Capítulo 2

Me cuesta despertarme. He abierto los ojos, y miro la luz que se cuela entre las cortinas blancas. Tengo una sensación parecida a la resaca, y la vida parece volver a mi cuerpo paulatinamente. Los brazos de Chris me rodean, él sigue dormido, abrazado a mi espalda. Noto su respiración constante, y aunque el calor aquí es sofocante, el contacto de su cuerpo me parece un paraíso.

Me doy la vuelta, despacio. Él solo se revuelve y murmura algo por lo bajo. No quiero que despierte aún, quiero tomar consciencia del mundo mirándole a él, mientras los recuerdos de la noche pasada llenan mi mente y cosquillean en mi estómago. Recuerdo mi rostro en el espejo, sus ojos devorándome y el frenesí al que nos entregamos… recuerdo muy bien mis propias palabras, pidiéndole cosas que no me había atrevido a pedirle a nadie jamás, y que nunca había deseado de nadie. Las palabras sucias, el hambre descarnada, y el dominio que conseguí sobre mí mismo.

Draven nunca me quita las riendas, pero me hace consciente de ellas, de que puedo usarlas, y de que tengo poder y él desea que lo ejerza como yo deseo que él use el suyo sobre mí. Mientras le observo, durmiendo plácidamente, me pregunto por qué he perdido tanto el tiempo. Todas las dudas que habían vuelto a mí han sido calcinadas en la hoguera, como los nombres por los que brindamos en la playa. Solo son fantasmas, y alejados de mí me parecen tan débiles que no entiendo por qué a veces me cuesta tanto deshacerme de ellos.

El sexo anoche fue increíble, pero también lo fue lo que compartimos, las confesiones que me atreví a hacerle, la confianza de la que fui consciente de pronto al contarle lo que había guardado solo para mí, y ese instante de conexión en el que sentí que lo comprendía todo. No pretendía hacerle sentir mal con ello, pero sé que sucedió algo dentro de él, sé que de alguna manera comprendió lo que he estado sintiendo, y al confesarle cuánto tiempo llevo enamorado de él, sentí como si una tensión a la que me había acostumbrado desapareciera, y me sentí más libre.

Me parece increíble que estemos aquí. Somos una ecuación imposible, o eso había creído durante muchos años. Ahora sé que si hay una pequeña probabilidad de que algo ocurra, ese algo puede ocurrir, y aunque me cueste creerlo, está sucediendo y debo tomarlo entre mis dedos y saborearlo… el miedo solo me ha servido para ponernos barreras, me ha amargado muchos momentos y me ha impedido vivir esto con la plenitud que se merece, y estoy harto de eso. Tenemos mucho sexo, y buen sexo… ¿y qué? No es solo eso, lo sé siempre que follamos, y mis inseguridades han hecho que se me olvide demasiadas veces. Esta vez no, voy a grabármelo a fuego en el alma: es algo más que sexo. Nos tocamos profundamente cuando nuestros cuerpos están enredados, nos hipnotizamos, leemos en nuestros deseos y dejamos que sean nuestros cuerpos los que expresen lo que sentimos. Para mí es así, y sé que para él también. Es el maldito Draven, el más ligón del grupo, el que se llevaba de calle a todas las chicas, y el que no ha vuelto a mirar a nadie desde que está conmigo… el que viene a mi casa a pasar las noches, el que me mira como nunca le he visto mirar a nadie, como si yo irradiase una fuerza gravitacional irresistible y él no pudiera evitar colisionar una y otra vez conmigo.

No hay nada que temer. Chris está conmigo, y bien, el sexo con él es maravilloso, pero si lo es, es porque hay algo más, porque lo que nos enciende nos nace de dentro, y creo que ninguno sabemos distinguir los deseos de nuestro corazón de los deseos de nuestra piel.

Me siento mejor que en mucho tiempo, e impulsado por una repentina felicidad le beso mientras aún está dormido, hundiéndole los dedos en la melena. Su despertar es lento, aun así, pero sus manos cobran vida y descienden por mi espalda hasta cerrarse en mi trasero.

Le enredo y acabo sobre él, atrapándole contra el colchón mientras le beso.

—Buenos días… —murmuro sobre los labios, y le peino con los dedos.

Él me mira con ojos somnolientos, pero incluso recién despierto su media sonrisa es la de un canalla, sexy y descarada.

—Qué buen despertar tienes, nene.

—He dormido muy bien.

—¿Por qué será? —se ríe entre dientes, y me aprieta contra su cuerpo. Aún tiene las manos sobre mi trasero y lo estrecha con ganas.

—¿Y si nos levantamos?

—Yo ya estoy levantado.

—Lo estoy notando. ¿Es que no piensas en otra cosa? —Me hago el ofendido, y le muerdo los labios con suavidad, sin ninguna credibilidad.

—¿Tú te crees que así puedo pensar en algo más? No me dejas vivir.

—Tendré que hacer algo con eso.

—¿Ves? Luego me echas a mí la culpa.

Me río suavemente sobre su boca y vuelvo a besarle, tomándome mi tiempo. Él está bien despierto, siento su erección clavándoseme en la ingle y me vuelve a entrar el hambre.

—Me estabas provocando.

—Estaba durmiendo…

—Pues eso.

Deja de reírse cuando desciendo por su pecho y le agarro la polla con firmeza.

Así empieza mi día. Y no me importa, deseo hacerlo, tengo hambre y voy a darme un banquete para comenzar. Y lo hago. Chris gruñe y se retuerce debajo de mí, y no le dejo hacer nada más que agarrarme del pelo y pedirme más. Cuando termino, me apoyo en su pecho y le miro con ojos de gato satisfecho.

—Voy a darme una ducha.

—¿No vas a dejar que me vengue por este asalto?

Me levanto, llevándome las sábanas conmigo al enredarlas en mi cintura, dejándole desnudo sobre la cama.

—Hoy visitaremos la iglesia, si te parece bien —digo ignorando su pregunta y su mirada insistente—, y un par de galerías de arte que he descubierto callejeando.

Le oigo rezongar cuando me meto en el baño. Solo me da tiempo a encender el agua caliente y meterme bajo el chorro cuando abre la mampara y se cuela en el interior de la ducha, acorralándome contra la pared.

—Lo que tú quieras, pero antes vas a dejar que me cobre mi parte.

Y no tengo ganas de negárselo, para qué engañarme.

 

***

 

Cuando llegamos a la parte alta del pueblo hace un sol de justicia y las calles están otra vez abarrotadas. El jet-lag se nos ha curado ya a base de sexo y café, pero el calor de este lugar hace que tenga sueño todo el tiempo. Bueno, no es sueño exactamente, pero creo que si me sentara en el suelo y cerrara los ojos me quedaría frito enseguida. Se lo cuento a Grimm mientras caminamos, con mi brazo sobre su hombro y su pelo haciéndome cosquillas en los dedos.

—Es porque estás relajado —me dice—. No tienes obligaciones ni nada que hacer, por eso te sientes letárgico. —«Te sientes letárgico». Qué bien habla—. Además, cerca del mar siempre baja la tensión. —Hace una pausa y me mira de reojo—. Si quieres, después de comer podemos echarnos la siesta. Es tradición aquí.

Le dedico mi mejor sonrisa de llevarme a la gente a la cama.

—¿Sabes qué otra cosa es también tradición?

—¿La paella? —dice haciéndose el inocente.

—Follar en la siesta.

—Ya veremos —responde con una sonrisita.

Pero yo me lo tomo como un sí.

Después de la sesión porno de anoche, parece que las cosas vuelven a ser normales. Grimm está relajado y feliz, se detiene de vez en cuando mientras caminamos por el pueblo y me enseña cosas que le gustan. Le llama la atención todo. Lo cierto es que es una aldea muy curiosa, con las casas de paredes blancas y todo eso, azulejos de colores y movidas colgando de las cornisas. También hay gatos correteando por todas partes. Él me habla de la cultura levantina, del mediterráneo, de las tradiciones locales. Yo le escucho y flipo con las cosas que sabe. No sé si es así de listo o es que ha estado informándose a fondo antes de venir pero aunque estuviera recitándome la lista de la compra me parecería todo igual de cojonudo. Se entusiasma explicándome cosas y le brillan los ojos, y cuando le hago alguna pregunta parece emocionarse más.

Al llegar a la plaza de la iglesia, hay un tipo horroroso vestido de payaso o algo que se le parece haciendo animales con globos. Un corro de mocosos le rodean. El resto de la plaza está ocupada por las mesas de los bares, que ya están llenas de gente bebiendo vino, cerveza y comiendo tapas. Aquí la peña bebe a todas horas y a nadie le parece raro, definitivamente me gusta este lugar. Miro las terrazas con anhelo pero no digo nada. Grimm quería ver la iglesia y es lo que vamos a hacer.

A medida que nos acercamos intento recordar de qué me suena el sitio. Lo he visto por ahí, no sé si en fotos o en publicidad, o dónde, pero esos tejados azules me son familiares. Se lo comento a mi novio.

—Son muy utilizadas en las campañas de publicidad para fomentar el turismo de esta zona. La llaman «la cúpula del mediterráneo».

—¿Y las tejas, de qué están hechas?

—Es cerámica vidriada. Son bonitas, ¿verdad?

—Sí —respondo sin pensarlo mucho. No soy muy de monumentos, pero es cierto que son llamativas.

