.

El polvo flotó por el suelo de piedra como una serpiente y se deslizó hacia la escalera. Adela subió por una empinada escalera de caracol y fue conducida a una habitación en la parte superior de la torre. La nube desapareció bajo una puerta imperial de roble con un tirador de hierro.

Colocando la oreja sobre la puerta, escuchó que no hubiera nadie en el interior. Cuando todo estuvo en silencio, abrió la enorme puerta y entró en la cámara vacía. Las partículas se arremolinaban como una nube de polvo sobre la inmensa cama.

—Gracias. Por favor, volved.

El polvo flotó hacia su mano extendida, volviendo a la bolsa de cuero.

Apretando los cordones, colocó la bolsa en su bolsillo y miró alrededor de la cámara de Phillip.

—Esta es definitivamente su habitación —dijo Adela en voz alta.

Dos magnificas espadas colgaban cruzadas en la pared sobre el blasón de la familia Roberts, un fiero lobo solitario enmarcado en metal de plata. Casi podía oír el aullido distante de la bestia.

Aspiró el aroma personal de poder y masculinidad del Laird. Su energía fluyó por la cámara en colores azules y verdes que sólo Adela podía ver. Cada objeto tenía el resplandor residual de su contacto.

Adela se detuvo en medio de un paso.

Cada objeto brillaba, excepto uno.

Se acercó a la mesa junto a la ventana y pasó la mano sobre dos muñequeras de cuero, un cuchillo afilado y un cáliz de metal, con la mayoría de su contenido vacío. La malévola energía heló su mano.

Una sombra negra se cernía sobre la copa. Adela la recogió y olió el líquido restante.

—¡Belladona! La hierba del diablo.

Metió un dedo y saboreó la punta. Palideciendo, reconoció las distintas hierbas alucinógenas de cicuta, mandrágora y acónito.

La puerta se abrió golpeando contra el muro de piedra y ella saltó.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Phillip, sus ojos oscurecidos con acusación.

—Yo... yo...

—¡Respondedme!

Con unos pocos largos pasos, Phillip se acercó y sus manos la agarraron firmemente por los hombros.

—Yo... Habéis sido drogado —soltó ella y le inclinó el cáliz.

Phillip miró hacia abajo y frunció el ceño.

—¿Me drogasteis?

—Nae, yo no —respondió con indignación y le empujó la copa a las manos. Alejándose de su cercana presencia, añadió—. Vuestro vino fue drogado por una poción conocida por unas pocas brujas y hecha con raros ingredientes. Si os dieran demasiada, estaríais muerto.

—Con todo, parecéis conocerlo —respondió él, arqueando una ceja.

—Si deseáis que me vaya, lo haré.

Phillip cerró la distancia entre ellos y le puso una mano sobre la mejilla.

—Nae, no deseo que os vayáis —su voz era baja y suave—. Sólo que no entiendo por qué alguien se tomaría la molestia de darme sueños eróticos.

Adela le miró a los ojos, hipnotizada por el puro color azul y su belleza absoluta. Su caricia era suave e íntima, suavizando el dolor que sentía por sus acusaciones. Apoyó la mejilla contra la palma de su mano y cerró los ojos.

—¿Adela?

—¿Hmm?

—Necesito una poción de amor.

Con el ceño fruncido, Adela se separó de él y caminó hacia la ventana. Tenía una tranquila vista desde la aldea entera hacia el verde valle contiguo. La belleza no aplacó su ira.

—Tengo el deber de proteger a mi clan. Debo tener la poción, Adela.

Phillip se colocó tras ella y le rodeó los brazos con la cintura.

Apoyando su cuerpo contra el de él, los ojos de Adela se volvieron pesados. El calor de su pecho la quemó a través del delgado material de su túnica. Sólo tenía que tocarla y su corazón se derretía, le robaba la ira y la sustituía por una emoción que no reconocía. Simplemente sabía lo correcto que se sentía estar en sus brazos como si hubieran nacido para estar juntos.

Ella suspiró, desgarrada con lo que debía hacer.

—¿No hay otra manera? —preguntó, buscando la desesperada respuesta que quería oír.

—Nae. Lady Torella preferiría clavarme un puñal a la espalda que detener este conflicto con una alianza —Phillip le besó el cuello—. Desearía ser alguien diferente. Alguien que fuera libre para...

Adela se volvió en su abrazo y le puso un dedo en la boca. No quería escuchar lo que no podía ser. Su corazón no podría soportarlo.

Lentamente, él se inclinó a reclamar su boca. Su lengua buscaba, tierna y exhaustiva, explorando el interior de su boca.

Phillip se apartó un poco de ella y su nombre fue desgarrado de los labios de ella.

—Venid, deseo mostraros algo —murmuró contra su boca y la besó ligeramente de nuevo.

Con la mano enlazada en la suya, la llevó por el castillo y luego fuera.

Caminando a través de la aldea, el Laird se detuvo, saludando a los transeúntes. Adela se asombró de que conociera todos sus nombres, y le daban la bienvenida como si fuera familia cercana en lugar de su gobernante.

Un precoz niño pequeño corrió alrededor de una mujer que llevaba un bebé. Phillip se agachó y levantó al niño lleno de barro en el aire y luego se lo acomodó bajo el brazo.

—¿Cómo va vuestro día, señora Mary? —preguntó Phillip.

Sacudiendo al alborotado bebé de sus brazos, le sonrió y respondió:

—Estoy bien, gracias por preguntar.

—¿Duerme bien Seamus, ahora que está en casa?

—Aye, es bueno tener a mi marido de vuelta, a pesar de que se queje de los quehaceres cotidianos.

Sonriendo, Phillip se volvió.

—Adela, esta es Mary, es la esposa de un leal hombre de mi clan, Seamus. Y este sucio y buen muchacho es Patrick.

Phillip dejó al sonriente niño en el suelo, el cual corrió.

—Ah, pero el orgullo y alegría de Mary tendría que ser esta querida muchacha, Isabel —su mano apartó la manta para revelar un sonriente ángel con una mata de rizado pelo rojo y una sonrisa pícara que coincidía con la de su hermano.

Adela asintió y sonrió.

—Me alegra conocerles a todos.

—Y yo a vos —respondió Mary—. Os ruego me perdonéis, pero esta pequeña tiene un poderoso apetito y busca su cena.

—Entonces debéis iros —Phillip hizo una reverencia.

Patrick se agarró al borde de la falda de su madre y le devolvió el gesto a Phillip, y luego saludó con ensordecedoras despedidas.

—Parecen encantadores.

Adela se levantó el dobladillo de la túnica y pasó por encima de un charco.

Phillip tiró de una flor violeta de un arbusto cercano y se la entregó a ella.

—Lo son.

Aceptó la fragante flor y sonrió. Era el primer regalo que nunca había recibido de un hombre. Un gesto simple, pero que la ruborizó. Su atención fue captada por los delicados pétalos, ninguna otra flor podía igualar su belleza.

Sin darse cuenta de la cara sonriente de Adela, Phillip continuó.

—El marido de Mary es uno de mis mejores guerreros. Luchó en la última escaramuza con los Campbells. El mismo clan que Lady Torella envió a masacrar a nuestros vecinos y tomar sus tierras —Phillip continuó andando como si hablara del tiempo.

Las manos de Adela cayeron a sus lados.

—Así que, ¿el marido de Mary podría ser asesinado la próxima vez que los Campbells vayan a combatiros?

Phillip se volvió.

—Aye. Por lo general somos llamados a proteger nuestras fronteras cada dos semanas —su mano se posó en la empuñadura de la espada que llevaba atada a su cadera—. Muchas de las mujeres que veis aquí tenían maridos o hijos que fueron asesinados mientras protegían estas tierras.

Adela inspeccionó las pintorescas cabañas alineadas a lo largo del camino de adoquines, y se entristeció por los hombres, mujeres y niños que habían perdido tanto. Miró a Phillip. Tanta responsabilidad asentada en sus manos. No era extraño que sus ojos se turbaran cuando miraba a su gente.

Adela se mordió el labio inferior, y le alcanzó para tocarle el hombro.

—Lo haré...

Un grito rasgó el aire.

Phillip y Adela corrieron hacia la cabaña más alejada de la aldea. Phillip se abrió paso a través de la multitud y entró en la pequeña morada con Adela pegada detrás de él.

En una silla, estaba sentada una joven con un largo y lacio pelo y pecas. Las lágrimas caían de sus mejillas. Su desesperada madre observaba las ensangrentadas marcas de dientes en el tobillo de la chica.

—¿Qué pasó? —preguntó Phillip.

—El... perro me mordió —sollozó la pequeña niña entre bocanadas de aire.

—¡Maldigo a este condenado perro! —Espetó la madre—. Es la segunda vez que ha mordido a Edina.

—Mami, no le hagais. Sólo estaba jugando —lloró la pequeña niña.

Adela se agachó cerca de la muchacha e inspeccionó la herida. Detrás de ella, podía escuchar a Phillip explicando quien era a la madre.

—¡Es una bruja! —exclamó la madre, y los mirones jadearon.

—Lo soy —Adela se levantó con orgullo, esperando que la madre la atacara. Cuando nadie se movió, continuó—. El mordisco es profundo y necesitaréis mi ayuda si no queréis que se agrave.

La madre capturó la mano de Adela, su encantadora cara llena de preocupación.

—Doy la bienvenida a vuestra ayuda.

Adela asintió con la cabeza bruscamente y sacó su bolsa del bolsillo. Introdujo sus dedos en una cataplasma de hojas verdes y se agachó.

—Es ajedrea de jardín. Os sacará la infección.

Aplicando la hierba, levantó la mirada a la valiente niña y sonrió.

—Mantendrá a los insectos alejados, también —dijo ligeramente y tocó la naricilla de botón de Edina.

Edina se rió, liberando la tensa energía de la habitación. Adela oyó a la gente tras ella suspirar de alivio.

Terminó de limpiar la herida, envolvió suavemente un paño alrededor de la pierna y lo ató con un nudo.

—Os lo agradezco mucho —dijo la madre y rodeó con sus brazos la forma rígida de Adela.

Una vez la soltó, Adela asintió.

—Realmente, de... nada —dijo, no acostumbrada a tal cálida atención.

La gente aplaudió y Adela frunció el ceño con confusión. Miró a Phillip y éste se quedó a un lado con una gran sonrisa en la cara.

Finalmente, reconociendo su malestar, se separó de la multitud y les dijo que volvieran a sus funciones, asegurándoles que Edina estaría muy bien.

Adela se volvió a la muchacha.

—Apartad la pierna, y tal vez, jugad con un perro más amistoso.

—Lo haré —asintió con la cabeza y los rizos de Edina se movieron.

Saliendo de la cabaña, Phillip y Adela se dirigían hacia el castillo cuando hombres y mujeres salieron de sus hogares para agasajar a Adela con regalos, comida y copas de cerveza.

Phillip se rió ante su expresión de sorpresa con cada palabra amable, y pronto sus brazos estuvieron llenos con muchas ofrendas.

—Aquí, permitidme tomar estos —dijo y descargó los brazos de Adela.

—¿Por qué están siendo tan agradables conmigo? —susurró ella por la comisura de su boca.

—Ayudasteis a uno de los suyos.

—He ayudado a muchas personas pero, aun así, me cazaron sin piedad.

Phillip se detuvo y la miró fijamente. Sus labios se apretaron y sus ojos brillaron con furia.

—Eso nunca pasará aquí —dijo—. Prefiero arrancar los ojos de los cerdos ignorantes que se burlen de vos.

Adela dio un paso atrás ante la violenta reacción de Phillip. ¿Quiénes eran esas personas? Ella había viajado cerca y lejos, y nunca se había encontrado con tolerancia a las brujas.

Como si leyera su mente, Phillip declaró con un filo en su voz:

—Mi abuelo solía enseñar a su gente que sólo un tonto temería a lo desconocido.

—Vuestro abuelo era un sabio.

Él sonrió.

—Aye, lo era.

Entraron en el oscuro gran salón y Phillip le dio los presentes a uno de sus hombres para que los llevara a la cámara de ella. Llevándola hacia la chimenea, se calentaron las manos antes de sentarse a cenar.

Adela se volvió hacia Phillip, incapaz de reprimir su preocupación. Suspiró.

—Necesitaré las hierbas, malva, alcaravea y alheña.

Phillip arqueó una ceja.

—¿Para qué?

—Para hacer la poción de amor —replicó con silenciosa resignación.

Sus ojos se suavizaron de alivio.

—Mi mayor agradecimiento desde el corazón, Adela.

Asintiendo tristemente, ella añadió enigmáticamente:

—Sabeis que habrá consecuencias por esta poción.

—Entiendo.

Phillip se levantó y se fue. Se detuvo a medio camino y volvió hacia Adela. Tomándole la mano, le besó la palma.

—Gracias de nuevo.

Ella le vio retirarse, sus zancadas fueron rápidas y animadas cuando se fue en busca de las hierbas.

Su corazón le susurró: Si sólo estuvierais tan ansioso por mi amor.

Capítulo 9

Torella rió socarronamente y con alegría ante la visión del triste rostro de Adela en el agua del cuenco.

—¿Hará la poción de amor? —Desnudo, Dougal se acercó por detrás y le tomó los pechos.

—Aye, hará la poción. —Giró y se sacudió los brazos de él. Preocupada, abrió las puertas de su armario—.Tengo que recogerlo todo.

—¿Por qué necesitas una poción de amor? El Señor quiere una alianza y, como todos los demás, caerá lleno de lujuria en el momento en que vea tu belleza —dijo Dougal con la voz cargada de celos.

Girando, se enfrentó a él con las manos en las caderas. Su voz se endureció.

—La lujuria no es amor. —Le lanzó una mirada fría y volvió a su armario.

