Capítulo 12
Y AHORA prométeme que vas a ser un buen niño con la señora Daniels, cariño. Jamie asintió, aún con expresión de preocupación en la carita. Rachel lo abrazó. Por encima de su cabeza se encontró con los ojos de Stephen y apartó la vista.
-Jamie estará bien. No hace falta que te preocupes, Rachel. A la señora Daniels le encanta cuidar de él.
Lo miró con curiosidad, ya que en su voz no se reflejaba la furia que había sentido antes; él le sonrió con la promesa de algo que Rachel no logró entender...
Volvió a centrar su atención en el pequeño que la aferraba como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer.
-Voy a ponerme bien, cariño. El doctor quiere que me quede aquí unos días y luego podré llevarte a casa. Lo prometo.
-Eso es lo que dijo Stephen -Jamie sonrió.
Había algo en la voz de su hijo que daba a entender que debía de ser cierto si Stephen lo decía. No era la primera vez que Rachel notaba la predisposición de su hijo a creer cualquier cosa que le dijera Stephen, no obstante, aún la sorprendía que Jamie confiara tanto en él. Al captar la sonrisa cálida que este le dedicó al pequeño, se sintió todavía más confusa.
-¿Por qué no vas a la sala de espera, Jamie? Quiero intercambiar unas palabras con tu madre. Toma, cómprate un refresco en la máquina. Sabes cómo funciona, ¿verdad?
Jamie aceptó las monedas que le ofrecía y murmuró las gracias antes de dejar la habitación. Rachel frunció el ceño al verlo marcharse, tratando de adivinar la diferencia que percibía...
Stephen se acercó y se sentó en el borde de la cama. La estudió en silencio, haciendo que Rachel cobrara una conciencia súbita del aspecto que debía de tener, con el enorme moratón en la frente y el pelo aplastado y revuelto.
Alzó la mano en un intento instintivo de arreglarse, pero la dejó caer al comprender que era una tontería. A Stephen poco le importaría el aspecto que mostraba. El volvió a sonreírle de manera enigmática.
-Estás tan hermosa como siempre, Rachel.
Se preguntó cómo había sabido lo que pasaba por su cabeza. No le gustó la facilidad con la que podía leerle la mente, por no mencionar ese cumplido indiferente. Lo miró con frialdad y jadeó cuando él pasó un dedo por el moratón. Se inclinó más y al hablar lo hizo con un susurro ronco que le llenó la mente y el cuerpo con unas sensaciones que no tenía derecho a experimentar.
-Lo sé, Rachel. Puede que haya sido un poco lento al principio, y un poco rápido en mis suposiciones, pero ahora conozco la verdad.
-Yo...
Calló de repente cuando Stephen se levantó con calma y se dirigió a la puerta. Miró atrás unos momentos antes de abandonar la habitación.
Rachel se sintió sumida en un torbellino. ¿A qué se había referido? ¿Qué sabía? No tenía sentido...
Se llevó instintivamente la mano al vientre y contuvo el aliento. ¡No podía saber que el bebé era suyo!
Cerró los ojos e intentó pensar de forma racional. Si de algún modo Stephen había llegado a la conclusión de que era el padre del bebé, eso lo podía cambiar todo. La invadió la cautela y la cordura apartó a un lado la euforia. Se preguntó si cambiaría las cosas a mejor o a peor. ¿Qué pensaría hacer al respecto? Eso no modificaba el hecho de que él aún creía que Jamie era hijo de Robert. Ni hacía que dejara de odiarla por esa aparente traición.
Stephen se detuvo en el corredor y trató de serenarse antes de ir a buscar al niño. No podía creer cómo se sentía, esa desbocada alegría, el júbilo embriagador que lo había dominado mientras conducía al hospital y luego contemplaba a Rachel y a su hijo.
Respiró hondo. Era extraño, pero en ese momento podía aceptar la idea de quién era Jamie.
¡Rachel iba a darle un hijo! Era como un bálsamo para su alma, un ungüento para las heridas que le habían resultado casi insoportables durante los últimos meses. Por primera vez se sentía capaz de encarar lo sucedido diez años atrás, la relación que habían tenido Rachel y Robert, aun cuando una parte de él no podía creerlo.