El exterior de la construcción es de ladrillo y piedra, no me parece especial. Pero al entrar me sorprende lo luminoso que es todo. Esperaba uno de esos templos de piedra oscura, muy viejos y grises, y resulta que no. Todo es blanco y dorado, como en las iglesias bálticas, y el sol radiante que entra por las ventanas de la cúpula hace resplandecer aún más el interior. Grimm parece alucinado, pero no hace ninguna foto, ni siquiera con el móvil.

Me sorprende verle santiguarse, así que, después de hacer un recorrido completo por la iglesia, al sentarnos en uno de los bancos, le pregunto.

—¿Eres católico o algo así?

Él se lo piensa.

—No del todo. Mi madre no es religiosa pero sí muy espiritual. Yo no voy a misa ni tengo una fe consolidada, pero me siento bien en lugares como este, y los rituales me reconfortan. Cuando tengo miedo, siempre rezo para mis adentros —confiesa con una risita.

—Yo también. Lo de rezar para adentro, digo.

—No creo que lo hagas muy a menudo —dice él sin perder la sonrisilla.

Intento recordar cuándo ha sido la última vez que tuve miedo y me acuerdo de la discusión con Grimm aquel día, en la fiesta de Crowley, cuando le perseguí hasta su casa y pensé que me iba a dejar. Sí, ese día recé de la hostia.

—A veces. Cuando hace falta.

—Tu familia es católica, ¿no es cierto? —Asiento con la cabeza—. Oí comentar algo a tu padre durante la cena en su casa. ¿Hiciste la comunión y todo eso?

—Pues claro. Y vestido de traje. —Él se aguanta la risa, incrédulo—. Lo digo en serio, tío. Deberías verme, ahí con ocho años o nueve, no sé los que tenía, y con el puto traje. Parecía un telepredicador en miniatura. Me atraganté con la hostia y la vomité. Ahí empezó todo, mi carrera hacia el satanismo y la autodestrucción.

—No puede ser… —Se tapa la boca, con los ojos brillantes del descojone que lleva encima.

—En serio. No entiendo por qué nos dan esa mierda de galleta seca, está hecha a drede para que lo pases mal comiéndotela. Encima te dicen que no la puedes masticar porque es pecado, ¿ok? Sería como morder a Jesucristo o yo qué sé. Una movida flipante. Eso se me pegó a la garganta y cuando me dieron el vino me bebí la copa entera a ver si podía pasarlo, pero no hubo manera. Así que dejé sin vino a los demás críos. El cura ya me estaba mirando mal solo por eso. Era el bueno del padre O’Halloran, un tío viejo con pelo blanco por detrás de las orejas. Siguió con la ceremonia mientras yo me ponía rojo como un jodido furúnculo y de pronto lo solté todo así, en plan manguera.

—Te lo estás inventando…

—Que no, que no. Tuve que repetir la comunión a la semana siguiente.

Pasa un grupo de turistas y nos recomponemos. Le quito el brazo de los hombros a Grimm, sé que no le gusta mucho que tenga gestos así con él en público, y menos en la casa del señor. Mientras los guiris visitan el templo y lo flipan con todo, yo miro los confesionarios con un interés muy poco sacro. Él se da cuenta.

—¿Estás pensando en ir a confesarte? —me dice con picardía.

—Después de lo de anoche, creo que me pondrían mucha penitencia. Y a ti también.

—Sí… Somos unos pecadores sin remedio.

Nos miramos en silencio. Veo en sus ojos ese brillo húmedo y misterioso que tanto me pone. Empiezo a notar el hormigueo familiar por dentro. Un montón de malas ideas cruzan por mi mente. Abro la boca para decir algo pero él lo hace a la vez, así que nos reímos un poco, cómplices y agilipollados el uno con el otro.

—Habla tú primero —le digo en voz baja.

Grimm se lame los labios y desvía la vista. Yo le miro la boca.

—Estaba pensando… —empieza a decir, dubitativo. Pero de pronto su semblante cambia y sus ojos se pierden más allá de mí, sobre mi hombro. Me giro para ver qué es lo que nos ha cortado el rollo y no podría darme más asco.

Ahí está Matt. El gilipollas de Matt.

Va vestido totalmente de negro, con una camisa remangada y pantalones de lino. Tiene el pelo recogido en una coleta y lleva una carpeta enorme debajo del brazo. Está inmóvil ahí, mirándonos. Saluda, y Grimm le devuelve el saludo. Yo paso, ese tío me cae mal y nos ha interrumpido, pero Grimm me mira con algo de penilla.

—No seas tan arisco, Chris —me pide con tono suplicante.

Yo suspiro y me levanto cuando lo hace él para ir a saludar al subnormal. Matt. Qué harto me tienes, Matt. Cada vez que te veo me dan ganas de meterte la cabeza bajo el agua y olvidarme de que existes.

 

***

 

La repentina aparición de Matt me aparta de las malas ideas. Bueno, no eran tan malas, y pensar en meterme en el confesionario con Draven aún me provoca un hormigueo de excitación en el estómago, pero a la vez me hace sentir muy blasfemo y pervertido… y tampoco es que eso me desagrade. No es que tenga un currículum muy amplio de locuras, y esta sería como para enmarcarla. No es nada malo querer experimentar, ¿no?

Pero ahí está Matt, como si Dios le hubiera enviado para pararnos. Me pregunto si habrá venido a misa o tiene costumbre de venir por aquí.

Me levanto y le estrecho la mano. Chris viene detrás, pero no le toca.

—Eh, qué hay. —Ese es el saludo que le dedica.

Sé que no le cae muy bien, no hace falta que me haga un análisis de lo que piensa. Draven suele considerar a los tipos como Matt arrogantes, altivos e insoportables en general. Creo que es un tipo de gente que le aburre porque no tienen nada interesante que aportarle a él, y tampoco está dispuesto a escucharles, pero a mí Matt me cae bien, y no sé si eso hace que le caiga aún peor. Bueno, son cosas con las que debemos convivir. Yo aguanto a sus amigos cuando salimos de fiesta, y algunos sí que son pesados de verdad.

—No esperaba encontraros en la iglesia.

—¿Es que estabas buscándonos? —dice Draven con sarcasmo y una sonrisa de asco que sabe poner a la perfección. Le miro de reojo y le estrecho el brazo con suavidad.

—Queríamos ver cómo era por dentro —digo—. Las cúpulas son muy llamativas pero no esperábamos esto.

—Recuerdo que me impresionó la primera vez que vine, uno no se espera tanta luz, ¿verdad?

—No, pensaba que tendría las paredes de piedra y los típicos retablos de madera oscura.

—Es porque esta iglesia es relativamente moderna. Fue construida a principios del siglo XX y no tiene nada que ver con los templos barrocos, góticos y románicos que suelen poblar Europa.

Draven está poniendo cara de desdén y se le da fatal disimular. En realidad podría parecer que no lo intenta en absoluto. Pero le conozco bien y sé que, si no lo intentara, ni siquiera estaría allí, ya se habría ido.

—Qué interesante todo.

Cuando yo le cuento las cosas me presta atención, pero ahora sus ganas de echar por patas son palpables en el ambiente.

—Lo es, aunque supongo que habrás tenido suficiente cultura por hoy.

Matt se ríe por lo bajo, Draven se echa hacia adelante, sé que va a responderle pero le agarro del brazo con suavidad y le hago un placaje temiendo que la cosa se ponga fea en medio de la iglesia.

Ya hay tres señoras mirándonos mal.

—Podemos salir y tomar algo en la plaza, si queréis —propongo—. Este no es muy buen sitio para hablar.

—Si ya habéis terminado... no me gustaría interrumpir vuestra visita.

—Un poco tarde para lamentarse por eso —suelta Draven con una de sus sonrisas que no tienen nada de divertidas.

Matt sin embargo vuelve a reírse. No me gusta esta tensión, así que espero que tengamos la madurez de resolverla, porque no tiene ningún sentido. Tiro de Draven hacia el exterior, mientras el pintor nos acompaña. El silencio da paso al sonido de las voces en la plaza, que cada vez está más llena. La gente ríe y habla en alto, son bastante escandalosos, pero el sol y el ambiente acompaña y no resulta molesto.

—En La Mascarada ponen muy buenas tapas. Yo os invito y me contáis qué tal está siendo vuestra visita. Siento curiosidad por saber qué pensáis —dice mientras se pone las gafas de sol.

Cuando nos sentamos, Draven pide cervezas para los tres y un montón de platos de la carta. No sé si Matt se esperaba esto pero sospecho que quiere hacerle quedar mal con el tema de la invitación. Él no parece inmutarse, y pide un par de platos más.

—Aún no hemos visto muchas cosas, la verdad. Yo ni siquiera he ido a la playa.

—¿Y qué habéis estado haciendo?

—Descansando —digo antes de que Draven pueda responderle. Me mira con un brillo divertido en los ojos, y se acomoda en la silla, estirando las piernas bajo la mesa—. Llevábamos mucho tiempo sin tomarnos unas vacaciones.

—Ya veo, ¿son muy exigentes vuestros trabajos?

—Nah, yo me dedico a tocarme la polla todo el día, básicamente. Y de vez en cuando le doy al bajo.

—¿Tocas en algún grupo? —Matt sonríe, como si la actitud de Draven le pareciera divertida.

—Sí, toco en un grupo de bodas llamado Los Perros Caniches —Lo dice en español, poniendo acento de mexicano, y yo tengo que aguantarme la risa. Él me mira de reojo y sonríe de medio lado.

—¿Y te pagan bien?

Draven se encoge de hombros.

—Me da para las drogas y la bebida.

