Capítulo 3

 

Cinco horas antes.

 

El rumor de las olas me devuelve poco a poco a la consciencia. Tengo los párpados pesados, y una brisa fría me eriza la piel de los brazos. Cuando me remuevo, incómodo, las piedras se me clavan en la espalda. Creo que nos hemos dormido en la playa, y me cuesta un poco acordarme de todo lo que pasó anoche. Recuerdo a Chris debajo de mí, mirándome como si estuviera hipnotizado y yo fuera un ser de otro mundo, también recuerdo que no me importó dónde estábamos, nos besamos, y le hice el amor sobre las piedras, estrechándole entre mis brazos como si no hubiera a haber un mañana, exprimiendo el sabor de su boca con desespero. No sé en qué momento cerré los ojos y me dejé mecer por el sonido del oleaje, lo que sí sé es que Chris me rodeaba con los brazos, y ahora, al abrir los ojos y no encontrarle a mi lado un vacío frío se me abre en el estómago.

¿Le habrá ocurrido algo?

Cuando intento ponerme en pie el mundo se desestabiliza. Me siento mareado y somnoliento, y los pensamientos se arrastran pesados en mi cabeza, así que me quedo sentado unos instantes. «Calma», me digo, «habrá ido a por algo a un chiringuito». Pero apenas está amaneciendo, no estoy seguro de que haya nada abierto. Me paso las manos por el rostro y trato de despejarme antes de ponerme en pie despacio y mirar a mi alrededor.

La playa está desierta, y esa sensación fría y amarga en mi pecho se revuelve como un mal presagio. Busco el móvil en mis bolsillos, pero recuerdo que anoche salí del hotel sin él.

—Joder… Chris, ¿dónde demonios te has metido?

Me acerco a la balaustrada de piedra y cruzo, echando un vistazo al paseo. Las aceras están vacías, no hay nadie por la calle, y los bares y pubs deben llevar horas cerrados. Trago saliva con fuerza, intentando mover el nudo que se me está haciendo en la garganta. Me siento inquieto, como si no hubiera acabado de despertar de una pesadilla angustiosa, pero estoy bastante seguro de que estoy despierto a pesar de la sensación embotada en mi mente.

«No tiene por qué haber pasado nada», trato de calmarme, pero en mi cabeza están sucediéndose escenarios dignos de CSI. Secuestros, robos, asesinatos… lo que más me cuesta concebir es que Draven me haya dejado tirado en la playa, por muy borracho que estuviera, pero ninguna de las terribles opciones que se me ocurren me tranquiliza. Estoy nervioso, pero trato de mantener la calma. Lo mejor será que vuelva al hotel, coja el móvil y le llame antes de entrar en pánico o acudir a la policía. Puede que se levantase en mitad de la madrugada y fuera a buscar algo de comer y se haya perdido, o se haya quedado dormido en algún banco. No sería la primera vez. Si cuando está sobrio las cosas le dan igual, borracho es la personificación del pasotismo.

Con esa idea tratando de tranquilizar mi agitada mente emprendo el camino de vuelta al hotel. Todo está en silencio y sopla una brisa fresca que me eriza la piel. Aprieto el paso mientras subo por las calles empedradas, con el corazón latiéndome angustiado en el pecho.

«No es nada. Seguro que luego nos reímos de esto».

En el hotel, la recepción sigue cerrada. Intento no hacer mucho ruido al cerrar la puerta y subo a nuestra habitación. Al abrir me doy cuenta de que la llave no está echada, y empujo la puerta despacio. Al otro lado está oscuro, las ventanas están cerradas y las cortinas echadas, afuera el cielo apenas está clareando. Hay ropa en el suelo, la camiseta de Draven, sus botas tiradas de cualquier manera.

Tomo aire y enciendo la luz.

El frío se abre en mi pecho y se cierra en mi garganta. Toda mi inquietud se convierte en un puñal, ya conocido, que se me clava con firmeza en el estómago cuando la escena se dibuja ante mí, clara e innegable.

Draven duerme desnudo sobre la cama y una de las chicas con las que nos encontramos anoche está abrazada a su espalda, también desnuda. La ropa se esparce en el suelo como los cadáveres de una batalla: el sostén pende de uno de los barrotes de la cama, una falda arrugada se enreda entre los pantalones de Draven junto al sillón. Ambos respiran lenta y pesadamente. Ella tiene las uñas pintadas de rojo y reconozco su pelo y sus facciones aún de lejos: es Noelia. Él tiene marcas de barra de labios en el hombro. Un escalofrío me recorre la espalda y empiezo a sentir náuseas.

La escena parece irreal, encajada a la fuerza delante de mis ojos. No puedo asimilarla. No la entiendo. Pero antes de entenderla, me apuñala.

Está volviendo a pasar. Dios, está volviendo a pasar.

Es como una pesadilla de la que quiero huir. Ese frío lleno de amargura me alcanza las venas, y hasta me congela la voz… ni siquiera quiero gritarles, ni despertarles. El tiempo se ha detenido en un segundo agónico.

Esto no está ocurriendo. No es posible.

Pero lo es. Me lo digo a mí mismo, casi con ganas de abofetearme. Evan, espabila. Esto es cierto, ha sucedido y no puedes cambiarlo.

Ojalá pudiera. Ojalá al cerrar los ojos me diera cuenta de que solo estoy soñando, pero no es así. Algo dentro de mí se niega a aceptarlo, intenta buscar explicaciones, pero duele, y la evidencia está ante mis ojos, ni siquiera puedo inventar excusas que lo justifiquen.

Aparto la mirada, incapaz de soportarlo más. Cojo mi teléfono de la mesita y apago la luz, saliendo de la habitación despacio, con cuidado para no despertarles. Al llegar al pasillo me apoyo en la puerta, mareado, e intento hacer llegar el oxígeno a los pulmones.

Ha vuelto a pasar.

No, en realidad nunca me ha pasado nada así, en realidad nunca había entregado tanto como para sentir que mi alma se deshilachaba cuando llegaba el momento fatídico en el que la venda se caía de mis ojos. Es como si un vacío se abriera en mi pecho y se tragase mi alma.  Parece que estoy condenado a esto, a golpearme contra el mismo muro, a no poder asir algo auténtico sin que se deshaga entre mis dedos. Aunque cierre los ojos, la imagen que hay tras la puerta se ha quedado grabada en mi retina… veo su pelo colgando desde la cama, las piernas de ella enredadas en las suyas, los dos cuerpos sobre las sábanas revueltas, en la cama que hemos compartido. El carmín manchando su piel.

¿Cómo ha podido pasar esto?

No lo entiendo, pero no tengo que entenderlo. ¿Qué hay que entender cuando has pillado a tu novio en la cama con otra persona? Una voz insidiosa me dice que ya lo sabía, que solo era cuestión de tiempo, que me he engañado a mí mismo como un imbécil. Era imposible que algo así pudiera salir bien, pero incluso ahora, con esas voces retumbando en mis sienes, hay algo que sigue impidiéndome creer en lo que he visto.

¿Cómo es posible?

Aprieto los dientes con fuerza y me trago las lágrimas. No voy a darle a nadie el triunfo de verme llorar ni de perder los nervios, pero se me hace difícil. Los dedos me tiemblan cuando salgo del hotel. La luz del amanecer tiñe el cielo de rosado, pero ni siquiera veo las calles y por un largo rato vago perdido, callejeando, hasta que mis pies se detienen ante uno de los puestos vacíos que esperan a los comerciantes cerca de la plaza.

Es el puesto de Matt. Aún no hay nadie, la estructura de madera permanece vacía. Es la única persona a la que conozco aquí, y la única que podrá comprender lo que ocurre, pero si Draven y esa zorra no estuvieran ocupando la cama, estaría haciendo las maletas para marcharme.

La gente comienza a salir a la calle, y algunos me miran de reojo al pasar por mi lado. No me he cambiado de ropa, y no sé qué aspecto tengo, pero supongo que debo parecer un yonki o algo así. Odio ofrecer esta imagen, pero ahora mismo es lo último que me importa, así que cierro los ojos y apoyo la cabeza en el portal.

La escena vuelve a mí y me hace apretar los párpados. Me encojo cuando comienza a dolerme el estómago. Me siento enfermo y sigo teniendo frío aunque el sol ya esté saliendo.

—¿Evan?

Cuando abro los ojos me encuentro con los de Matt, mirándome preocupado, de cuclillas ante mí.

—¿Te encuentras bien? ¿Qué te ha pasado?

—No lo sé…

—¿Cómo que no lo sabes?

—Anoche estaba con Chris… me dormí con él en la playa, y esta mañana…

—¿En la playa? ¿No está Chris contigo?

—No. Me he despertado solo.

—Pero si anoche le llevamos Noelia y yo al hotel... estaba muy borracho, por eso le tuvimos que acompañar. Dijo que tú estabas allí esperándole.

—¿Noelia y tú?

—Sí. Ella le ayudó a subir a la habitación.

—Pues se quedó con él.

Matt me mira sorprendido, y de pronto parece entender. Me agarra la mano y me la estrecha, tirando con suavidad para ayudarme a levantarme.

—Vale… ya veo. Mira, vamos a mi casa a tomar un café y me cuentas qué ha sucedido ¿quieres? Puede que le encontremos una explicación.

Asiento. No tengo otro sitio al que ir, y además, estoy cansado. La angustia está creciendo en mi estómago. Es como si todo temblara, igual que un terremoto pero que nace desde dentro de mí. Necesito poner mis ideas en orden, y reunir fuerzas para volver al hotel y… hacer mis maletas para largarme.

Eso es lo que debería hacer, largarme y olvidar que nada de esto ha pasado, convencerme de que el último año ha sido un sueño. Seguir con mi vida como siempre he hecho.

 

***

 

Vale. Es mediodía y hay una tía conmigo en la cama.

Una vez he asimilado esta escena tan dantesca, mi cabeza se pone a funcionar a toda hostia. Lo primero: cerrar con llave. Evan no está aquí, y no voy a dejar que entre. Ni que ella salga. De aquí no se mueve nadie hasta que yo tenga claro lo que ha pasado.

Lo segundo es encerrarme en el baño y hacer una revisión de desperfectos. Se me va helando la sangre en las venas cuando veo que tengo marcas de pintalabios por todas partes. Por todas. Antes de meterme en la ducha, cojo el móvil e intento llamar a Evan, pero no hay forma. Cinco intentos sin respuesta.

