XVII
HECHOS ABOMINABLES Y MISIONES EXITOSAS
La siguiente visita que Miranna y yo hicimos a la casa de campo de Koranis fue cerca ya de la temporada de cosecha. Desde mediados de setiembre y durante todo el mes de octubre se recolectaba y se almacenaba trigo, la cebada, el centeno y la avena; también se recogía la uva para hacer el vino, y la miel y la fruta, incluidas las manzanas del huerto real. Era la época del año más esperada, y culminaba en una semana de celebraciones a final de octubre, con fiestas, bailes, un torneo y una feria.
Mientras avanzábamos por el campo en nuestra calesa, me preguntaba qué pensaría Narian de las festividades que se aproximaban. Dudaba que él se sintiera tan entusiasmado como el resto de la gente del reino, puesto que si era verdad, tal como Semari había dicho, que hasta este momento se había mostrado decepcionado con todo lo que había ido conociendo de Hytanica, era de suponer que miraría con recelo el Festival de la Cosecha. A pesar de ello, no podía evitar albergar esperanzas de que, después de haber tomado parte en la celebración más emocionante del año, se sintiera un poco más impresionado con Hytanica.
Al llegar a la casa de campo, estuvimos charlando con Koranis y Alantonya hasta que Semari salió de la casa para venir a saludarnos con entusiasmo. Su madre aprovechó la circunstancia y se retiró a su casa, pero, antes de hacerlo, nos sugirió que diéramos un paseo y nos recordó que era mejor que no nos acercáramos al río. Koranis también decidió marcharse, seguramente sobrepasado por la incesante charla de las dos chicas; cuando se dirigía a la caballeriza, Tadark fue a su encuentro. Sentí curiosidad por saber qué asunto tenía que tratar mi guardaespaldas con él, así que me alejé de mi hermana y de su amiga y me coloqué en un lugar desde donde poder oír la conversación.
—Creo que esto os pertenece —estaba diciendo Tadark, dándose importancia mientras le ofrecía la daga que Narian había blandido después de mi caída en el río.
—Sí, es mía —afirmó Koranis, asombrado—. Creía que la había perdido. ¿Dónde la habéis encontrado?
—No se había perdido, señor —explicó Tadark con júbilo, pues sabía que estaba a punto de provocarles problemas a Narian y disfrutaba vengándose de la vergüenza que el joven le había hecho pasar—. Se la quité a lord Kyenn la última vez que estuvimos aquí. Se la llevé al capitán de la guardia, pues no sabía que era vuestra.
Koranis miró a Tadark un momento, sin comprender.
—Recuerdo que la tenía cuando salimos a cabalgar, y pensé que se me debía de haber caído. Pero si Kyenn la tenía… —Se ruborizó al comprender lo que había pasado.
—¡Kyenn! —gritó, enojado, dándose la vuelta hacia la casa.
Al cabo de unos minutos y de volver a llamarlo con urgencia, Narian salió por la puerta de la casa. No parecía que sintiera necesidad de darse ninguna prisa, a pesar del tono insistente de su padre.
—¿Cómo te hiciste con mi daga? —preguntó Koranis con frialdad.
—La saqué de su funda —repuso Narian con frialdad.
—¡Entonces, chico, eres un ladrón, y no toleraré que haya un ladrón en mi casa!
Koranis, que había adoptado una actitud severa, se achicó imperceptiblemente bajo los penetrantes ojos azules de Narian, que se clavaron en los suyos. Tadark, cuya estatura era menor que la de los dos hombres, había adoptado una expresión angelical y no reprimió en absoluto el sentimiento de alegría que traslucía su rostro aniñado.
—Quizás unos buenos latigazos te enseñen a tener respeto por lo ajeno. —Koranis pronunció esas palabras más como una propuesta que como una imposición de castigo.
Se hizo un silencio. Incluso Semari y Miranna habían dejado de hablar y miraban a padre e hijo con interés. Por mi parte, no podía apartar la vista de la escena en la que los dos hombres rubios se miraban el uno al otro: la constitución delgada y musculosa de Narian contrastaba con el aspecto sobrealimentado e inquieto de Koranis.
