CAPITULO VI
Tras escuchar aquellas palabras de Andrómeda, Mark Riley apretó los puños.
—Dígame, Andrómeda, ¿por qué no quiere que vuelva a mi época?
—Usted no puede contar nada de lo que ha visto aquí.
—He visto muy poco.
—Ha visto lo suficiente.
—Sólo un campo de maíz con mazorcas de varios kilos. Un perro unicornio. Un vehículo de pequeño tamaño que corre por tierra y vuela por el aire. Unas mujeres que usan pistola con un rayo exterminador.
—Siga, señor Riley. Ha visto algo más.
—Sé que ustedes provocan la lluvia artificial y que, gracias a ello, pueden irrigar cualquier clase de tierra, hasta las más improductivas. Que no les hace falta caminar porque son transportados en cintas a su lugar de trabajo o a su casa.
—Continúe.
—Que pueden curar el cáncer con radiaciones. Y ya acabé.
—Le falta decir lo más importante que vio, señor Riley.
—¿Qué cosa?
—Vio mujeres.
—Sí, he visto mujeres. Rubias, pelirrojas, morenas y hasta con el cabello verde.
—Pero no vio a ningún hombre.
—Sí, eso es verdad.
—¿Por qué cree que no vio a ningún hombre, señor Riley?
—Quizá porque ellos no necesitan trabajar, y son ustedes las que lo hacen.
Andrómeda lanzó una carcajada.
—Miente muy mal, señor Riley. Usted sabe por qué no vio a hombres. Éste es un mundo de mujeres. Sólo de mujeres, donde los hombres están desterrados en lugares inhóspitos. Y aquellos que logran escapar de esos lugares, son encerrados en las prisiones.
—Espere un momento, Andrómeda; ¿por qué hacen eso con los hombres?
—Por salvar nuestra revolución.
—¿Su revolución?
—Organizamos una revolución en el año 3027. Ése fue el año en que logramos nuestra libertad.
—¿Lograron su libertad? ¿Es que no eran libres?
—Sólo aparentemente. Pero no le voy a contar nada acerca de nuestra revolución, señor Riley. Es usted nuestro prisionero. Será sometido a juicio.
—¿Por qué voy a ser sometido a juicio?
—Usted es un hombre muy peligroso.
—Si soy peligroso, les conviene reenviarme a mi época.
—No hay nada que aconseje tal medida. Usted podría impedir la revolución femenina, que en su mundo tendrá lugar en el año 3027.
—Yo no puedo conseguir nada contra eso. Tengo veintiocho años y vivo en el año 1971. Sepa una cosa, Andrómeda. El término medio de vida en mi época es la de 75 años. Quiero decir que yo viviré todo lo más hasta el año 2000 ó 2030, y eso está a más de mil años de su maldita revolución. ¿Cómo podría yo impedirla?
—No correremos ningún riesgo.
—No se puede ir contra el tiempo, Andrómeda. Aunque yo pregonase en mi mundo lo que he visto, nunca podría variar las circunstancias. Además, en Nueva York, el lugar de donde procedo, me pondrían una camisa de fuerza y sería internado en una clínica de enfermos mentales.
—Guarde sus argumentos, señor Riley. Su juicio se celebrará dentro de una hora en el gran palacio del presidente de la república.
—¿Un hombre?
—No diga tonterías. Nuestro presidente es una mujer.
—¿Y cómo se llama?
—Venus, como todos los presidentes que hemos tenido. Comparecerá ante Venus XXIV, y ella será quien decida si será internado en el valle de las Cavernas, o simplemente convertido en cenizas.
Andrómeda dio media vuelta y se alejó hacia su mesa.
—¡Espere, Andrómeda!
Andrómeda no esperó. Pulsó un botón y su imagen desapareció de la pantalla, que quedó oscurecida. Mark apretó las sienes con la mano y cerró los ojos. Pero cuando los abrió se encontró en el mismo lugar que antes. No, no estaba soñando. El doctor Hollman y su sobrina Susie Garland lo habían enviado al año 5000 y estaba viviendo en el año 5000.
Una puerta se abrió. Aparecieron dos mujeres con metralleta, pero Mark dedujo que no serían como las que él había visto en su mundo, que disparaban balas, sino que lanzarían aquel rayo de la muerte.
Esta vez eran dos morenas.
—Prisionero, síganos —dijo una de ellas, que era enteramente gemela a la otra.
Se cubrían con aquellos pantaloncitos y las blusas que dejaban su estómago al aire y las botas, y poseían piernas muy esbeltas bien formadas, de muslo redondo.
Mark sacudió la cabeza en sentido afirmativo. Pasó entre ambas.
Fuera había otras dos mujeres de la misma talla, la misma figura y el mismo rostro que las dos primeras, y ellas le precedieron en el camino mientras las otras dos quedaban a sus espaldas.
No, no podía pensar en escapar.