Matt esboza una sonrisa. Sabe que está quedándose con él, o intentándolo, pero le sigue el rollo con mucha elegancia y no parece que se lo tome a mal. Menos mal que tiene paciencia.

—Así es el mundo del arte. Si no nos diera al menos para drogarnos no tendría ningún sentido —le responde.

Nos sacan las cervezas y dejan sobre la mesa unos pequeños platos de patatas fritas, aceitunas y frutos secos. Matt da un trago de su caña, como llaman aquí al vaso de cerveza, y me mira. No puedo verle los ojos, solo mi reflejo en sus gafas de sol.

—¿Y tú? Espera, no me lo digas…. —Sonrío, divertido—. Dame la mano.

—¿Además de pintor eres pitoniso?

Miro a Draven de reojo. Se ha bebido media cerveza de un trago y está mirando a la gente que pasea por la plaza como si nada de esto le interesara.

Matt le ignora y coge mi mano cuando se la tiendo. Tiene las manos calientes y suaves, me fijo en sus dedos nervudos, que a pesar de su delicadeza son fuertes y viriles. Él me coloca la mano sobre la palma de la suya y me abre los dedos, como si fuera eso, un lector de manos o un vidente.

—Eres una persona con una gran sensibilidad y un mundo interior muy rico. Introspectivo, creativo e inteligente.

Oigo a Draven suspirar con exasperación. Matt me mira y asiento para que continúe.

—Tienes una manera de sentir muy intensa, todo lo que ocurre en tu vida lo saboreas, no pasas por encima de ello sin pensar, por eso te marca profundamente, tienes una naturaleza entregada y pasional.

Ya me estoy sintiendo incómodo. No me gusta que diga esas cosas, como si me conociera. ¿Realmente lo ha leído en mi mano? ¿Cómo puede saberlo? Supongo que solo es suerte. Aparto la mano y cojo la cerveza para disimular, asintiendo a medias.

—Has acertado en algunas cosas. Pero no a qué me dedico en la música…  

—Veamos… ¿compositor? Sí… sin duda sabes componer, pero hay algo más, necesitas expresarte por un medio no verbal, así que necesitas un instrumento. Con esas manos solo puedes pianista.

—¿Y eso lo sabes por la mano o estás haciendo trampas?

—Tienes los dedos largos y fuertes, flexibles. Podrías ser violinista, pero no tienes la punta de la yema endurecida.

—Pues has acertado. Pero yo no toco en Los Perros Caniches.

—Lo imaginaba.

Han ido sacando más platos mientras hablamos, y Draven bebe cerveza y prueba cada uno, sin atender demasiado a lo que dice Matt, al menos en apariencia. Yo sé que lo está haciendo, porque las miradas que le dirige de vez en cuando de reojo son burlonas y frías a la vez. No entiendo por qué Draven desprecia tanto a la gente culta.

—Soy profesor de piano, y a veces vendo composiciones a grupos y orquestas.

—¿Y eso te da para las drogas a ti también?

—Evan no se droga, él es un tipo respetable, no como el resto de esta mesa —apunta Chris, como si no quisiera que a mí me metiera en sus piques.

—Pero me lo gasto en colecciones de púas, baquetas y vinilos. No se va tanto.

Matt se ríe, pero a Draven no le hace tanta gracia, y llama al camarero para pedir más cerveza.

 

***

 

Las cosas que uno hace, ¿eh? Normalmente a los tipos como Matt los destruyo en un momento. Pero a Grimm le cae bien. Tiene cojones. A mí me gusta que él conozca a gente así, de su estilo, con quienes pueda hablar de cosas que yo no entiendo y sentirse más… pues entre iguales, ¿ok? Pero es que el imbécil de Matt no va de frente y me está costando un esfuerzo quedarme aquí sentado escuchando sus gilipolleces. No solo eso. Quedarme aquí sentado escuchando sus gilipolleces y además intentar no estropearle la socialización a Evan. Doble esfuerzo. Eso requiere el doble de cerveza.

Las tapas son algo de otro mundo. No sabía que podías ponerle un huevo frito encima a una berenjena rebozada y luego un trozo de cerdo. Es decir, nunca se me había ocurrido. Intento averiguar el nombre de esa combinación tan jodidamente gloriosa en la carta, pero a saber. Aunque está en inglés y en español, no sé cuál es este de todos los platos que he pedido para sablear a este capullo. Pero ya que tengo que soportarle, al menos me voy a ir bien comido.

Ellos siguen hablando y yo les escucho, sin intervenir demasiado en la conversación, solo cuando se dirigen a mí.

—Así que eres coleccionista —dice el idiota—. Yo también.

—¿Ah sí? ¿Qué coleccionas?

—Puestas de sol. Noches intensas. Vivencias.

¿Veis? ¿Es un capullo, o no es un capullo? ¿Qué clase de frase de mierda es esa? «Colecciono vivencias». En fin, no hay más preguntas, señoría.

Grimm me da una patada por debajo de la mesa, se me debe haber notado el descojone interior que llevo con la gilipollez que ha soltado aquí mi amigo Matt. Pero es que no me jodas.

—Así que exprimes la vida al máximo —dice Grimm intentando seguir con la conversación como si nada.

—Eso intento. Los seres humanos somos una especie única. Somos capaces de hacernos infelices a nosotros mismos, ¿sabes? Nuestra mente, que es nuestro privilegio, nos traiciona. Nos esclaviza con necesidades irreales, nos ata a rutinas que nos dan seguridad pero que ni siquiera deseamos. Somos esclavos del miedo, y continuamente luchamos para deshacernos de él. Vivir de este modo, sin ataduras, sin límites, sin barreras… es la única forma que conozco de desafiarlo. Y de desafiarme a mí mismo.

Cuando termina de hablar, Grimm le está mirando embobado. Yo no. Me gusta la gente que no tiene miedo. Sin embargo tengo mis dudas de que ese tío sea sincero. La gente que no tiene miedo no necesita esconderse continuamente detrás de unas gafas de sol, es capaz de mirar a otros a los ojos y de decir lo que piensa. Y todo lo que dice este tío me parece prefabricado.

—La verdad es que es una reflexión muy profunda —opina Grimm—. Y acertada, en parte. Pero ¿realmente crees que somos tan esclavos del miedo, de la rutina y todo eso? Conozco a gente que ama sus rutinas, y no forzosamente las lleva a cabo por miedo a las cosas nuevas.

—Eso es verdad —intervengo yo para apoyarle.

Sé que Grimm habla de él mismo. Él es una persona de rutinas, con costumbres fijas. Le gusta mucho tenerlo todo en su sitio y llevar una vida ordenada, y no es ningún cobarde. Un poco inseguro a veces, sí, pero solo en algunas cosas. Y no es lo mismo ser inseguro que ser cobarde. Ni mucho menos un esclavo de nada.

Matt da un trago de cerveza, haciéndose el interesante.

—Cuando empiezas a liberarte de las cosas que te atan, cada vez eres más consciente de tus propias carencias. Las relaciones, por ejemplo… las personas inseguras o acomplejadas siempre buscan estar con gente de un nivel inferior para no sentirse amenazados. Pero al mismo tiempo, temen estar solas. El propio concepto de pareja nace de un temor subconsciente a la soledad, a la verdadera independencia.

—Y por eso tú no tienes novia, ¿no? —le suelto con algo de ironía—. Porque eres una criatura libre e independiente a tope.

Matt sonríe de forma cínica.

—Yo no tengo novia porque soy homosexual. Y no tengo novio porque no necesito cadenas para atar a nadie a mí… las emociones son más puras cuanto más libres son.

Ese comentario me toca los huevos. Nos está juzgando. De una manera disimulada y sutil, está menospreciando el hecho de que Grimm y yo estemos juntos, y me doy perfecta cuenta. Lo sé, porque estos comeollas nunca dicen nada al azar y los tengo calados. Si tuviera que defender la evidencia ante un juzgado me iría a la mierda, no podría hacerlo. La forma en que habla y la manera en que lo dice parece la más amistosa del mundo, por supuesto… pero ahí está, ese nosequé, esa malicia, igual que una serpiente escondida entre la hierba. Eso es lo que me hace querer pegarle. Pero me tengo que aguantar.

—Las relaciones no son cadenas —dice de pronto Grimm. Él está muy tranquilo porque no se ha dado por aludido—. Cuando encuentras a la persona adecuada, es lo único que puede hacerte realmente libre.

Esto sí es auténtico. Evan lo es. Sus ojos brillando bajo el ardiente sol, su expresión serena, su voz templada. Y esa verdad breve que no necesita putos adornos. ¿Cómo no voy a estar loco por él? ¿Cómo no va a fascinarme? Le besaría ahora mismo, pero no pienso hacerlo delante de Matt, ese gilipollas no tiene derecho a ver algo así. De modo que bebo cerveza, acercando mi pierna a la de Grimm por debajo de la mesa para tocarle con complicidad. Él me mira de reojo. Y Matt sonríe a medias, sin decir nada, con esa mueca congelada más falsa que un cupón de descuento en blanco y negro.

—Entonces será que yo no he encontrado a la persona adecuada —dice finalmente—. Seguro que vosotros podéis darme consejos sobre el tema. Se os ve muy unidos.

Se echa hacia adelante con pretendido interés.

—No sé… —Grimm aparta la vista con timidez. Se centra en intentar pescar una gamba rebozada con un palillo de madera—. Lo que sirve para unos no siempre sirve para otros.