Narian miraba a su padre con una expresión de desdén en los ojos y sin mostrar remordimiento ni preocupación por la amenaza de Koranis.
—En vuestro lugar, no lo intentaría —advirtió en tono casi inaudible.
Koranis dio un pequeño paso hacia atrás y, al hacerlo, se dio cuenta de que todos teníamos nuestra atención puesta en ellos.
—Vuelve a la casa —bramó—. Ya me ocuparé de ti luego.
Narian se encogió de hombros y luego, sin darse prisa, volvió a entrar en la casa.
Koranis, claramente perturbado por la actitud de Narian, se dio la vuelta hacia mi guardaespaldas y dijo con cortesía:
—Gracias por devolverme el arma.
Luego se dirigió a la caballeriza, resoplando, y dejó a Tadark totalmente decepcionado.
Miranna y Semari retomaron rápidamente la conversación. Yo estaba estupefacta por lo que acababa de presenciar. En Hytanica, el padre era el cabeza de familia y ejercía un dominio absoluto sobre su esposa, sus hijos, sus tierras y sus posesiones. Sin embargo, tenía la sensación de que había sido Narian el que había dominado la situación, cosa que resultaba todavía más desconcertante si se tenía en cuenta que el chico no había mostrado ninguna expresión de enojo ni de agresividad. Su actitud había sido la de quien examina a un enemigo. Parecía que quien tenía el poder era él.
Al cabo de poco, Semari, Miranna y yo no seguimos el consejo de Alantonya y volvimos a recorrer el camino que pasaba entre los árboles y que llevaba al río. Halias y Tadark iban detrás de nosotras. Para mi decepción, Narian no nos acompañó. Había aprovechado su presencia en la casa para invitarlo a que lo hiciera, pero él se había limitado a arquear las cejas sin responder, por lo que llegué a la decepcionante conclusión de que ese día no volvería a verlo. Había albergado la esperanza de que la curiosidad lo animara a venir de paseo con nosotras, pero, por otro lado, sospechaba que le resultábamos aburridas y poco interesantes.
En cuanto llegamos al claro adyacente al Recorah, Miranna y Semari salieron corriendo y el sonido de sus risas se desvaneció en cuanto se acercaron al agua. Halias fue con ellas; yo me quedé un poco rezagada, pues prefería disfrutar de las vistas desde una distancia prudencial.
Examiné los alrededores en busca de un lugar sombreado donde pudiera sentarme y vi la retorcida raíz de un viejo roble que sobresalía del suelo. Me dirigí hacia ella y, para mi sorpresa, vi que Narian estaba apoyado en otro roble que se encontraba unos metros a mi izquierda. Llevaba una camisa negra, esta vez con un chaleco de piel, y un pantalón también negro; esos colores le permitían fundirse en la sombra del denso bosque. Al mirarlo, se me ocurrió pensar que la Gran Sacerdotisa también iba vestida completamente de negro cuando la capturamos.
Tadark había visto a Narian y se había pegado a mí. Me di la vuelta hacia él y me esforcé por reprimir la agitación que sentía.
—Si lord Narian está suficientemente relajado para hablar conmigo, tendrás que dejarme un poco de espacio para respirar.
Mi guardaespaldas se mostró indeciso, pero hizo una señal hacia delante para indicar que podía continuar sin él. Eché un vistazo hacia las chicas, que estaban entretenidas recibiendo instrucciones de Halias sobre cómo saltar sobre las rocas, y cambié de dirección para dirigirme despacio hacia Narian. Sabía que no había forma de disimular que deseaba hablar con él. En cuanto me acerqué, él me observó, pero no hizo ningún gesto que indicara que deseara conversar. Así que decidí ir directamente al grano.
—He estado pensando en lo que me dijisteis en mi última visita: sobre lo de protegerme a mí misma.
