CAPITULO XII

 

El sheriff de Pulver City, James Farrell, estaba limpiando un rifle cuando la puerta se abrió, dando paso a Rock Sterling.

—Salí vivo de la casa de Paget, Farrell.

—Ya vi los cadáveres.

—Hablé con Jeff Paget.

—¿Cuál fue su acuerdo?

—No hubo acuerdo.

—Apuesto a que él le ofreció el cargo de sheriff.

—Sí.

—Y usted no aceptó.

—No, no lo acepté. No quiero deber nada a ese hombre. Pero voy a ser el sheriff.

Farrell tenía el rifle en la mano apuntando al suelo, pero lo podía levantar con rapidez y apretar el gatillo. Seguro que acertaría con la bala a Rock antes de que éste sacase. Sin embargo, le faltó valor para hacerlo.

—Nadie se puede nombrar sheriff a sí mismo, Sterling.

—Eso ya lo dijo su patrón, Farrell.

—Lo dijese él o yo, no cambian las cosas. Si me despojase de la insignia y usted se la pusiese en el pecho, usted sería un sheriff de pega.

—Pero si me nombrase el pueblo sería un sheriff normal.

—Yo no he dimitido.

—Ese pequeño detalle va a ocurrir ahora.

—No me obligará a eso,

—¿No, Farrell?

—No dimitiré.

—Tiene que hacerlo. Usted dejó de cumplir con su deber desde un principio. Tenía que ser el sheriff de todos. Y sólo fue el sheriff de un hombre, de Jeff Paget. Usted intervino en la muerte de Rex Harris.

—Habla de la muerte de Harris como si hubiésemos cometido un asesinato, y todo fue legal.

—Un fraude lega.

—Oiga, Sterling, está demostrando ser un buen amigo de Rex Harris. Es conmovedor su afecto por Harris y le hace ver las cosas de forma muy equivocada. No hubo tal fraude. Rex Harris estranguló a Nancy Diamante. La chica contaba con buenos amigos y algunos pensaron en linchar a Rex Harris. Pero yo lo impedí. Detuve a Harris y se celebró un juicio legal. Y un jurado formado por doce hombres dio un veredicto de culpabilidad. Se le condenó a morir ahorcado. Harris había cometido un sucio crimen y lo pagó de acuerdo con la ley. ¿Dónde está el fraude, Sterling? Dígamelo.

—Voy a admitir que usted obrase de buena fe.

—Vaya, es un alivio.

—El fraude se cometió en el momento en que Nancy Diamante fue asesinada y se buscó a un chivo expiatorio para que cargase con el crimen, Rex Harris. Nancy Diamante murió precisamente por ser la chica que Rex Harris quería. Todo fue una mentira. Una puerca canallada para que Rex nunca fuese sheriff de Pulver City. Harris habría ganado la votación contra usted. Y Paget no lo podía permitir... Y para que deje de preocuparse con respecto a la legalidad de mi nombramiento, le diré que tengo detrás de mi al pueblo. He hablado con Bacall y con otros hombres. Vendrán de un momento a otro con el juez Hope y él me dará el nombramiento.

—Eso es absurdo. Ese borracho...

—Ese borracho le nombró sheriff a usted. Ese borracho condenó a muerte a Harris, de acuerdo con el veredicto de culpabilidad del jurado. Y ese borracho será quien me dé también a mí el nombramiento.

Farrell continuaba con su rifle en la mano. ¿Por qué se detenía? ¿Qué estaba esperando? ¿Adónde iría él? Era un vagabundo cuando llegó a Pulver City. Y lo debía todo a Jeff Paget. Ahora, Paget estaba en peligro y tenía que demostrarle que él, Farrell, estaba dispuesto a prestarle sus servicios. Y el mejor servicio que le podía prestar a Paget era matar a aquel tipo llegado de lejos y que estaba poniendo a la ciudad patas arriba, a pesar de su advertencia.

Sólo tenía que levantar el rifle unas pulgadas y apretar el gatillo.

—Ande, Farrell, haga lo que está pensando.

—¿Cómo dice, Sterling?

—Debe su cargo a Paget. Tiene un rifle en las manos, mientras yo continúo con el revólver en la funda. Tres pulgadas, sólo tiene que levantar tres pulgadas el cañón y enviarme la bala.

Farrell sintió la garganta reseca, como si las paredes se le hubiesen convertido en cuero.

—¿Qué le pasa, Farrell? ¿No se decide?

Farrell observó las manos de Rock. Le colgaban en los costados y estaban inmóviles. Era la derecha la que Rock tenía que mover para sacar. Y ni siquiera aquella mano le pareció una garra. Todo lo contrario, eran cinco dedos inmóviles, como los de un muerto.