Evan no es como yo, él siempre lleva el teléfono y siempre contesta.

¿Y si ha venido? ¿Y si ha visto esto? Dios.

—Mierda. Mierda, mierda, mierda.

Descargo un puñetazo contra el espejo, controlando la fuerza, o al menos intentándolo. Mi cabeza es un avispero, tengo algo parecido a una resaca demasiado fuerte y no sé cómo salir de este infierno. Me meto en la ducha y me quito los restos de carmín, frotándome con las manos mientras trato de recordar algo, lo que sea. Pero no hay nada en mi cabeza, nada que pueda relacionar con esto. ¿Por qué no me acuerdo de nada?

Sé que estuvimos en la playa. Sé que Evan estaba inquieto. Sé que nos besamos. Sé que lo hicimos en las piedras, lo sé, recuerdo su pelo y sus ojos, y su cuerpo, y que no me importaba una mierda nada de lo que había alrededor, y después, oscuridad. Ya no hay más memoria.

Entonces, ¿de dónde coño ha salido Noelia? ¿En qué momento entra ella en la ecuación? No lo sé, pero lo voy a descubrir.

Termino de asearme con furia, estoy de los nervios. Cuando salgo de la ducha, con la toalla en la cintura, voy directamente hacia ella y la agarro del brazo. Se despierta sobresaltada.

—¿Qué…? ¿Qué pasa?

Sus tetas se agitan cuando la arrastro bruscamente fuera de la cama y suelta un gritito.

—¡Cállate! No levantes la voz. —Ella me mira asustada. Sé que estoy siendo amenazante. No sé qué coño está viendo en mi cara para que la suya muestre tanto miedo, pero me alegro. Así será más fácil—. Dime qué ha pasado.

—¿Cómo…?

—¡Déjate de juegos! —siseo agarrándola de los brazos y zarandeándola—. Quiero saber qué coño ha pasado. ¿Cómo has llegado aquí? ¿Qué hemos hecho?

—¡¿Qué?!… joder, Chris, me estás haciendo daño.

—Y más te voy a hacer si no empiezas a hablar. Mira, bonita, cuando alguien me jode no distingo entre sexo, raza ni religión. Así que no descarto calentarte la cara si no me das respuestas. Y nada de mentiras, ¿entendido?

Ella palidece.

—Te… te encontramos cerca del muelle… querías ir al hotel… estabas muy borracho y tuvimos que traerte…

—¿Tú y quién más?

—Matt y yo. Te encontramos y… —La zarandeo de nuevo y ella cierra los ojos con fuerza—. ¡Joder, ya vale! ¡Estás loco, joder!

—¿Qué hacías tú con Matt? ¿Dónde estaba Evan?

—¡Yo que sé! ¡No sé dónde estaba Evan, subimos a la habitación y tú me dijiste que me quedara! ¡Luego me empezaste a besar y ya sabes el resto, maldita sea! Yo también estaba borracha.

—No sé el resto. ¿Hemos follado?

—¿Tú qué crees? —suelta mirándome con orgullo herido.

—Creo que no.

—Pues sí. Hemos follado.

Señala sobre la mesita, donde hay un condón usado. Y bien usado. De nuevo la sangre se me convierte en escarcha. Me lamo los labios, respirando entrecortadamente, y al final suelto a la chica.

—Vístete y vete de aquí, pero cagando hostias, ¿entiendes?

—Vete a la mierda, cabrón. Estás pirado.

Noelia está llorando. No me importa, no me importa nada en absoluto. Se viste a toda prisa y sale de la habitación casi corriendo. Cuando se ha ido, cierro con llave otra vez y me siento en la cama, pasándome los dedos por el pelo y sujetándome la cabeza, con los codos apoyados en las rodillas, intentando… intentando… no sé.

«Me empezaste a besar».

Esto no puede ser. No puede ser.

«Pues sí. Hemos follado».

Es imposible. No me lo creo. Es imposible, joder. Yo jamás he hecho nada como esto, nunca. Por muy borracho que estuviera, nunca he hecho algo que no quisiera, ¿ok? Puede que estando muy bebido haya exagerado algunas cosas, o haya dado pasos que habitualmente no me atrevo a dar, como lo de besar a Evan en aquella fiesta. Pero nunca me he despertado por la mañana arrepintiéndome. Nunca he perdido el control hasta el punto de hacer algo que realmente no desee en absoluto. Y estoy seguro de que nunca, jamás, ni un solo momento he querido acostarme con Noelia.

Esto no es propio de mí. No es propio de mí.

Quiero destrozar la puta habitación, pero las cosas de Evan están aquí y…

Dios. Evan.

Busco el teléfono con desesperación hasta que recuerdo que lo he dejado en el baño. Vuelvo a marcar su número pero ahora está apagado o fuera de cobertura. No me jodas. Me quito la toalla y me visto a toda prisa, sin fijarme siquiera en la ropa que cojo. Luego salgo de la habitación, tengo que encontrarle. Antes de abandonar el hotel, hablo con la mujer de la recepción. Le pregunto si ella estaba aquí anoche, y me dice que no.

—Las noches las hace mi hijo —me responde—. ¿Sucede algo?

—Mi compañero no está, no sé si le ha visto…

—Ah, el joven del pelo negro. Esta mañana salió muy temprano.

Cuando dice eso, se me abre el suelo bajo los pies.

Evan ha estado aquí. Lo ha visto todo.

Esta vez el vértigo no es una emoción agradable. El mareo y la angustia y una sensación de frío me hacen palidecer. Es como estar jodidamente enfermo.

Nunca he sufrido así por nadie, nunca. Y es una mierda, lo odio.

—Gracias. Voy a ver si le encuentro.

—Claro. Que tenga buen día.

Buen día, dice. Buen día los cojones.

 

***

 

En la casa de Matt encuentro una pulcritud familiar. Está cerca de su puesto, y es una pequeña casa de pueblo de dos plantas, de paredes encaladas y tejado de cerámica roja. Hay cortinas con cuentas de colores en las ventanas, tapices con mandalas en las paredes, entre posters de viejos grupos musicales y películas clásicas, y todo está limpio y ordenado. El suelo es de barro cocido, y los muebles, de madera lacada en blanco. Huele a lavanda. Todo este orden me hace sentir un tanto reconfortado.

—El baño está ahí. —Matt señala una de las puertas de madera—. Hay toallas limpias, puedes darte una ducha si quieres, seguro que te ayuda. Mientras, prepararé el desayuno.

—No es necesario, Matt. No tengo hambre.

—Lo decides cuando salgas y te relajes, seguro que te hace sentir mejor.

Asiento y me meto en el baño. Las baldosas blancas no tienen una sola mota de polvo. Hay un pequeño plato con jabones perfumados al lado de la pila de mármol, y una bañera con pies de cobre. Me tomo un rato mirándome al espejo. Tengo ojeras, y el maquillaje se me ha emborronado en los ojos… parezco una especie de muerto alzado y mi expresión no se aleja demasiado de la de un fantasma.

—¿Cómo no lo has visto venir, Evan? —murmuro. Los ojos se me empañan y tomo aire con fuerza, frotándome el rostro. Los tengo enrojecidos, pero no pienso llorar, así que trago con fuerza y me desnudo, dejando la ropa plegada sobre el banco de mármol.

El chorro de agua hirviendo apenas alivia el frío que parece haberse encostrado en mi interior. Es como una pulsación, profunda y dolorosa, que se extiende hasta mis dedos cuando mis pensamientos vuelven sobre la imagen de Draven en la cama. Se me ahoga la respiración, pero me mantengo bajo el chorro un rato, hasta que la piel se me enrojece y no puedo aguantarlo más.

Salgo con el pelo mojado y la cara limpia. Matt está sentado en uno de los sofás blancos del comedor, sobre la mesita auxiliar hay zumo de naranja recién exprimido, café caliente, tostadas y bollos, también una tetera y una cajita con infusiones. No quiero ser descortés con él, pero la visión de la comida me provoca ganas de vomitar. Me siento mareado y enfermo, aún después de salir de la ducha.

—Ven, siéntate. ¿Prefieres café o té?

—Café, por favor.

Me siento a su lado en el sofá mientras me sirve el café y la leche caliente de dos pequeñas jarritas, también blancas. Todo parece muy limpio en esta casa, y eso me gusta, es como un entorno seguro.

—¿Te encuentras mejor?

—La verdad es que no…

—¿Quieres contarme lo que ha sucedido?

La taza me tiembla entre los dedos cuando la agarro. La aprieto entre mis manos, hasta que el contenido me quema, pero la mantengo ahí aunque me haga daño. Necesito centrarme, tomar algo de distancia para no echarme a llorar en cuanto verbalice lo que he visto en el hotel. Matt no me apremia, coge una tostada y la unta en mantequilla mientras espera.

—¿No tienes que trabajar…? —pregunto con la voz más ahogada de lo que me gustaría.

—Soy dueño de mi tiempo, no te preocupes.

Trago saliva, y tomo un sorbo del café. Mis tripas se quejan al instante, aún me duele el estómago, así que dejo la taza sobre la mesa y froto las palmas enrojecidas de mis manos. No sé si Matt se ha dado cuenta de mi gesto, pero no dice nada.

—Anoche nos fuimos a la playa, después de estar en el bar contigo y esas tías. Estuvimos hablando… y todo estaba siendo perfecto, me dormí en algún momento con él a mi lado. —Hago una pausa y tomo aire despacio, intentando que no me tiemble la voz. Matt mantiene la mirada en mí—. Pero esta mañana me he despertado solo allí, Chris no estaba y comencé a pensar que le habían pasado cosas horribles. Fui al hotel a por el móvil y…

Matt me pone la mano en la espalda, abierta.

—Tranquilo.

Asiento y cierro los ojos un instante. La imagen vuelve a mi cabeza, y comienza a pulsar con un dolor constante. El carmín sobre su piel, su pelo enredado en los dedos de ella. La mano de Matt se mueve sobre mi espalda, y me estrecha el hombro al rodearme con el brazo. Me he echado hacia adelante, sujetándome la cabeza con las manos.

—Estaba allí con ella, en la cama… y estaban desnudos. Su ropa por todas partes. No hay explicación que pueda encontrarle, solo que se ha acostado con ella.

Matt se queda en silencio. Normal, no puede ayudarme a buscarle una explicación que lo justifique, porque nada puede justificarlo, y aun así mi cerebro sigue empecinado en no terminar de creérselo, en interpretar lo que he visto como algo irreal y esperar a que en cualquier momento abra los ojos y me dé cuenta de que solo soñaba.