Me sentía enormemente incómoda por no haber iniciado la conversación con las habituales frases de cortesía, pero intenté que no se me notara.
—Teníais razón. Llegará un día en que mis guardaespaldas no podrán defenderme. Me parecería adecuado aprender a defenderme yo sola.
Esperé a ver cuál era su reacción, pero él continuaba estudiándome. Me aclaré la garganta y continué:
—No se me ocurre a nadie que pueda enseñarme algo así, excepto...vos —terminé, con torpeza.
Asintió con la cabeza, como indicando que comprendía cómo había llegado a esa conclusión, pero su respuesta no fue la que yo esperaba.
—No puedo hacerlo —constató.
—¿Por qué no? —pregunté, llevándome las manos a la cintura, frustrada—. ¿Primero que me decís que debo ser capaz de protegerme yo sola, y luego os negáis a enseñarme? En Cokyria las mujeres saben defenderse. Vos mismo lo dijisteis.
Él sonrió con cierta ironía, era la misma sonrisa que le había visto en el balcón.
—En Cokyria las mujeres llevan pantalón.
Me quedé callada un momento y, poco a poco, comprendí.
—¿Queréis que…, que lleve pantalón?
—Solamente si queréis aprender defensa personal —respondió, y arqueó una ceja ligeramente. Me pareció que me estaba lanzando un reto.
—Entonces lo haré.
Esperé que me ofreciera un pantalón, pero no dijo nada. Por el brillo de sus ojos increíblemente azules me di cuenta de que sabía exactamente lo que yo estaba pensando, pero que no tenía intención de darme nada a no ser que se lo pidiera. Y yo no iba a hacerlo.
—Cuando vuelva, la próxima vez —dije, obstinada—, traeré pantalón.
En ese momento no sabía cómo podría cumplir con mi palabra, pero no me importaba. No le daría la satisfacción de oír cómo una princesa le pedía prestado un pantalón.
♥ ♥ ♥
Volvimos a palacio mientras el cielo empezaba a teñirse con los tonos de la puesta de sol. Recorrimos despacio el camino de patio y entramos por las grandes puertas del vestíbulo principal. Empecé a subir por el brazo izquierdo de las escaleras creyendo que Miranna me seguiría, pero ella me comentó que prefería ir a pasear por el jardín, pues sentía los miembros entumecidos por el viaje en la calesa.
Dudé un momento si ir con ella o no, pero entonces oí una puerta que se abría y se cerraba, y el sonido de unos pasos. Miré hacia abajo y vi que Steldor salía de la sala de la guardia, que quedaba a la derecha de la escalera, desde donde se podía ir al despacho de Cannan. No quería que me viera, así que me apresuré a subir las escaleras hasta el rellano, donde me esperaba Tadark. Steldor se quedó un momento en la entrada y luego se dirigió hacia donde estaba Miranna: no pensaba unirme a ellos. Finalmente, me encaminé hacia la biblioteca.
—¿No vais a llevar pantalón, verdad? —preguntó Tadark cuando llegamos.
Era evidente que había escuchado, por lo menos, parte de mi conversación con Narian; temí que le comentase mi plan al capitán de la guardia cuando tuviera que informarle de nuevo, y que Cannan le confiara la información a mi padre. Eso pondría fin a la posibilidad de conseguir un pantalón, lo cual me haría quedar como una tonta delante de Narian, por no hablar de que no podría aprender defensa personal. Había llegado el momento de refrescarle la memoria a Tadark acerca de algo que no había vuelto a mencionar desde el día del picnic.
—Sí, lo llevaré —le afirmé—. Y tú no vas a decir ni una palabra de esto…a nadie.
—No es apropiado que una princesa lleve ropa de hombre —dijo.
—Tu opinión no es relevante, Tadark, y ni el capitán ni mi padre van a saber nada de esto —declaré, preparada para dar el golpe definitivo—; de lo contrario, me veré obligada a informar de tus errores de juicio cuando Miranna se hizo daño durante el picnic.