Despacio se dirigió hacia la sala de espera y permaneció un momento en la puerta observando al niño agachado junto a la mesita, que garabateaba en unos papeles que alguien había dejado allí.
De algún modo Jamie debió percibir su presencia, porque alzó la cabeza y sonrió. Algo en su sonrisa le aceleró el corazón, aunque no se atrevía a creer en los pensamientos que querían irrumpir en su mente.
-¿Podemos irnos a casa ahora?
Stephen miró el pasillo, con la imperiosa necesidad de regresar a la habitación de Rachel. Pero sabía que ese no era el camino. No podía entrar exigiendo respuestas. Tenía que analizarlo con calma, racionalmente y tratar de decidir si había una base real para lo que pensaba. Antes de hablar con Rachel debía alcanzar en su propia mente la verdad.
Volvió a mirar al niño y experimentó una emoción que jamás había sentido. ¡Cuánto esperaba que fuera cierto!
¿Qué planeaba Stephen?
Rachel se mordisqueó el labio mientras miraba el exterior. Después de dos días de descanso forzado, esa mañana se le había permitido levantarse, aunque tenía órdenes de no ir más allá de la silla que había junto a la ventana.
Cerró los ojos y rememoró mentalmente las breves conversaciones que habían mantenido en los últimos dos días. Por necesidad no habían tocado nada personal, ya que Jamie había estado presente en ambas ocasiones, pero Rachel había percibido una corriente subterránea en los intercambios corteses que la obligaban a pensar. Si Stephen planeaba algo, debía averiguar qué era.
La puerta se abrió de repente. Giró la cabeza y se quedó pálida al verlo. No había esperado que fuera esa tarde, porque la había ido a visitar esa mañana en compañía de Jamie. Con cierta aprensión se preguntó a qué se debería su presencia.
Cerró y se acercó a la ventana sin decir una palabra, con las manos en los bolsillos y los poderosos hombros encorvados. Rachel lo estudió nerviosa y sorprendida notó lo cansado que parecía. Se afanó por entender lo que sucedía y con una creciente sensación de incredulidad encontró la respuesta. En ese momento la observaba como era en el presente, veía a la mujer y no a la joven que había conocido.
Rachel apartó la vista, aturdida por los sentimientos demasiado peligrosos que eso despertaba en su interior. Amaba mucho a Stephen y sería muy fácil buscar algo que no existía.
-El otro día te hice una pregunta, Rachel, y tú me respondiste con otra. Creo que ha llegado la hora de darte una respuesta -manifestó él en voz baja y profunda.
-No sé a qué te refieres -apretó con manos heladas los reposabrazos del sillón-. Mira, Stephen, yo...
Él se inclinó y apoyó un dedo en sus labios, silenciándola.
-No, Rachel. Basta de evasiones, no más engaños ni mentiras. Te pregunté de quién era el bebé que llevabas dentro y me contestaste: «¿De quién crees que es?» Bueno, la respuesta es sencilla: es mío. Vas a tener a mi hijo, ¿verdad?
-Yo... -quiso negarlo. Temía tanto lo que él pudiera tramar. Sin embargo, le resultó imposible mentir al mirarlo a la cara y ver una certeza que cancelaría cualquier protesta que ella pudiera hacer-. Sí-musitó con voz quebrada-. El bebé es tuyo, Stephen-cerró los ojos, ya que no quería ver la' ira en su rostro. Se preparó para oír las palabras crueles que caerían sobre ella. Pero no estaba preparada para lo que sucedió.
-¡Gracias a Dios! -exclamó con tono de júbilo.
Ella abrió los ojos y se incorporó confusa. Él la tomó por los hombros y la miró con ternura. Sus ojos se demoraron unos momentos en la leve protuberancia del vientre, apenas visible bajo la bata, luego los clavó en su cara. Lo que Rachel vio en ellos le desbocó el corazón.
-Stephen, yo... -no pudo seguir, ya que la besó y la abrazó como si no quisiera soltarla nunca... como la habría abrazado el Stephen de diez años atrás.