—No nos peleemos. —Dougal se movió más cerca y le puso las manos en las caderas, frotando su erección entre sus nalgas—. Estoy duro de nuevo, Torella. Vamos a follar antes de que recojas.

Torella giró y lo empujó con una fuerza sobrenatural que le hizo cruzar la cámara. El voluminoso cuerpo chocó contra la pared opuesta

—¡Voy a ser la prometida del Laird! —Señaló con una larga uña negra hacia la ventana, los ojos brillaban con remolinos rojos—. Vuela de regreso a Gleich Castle. Asegúrate de que nada le sucede a la bruja.

Los ojos de Dougal brillaron con furia, pero permaneció en silencio. Al momento se transformó en un cuervo y salió volando por la ventana con sus gritos haciéndose eco en la distancia.

Torella gritó a sus sirvientes y los tres se apresuraron a entrar, con la cabeza agachada.

—¡Empaquetadlo todo! —Exigió y fue por un cofre de oro que escondía debajo de la cama. Arrastrándolo por el suelo de piedra, colocó la pesada caja fuerte en la cama.

—¡Dame la llave de hierro que guarda mis tesoros! —Cantó a la caja, los labios de rubí se curvaron en una sonrisa a medias.

En segundos, una llave de cobre pesada apareció en su mano abierta. Dando tres golpecitos en la tapa, el ojo de una cerradura se materializó. Insertó la llave y abrió el cofre. Dentro, las sombras envolvían los viales de líquido fabricado y los oscuros hechizos escritos en viejos pergaminos amarillentos, junto con joyas y monedas de oro que correspondían a una poderosa hechicera.

Tomó un pequeño vial vacío conectado a un collar de plata y desenroscó la tapa. Con una uña afilada, lo deslizó sobre la cremosa piel del brazo. Caliente sangre goteó dentro del vial, llenándolo de su energía vital.

—Dame la botella que contiene la hierba de Angélica.

Torella pasó la mano por encima de la caja y el negro vial se levantó. Lo destapó y revolvió el contenido del oscuro líquido, a continuación, olió el dulce aroma del almizcle. Vertiendo tres gotas dentro de su vial de sangre, selló la tapa y se la colocó en una cadena al cuello, permitiendo al fresco acero descansar entre sus pechos.

Pasó la mano por el vial, los labios se extendieron en una mueca.

—Ahora soy inmune a la poción de amor de la bruja, mientras que mi enemigo se enamorará totalmente de mí.

Un criado avanzó velozmente por la habitación y una malévola mirada de ella lo detuvo bruscamente en la puerta.

—¡Esclavo sexual! —la sedosa voz resonó por el pasillo.

El oscuro, vil y atractivo sirviente entró en la cámara y se inclinó.

—¿Cómo puedo complaceros? —Los ojos canela brillaban con hambre, la mirada vagaba sobre la desnuda figura.

Torella levantó el brazo sangrante, una única línea roja trazada bajo la piel.

—Chúpala—ordenó.

Sin dudarlo, obedeció, lamiéndole la herida como si bebiera el más dulce de los vinos. Ella echó la cabeza hacia atrás y rió.

Él la alzó en brazos y la acostó en la cama. Como la mayoría de los hombres, estaba ansioso por probar más de su amante. Con los sirvientes aún empacando en la cámara, Torella disfrutó de una agradable espera explorando a su nuevo amante negro.

Un ligero golpe sonó en la puerta y Adela se incorporó del círculo de hierbas y velas dispersas en el suelo. Levantándose la falda hasta los tobillos, pasó cuidadosamente entre los ingredientes de la poción de amor. Abrió la puerta para encontrarse al bien peinado Laird en la entrada, los ojos vagaron aprobatoriamente mientras ella emparejaba la ávida mirada con una suya. Abriendo los brazos, la tomó entre ellos y la besó profundamente con el rostro afeitado.

—Eché de menos tu compañía este día.

—Yo, también, eché de menos tus encantadores hoyuelos. —Admitió y se apretó contra él. —Y gracias por las nuevas prendas de vestir. —Se dio la vuelta haciendo ruido con la falda del vestido—. Son tan majestuosos.

—Eres tú quien los hace majestuosos. —Cerró la puerta tras él.

—No necesitas decir eso —su tono, bajo y avergonzado—. Sé que no soy agradable de ver.

Los dedos de él se deslizaron sensualmente sobre el tembloroso mentón.

—Eres más hermosa para mí que la luna llena reflejándose sobre las oscuras aguas de nuestro lago.

Adela se iba a alejar pero él la agarró demasiado rápido.

—Por favor, nunca olvides eso.

Ella se sonrojó y bajó la mirada.

—Nunca lo olvidaré —Y echó la cabeza hacia atrás para mirar los pozos de sus ojos—. Te estoy agradecida como la luna llena, que está esperando a que vayamos a visitarla.

—¿Disculpa?

A regañadientes, Adela abandonó el cálido abrazo y regresó a la posición que acababa de abandonar. Levantando el cristal de la botella, permitió a Phillip oler el ácido contenido.

—Desliza esto dentro del vino de Lady Torella y luego bebe inmediatamente después de ella.

Phillip arrugó la nariz por el olor y Adela rió.

—¿Cómo voy a acercarme lo suficiente para hacer eso? —Phillip se desplomó en la cama de ella.

Embolsando la poción, se agachó y tomó una vela verde y otra morada.

—He puesto las mismas hierbas entre la cera con la flor que me diste. —Continuó a pesar de tener la garganta casi cerrada. Se la aclaró, intentado reprimir la creciente envidia sobre una mujer que ya había conocido—. Esta flor tiene tu generoso intento de seducir, mientras que las hierbas llamaran al corazón de Lady Torella. Pero debemos decir el hechizo y encender la vela mientras estamos de pie en el agua bajo la luz de la luna llena.

Ella miró su esculpido rostro, memorizando los cincelados rasgos.

—Esto la traerá hacia ti.

Phillip se levantó de la cama, su rostro desgarradoramente triste.

—Adela, quiero decir...

—¿Aye?

—Quiero decir...

Se acercó a él, su cuerpo se encontraba a unos centímetros del suyo.

Él suspiró audiblemente y giró los ojos hacia arriba, podía sentir su tormento. No le hizo falta ser sensible a las auras para saber que a él no le gustaba la situación en la que se encontraban.

—El lago está al otro lado de la montaña. —Concluyó finalmente, ambos sabían que eso no era lo que había planeado decir—. Podemos hacer el hechizo allí —puso un leve beso en sus labios— una parte de mí espera que no funcione y que las brujas sólo sean una historia que las madres cuentan a sus hijos para asustarlos.

Adela asintió, su corazón se rompió con cada aliento que tomó. Por una vez en su vida, deseó lo mismo.

Escondido entre las sombras y desapercibido por los dos amantes condenados, un cuervo voló hasta posarse fuera de la ventana de Adela. El pájaro de anchas alas negras se deslizó con gracia alrededor del castillo hasta que encontró el arco de una ventana. Precipitándose a su interior, Dougal se transformó en toda su masculina estatura.

Sacudió la cabeza, permitiendo que el rojo cabello cayera salvajemente sobre sus hombros, vistiéndose con una túnica marrón y un kilt escocés, se sentó en una silla alta y tiró de sus botas. Con los codos sobre las rodillas y la barbilla reposando sobre las manos, reflexionó sobre cómo iba sobrevivir sin el sensual toque de Torella.

Su cuerpo ya temblaba cubierto de sudor, los músculos dolían por la falta de su contacto sexual. Tenía que recuperarla. Tenía que hacer el amor con ella otra vez. Sentado en posición vertical, se masajeó la abundante barba. Una lenta sonrisa se deslizó por su rostro, un plan se formó en su mente. Rompería la alianza, y Phillip se pondría furioso, pero no tenía otra opción en el asunto. Torella estaba en su sangre.

Tenía que tenerla.

Los pelos de la nuca de Adela se erizaron, caminando por el espeso césped hacia el lago, pero le quitó importancia a esa sensación de fatalidad. Mirando furtivamente bajo las espesas pestañas, observó a Phillip. El Laird parecía especialmente tentador con una simple túnica blanca y un kilt, el cabello de oro flotando suavemente con la brisa, y un pequeño saco colgando casualmente del hombro. Se volvió hacia ella y sonrió, ofreciéndole la mano para ayudarla a pasar un tronco caído.

Adela colocó la mano en la de él y su corazón dio un vuelco con el calor de su contacto. Deseaba que no la afectara de esa manera pero lo hacía. Haría que el pronunciar el hechizo de amor fuera mucho más fácil si no tuviera que cuidar a la elegida.

La luz de la luna iluminaba todo el camino hacia el brillante lago, pero el bosque circundante permanecía envuelto en la sombras. Por lo general, Adela se quedaba en casa cuando sólo faltaban dos noches para la Víspera de Todos los Santos. Era bien sabido que el principio del calendario celta había creado una línea entre la vida y la muerte. Era el único momento en que sus poderes disminuían drásticamente. Su madre solía advertirla de que todas las brujas buenas debían busca refugio en la Víspera de Todos los Santos, o se encontrarían con una malvada hechicera. No necesitó oírlo más que una vez. Las semillas del diablo y sus amantes humanas, las hechiceras, les robaban los poderes a las brujas celtas y las mataban. Adela nunca supo por qué la magia buena era tan codiciada pero se quedaba en su casa hasta que el Samhain estaba bien pasado.

—Estás temblando. —Phillip puso la fría mano de ella en su pecho para calentarla.

—Estoy bien. —Contestó, sabiendo que era sólo porque él estaba muy cerca.

—Estamos aquí. —Phillip estaba sobre la hierba al borde del lago, la imagen espejo de la luna se reflejó en las oscuras aguas. Él no había mentido. Era hermoso.

Metió la mano en el grueso saco, sacó la vela que fue hasta la mano de Adela mientras los ojos de él se ensanchaban debido a la conmoción.

—¿Qué estás haciendo?

Sacándose el vestido azul por la cabeza, se quedó frente a él desnuda, con los pezones erectos por el frío del otoño.

—No debemos tener restricciones en nuestros cuerpos cuando lancemos este hechizo. —se inclinó y se quitó las zapatillas—. Y no quiero arruinar mi nueva ropa.

Sonriendo, Phillip no discutió. Los ojos ardían por lo que quería, y su cuerpo se endureció por el deseo. Ella estaba allí de pie, sin inhibiciones, en toda su gloria como si anduviera cómodamente desnuda todos los días a través del pueblo. Su falta de timidez era refrescante y excitante. Bajó la mirada a sus bien formados pechos y tuvo unas ganas enormes de pasar la lengua por encima de las puntas rígidas de los pezones rosas.

Adela recuperó el vial del bolsillo de su vestido y camino con cautela en el lago helado. Sus perfectamente formadas nalgas fueron desapareciendo gradualmente dentro del agua hasta que llegó a la cintura.

—Enciende la vela y tráela. —le dijo.

Fuera de la bruma, Phillip se apresuró a desnudarse y encendió la vela con un pedernal de dos piedras puntiagudas. Con una mano sobre la cálida llama, entró en el lago, aplastando el barro entre los dedos. Su endurecido miembro no lo tuvo fácil incluso con la fría agua salpicando alrededor de sus piernas. De hecho, se endureció con cada paso que daba más cerca de la encantadora bruja. Su largo cabello castaño apenas tocaba el agua, cubriendo los redondos senos que sabía que cabían perfectamente en sus manos. La primera vez que vio a Adela, pensó que era una ninfa de los bosques, pero ahora parecía más una mística sirena de agua, deseosa de atraerlo a las profundidades con su llamado.

Frente a ella, los músculos se convirtieron en lánguidos. El brillo de la vela emitió un tono anaranjado a la suave curva de sus mejillas, mientras el olor calmante de la cera llenaba sus sentidos. Phillip se preguntó de nuevo si estaría haciendo lo correcto. Quería que su corazón llamara a Adela, no a una ávida aristócrata sedienta de sangre. Apartó la vista de los dulces ojos marrones de Adela. El pecho se contrajo con un dolor que no le gustaba.

—¿Estás seguro que quieres continuar? —preguntó ella—. Una vez que haya dicho el hechizo, Lady Torella y tú sentiréis el uno por el otro una sed insaciable.

—¿Y qué pasará con mis sentimientos hacia ti?

—Si sólo sientes lujuria por mí, desaparecerá inmediatamente. Si es amor...

Cuando Adela no terminó, él preguntó:

—¿Aye?

—Si es amor, amarás para siempre a dos mujeres hasta que una de ellas muera. —Miró la vela, la llama ardiente se reflejó en sus húmedos ojos.

Phillip tragó el nudo de su garganta y se inclinó hacia Adela para besarla. El sabor de los dulces labios le instó a acunarle amorosamente la cara.

—Entonces, te amaré hasta el día en que me muera. Pero debemos seguir adelante. —Con los ojos nublados por el dolor, bajó la mirada al lago—. Mi gente depende de esta alianza.

Un negro escalofrío silencioso los recorrió.

—Así sea. —Asintió Adela con remordimiento y le apartó la mano del rostro. Le ahuecó las manos con la vela y la poción—. Repite conmigo—. Le miró a los ojos azules y continuó— Hago un llamamiento a los cuatro elementos, el viento, el fuego, el agua y la tierra. Enviad mi mensaje a Aengus Mac Og, el dios celta del amor y la belleza.

Phillip las repitió, el corazón latiendo salvajemente mientras una niebla de agua se reunía alrededor de ellos como un capullo protector.

Adela cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás para mirar a la luna; una espectral luz blanca rodeó su cuerpo. Sostuvo el vial de cristal en alto entre las manos.

—Oídnos ahora poderosa diosa Airmed. Apelamos a vuestro divino poder para infundir esta poción y unir a este hombre, Laird Phillip Robert a Lady Torella Campbell, con un amor que no pueda ser quebrantado.

