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Dick y Root le oyeron atravesar la acera de tablones y desaparecer en la noche. Las hojas secas reanudaron su rumorosa danza. Volvió a oírse el ronroneo de los motores ciudadanos.

Root miró a Dick. Vio que, en el interior de los bolsillos, sus puños estaban crispados. Con los músculos tensos en las mandíbulas, sonrió al joven. Los carteles volvieron a azotar la pared.

- ¿Asustado, muchacho?

Root quiso negarlo, pero al final se rindió.

- Sí, muy asustado. Tal vez no sirvo para esto.

- ¡Ánimo, pequeño! -dijo Dick con firmeza-. ¡Ánimo!

- Luego le recitó -: «Los pobres de espíritu deben ver en nosotros un ejemplo vivo de… de fortaleza. El mundo entero debe comprender de una vez dónde está la injusticia». Ahí lo tienes, Root. Es la consigna.

Luego se sumió en profundo silencio. El perro intensificó sus ladridos.

- Me parece que los oigo -dijo Root-. ¿Crees que nos matarán?

- No, casi nunca matan a nadie.

- Pero nos pegarán y nos golpearán, ¿verdad? Con palos y botellas hasta rompernos todos los huesos. A Mike le partieron la barbilla por cuatro sitios.

- ¡Tranquilízate, pequeño! ¡Tienes que tranquilizarte! Y es cúchame: si alguien te pega, no es él quien lo hace en realidad, sino el Sistema. Y no es a ti a quien pegan, sino al Principio.

¿Lo recordarás?

- No quiero salir corriendo, Dick. Te lo juro. Si empiezo a huir, me pararás los pies, ¿verdad que lo harás?

Dick se acercó a él y le puso una mano en un hombro.

- Todo irá bien. Sé distinguir a los que tienen aguante de los que no saben lo que es eso.

- Oye… ¿no será preferible esconder todo el material para que no lo quemen?

- No, porque a lo mejor alguien se echa un folleto al bolsillo y luego lo lee. Vale más que lo dejemos todo tal como está.

¡Y cállate ya! Hablar no soluciona nada.

El perro no quería interrumpir su lastimero ladrar. Una ráfaga de viento introdujo un montón de hojas secas por la puerta abierta. El retrato pegado a la pared se soltó por una esquina, doblegándose en triángulo. Root se acercó y volvió a sujetarlo. Lejos, un automóvil frenó con gran estrépito.

- ¿Oyes algo, Dick? ¿Vienen ya?

- No.

- Escucha, Dick. Mike estuvo dos días desmayado y con la barbilla rota antes de que acudiera nadie a socorrerle.

El otro se volvió con enfado hacia él. Un puño cerrado emergió de uno de los bolsillos. Con los ojos entornados se acercó al muchacho. Cuando estuvo a su lado le pasó el brazo por los hombros.

- Escúchame bien, pequeño -le dijo-. No sé mucho, pero he pasado otras veces por esto. Te diré una cosa. Cuando llega el momento, no se nota nada. Aunque te mataran, no te dolería.

Dejó caer el brazo y se acercó a la puerta. Se asomó por ella y miró en las dos direcciones antes de volver a entrar.

- ¿Has oído algo?

- No. Nada.

- ¿Por qué tardan tanto?

- ¿Cómo diablos quieres que lo sepa?

- A lo mejor no vienen. Pudiera ser una mentira del que estuvo antes, una broma pesada.

- Pudiera ser.

- ¿Y vamos… vamos a esperar toda la noche a que nos abran la cabeza?

Dick se burló de él.

- Sí, vamos a esperar toda la noche a que nos abran la cabeza.

El viento bramó unos instantes barriendo la calle y luego cesó de pronto. El perro también dejó de ladrar. Un tren silbó al acercarse al paso a nivel y cruzó por la noche dejándola luego más silenciosa que antes. En una casa próxima se disparó un despertador con súbito ruido metálico. Dick observó:

- Alguien que tiene que levantarse pronto. Un sereno, se guramente.

Su voz sonaba demasiado fuerte en la quietud del paraje solitario. La puerta gimió otra vez y se cerró de golpe.

- ¿Qué hora es ya, Dick?

- Las nueve y cuarto.

- ¿Todavía? Creía que estaba a punto de amanecer. Dime, Dick, ¿no tienes gana de que vengan de una vez y se acabe esto? ¡Escucha! Creo que he oído voces.

Se quedaron rígidos, escuchando. Habían unido sus cabezas.

- ¿Oyes voces, Dick?

- Creo que sí. Como si hablaran bajo.

El perro ladró de nuevo, furiosamente esta vez. Entonces pudo oírse un murmullo de voces.

- ¡Mira, Dick! Creo que alguien se ha asomado por una ventana de atrás.

El más viejo emitió un sonido ahogado, mezcla de carcajada y de juramento.

- Es para que no podamos escapar. Han rodeado la casa. ¡Pronto estarán aquí! Recuerda ahora que no son ellos, sino el Sistema quien tiene la culpa.

Se oían pasos precipitados. La puerta se abrió con violencia. Un numeroso grupo se abrió paso. Eran hombres mal vestidos, llevando en sus manos garrotes y herramientas. Dick y Root permanecieron en pie, rígidos, expectantes.

Una vez dentro, los asaltantes parecieron vacilar. Formaron un semicírculo en torno a los dos hombres, mirándolos torcidamente, como si esperaran verlos moverse.

Root miró de soslayo a Dick y vio que éste lo miraba a su vez con frialdad y aire crítico, como si midiera su calidad. Root ocultó entonces en los bolsillos sus manos temblorosas. Dio unos pasos adelante.

- Camaradas -dijo en voz alta-, sois hombres como nosotros. Todos somos hermanos…

Un palo le fue arrojado con violencia a la cara, levantándole la piel de la sien. Root cayó de rodillas y tuvo que levantarse apoyándose en el suelo con las manos.

Todos lo miraban con curiosidad.

Root se irguió de nuevo. La herida iba dejando un reguero de sangre que le caía cuello abajo. Su respiración era entrecortada. Sus manos habían dejado de temblar y su voz había adquirido una seguridad de que antes carecía. Tenía los ojos encendidos de pasión.

- ¿No os dais cuenta? -gritó-. Todo es por vosotros. Lo hacemos por vosotros, por nadie más que por vosotros mismos. No sabéis lo que estáis haciendo.

- ¡Acabemos con ellos!

Era la orden de ataque. Todos se precipitaron en confusa avalancha. Mientras caía, Root pudo distinguir el rostro de Dick, petrificado en una sonrisa que más bien era una extraña mueca.