CAPÍTULO 6

—Tengo… tengo que irme.

Hizo las mantas a un lado y se deslizó fuera de la cama. Tenía que salir de allí, alejarse de él aunque todo le gritase por quedarse a su lado, abrazarle y rogarle que no la soltase nunca, que no la dejase ir.

Pero él no la recordaba, no mentía al decirlo con tanta claridad, podía verlo en sus ojos; no tenía la menor idea de quién era. Ni siquiera la reconocía.

De todas las posibles pesadillas con las que habría podido encontrarse aquella era la más dolorosa, una que no sabía cómo enfrentar.

—Abigail, espera…

Se encogió al ver su mano extendida, saber que esa mano no recordaría haberla acariciado anteriormente ni haberla cobijado dolía demasiado.

—No puedo —musitó luchando con el nudo que tenía en la garganta. Miró a su alrededor en busca de su ropa, le había dejado tan solo la camiseta que llevaba puesta y las braguitas.

—Abby, no puedes marcharte así… —le dijo él haciéndose a un lado cuando la vio atravesar el dormitorio para recoger su ropa de la silla—. Hablemos…

Se volvió hacia él y se le encogió el corazón al verle. Dios, estaba allí, ante ella, vivo, hablándole y al mismo tiempo era como si fuese un completo extraño.

—No hay nada que decir —murmuró y se apresuró en vestirse.

—¡Y un demonio que no! —se exaltó, su voz demasiado cercana del lobo—. Me has reconocido, sabes quién soy y a juzgar por la forma en la que reaccionas, de la manera en que mi lobo parece reconocerte, está claro que hay más, mucho más. Háblame, maldita sea. Necesito… —sacudió la cabeza—. No tengo ningún recuerdo de los últimos cuatro años y, hasta ahora, tú pareces ser mi mejor opción para saber lo que pasó.

Sus palabras la golpearon con fuerza, tragó con dificultad y se lamió los labios.

—¿De veras no lo recuerdas? ¿No recuerdas nada?

La sombra de dolor que atravesó sus ojos era suficiente respuesta, el vínculo que los unía seguía allí, pero se mantenía en silencio, con la misma lejanía que había tenido desde aquel día y ahora empezaba a comprender el motivo.

—Hay cuatro años de mi vida que se esfumaron por completo, se han volatilizado de mi cerebro, nunca han existido —declaró mirándola a los ojos—. Y, sin embargo, ese tiempo existió, yo lo pasé de alguna forma, quizá incluso con… alguien.

La súplica en su voz se reflejaba en su mirada.

—Y tú… a pesar de que no puedo recordarte —hizo un alto, su voz bajó de tono como si temiese hacer la pregunta—, siento… siento que has formado parte, de alguna manera mi lobo te reconoce y… por tus palabras es obvio que ha sido así.

La duda, la elucubración, todo se conjuró en su rostro de una manera que estuvo a punto de hacerla llorar otra vez, pero no fue esa la emoción que la envolvió. Sintió rabia, desesperación, se encontró enfadándose con él por no reconocerla, por no recordar quién era y, sobre todo, por no recordar lo que le había prometido.

—¿Cómo has podido olvidarlo? —musitó agobiada por su falta de empatía—. ¿Cómo has podido?

No esperó respuesta, se vistió a toda prisa, se calzó las botas todavía húmedas y se precipitó hacia la puerta de la habitación. Tenía que marcharse de allí antes de derrumbarse por completo. Necesitaba tiempo para ordenar sus ideas, necesitaba distancia, pero la idea de separarse de él la angustiaba de una forma que la asustaba.

Dios, Dan estaba vivo, pero no la recordaba, ni a ella ni a su lobito, decía que no recordaba nada sobre los cuatro años posteriores a la muerte de sus padres. Eso quería decir que no la recordaba a ella, no sabía quién era ni cuando se habían conocido, no era consciente de que se habían enamorado, que él la había reclamado como compañera, que se habían ido a vivir juntos y estaban esperando un hijo cuando se separaron.

—¡Abigail, espera!