Una luz rosa serpenteó por el camino de las estrellas hasta detenerse alrededor de la poción, los ingredientes brillando en su interior. Adela soltó la vela y la luz se disparó hacia Phillip y se arremolinó alrededor de él, llenándolo con un calor desgastante.

Le zumbaban los oídos por el fuerte latido de su corazón. En la distancia, oyó la suave voz de Adela, el tono lleno de angustia.

—Traed a Lady Torella a su amor y haced que sean felices en su vida juntos. Benditos sean.

Tan pronto como la luz vino, se apartó y el agua alrededor de ellos cayó al lago, cubriéndolos de una ligera bruma.

—Está hecho. —El tono nostálgico en la voz de ella le envió espinosos escalofríos por la espalda—te deseo lo mejor—. Sopló la vela, el humo fragante se curvó alrededor de la mejilla de ella.

Se volvió para salir, pero Phillip le puso la mano en el brazo.

—No puedes dejarme. —dijo, con la voz tensa por el dolor.

—¡Tienes que dejar que me vaya! Es cruel hacerme ver cómo te casas con otra. —Las lágrimas rodaban por sus mejillas, sólo mirarle le causaba dolor en el corazón—. Por favor, te lo suplico. No me pidas que me quede.

Él hizo una pausa para tomar aliento para así aliviar el dolor en su interior.

—Si tengo que dejarte ir, dame éste tiempo contigo ahora, para que pueda tener recuerdos de un amor que me estaba destinado y no encantado.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas y se apartó de él.

—Yo... no puedo.

Capítulo 10

Adela salió del lago y Phillip la siguió. Se vistieron en silencio, cada uno con sus propios pensamientos.

—Adela, necesitamos hablar...

—¡Nae!

—No puedes marcharte.

—¡No funcionaría, Phillip!

—Sólo dame una noche más, danos una noche más.

La emoción apretujaba el pecho de Adela. No podía mirarlo.

—Por favor.

Una gota de agua cayó en la nariz de ella, reuniéndose con otras gotas de su cabeza.

—Vamos, alejémonos. —Se colgó el saco sobre los hombros y le ofreció la larga y callosa mano.

—No deseo regresar al castillo —dijo ella, su voz apenas un susurro.

—Empieza a llover. Debes dormir en algún lugar esta noche.

Soltando un suspiro, ella asintió y asió su mano. Adela corrió con él por la húmeda hierba. La lluvia aguijoneaba sus ojos, enturbiándola la visión. El calor del fuerte agarre de Phillip rezumaba en su mano, proporcionándola un sentido de protección mientras luchaban contra los elementos. Incluso cuando alcanzaron el castillo, Phillip no soltó su agarre. No hasta que estuvieron parados frente a la entrada de su recámara, la soltó la mano para abrir la puerta.

Empapados de la cabeza a los dedos del pie, Adela entró en la recámara, los sucios bordes del vestido salpicaban alrededor de las zapatillas llenas de fango. Phillip la siguió de cerca por detrás, y luego cerró la puerta. Ella se giró para mirarlo.

El dorado cabello goteaba agua por su rostro angelical mientras que el húmedo tejido de su túnica se ceñía a su pecho. Nunca se había visto tan completamente atractivo como lo hacía justo ahora.

Una fría voz en la mente la urgía a alejarse de él. Abandonarlo para que esperara a su prometida. Sin embargo, no podía hacerlo. El corazón le decía que se quedara, que tomara cualquier consuelo que pudiera antes de renunciar a él. Ya no importaba si tenía su semilla creciendo dentro o las visiones de su propia muerte. Necesitaba que él le dijera que todo iba a estar bien, incluso aunque fuera una mentira. Mañana se enfrentaría a la dura verdad y sería forzada a dejarlo para siempre.

Pero esta noche era de ellos.

—Hazme el amor —susurró ella.

Se quedó quieto como si las emociones emprendieran una guerra en su interior.

Ella tragó el nudo en la garganta, las manos temblando a los costados.

¿Se da cuenta él de lo desesperado de su amor? ¿Llama su corazón a otra?

—Lo siento. No debería haberlo pedido —dijo.

—Nae, no deberías haberlo pedido.

Adela quería marcharse, pero él le bloqueó el camino.

—Nunca deberías haberlo pedido, porque siempre ansiaré complacerte. Todo lo que necesitas hacer es mirarme, y yo seré tu siervo.

La atrajo rudamente hacia los brazos y la besó con fuerza los labios, sumergiendo la lengua en su boca, pegando su cuerpo al suyo.

¡Por la Diosa, este hombre se sentía tan bien! Tómame, suplicó ella silenciosamente, el cuerpo palpitándola con deseo. Se presionó más fuerte contra su sólida carne, necesitando estar más cerca de él. Bruscamente, se apartó, y retrocedió para quitarse el húmedo vestido.

Tenía que tenerlo dentro.

¡Ahora!

Él se quitó la húmeda túnica y se desenvolvió el kilt que le rodeaba la cintura. La hambrienta mirada nunca dejando la suya. Ella se tomó un momento para contemplar el duro contorno de su arrogante forma masculina.

Un travieso brillo apareció en los ojos de él y le ofreció la mano.

—Ven a mí —la ordenó, con la voz ronca por el deseo.

Era todo el incentivo que ella necesitaba para correr y saltar a sus brazos, envolvió su cuello con las manos. Con las piernas circundando su cintura, él soportó sin esfuerzo su peso por la parte posterior de los muslos de ella. Él reclamó su boca salvajemente, y el cuerpo se la derritió con la esencia de su apasionado aliento mezclado con la almizcleña esencia de su excitación. Sin romper contacto con los labios de ella, él fue hacia la pared y la presionó contra ésta. Con un rápido empujón, embistió con la dura asta dentro de su bien dispuesto cuerpo.

La vibración de su gemido la hizo cosquillas en los labios, enviándola estremecimientos por todo el cuerpo.

Él llenaba su núcleo al tiempo que bombeaba dentro y afuera, un sentido de urgencia los dirigía a ambos.

Aumentando la fricción, ella apretó los muslos más fuertemente, estrechando el canal interno.

Él se mordió el labio y puso los ojos en blanco.

Adela sonrió con la satisfacción de saber que podía atormentarlo de la misma manera que él la atormentaba. Él incrementó el ritmo, empujando con las caderas una y otra vez. Incapaz de detener la oleada de placer que la colmaba, Adela se rindió ante el glorioso momento. Los pulmones la ardían por aire, el cuerpo sacudiéndose con los espasmos.

A través de los dientes apretados, Phillip soltó un primitivo rugido antes de derramar la caliente semilla en su interior. El cuerpo entero se le sacudía violentamente y la apretó con más fuerza, agarrándose a ella con una feroz urgencia.

Cuando dejó de sentirle pulsando en su interior, él la soltó, y ella se deslizó por su suave y brillante cuerpo, húmedo de sudor.

Tenía los músculos de las piernas débiles por el sexo. Un sacrificio que ella estaba muy feliz de hacer. Le sonrió, se veía tan exhausto y tan completamente saciado como se sentía ella. Adela tomó su mano y besó la áspera piel.

—Ven a la cama antes de que te desmalles.

Respirando agitadamente, él rió y luego susurró junto a su cabello:

—Créeme, mi deliciosa bruja, tengo la fuerza para darte placer durante toda la noche.

Él la alzó en el círculo de los brazos y la cargó hasta la cama. Atrapó la mirada de Adela con los ojos y el corazón le brincaba con renovada anticipación ante las venideras actividades de la víspera.

Un fuerte golpeteo a la puerta obligó a Adela a apartar el pesado brazo de Phillip que la cruzaba el pecho. Ella se inclinó sobre su silueta dormida y sonrió ante la inocente apariencia de niño en su rostro. La puerta sonó de nuevo, esta vez más agresivamente. Frunciendo el ceño, ella sacudió a Phillip.

—Despierta. Hay alguien a la puerta.

Pero él permaneció dormido. Trató de sacudirlo de nuevo, pero no se movió ni un poco.

—Phillip...

La puerta se abrió con un golpe y tres temibles soldados irrumpieron en la recámara. Ella gritó y empujó el fláccido cuerpo de Phillip una vez más.

—¡Muere bruja! —rugieron los soldados, luego saltaron sobre la cama y apuntaron con cada una de sus espadas hacia su cuerpo.

Adela se sobresalto despertándose con terror. Jadeando, miró a Phillip durmiendo plácidamente a su lado. Se apartó el enmarañado cabello del rostro y bajó los pies por el costado de la cama.

—¿A qué propósito sirve ese sueño? —preguntó con una voz contenida, con la mirada dirigiéndose al amanecer fuera de la alta ventana.

Adela soltó un audible suspiro y se puso lentamente de pie. Las frías piedras contra las plantas de los pies la enfriaron el desnudo cuerpo mientras caminaba suavemente hasta llegar al lavabo. Vertiendo agua sobre una palangana, se salpicó el frío líquido sobre el rostro.

Un golpe a la puerta hizo eco por la recámara. Adela se sobresaltó, y un jadeo se la escapó de los labios. Dirigió la nerviosa mirada a Phillip durmiendo plácidamente en la cama, y luego de nuevo hacia la puerta.

—Mi Laird —llamó una voz masculina a través del roble—. Un insólito invitado espera abajo —golpeó de nuevo—. ¿Estáis despierto?

Adela fue hacia la puerta.

—No contestes —susurró Phillip concisamente.

Adela vaciló, parpadeando con confusión.

Él se incorporó de la cama y se puso un par de pantalones. Abriendo la puerta sólo una estrecha rendija, se inclinó contra el marco. Adela escuchó a su mayordomo decir que Lady Torella estaba sentada impacientemente en el Gran Salón.

Después de que Phillip cerrara la puerta, Adela preguntó:

—¿Por qué no querías que tu hombre me viera?

—No deseo arruinar tu reputación. —Alzó la tapa de un cofre de madera a los pies de la cama—. Parece que tu hechizo funcionó en convocar a Lady Torella.

—Tú no deseas arruinar “tu” reputación —siseó Adela, ignorando su cambio de tema.

Phillip se vistió con una túnica gris y la acarició la mejilla.

—No deseo compartirte todavía —posó las manos a ambos costados de su rostro y la besó en los labios.

Ella hizo una mueca y se apartó.

—¿Has olvidado quién soy? Puedo sentir que no estás diciendo toda la verdad.

Él se pasó la mano distraídamente por el cabello.

—Mi gente va a tener un tiempo difícil aceptando a su enemigo como su señora, incluso aunque signifique la paz. No quiero confundirlos teniéndote en mi cama.

—¡Quieres decir que no deseas que sepan que su Laird se esta acostando con una sucia bruja!

—¡Adela!

—Olvídalo.

Ella recogió sus sucias ropas y las arrojó sobre la cama.

—No necesito tu caridad.

—No puedes marcharte desnuda —dijo Phillip y recogió el vestido—. Vístete y ve a tu recámara. Estaré allí en breve y podremos hablar sobre esto.

Adela apartó la mirada, los brazos cruzados. Ella no iba a esperar como un perro espera a su amo.

—Por favor, Adela. No te marches sin hablar conmigo.

Ella sintió su tormento interior. Sus ojos suplicaban porque le entendiera.

—Está bien —Adela arrebató el vestido de sus manos—. Ve a atender a tu nueva novia.

Él dio un brusco asentimiento, y luego buscó en el bolsillo del vestido y sacó la poción de amor. Girando sobre los talones, se retiró.

Se dejó caer sobre la cama con un profundo suspiro. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Estaba preparada para ser la otra mujer en la cama del Laird? ¿Para estar siempre escondiéndose de la gente de él? Se sentó derecha, el estómago anudándose por el dolor emocional. Había huido y escondido de la gente durante toda la vida. Asustada de que ellos vieran lo que era, asustada de que debido a su miedo hacia las brujas, la mataran como habían hecho con su madre.

Apretando los dientes, ella ardía de furia. No iba a esconderse y no iba a esperar.

Deslizándose dentro de su vestido y zapatillas, abrió la puerta de un golpe y bajó por la escalera de caracol.

Phillip entró en el Gran Salón y se encontró con una pared de tenso silencio. Varios Campbell con las manos descansando sobre las empuñaduras de sus espadas estaban reunidos alrededor de la silla sobre la tarima mientras su propio y sombrío clan permanecía tenso y muy nervioso. Él solo tenía que decir la palabra y los Campbell serían derribados antes de que pudieran sacar sus espadas de las vainas.

Phillip se detuvo ante su propia silla elevada. Una barrera de cuerpos le obstruía la visión de Lady Torella. Elevó la voz con una orden:

—No estoy acostumbrado a saludar invitados a través de su ejército.

Una dura voz femenina respondió:

—Moveos a un lado, hombres.

Los Campbell retrocedieron para permitir que su señora fuera visible.

Phillip miró duramente a la oscura belleza sentada regiamente en la silla. De alguna manera, le pareció familiar.

Su largo y anguloso rostro tenía altos pómulos y una delgada nariz, mientras espesas y negras cejas se arqueaban sobre unos ojos de jade. Aquellos mismos ojos lo miraban fijamente con arrogante frialdad.

El caro vestido de corte bajo exponía sus grandes pechos, y una angosta cintura. El cuerpo de Lady Torella estaba hecho para la alcoba, y Phillip supuso por la forma en que sus ojos le devoraban la forma física, que ella lo aprobaba.

—Estoy aquí para aceptar vuestra rendición —dijo ella, su mirada sondeando la suya.

La palabra rendición hizo eco a través de sus enfadados soldados. Ellos se movían con indignación. Phillip alzó una mano para silenciar a sus hombres.