Pero eso no ocurre. La mano de Matt es muy física sobre mi hombro.

—Siento que te haya ocurrido esto. No te lo mereces, Evan —dice con voz suave. Tiene la voz grave y agradable, y su tono es confidente cuando se acerca más a mí. No llega a abrazarme, pero me rodea con el brazo, y no sé cómo me hace sentir eso, si aliviado o más angustiado—. La gente como tú no debería vivir estas cosas… no entiendo cómo alguien que posee un tesoro como tu confianza puede traicionarlo de este modo.

Esas palabras me destrozan por dentro. El frío se agita en mi interior y cada vez me es más difícil aguantar las lágrimas.

—¿Cómo he podido caer otra vez en esto?

—No te tortures. No es tu culpa, tú no has hecho nada malo.

Niego con la cabeza.

—No le he puesto los cuernos a nadie, pero me siento estúpido. Siempre me pasa lo mismo, Matt, y esta vez creía que al fin había encontrado algo verdadero, y fuerte.

—Evan, a todos nos ha pasado. ¿Por qué crees que pienso como pienso? Yo también he estado donde tú estás ahora, comprendo a la perfección cómo te sientes, y no se lo deseo a mi peor enemigo.

—No… no puedes entenderlo.

—Llevaba ocho años con un tío cuando le encontré en la cama con un fulano. —Su voz suena amarga y me siento fatal—. ¿De verdad crees que no puedo comprenderlo?

—Lo siento, no pretendía…

—No, no importa, Evan. Sé que ahora parece que el mundo se acaba, pero el mundo es muy ancho y no está tan plagado de cabrones como piensas ahora mismo.

—No sé si lo está o no… pero parece que yo me estoy topando con todos.

—En cualquier caso, no estás solo en esto. Te ha pasado lejos de casa y debe ser una sensación de pérdida absoluta, pero no dejes que eso te hunda. Eres más fuerte de lo que crees y puedes superarlo.

—Gracias… pero en cuanto recoja mis cosas volveré a casa…

—Claro. Pero quiero que sepas que puedes quedarte aquí el tiempo que necesites. Te ayudaré en lo que pueda.

Asiento, y me froto la nariz con la mano. He conseguido mantener las lágrimas a raya.

—Siento lo que te pasó.

—No digas tonterías, Evan. Siente lo que te está pasando a ti, y déjalo ir. No podemos volver atrás y cambiar nuestras decisiones, pero podemos continuar hacia adelante a pesar de todo, ¿verdad?

—Sí… supongo que sí.

—¿Lo harás? No me vale con un supongo.

Trago saliva. No sé si voy a poder hacerlo. Ahora mismo me parece que todo pierde sentido. Siempre he sido independiente, pero Chris se me ha metido hasta la médula, le he dejado entrar hasta lo más profundo de mí mismo, le he abierto mi casa y mi alma… ¿cómo voy a superar esto? Pero asiento. ¿Qué voy a decirle, que me quiero morir? ¿Que no quiero seguir adelante? ¿Que solo quiero dormir hasta que todo se convierta en un mal sueño? Ninguna de esas respuestas vale.

—Sí, lo haré —respondo al fin. Matt me da unas palmadas en la espalda y se levanta.

—Ven conmigo al puesto, estarás entretenido y me tendrás a mano. Y yo estaré más tranquilo, no me gustaría que lo estuvieras pasando mal a solas.

Me tiende la mano, y lo agarro y la aprieto con fuerza. No le suelto al levantarme.

—¿No te molestaré?

—Te aseguro que no. Me molestaría si no vinieras.

—Vale… pero no quiero interferir en tu trabajo con mis dramas.

—No te preocupes por eso. De hecho, no te preocupes por nada, ahora tienes que pensar en ti.

Ya hace rato que han abierto sus puestos el resto de comerciantes cuando llegamos. Algunos saludan a Matt y se ríen de su falta de seriedad y su vida bohemia, o eso me parece entender con el poco castellano que manejo, pero él se lo toma con buen humor y se pone a montar. Creo que voy a ser un estorbo para él, como un fantasma pegado a su sombra llorando su pena, y no quiero ser nada así.

—Matt… voy a sentarme en la terraza de la cafetería.

—Claro, pide lo que quieras. Corre de mi cuenta.

—Matt, no…

—Déjame hacer eso por ti, ya que no puedo aliviar lo que estás sintiendo ni solucionar nada.

—De acuerdo.

La terraza está frente al puesto de Matt. Las sillas de loneta son cómodas, y hay parasoles que alivian el intenso calor que ya comienza a caer sobre las calles. Cuando se acerca el camarero le pido una tila. Parezco una vieja con un ataque de nervios, pero es que es precisamente por lo que estoy pasando, y necesito relajarme.

Lo intento, de veras que lo intento, y cuando pasan un par de horas y creo que la angustia se ha retirado lo suficiente para comer algo, todo se va a la mierda otra vez. Es él, es Chris. Y viene hacia aquí. Sí, sin duda es él. Le veo aparecer calle abajo, y su aspecto no es mejor que el mío hace unas horas. Está pálido y algo en su expresión me recuerda a cuando entró a mi casa aporreando la puerta tras la fiesta de Crowley.

Desesperación. Rabia.

El corazón se me acelera, siento unas tremendas ganas de huir. De correr y alejarme, mientras el abismo se abre a mis pies.

 

***

 

Las calles se me han hecho jodidamente largas, y eso que este puto pueblo no es precisamente grande. He subido las cuestas sin hacer caso al mareo ni al cansancio, directamente hacia la plaza. Primero fui a la playa, pero Grimm no estaba allí así que pienso que estará en la iglesia o… yo qué sé. He seguido mi instinto. Y veo que no me ha fallado. Ahí está, sentado en una mesa de una terraza. El sol me da de lleno y me da la impresión de que me abandonan las fuerzas. Llevo con el corazón disparado desde que me levanté y ya no sé si es por el miedo, por la rabia o por lo que sea que bebí ayer, que me ha sentado como un tiro.

Me acerco, pensando que si él no me ve llegar todo irá bien, ¿ok? Sí, todo irá bien. Pero me ve. Se pone pálido y percibo el movimiento, el amago de ponerse en pie. Antes de que lo haga, echo a correr y le pongo la mano en el hombro.

—No, no, no te vayas. Tenemos que hablar.

Se tensa. Aprieta los dientes. Me da un golpe en el brazo con la mano para apartarme.

—No hay nada de qué hablar.

—¿Cómo que no? Joder. Sé lo que has visto, y no es lo que piensas.

—¿Ah, no? ¿Y qué maldita explicación tiene? —Me atraviesa con su mirada y me parte el corazón. Joder. Está dolido. Más que dolido. Y sé que quiere desesperadamente que tenga una buena respuesta a eso, pero no la tengo, mierda, no la tengo.

Cuando mi silencio se hace demasiado largo, resopla y trata de levantarse otra vez.

—Tú sabes que no he hecho nada —insisto tajante. Le empujo para que vuelva a sentarse, acuclillándome, mirándole a los ojos—. Sabes que yo no haría nada. Maldita sea, Evan. Mira, no sé qué ha pasado, pero sí sé lo que no ha pasado, y no me he acostado con esa tía.

El corazón me va a mil. Por dios, Evan, créeme. Por dios, tienes que creerme.

—¿Cómo lo sé? —escupe en cambio. Le tiembla la voz y cada vez está más blanco, hasta sus labios palidecen—. ¿Por qué debería saberlo? ¿Y cómo lo sabes tú, cómo puedes estar tan seguro?

—¡Lo estoy, joder!

Evan suspira y vuelve el rostro, con los dientes apretados. Puedo sentir cómo tiembla. Está sufriendo, y es culpa mía. Todo es culpa mía, siempre, en esta maldita relación. ¿Por qué me sale todo tan mal?

—Estoy seguro —insisto.

—No estás seguro, es que no quieres creerlo. O no puedes. Y yo tampoco podía, pero… Pero es así. Lo has hecho, te acuerdes o no, y después de todo… debería haberlo sabido… debería haber sabido que algo así ocurriría antes o después…

Niego con la cabeza, pero otra vez tengo la sensación de que hay escarcha en mis venas en lugar de sangre. El carmín en mi cuerpo. El condón en la mesilla. Dios, ¿lo he hecho de verdad? No. No. No puedo dejarme engañar por lo que parece, aunque sé perfectamente lo que parece.

—¿Por qué dices eso? ¿Deberías haberlo sabido, por qué, eh? Mira, no sé qué ha pasado pero es imposible que haya podido acostarme con esa tía, es totalmente imposible... ¿Por qué dices eso? —repito. Todo me da vueltas, estoy a punto de ponerme histérico—. Mira, tenemos que averiguar lo que ha ocurrido y arreglar…

Grimm me empuja con una mano otra vez para que me aleje, para que no le toque.

Le estoy haciendo daño, lo sé. Pero él también a mí. Y nunca me han hecho daño. Nunca. Nunca me ha dolido una relación y nunca me ha importado una mierda lo que piensen de mí, pero ahora es como si Evan me quemara con un hierro al fuego cada vez que me rechaza.

—Ya basta —dice—. Déjame, por favor. No quiero… no quiero oírte más.

—Joder, no te vengas abajo. Te estoy diciendo que…

—¿Pero es que no te das cuenta? —exclama mirándome con los ojos ardiendo y llenos de lágrimas contenidas. Duele. Quema—. ¡Estabas en la cama con otra persona! ¡Desnudo, joder! ¡No sé lo que ha pasado ni quiero saberlo, me sobran los detalles... el hecho es que era de esperar!

—¡Deja de decir eso!

—¡Es la verdad! ¡Actúas sin lógica! ¡La mitad del tiempo sigues tus impulsos, la otra mitad no sabes ni lo que haces, y mucho menos el por qué! Te… te enredas tú solo en tu propia hambre, aún no sé de qué… y cada vez que alguien necesita algo serio de ti es como darle una metralleta a un crío, nunca se sabe en qué momento la vas a liar. ¡No eres de fiar, maldita sea!

¿Qué?

Joder. Eso ha sido un golpe bajo. Y jodidamente duro, también.

Me he quedado inmóvil, mirándole con rabia contenida. Estoy esperando a que se retracte porque no me puedo creer que haya dicho eso.