—Pero no creo que sea solo cuestión de suerte. Hay cosas básicas, ¿no? Como tener cosas en común, compartir una misma visión de la vida, tener caracteres afines, congeniar sin esfuerzo, comunicarse bien…

Voy levantando la ceja a medida que Matt enumera todo eso, cosas básicas que Grimm y yo no tenemos, o eso debe creer él. Grimm se pone un poco pálido y parece incómodo de golpe, como si no supiera dónde meterse.

—Si eso te parece básico es normal que no te comas una mierda en cuanto a relaciones, Matt —le suelto riéndome.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Qué es básico para ti, Chris?

—El respeto y la confianza —respondo sin dudar—. Todo lo demás se puede aprender. Cuando admiras a alguien le respetas y quieres formar parte de su vida. Te adaptas a lo que sea. Pero si no hay respeto ni confianza, no hay nada.

—Y el… cariño —dice Grimm con inseguridad.

Le miro de reojo, frunciendo un poco el ceño.

—Claro... el amor —dice Matt sonriendo—. Aunque no todas las relaciones tienen por qué sustentarse en sentimientos tan fuertes. El amor son palabras mayores, supongo.

—Sí, supongo —responde Grimm.

Yo no sé qué decir. De pronto el terreno se vuelve muy fangoso.

—Voy a mear —digo, levantándome de golpe.

No es mentira, me estoy meando de tanto beber cerveza, pero además es una buena oportunidad para meterme en el cuarto de baño del bar y quitarme de en medio. Este tema es peliagudo.

Mientras le cambio el agua al canario, no puedo pensar en nada. Mi cabeza zumba y parece que estuviera al filo de un precipicio. Con una sensación de intenso vértigo, me quedo un rato ahí dentro, intentando que mis pies vuelvan de nuevo a la tierra.

Grimm me quiere, yo lo sé, ya me lo dijo una vez.

Pero, ¿y yo a él?

Me lavo las manos y me quedo mirándome al espejo, reflexionando sobre estas movidas super profundas. ¿Qué significa estar enamorado de alguien?, me pregunto.

Nunca le he dicho que le quiero porque no estoy seguro de lo que es. Sé que él me importa, joder. Si no, no estaría con él, ni haría por él las cosas que hago, ni… pero, ¿es eso el amor, o es algo más?

Me doy cuenta de que nunca lo he sabido, y de que aún ahora no tengo ni puta idea.

Tal vez no tengo que saberlo. A lo mejor el amor no es esperar a que tengas una iluminación. A lo mejor ni siquiera es algo tan único. Tal vez no son palabras mayores. ¿Por qué pensamos siempre que el amor es algo que te llega como un relámpago en el corazón, y no puede ser algo más progresivo, incluso un acto de voluntad? ¿Por qué creemos que vamos a saber quién es esa persona adecuada y única cuando la veamos? Todo eso es mitología. Yo he visto a Grimm cada día durante muchos años, pero no he sentido ninguna mierda así. Eso creo.

¿O sí?

De pronto me viene a la mente el momento en que Grimm apareció en la fiesta de Crowley. Yo estaba sentado en las escaleras con unos tíos, tocando la guitarra cuando él entró. Llevaba los vaqueros y una camiseta de Depeche Mode. Tenía pinta de… no sé. De chaval oscuro, de inocencia perdida, algo así. Había melancolía en sus ojos, que al mismo tiempo estaban llenos de luz. Recuerdo que en ese instante fue como si el reloj se parase y me pasó algo. Algo por dentro, ¿ok? Como si el suelo se abriera y hubiera ahí un abismo, muy profundo, mucho más de lo que yo creía que podía albergar.

¿Y si ese fue el momento, el relámpago en el corazón?

¿Y si fue antes, cuando le besé en la otra fiesta, o aquella vez que…?

Cierro los ojos.

Podría haber sido cualquier momento. Cualquiera. Tengo muchos en la memoria, instantes de tiempo detenido en los que toda la maravilla del universo, todo el puto milagro de la existencia, se concentraban en él.

Si eso es el amor, entonces creo que tengo que hablar con Grimm y explicárselo.

 

***

 

Chris nos ha dejado solos, y me siento algo incómodo de pronto. Creo que nunca me he sentido tan inestable con alguien, nunca he pasado de sentirme jodidamente seguro a no saber qué pensar en solo unas pocas horas… a veces en segundos.

Me pregunto a qué llamará Draven amor, y si alguna vez lo ha sentido por alguien. Me refiero a alguien fuera de su entorno más próximo, de su familia, a la que sé que quiere. Aunque con ellos tampoco es demasiado expresivo al respecto. En todo el tiempo que llevamos juntos no me ha dicho una sola vez que me quiere, y nunca me ha importado demasiado, creo que a él le cuesta ponerle nombre a las cosas que siente. Ni siquiera es un problema de aceptación, porque siempre que ha tenido que actuar, lo ha hecho, siempre habla más con lo que hace que con lo que dice. Chris es honesto, es algo que sé desde que le conozco. Lo es con las palabras y con los actos, y cuando no está seguro de que algo sea cierto, o de que es exactamente lo que quiere decir, no lo dice.

¿No estará seguro de quererme?

No. No puedo pensar que esta relación se sustente sobre otra cosa que no sea el amor, al menos como base… porque los dos nos estamos esforzando por sacarla adelante, y por mucho respeto y todas esas cosas preciosas que ha dicho sobre la admiración, si no existiera el amor no haríamos las cosas que hacemos. Yo no las haría, no me sentiría así… y Chris… ¿cómo iba a comprometerse con alguien como lo ha hecho conmigo si no estuviera seguro?

—¿Te ha incomodado la conversación, Evan?

Matt me mira preocupado, mi lapso de silencio le ha llamado la atención, y se levanta las gafas para mirarme con esos ojos azules tan extraños, que parecen oscuros incluso bajo el sol.

—No, para nada. Es muy interesante.

—Tu compañero tiene una manera muy especial de ver las cosas.

—Sí, es… Es mucho más de lo que quiere hacer ver. —No sé por qué, tengo la necesidad de justificarle. A Draven no le importa lo que la gente piense de él, pero a mí sí.

—Creo que no le caigo nada bien.

—Bueno… él es muy transparente y hay gente con la que no congenia muy bien. Al menos de entrada.

—No, está bien. Me gusta la gente honesta. Espero poder caerle bien, sería una pena que os fuerais y no hubiéramos compartido algún rato más.

—¿Para tu colección?

—Sí. —Se ríe. Es una risa más agradable que las que le dirige a Draven. Cuando me mira, siento que toda su atención está puesta sobre mí—. Coleccionaré tantos momentos como pueda hasta que te vayas. Eres una persona muy interesante. Chris tiene mucha suerte.

—No sé si tiene tanta suerte —respondo, algo a la defensiva.

¿Ha vuelto a flirtear conmigo? No me gusta que lo haga.

—Lo siento, no pretendía incomodarte. Lo que quiero decir es que se os ve bien juntos, y eso es envidiable. Supongo que habéis arreglado lo de vuestra discusión.

—Sí, fue una tontería, realmente. Ya sabes, a veces complicamos las cosas cuando en realidad son simples.

—La trampa de la mente.

—La mía es muy tramposa, y un poco cabrona.

—Pero parece que eso del respeto y la confianza os funciona bien. Tomaré nota de ello, por si encuentro a ese alguien adecuado para mí.

—Estoy seguro de que verás las relaciones de otra manera si le encuentras —sonrío. No entiendo cómo no ha encontrado a nadie, la verdad. No solo es guapo, es agradable y culto y no parece que tenga vergüenza alguna para ligar—. A lo mejor tu mente también te hace trampas y el miedo que tú tienes es perderte a ti mismo en una relación.

Matt alza las cejas y da un silbido.

—Vaya, eso es algo en lo que debería pensar. Nunca me lo había planteado. —Asiente, interesado en mi teoría, y bebe de su cerveza—. La verdad es que he tenido alguna mala experiencia, y llegado un punto decidí romper con todo y ser libre… o lo que yo entiendo por ser libre, claro.

—Si una persona te anula o… no te sientes libre a su lado, sin duda no es una buena relación.

—¿Tú te sientes libre?

—Sí. He descubierto muchas cosas de mí mismo a través de mi relación con Chris. Cuando hay alguien a tu lado que te… admira, que confía en ti y te respeta, deseas abrirle las puertas de tu mundo, y que lo conozca. A veces esa persona te lleva a lugares recónditos que te habías ocultado a ti mismo por miedo o inseguridades, y te las muestra como ante un espejo. Y uno se siente muy dueño de uno mismo, muy libre, cuando es capaz de reconocer lo que desea, y lo que ama.

Me pregunto si yo significo lo mismo para Draven. Le he descubierto muchas cosas, sí, ¿pero le hago sentir libre? Creo que a veces le exijo mucho, y me da miedo ser la cadena en su garganta mientras él me da alas.

Creo que debería hablar con él sobre esto. Sobre lo que significa para mí, y sobre lo que no quiero ser para él.

—Ese parece un gran viaje hacia uno mismo.

—Sí, ¿verdad? Pero dicen que viajar en general también ayuda.

Él sonríe, pero no dice nada más. Su mirada profunda y misteriosa sigue puesta sobre mí. Me pregunto qué me verá de especial. Se fijó en mí desde el instante en que nos vimos, pero ha respetado las distancias en todo momento, y es algo que agradezco. No me gustaría tener que cortar de raíz esta naciente amistad.

Draven vuelve del baño, ajustándose el cinturón, y coge uno de los panecillos con jamón y tomate que nos han servido, mordiéndolo sin sentarse.