—El clan Roberts no se rinde, pero sí hacemos alianzas para reforzar nuestra posición.

—Los Campbells no necesitan aliarse. Ya somos fuertes.

—No deseo discutir ese punto. En cambio, os pido que consideréis lo que obtendrías siendo aliados de los Roberts más que nuestros enemigos.

—¿Qué ganaré?

—Ganareis poder de unión sobre las Highlands sin perder a ninguno de vuestros hombres mediante nuestras espadas.

Los ojos de Lady Torella se estrecharon con suspicacia.

—¿Qué me proponéis?

—Convertiros en mi señora esposa, y terminar con esta enemistad de una vez por todas.

Ella rió y sonó como el llanto de un gato. Así es cómo él la conocía. La noche en que Adela invadió sus sueños íntimos. La misteriosa mujer era la misma imagen de Lady Torella. Antes de que él pudiera sopesar las implicaciones, ella interrumpió sus pensamientos.

—No sé el por qué me molesté en venir aquí. No tenéis nada que quiera. —Lady Torella se alzó grácilmente de la silla y bajó de la tarima.

—Antes de que os vayáis, quedemos en buenos términos. —Los hombres de Phillip jadearon detrás de él—. Traedme un cáliz de vino dulce para Lady Torella.

Ella se detuvo y luego sonrió como un gato que hubiera lamido un cubo de leche.

Una sirvienta corrió hacia Phillip y le entregó un dorado cáliz. Con la botella abierta de la poción de amor en el bolsillo, dio la espalda a los Campbells y se dirigió a sus hombres:

—Con buena fe, nuestro clan os permitirá un pasaje a salvo por nuestras tierras hasta que encontréis el final de vuestro viaje. —Con un leve movimiento de mano, vertió la poción dentro de la copa y luego se giró hacia Lady Torella.

—Bebedlo en buena salud, Milady.

Ella asintió y tomó un sorbo del dulce vino. Sus enjoyados dedos asieron un extraño frasco enganchado al collar alrededor de su cuello. Ella le devolvió el cáliz de nuevo.

—Ahora deseo marcharme.

Phillip bruscamente asintió y se apartó a un lado. Miró a su clan apostado a lo largo de los bordes del salón, cada uno mirándolo expectativamente.

Con una profunda respiración, él inclinó la cabeza hacia atrás y tomó el resto del vino embrujado.

Adela regresó a la recámara de invitados y reunió las pociones en la maleta. Escudriñó la cómoda habitación una última vez antes de marcharse. Era gracioso que su recámara fuera el único lugar en el que había tenido un sentido de pertenencia. Aunque fuera breve, apreciaba la calidez que generaba en ella. De repente un agudo dolor se deslizó por el estómago y se dobló sobre sí misma.

¡Algo estaba mal!

Saliendo de la recámara, corrió hacia abajo por las escaleras hacia el Gran Salón y se detuvo en el último escalón.

Los brazos de Phillip se envolvían posesivamente alrededor de la esplendida figura de una mujer, sus labios besando los de ella con la misma pasión que recientemente él había compartido con Adela. La pareja era ajena a las aturdidas expresiones de la gente que les rodeaba. Su corazón se sintió como si estuviera siendo desgarrado. Adela ya no podía mirar al amoroso abrazo por más tiempo. Apartó la mirada para ver al sombrío entrenador, Dougal, escabullirse dentro de las cocinas. No queriendo quedarse, se abrió camino a través de los soldados hacia la puerta principal.

—Déjadme pasar, por favor —dijo ella a cada persona que bloqueaba su camino—. Perdóneme, excúseme. —¿Por qué el gentío no la dejaba marcharse? Quería gritarles que se apartaran. Las lágrimas le cegaban la visión, y se abrió camino empujando a otro hombre.

—¡Detened a esa bruja!

Adela jadeó, y alzó la cabeza.

—¡Adela, no os vayáis! —la llamó Phillip, pero ella no quería darse la vuelta para enfrentarle. La puerta estaba tan cerca. Las luces brillaban a través del pasaje—. Adela.

No necesitaba girarse para saber que Phillip estaba detrás de ella.

Él la posó la mano en el hombro y el cuerpo reaccionó en contra de su voluntad. Cerró fuertemente los ojos y se maldijo por enamorarse de un hombre que no podría tener.

—Por favor quedaros.

Adela miró hacia la puerta una vez más y suspiró. Se dio la vuelta y le miró a los ojos. Aquellos malditos hermosos ojos que hablaban de su amor eterno por ella.

Con pesar, ella asintió.

—Sólo me quedaré un día.

Phillip asintió y sonrió con apreciación.

—Venid, quiero que la conozcáis.

—Nae.

—Aye, decidme qué pensáis de ella. Valoro vuestra opinión —dijo, y la condujo al interior de la sala.

Se hizo el silencio en el enorme salón, todos los ojos miraban fijamente como el Laird acompañaba a Adela hacia la multitud circundante a la silla elevada. Adela observaba por debajo de las pestañas, sabiendo que pasaría un momento difícil escondiendo los celos hacia su prometida. Los Campbells abrieron un camino para que ellos pasaran. Adela captó un ligero vislumbro de una oscura sombra flotando sobre la cabeza de la señora. Para el momento en que Adela elevó la barbilla, la sombra había desaparecido. ¿Tal vez sólo lo había imaginado? Sus emociones estaban al desnudo después de todo. Y la señora era más hermosa de lo que Adela podría imaginarse. El agonizante pensamiento le causó otro agudo dolor en el estómago.

—¡Que está noche haya un gran banquete! —Gritó Phillip—. Para esta víspera celebraremos la alianza de dos grandes clanes. Que tengamos paz por siempre en nuestras tierras.

La gente aplaudió sin corazón y luego lentamente dejo el salón, aún confundidos por el repentino cambio producido en Lady Torella y su Laird.

Inconscientemente, Phillip se acercó a Adela al costado cuando la presentó a Lady Torella. Se saludaron mutuamente con amarga rivalidad en los ojos.

El arrepentimiento asaltó a Phillip cuando miró la sonrisa forzada de Adela. Ella no merecía esta traición a su corazón, aunque hubiera sido por su participación. Él no podía evitar lo que sentía ahora. Lady Torella rápidamente se hacía más y más importante para él cuanto más tiempo pasaba.

Aún así no podía permitir que Adela se fuera. Era como si el mismo aire fuera sacado de sus pulmones. Sabía que no era considerado pedirle que se quedara, pero no podía evitarlo. Algo le decía que la mantuviera aquí, a su lado, segura y protegida del ignorante mundo que había fuera de los muros.

Lady Torella alzó la mano, blanca como la nieve, hacia Phillip, y él se apartó del lado de Adela para ayudar a su prometida a levantarse de la silla.

—Casémonos mañana, mi amor. —Lady Torella miró por debajo de la nariz a Adela y elevó una ceja—. En la Víspera del Día de Todos los Santos.

Adela se sobresaltó y retrocedió un paso. ¿La Víspera del Día de Todos los Santos? Debía encontrar una zona segura para esconderse del mal que buscaría sus poderes.

Phillip regresó al lado de Adela y entrelazó la mano con la de ella. Su tierna energía la cubrió como una cálida manta en una tarde de invierno escocés.

¡Nae!

Ella no iba a esconderse. No en la Víspera del Día de Todos los Santos y no ahora. Se inclinó más cerca de Lady Torella así solo la exótica belleza podría escucharla.

—Solo quiero que sepáis que voy a luchar contra vos por este hombre.

Las pupilas de los ojos de Lady Torella se ampliaron y estrecharon. Con una cruel risa, ella replicó:

—Sois bienvenida a intentarlo, niña.

Arrebatando la mano de Phillip de la de Adela, la voz de Torella ronroneó con sensual provocación.

—Mostradme nuestra recámara nupcial. Deseo ver si la cama será la adecuada para nuestro acto sexual.

Capítulo 11

Cada parte de su cuerpo le decía a Adela que huyera. Huir del sufrimiento de presenciar a Phillip con otra mujer. Huir del castillo y esconderse en la Víspera de Todos Los Santos. Proteger sus poderes.

Huir era lo que mejor sabía hacer. Era con lo que estaba familiarizada. Pero se quedó en su cámara, mirando por la ventana, con los labios temblorosos y las lágrimas cayendo por sus mejillas. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Por qué se estaba obligando a quedarse cuando en ese sitio no tenía nada excepto una tortuosa visión de la muerte y la miseria de un amor no correspondido?

Un golpe suave sonó en la puerta, y el suave timbre de la voz de Phillip la llamó. Su corazón saltó con el mero pensamiento de él al otro lado de la puerta.

Él era la razón por la que se quedaba.

Sabiendo que sería un error, caminaría sobre los fuegos del Hades para estar a su lado. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y abrió la puerta.

Había sombras negras grabadas bajo sus ojos, y su cara normalmente suave tenia barba de varios días. Tenía una mano contra la puerta, apoyando su peso.

Adela quería echarse en sus brazos pero resistió la tentación, sintiéndose insegura de su posición en su corazón. ¿Tenía ella algún derecho a su cariño?

—Adelante —le ofreció, su voz comprensiva aspecto desdichado de su rostro.

—Nae, mejor no. —Enderezó la espalda—. Oí que no has comido nada.

—No tengo hambre. —El pecho de Adela pesó con el sordo dolor de la premonición—. No viniste aquí para preocuparte por mi salud.

—Adela, creo que deberías marcharte.

Ella tragó la desesperación en su garganta.

—¿Deseas verme partir?

—Aye... nae. —Phillip se pasó la mano distraídamente por el pelo—. Estoy siendo egoísta manteniéndote aquí.

—Por favor, pasad.

—Nae. Ya me estoy sintiendo como si estuviera traicionando a mi prometida estando aquí.

—Phillip...

—Esta noche tenemos la petición de mano y luego por la mañana serán leídas nuestras nupcias en la iglesia. Por favor vete por el bien de ambos, Adela. Temo no tener corazón para seguir con esta ceremonia si sé que estáis cerca de mí.

Adela se estiró para tocar su cara, pero él se apartó. El dolor y la nostalgia yacían desnudos en sus ojos.

—Si alguna vez necesitas algo... cualquier cosa —dijo con la voz ronca—. Envia un mensaje, y estaré allí para tí. —Girándose, la dejó con la espalda rígida, sus talones resonando sobre el suelo de piedra.

Un gemido de desesperación escapó de los labios de Adela, y suavemente cerró la puerta. El dolor de ver a Phillip saliendo de su vida era demasiado para soportarlo. Qué tonta era. Pensando que podría no sólo competir con el hechizo de amor, sino también con la exquisitez de su prometida. Lady Torella era impresionante, y cualquier hombre entregaría su espada solo por tener un vistazo de ella.

Adela se acercó a la jarra de agua de su mesita de noche y miró su imagen en el líquido.

—Soy fea comparada con ella.

La imagen en el agua se convirtió en los adorables rasgos de Lady Torella.

—Aye, sois fea —La cruel voz de Torella se burló de ella—. ¿Creísteis honestamente que os elegiría a vos sobre mí?

Adela jadeó. El sobresalto remplazó la ira.

—¡Él no os eligió! ¡Eligió la paz para su gente! —gritó Adela a la jarra.

Una horripilante risa llenó la cámara, y la imagen de Lady Torella desapareció.

Adela tomó la jarra, el frío metal le quemaba los dedos y la lanzó por la ventana.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó en voz alta y se dejó caer sobre la cama, con las cejas fruncidas en reflexión.

¿Tenía poderes Lady Torella? Pero, ¿Cómo había pasado por alto las señales?

Adela se maldijo por no darse cuenta antes. La fugaz sombra que se cernía sobre la cabeza de Lady Torella esta mañana, y las extrañas cosas que le estaban pasando a Phillip, eran demasiado para ser una mera coincidencia.

—¿Qué vais a hacer, Lady Torella?

Si Adela iba a Phillip con sus preguntas sospechosas, él pensaría que estaba celosa. Debía encontrar pruebas de los poderes de Lady Torella. Adela se puso de pie y cogió el saco de cuero de la mesa auxiliar antes de salir corriendo de la cámara.

En el pasillo, miró a ambos lados para ver si estaba sola. Aunque todo el mundo sabía que era una bruja, solía utilizar sus poderes en secreto, una práctica protectora que no se desvanecía de la noche a la mañana.

Metiendo la mano en la bolsa, tiró un puñado de polvo naranja y sopló la sustancia encantada de su mano. Atándose la bolsa a la cuerda de terciopelo rojo alrededor de su cintura, ordenó:

—Llévame a la cámara de Lady Torella.

Con la forma de una serpiente, el polvo se deslizó a lo largo del suelo de piedra.

Unos pasos resonaron por el corredor y Adela se detuvo. Susurró brevemente al polvo:

—¡Desciende!

El último grano de polvo cayó al suelo justo antes de que una vieja y baja doncella del servicio pasara cojeando por la esquina. Sus penetrantes ojos azules brillaron cuando reconoció a Adela apoyada casualmente contra la pared.

—Buen día, Señora Adela.

—Buen día.

La frente de la doncella se plegó de concentración. Cambió el peso de la ropa de cama bajo su brazo, sus pequeñas zapatillas estaban sobre el polvo.

—¿Oléis eso?

—¿Qué? —preguntó Adela inocentemente, arqueando una ceja.

—Ese aroma. Es... —la criada olfateó el aire—. Es...

—Brezo.

—Aye, brezo.

Adela se rió nerviosamente y miró a su polvo.

—En esta época del año, el aire de la montaña se llena con el dulce aroma.

La sirvienta asintió y dio otro paso, aplastando el polvo sobre el suelo de piedra. Fue a irse pero se detuvo a medio camino.

—Los habitantes de la aldea y yo queríamos daros las gracias por estar aquí.