Sí, es verdad, todas las pruebas están en mi contra. Y yo mismo no quiero ni pensar en la posibilidad de que…

Pero joder… ¿y lo nuestro? ¿Y la fe? ¿Y lo que tenemos?

Tal vez pido demasiado. Después de lo que ha visto, es normal que esté así, lo raro es que estuviera de otro modo, así que tengo que aguantarme y ser conciliador, tragarme esta mierda e intentar que razone.

—Mira, si quieres que me vaya, me voy —digo más calmado, haciendo un esfuerzo—. Te dejo un rato. Pero luego quiero que hablemos, no puedes simplemente…

—¿Hay algún problema? —dice otra voz, una que por desgracia ya conozco.

No me jodas, venga...

Cierro los ojos, tomando aire despacio. ¿En serio, tío? Me pongo de pie y allí está Matt, junto a la silla de Evan, mirándome desde detrás de sus puñeteras gafas de sol, cruzado de brazos como si fuera un jodido segurata. Y hay algo en el rictus de su boca, algo en su figura, en esa mirada que no puedo ver, que me hace hervir la sangre.

Él se alegra, lo sé.

No es paranoia. Nunca he sido un paranoico con la gente, cuando alguien es un hijo de puta, lo huelo, igual que un perro. Y Matt está contento con esto, lo noto en su tono de voz falsamente sereno, en la forma en que pone derecha la espalda. Joder, ojalá pudiera explicarlo y desenmascararle de una vez, pero no puedo.

—No pasa nada, Matt… Chris ya se marchaba —dice Evan.

—Gracias por responder por mí —escupo ácidamente—. Sí, ya me voy.

No quiero ser cruel con Evan, pero esto está empezando a ponerme realmente mal. Voy a darme la vuelta y a largarme, a darle tiempo. Eso es lo que voy a hacer.

Y entonces Matt habla de nuevo.

—Será lo mejor. —Tomo aire. Aprieto los dientes. Oigo a Evan susurrarle algo, supongo que le está pidiendo que se calle, que no empeore las cosas. Pero Matt quiere empeorarlas, claro que quiere. Por eso me da la puntilla—: Ya has hecho suficiente.

Entonces sé que no me voy a ir.

Dejo escapar el aire entre los dientes y lo mando todo a la mierda. Me doy la vuelta y me lanzo hacia él.

Creo que Grimm tiene razón. Lo pienso mientras la adrenalina recorre mis venas y se me cierran los puños, y la visión se me vuelve roja de ira. Le doy el primer golpe en la cara a ese cabronazo, y luego el segundo… y después, él me los devuelve y rodamos por el suelo, se cae una silla y se oyen voces que gritan.

Sí, Grimm tiene razón. Actúo sin lógica. Sigo mis impulsos.

Pero eso de que no soy de fiar… joder, yo soy muy de fiar, ¿ok? Y previsible. Porque esto iba a pasar antes o después, y lo sabíamos todos, ¿no es cierto? Todos teníamos claro que le iba a partir la cara a este hijo de la gran puta. Si eso no es ser de fiar...

Y es lo que hago, tras recibir dos hostias muy ricas de su parte y parar otras dos. Le empujo contra la mesa, que se vuelca. Los vasos y la taza ruedan sobre los adoquines pero yo no veo nada, estoy ciego de rabia y solo puedo pensar en reventar a ese cabrón. Le estrello la cabeza contra el canto de metal, luego le levanto un poco, sujetándole de la camiseta y le golpeo con saña, una, dos, tres veces, hasta que tengo los nudillos despellejados y hay sangre en su pómulo y en sus labios. Oigo decir algo a Evan, exclamaciones alteradas, pero no entiendo lo que dice y no me importa. Me zumban los oídos y su voz es lejana.

«No eres de fiar».

No estoy zurrando a Matt solo porque sea un hijo de puta y se lo merezca, ni porque le tuviera ganas. También me estoy desahogando de todo esto. De la frustración, de no entender qué coño ha pasado, del rechazo de Evan. Dios… No sé lo que he hecho. Puede que sí, que me haya acostado con esa tía. Aunque no se me haya vuelto a levantar con ninguna mujer desde que Evan y yo empezamos a estar juntos, aunque no se me haya vuelto a levantar con nadie, igual ha sido un milagro, o yo qué sé. Puede que hayamos hecho un jodido sesentaynueve o que me durmiera antes de poder empezar. Pero ya me da igual todo. El mundo se va a la mierda, al menos mi mundo. Y no puedo detenerme. No puedo solucionarlo. Solo puedo pegar a Matt. Joder. Bueno, al menos voy a dejar huella en la cara de este cabrón.

—¡¡Chris, por dios, para ya!!

Su grito desesperado es lo único que me detiene.

Me levanto como puedo. Hay gente mirándome con miedo y desprecio a mi alrededor. Paso. Nada me importa ya. Matt está tirado en el suelo, sus ojos brillando con satisfacción pese a que tiene la cara hecha un cromo. Se ha salido con la suya, pero ni siquiera me siento mal por haberle dado lo que quería.

—¡Estás loco, joder! ¡Estás loco! Eres un puto pirado.

Evan respira con dificultad, está a punto de llorar. Se sujeta a la mesa, intentando sostener a Matt, que se incorpora como puede. Me sangra la nariz, creo. Me sabe la boca a sangre. Bah.

—Sí... exacto —digo entre jadeos, sonriendo—. Pero eso ya lo sabíais, ¿no? —Busco en el bolsillo y saco unas monedas de euro para dejar en la mesa del bar, por las molestias—. Yo soy un pirado, él es un cabronazo y tú un inseguro. Ya está, ya tenemos todos nuestro puto título oficial.

—¡No te atrevas a…!

—Me atrevo a lo que me da la gana.

Ya qué más da.

Siento una extraña satisfacción. Durante mucho tiempo he tenido cuidado. Cuidado al hablar, cuidado al tratar a Evan, cuidado al expresarme. Me he preocupado por cosas que me la sudan muchísimo, como no molestarle, no ofenderle, dejar las putas cosas ordenadas cuando él está cerca, interesarme por las cosas que le gustan y a mí no…

Durante mucho tiempo he intentado ponerme una maldita correa, y ahora que todo se ha ido a la mierda, la correa se rompe y vuelvo a ser un perro salvaje, que es lo que siempre he sido.

Me doy la vuelta y me largo de allí, dejando a Grimm con la palabra en la boca y a Matt satisfecho. Me voy a la playa, a nadar y a tranquilizarme. Y a estar a mi puta bola, sin tener que preocuparme por las gilipolleces de los demás.

Ya sé que he perdido a Evan. Tal vez si no le hubiera zurrado a Matt, las cosas no serían tan graves, pero desde el momento en que me desperté con la tía esa a mi lado, he sentido cómo el suelo se resquebrajaba bajo mis pies. Ahora que al fin todo se desmorona, al menos se acaba la incertidumbre. Perdí. Ya está.

Saco las gafas de sol del bolsillo de los vaqueros. Se me han roto, así que me toca bajar a la playa con el sol de frente, sin ver ni un pijo y con todas las heridas escociéndome.

Puta vida.

 

***

 

Su contacto duele. Su mirada me atraviesa y no puedo soportarla. Ya la he visto antes, está desesperado, y quiere que le crea, y mi corazón se encoge porque deseo creerle, porque no soporto verle así.

Ojalá pudiera hacerlo. Ojalá pudiera abrazarle y decirle que le creo, que debe tener una explicación, pero no puedo y eso es lo que más me duele. Puede que me hayan jodido muchas veces, pero nunca he dado una segunda oportunidad para que lo hagan de nuevo, y por mucho que mi alma se esté rompiendo, que mi corazón me grite que le escuche, por mucho que algo en mi interior le crea, desee creerle con desesperación, no voy a hacerlo.

No quiero hablarlo. No quiero que esto siga haciéndome daño, he caído en la trampa de mis propios anhelos, creyéndome que algo podía salir bien entre nosotros dos, pero apenas he bajado la guardia todo se ha ido al infierno.

No tengo el control sobre nada. Ahora mismo solo quiero desaparecer, y me doy cuenta de que habría sido lo mejor cuando aparece Matt. No me siento arropado por su presencia, preferiría que se mantuviera al margen, pero ha venido como si tuviera que defenderme de algo.

—¿Hay algún problema? —le pregunta.

—No pasa nada, Matt… Chris ya se marchaba. —Le miro con algo de miedo. Espero que lo haga, que no vuelva esto más difícil. Pero Chris me dedica una mueca amarga.

—Gracias por responder por mí. —Su tono de voz es como una cuchilla—. Sí, ya me voy.

Va a hacerlo. Se va. Y duele, en algún punto bajo mis costillas, tan intenso que casi no puedo respirar. No hay nada más de lo que hablar, los ojos no engañan y no tengo una sola maldita excusa para engañarme a mí mismo.

—Será lo mejor.

Matt vuelve a hablar. No quiero que lo haga, él no tiene nada que ver en esto.

—Matt, déjale en paz, será peor si…

—Ya has hecho suficiente.

No. Maldita sea. No.

Draven ya se ha dado la vuelta para irse, pero se gira en cuanto le escucha, y sé lo que va a ocurrir. Lo veo en sus ojos, que ya no ven nada más que a Matt y se han encendido de una furia casi animal. Sé cuándo sus contenciones han estallado por los aires, porque lo he visto antes, y ya no puedo pararle cuando se arroja sobre el pintor. Cuando quiero darme cuenta los dos están en el suelo, Draven le está golpeando la cara, Matt le devuelve los puñetazos y la sangre comienza a manchar sus rostros.

—¡Chris, no! ¡Déjale en paz!

Intento separarles, pero solo consigo hacer saltar las costuras de la camiseta de Chris. Los golpes vuelan y tengo que apartarme para que no me golpeen a mí. Miro alrededor, y nadie parece dispuesto a separarles.  Esta vez no está Crowley para parar la pelea.

Draven está rabioso, y aunque Matt es capaz de parar algunos golpes, la violencia con la que le ataca parece haberle pillado desprevenido. Cuando veo cómo le estrella contra la mesa comienzo a desesperarme. «Joder, le va a matar». La gente ha ido apartándose y yo solo puedo gritarles que se detengan.

Todo está yéndose definitivamente al infierno. ¿Por qué está haciendo esto? Matt no tiene nada que ver con lo que ha ocurrido, pero ha aparecido en el momento menos oportuno, y no conoce a Chris. Yo sí, por eso sé que tengo razón. Que es imprevisible, que cuando los impulsos tiran de él ni siquiera se detiene a pensar. Lo estoy volviendo a ver, y no es la primera vez que sucede. ¿Por qué iba a ser distinto si alguien despertase otro tipo de impulsos?