—Bueno, qué, ya está bien de charla, ¿no? Se nos pasará el día aquí y aún no habrás pisado la playa.

Le miro y le dedico una sonrisa, agarrándole la mano cuando la pone sobre mi hombro de manera casual. Draven no ha tenido un solo gesto raro delante de Matt. Algunas de mis parejas, ante otros tíos, solían marcar su territorio, como si yo fuera una posesión más que una persona con criterio propio y capaz de tomar sus decisiones, pero Chris nunca ha hecho nada así. Sus gestos son genuinos y nunca ha intentado demostrar nada ante nadie.

—Sí, creo que es buen momento para ir, el calor aprieta cada vez más. ¿Quieres venir, Matt?

Chris le mira y creo que puedo leer su mente. Y Matt también, por lo visto.

—No, ya os he distraído suficiente por hoy. Disfrutad de vuestro día.

Se vuelve a poner las gafas de sol y saluda con la cabeza cuando me levanto y nos marchamos, dejándole allí con un montón de comida y cervezas.

No parece molesto, por lo que supongo que puede pagarlas… o es amigo de los dueños.

Chris me rodea con el brazo mientras bajamos por una de las cuestas empedradas. Le miro de reojo de vez en cuando, con una inquietud en parte agradable en el estómago. Me gusta lo que ha dicho sobre el respeto y la confianza, y sobre la admiración, pero también me han surgido preguntas que no sé cómo hacerle.

—¿Qué pasa? ¿A qué viene esa mirada de cachorrito?

—A nada. Estás muy guapo.

Sonríe de medio lado, como un canalla.

—¿Nos echamos una siesta antes de bajar a la playa?

—¿Una siesta tradicional o tu idea de una siesta tradicional?

—Dejemos que la vida nos sorprenda, no te ates con las cadenas del miedo —dice teatralmente, imitando el acento de Matt.

Le doy con el codo pero no puedo evitar reírme.

—Está bien, vamos al hotel y luego veremos… además, tengo que ponerme el bañador.

—No tienes por qué, podemos bañarnos desnudos.

—Nos detendrían por escándalo público.

—¿Y no te seduce la idea de hacerlo en la cárcel?

—Chris, tío.

—Oh venga, no me vengas con «Chris, tío», hemos estado a punto de hacerlo en el confesionario.

—Pero no lo hemos hecho.

—No, así que habrá que volver.

La idea me escandaliza, otra vez. Pero no digo nada. Porque la verdad es que quiero volver.

—En el fondo te va la marcha —me dice al percatarse de mi sonrisa.

 

***

 

Al final ha resultado ser una siesta tradicional. Cuando llegamos, estábamos tan atontados por el calor que decidimos pasar un rato en la cama, con la televisión puesta y los móviles encendidos para echar un vistazo en las redes sociales, dando cabezadas y charlando de vez en cuando. Hace tanto calor que no hay ganas de follar. Imaginaos el calor que hace para que yo esté diciendo esto.

En los canales de televisión de España —que han resultado ser más de los que esperaba— ponen sobre todo series y programas de celebrities. Las celebrities de aquí no tienen nada que ver con las nuestras. Algunas dan miedo, ¿ok? Hay futbolistas, toreros, actrices, modelos y folclóricas. Intento poner a prueba mi sexualidad buscando algún tipo que me resulte atractivo, pero nada.

—¿Ese te parece guapo? —le pregunto a Grimm cuando aparece en pantalla un hombre moreno con barba de tres días y una voz muy grave al que se refieren como Elduque o algo así.

—Sí, es guapo.

—¿Y ese?

—Ese no está mal.

A mí todos me parecen normales. Miro a Grimm. Claro, ¿cómo voy a encontrar a nadie que me guste con esta prenda al lado? Evan siempre ha sido puñeteramente guapo. Y siempre lo he pensado. Pero antes lo usaba para meterme con él. Sonrío a medias.

Tras un par de horas, nos ponemos en marcha. Salimos de la habitación con los bañadores y las toallas. No me cuesta convencer a mi novio de que no se lleve ninguna puñetera bolsa de playa y le explico que en California eso se considera una horterada y que no pienso ir con él a ninguna parte si va a llevar bolso.

—No es un bolso, son más bien como maletas. No puedes ser tan intransigente.

—Sí que puedo. Esas cosas solo las llevan las señoras de cincuenta años.

No es una discusión, en realidad. Yo exagero y él lo sabe, por eso se ríe. Atravesamos las calles con las toallas al hombro y las gafas para protegernos del sol, que a pesar de que pasan ya más de cuatro horas desde el mediodía, cae todavía con una fuerza espantosa. El hecho de que las calles estén desiertas me hace pensar. Me parece que esta no es buena hora para salir de casa en España.

Alquilamos unas hamacas con una espantosa sombrilla de paja estilo tropical y durante un rato, dejo que Grimm vaya a su ritmo. Es un hombre de rituales, tiene que quitarse el reloj, recogerse el pelo, ponerse crema… Como a la espalda no llega, tengo que sacrificarme y ponérsela yo. Intento no pensar en cosas sucias mientras lo hago, pero no se trata solo de pensar. Mis manos sobre su piel caliente, la crema solar extendiéndose sobre sus hombros, la línea de su columna, los diminutos lunares que encuentro aquí y allá… todo eso me envía señales rabiosas a la entrepierna. Para colmo, se le pone el vello de punta, y me doy cuenta, claro. Los dos estamos en silencio, y es ese silencio pesado, denso, de cuando estamos cachondos y no somos capaces siquiera de decir nada por miedo a que el deseo explote de cualquier manera.

Para cuando termino con la puñetera crema, ya estoy empezando a tener una erección, pero ahora que el damiselo está listo, podemos entrar al agua. Con suerte estará helada y este desastre se calmará.

—Agh, las piedras se me clavan en los pies —se queja Grimm mientras caminamos hacia el mar.

—¿Quieres que te lleve en brazos? —le digo burlón.

—No seas idiota.

Cuando entramos en el mar, se queja porque el agua está muy fría. Luego de la intensidad de las olas. Luego de la sal. Al final, como me río de él, deja de quejarse y nadamos un rato, pero Grimm se cansa pronto y se queda cerca de la orilla, dejándose flotar y mojándose la cabeza para no pillar una insolación. Yo me alejo un poco más, me gusta nadar, cansarme y que el sol me muerda un poco, y también me gusta que me suponga un esfuerzo volver. Cuando regreso, jadeante pero satisfecho, Grimm me dice que no debería adentrarme tanto.

—No te preocupes. Si yo controlo —le digo jactancioso.

—Parece que te gusta esto.

—Sí, claro. Siempre me ha gustado estar cerca del mar. Antes era surfero.

Grimm se ríe. Está muy guapo mojado. Siempre está guapo el cabroncete, pero nunca le había visto así, y me gusta. Tiene las mejillas un poco rosadas por el sol.

—¿Y escuchabas a los Bee Gees?

—No, eso no. Solo iba con mi tabla a fardar y a remontar olas. No se me daba especialmente bien, pero me defendía. ¿Y tú, has probado alguna vez?

—Nunca.

—¿En serio?

Durante un rato le coso a preguntas: quiero saber hasta qué punto es un neófito en esto de los deportes acuáticos, y veo que su mayor riesgo ha sido montar en una de esas horribles barcas de pedales. Nunca ha buceado, ni ha saltado desde las rocas, ni ha hecho surf, ni windsurf, ni esquí acuático...

—Tienes que probarlo. Al menos una de esas cosas. Lo que elijas. No pretendo que lo hagas todo, pero…

Grimm no parece convencido. De hecho, empieza a sentirse incómodo.

—No creo que me vaya a ir muy bien, Chris…

—¿Por qué no? No es nada peligroso. Lo haremos juntos.

—Es que…

Me muevo a su alrededor y le abrazo bajo el agua, besándole el cuello. Está salado.

—¿Quieres que te suplique, eh?

Él suspira. Sus manos se deslizan sobre mis brazos, su cuerpo se pega al mío.

—Es que lo voy a pasar mal...

—Vale. Entonces no. —Sigo acariciando su cuello con mis labios—. No quiero que lo pases mal.

—Pero lo haré. Lo haré por ti —dice entonces con un tono extraño, muy íntimo.

Se da la vuelta y me besa. De pronto me parece como si tuviera entre mis brazos un tesoro. Le devuelvo el beso, cerrando los ojos, y le empujo para sumergirnos juntos bajo la superficie, sin separar los labios.

Cuando abro los párpados, le puedo ver bajo el agua. No me importa el escozor de la sal. Se le ha soltado el pelo, que ondea alrededor de su rostro al compás de las olas. La blancura de su piel es aún más intensa aquí. Me he separado para poder mirarle bien pero él se me agarra, frunciendo un poco el ceño con exigencia. Me abraza, húmedo, cálido, precioso. Entonces lo siento otra vez, como ese abismo que se abre a mis pies, dentro de mi corazón. Ese vértigo.

Maldita sea, Grimm.

Salimos para tomar aire, con nuestros cuerpos entrelazados. Ya no pienso en Matt ni en ninguna de sus gilipolleces, solo puedo pensar en él y en el desasosiego repentino que me provoca soltarle. No quiero hacerlo, así que le mantengo sujeto. Durante minutos enteros nos quedamos así, besándonos sin prisa, tocándonos. Y cuando Grimm vuelve a intentar separarse, le retengo contra mi cuerpo, con los dedos en su pelo.