Tadark palideció. Sentí un inmenso placer al darme cuenta de que me había asegurado de que cooperara.
—Bien —farfulló, y cruzó los brazos sobre el pecho.
Me sentía orgullosa de mí misma, así que empecé a pensar en cómo conseguir un pantalón. Necesitaba que alguien me ayudara y, finalmente, decidí ir a buscar a Miranna al jardín. Salí de la biblioteca, bajé por la escalera de caracol y me dirigí hacia la salida trasera del palacio. Tadark sujetó las puertas para que pasara. Salí y seguí con la mirada la hilera de antorchas y vi que Halias se encontraba apoyado en una pared, no muy lejos de donde me encontraba; su postura me recordó a London.
—¿Dónde está Mira? —pregunté, pues normalmente él siempre caminaba a su lado.
—Está al lado de esa fuente —dijo, sonriendo y señalando hacia el camino que quedaba exactamente delante de mí.
Me di la vuelta para acercarme a la fuente, pero en ese momento me di cuenta de que Miranna no estaba sola. Me daba la espalda, pero por encima del hombro vi claramente el rostro arrogante e increíblemente atractivo de Steldor. Era casi quince centímetros más alto que mi hermana, y por la expresión de su rostro supe que se había dado cuenta de mi presencia antes que Mira. Estaba flirteando abiertamente con ella, igual que había hecho durante el picnic, cuando había intentado vengarse de mí después de que lo rechazara. Steldor me miró con ojos encendidos, me dirigió una sonrisa burlona e hizo una cosa que nunca le creí capaz de hacer: pasó un brazo alrededor de la cintura de mi hermana, llevó la otra mano a la parte superior de su espalda y le dio un largo beso en los labios.
Me sentí tan atónita que fui incapaz de reaccionar. Entonces Steldor se separó de ella y Miranna se tambaleó un poco, abrumada por ese gesto romántico, pero él se alejó de ella sin ninguna consideración.
—Princesa —murmuró pasando por mi lado con aire arrogante.
El tono de su voz al pronunciar esa única palabra mostraba lo irritantemente satisfecho que estaba consigo mismo. Cuando se alejó de ella, Miranna se dio la vuelta, confusa, sin comprender ese abrupto cambio de actitud. Sin duda, percibía mi enojo; pero yo estaba enfadada con Steldor, no con ella. Me acerqué sin decir nada y sin mostrarme furiosa. Ella miró a su alrededor con inquietud y dio un paso hacia atrás.
—Alera —exclamó, llevándose las manos al rostro—. ¿Cuándo has…?
—He visto el beso —dije simplemente, para evitar que tuviera que terminar de hacer la pregunta.
No podía estar enojada con ella, pues mi hermana no había podido hacer nada para evitar el reprobable comportamiento de Steldor. Además, igual que casi todas las chicas del reino, estaba un poco enamorada de él, así que recibir un beso del chico que le gustaba sin duda había sido emocionante. Pero ahora se encontraba al borde del llanto.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! Ha sido una niñería haber flirteado con él. Estoy segura de que le he forzado a que tuviera una impresión equivocada. Steldor es tuyo…, no tenía ningún derecho a besarlo, y tú tienes todo el derecho a estar enojada conmigo.
Parecía que mi hermana ignoraba el verdadero motivo por el que Steldor la había besado, y se culpaba a sí misma por ello.
—No pasa nada, Mira. —Intenté que no continuara ofreciendo unas disculpas innecesarias—. Steldor no es mío, y nunca he tenido el deseo de que fuera mío. Él puede besar a quien quiera, igual que tú. No tienes motivos para sentirte culpable.
Ella meneó la cabeza.
—Me siento terriblemente mal, Alera. ¿Puedo hacer alguna cosa para enmendarlo?
—Te vuelvo a decir que no estoy enojada contigo —le dije con sinceridad —Pero… —me interrumpí, pensando en cuál sería la mejor manera de decir lo que pensaba— sí hay una cosa que puedes hacer.