Estoy a punto de irme y dejarles ahí a los dos. No puedo soportarlo más y comienzo a tener dificultades para respirar, temblando y mareado… pero grito a la desesperada, intentando que me escuche antes de que todo se convierta en un absoluto desastre.

—¡¡Chris, por dios, para ya!!

He gritado hasta el punto en que mi voz se ha ahogado de pura angustia, y esta vez reacciona. Cuando se levanta veo la sangre en su rostro, le brota de la nariz y los labios y baja en un reguero hasta empaparle la camiseta. Tiene los puños raspados.

Le odio cuando hace esto. Odio que pierda el control, odio verle así. Y no puedo acercarme para comprobar cómo está porque no se lo merece, porque casi mata a golpes a un amigo, porque…

Mierda, Chris. Mierda.

—¡Estás loco, joder! ¡Estás loco! Eres un puto pirado —le grito otra vez.

Me acerco a Matt, agarrándome en la mesa, porque siento que el mundo se tambalea bajo mis pies. Le ayudo a ponerse en pie, respirando cada vez con más dificultad.

—Sí, exacto. Pero eso ya lo sabíais, ¿no? Yo soy un pirado, él es un cabronazo y tú un inseguro. Ya está, ya tenemos todos nuestro puto título oficial.

Y ahora también me ataca a mí. No me lo puedo creer. Le miro, indignado.

—¡No te atrevas a…!

—Me atrevo a lo que me da la gana —espeta cortante.

Y todo termina de desquebrajarse. Cuando se da la vuelta y se aleja calle abajo es como si me estuviera desgarrando por dentro. Intento sostener a Matt, pero de pronto me doy cuenta de que es él el que me está sosteniendo. Alguien nos habla pero no sé qué está diciendo, habla en español, y Matt le responde. Tiene la cara ensangrentada, Draven le ha abierto una ceja, tiene el pómulo morado y sangre en la boca y en la nariz. No hay rastro de sus gafas de sol.

—Tenemos que… —Me doy cuenta de que me cuesta hablar. Impulso aire a mis pulmones y apenas pasa un hilillo, un jadeo sonoro—… el hospital.

—No, nada de eso. Nos pedirán explicaciones. Además, no es para tanto. Evan, siéntate.

—No… tú no estás bien.

—Eres tú el que no está bien.

Alguien ha puesto la mesa en su sitio. Matt me ayuda a sentarme. Estoy perdiendo el control de mí mismo, y soy dolorosamente consciente de eso. Es él el que tiene la cara destrozada, pero me está atendiendo a mí mientras se pasa un pañuelo por el rostro para limpiarse la sangre. No puedo respirar, y el contacto repentino de su mano en mi pecho me provoca una sensación angustiosa.

—Tienes que respirar profundamente, Evan. ¿Me oyes?

He bajado la cabeza y me he encogido. El corazón me va tan deprisa que creo que va a estallar en cualquier momento. Tengo los músculos contraídos y la angustia me hace temblar, me echo hacia adelante y le intento apartar pero él me lo impide.

Todo da vueltas. No consigo retener el aire. No es suficiente, me llena pero es como si tuviera los pulmones llenos de agujeros. No tengo el maldito control, y estoy aterrorizado, como encerrado dentro de mí mismo. Y no para. No puedo detener esto. Algo se extiende dentro de mi cabeza, como un montón de algodón que me estuviera embotando los pensamientos. Se me emborrona la vista. No puedo respirar, joder. No puedo. Ya no soy consciente de nada, solo de mi cuerpo, de los latidos de mi corazón, que hacen eco por todas partes, de la presión en mi pecho, de...

—Evan, mírame. —Matt me ha agarrado las manos, y me mira. Sus ojos azules me parecen repentinamente graves. Él sí está en control, gracias a dios—. Solo tienes que respirar. Ya ha pasado, no va a volver a hacerte daño. Toma aire.

Le obedezco. Sus dedos son fuertes y me aprietan las manos. Escucho mi propia respiración, costosa.

—Muy bien. Ahora exhala. Así, despacio.

Los ojos de Matt son el único punto de referencia que me queda. Si miro a otro sitio creo que voy a ver el pozo al que me estoy cayendo, porque eso es lo que está ocurriendo. Caigo tan rápido que no puedo ni respirar, y no sé cómo detener la caída. Pero me aferro a su mirada, y la voz segura que me guía y me distrae de la sensación de que voy a morir de un momento a otro.

—Otra vez. Así. Ya ha pasado, Evan. Ya está, ya no te hará daño.

Trago saliva con fuerza y vuelvo a hacerlo. El aire se cuela en mis pulmones de nuevo, aunque siento como si se hubieran encogido. Matt se queda agarrándome las manos unos minutos, y me da a beber de un vaso de agua que ha traído el camarero. La gente a nuestro alrededor ha vuelto a sus asuntos, aunque muchos aún nos miran de reojo y cuchichean. Ni siquiera tengo capacidad para sentir vergüenza en estos momentos. Me siento vacío por dentro, como si un incendio hubiera arrasado con todo y solo hubiera dejado el dolor de las quemaduras.

—Vamos a mi casa. Me curaré esto y tú podrás relajarte y descansar.

Asiento, aunque aún estoy presa de la ansiedad. Es un gesto automático. No sé dónde quiero ir, ni sé qué voy a hacer, así que me dejo llevar.

Matt me ayuda a levantarme. Parezco yo el herido, él camina con firmeza y me pasa una mano por la cintura para ayudarme a andar. Aún está sangrando pero no parece darle importancia.

Miro por última vez la calle por la que Chris se ha ido. Ha desaparecido, y ese pensamiento amenaza con precipitarme del todo al abismo.

 

***

 

Sigue nadando. Sigue nadando. Sigue nadando.

Todo se va a la mierda, pero yo sigo nadando. Eso al menos puedo hacerlo.

Esto debería servirme para volver en mí, relajarme y todo eso, pero esta vez no funciona. La sal del agua me arde en las magulladuras del rostro, el sol parece quemarme a drede y me siento pesado, como un jodido buque soviético.

Sigue nadando.

He pasado la línea de balizas que marcan el punto en el que se puede navegar. Si Grimm estuviera aquí empezaría a rayarse. No deberías ir tan lejos. Es demasiado profundo. La resaca. Bla, bla, bla.

Me gustaría pensar en él con desdén, pero no me sale. También me gustaría sentirme liberado, ahora que todo se ha ido a la mierda, pero no es liberación. Estoy jodido con todo esto, ¿ok? Jodido como nunca antes con nadie. Pero sobreviviré. La gente puede sobrevivir partida en dos. Además, estoy cansado. Estar con Evan es la hostia pero también resulta agotador. Recuerdo que él me lo preguntó en la playa, justo antes de… de lo que fuera que sucedió. Me dijo, ¿te sientes libre a mi lado? Me dijo nosequé de hacer sacrificios, y yo le respondí: «Hey, no, no es ningún sacrificio. ¿Te parece que esté sufriendo?». Sí, eso dije. Fui un idiota.

Y una mierda que no es un sacrificio.

Lo que pasa, joder, es que los sacrificios no pesan cuando se hacen por alguien que te importa de verdad. No los sientes como tal. Lo haces porque… joder, porque quieres que la otra persona esté bien. No te sientes un mártir. No te sientes anulado ni gilipolleces de esas. Te gusta, te adaptas al otro y no te cuesta trabajo. Quieres que las cosas vayan bien y no supone un esfuerzo ponérselo fácil. Pero cuando todo se jode y te dicen: «no eres de fiar», entonces es como si todo lo que hiciste, todo lo que… todo lo que hiciste sin llevar la cuenta, sin esperar nada, realmente de corazón… es como si todo eso se cayera al suelo y se llenara de mierda, ¿ok? No es que se rompa, porque lo hecho, hecho está. Pero se llena de mierda. Y lo pisan, ¿ok?

Puedo ver a Matt pisándolo, pisoteando mi entrega, mi esfuerzo y mi auténtico deseo de hacerlo bien, mientras sonríe con pretendida indiferencia. También puedo ver a Grimm dándome la espalda. Porque eso es lo que ha hecho.

Ya, ya sé que todo es… demasiado obvio, ¿vale? Yo con una tía en la cama. Blanco y en botella. Pero, joder... yo habría creído en él siempre. Incluso delante de la evidencia más putamente evidente. Siempre habría creído en él, le habría dado el maldito beneficio de la duda. ¿Y él qué me ha dado a mí? Una hostia en la cara, eso me ha dado.

«No eres de fiar».

Joder.

Puta mierda.

Me doy la vuelta para regresar, me estoy distrayendo demasiado con mis propios pensamientos y no me apetece ahogarme. Durante unos minutos me dedico a nadar deprisa, con fuerza, hasta que los músculos empiezan a doler y siento un ligero pinchazo en los pulmones. Pero ya estoy suficientemente cerca de la orilla, puedo dejarme flotar y cerrar los ojos mientras el sol me da de lleno.

A pesar de los rayos ardientes, es como si no pudiera entrar en calor. Hay algo frío dentro de mí y sigo sintiéndome enfermo.

Me pregunto cómo estará Evan. Parecía muy jodido, estaba pálido y con mala cara. Evan nunca tiene mala cara, jamás. Recuerdo la gira por Asia, cuando comimos aquel sushi horrible en un tenderete de una calle de Tokio, en lo más sórdido de la ciudad y todos nos pusimos enfermos. Parecíamos putos muertos vivientes, pero él no. Seguía con su cara de porcelana y sus ojos brillantes. Entraba al baño a vomitar y salía perfecto, secándose el agua de las manos en la camiseta y con el aliento oliendo a menta. Dios… ni el jodido pescado podrido podía estropearle.

Pero yo sí he podido. Bien por ti, Chris. Bien por ti.

Es patético, porque Evan tiene razón en lo de que estoy como una puta cabra y que soy impulsivo. No le reprocho nada de eso, no tengo nada que reprocharle. Me ha encontrado en la cama con otra tía, es normal que esté… enfadado y tenso, y con una ansiedad de la hostia… pero decirme que no soy de fiar… después de todo lo que hemos pasado juntos, joder, ¿cómo que no soy de fiar? Y echarme de ese modo, asumir sin más que le he engañado con una tía cuando debería saber perfectamente que yo no… que yo no…

Recuerdo otra vez las manchas de pintalabios en mi cuerpo y el condón en la mesilla.