—Chris… ¿estás bien? —pregunta con voz suave.

—Sí. Es que... —Quiero decir algo. Necesito hacerlo, tengo un extraño nudo dentro y quiero desatarlo, pero no encuentro las malditas palabras—. Será mejor volver. Al final te vas a quemar —suelto al fin, frustrado.

Salimos y vamos hacia las sombrillas. Grimm se queja de las piedras otra vez, y después del frío. Se seca con la toalla y nos quedamos un rato ahí tumbados, escuchando el rumor del mar y conversando de todo y de nada. Me gusta esto, me gusta estar así, pero sigo teniendo ese pequeño malestar dentro, el de no ser capaz de explicarme. Si tuviera una guitarra, un teclado aunque sea, creo que podría desahogarme, pero ahora no los tengo y me siento igual que un crío que aún no sabe hablar. Lo único que soy capaz de hacer es coger su mano y no soltarla. Las horas pasan y vamos y venimos del mar a la orilla, de la orilla al mar, sin obligaciones ni más necesidad que la de estar juntos.

 

***

 

Ha sido una tarde perfecta, y me he dado cuenta de que no hace falta que hagamos mucho para estar a gusto. Draven siempre tiene conversación, pero también sabe disfrutar del momento en silencio a veces, aunque se aburre pronto y me ha arrastrado de vuelta al mar en múltiples ocasiones. Bueno, arrastrar es un poco exagerado, porque yo me he dejado hacer. La cuestión es que lo estamos pasando bien, y una vez me he relajado estoy viendo las cosas desde otra perspectiva. Podemos estar bien hagamos lo que hagamos, e incluso estoy dispuesto a hacer alguna que otra de sus locuras para darle el gusto, corriendo incluso el riesgo de partirme la crisma o ahogarme… o peor, hacer el ridículo.

Hemos vuelto al hotel, y la verdad es que yo me iría derecho a la cama. Se nos ha hecho de noche y nos hemos comido un bocadillo en el chiringuito de la playa, y aunque no hayamos hecho nada especialmente movido, estoy cansado y aún siento el escozor del sol en la piel, lo cual me da más sueño si cabe.

Oye, ponte guapo que vamos a irnos de fiesta un rato.

La voz de Draven me llega desde la habitación. Acabo de ducharme —otra vez—, y estoy mirándome al espejo con cara de mártir. No tengo ganas de salir, quiero meterme en la cama y dormir, pero no quiero ser el aguafiestas de siempre, así que recompongo mi expresión cuando Draven asoma la cabeza por la puerta.

¿Te apetece? He visto un garito guay mientras volvíamos.

Sí, claro. La noche es joven.

Él sonríe y entra para darme un mordisco en el cuello, rodeándome la cintura con las manos y estrechándome un momento antes de volver a salir para terminar de vestirse. Se me ha erizado la piel.

Pues vamos a exprimirla —le oigo decir al otro lado de la puerta.

Mi reflejo me devuelve la mirada y una sonrisa bobalicona que me apresuro en borrar al instante. Espero no poner esa cara delante de Draven, porque me acabo de avergonzar a mí mismo.

Media hora después volvemos a estar en la calle. No me he arreglado especialmente, llevo los vaqueros negros y la camiseta de Depeche Mode, que es una de mis favoritas, y solo me he puesto un par de muñequeras y el khol en los ojos. Sé que a Draven le gusta que me pinte los ojos, porque siempre se queda mirándome como fascinado.

¿Qué ha sido de la rejilla de las naranjas? Hace tiempo que no te veo con ella —me dice mientras bajamos hacia la playa, donde están los pubs y los bares.

Solo la uso para los conciertos.

Y para pescarme a mí.

Bueno… he ido perfeccionando otros métodos.

Draven se ríe entre dientes y me pasa el brazo sobre los hombros.

A medida que vamos llegando el barullo se vuelve más evidente. La música suena desde varias terrazas que dan directamente al paseo marítimo, donde una ancha acera permite a la gente ir y venir sin preocupación. Sillas y mesas invaden la acera en algunos tramos y las terrazas de los bares, restaurantes y pubs ofrecen cómodos asientos de mimbre, sillones de tela y mesas decoradas con velas y farolillos de colores. El local al que me lleva Chris no es especialmente grande, como ninguno de los que se desperdigan por el paseo. Es estrecho, pero alargado, y tiene las paredes pintadas de rojo cubiertas de posters de grupos musicales, guitarras eléctricas y baquetas entre fotos firmadas por celebridades del rock and roll.

Y aunque uno esperaría que estuviera sonando rock en un sitio como este, lo que sale de los altavoces es la archiconocida Tainted Love de Soft Cell, lo cual augura una buena noche.

He visto en los carteles que esta noche había sesión de synth pop y rock psicodélico. Ni que la hubieran pensando para nosotros, ¿eh?

Se me ha pasado hasta el sueño de golpe, e incluso tengo ganas de beber.

¿Te animarás a bailar? —le pregunto, mirándole con un gesto travieso.

Vamos, no me jodas —espeta él con un repentino mal humor.

Bueno, no tienes por qué ponerte así…

No es eso. Mira quién está ahí.

Matt está en la barra acodado, con un vaso en la mano y hablando con tres chicas que revolotean a su alrededor… y que me son tremendamente familiares.

¿No son esas tus amigas de la playa?

Sí, ya ves. El combo. Al menos estará distraído, a ver si no viene a darnos la murga.

Me río por lo bajo. No es que me guste que esté molesto, es que es gracioso... hasta que la lía. Pero no creo que la líe.

El pintor nos ha visto, y por desgracia para Draven nos hace un gesto para que nos acerquemos que Draven ignora sin molestarse en disimular. Las chicas van a su encuentro cuando va hacia la barra a pedir, y Matt se acerca a mí con su vaso en la mano.

Algo me decía que os dejaríais caer esta noche.

¿Ah sí? Voy a comenzar a pensar que es verdad que tienes poderes de brujo.

Nada que ver, estoy seguro de que a ti te gusta el synth pop.

¿Lo dices por mi camiseta? En realidad no sé qué es Depeche Mode, me la pongo porque es bonita.

No engañas a nadie.

Me río. Matt me ofrece de su bebida, pero niego con la cabeza. No me gusta beber de vasos ajenos, por las babas y por no saber qué demonios hay dentro. No es que sea desconfiado. Bueno, sí lo soy, pero no es nada personal con Matt ni con nadie.

Esta noche el pintor está diferente. Lleva una camiseta negra ajustada que marca su cuerpo casi como una segunda piel, y no puedo evitar fijarme en que es un cuerpo muy trabajado y bien proporcionado. Tiene los brazos fuertes, el pecho amplio y unos suaves abdominales que producen un poco de vértigo. Los vaqueros que se ha puesto tampoco son precisamente de monja, están ajustados en las caderas y le resaltan el trasero de forma estudiada. Intento no mirarle mucho.

Este sitio está lleno de sorpresas —digo, tratando de hablar de algo y sintiéndome un poco mal por el interés que me despierta—. No imaginaba que pudiera haber una fiesta como esta.

¿Qué esperabas, folclóricas y toreros?

Matt está sonriendo de ese modo pícaro. No lleva gafas de sol y su mirada misteriosa resulta especialmente magnética bajo las luces del local. ¿Se habrá dado cuenta de que me atrae?

¡Claro que no! Tengo una idea más amplia de este país.

No, no es que me atraiga. Es solo su físico y ese aire misterioso...

Pues aquí también se escucha synth pop.

Cuando Chris aparece, siento un alivio inmediato. Mi novio me guiña el ojo con disimulo y me tiende un mojito. No le he dicho lo que quería, pero me gustan los mojitos, y veo que este tiene pétalos de rosa flotando entre los pequeños cubitos de hielo.

Toma, guaperas. Tiene pinta de ser una de esas pijadas que te gustan.

¿Qué tal tu noche, Chris? —pregunta Matt aprovechando que se ha acercado.

De puta madre.

Chris vuelve a la barra sin dirigirle la mirada y se reúne de nuevo con las chicas, que parecen entusiasmadas con su presencia aquí. Una de ellas no deja de mirarme de reojo, supongo que sabe que soy el novio de Chris, eso, o algo de mí le llama la atención, pero no le hago mucho caso. Matt se ha quedado conmigo. No me importa que Chris vaya a su aire, no desconfío de lo que pueda hacer. He salido de fiesta con él muchas veces desde que estamos juntos y sé que es así, extrovertido y un poco cabeza loca. Pero ahora me gustaría que estuviera un poco más cerca. Me incomoda la atracción o lo que sea que Matt me provoca.

¿Vienes mucho por este bar? —le pregunto.

Todos los fines de semana. Es un buen sitio para escuchar buena música y encontrarse con gente interesante.

A mí me parece muy normal la gente que hay aquí.

¿Tú crees?

Me mira con una media sonrisa. Y lo pillo, pero no le sigo el rollo. Sorbo mi mojito, que está realmente bueno. «Qué ojo tienes cuando quieres, Draven».

—No voy a dorarte la píldora. Ya te sientes bastante especial como para que además yo te lo recuerde.

—Eres muy duro conmigo. Pero no importa, me gustan los retos.

—¿Y qué es un reto para ti? —digo mirándole a los ojos. Pero me perturba demasiado su expresión enigmática y acabo mirándole los abdominales, lo cual no es mucho mejor. Desvío la vista—. ¿Que te diga algo bonito?

—Por ejemplo.