Adela inclinó la cabeza con desconcierto.

La anciana continuó:

—Ha pasado mucho tiempo desde que hemos visto al Laird sin el ceño fruncido en la frente. Todos sentimos que le hacéis bien, a diferencia de esa... mujer con la que se va a casar.

Adela contuvo las lágrimas que amenazaban con salir. Ahogada por la emoción, solo podía asentir a la mujer.

La doncella asintió a cambio y un incomodo silencio cayó entre ellas. La sirvienta se fue a ir, pero se volvió y pasó su brazo libre por el cuello de Adela.

Adela se quedó rígida y luego se relajó en el cálido y apretado abrazo de la mujer.

—Lo siento por la forma en que salieron las cosas —dijo la doncella con la voz ronca. Con un enérgico masaje al hombro de Adela, se fue tan pronto como había llegado.

Adela se puso una mano sobre la boca y miró como la doncella se escabullía, con el polvo pegado debajo de sus zapatillas. Confundida con la aceptación de los habitantes de la aldea, agitó la cabeza con asombro. ¿Les gustaba realmente? Aparte de Phillip, no podía recordar la última vez que alguien la había tocado con agradecimiento.

Un cálido resplandor se deslizó sobre Adela, una sonrisa se extendía por su cara. No era de extrañar que Phillip sacrificara todo por esas bondadosas personas. Adela elevó la barbilla un poco más alto. Ella se iba a asegurar de que su sacrificio no fuera en vano.

—Polvo, retoma tu forma.

El polvo de color naranja se elevó del suelo de piedra.

—Continua —ordenó y siguió a su paso.

Adela caminó a través de una serie de pasillos y escaleras. Nunca se había dado cuenta de lo grande que era realmente el castillo hasta ahora. De repente, el pelo de la parte posterior de su cuello se erizó.

Ella se detuvo.

Alguien la estaba observando.

Se volvió y encontró el oscuro pasillo vacío, sin embargo, el frío fantasmal que le recorría la espalda le decía lo contrario. Se volvió para seguir el polvo. El sentimiento de maldad se aferró a sus sentidos, su pegajoso olor ensuciaba el aire. Apresurando sus pasos alrededor de una esquina, presionó su cuerpo contra el muro. Una oleada de temor se extendió sobre ella. ¿Qué tipo de amenaza la asediaba? Debía reunir coraje para mirar atrás. Para ver a qué se estaba enfrentando.

A pesar del sabor de la bilis elevándose por la garganta, tragó una bocanada de aire y se forzó a mirar alrededor de la esquina.

No había nadie allí.

El ruido de un aleteo sonó cerca de su cabeza y ella elevó la mirada. Gritó cuando un graznido resonó en sus oídos. Un gran cuervo salió de las vigas y revoloteó alrededor de su cabeza, su fuerte pico le picoteó la cabeza, cobrándose sangre.

Adela agitó las manos sobre su cabeza y corrió por el pasillo. Su polvo había desaparecido de la vista, corrió sin pensar, elevando los brazos para evitar el graznido perforante del cuervo y sus fieros golpes.

Irrumpió a través de una puerta abierta al final del pasillo y rápidamente la cerró detrás de ella. Apoyada contra el duro tablón de roble, respiró en suaves y rápidos jadeos. Su pulso golpeaba errático mientras trataba de mantener su frágil control.

Después de un interminable silencio, Adela presionó su oreja contra el roble para escuchar muestras del demoníaco pájaro. Cuando todo estuvo en silencio se volvió hacia el oscuro interior de la cámara.

—¿Por qué me seguía el cuervo?

Una sombra apareció en la esquina de su ojo, y saltó de miedo.

Era su polvo naranja.

El apretado nudo de su interior comenzó a relajarse. Suspiró con la respiración entrecortada. Abriendo la bolsa atada a la cuerda alrededor de su cintura, susurró:

—Regresa.

Adela se adentró más en la cámara y fue abrumada con un sentido de maldad, drogando su espíritu con una pesada oscuridad. Si el polvo estaba aquí, esta cámara tenía que ser la de Lady Torella. ¿Por qué no había sentido nada la primera vez que se reunieron? Tal vez perder a Phillip había distraído sus poderes.

La cámara tenía una gran cama, similar a la suya, pero con mantas de color azul oscuro y finas cortinas colgando de los postes. Adela revisó las aseadas mantas. No podía encontrar una sola arruga.

Un calor se fusionó en sus mejillas cuando se imagino a Phillip y Lady Torella enredados en las sabanas, cada uno agarrando al otro con un hambre insaciable.

—¡Basta! —se amonestó a sí misma y le volvió la espalda a la cama. Su mirada fue de inmediato a la oscura niebla sobre el dorado cofre en la esquina. Se arrodilló ante el arcón y no encontró ninguna cerradura. Colocó las manos sobre la tapa de metal, y una energía malévola le subió por el brazo, helándole la sangre. Un angustioso gemido escapó de sus labios. Se resistió al agudo dolor que se filtraba en su alma. Con todo su peso, empujó fuertemente contra el arcón, pero la tapa no se movió.

—¡Maldito sea este arcón! —sentándose hacia atrás sobre sus piernas, Adela jadeaba con frustración y se frotó ausentemente los brazos.

Estudió el exterior de la caja fuerte. Las lisas caras no mostraban ni una talla o dibujo.

—Es inusual para un cofre no tener símbolos creativos que identifiquen al fabricante —dijo Adela, golpeando con los dedos contra la barbilla—. Tal vez haya sido maldecido.

Abriendo la bolsa de su cintura, sacó una hoja negra y la aplastó sobre el cofre.

—Os ordeno que os llevéis al guardián y abráis esta tapa.

Una luz verde oscura explotó frente a ella. Adela gritó y cayó de espaldas. Un pútrido humo llenó el aire, y tosió mientras agitaba la mano adelante y atrás para dispersar la niebla.

Cuando el humo se disipó, se acercó para encontrar la tapa abierta. Sacó viales de pociones e hierbas, un frasco de dedos de hombre muertos, el casco de un caballo y una pequeña bolsa de huesos de animal. En la parte inferior del cofre había un antiguo y grueso libro con las palabras Magia Oscura escritas en oro sobre la cubierta.

La impresión del descubrimiento desplazó la sangre de su rostro.

—Es una hechicera.

En contra de sus instintos, Adela tomó el vil libro y hojeó a través de las páginas amarilleadas por la edad hasta que encontró el hechizo que Torella usaba sobre Phillip para darle alucinaciones sexuales. Phillip no había experimentado un sueño, sino una realidad. Torella había seducido a Phillip esa noche. Y lo había hecho antes de que Adela hubiera incluso considerado la poción de amor. Torella les había espiado todo el tiempo.

Pero, ¿por qué?

¿Por qué pasar por todos esos problemas cuando podría haber hecho la alianza con Phillip sin la poción?

Phillip. Debía advertirle.

Poniéndose en pies, corrió hacia la puerta y volvió a abrirla.

Bloqueando su paso había un enorme y fiero soldado con el pelo rojo.

¡Dougal!

La sostuvo por los hombros con un doloroso apretón.

—Quiero que seáis una bruja buena y os muráis en silencio.

Capítulo 12

Torella exhaló mientras entraba en su recámara.

—Supongo que tendré que cambiarme la túnica para la pedida de mano estas vísperas. —Quitándose el manto negro, lanzó el abrigo sobre la cama.

—No importa lo que vistáis, milady, siempre os veis atractiva —dijo Jacob.

Su nuevo amante estaba tras ella y le hizo a un lado el pelo para besarla en la parte de atrás del cuello.

Torella giró y sonrió. Su nuevo esclavo negro había demostrado ser un amante adecuado con un montón de energía sexual de la que alimentarse. Le arrancó la gruesa camisa gris y pasó la mano por el oscuro y liso pecho.

—Creo que tenemos tiempo antes de los festejos para tener uno propio. —Torella puso un pie sobre la cama y se levantó el vestido negro de terciopelo hasta la cintura, exponiendo la mata de rizado pelo oscuro en el vértice de sus muslos—. ¡Ahora come!

Jacob se dejó caer sobre las rodillas, agarró sus nalgas para apoyarse y empujó la gruesa y amplia lengua pasándola por sus labios exteriores. Ella se atragantó con un gemido. Una cálida y familiar sensación se filtró en su cuerpo, llenando su espíritu con poder.

—Esto me satisface bien —dijo, arrastrando las palabras.

Manteniendo la cabeza firmemente contra su ingle, se pellizcó un pezón erecto bajo la túnica. Mientras que la lengua se arremolinaba contra la húmeda y satinada carne, la excitación de Torella aumentó ante la vista de la piel oscura de Jacob contra sus cremosos muslos. Una vez que estuviera casada, iba a obtener un harén de esos magníficos hombres.

Echó la cabeza hacia atrás, su cuerpo apretado con el creciente placer.

—¡Aye, eso es! ¡Sigue chupando!

Tan cerca.

Torella sonrió con anticipación. Miró a su esclavo y la sonrisa desapareció.

—¿Qué es eso?

Jacob levantó la cabeza.

—¿Os desagrado?

Torella le empujó apartándolo y pasó alrededor del cuerpo desmadejado.

—¿Qué está haciendo ese cofre abierto?

Jacob se encogió y se puso de pie.

Levantando la tapa, pasó la mano sobre el metal dorado.

—Mostradme quién estuvo aquí.

Un reflejo de la bruja apareció sobre la tapa. En la visión, Adela abría el cofre y rebuscaba en las pertenencias privadas de Torella. La chica se levantó del suelo y estaba por marcharse. Pero Dougal estaba en la puerta, los asesinos ojos mirando a la intrusa.

—¡Argh!

Una ola de sombra negra descendió sobre la cámara y su esclavo se refugió en la esquina. Los ojos de ella brillaron rojos con la creciente furia. El aire crujía con la tensa energía cuando salió de la cámara.

Amenazadoras nubes se reunían en el este mientras Phillip se agachaba para estudiar las condiciones de la pared de piedra de la almena. El semental alazán dio un paso atrás, tirando de las tiendas en la mano de Phillip.

—Serán necesarias reparaciones por este lado —informó a dos de sus soldados. Una salvaje ráfaga de viento le movió el pelo.

Su caballo se movió de lado contra el agitado viento, la cabeza resistiéndose arriba y abajo.

—Tranquilo. —Phillip se levantó y aumentó el control sobre las riendas.

Un soldado mayor con espesa barba rubia preguntó:

—¿Creéis necesario reparar la pared, ahora que tenemos una alianza con los Campbells?

—Nunca se puede estar demasiado seguro —respondió Phillip distraídamente, estudiando los oscuros cielos.

Un joven y delgado soldado de diecinueve inviernos interrogó:

—¿Estáis teniendo dudas, mi Laird?

Phillip volvió la mirada hacia el joven.

—Nae. ¿Por qué decís eso?

—Es sólo...—Miró hacia el otro soldado quien negaba vigorosamente con la cabeza. La incertidumbre nubló los ojos castaños, y permaneció en silencio.

—Vamos, muchacho —le urgió Phillip con los brazos cruzados.

—Es sólo que estábamos esperando que hubierais cambiado de idea. Muchos del clan no quieren que los Campbells vivan con nosotros.

—Lady Torella es...—Phillip se detuvo, con la mirada desenfocada—. ¿Oísteis eso?

—¿Oír qué, mi Laird?

Levantando su peso en la silla, giró el caballo.

—Algo anda mal.

Su pecho se retorció con un dolor extraño. La bella imagen de Adela llegó a su mente y su corazón se aceleró.

Su caballo galopó peligrosamente por la ladera de la montaña, las pezuñas resbalando sobre los charcos de barro. Phillip utilizó toda su experiencia para mantener el equilibrio. No tenía tiempo para perder el equilibrio.

El barro se sacudía tras la parte trasera del caballo mientras corrían a través de las puertas abiertas, su gente luchando para apartarse de su camino. Saltando de la montura, corrió al frío interior del gran salón y llamó a los sirvientes.

—¿Alguien ha visto a la Señora Adela?

Unos pocos criados se detuvieron en lo que estaban haciendo y se quedaron mirándole con expresiones en blanco.

Gruñendo de frustración, se precipitó, pasándolos para subir las escaleras de dos en dos. La respiración le llegaba en entrecortados jadeos en el momento que alcanzó la cámara de Adela. Buscó en la habitación vacía para encontrar que las pocas posesiones que había traído con ella, se habían ido.

Le abandonó después de todo.

Había esperado...

Sacudió la cabeza. Se le rompió el corazón cuando vio la mirada dolida en los ojos de ella cuando le dijo que se fuera. Sin embargo, era lo mejor. Así que, ¿por qué tenía el sentimiento de que Adela estaba en problemas?

—MacQuire —Phillip llamó al fuertemente constituido soldado que pasaba por el pasillo.

—¿Aye, mi Laird?

—¿Quién está en el deber de Guardián?

—Ese sería O'Malley.

—Convocadle.

—¿Se trata del pollo que comí? —Adela intentó encogerse de hombros para liberar el brazo de las garras de su captor, pero él solo aumentó la presión.

Una escandalosa risa resonó en las estrechas paredes del pasaje secreto donde la había empujado.

—Puedo ver por qué Phillip está enamorado de ti. —Dougal se acercó más a su oído y ella olió el ajo de su aliento. —Incluso ante la muerte tenéis sentido del humor.

Ella arrugó la cara y agitó la mano frente su nariz.

—He visto mi muerte. No vendrá de vuestra espada.

—Valientes palabras las que habláis.

La empujó a otro pasadizo y hacia otra telaraña.

—¿Por qué me deseáis el mal? —Se quitó la sedosa red de la cara.

—Una vez que estéis muerta, el hechizo de amor estará roto.

—Sois Dougal, ¿verdad? ¿El entrenador de guerra?