Buscó su boca con un ansia insatisfecha durante mucho tiempo. Rachel sintió la necesidad que bullía en él al tiempo que le resultaba increíble el cambio. Y respondió de forma instintiva. Lo amaba tanto que poder disfrutar de ese momento de intimidad, sin importar lo breve que fuera, era una tentación demasiado grande para resistir.
Le devolvió el beso con todo su amor, con toda la pasión que solo él podía despertar... Lo oyó jadear y sintió cómo su cuerpo fuerte se tensaba, cómo la aferraba unos instantes antes de apartarla con el rechazo que Rachel había temido y, sin embargo, esperado.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sabía que a continuación oiría la amargura y el odio por lo que supuestamente ella había hecho.
-No llores, mi amor. No hace falta -pidió con voz suave mientras le secaba las lágrimas. La acunó contra su cuerpo al tiempo que le acariciaba la espalda para consolarla-. Lo siento, Rachel, siento mucho todo lo que te he dicho, todas las palabras crueles...
Calló de repente, como si no confiara en sí mismo para poder continuar. Rachel se apartó para mirarlo a la cara y lo oyó gemir cuando Stephen vio el desconcierto en su expresión.
-He sido un tonto, Rachel. ¡Un tonto! -le dio un beso hambriento-. Tenemos que hablar de tantas cosas, hay que aclarar tanto... pero deja que te lo haga más fácil -le enmarcó la cara entre las manos-. El bebé es mío. Lo concebimos aquel día en el despacho -rio en voz baja y con tanta intimidad que ella se ruborizó-. Aunque no me extraña.
-Espero que no estés enfadado, Stephen. No lo planeé así. Debes creerme. Simplemente... pasó.
-No estoy enfadado. Al principio, me quedé aturdido, ya que siempre me he mostrado cauto en esas cosas -hizo una pausa y la miró-. Aunque tú siempre has hecho que me fuera difícil pensar con claridad, Rachel. Recuerdo con precisión las veces que hicimos el amor y la pasión nos desbordó, sin que ninguno pensara en tomar precauciones -le alzó el mentón-. Dime ahora, Rachel, lo que intentaste contarme y yo no quise escuchar.
Ella tragó saliva, incapaz de creer lo que le pedía. ¿Sería otro engaño, otro modo de hacerle pagar por el pasado? Pero algo en la expresión de Stephen hacía que deseara confiar en él.
-Ja... Jamie es tu hijo -se puso a temblar y su voz apenas sonó como un susurro, pero dio la impresión de llenar la habitación, como si lo hubiera gritado-. Tuyo, no de Robert. Te mentí, pero ahora te digo la verdad. Jamie es tu hijo -aspiró hondo y bajó la última de sus defensas-. Jamie no podría ser hijo de nadie más... igual que no podría serlo este bebé que espero.
Stephen sintió como si recibiera un golpe físico. Las ondas que creó en su cuerpo fueron como un terremoto. No era típico que creyera algo sin pruebas, pero anhelaba tanto creer lo que decía Rachel que apenas rué capaz de controlar la avalancha de necesidades que desató.
-¿Me estás diciendo que jamás te has acostado con nadie salvo conmigo?
Le tomó la cara entre las manos y le bajó la cabeza para poder mirarlo directamente a los ojos y, de pronto, el Stephen de hace diez años estuvo encarnado en el hombre que había ante ella. Los dos eran la misma persona; el joven del que se había enamorado entonces y el hombre al que amaba en ese momento.
Le sonrió y lo acercó para besarlo.
-Nunca. Nunca ha habido un hombre al que haya deseado aparte de ti, Stephen. Hace diez años te amé como te amo ahora.
Stephen gimió en voz baja, conmocionado por la súbita y primaria sensación posesiva que lo dominó. Durante los últimos días había pasado por mil agonías al tratar de reconciliar los hechos tal como él los consideraba con lo que le decía su corazón. Había intentado racionalizarlo, pero la idea de que Jamie era su hijo se había ido haciendo cada vez más fuerte.
Aquella tarde ya no había podido esperar más para oírlo de labios de ella. Y en ese momento la cabeza le daba vueltas. ¡Rachel le había sido fiel todos esos años! Quiso ponerse de rodillas y darle las gracias por algo que no merecía.