¿En serio me he tirado a Noelia? No puedo creérmelo.

Los dos estábamos borrachos, a lo mejor no hicimos nada. Pero entonces, el preservativo…

¿Qué coño ha pasado? ¿Por qué no lo recuerdo?

Regreso a la orilla y me pongo la camiseta y los pantalones sin secarme. Me he bañado en calzoncillos pero a nadie parece importarle, y a mí, desde luego, me la suda del todo. Cuando regreso al hotel sigo mareado, tengo hambre y ganas de potar al mismo tiempo. Igual he pillado una insolación. Vete a saber.

La recepcionista me pregunta por Grimm y le digo que sí, que le encontré y que está bien.

—Entiendo —dice ella.

Qué vas a entender.

Subo a la habitación y abro todas las ventanas para que se ventile, aunque no huele a sexo. Me aferro a ese detalle. No huele a follada, así que lo más probable es que no haya follado.

Miro el condón, que sigue en la mesita, y lo cojo. Entrecierro los ojos, balanceándolo. Está lleno, pero hay algo que no me cuadra. Normalmente, tengo que usar condones grandes y desenrollarlos del todo para que me lleguen hasta el final, y este condón no está dado de sí, así que una de dos, o anoche mi polla estaba mal de forma o yo no me he puesto eso. Como prueba sé que es débil. En todo caso, anudo la goma y la tiro a la basura, lavándome bien las manos después.

Ya de paso me meto en la ducha y me paso un buen rato ahí, relajándome y tratando de no pensar en nada. Aunque no me sale demasiado bien.

Solo puedo pensar en él y en la sensación que tengo en el pecho.

Mi abuela Agnes tenía un huerto en su casa, cerca de la puerta trasera, en el jardín. Allí plantaba a veces patatas, cebollas y cosas así. Cuando era pequeño, a veces me mandaba a coger zanahorias. Recuerdo que cuando tiraba de las hojas y las sacaba, la tierra se quedaba como quebrada alrededor, igual que si le hubiera arrancado algo suyo. Bueno pues así me siento ahora. Como la tierra desgarrada cuando le arrebatas sus tesoros.

El resto del día lo paso entre reproches a Evan, reproches a Matt y reproches a mí mismo, todo en mi puta cabeza, claro. Como no tengo moto con la que desahogarme, me voy a comer a un bar cerca de la playa y luego me paso la tarde en el mar, nadando hasta reventarme y dormitando debajo de las horribles sombrillas de paja oscura. No sé por qué hago esto. Supongo que es pura supervivencia. En realidad debería estar intentando arreglar algo, o largándome, o llorando, o estando enfermo o… haciendo lo que sea al respecto. Pero no puedo. Solo puedo seguir adelante en una especie de carrera febril.

Cuando el sol empieza a ocultarse es cuando me pongo realmente mal. El agujero frío que se me ha abierto en el pecho duele, y se me hacen nudos en la garganta. Los pensamientos se me desgajan igual que trozos de algodón entre las garras de un gato, y un miedo extraño nace en alguna parte. No sé a qué. Simplemente está ahí mientras de nuevo siento el suelo frágil bajo mis pies.

Me levanto de la hamaca con la idea de ir al peor bar del pueblo y ponerme ciego a ginebra, a ver si así se me pasa, pero en lugar de eso, me quedo caminando por la playa, hiriéndome los ojos con el sol.

Camino y camino sin rumbo, preguntándome por qué nunca me agoto lo suficiente, qué coño está mal en mí.

Actúas por impulsos, ha dicho Evan. Ni siquiera sabes por qué haces lo que haces. No eres de fiar. No eres de fiar. Te enredas tú solo en tu propia hambre.

¿En serio hay algo mal en mí? ¿Hay algo torcido en mi puta cabeza? ¿Soy un egoísta, como tantas veces me han dicho? ¿Estoy mal de la olla porque no quiero dejar de ser quien soy, porque no soporto la falsedad, porque… me dejo llevar por lo que deseo sin ponerme límites?

Debe ser que sí.

Es curioso. Pensaba que a Evan le gustaba cómo soy, pero parece que no. A juzgar por lo que ha dicho hoy, en realidad odia mi manera de ser. Ese pensamiento me amarga a un nivel desconocido para mí. Quizá el problema no es que hubiera una tía en mi cama. Tal vez el problema es mucho más gordo que eso.

La playa de piedras se ha terminado y ahora da paso a una cala de arena más fina dominada por rocas escarpadas donde crecen hierbajos y matorrales. El pueblo queda un poco lejos ahora. La luz anaranjada del sol hace brillar el agua y la marea sube, arrastrando algas negras a la orilla.

—La has jodido bien, Chris.

Suspirando, me meto las manos en los bolsillos de los tejanos y me quedo mirando el sol hasta que se convierte en una línea incandescente.

Solo entonces me doy cuenta de que hay una fiesta. O algo así.

Escucho música procedente de alguna parte y busco con la mirada hasta encontrar el origen.

La playa está desierta a excepción de un grupo de cuatro chicas, sentadas sobre sus toallas. Están en bikini y tienen una especie de radio con forma de oveja. ¿Qué coño es eso? ¿Una radio-peluche? Joder, qué cosa más fea.

Intento no prestarles atención, pero despiertan mi curiosidad; en parte por la oveja, pero también porque son un foco de buen rollo, una especie de luz en medio de esta mierda en la que estoy metido.

Las observo un rato. Son españolas, estoy seguro. Las oigo hablar de lejos y reconozco la lengua. Parecen estar pasándoselo en grande simplemente con la música y con las cosas que dicen, sea lo que sea de lo que están hablando. Ah, hay las cervezas. Tienen una nevera abierta en medio de las toallas de la que asoman botellines color caramelo. Sus risas son francas y sinceras y no hay en ellas nada de pose, al contrario de lo que ocurre con Noelia y sus amigas, que parecen siempre pendientes de su apariencia y preocupadas por lo que los demás ven cuando las miran.

Estas tías son diferentes y me doy cuenta al momento.

Las miro con más atención, tratando de distraerme de mis amargos pensamientos. Una de ellas tiene el pelo corto y una corona de flores; la otra lo lleva un poco más largo, con un mechón de color verde. La tercera lo lleva cortado como a mordiscos y con mechas rojo chillón. La última tiene una larga melena natural, muy sexy.

«Ya podría haberme encontrado con estas y no con la zorra de Noelia el primer día», me digo, buscando el tabaco en el bolsillo. Algo me dice que entonces mi vida habría sido muy distinta estos últimos días.

Voy a seguir mi camino y pasar del tema cuando una de ellas me hace una señal. No debería acercarme, pienso. Podría tener más problemas. Pero ese foco de buen rollo me despierta un poco de sed.

Total, ¿qué podría pasar? Ya me da igual todo. Camino hacia ellas con paso firme, encendiéndome el cigarro.

—Hola. —Saludo en inglés y dejo las cosas claras ante todo—: No hablo mucho vuestro idioma, así que más vale que…

—Tío, tú eres Draven, el de Masters of Darkness, ¿no? —dice la del pelo a mechas rojas. Habla con desparpajo, pero en un inglés penoso—. Somos fans de tu grupo. Sobre todo esta zorra —añade señalando a la del mechón verde.

—Ah, cojonudo —respondo con una sonrisa.

Mira qué bien. Fans locas.

—Tampoco es para tanto, es que Valeria es muy exagerada —se defiende la otra.

—¿Queréis un cigarro?

Al parecer ninguna fuma, salvo la de la melena larga, que me acepta el pitillo y lo enciende con un mechero de Slayer. Eso me da más buen rollo aún. Y cuando la de la corona de flores me acerca una cerveza, de pronto me siento reconfortado.

—Siéntate si quieres. Yo soy Ana, y estas son María, Valeria y Asia —dice señalando por orden a sus amigas. Todas saludan con la mano, María con naturalidad, Valeria con picardía y Asia haciéndose la interesante mientras fuma—. Hemos perdido las llaves del apartamento y nos toca pasar la noche al raso. Pero estamos intentando amortizarlo.

—Ya veo.

—¿Y tú? —pregunta María señalando mi rostro.

—Ah… yo me he pegado de hostias con un imbécil.

—Bien hecho —dice Valeria—. Si era imbécil, te doy mis diez.

No entiendo esa expresión, pero Ana me traduce. Ella habla mi idioma mucho mejor que las otras.

—Eso es que te apoya.

—Ah, bien. Guay. Oye, no seréis unas fans de estas pesadas, ¿no? Porque no estoy en un momento muy bueno y a lo mejor os mando a la mierda.

Veo algunas caras raras. Asia, que me mira con desdén y sin disimularlo. Y me suelta:

—Te hemos invitado a una birra, pero nadie te obliga a quedarte, ¿eh, divo?

Su mala leche me hace reír. Joder, me recuerda a mí.

—De todos modos nos puedes mandar a la mierda cuando quieras —suelta la de las mechas rojas, Valeria, poniéndose unas gafas que saca de un estuche cutre—. No nos vamos a traumatizar ni nada. Luego te pondremos a parir en Facebook y ya está.

—¿Un mal día? —pregunta María solícita.

Me encojo de hombros.

—Los he tenido peores. Pero también mejores.

—Ya. Nosotras también.

Antes de que pueda darme cuenta, se enredan a contarme la historia de cómo se han quedado tiradas y han perdido la llave de su piso. Por lo visto a una de ellas se le cayó en uno de los dispensadores de comida para perros que hay repartidos por el pueblo y alguno debió comérselo, así que, como el dueño de la casa no puede traer otra llave hasta mañana, han estado rebuscando con un palo en todas las mierdas de perro que se encontraban.

La historia es tan absurda que me arranca una o dos risas. Además, el ambiente entre ellas es muy agradable y pronto me encuentro cómodo. No me agobian y respetan mis silencios. Mejor, porque yo hoy no estoy muy dicharachero… pero la verdad es que me consuela un estar acompañado.

Las carcajadas de las chicas mantienen a raya el miedo y me ayudan a no pensar.

Pero no iba a durar eternamente.

—Oye, Draven, ¿y tú qué? ¿Por qué te has peleado?

Es Ana quien pregunta. No sé cuánto tiempo llevo callado y mirando al horizonte, pensando en todo lo que ha ocurrido y con una lata de cerveza vacía entre las manos. De pronto me doy cuenta de que ya es de noche.