Tengo la incómoda sensación de que estamos flirteando, de que yo lo estoy haciendo aun sin pretenderlo, así que aparto la mirada y busco con ella a Chris. Mi novio está en su salsa con las chicas, o eso parece. Le ha pasado el brazo sobre los hombros a una de ellas y están brindando entre risas. Matt comienza a hablarme sobre la música que le gusta y nos enzarzamos en una conversación sobre la EBM. Sin darme cuenta he comenzado a seguir el ritmo de la música con el cuerpo, hay más gente en el local y todos hablan mientras bailan, o se sientan en los sillones y beben con tranquilidad. Hay un grupo de ingleses bebiendo cerveza y riéndose a carcajada limpia en el fondo. Parece que viene gente de todo tipo, incluso hay un par de heavys acodados en la barra, hablando con el camarero.

Oye, ¿eres el novio de Chris?

Las chicas se nos acercan cuando Draven viene a darme otro mojito, una vez el anterior se ha agotado.

Sí —les respondo sin más.

Les brillan absurdamente los ojos y sueltan una risilla.

Hacéis una pareja estupenda. Sois guapísimos los dos —suelta una de ellas. Creo que las tres están borrachas, pero esta más que ninguna. Le brillan los ojos y tiene las mejillas sonrosadas.

Venga, no seáis pesadas. Vamos a por unos chupitos.

Draven se las lleva de nuevo a la barra, y comienza a pedir chupitos. Matt se ha quedado mirando al grupo con una expresión rara.

No parece que hayáis salido juntos.

¿A qué te refieres?

¿No te estás dando cuenta?

¿Darme cuenta de qué?

Pues… de que te está ignorando un poco. Debería estar divirtiéndose contigo, ¿no? ¿No es eso lo que hacen las parejas?

Tampoco hace falta que esté pegado a mí todo el día —le respondo, molesto. No me gusta que diga eso.

No pretendo juzgarle… es solo que creo que debería ser más atento contigo. Al fin y al cabo habéis venido juntos de vacaciones.

Ya… claro.

Me quedo mirando a Chris con una sensación fría en el estómago. ¿Eso es lo que parece, que ni siquiera estamos juntos? ¿Y por qué Matt se toma la libertad de opinar? Ya sé que mi novio es un poco cabrón con él, pero no sé... esto no me gusta. Me hace sentir angustiado.

¿Te he incomodado? Tal vez me he metido donde no me llaman. Discúlpame si ha sido así. Solo he señalado lo evidente.

Disculpas aceptadas. Ahora discúlpame tú a mí, pero estoy cansado.

Me mira como si no entendiera nada, pero asiente.

Sí, por supuesto… pasa una buena noche.

En realidad, el que no entiende nada es él. Tengo la sensación de que nadie va a entender nunca lo que tenemos Chris y yo. Nadie. Y eso me amarga un poco. Me hace sentir que no formo parte del mundo, que soy extraño… que tal vez estoy equivocado. De nuevo, la inseguridad regresa, aunque en este caso no me siento inseguro por Chris, sino por mí mismo.

Por un momento, tengo la tentación de marcharme solo y ni siquiera sé por qué. Quiero salir de allí, ir a la playa y pasear entre las piedras, escuchar el mar hasta que limpie la repentina tristeza que me ha caído encima como una losa. Pero eso sería infantil, ¿no? Y Chris se preocuparía. Tengo que hacer un esfuerzo, así que voy a avisar a Chris de que nos marchamos.

Otra vez soy un aguafiestas. No tengo remedio.

 

***

 

Desde que nos saludaron en la calle y las eché de mala manera, no había vuelto a cruzarme con las chicas. Que me mandaran a la mierda era una opción, pero ni mucho menos. No ha sido así. La gente aquí es muy afable y jovial, no parecen tomarse demasiado en serio los desplantes. Al menos no les afectan si se trata de pasar una noche de fiesta.

Cuando me acerco a ellas, ninguna parece recordar que las traté como a una mierda. Yo sí, por eso las estoy invitando, entre otras cosas. Noelia es un poco pesada, pero Sandra, Laura y Natalia me caen realmente bien. Sandra es la más interesante, Laura es un poco infantil, pero entrañable, y Natalia es de esas tías con las que puedes relacionarte de igual a igual, ¿ok? Sin tensiones raras de por medio. He venido a divertirme y no pienso dejar que el idiota de Matt me estropee la noche, pero tampoco voy a estropeársela yo a Grimm, así que les dejo que hablen a su bola y me quedo con la sección tetas.

—¡Tu novio es super guapo! —está diciendo Laura muy emocionada—. Jo, no me extraña que te guste. Parece salido de una peli o algo así.

—Ya os lo dije.

—Pero no parecéis novios. ¿Por qué no le besas? —pregunta Natalia con una sonrisa traviesa—. Va, dedícanos la faena, torero.

—No seáis pavas, joder. Además, está ahí hablando con el idiota ese.

Sandra frunce un poco el ceño al mirarles. Yo no dejo de hacerlo, a veces de soslayo, otras en el reflejo de los cristales de la barra, detrás de las botellas. Cuando Matt está cerca de Evan se me agita algo por dentro, una especie de alarma muy primaria. Una cosa bastante chunga. Supongo que son celos. Nunca he tenido celos, así que… debe ser esto.

—No sabía que conocíais a Matt —dice Sandra.

—Para mi desgracia.

—Y que lo digas —espeta Natalia, que bebe como una puta esponja—. Menudo cabrón.

—¿Por qué dices eso?

—Pues a mí me cae bien —añade Noelia, acercándose a mí y poniéndome las tetas contra el brazo. Lleva toda la noche haciéndolo, fingiendo que es casual. La muy guarrilla. Si aún me gustaran las tías ya me la estaría reventando en cualquier parte, pero ahora mismo el roce de sus tetas me provoca indiferencia. Supongo que esto confirma que soy marica del todo—. Es un tío interesante. Y es bueno en la cama —añade mirándome.

—¿Y a mí qué me cuentas?

—No, por si te interesa. Como eres marica… —Hace el gesto de chupar una polla y me provoca una carcajada.

—¿No te has enterado de que tengo novio? —digo riéndome. Qué tía.

—Bueno, pero es verano y estás de fiesta. ¿Qué más da?

—Déjale en paz, Noe. —Laura me mira con resignación—. Ella no cree en la fidelidad, pero yo sí. Además, Matt no folla tan bien.

—Espera, ¿os lo habéis tirado todas?

—Yo no —responde Natalia levantando la copa.

—Yo tampoco —agrega Sandra.

Vaya vaya. Interesante. Recuerdo perfectamente cómo Matt dijo, con toda su chulería, que era homosexual. Aunque yo también lo soy y me he tirado a muchas tías. Pero el comentario de Natalia, que le ha llamado cabrón, y la mirada desconfiada de Sandra refuerzan mi mala opinión sobre él.

Bah. Paso. Es que ni siquiera quiero pensar en eso.

Pido otra ronda de chupitos y brindamos por un equipo de fútbol español, el Sporting de Gijón. No sé qué equipo es ni cómo juegan, además, yo soy más de Super Bowl y tal, pero para Laura parece importante así que nos tragamos el Jager que ha pedido Noelia. A la salud del Sporting.

Chasqueo la lengua. El vaso no debe estar muy limpio porque percibo un ligero amargor que no es el propio del licor de hierbas.

—Bueno, el siguiente por el Rayo Vallecano, ¿no? —se queja Natalia.

Vamos a pedir otra ronda cuando veo que Grimm se acerca y me toca en el brazo con disimulo.

—Hey, ¿qué pasa? ¿Todo bien?

—¡Hola, Evaaaan! —dicen las chicas.

Solo Sandra le saluda de forma normal y no como si fuera retrasada mental. Luego empiezan a reírse. Grimm las mira con extrañeza.

—No les hagas caso, están tontas perdidas. ¿Quieres un chupito?

—No… en realidad necesito salir a que me dé el aire. —Se me queda mirando. Esa mirada es más de lo que aparenta. Creo que quiere algo de mí, pero como me suele pasar con él, no sé distinguir qué es—. ¿Te importa si…?

—No, claro. Sal, sal. A tu rollo.

Parpadea y se queda mirándome aun así. Vale, esa no es la respuesta que esperaba. ¿Entonces, qué?

—Ah… bien, yo… te espero fuera, entonces, para cuando termines.

De pronto me doy cuenta de lo que quiere y me siento como un idiota. En serio, esto de tener que leer la mente de alguien es muy cansado. Le sujeto del brazo antes de que se dé la vuelta para marcharse y me bebo el chupito de un golpe.

—Espera, que me voy contigo.

Pago todas las consumiciones, entre las protestas de las chavalas. Intento despedirme rápido pero no me dejan. Todas quieren darnos dos besos. Al principio pienso que es porque son unas jodidas pesadas, pero cuando hasta Sandra lo hace me doy cuenta de que es así como se despiden aquí entre chicos y chicas. Después, Grimm y yo nos escabullimos. Al pasar cerca de Matt me doy cuenta de que nos está mirando, pero Grimm no le dirige la palabra. ¿Habrán discutido? Pues me alegro, la verdad.

—¿Todo bien, tío? —le digo una vez fuera.

Grimm parece que acabe de escapar de una prisión. Camina unos pasos por delante de mí antes de detenerse, dándome la espalda, cerca de la valla de piedra que separa la zona peatonal de la playa. Toma aire y se pasa los dedos por el pelo. Lo tiene un poco ondulado por la humedad. Me dan ganas de tocarlo, y no se si es por él, por la luna o por los chupitos, pero me parece verlo más oscuro, más brillante, más sensual. Maldita sea, Grimm. Me vuelves loco.