—¿Qué? Haré cualquier cosa. Pero perdóname de todo corazón.
—Mira, te perdono —dije impacientándome. Luego anuncié—: Necesito un pantalón.
—¿Un pantalón? —repitió. Parecía tan asombrada que, por un momento, se olvidó de su sentimiento de culpa por el incidente con Steldor—. ¿Para qué?
—Narian va a enseñarme técnicas básicas de defensa personal —dije, pensando que la sinceridad era la mejor estrategia—. Me dijo que solo lo haría si llevaba pantalón. Por eso necesito tu ayuda.
—¿Va a enseñarte… a defenderte? Pero para eso tenemos guardaespaldas, ¿no?
Estuve a punto de reírme al darme cuenta de lo parecida que era la observación de mi hermana a la que yo le solté a Narian durante nuestra primera visita a la casa de campo de Koranis.
—¿Vas a ayudarme o no? —Sabía que entrar en los detalles no era importante para que ella tomara una decisión y que sólo conseguiría aplazar su respuesta.
—Por supuesto que te ayudaré —dijo inmediatamente, tal como había esperado.
—Bien.
Miré hacia nuestros guardaespaldas para asegurarme de que no nos pudieran oír y luego hice que Miranna se sentara en uno de los bancos del jardín.
—Ahora, la cuestión es cómo conseguirlo. Podríamos probar en la lavandería, pero dudo que ninguno de los pantalones de nuestros guardias o de nuestros sirvientes sean de mi medida, y estoy segura que los de padre tampoco.
—Quizá podríamos cogérselo a Tadark —sugirió Miranna con inocencia—. Creo que su pantalón sería el que se acercaría más a tu medida.
—Pero ¿cómo se lo quitaríamos? —Me ruboricé inmediatamente al darme cuenta de lo escandaloso que era lo que acababa de decir.
Miranna me miró un momento y también se ruborizó. Entonces las dos nos pusimos a reír y toda la tensión anterior se esfumó.
—Creo, hermana —dijo finalmente Miranna—, que lo sensato sería que, simplemente, compraras uno.
—Sí, esa sería la mejor manera. Pero ¿cómo lo haremos? A nadie le parecerá adecuado vender un pantalón a una princesa, y no creo que podamos engañar a Halias y a Tadark durante mucho tiempo.
Miranna se retorció un mechón de pelo mientras pensaba en lo que acababa de decir. Luego sonrió:
—¡Enviaremos a alguien a que lo compre en nuestro lugar!
—¿A quién?
—No lo sé…, pero hay muchos jóvenes en el mercado que estarían más que dispuestos a ganar un poco de dinero extra comprando algo para nosotras. Solo faltan tres días…
Asentí con la cabeza, impresionada por la sencillez y la brillantez de la idea de mi hermana y, al mismo tiempo, un poco avergonzada de que no se me hubiera ocurrido a mí.
♥ ♥ ♥
Los días siguientes transcurrieron muy lentamente. Miranna se mostraba extremadamente atenta conmigo a pesar de que no paraba de repetirle de que no estaba enojada con ella. Juntas elaboramos un plan para conseguir un pantalón sin que nadie sospechara lo que estábamos haciendo. Cuando llegó el día de mercado, estábamos listas para poner en marcha nuestro plan. Como siempre, nos vestimos como aldeanas para no llamar la atención entre la multitud y salimos de palacio antes de mediodía. Nuestros guardaespaldas tampoco llevaban uniforme y caminaban detrás de nosotras dándonos libertad, seguramente gracias a Halias que debía de estar conteniendo a Tadark todo el rato.
Miranna, que tenía una increíble habilidad para detectar a cualquier joven a la distancia, iba observando a la gente para dar con un chico que pudiera desempeñar el papel más importante de nuestro plan: el del comprador del pantalón. Necesitábamos que fuera alguien con quien pudiéramos hablar sin levantar las sospechas de nuestros guardaespaldas. Por desgracia no teníamos costumbre de relacionarnos con quienes se encontraban fuera de nuestro círculo más próximo de hombres y de mujeres de la alta clase. Dos princesas charlando con un chico del mercado era algo muy extraño.