—Es… una larga historia.

—No prob, tronco. Tenemos hasta mañana —dice Valeria en su inglés chungo antes de reírse.

—Suéltalo, te sentirás mejor —añade María.

Asia se levanta y se lleva a Valeria consigo para ir a comprar algo de comer al chiringuito. La oveja musical sigue escupiendo canciones dance con un sonido espantoso y ahí estamos, junto al mar, bajo las estrellas… cuatro desconocidas y yo, otra vez la misma historia.

Debería dejar de huir, joder. Debería regresar, arreglar las cosas. Debería…

Pero me doy cuenta de que no tengo fuerzas. Por primera vez en mi puta vida he perdido las fuerzas para algo. De pronto me siento muy mal. Desolado. No quiero confiarme a unas extrañas, no después de lo que ha pasado con Noelia, pero necesito… necesito algo.

Y no quiero cambiar, me niego a dejar que esto me cambie. Siempre he confiado en la amabilidad de los desconocidos, joder. No voy a cambiar.

—Hoy me ha pasado algo muy bestia —empiezo.

Y se lo cuento. Se lo cuento todo, desde el principio, con pelos y señales. Se lo cuento como nunca se lo he contado a nadie.

 

***

 

La casa de Matt es blanca y ordenada, tan limpia que esta mañana me hizo sentir reconfortado, en un entorno familiar y controlado. Pero ahora mismo, mientras observo los tapices y los muebles impolutos, los libros y los discos ordenados en las baldas, me siento fuera de lugar. Yo no debería estar aquí, todo me parece irreal, equivocado, como si de pronto hubiera entrado en la piel de otra persona, en la vida de otro.

Matt se ha ido al baño. Me ha dejado una infusión y una pastilla sobre la mesa, un tranquilizante. Nunca he tenido que tomar tranquilizantes, pero esta vez creo que voy a necesitarlo.

No es la primera vez que alguien me traiciona, ni es la primera vez que ocurre algo desagradable en mi vida, pero siempre he tenido el control suficiente.

Cuando pillé a Paul liándose con aquel tipo en el garito al que solíamos ir no me vino por sorpresa, le mandé a la mierda, volví a mi casa y seguí con mi vida. Cada vez que alguien me la ha jugado, yo estaba esperando el momento, no había llegado a relajarme lo suficiente para que los golpes me hundieran… o tal vez solo me los tragué y los empujé al fondo de mi subconsciente, pensando que ese pozo no tenía fondo y que nunca iba a estallar.

Pero ha estallado, y aún estoy temblando. Siento nauseas al pensar en lo que ha ocurrido. La imagen de Chris desnudo en la cama, el cuerpo de ella rodeándole… el recuerdo me provoca asco y rabia, que rápidamente son ahogadas por la aplastante tristeza. Mi cabeza es un hervidero en el que su voz se repite y esa escena gira como en una película rayada.

«Tú sabes que no he hecho nada. Sabes que yo no haría nada. Maldita sea, Evan. Mira, no sé qué ha pasado, pero sí sé lo que no ha pasado, y no me he acostado con esa tía».

¿Lo sé?

«Joder, habría puesto la mano en el fuego por ti. Tenías mi confianza, esa es la diferencia entre tú y los demás, esa es la diferencia entre esto y todo lo demás, que te he dado lo que a nadie le di, mi maldita confianza, y era tan plena que aún sigue tratando de convencerme de que no serías capaz de hacerme algo así».

Lo que vi… lo que vi no es el Chris al que yo creo conocer.

Pero los ojos no engañan. Las pruebas están ahí, y no puedo dejar de pensar en ellas. Me taladran las sienes, que me duelen de tanto pensar. Tal vez no le conozco tanto como creo y me he cegado por este amor.

«Debe haber algo más, Evan», me dice una voz, intentando encontrar la coherencia. Soy yo, pero no quiero serlo. ¿Cómo puedo ser tan estúpido y dudar de lo que mis propios ojos han visto?

No lo soy. No lo soy en absoluto, y estoy cansado de que me hagan daño.

Cojo la pastilla y la miro, está en el interior de su envoltorio de plástico y aluminio en el que leo la leyenda: «Lorazepam 1,5 mg». La saco y la parto por la mitad antes de tragármela.

—Toma, estás temblando.

Matt me echa una manta fina sobre los hombros. Ni siquiera le he oído llegar. No hace frío, hace mucho calor, pero tengo la piel helada y no he dejado de temblar, así que agradezco el gesto. Se sienta a mi lado y me pone la taza en las manos.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunto.

—Me han dado peores.

—¿En serio?

Se ha lavado y cambiado. Las heridas ya no le sangran, no parecen tan serias una vez se ha quitado la sangre y se ha curado, pero tiene el pómulo completamente morado, el ojo un poco cerrado, el labio partido... y no sé si Draven le ha abierto alguna brecha en la cabeza.

—Solo es un niñato. No sabe resolver sus problemas como los adultos, por eso recurre a la violencia.

—No hables así de él, no le conoces.

Me mira y siento que he dicho una estupidez. Mi nov… mi… Chris le ha reventado la cara a hostias, y yo le vengo con esas.

—Conozco lo suficiente a los tipos como él. Inmaduros que se sienten amenazados cuando creen que alguien les supera en algo. Te ha llamado inseguro, pero el inseguro es él. Nadie con la razón de su parte recurre a los puños para resolver ningún conflicto. Aunque él no la tenía de su parte, todo sea dicho.

Tomo un sorbo de la infusión y aparto la mirada. No me gusta oírle hablar así de Draven, a pesar de lo que ha ocurrido. Matt se da cuenta de mi incomodidad y me agarra la mano cuando dejo la taza sobre la mesa.

—Lo siento, Evan. Ahora mismo no estoy precisamente para lanzarle flores… y tú también sabes que no las merece. Lo que te ha hecho es propio de un cabronazo, y de un egoísta.

—No puedo creer que…

—Lo entiendo. Sé cómo te sientes. Al principio buscas cualquier excusa para justificar lo que has visto, es demasiado doloroso para aceptarlo, pero la realidad habla por sí misma.

—¿Cómo puedo ser tan imbécil?

—Nada ha sido tu culpa, ni siquiera lo que estás sintiendo ahora. Tienes derecho a estar enfadado con él, y a sentir que te han tratado de manera injusta, porque lo han hecho. ¿O es que has hecho algo para merecerlo?

Niego con la cabeza. Matt es comprensivo, es solícito… y me gustaría dejarme consolar por él, pero no me gusta que hable así de Draven y…

—No… no me lo merezco. Claro que no. Yo pensaba que las cosas iban bien. Sé que a veces he sido un poco exigente, pero habíamos hablado.

La voz se me ahoga y trago saliva. Se me están volviendo a llenar los ojos de lágrimas. Estoy harto de esto, de sentirme tan frágil y vulnerable, de que duela tanto que me corte la respiración.

—Y debes serlo. No te mereces esta mierda, Evan. Ese tipo no ha sabido valorarte, no ha sabido tratarte como te mereces y te ha dado por sentado. Si alguien encuentra a la persona adecuada de la que hablaste, el respeto, la confianza y el amor son algo que no debería costar un esfuerzo mantener, ni expresar, ¿verdad?

¿Puede que sea eso? El respeto y la confianza son pilares para él, o eso decía, pero esas palabras ahora me suenan huecas. ¿Y si faltaba el amor para hacerlas reales? Tal vez… habría bastado para frenar sus impulsos.

Nunca he dudado de los sentimientos de Chris, aunque fuera incapaz de expresarlos, pero... lo más sencillo, la explicación más sensata, es que no puede expresarlos porque no existen. Tal vez él nunca me ha querido. Tal vez lo ha intentado pero no… simplemente, no…

No me quiere.

Si me hubiera querido esto no habría pasado, si él… si él...

Dios. Ese pensamiento es desolador. Todos mis miedos me susurran, y ahora son reales, se han convertido en una imagen que no deja de acosarme: los cuerpos enredados y el carmín. Mi cabeza da vueltas, retumba con las voces de un coro que no deja de repetirme lo engañado que he estado.

Matt tira de mi mano, y me revuelvo. Estoy jadeando otra vez, temblando.

—Evan, ven aquí. No puedes seguir así.

—Estoy cansado… ¡Estoy harto, joder! —¿He levantado la voz? Sí. He levantado la voz. Todo explota y ya no me puedo controlar, mis palabras brotan en un torrente, heridas, magulladas, torturadas—. Chris tiene razón, soy un maldito inseguro. Y lo soy porque esta puta vida me ha demostrado que no hay nada verdadero, nada que dure y sea real. ¡¿Qué coño hay de malo en mí para que me hagan esto una y otra vez, Matt?! ¡¿Tengo pintado en la frente que soy un pardillo?! ¡¿Que no siento y pueden usarme como les convenga?!

Me limpio las lágrimas con los dedos. Joder. Estoy llorando. No quiero llorar. Intento mantenerlas dentro, y un nudo de espinos se me cierra en la garganta. Los sollozos se me agolpan en el pecho, cortándome el aliento.

Matt tira de mí y me abraza. Me revuelvo. No quiero que lo haga, de pronto quiero estar solo, quiero hundirme bajo el agua y dejar de respirar. Quiero olvidarme de todo esto y dejar que esta amargura me consuma. Pero sus brazos me envuelven y no me dejan huir.

—No sigas luchando… grita y llora todo lo que necesites, no tienes nada de qué avergonzarte. Te han hecho mucho daño, Evan, tienes derecho a esto, a darte una tregua y sentirte frágil. Yo no te voy a juzgar por ello.

—No… —gimoteo. Y ya es tarde. Me agarro a su camiseta con una convulsión, y él me aprieta con más fuerza.

—No pasa nada. Déjalo ir.

No puedo soportarlo más. El corazón me va a estallar y me abrazo a él cuando comienzo a sollozar. Escondo el rostro en su pecho, sintiéndome avergonzado a medida que las lágrimas mojan la tela de su camiseta, pero ya no puedo detenerlo. Tiemblo y me encojo entre sus brazos y el torrente brota como si se hubiera roto el dique de contención tras el que se había acumulado cada lágrima.