—Sí, me estaba agobiando un poco, eso es todo.

Se sienta a horcajadas sobre la valla de piedra y pasa al otro lado. Yo le sigo. Caminamos un rato por la orilla, cogidos de la mano. No me siento raro al hacerlo. Nunca me ha gustado ir de la mano con nadie, pero esto es distinto. Esto sí me gusta.

El mar suena extraño, demasiado fuerte para mis oídos. Me parece raro estar tan borracho, tampoco he bebido tanto, y sin embargo algunos estímulos parecen demasiado fuertes, como si mis sentidos estuvieran jugándome una mala pasada.

De nuevo Grimm me habla, a media voz.

—Perdona. Sé que querías…

—Quiero estar contigo —le corto.

Él suspira y se gira, mirándome. Sus ojos parecen dos putas piedras preciosas, limpias y resplandecientes. Pero algo hierve ahí al fondo. ¿Qué le pasa? ¿Por qué está triste?, si es que eso es tristeza. Me acerco a él, deslizo los dedos entre su pelo con alivio. Joder, necesitaba tocarle. De pronto, se lanza hacia mí y me abraza con fuerza, cerrando los brazos alrededor de mi cintura.

—¿Qué te pasa?

—Nada…

Nada, dice. Y una polla. Me resigno, ya me lo dirá… supongo. Le acaricio el cabello y apoyo el rostro contra su cabeza. Grimm y yo somos casi igual de altos, pero ahora él tiene la mejilla en mi hombro y se acurruca contra mí como si buscara un refugio. Nunca había hecho algo así. Nunca se había mostrado tan abiertamente vulnerable, tan necesitado de mi afecto, y eso me cierra un nudo en la garganta y me provoca unas ganas absurdas de… no sé de qué.

El mar se agita junto a nosotros, la luna llena resplandece.

—¿Te sientes libre a mi lado, Chris?

La pregunta me pilla por sorpresa. ¿Qué cojones…? Dios, espero que no sea una pregunta trampa.

—¿Por qué me preguntas eso?

—No sé… creo que… tal vez te exijo demasiado. No sé si soy una persona fácil… Siempre tienes que estar contentándome, ¿no es cierto? Siempre tienes que estar esforzándote. Tal vez nosotros no...

—Oye, oye, no vayas por ahí. Para. —Levanta el rostro y me mira, apoyando las manos en mi pecho. A mí el corazón me ha empezado a latir demasiado fuerte. No me gusta por dónde va la conversación y ya me veo venir alguna mierda del tipo «no encajamos» o «no somos compatibles» o algo así—. Estoy bien contigo, ¿de acuerdo? Y tú estás bien conmigo, así que no le des tantas vueltas a la cabeza.

—Pero es que tengo la sensación de que siempre estamos sacrificándonos el uno por el otro, y…

—No. Eso es mentira. ¿Qué sacrificio, de qué hablas?

—Ahora, por ejemplo. Te lo estabas pasando bien, y yo…

—¿Me ves sufrir? ¿Te parece que estoy sufriendo?

Grimm parpadea lentamente y niega con la cabeza. Luego suspira y vuelve a apoyarse en mí. Le abrazo con fuerza, mirando hacia el mar, que de nuevo ondula y relampaguea de forma extraña. Cierro los ojos un momento. Maldito Jagermeister.

—No sé… creo que somos una paradoja o algo así —sigue diciendo él a media voz—. Tú y yo. —Hace una pausa—. Nadie entiende lo nuestro, a veces ni siquiera nosotros lo entendemos. Cuando estamos juntos todo me parece perfecto, pero cuando nos alejamos, aunque solo sea un poco… de pronto siento que todo se tambalea… y me… me… preocupa que las cosas se estropeen, que todo se hunda ahora que hemos llegado tan lejos. Quiero quitarme ese… esa preocupación, pero en cuanto bajo la guardia, vuelve, y ya no sé qué hacer.

Joder, el pobre está muy afectado. Y me está hablando de cosas que normalmente esconde. Sé que cuando dice que se preocupa en realidad quiere decir que está acojonado. Entiendo de qué va la historia, no es la primera vez que Evan se angustia por inseguridades absurdas, es algo propio de él y yo lo acepto. Pero no sé por qué le ha dado justo en esta noche. Estábamos pasándolo bien, o eso se suponía. Las cosas van genial.

—¿A qué viene esto ahora? —le pregunto, separándole de mí para poder mirarle a los ojos.

—No sé. —Él aparta la vista—. Ya sabes, soy un aguafiestas. Lo siento.

Mi cabeza trabaja a toda velocidad, pero estoy torpe y desenfocado. Sin embargo, adonde no llega mi coco, llega mi instinto.

—No te disculpes, ni se te ocurra. —Sé que la repentina melancolía de Evan no es casual. Él estaba bien, hasta que... De pronto, lo comprendo todo. Alguien se ha puesto a malmeter. Y sé de quién se trata—. ¿Qué coño te ha dicho Matt? —escupo con rabia.

—No me ha dicho nada. Es solo que no parece… —su expresión se vuelve amarga—. Nadie se cree que estamos juntos, Chris. Nadie nos ve como a una pareja. No nos toman en serio, no…

—Que les jodan. ¿Qué más da?

—Ya, ya lo sé. Pero me gustaría que… no sé. Tener algo de apoyo. Ser aceptados. Que la gente no se ría cuando les dices que soy tu novio, que a las chicas no les cueste creerse que eres… que… que estás conmigo. Nadie entiende esto, somos una pareja rara, y…

—¿Y qué? —Él me mira, dubitativo y un poco retraído—. Evan, que les jodan. Que les jodan a todos: a Matt, y a esas tías, y a la vieja del hotel, y a todo el mundo. No tiene que importarte tanto. No puedes dejar que esas cosas afecten en tu vida.

—Para ti es fácil decirlo, tú pasas de la gente —me reprocha.

—Sí, es verdad. A mí nunca me ha importado que me acepten o no. No me importa la gente que no tiene un lugar en mi vida. Las personas que cuentan no son esas. Los que cuentan son tus amigos, tu familia. Y ellos te apoyan, ¿no? Ellos saben que estamos juntos, y saben que va en serio, que somos… pues eso. Que es en serio.

—Sí, es en serio —dice Grimm, algo más recompuesto—. Con respeto y confianza.

—Exacto.

—Y con cariño —añade.

Él me mira. Está sonriendo un poco, pero hay algo de resignación en ese gesto. Eso de «cariño» me suena a abuelas y a nietos, no a nosotros dos. Acaricio su rostro, de nuevo con la sensación de vértigo sacudiéndome, y ahora es aún peor, porque además todo empieza a dar vueltas por culpa de los chupitos.

—Evan, yo…

—No hace falta. —Me pone los dedos sobre los labios—. Te quiero, Chris. Y te querré por los dos hasta que tú…

No le dejo seguir. Aparto su mano de mi boca y cierro la suya con un beso apasionado y desesperado. Soy un patán y no sé expresarme, ¿ok? Pero el mundo se abre bajo mis pies y el universo parece expandirse, y el corazón se me eleva y el aire no me cabe en los pulmones. Y sí, puede que esté borracho, pero sé que lo que siento no es «cariño».

Nos besamos como animales hambrientos, tirándonos del pelo. Él responde a mis besos con la misma necesidad. Todo parece poco.

Ahora estamos tumbados en las piedras. Tengo las manos debajo de su camiseta. Estoy devorando su boca. Sus labios saben a rosas. Maldita sea, Grimm. ¿Cómo puedes ser tan…?

Está encima de mí. El cielo es oscuro, y de pronto brilla con una luz verde. Las estrellas se derriten.

Luego todo se vuelve negro.

 

***

 

Me despierta la luz de un sol furioso taladrándome los párpados. Cuando abro los ojos, veo las cortinas de la habitación, que se agitan con una brisa demasiado cálida y escucho el ajetreo del pueblo. Debe ser mediodía, por lo menos.

Estoy en Altea, con Grimm, y estamos de vacaciones. Anoche bebí y me pasé con el licor de hierbas, por lo visto, porque no me acuerdo de nada.

El cuerpo cálido de mi novio a mi espalda me recuerda escenas sueltas de lo que ocurrió. Su mirada buscándome en el bar, nuestro paseo por la playa… sus besos, sus palabras, su cuerpo. Sus gemidos en mi oído.

Suspiro, somnoliento, y me doy la vuelta para abrazarle.

—Eh, nene… creo que va siendo hora de lev…

Se me congelan las palabras en los labios. Una repentina sensación de frío me ataca, un latigazo gélido en la espalda.

No me jodas.

No me jodas.

No. Me. Jodas.

A mi lado no está Evan. A mi lado está Noelia, desnuda, con el pelo suelto y el maquillaje emborronado. Su carmín se difumina alrededor de su boca.

¿Qué cojones…?

Me quedo inmóvil, petrificado, rezando por que no se despierte, rezando porque esto sea una pesadilla, rezando, como buen católico, porque esta puta mierda tenga una explicación.

***

Continúa en «Bajo la luz: parte IV». Disponible en Amazon a partir del 12 de mayo de 2016.

Hazte fan de mi página de autora en Facebook para saber más sobre mis libros, participar en sorteos y enterarte de todas las novedades: Kattie Black - Escritora

No te pierdas tampoco las novedades DirtyBooks siguiendo la página de la editorial.