La tomó en brazos sin sentir vergüenza por el modo en que temblaba.
-Yo también te amo, Rachel. Tanto que...
Se le quebró la voz y fue incapaz de continuar, embargado por la emoción, pero las palabras eran innecesarias cuando había un modo más eficaz de declarar su amor. La besó con ardor y ella se mostró ansiosa de responder al gesto.
¡Stephen la amaba! Las palabras le llenaron el alma y no dejaron espacio para el dolor. Mientras le devolvía el beso, las lágrimas cayeron por sus mejillas sin que se diera cuenta, hasta que él se apartó con el ceño fruncido.
-¿Lloras?
Rachel rio y se secó las lágrimas con la manga de la bata. Le sonrió y sus ojos reflejaron todo lo que sentía.
-Soy tan feliz. Jamás imaginé que sentías algo por mí.
Stephen suspiró, se sentó y la acomodó en su regazo. Le acarició el pelo con mano temblorosa.
-Quería odiarte, Rachel. Me dije que te odiaba, pero me mentía. Creo que jamás dejé de amarte. Estabas en mi corazón, en mi sangre. Todos estos años has sido parte de mí, y por eso me dolió tanto cuando pensé que me habías sido infiel... y, encima, con Robert.
-Lo siento, lo siento tanto, Stephen. Sé que no basta, pero cuando aquel día apareciste en la casa de la tía Edith, me dejé llevar por el instinto. Pa.. parecías tan enfadado que temí lo que pudieras hacer, que trataras de arrebatarme a Jamie. Por eso te conté la mentira de que era hijo de Robert. Fue lo único que se me ocurrió para explicar el parecido que habías notado.
-Supongo que puedo entender lo que sentiste -suspiró-. Aquel día estaba enfadado... más de lo que nunca lo he estado en la vida. Le eché un vistazo al pequeño y sentí lo que me habías negado. Puede que tal vez hubiera reaccionado como tú temías, pero lo que sentía entonces no fue nada comparado con lo que sentí después de que me contaras esa historia.
Había tanta tristeza en su voz que Rachel se vio obligada a contener las lágrimas. Lo besó, deseando... necesitando demostrarle lo mucho que lamentaba lo que se había visto obligada a hacer.
Se echó hacia atrás y lo miró a los ojos.
-Lamentaré lo que hice el resto de mi vida, Stephen, pero en ese momento me pareció el único camino. Había leído tanto sobre ti a lo largo de los años, sobre lo despiadado que eras cuando querías conseguir lo que deseabas. Te has convertido en un hombre muy poderoso, Stephen Hunter. Era lo que esperaba que sucediera, pero tratar con la realidad no resultaba fácil.
-¿Lo que esperabas...? -pareció desconcertado-. ¿A qué te refieres?
-El motivo principal por el que me marché hace diez años era porque no quería estropear tus posibilidades de alcanzar tus ambiciones. ¡Anhelabas llegar a la cima! No podía interponerme en tu camino. Haber tenido que encargarte de mí y del bebé lo habría arruinado todo -se le quebró la voz-. Me enteré de que estaba embarazada aquel día que regresaste de Londres. Se te veía tan entusiasmado con tu éxito, con el futuro. No... no pude soportar la idea de que pudieras llegar a odiarme si por mi culpa perdías la oportunidad por la que tanto habías luchado.
-¡Oh, Rachel! -la pegó a él y le besó el pelo, aturdido por su confesión. Cuando pensaba en todo lo que tendría que haber pasado sola, para garantizar que él cumpliera sus sueños... Respiró hondo, con-mocionado por la idea de que no había estado a su lado cuando lo necesitaba-. Intenté encontrarte, mi amor. Probé todo lo que se me ocurrió para descubrir adonde habías ido, pero sin éxito. Tu tía se negó a decírmelo. Y nadie más parecía conocer tu paradero. Era como si hubieras desaparecido de la faz de la tierra.
-No se lo conté a nadie... al principio, ni siquiera a la tía Edith. Simplemente hice la maleta y me fui. No paré en ningún sitio hasta que me fue imposible seguir moviéndome, debido a que se acercaba el momento de dar a luz a Jamie y necesitaba encontrar un lugar donde vivir. Incluso entonces, cuidé de no darle mi dirección durante un tiempo a mi tía. Imaginé que me buscarías, pero supuse que lo dejarías pronto, una vez te hubieras olvidado de mí.