—Aye.

—Entonces supongamos que tenéis algún sentido sobre vos. —Adela arrebató bruscamente su brazo y se volvió hacia él—. Tanto si estoy viva o muerta el hechizo de amor seguiría siendo efectivo.

—Diríais cualquier cosa para salvar vuestra vida.

—Aye, normalmente lo haría, pero esta vez es verdad. —Adela miró a través de la oscuridad para ver a qué color se había cambiado su aura—. No estás enamorado de Lady Torella. Ella os ha encantado con lujuria.

—¿Qué os hace pensar que lo que hago por ella?

—La energía que os rodea me dice que es así.

Una visión parpadeó ante sus ojos, la cabeza de Dougal siendo cercenada, con su sangre empapando los campos.

—Escuchadme, por favor. Debemos regresar. Hay muerte delante de vos —imploró Adela.

—¡Callaos! —Tiró de su brazo y abrió de un tirón la pesada puerta al final del túnel—. Mis planes no se verán frustrados.

Una ráfaga de viento levantó la túnica de Adela, empujándola contra el duro muro del pecho de Dougal. La empujó fuera, a un prado lleno de brezo y fragantes pinos. El pasaje secreto los llevó al otro lado de la montaña.

Adela trató de convencerle de nuevo.

—Debéis escucharme.

—No me importa lo que digáis. Moriréis, y Torella será mi amante una vez más.

—¡Nae, no lo haré! —Una escalofriante voz sonó detrás, enviando un escalofrío de temor a través de Adela.

La cara de Dougal palideció y se volvió, empujando a Adela ante él como un escudo.

—¡Os dije que la cuidarais, no que la matarais! —La túnica negra de Lady Torella se meció en el tempestuoso tiempo.

La espada salió de la vaina moviéndose sola y elevándose en el aire. Él liberó el brazo de Adela para defenderse del golpe, pero fue demasiado tarde. La espada se deslizó a través de su cuello, cortándole la cabeza.

La sangre caliente salpicó la cara y ropas de Adela. Se quedó quieta, con el cuerpo paralizado por la conmoción.

Los fuertes vientos azotaron el cabello de ébano alrededor de la cara de Torella mientras se acercaba a Adela. La hechicera limpió la sangre de la mejilla de Adela con la punta del dedo y la pasó por su lengua.

—Hmm, sabe a metal.

—¿Qué queréis de mí? —La voz de Adela temblaba de temor.

Torella sonrió con malvados ojos verdes y rodeó a Adela como un depredador jugando con su presa.

—Quiero tu bebé y luego tus poderes.

Adela jadeó y se llevó una mano al estómago.

—No estoy...

—¡Aye, lo estáis! La semilla de Phillip crece profundamente en el interior, mezclándose con vuestra sangre encantada.

Adela gritó cuando Torella la agarró de los brazos. En un parpadeo, fueron transportadas a las mazmorras del castillo.

Adela se forzó a rechazar la náusea que amenazaban su equilibrio. Se apartó de la hechicera hasta que sintió detrás una húmeda pared.

—Phillip no os permitiría matarme.

Torella echó hacia atrás la cabeza y rió mientras acariciaba el frasco que reposaba contra su pecho.

—Gracias a vuestro hechizo de amor, Phillip hará todo lo que le pida.

—¿Por qué no fuisteis afectada por el mismo hechizo? —La atención de Adela estaba atraída por el collar—. Ese vial os protege.

—Sois rápida, muchacha. —Se acercó a la ventana llena de barrotes y sonrió al patio de abajo—. Simplemente adoro el olor a bruja quemada.

—¿Por qué estáis haciendo esto?

—Cuando os queméis en el Día de Todos Los Santos, vuestros poderes serán transferidos a mí al igual que las otras brujas celtas antes que vos.

Adela se quedó sin aliento.

—¿Matasteis a mi familia?

Torella se rió sin alegría.

—¿Quién creéis que levantó las sospechas de la gente del poblado en el Día de Todos Los Santos?

—No permitiré que os salgáis con la vuestra. Encontraré el poder de luchar con vos.

—Ninguna bruja ha sido capaz en el Día de Todos Los Santos. Aunque será delicioso de ver.

Los ojos de Adela se oscurecieron con ira.

—Eso no me pasará a mí.

—Aye, pasará. Una vez que las llamas comiencen a chamuscar la piel de vuestros pies, os encogeréis de dolor. —Torella flotaba sobre Adela y se quedó a centímetros de ella—. Ya puedo oler vuestro temor.

Adela levantó la barbilla un poco más alto.

Haciendo caso omiso la bravata de Adela, Torella se giró, con la túnica arremolinándose por encima de la suciedad. Una expresión de alegría petulante apareció en sus ojos.

—Hay una opción que os sugiero toméis. Podéis permitir que vuestro bebé arda con vos en vuestro vientre, o podéis beber esta poción. —Un cáliz se materializó en su mano—. Con vuestra muerte, el alma de vuestro bebe entrará en mi vientre, para ser educado como mi hijo, pero con vuestros poderes.

—Queridas Diosas.

—Ellas no pueden ayudaros ahora. Esta mazmorra está maldita para contener vuestros poderes hasta el Día de Todos Los Santos. —Puso el cáliz sobre el suelo y abrió la puerta de la mazmorra. Girándo, añadió—. Al menos tenéis vuestro deseo, Adela. El linaje MacAye continuará después de que os hayáis ido. Cada generación me dará sus poderes. Mi eterna belleza y juventud estarán aseguradas.

—¡Nae, no podéis hacer esto!

—Bebed la poción, Adela. Salvad a vuestro bebé de morir quemado, y la magia celta vivirá.

La puerta del calabozo se cerró de golpe. Adela saltó con el fuerte eco. Se frotó el escalofrío de los brazos miró por la ventana al patio. Sonidos de martilleos flotaron hasta su prisión. Los soldados de Torella estaban construyendo una base para la hoguera.

Su visión se estaba haciendo realidad.

Su destino ineludible.

Ella ardería.

Apoyada contra las paredes cubiertas de musgo, colapsó contra el suelo y lloró con desolación. A través de las lágrimas, sus ojos fueron hasta el cáliz.

Por sí mismo, el cáliz se deslizó misteriosamente cruzando el suelo de piedra viniendo a parar al alcance de sus manos. Adela lo cogió. El liquido verde lima brilló con esperanza. Con ternura, puso una mano sobre su estómago. Un amor abrumador irradiaba del centro de su ser.

Esperaba un niño.

El niño de Phillip.

Sabía lo que tenía que hacer.

Después de limpiarse el rostro lleno de lágrimas, cogió el cáliz con ambas manos.

—Phillip, donde quiera que estéis. Perdonadme. Debo salvar a nuestro bebé.

Capítulo 13

El calmado exterior de Phillip reflejaba una tranquilidad que no necesariamente sentía. Se movió impaciente en su alta silla mientras miraba las festividades. Con su bella prometida sentada a su derecha, el escote pleno y atractiva con la túnica rojo sangre. Phillip resistía el impulso de mirarla. Cada vez que lo hacía, su voluntad se fundía en los sensuales ojos esmeralda, instándolo a darle todo lo que ella deseara.

En su lugar, optó por inspeccionar la habitación, la astuta mirada saltando sobre la cabeza de innumerables personas, buscando el rostro familiar de la única que permanecía eludiéndole.

Una cálida mano se deslizó por su muslo y una sacudida caliente se deslizó por los músculos.

—¿Qué estáis haciendo, milady? —Se ahogó con las palabras, evitando su mirada.

Lady Torella le susurró en el oído:

—Quiero tener un heredero de inmediato. —Con un dedo, inclinó su mentón hacia ella, forzando su mirada para capturarla en sus almendrados ojos—. ¿Tal vez podríamos comenzar en estas vísperas?

—Mi Laird —la profunda voz de Macquire lo llamó desde lejos, tirando lentamente a Phillip fuera del trance.

—Mi Laird. —La voz del soldado estaba más cerca—. Os pido perdón por la interrupción, pero he encontrado al portero.

Phillip agitó la cabeza para aclararla. Pero no se perdió el odio que emanaba de los ojos de la señora, mientras miraban a Macquire. El pobre soldado bajó la cabeza y se quedó al lado de la silla de Phillip.

—¿A quién habéis encontrado? —Se movió en el asiento y giró para centrarse en lo que el hombre estaba diciendo.

—O'Malley. El portero.

Phillip observó con la mirada en blanco al gran soldado y entonces más allá al anciano portero de pie junto a la pared.

—Me pedisteis que lo encontrara de inmediato.

—Yo... Yo no sé por qué.

Sus desconcertadas expresiones reflejaban la suya propia mientras buscaba en los vagos recuerdos de la tarde. Después de una larga pausa, se aclaró la garganta y respondió:

—Volved a vuestras obligaciones. Esperad... ¿Alguien ha visto a Dougal? No me ha informado en algún tiempo.

Macquire agitó la cabeza, y O'Malley dio un paso adelante.

—No ha abandonado la torre de homenaje, mi Laird.

—Muy bien, continuad vuestro camino.

—¿Ocurre algo? —Preguntó Lady Torella. La mano presionaba contra la ingle de él, y su cuerpo repiqueteó con una necesidad voraz de algo más que sólo su toque.

—Nae. —Cerró fuertemente los ojos y se movió de nuevo en la silla, alejándose de la mano de ella y del abrumador poder sexual que tejía en su mente y cuerpo.

—Entonces vayamos a nuestra cámara.

Los ojos brillantes de Adela pasaron por un instante delante de él y su pecho fue asaltado con un terrible sentimiento de pérdida.

—¡Tengo que encontrarla!

—¿A quién, exactamente necesitáis encontrar? —Los ojos de Lady Torella se estrecharon con celos.

—No importa. —Se levantó de la silla sin mirar a su prometida—. Os veré en la iglesia por la mañana.

—Espero nuestra alianza.

Con un gesto seco, giró y fue a encontrar a O'Malley. Los pensamientos se aclaraban a medida que aumentaba la distancia entre él y su prometida. Caminó serpenteando entre la multitud con una sola esperanza.

El portero O'Malley sabría donde había ido Adela.

La puerta del calabozo se estrelló contra la pared y Adela se despertó con un sobresalto. Se sorprendió de haber caído dormida sobre el húmedo suelo cubierto de juncos podridos. El abrumador hedor de los excrementos de rata le hacía llorar los ojos. Aumentando la cautela, se estremeció ante el dolor que las condiciones en que había dormido le habían causado a sus músculos. Se frotó los ojos para ver mejor en la oscuridad, luego gimió, deseando haber continuado dormida y ajena a su visitante.

La túnica carmesí de la dama se movía mientras iba y venía en una furia silenciosa como un animal enjaulado. La ironía no se perdió para Adela, al ser ella la única sentada, enjaulada en una mazmorra.

De repente, Torella se detuvo y la miró.

—Nunca nadie me rechazó.

Poco a poco, Adela se dio cuenta de lo que hablaba su carcelera. Trató de reprimir una sonrisa satisfecha, pero fracasó. Su corazón saltó ante el pensamiento de Phillip rechazando los avances de Torella.

—Tal vez no seáis tan atractiva como pensáis.

La furia ardía en el interior de los ojos verdes de la hechicera, y la sonrisa de Adela se desvaneció.

Torella movió la mano, y un increíble y punzante dolor rompió a través del abdomen de Adela. Su rostro se desencajó de dolor y se desplomó en el suelo, con los brazos aferrando su vientre.

De pie sobre ella, Torella miró hacia abajo con desprecio.

—¿Creéis que sois mujer suficiente para mantener el interés de un hombre? —Movió la mano de nuevo, y la cabeza de Adela fue golpeada, como si alguien aplastara una gran piedra contra su cráneo, una y otra vez.

Adela se negaba a rogarle que parara. Aguantaría eso todo el día si lo tenía que hacer, pero no rogaría.

Después de una larga pausa, Torella se burló:

—Me aburrís.

El dolor desapareció y Adela se empujó hasta tomar una posición vertical, con el sudor cubriéndole la frente y la respiración entrecortada.

Levantó la mirada llena de odio para encontrar a Torella de espaldas y su atención en el cáliz vacío en la puerta. Adela tragó, si sólo tuviera fuerzas para atacar a la hechicera. Incluso sin la maldición de la mazmorra, no tendría todavía la habilidad para derrotarla.

Torella tenía el poder de todas las brujas celtas asesinadas, junto con las habilidades dominadas por servir a la magia oscura. Si eso no era suficiente, el vial encantado del collar protegía a Torella. Los hechizos de Adela serían inútiles contra ella mientras llevara ese collar.

—Al menos hicisteis algo bien—ronroneó Torella, su furia disipada.

Adela se levantó lentamente y se apoyó contra la pared para sostenerse.

—Voy a hacer todo lo que queráis sin luchar, pero no dañéis a mi bebé o Phillip.

—¿El Laird Phillip? ¿Por qué querría compartir ahora el Castillo Gleich y las Highlands con él? Ésta es la más imponente fortaleza en toda la tierra, y pronto será mía —Cruzó los brazos sobre el pecho—, además, el noble señor no podría permanecer pasivo mientras enseño artes oscuras a nuestro bebé —Torella sonrió—. Bueno, tu bebé.

Una furia desesperada llegó a su punto máximo para romper el último control de Adela. Se separó de la pared y arañó la sorprendida cara de Torella, dejando cuatro marcas rojas cruzando las impecables mejillas.

Los ojos de Torella se abrieron ampliamente por la sorpresa, poniéndose una mano en las heridas. Adela se estiró por el vial, pero una fuerza invisible la empujó contra la pared y le sacó el aliento de los pulmones. Sus brazos fueron empujados por encima de la cabeza y agarrados con fuerza, atados por cadenas invisibles.