Entonces Miranna, que iba de mi lado, reprimió una exclamación y me sujetó por el brazo para que me detuviera.
—¿Qué sucede? —pregunté, ansiosa, pensando que habría localizado a nuestra presa.
—Mira —dijo, indicando hacia un lado con un gesto de cabeza—. Son Steldor y sus amigos.
Miré en la dirección que me indicaba y vi a Steldor, que era el más alto y el más guapo del grupo, y el que tenía algo que atraía todas las miradas. Observé a sus amigos y me di cuenta de que Barid y Devan se encontraban cada uno a un lado de un joven que llevaba la túnica dorada de la guardia de la ciudad. Steldor y Galen tenían una presencia imponente, pues iban vestidos con los jubones negros militares que los distinguían como comandantes de campo. El joven guardia tenía que esforzarse para ofrecer una imagen valerosa. Steldor se encontraba delante del chico y, con una desagradable sonrisa, le daba unos golpecitos en el hombro de una forma que hacía evidente que lo que le estaba diciendo, fuera lo que fuera, no era agradable. Al cabo de un momento, los cuatro chicos se echaron a reír y Galen le dio una palmada a Steldor en la espalda, como felicitándolo por un ingenioso insulto, mientras el guardia se ruborizaba de resentimiento y humillación.
Tomé a Miranna de la mano y nos apartamos un poco del gentío para continuar mirando la escena con una fascinación desagradable. A unos setenta metros de nosotras, Galen empujó suavemente a Steldor, dio un paso hacia delante y pasó un brazo por encima del hombro del chico con un gesto de falsa amistad. Dijo algo que suscitó unas cuantas carcajadas de sus compinches e incluso se atrevió a darle al guardia unas palmadas en la mejilla. Después empezó a señalar la daga que el joven llevaba en el cinturón, seguramente criticándola, y luego la desenfundó, con lo que le desarmó para humillarlo todavía más.
El guardia intentó recuperar el cuchillo, pero Galen se lo lanzó a Steldor, que lo atrapó e hizo que diera vueltas con una mano. El joven se soltó de Galen y se lanzó a Steldor para intentar recuperar su arma de nuevo, pero este la mantuvo fuera de su alcance y se rió de los vanos intentos de su víctima.
Fue entonces cuando el hijo del capitán se dio cuenta de nuestra presencia, así como de la de Halias, que había empezado a caminar hacia el grupo para acabar con esa diversión. Sin decir una palabra, ofreció la daga al guardia de la ciudad y su sonrisa de burla adquirió una expresión petulante, expresión que yo conocía demasiado bien. El guardia tomó y enfundó rápidamente su daga sin dejar de mirar a los dos comandantes de armas con desconfianza. Steldor hizo una señal a sus tres amigos y todos empezaron a alejarse del joven al que habían ridiculizado. Mientras lo hacían, se dio la vuelta y se inclinó un poco hacía delante, en un gesto irónico que indicaba que debíamos estar aplaudiendo el espectáculo.
—¡Oh, es increíble! —exclamé, con ganas de empezar a soltar un sermón.
—Sí, lo es —me interrumpió Miranna—. Pero creo que sé quién es la persona que necesitamos.
Señaló en dirección a los cuatro desagradables amigos que acababan de mostrarse despreciables, y vi que Temerson estaba con ellos. Parecía especialmente nervioso, como si esperara ser el próximo objetivo, pero se tranquilizó de inmediato al ver que el grupo pasaba de largo.
Miranna se arregló el pelo, me tomó de la mano y me obligó a seguirla. Pasamos al lado de Halias, a quien le dirigí una sonrisa de agradecimiento. Él asintió con la cabeza.
Temerson estaba de espaldas a nosotras, y cuando Miranna le dio un golpecito en el hombro, se sobresaltó.
—Prin…, princesa —tartamudeó. Al verme a mí, añadió—: …sas. ¿Qué estáis haciendo aquí?