Pero no lo hizo, recorrió rápidamente el pasillo, bajó las escaleras de dos en dos y se precipitó a través de la casa hacia la puerta de salida. Tiró del pomo solo para que una fuerte mano la cerrase de golpe impidiéndole salir, su cuerpo le impidió cualquier posibilidad de escape y su agitada respiración resonó en sus oídos.

—No huyas de mí… —le pidió—. Por favor, no te marches así…

Tragó ante la cadencia de sus palabras, el silencioso ruego que encontró en ellas.

—Déjame salir, Dan, por favor.

Incluso pronunciar su nombre dolía, lo hacía tanto cómo escuchar su voz, cómo sentir su palpable presencia envolviéndola.

—No puedo —murmuró con voz ronca, aspirando profundamente su aroma—, no… no puedo dejarte ir… no sé por qué, no lo comprendo, pero ahora que estás aquí, la sola idea de que te vayas… me enloquece.

Se encontró con sus ojos y vio al lobo en ellos, no era el hombre el que hablaba, era la bestia.

—Tu aroma… creo que lo recuerdo —declaró acariciándole el cuello con la nariz—, siempre ha estado ahí, como algo extraño y eludible, pero ahí.

—Dan, por favor…

La miró con hambre, un hambre desnuda y cruda.

—Tengo que besarte, Abigail —gruñó sobre sus labios—, necesito besarte.

Sus labios cayeron sobre los suyos y todo su mundo explosionó, su sabor le devolvió la vida que había perdido al pensarle muerto y no pudo hacer otra cosa que abrazarse a él y responder con el mismo ardor a su necesidad. Gimió al sentirle cerca de ella otra vez, al reconocer el sabor de su boca, la dureza de su cuerpo, pero había algo que no estaba bien, algo que no encajaba, como si a pesar de estar tan cerca el uno del otro hubiese también cierta distancia.

«Él no te recuerda».

Su corazón dio un vuelco, las lágrimas acudieron a sus ojos una vez más mientras sentía como se le encogía el pecho. Le empujó, apartándose de él y sintiéndose traicionada.

—No es justo —musitó mientras sentía sus lágrimas resbalando por sus mejillas.

La nube de pasión que oscurecía sus ojos y mostraba a su lobo más superficial que nunca empezó a desaparecer bajo la conciencia humana.

—Lo siento, yo… no sé qué me ha pasado.

Con piernas todavía temblorosas, dio un paso atrás, se desenredó de sus brazos y miró a su alrededor sin poder dejar de temblar.

—Abby…

—Tengo que irme —se lamió los labios—. Tengo que irme… no puedo… esto no está bien… No…

Empezó a acortar la distancia entre ellos a medida que ella la ampliaba.

—Deja que al menos te lleve hasta el pueblo.

Se estremeció y sacudió la cabeza.

—No es necesario —negó. Necesitaba estar sola para poder pensar y asimilar todo lo que estaba pasando.

—Abigail…

La forma en la que pronunciaba su nombre le daba escalofríos. No lo hacía con la ternura que recordaba, esa manera de arrastrar las vocales que tanto le gustaba. Este hombre no era el Dan que recordaba, en muchos aspectos, no era el hombre que le había dicho se reuniría con ella. Esa inesperada y febril unión no había sido otra cosa que pasión y necesidad, la de un lobo remarcando su reclamo sobre su compañera.

Abrió la puerta y esperó a que él se apartase para dejarla salir.

—Espera… es necesario que hablemos —insistió.

—No hay nada más que decir —pidió y empujó para poder pasar—. Por favor, no lo hagas más difícil.

—Lo siento —murmuró antes de hacerse a un lado y permitirle así salir.

—No tanto como lo lamento yo —musitó al tiempo que se deslizaba a través de la rendija abierta de la puerta y salía de la casa que una vez le había proporcionado una infinita felicidad.

Dan observó cómo se marchaba y tuvo que hacer un dantesco esfuerzo para no salir tras ella. ¿Qué diablos había hecho? Por dios, la había besado como un. Su lobo la había olido y la había querido, para él esa mujer era suya pero el hombre necesitaba más, necesitaba una explicación que había sido incapaz de obtener.