Viajaron en un ascensor hasta una planta muy baja de la torre.
Entraron en una gran sala. En una pantalla estaban dando un espectáculo. Era como una película musical, un conjunto de mujeres, que podían llegar al centenar, evolucionaban sobre un lago, con esquíes acuáticos. Pero ellas no necesitaban ser transportadas por canoas, ya que los propios esquíes eran los propulsores y componían bellas y extrañas figuras, aunque la música no era muy melódica, ya que era de percusión, y parecía brotar de instrumentos desconocidos para Mark Riley.
En una mesa en forma de semicírculo había cinco mujeres. La del centro tenía una corona sobre su cabeza.
Todas sonreían contemplando el espectáculo de la pantalla. Ninguna de ellas parecía haberse percatado de la llegada del prisionero.
En un momento determinado, terminó el ballet acuático y la pantalla quedó oscurecida.
Entonces la mujer que tenía la corona sobre la cabeza se levantó y las otras cuatro la imitaron. Mark Riley vio por primera vez un rostro distinto a todos.
La mujer de la corona no se parecía a ninguna otra de las que había visto con anterioridad. Tenía el cabello como la plata, los ojos grandes, rasgados, azul celeste y la boca ancha, de labios gruesos, muy rojos. Se cubría con una túnica bordada en oro que ceñía sus formas espléndidas.
—Que se adelante el prisionero —ordenó.
Mark fue hacia la mesa sin necesidad de que sus guardianes se lo indicasen.
La mujer de la túnica cruzó los brazos bajo los senos y dijo:
—Soy Venus XXIV.
—La presidente de la república de las mujeres.
—No lo ha denominado bien.
—¿Qué es entonces?
—Presidente de la república femenina de la tierra.
—Mi enhorabuena.
—Hay cierto sarcasmo en su voz, señor Riley, y me imagino por qué. Considera que este puesto debe ser ostentado por un hombre. Según la ficha que me han transmitido, usted procede de una época prehistórica
—Venus XXIV apretó un botón de la mesa y se iluminó un trozo de ella. Tras observar la pequeña pantalla la apagó y miró otra vez a Riley—. Viene del año 1971.
—Sí, Venus. Pero nosotros no consideramos que sea una época prehistórica.
—Para nosotros todo es prehistoria antes del año 3027.
—El año de su gloriosa revolución femenina.
—¿Quién le informó?
—Andrómeda.
Venus XXIV apretó otro botón y habló con voz enérgica:
—Andrómeda, es condenada a treinta días de trabajos en las canteras por intromisión en las funciones del presidente.
Una voz le contestó:
—La condena empezará a cumplirse inmediatamente. Venus sonrió a Mark.
—Señor Riley, su ficha dice que tiene un alto grado de inteligencia. Aunque hemos reparado y corregido su dolencia física. Un cáncer... Dígame ahora, ¿con qué objeto fue enviado desde una época tan anterior a la nuestra?
—Sólo vine para que me curasen el cáncer.
—¿Espera que le crea?
—No, no espero que me crea, pero es la verdad. Sin embargo, existe una solución equitativa para ustedes y para mí. Quiero volver a mi época.
Hubo una pausa. Venus miró a las dos mujeres de la derecha y a las dos de la izquierda que presidían la mesa. Cada una de aquellas mujeres era una representante de las morenas, de las rubias, de las pelirrojas y de las mujeres de cabello verde.
Las cuatro levantaron la mano con el pulgar hacia abajo.
Mark Riley recordó aquel gesto. Era el que empleaban los romanos para decidir la vida o la muerte de un gladiador vencido en el circo.
Venus habló.
—Ha sido sentenciado, señor Riley.
—Y por lo que veo, a muerte.
—No.
—¿Cuál es entonces la sentencia?
—Ingresará inmediatamente en una prisión. Pero sólo permanecerá en ella hasta mañana.
—¿Y luego?
—Será transportado con otros reclusos al valle de las Cavernas.
—¿Por cuánto tiempo?
—Para siempre.
—Está cometiendo un error, Venus XXIV. Yo no pretendo acabar con su revolución. No es cosa mía. Yo no vivo en el año 5000. He sido trasladado a esta época gracias a un invento de uno de mis compatriotas, de un hombre de mi época. Le repito lo que le dije a Andrómeda. No tiene nada que temer de mí...
Venus extendió el brazo derecho señalando a Mark.
—Llévenselo a la prisión, y si ofrece resistencia, fulmínenlo.
Las cuatro mujeres morenas apuntaron a Mark con sus armas.
Mark tragó saliva.
—De acuerdo, Venus XXIV —dijo con rabia—. Aceptaré su sentencia.
—Caso fallado —dijo la hermosa rubia de cabello plateado—. Retiren al prisionero.
Mark se apartó de la mesa y emprendió el camino de la prisión con sus cuatro guardianes.