Miranna sonrió al ver la azorada reacción del chico.
—Vamos de compras —dijo, en tono burlón.
Él se ruborizó al darse cuenta de lo absurdo de su pregunta.
—Sí, claro, ¿qué, si no, podríais estar haciendo aquí? Sólo quería decir que…, pues…, bueno…, que ¿qué hacíais aquí… hablando conmigo? —tartamudeó, como si se le enredara la lengua cuando intentaba aclarar sus pensamientos.
—¿Porque somos amigos? —respondió Miranna, en un tono tan dulce y amable que tuve que apartar la mirada para no reír.
—Yo…, esto…, yo…, eh…, quiero decir… De acuerdo.
—Me alegro de que haya quedado claro —dijo ella—. Me temo que no tenemos mucho tiempo para hablar, pero ¿puedo pediros un favor?
Temerson asintió vigorosamente con la cabeza.
—¡Sí, cualquier cosa! —exclamó, pronunciando una frase entera por fin.
Miranna le puso una mano en el brazo y se inclinó hacia él para hablarle en susurros, por si Halias o Tadark pudieran estar escuchando. Cuando terminó, se apartó de él y ladeó la cabeza.
—¿De verdad?
—De verdad.
Aunque la petición de Miranna era poco ortodoxa, estaba segura de que Temerson aceptaría, aunque solo fuera en agradecimiento por no haber confesado la verdadera causa de sus heridas durante el picnic.
—Si eso es lo que deseáis… —dijo, confundido.
—Sí, gracias. Te agradeceríamos que no le contaras a nadie esto —insistió Mira, mientras le depositaba disimuladamente un pequeño saquito con dinero en la mano—. El pantalón es para un amigo que tiene tu altura, pero es de complexión muy delgada. Tenemos que irnos, pero puedes traerlo a palacio luego, o mañana…
—¿Al pal…, palacio? ¿Yo? ¿Yo solo? —Temerson se mostró alarmado.
—No pasa nada —lo tranquilizó Miranna—. Di que vienes a verme… Les diré a los guardias que te espero.
Temerson asintió con la cabeza, inseguro, y murmuró:
—Lo haré.
Pero no quedó claro si nos lo dijo a nosotras o a sí mismo.
A pesar de lo temeroso que se había mostrado ante esa tarea, al fin consiguió hacerlo. Al cabo de menos de dos horas, mientras me encontraba sentada en el sofá de mi sala jugando al ajedrez con Tadark, que se había instalado en un sillón delante de mí, Miranna entró corriendo sin llamar a la puerta.
Llevaba un paquete marrón en la mano y sonreía con picardía. Halias entró detrás de ella, completamente perplejo por su estado de ánimo.
Me puse en pie sin hacer caso del gemido de Tadark, que acababa de darse cuenta de que mi último movimiento en el tablero lo había derrotado. Miranna y yo entramos en mi dormitorio. Nos sentamos sobre la cama y ella desató los cordeles que envolvían el paquete. Mira, con las mejillas encendidas y del mismo color que la flor, cogió la rosa y se la acercó a la nariz para oler su fragancia.
—Supongo que «de acuerdo» no era indicación suficiente de que desea ser tu amigo —dije, contenta, pues sabía lo mucho que ese simple gesto de Temerson significaba para mi hermana. Era dulce y romántico, y Miranna le estaría hablando a Semari de eso durante semanas.
Metí la mano en el paquete y saqué lo que contenía: el pantalón. Estaba hecho de una lana fina de un color marrón oscuro, y era rugoso y basto al tacto. Me puse en pie y me lo acerqué a la cintura: el pantalón me llegaba casi a los tobillos.
—El largo se puede solucionar —observó Miranna—. Pero tendremos que entrar la cintura de alguna forma. —Me dirigió una sonrisa—. Bueno, ¿quieres probártelo?
Asentí con la cabeza, ansiosa, y Miranna me ayudó a desabrocharme el vestido.