Se decidió.

Levantó el rifle,

Y de aquella mano que poco antes parecía la de un cadáver, brotó una llamarada.

Farrell sintió que se le clavaba un aguijón en el hombro y soltó un aullido, dejando caer el rifle y dio media vuelta. Se apoyó en la mesa para no caer en el suelo.

Se miró la herida.

—No he querido matarle, Farrell —dijo Sterling—. Y para que no me pregunte por qué, se lo diré. Me servirá de testigo.

Ken Palmer entró en la comisaría, tenía el revólver en la diestra. Dio un suspiro

—¿Todo arreglado, Rock?

—Casi.

Dos hombres entraron, empujando a otro de unos setenta años, de nariz, de lechuza. Su cabeza chorreaba agua, que le caía por el pecho y por el grueso abdomen.

Troy Bacall entró también.

—Señor Sterling, éste es el juez Hope. Lo encontramos hecho un pellejo, como siempre. Le hemos dado un baño en el abrevadero.

El juez soltó un erupto y dijo:

—Le impongo una multa de dos dólares por haberme hecho beber en el lugar de los caballos, Bacall.

Farrell gimió.

—Me estoy desangrando.

—Es una herida leve —le contestó Rock—, Bacall, ¿quiere llevarlo al doctor?

—Desde luego, señor Sterling.

Rock quitó la insignia y el revólver a Farrell.

—Bacall, una vez el doctor haya curado a Farrell, me lo trae y lo encerraré en una celda.

—De acuerdo.

Bacall cogió a Farrell por el brazo y los dos salieron.

Rock se enfrentó con el juez.

—Señoría, soy Rock Sterling.

—Y si también me tiró al abrevadero, le condeno a que pague otros dos dólares.

Rock le levantó la cara.

—No, juez, yo no le tiré al abrevadero.

—Entonces, le perdono los dos dólares.

—Me va a tomar juramento.

—¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

—No es el juramento que me va a tomar, juez. Seré el nuevo sheriff de Pulver City. Y mi amigo Ken Palmer, será mi ayudante.

—¿Usted el nuevo sheriff ? ¿Qué le pasó al antiguo, a Farrell?

—Fue dimitido.

—Demonios, esto no le gustará...

—¿Al señor Paget?

—Yo no nombré a nadie.

—Pero lo nombré yo, juez.

—Oigan, me duele mucho la cabeza.

—¿Le duele siempre que bebe?

—Sí.

—¿Por qué bebe entonces?

—Para olvidar.

—¿Qué tiene que olvidar? ¿Su miseria?

—Le impongo una multa de tres dólares por insultarme.

—En cuanto sea el sheriff, lo detendré, juez.

—¿Detenerme a mí? ¿Por qué?

—Por ebriedad.

—Oiga, sólo tomé un trago.

—Un trago después de otro, hasta que empezó a dolerle la cabeza.

—Entonces, no le nombro sheriff.

Rock sacó el revólver y puso el cañón delante de los ojos de Frank Hope.

—¿Decía algo, Señoría?

Hope miró el cañón y hasta se puso un poco bizco.

—Quite eso de ahí. Lo nombraré juez. Y si quiere, también lo nombro alcalde.

—Con sheriff., bastará.

Rock Sterling y Ken Palmer, sucesivamente, juraron hacer cumplir la ley en el condado de Pulver City aunque la vida les fuese en ello.

Terminado el acto, el juez se dirigió hacia la celda.

—¿Adónde va, Señoría? —inquirió Rock.

—¿No me detuvo? Al jergón, a dormir.

—Antes hablará conmigo.

Sujetó al juez por el brazo para impedir que se acostase en el jergón.

—Señor Hope, como sheriff de Pulver City, tengo que hacerle unas preguntas con respecto al juicio de Rex Harris.

—¿Qué quiere saber?

—¿Quién mató a Nancy Diamante?

—Rex Harris.

—¿Fue Paget quien le metió eso en la cabeza?

—Oiga, él no me ordenó que yo admitiese la culpabilidad de Rex Harris. El jurado dictó un veredicto y yo lo respeté, porque era mi deber respetarlo. Admito que yo sea una miseria, como usted dijo antes. Pero todo estaba en contra de Rex Harris. Cualquier juez se habría visto obligado a aceptar el veredicto de culpabilidad. ¿Lo entiende? Nancy Diamante sólo tuvo un asesino para los jurados y para reí. Rex Harris. Si usted encuentra otro, dígamelo y rehabilitaré a Rex Harris.

—Encontraré a otro, juez.

—¿Puedo acostarme ya?

—Sí, juez.

—Gracias, sheriff.