-¡Jamás te olvidé, Rachel! ¡Jamás! Todo lo que hice, lo hice por ti. A cada mujer que conocí terminaba por compararla contigo -rio en voz baja-. Incluso a Shelley.
-¿Tu esposa? -lo miró a los ojos, incapaz de creer en lo que le decía.
-Sí. Nunca la amé como te amo a ti, y ella lo sabía. Ese fue uno de los motivos por los que nos divorciamos, aunque ninguno de los dos lo reconoció en su momento. Una parte de mí siempre te perteneció y siempre será tuya. Encontrarte otra vez me vuelve completo.
-¡Oh, Stephen! ¡Para mí fue igual! Todo hombre al que conocía era una sombra pálida comparado contigo. Jamás deseé a otro... ¡siempre a ti!
-¿Ni siquiera a David? -sonrió-. Me pregunté si empezabais a congeniar.
Rachel rio también, sabiendo que Stephen ya no creía en esa fantasía. Se pegó a él.
-¿David qué? -de pronto se apartó-. Pero mientras nos hacemos confesiones, ¿qué me dices de la mujer con la que salías cuando volvimos a vernos? Creo que se llama Loma.
-Y creo que tienes razón -rio. Le dio un beso prolongado hasta que corrió el peligro de olvidar de qué hablaban. Aunque ella no tenía intención de permitírselo.
-¡Ni se te ocurra querer distraerme, Stephen Hunter!
-¿No? Es una pena -suspiró-. Si quieres saber la verdad, no la he vuelto a ver desde aquella noche en que fui a cenar con ella mientras tú te quedabas en mi casa. No me parecía justo.
-¿Justo?
Stephen le acarició la espalda y la sintió temblar al contacto de su mano. Volvió a sonreír con un aire de arrogancia. Rachel lo amaba. ¡Qué maravillosas sonaban esas palabras!
-No era justo para Lorna seguir viéndola cuando no tenía sentido. Después de aquella noche en que te encontré en el estudio, y a la mañana siguiente en mi despacho, no me interesaba ninguna otra mujer, Rachel. Aunque habría caminado sobre ascuas antes que reconocerlo.
Le encantó escuchar esa confesión. Había sufrido agonías terribles al imaginarlo con otra mujer.
-Me alegra oírlo.
-¿Tenías celos?
-¡Sí! -lo miró furiosa.
-¡Bien! -rio encantado. La acercó y la llenó de besos en las mejillas, los párpados, la mandíbula, hasta que sintió que ella se relajaba y cedía. No recordaba nada más maravilloso. Tenía ganas de subir a la cima más alta y gritar su felicidad, decirle al mundo que Rachel lo amaba, que él la amaba, que tenían un hijo... Se puso serio de golpe.
-¿Qué sucede, cariño? -preguntó ella.
-Me preguntaba cómo íbamos a decírselo a la tía Kathleen. Va a quedar muy decepcionada.
-Ya lo sabe -le acarició la mejilla-. Ella misma dedujo que Jamie solo podía ser hijo tuyo, porque recordaba las veces que Robert le contó lo enamorados que estábamos.
-Aunque por un tiempo yo lo olvidé -comentó él con amargura, pero ella no le permitió asumir toda la culpa.
-Yo me inventé la historia. Sin embargo, lo que me preocupa es lo que va a pensar Jamie. No quiero que imagine que tú no querías saber nada de él, cuando ha sido mi culpa que desconocieras su existencia...
-Hiciste lo que te pareció correcto. Le contaremos a Jamie la verdad cuando consideremos que ha llegado el momento -la besó-. Te amo, Rachel. Quiero que te cases conmigo y no aceptaré un no por respuesta.
-Si lo pones así -rio feliz-, no me queda otra alternativa.
-No -la miró con ojos llenos de un amor tan profundo que ella sintió que el corazón se le derretía-. Es hora de que haga una mujer honesta de ti, Rachel Harris, así que no hay más que discutir.
-¿Y quién discute, Stephen?