—¡Nunca nadie me ha golpeado!

—Nadie os ha golpeado. Nunca habéis sido rechazada en la cama. Por Júpiter, no estáis teniendo un buen día —se burló.

—Insistís en ser castigada, ¿verdad? —Torella se acercó, y se pasó la mano sobre la mejilla herida, y los verdugones desaparecieron. Los rosados labios se fruncieron mientras su mirada recorría el cuerpo de Adela. Los ojos cambiaron de color del verde al rojo, brillando con superioridad sexual.

—Si la tortura no os rompe, tal vez vuestros deseos lo harán.

A la joven no le gustó como sonó eso. ¿Por qué no podría aprender las cualidades del silencio?

Se lamió los labios y comenzó a desatar la túnica de Adela.

—¿Qué estáis haciendo?

—Estoy intrigada de ver lo que Phillip encuentra tan atractivo en ti.

—¡Basta! —Adela luchó contra las ataduras invisibles.

—¿Acaso sabéis más dulce que la crema?

—No es mi cuerpo lo que lo aparta del vuestro.

La hechicera continuó quitándole las lazadas del vestido hasta que resbaló por los hombros de Adela. Agarró los pechos de Adela con las manos, sintiendo el peso de ellos.

—Entonces os suplico que me digáis qué es.

Adela tragó, su cuerpo reaccionó por propia iniciativa, los pezones endureciéndose con la caricia.

—Me ama. Eso es el por qué.

—Me ama también. Gracias a tu poción. —Torella inclinó la cabeza y su rosada lengua se disparó para lamer el erecto brote.

—¡Detén eso! —Gruñó Adela, indignada con su traicionera sangre que fluía con excitación. Las suaves manos de Torella eran tan cálidas, disparando un malvado y exquisito placer por todo su cuerpo.

Torella frotó los dos pezones entre los dedos pulgares e índices, luego pasó la lengua por el costado de su cuello, sintiendo el aroma del pelo de la bruja.

—Mmm, hueles a bayas.

Adela ya no podía luchar contra los sentimientos encantados de éxtasis. El cálido aliento de Torella le cosquilleaba en las orejas, enviando un dolor insoportable entre los muslos.

Mordió fuertemente en la sensible piel de su cuello, y gimió de placer.

Torella se apoderó de la barbilla de Adela con las manos y apretó su cuerpo más cerca.

—Tu energía sexual es pura —declaró, y entonces capturó su boca, empujando la lengua por los labios de Adela.

Adela utilizó las últimas fuerzas de voluntad y apartó la cara a un lado.

—Nunca me someteré a ti.

Torella se vanaglorió y le levantó la falda, hundiendo dos dedos en la dolorida entrada. El cuerpo de Adela se agitó bruscamente con deseo sexual, pero se quedó en silencio. No se sometería. No se sometería. ¡Oh Diosa, se sentía tan bien!

Levantado los dedos a la boca, Torella los chupó con fruición. Se quedó tan cerca de ella, que pudo oler su propio aroma almizclado.

—Sabes tan dulce como la crema.

Cerró los ojos, deseando que su cuerpo resistiera el hechizo sexual que la hechicera tejió.

—Mírame.

Apretó más fuerte los ojos.

—¡Mírame!

El suave cuerpo contra ella se alejó, dejándole la sangre caliente e insatisfecha.

Una rica y masculina voz dijo en voz baja:

—Mírame, Adela.

Abrió los ojos para encontrar a Phillip de pie ante ella, completamente desnudo. Se acercó a ella, pero Adela se apartó contra las ataduras.

—No eres Phillip.

—Aye, lo soy. —Se mordió los labios y le pasó las manos por los pechos. El aroma único de él invadió sus sentidos y Adela deseó con toda su alma que fuera él. Con la urgente necesidad de ser acariciada, hubiera dado cualquier cosa para que estuviera delante suyo.

—Bésame, Adela. Te he extrañado tanto. —Phillip reclamó sus labios, animándola a abrirlos—. Bésame.

El calor del cuerpo de él empañaba su resistencia, exigiéndole rendición.

—También te eché de menos. —Abrió los labios para él y recibió un duro e intoxicante beso. Las manos estaban sobre toda ella, tanteando su cuerpo como si su vida dependiera de su amor. A ella no le importaba más. Le necesitaba con una pasión que le daba miedo.

Phillip se puso de rodillas y la miró con deseo en los ojos.

—Abre las piernas para mí.

Sin inhibirse, obedeció. Su cuerpo estaba dolorido. Necesitaba liberarse de la pasión reprimida.

Inclinando la cabeza, le introdujo la lengua en su tierno y húmedo calor. La retorció con hábil facilidad, tomándose su tiempo. Los jadeos de Adela aumentaron, quemándole los pulmones. Todo a su alrededor había desaparecido, todos los sentidos enfocados en el placer que la lengua de Phillip trajo a su cuerpo. Quería vivir en ese momento, ese tiempo y lugar de éxtasis suspendido.

Con ese pensamiento, sus venas se llenaron con fuego líquido y gritó el nombre de Phillip, con el cuerpo agitado de intenso gozo. El gritó resonó alrededor de la mazmorra.

¿Cómo podría haber tenido tanto placer?

No podía respirar.

Oh, pero el placer... ¿Cuándo terminaría?

Debía calmar la respiración. Con el cuerpo tenso, se rompió de nuevo.

Un gruñido escapó entre los dientes apretados, el hombre entre sus piernas sin detenerse, bailaba la lengua alrededor de su sensible brote. Querida Diosa, se sentía tan viva.

Sigue adelante, le rogó silenciosamente.

Sí, eso es.

Una vez más su cuerpo se estremeció, cediendo a la ardiente histeria.

Se quedó jadeando, con el pecho pesado. Fue para apartar su pelo, cubierto de sudor, del rostro, pero no podía mover los brazos.

La realidad de su vulnerable situación la bañó como un cubo de agua fría. Adela abrió los ojos que mantenía fuertemente cerrados por las sensaciones.

—Phillip...

Él se incorporó graciosamente del suelo. La sonrisa se convirtió en el profundo retumbar de una risa. El peculiar sonido cambió a una risa femenina. La imagen se transformó a la belleza sensual de Torella.

Torella se limpió los jugos de la boca.

—Eres deliciosa.

—Nae. —Adela lucho con débiles fuerzas—. ¿Cómo podéis torturarme tanto?

—Es lo que hago mejor, muchacha.

—Phillip...

—No está aquí —se regocijó Lady Torella.

—Phillip —continuó—, os destruirá.

La hechicera rió.

—Qué dulce. ¿De verdad creíais que os iba a rescatar? —Torella inhaló, y caminó hacia la oscura ventana. Los ojos la miraron con maliciosa anticipación—. Más allá de esas colinas mi ejército espera mis palabras. Si vuestro amante intenta salvaros o me niega una boda, tendré a su gente sacrificada y su pueblo quemado hasta los cimientos.

Lágrimas de desesperación corrían por la cara de Adela. Un escalofrío se apoderó de su cuerpo.

Torella regresó al lado de Adela y la besó en los labios.

—¿Todavía creéis que elegirá vuestra vida sobre las vidas de su clan entero?

Apartó la cabeza. Sus brazos fueron repentinamente liberados y cayó al suelo.

Torella abrió la puerta con un movimiento de muñeca y se paseó a través de ella, diciéndole por encima del hombro:

—Morid con dignidad. No deseo que mi boda sea perturbada por vuestros gritos.

Un golpe sonó en la puerta y Phillip detuvo el ritmo.

—¡Entrad!

La puerta se abrió a O'Malley, y Phillip esperó impaciente que el anciano entrara a la cámara.

—¿Qué noticias?

O'Malley tosió y después respondió:

—Han pasado dos lunas hasta ahora, y no hemos encontrado a ninguno de ellos, mi Laird.

—No es propio de Dougal desaparecer. ¿Y cómo pudo irse Adela sin que ninguna persona la viera?

—Podría sugerir, mi Laird, que intentarais olvidarlos y apresuraros a la iglesia. Vuestra prometida parece ser una dama que no está acostumbrada a esperar.

—Aye, estáis en lo correcto con eso. —Agachó la cabeza y se deslizó por el pecho un pendón con los colores negros y verdes de los Roberts. Cepillándose el grueso material con la mano, los pensamientos se centraron en su abuelo. Hoy consolidaría el compromiso con el viejo señor y crearía una paz entre los dos clanes en guerra.

Así que ¿Por qué se sentía tan miserable? Eso era lo que había querido después de todo.

Distraído, pasó frente a O'Malley que estaba de pie en la puerta, entonces se detuvo a medio camino.

—Enviad a dos soldados al hogar de Adela de nuevo y otros dos a buscar a Dougal fuera de la torre de homenaje.

—Aye, mi laird.

La víspera del Día de Todos Los Santos trajo consigo una fresca brisa. El viento giraba en escalofriantes sonidos fuera de la iglesia. Dentro de los sagrados muros, el inquieto clan se sentaba en los bancos, cada uno luchando por una ventajosa visión de la puerta y el novio desaparecido.

Phillip abrió las puertas dobles, y el silencio cayó. Sus talones resonaron por el suelo de piedra cuando caminó por el pasillo para quedar al lado de su bella novia. La exquisita túnica de terciopelo esmeralda combinaba con los ojos verdes. La cara de Torella estaba severa por la molestia de haber tenido que esperar.

A Phillip le dolía la garganta con pesar, el estómago atenazado con una sensación de temor. Todo estaba mal. Lo podía sentir en la sangre. ¿Cómo se podía casar con Lady Torella cuando su corazón estaba con Adela?

El sacerdote comenzó la ceremonia con una oración de apertura, y su prometida le tocó la mano. Una sensual energía le atravesó el cuerpo, desdibujando su visión y distorsionando las palabras del sacerdote.

La miró a los ojos.

El tiempo se suspendió mientras que su mente se deslizaba en un profundo trance.

Capítulo 14

El sol hacía mucho que se había puesto, dejando una fría brisa que rozaba el cabello de Adela mientras descansaba su rostro contra la ventana de la mazmorra. ¿Nadie había notado que los Campbells habían construido una hoguera en la parte posterior del patio?

Adela suspiró, pero eso no liberó el doloroso nudo de su pecho.

Se sentó en el suelo y sacó un puñado de paja debajo de ella. Tapándose el rostro, resistió la tentación de descender la mirada a la rígida manta de piel que había movido. ¿Cómo podía Phillip mantener sus mazmorras de esta manera? Obviamente, nunca bajaba aquí. Como fuera, después de dos días en la mazmorra, el olor a orina vieja ya no le molestaba. Desearía poder decir lo mismo acerca de su estómago. La única sustancia que le había sido dada fue una jarra de agua sucia puesta sobre sus manos por un silencioso soldado Campbell.

La Víspera del Día de Todos los Santos transcurría para ella con el familiar estado de debilidad que su cuerpo y su alma sufrían. Sus poderes estaban disminuyendo. No podía ni siquiera crear una chispa para que una vela iluminara la oscura celda. Pensamientos de Phillip vinieron a su mente, incluyendo el insistente arrepentimiento de todas las cosas que hubiera deseado decirle. Ahora era demasiado tarde.

Demasiado tarde para ella, pero no para Phillip o su gente. Debía encontrar la manera de decirle a Phillip que Torella era malvada. Quizás en su camino hacia la hoguera, pasaran cerca de alguien y ella pudiera gritarle que detuvieran la boda.

Pesadas llaves sonaron en la cerradura y la puerta golpeteó. Adela se elevó contra la pared. No encontraría su destino con sollozos o arrepentimientos. Podría estar asustada de arder hasta la muerte, pero no necesitaba mostrárselo a sus captores. La puerta de la celda se abrió y una brillante y anaranjada vela iluminó a tres soldados Campbells con terribles y barbudos rostros.

Uno de los más grandes de los soldados le asió del brazo y la condujo fuera de la mazmorra. Su profunda voz envió escalofríos a lo largo de su espalda.

—Si venís mansamente, bruja, gentilmente os cortaré la cabeza después de que muráis, para que así podáis ir a Dios y ser juzgada acordemente.

Ella hizo un gesto de burla ante su ignorancia. ¿Para qué luchar contra la estupidez? Dejadlos hacer lo que quisieran con ella. Sólo importaba que pudiera advertir a Phillip del plan de Torella antes de que muriera.

El Gran Salón estaba desierto y así también estaba el patio. Todos en la aldea habían concurrido a la ceremonia de la boda. Adela había pasado toda su vida huyendo de la gente, y ahora, cuando ella los necesitaba cerca, no había nadie a la vista.

Adela caminó alrededor del muro del castillo hacia el patio. Varios Campbells circundaban la hoguera, sin duda ansiosos por observar a la bruja arder. La mirada de ella viajó por la longitud de la alta estructura de madera hasta los secos maderos rodeando su base.

Su corazón cayó en su estómago. El miedo agarrotó cada músculo de su cuerpo, paralizándola completamente, dejándola incapaz de dar otro paso.

El soldado la empujó hacia adelante y ella cayó, raspando sus rodillas en las melladas piedras. Rudos dedos magullaron sus brazos al tiempo que Adela era levantada sobre sus pies y arrastrada hacia la hoguera. El soldado inclinó su gordo vientre contra ella para atar sus manos detrás de su espalda. El olor a cebolla de su aliento hizo que a Adela le dieran náuseas y que sus ojos lagrimearan. Se forzó a ascender su mirada hacia el estrellado cielo mientras un frío helado envolvía su corazón. Con razón las mujeres MacAye no habían sido capaces de concentrarse y utilizar sus poderes. ¡Estaba aterrada!