Lloro de rabia y angustia, pero también de dolor. Al pensar en Chris alejándose calle abajo vuelvo a sentir el hueco frío en mi pecho. Nunca había sido tan evidente, pero siempre ha estado ahí, el familiar vacío de la desesperanza, de las noches llenas de soledad, de la casa silenciosa y el corazón discreto que apenas se atreve a latir por nadie. Ese Evan libre y salvaje que había descubierto al mirarme al espejo entre sus brazos se está retorciendo de dolor, se está muriendo dentro de mí y su sangre es amarga y venenosa. Y a pesar de todo me aferro a él con todas mis fuerzas, como si me negara a dejarle marchar.

No puede estar muriéndose. No puede ser verdad.

«Este eres tú».

Dios… dios mío, cómo duele ahora el recuerdo. Dios, quiero que pare. Cierro los ojos con fuerza, pero nada se detiene.

Los momentos vuelven a mí y son como cuchillas, porque todos fueron reales, desde el primer beso en el sofá de Crowley hasta los últimos besos que nos hemos dado sobre las piedras de la playa. Todas sus miradas, las pícaras, las salvajes, las que cazaba a veces llenas de fascinación, de admiración… y de amor… amor, sí, porque yo era capaz de verlo.

No puedo entender nada de lo que ha ocurrido, pero algo en mí se niega a terminar de soltarlo.

Las palabras de Matt no tienen sentido. No estoy llorando por el egoísmo de Chris, no estoy llorando por su inmadurez. Lo hago porque todo era real, porque aunque me esfuerce en odiarle, en intentar que esto sea más fácil pensando que todo eso es cierto, que Chris es un inmaduro y un gilipollas, no soy capaz de creérmelo. No sé si existe otro Chris que solo se manifiesta cuando pierde el control, pero jamás lo ha perdido estando conmigo. Sé que no ha estado con nadie más… hasta hoy. Y me destroza no entenderlo.

Lloro porque no tiene sentido, y porque no es justo. Porque parece que la vida simplemente quiere joderme cuando rozo un instante de plenitud, y porque me estoy tomando la libertad de sentirme desgraciado por toda esta mierda, por una vez en mi vida.

Las manos de Matt me sostienen. Tiene los dedos entre mis cabellos y la otra mano abierta en mi espalda. Ya he dejado de sentir vergüenza. Me da igual si le mojo la camiseta, me da igual que me escuche sollozar como lo estoy haciendo. Supongo que por eso puedo permitírmelo, porque en el fondo es un desconocido, porque él no se preocupará demasiado, porque no puede juzgarme, y ha dicho que no va a hacerlo.

—La vida a veces nos golpea. —La voz de Matt es un susurro en mi oído, cálido y profundo. Creo que estoy comenzando a calmarme cuando las lágrimas brotan en silencio y aflojo un poco los dedos con los que aferro su espalda—. Creemos que existen cosas sobre las que tenemos el control, creemos que las cosas son de una determinada manera, pero de pronto una tormenta lo barre todo y pensamos que estamos desamparados. No somos capaces de ver nada más que los escombros. Pero Evan, tú tienes unas raíces muy fuertes, y esto no va a tumbarte.

—¿Por qué siempre hablas como si me conocieras…? —murmuro entrecortadamente. Comienzo a tener sueño, debo tener los ojos rojos, y no me atrevo a mirarle.

—Porque soy observador. Tienes la mirada transparente, se pueden leer muchas cosas en ella.

Eso me reconforta. Ahora no tengo fuerzas para negarme a este consuelo, y no quiero negármelo. Una vez que se me secan las lágrimas, el vacío que dejan tras de sí es un alivio. En mi cabeza hay un absoluto silencio, y los pocos pensamientos que revolotean se arrastran como si ya no tuvieran fuerza para seguir atormentándome. Intento mantener los ojos abiertos, pero los párpados me escuecen y me pesan como nunca, y una suave marea parece arrastrarme hacia unas aguas oscuras y en calma.

Las prefiero a la realidad, así que me dejo arrastrar.

Me despierta el olor de la comida recién hecha. Mis tripas se quejan de hambre, y cuando abro los ojos, con la cabeza embotada y sintiéndome desubicado, veo que la noche ha caído. Llevo todo el día sin comer, y la somnolencia y el hambre me mantienen anestesiado cuando me siento en el sofá y miro la comida sobre la mesa.

Matt ha encendido las lámparas, que iluminan el salón con una luz amarilla muy acogedora. Por un momento pienso que estoy solo y comienzo a angustiarme, pero le veo asomar desde la cocina.

—Espero que te guste lo que he preparado. Puedes comenzar.

—Gracias —respondo escuetamente.

Me duele terriblemente la cabeza y tengo mucha sed, así que empiezo por servirme agua y beberme un vaso de una sentada. Matt se sienta, trayendo un plato más de lo que parece pollo con especias. Sobre la mesa hay una ensalada con un montón de ingredientes y patatas asadas. Cuando como no le encuentro el sabor a nada, y mi estómago amenaza con cerrarse, pero me obligo por mi bien. Matt me sirve de vez en cuando y respeta mi silencio. Cuando terminamos, recoge y lo deja todo en la cocina.

—¿Cómo te encuentras?

—Un poco mareado.

—Es normal, estás pasando por una gran tensión emocional.

—Siento que hayas tenido que comerte esta mierda.

—Eh, yo no me he comido nada, Evan. No hablaba por hablar cuando te dije que no estabas solo. Espero que aceptes mi ofrecimiento y te quedes aquí unos días, hasta que puedas viajar con más tranquilidad. Yo te llevaré al aeropuerto cuando quieras marcharte.

—No tienes por qué…

—Quiero hacerlo —me corta. Y asiento. Entonces sonríe y me pone la mano en el brazo—. Vamos a dar una vuelta. Verás como te sienta bien el aire fresco de la noche.

Todo en la aldea me recuerda a Chris cuando salimos. No sé si ha sido una buena idea. He paseado con él por estas calles, no es un lugar demasiado grande como para que no tenga ya un recuerdo nuestro en sus rincones, y mientras camino junto a Matt me siento extraño y fuera de lugar. Vinimos aquí para estar juntos, para vivir algo especial y crear recuerdos únicos entre nosotros dos, y ahora ni siquiera sé dónde estará él. ¿Habrá vuelto a casa? ¿Cómo se estará sintiendo? ¿Estará bien después de la pelea?

Joder, no debería pensar en esas cosas, pero no puedo evitarlo, y me hacen sentir inquieto y preocupado. Matt me habla de las calles del pueblo y de los artistas a los que ha conocido aquí, pero apenas soy capaz de mantener la atención. Llegamos a un pequeño parque lleno de farolillos de colores y nos acodamos en el mirador que se levanta sobre el pueblo nuevo. Allí nos quedamos en silencio un buen rato.

—Anoche estábamos bajando hacia la playa… —digo al cabo de un rato en un murmullo cansado—. Habíamos olvidado las discusiones y los roces. No puedo creer que esto esté pasando.

Matt suspira y se pasa una mano por el pelo. Tiene la cara hecha un asco pero no le he visto un solo gesto de dolor desde que he despertado.

—Nunca se ven venir las cosas desde dentro.

—¿Qué quieres decir?

—Que cuando estamos enamorados nos cegamos, idealizamos a la otra persona y no vemos la realidad. Hay cosas que es mejor que ocurran antes de que sea demasiado tarde.

—Yo no he idealizado a Chris, sé cómo es.

—¿Y no puedes creer que haya hecho lo que ha hecho?

—No… porque es… es impulsivo y está sediento de experiencias, pero no es deshonesto.

—Eso no tiene nada que ver, Evan. Tal vez no quería hacer lo que hizo, pero lo hizo, y lo hizo porque de alguna manera lo deseaba.

—No lo creo, él nunca ha…

—¿Mirado a nadie más desde que está contigo? Eso creemos todos, siempre.

—Pero es la verdad, en este caso —le digo a la defensiva.

Matt apoya los codos en la barandilla de metal y mira hacia la playa, suspirando de nuevo.

—No quería decirte esto, pero Noelia me dijo que estuvo tonteando con ella en la playa. Y yo mismo he visto las miradas que le echaba en el bar, por eso me extrañó su comportamiento aquella noche. No es solo que pareciera que te ignoraba, es que cuando tú no mirabas… se…

—¿Qué?

Le miro, incrédulo. No me puedo creer que me esté diciendo esto ahora. En otro momento, en otra situación, si no estuviera tan agotado, me pondría a la defensiva, pero ahora no puedo. Además, creo que lo hace de buena fe… aunque esté equivocándose. Y mucho.

—Se acercaba demasiado a ella. Mira, yo seré marica, pero sé cuándo un tío tiene ganas de tema con una tía.

—Eso te lo has imaginado —replico—. Chris no estaba flirteando con ella, él es extrovertido y se divierte con todo el mundo, no confundas las cosas.

—Te aseguro que no las confundo.

—Lo estás haciendo.

—No…

—Matt, por favor, no quiero hablar ahora de esto.

—Creo que es mejor que lo sepas para que aceptes la situación cuanto antes.

—Lo haré a mi ritmo, ¿vale?

—Por supuesto, disculpa.

Asiento, pero sus palabras me han vuelto a amargar los pensamientos.

Miro la línea de la costa en silencio. Las luces naranjas y amarillas titilan dibujando su contorno. Los tejados de tejas de barro se inclinan y se escalonan debajo del mirador, hasta llegar a la playa. La oscuridad se vuelve profunda bajo la línea del horizonte, apenas más clara que la superficie del mar. Es un paisaje hermoso, y sin embargo me hace sentir con más intensidad el vacío que se ha abierto en mí.

¿Será cierto lo que ha dicho?

Recuerdo cuando él, al principio de estar juntos, seguía besándose con chicas. Decía que era para disimular, porque yo no quería que nadie supiera lo nuestro.

¿Y si no es cierto? ¿Y si él…?

No. No encaja, no puede ser.

«No pienses en eso, Evan».

¿Estará con ella ahora? No, no lo creo. Si me cuesta creer que algo así haya podido ocurrir, mucho más que pueda haber acudido a esa zorra para olvidarse. Me da miedo que haga alguna tontería, y no esa precisamente. ¿Y si se pelea con más gente? ¿Y si le da por beber o drogarse? Al menos no tiene la moto a mano.

Pero está solo en algún lugar bajo este cielo oscuro, exactamente igual que yo.

Y estaría solo aunque alguien le acompañase, exactamente igual que yo.

 

***

Continúa en «Bajo la luz: parte V». Disponible en Amazon a partir del 19 de mayo de 2016.

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