A pesar de cuánto se resistió, las lágrimas bajaban por sus mejillas y su cuerpo temblaba. El coraje la había abandonado en el momento en el que había visto la hoguera de cerca. Todos le habían dicho que aceptara su destino, morir silenciosamente y con dignidad. Pero no quería morir.

¡Quería vivir!

Quería sentir su suave bebé en sus brazos, y estar segura en el amoroso abrazo de Phillip.

No aceptaría su destino. Su destino era amar a Phillip y tener a su hijo. ¿Por qué otro motivo había sido dirigida hacia él, el Elegido?

—¿Tenéis alguna palabra de redención, bruja? —preguntó el soldado, con un llameante leño en su mano sostenido precariamente cerca de los maderos.

—Aye — gritó ella—. Convoco a los ancestros MacAye. ¡Ayudadme a vivir! ¡Os lo ruego!

Los soldados rieron y cada uno prendió fuego a los maderos. El crepitar de los ardientes leños llenó sus oídos, las llamas avecinándose hambrientamente hacia sus pies.

Adela cerró sus ojos fuertemente y dijo en voz alta:

—Permanece calmada, Adela. Permanece calmada —descendió la mirada a sus pies—. El fuego está tan cerca —su voz se elevó con histeria ¿qué árboles se quemaban tan rápido?

Denso y alto humo inundó sus pulmones, y tosió. Sus ardientes ojos lagrimeaban por la humareda que giraba alrededor de ella como una pesada manta.

—Controla tu miedo. Controla tu miedo —cantó.

Ella no moriría hoy, no importaba lo que le había sido enseñado por su madre. El pensamiento de su madre le trajo imágenes de su ardiente cabello dorado y sus gritos de dolor vibrando en sus oídos.

La bilis se elevó por su garganta. No debía pensar en su madre. No ahora. Ella cambiaría su destino. Tenía una cosa que su madre no.

Un bebé celta en su cuerpo producto del amor del Elegido.

Quizás, si ella podía canalizar el nuevo poder del bebé, le daría suficiente magia para contactar con Phillip.

El sudor descendía por el rostro de Adela, el calor de las llamas calentaba su piel expuesta. Su pulso se aceleró erráticamente y su pecho pesaba con un pánico abrumador. Sólo le quedaban algunos momentos.

—Permanece controlada —Adela presionó fuertemente sus ojos cerrados—. Phillip me necesita. Su gente me necesita.

Focalizándose en el bebé, sosteniendo a su infante en sus brazos, Adela absorbía el amor que generaba en ella. Lentamente, un pequeño montón de poder regresó a ella, llenando su cuerpo con energía.

—Phillip, escúchame ahora. Aferra el frasco alrededor del cuello de Lady Torella. ¡Tómalo!

—¡Alto! —Phillip ordenó.

La iglesia se inundó con el sonido de su gente comentando con especulación.

—¿Qué está mal? —preguntó Torella, su tono mezclado con frustración.

La cabeza de Phillip se vio invadida por las desesperadas palabras de Adela. Su mirada se dirigió al frasco que yacía contra la piel de alabastro de Torella.

—No puedo casarme con vos —dijo.

—¡Escuchadme bien, Phillip! —Torella gritó—. O vos os casáis conmigo o mi ejército asesinará a vuestra gente.

—No lo haré, Lady Torella —agarró su collar y rompió la cadena de alrededor de su cuello.

Gritos de “hurra” resonaron altamente en la iglesia, su gente celebrando y palmeándolo en la espalda.

Phillip se apresuró hacia la puerta, el apagado grito de ayuda de Adela se arrastró hasta su corazón. Salió fuera, hacia la noche, con el viento azotando sus ropas.

El aroma de madera ardiendo flotaba en la brisa.

Sin saber hacia dónde se estaba dirigiendo, corrió hacia la ardiente esencia. Los gritos de Adela hacían eco en su cabeza, urgiéndole a sus piernas para que lo llevaran más rápido. Su corazón se saltó un latido cuando corrió alrededor del castillo para encontrar a Adela atada a un poste de madera, con las llamas sólo escasamente alejadas de su tierna carne. Vio sus ojos afligidos por el pánico y corrió hacia ella, sólo para ser detenido por dos soldados Campbells.

Luchó contra ellos, combatiendo a cada uno con todo su poder. Con el pensamiento de Adela muriendo, sus músculos le dieron fuerza extra. No le fallaría a ella.

—¡Phillip, date prisa! —gritó.

Él sacó la espada de la vaina a su costado y la deslizó a través de los dos soldados, sólo para encontrar a más viniendo hacia él.

¡No tenía tiempo para esto!

Arrojando su espada, saltó sobre las llamas y se colocó cara a cara con Adela. El fuego comenzó a subir por sus botas, chamuscando el cuero y su piel. Suprimiendo el creciente dolor, desató las muñecas de Adela del poste.

—¡Phillip! —apuntó a las llamas encendiendo su vestido.

Usando sus manos desnudas, él palmeó hasta apagar el fuego del ardiente tejido. La alzó en sus brazos, y saltó sobre la llameante madera. Sin soltarla hasta que sus pies estuvieran en el suelo una vez más, la sostuvo fuertemente en su abrazo.

—Creí que me habías dejado.

—Phillip, yo...

Adela fue interrumpida cuando varios Campbells se pararon delante de ellos con rostros enfadados y espadas en alto. El más grande de los hombres dio un paso hacia adelante.

—Nuestra señora no estará complacida. Tenemos órdenes de mataros a ambos.

La mirada de Phillip fue a su espada yaciendo en las llamas, más allá de su alcance. Su cuerpo completo se tensó, aguardando a que la punta de la espada penetrara en su pecho.

De algún lugar detrás de ellos, una piedra fue arrojada con mortal eficacia hacia el rostro del soldado adversario. Otra la siguió y luego, otra más. Phillip miró sobre su hombro para encontrarse a Adela recogiendo piedras y arrojándolas con toda su fuerza.

Los Campbells retrocedieron, defendiéndose lo mejor que podían con sus manos. Sonriendo, se inclinó hacia abajo y le ayudó a luchar contra los malignos soldados con simples piedras.

Los guardias del clan Roberts aparecieron detrás de ellos y doblegaron al enemigo en instantes.

Phillip dejó caer su piedra y se giró hacia Adela. Sin vacilación, la alzó en sus brazos y dio vueltas con ella cogida. Después de regresarla al suelo, capturó su boca con la suya.

Se apartó para asegurarse de que no estaba herida. Sus ojos vagaron amorosamente por cada pulgada de Adela, desde su rostro hasta sus pies.

—Estoy impresionado con tu elección de armas.

Ella sonrió, iluminando su rostro.

—Gracias.

O´Malley se abrió camino a través de la multitud y se detuvo ante Phillip.

—¿Tenéis noticias del Señor Dougal?

—Aye, ha sido encontrado sin su cabeza.

Los aldeanos jadearon.

—¿Quién lo hizo? —los ojos de Phillip se oscurecieron con furia.

—¡Yo lo hice! — gritó Torella desde detrás del gentío.

Todos se apartaron para permitirle un ancho camino, con el miedo grabado en sus rostros. Los ojos escarlatas de la señora brillaban innaturalmente. Se acercó a Phillip y Adela.

—Vos, tonto bellaco. Vuestro amigo os traicionó por un simple poder.

—Dougal creyó haber estado enamorado, y vos lo matasteis — replicó Adela.

—El amor puede ser fatal — profesó Torella.

—Agarradla —Phillip ordenó.

Con un golpe de las manos de Torella, Phillip observó a todos en el patio asir sus gargantas, jadeando por aire.

Phillip era el único no afectado. Se giró hacia Adela y la aferró por los hombros. Ella se dobló sobre sí misma, respirando con dificultad.

—Liberadlos de una vez.

Torella rió.

—¿Por qué haría tal cosa?

El corazón de Phillip se comprimió. Su pueblo estaba sufriendo.

—Por favor, me casaré con vos. Sólo levantad la maldición.

Torella balanceó sus caderas, lentamente acercándose a Phillip.

—Permitiré a vuestra gente vivir si arrojáis a la bruja de nuevo a las llamas.

—¡Nae!

—Matadla o ellos morirán.

Él miró a Adela y su rostro comenzó a tornarse azul. Estrechó sus ojos en sus labios. Murmuraba algo, pero no llegaba a oírla.

Descendiendo su cabeza, le preguntó:

—¿Adela, qué pasa?

—Col... collar. Destruye el collar.

Phillip buscó en sus bolsillos hasta encontrar el collar de Lady Torella.

Sosteniéndolo en alto, observó la gama de emociones en el rostro de Torella, que iban desde la presumida arrogancia hasta el miedo.

Arrojó el collar al suelo y lo aplastó bajo su bota, derramando el contenido sangriento entre las agrietadas piedras.

—Vos, estúpido idiota —vociferó Torella.

Adela cantaba bajo su respiración, tan bajo que Phillip sólo podía oír un leve murmullo.

Su gente comenzó a caerse al suelo, con el aliento extraído fuera de sus pulmones.

Torella le reía con hilaridad a Adela.

—No tenéis poderes, bruja, es La Víspera del Día de Todos los Santos.

Adela se alzó, tomando una gran bocanada de aire. El resto del clan de Phillip hizo igual.

La fría brisa calmó sus pulmones. Con las manos en sus caderas, enfrentó a Torella.

—La Víspera ha llegado a su final y un nuevo día comienza.

—¡Nae! —Torella retrocedió—. Mi ejército espera mi orden, ¡quemaran todo! ¡Todo!

—No lo creo —Adela avanzó y tomó ambas muñecas de Torella. Miró profundamente en sus ojos—. Convoco al amor de mi hijo aún no nacido. Toma de nuevo los poderes de mis ancestros de esta hechicera.

—Nae, eso no es posible. Vuestro bebé me pertenece. ¡Bebisteis la poción! —Torella chilló, su rostro repentinamente volviéndose viejo.

—Tiré todo el líquido por la ventana. Mi bebé me pertenece a mí.

Torella trató de desasirse del agarre de Adela, pero ésta sostenía fuertemente por las muñecas a la vieja mujer.

Más y más vieja, volvió al tiempo en que su cuerpo se encorvaba y su mirada se marchitaba con arrugas.

—¡Nae, mi belleza, mi juventud!

—Nunca ejecutarás a otra bruja celta.

El cuerpo de Torella lentamente se desintegró, su una vez perfecto rostro cayendo, dejando sólo huesos detrás.

Adela sostuvo el hueso de las muñecas hasta que se convirtieron en polvo. Abrió sus puños y sopló las cenizas hacia el viento.

—Que vuestra alma pueda estar libre de maldad, Lady Torella.

Los aldeanos gritaron de alegría y rodearon a Adela con gratitud. Sus hombros se tensaron y trató de relajarse y aceptar los buenos deseos. Grandes gentíos aún la ponían nerviosa, pero sabía que el amistoso clan de Phillip no pretendía hacerle ningún daño.

—Apartaos —una imponente voz se alzó sobre las numerosas cabezas.

Phillip se abrió camino hasta ella y asió sus manos.

—¿Adela, es verdad? ¿Llevas a mi bebé?

Ella asintió y sonrió ante el inalterable placer brillando en sus angelicales ojos azules.

Phillip la envolvió en sus brazos y la besó. Apartándose, elevó su voz para que todos pudieran oírle.

—Amo a Adela MacAye, y planeo casarme con ella —Phillip miró sobre su hombro—. Si alguien tiene algún problema con tener a una bruja como señora, hablad ahora.

El agonizante crepitar del fuego cercano fue lo único que pudo ser oído.

—Adela —Phillip se giró hacia ella en sus brazos—. ¿Me harías el honor de compartir tu vida conmigo? Con... —Phillip señaló a toda su gente— con todos nosotros.

—Aye, mi Laird. Lo haré —miró a su gente, y luego regresó la mirada para enfrentar al Elegido, su verdadero amor—. El honor es mío.

EPÍLOGO

Adela se despertó en los brazos de Phillip, su duro cuerpo desnudo apretado contra el de ella. Los recuerdos de la erótica noche anterior invadieron su mente. Suspiró con nostalgia y se acercó para besar los hermosos y esculpidos labios de Phillip.

Él se despertó y sonrió. El corazón de Adela dio un vuelco. Phillip era el hombre más guapo que había conocido. Y era todo suyo.

—Buenos días para vos, mi señora Esposa.

—Buenos días, esposo mío.

Phillip se estiró, los músculos de su pecho se retorcían mientras bostezaba. Adela se mordió el labio, la familiar agitación de anhelo revoloteó en su estómago.

—Tienes ese brillo en los ojos.

—¿Y qué brillo es ese?

—Uno malvado —Phillip la besó en el cuello.

—Hablando de malvados, ¿el ejército de Lady Torella aún está acampado cerca?

—Nae, se marcharon poco después de que le devolviéramos los soldados que pidió. Sigo pensando que debería haberlos castigado por haber tratado de matarte.

—La paz debe comenzar en alguna parte.

Phillip gruñó cariñosamente.

—Eres inteligente para ser una malvada mujer —pasó la lengua por su costado, desde el cuello hasta su oreja y Adela gimió con placer.

Phillip se apoyó en los codos.

—Quiero hacer algo por ti.

—Oh, créeme marido, lo estás haciendo. No pares.

Él sonrió, sus hoyuelos se fundieron con el corazón de ella.

—Nae, quiero decir, algo especial por salvar a mi gente.

—Bueno... hay algo que podrías hacer.

Ella se inclinó hacia él y le susurró al oído.

Él rugió de risa, la alegría bailando en sus ojos. En un rápido movimiento, rodó encima de Adela, poniendo su cuerpo sobre el de ella.

—Por ti, mi amor, limpiaré las mazmorras yo mismo.

NOTAS

¹ Falda escocesa

² Espada larga de doble filo, usualmente usadas por los escoceses Highlanders.

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