PROFESOR

 

 

Nueva York, octubre de 2015

 

Han pasado treinta y ocho años desde que Jamie volvió a nuestras vidas. Mucho tiempo, y a la vez tan poco. Quizá por eso y a pesar de mi edad lo recuerdo todo, incluyendo los más pequeños detalles. Ahora que me estoy acercando a los noventa años es cuando más atesoro los momentos que he vivido y que forman un mosaico de tristezas y alegrías, de amor, de pérdidas, de miedos pero también de esperanza. No ignoro a ninguno, todos ellos forman parte de la persona en la que me he convertido. Lo mismo sucede con Claudia, Nick y Jamie. Nuestra trayectoria es similar. Al principio, apenas salidos de la adolescencia, supimos lo que significaba que la vida se desmoronara arrollando nuestros sueños y esperanzas. Después, fuimos levantándonos, poco a poco, superando todas las trabas que el destino nos ponía.

Ahora que estoy en el atardecer de la vida, miro más hacia el pasado que hacia el futuro, como si el reloj girara en dirección contraria, y valoro más cada instante, cada enseñanza de lo que ha pasado en estos años.

Al principio del regreso de Jamie había tanto qué hacer, tantas novedades… Jamie volvió a trabajar para los señores Contardi, que al igual que nosotros siempre esperaron su retorno. Para la señora Contardi fue como recuperar parte de lo que había perdido cuando Gino murió. Trabajaron codo con codo en la cocina, y convirtieron el restaurante en un referente de la ciudad en comida italiana.

Hace quince años, cuando los señores Contardi se retiraron, Jamie se quedó con el restaurante, no concebía trabajar en otro sitio ni hacer otra cosa que la profesión de cocinero que tanto había llegado a disfrutar. Aunque la compra del restaurante incluía la casa que los señores Contardi habían construido encima de él, Jamie les insistió en que se quedaran a vivir allí. Dijo que era porque él y Nick preferían el moderno, cómodo y funcional apartamento que compraron; pero yo sé la verdad. Él era consciente de que los señores Contardi amaban tanto su hogar que para ellos hubiera sido muy duro alejarse de él. Para ellos representó mucho más que seguir viviendo en su casa, ya que significó que podían continuar en contacto con el restaurante. Al principio, Jamie protestaba si trataban de ayudarle, les decía que había llegado el tiempo de su merecido descanso. Sin embargo, pronto comprendió que el restaurante había sido la vida de la pareja y que estar allí con él cada día, aunque solo fuera un rato, les daba vida. Y también significó mucho para él, ya que en ellos Jamie encontró parte de lo que había perdido cuando murieron sus padres, y lo mismo les sucedió a los señores Contardi. Nadie puede sustituir a Gino, pero Jamie ha actuado siempre como si fuera su hijo. Les cuida, se encarga de sus gestiones e incluso les acompaña al médico. Siempre le ha sorprendido que jamás cuestionaran su relación con Nick, aunque a mí no tanto. Los señores Contardi han sido siempre de ese raro tipo de personas que miran el alma antes que las convenciones sociales. Desde luego, el mundo sería un lugar mejor si hubiera más gente como ellos, libres de prejuicios y discriminaciones.

Alguien carraspea, devolviéndome al presente, y miro a mi alrededor con detenimiento. Las caras de satisfacción y emoción de todos los presentes evidencian la felicidad que nos embarga.

Nick, Jamie, Claudia y sus amigos han trabajado duro estos últimos días para dejar el restaurante precioso. Yo hacía tiempo que no venía, mi salud cada vez me impide más alejarme del confort de mi casa. Mi primera impresión es que el local no ha cambiado mucho, como si el restaurante fuera inmune al tiempo. Me alegra que Jamie haya respetado el aspecto inicial, aunque se detecta el mantenimiento continuado en la pintura recién actualizada, los manteles nuevos o las cortinas renovadas. En las paredes siguen colgando las numerosas fotos antiguas que han coleccionado los señores Contardi desde que lo abrieron. En una de ellas, estoy yo con ellos cuando trabajaba aquí. Se nos ve a los tres sonrientes. La señora Contardi sostiene a Gino en brazos, igual que yo a Claudia, ambos con apenas unos años de edad. Desvío la mirada y allí está la fotografía de la boda de mi querida hija, un recuerdo de la felicidad robada demasiado pronto. Cierro los ojos unos segundos y recuerdo la boda de Claudia, su amor palpable, también el miedo latente en el ambiente por la partida de Gino. Entristecido, la busco entre los invitados y sonrío al ver que ya no hay miedo en su rostro, solo la paz que da la serenidad de los años cuando se viven con entereza.

Ella ahora también vive en Nueva York. Después de que Nick se fuera a vivir con Jamie, estuvo varios años de enfermera jefe en el hospital del condado hasta que decidió que había llegado el momento de cerrar un ciclo. Con el permiso de Nick, vendió la casa que él le había regalado y, sumando el dinero de la venta a sus ahorros, se marchó a la universidad para estudiar medicina. Yo la acompañé el último día en el que estuvo su casa. Acababa de estampar su firma en el contrato de venta y solo le quedaba despedirse. No quiso hacerlo sola, así que paseé con ella por la casa, habitación por habitación, rememorando las escenas de lo que allí había vivido, también de las veces que desde ellas había añorado a Gino y a lo que nunca pudo tener con él. Cuando terminó, me dio la llave para que cerrara yo la puerta y se la entregara al agente inmobiliario. Aunque era consciente de que la echaría mucho de menos, ya que no viviría tan cerca de mí, no intenté retenerla. Quería que persiguiera su propósito, no el mío, y así lo hizo. Con la tenacidad que la caracterizaba, compaginó estudios y trabajo y terminó la carrera con honores. Estoy tan orgulloso de ella… Pudo hundirse cuando Gino murió, pero encontró la forma de seguir adelante. Y cuando Nick se marchó y se quedó sola, encontró la forma de dar un significado a su vida persiguiendo su sueño. Mucha gente ha tratado de convencerla para que tuviera pareja, yo no. Sé lo que es vivir un amor tan infinito que no puede ser substituido por ninguno porque solo se puede dar una vez, con tu alma gemela.

La observo. Ahora, a sus setenta años, se la ve mucho más joven de lo que es, quizá por esa rebeldía que se transluce en hacer las cosas como quiere y no según las reglas de la sociedad. Su carácter sigue siendo amable, dulce, pero también firme y fuerte. Aunque se retiró del hospital, todavía da clases magistrales en la universidad y atiende a algunos pacientes reacios a cambiar de médico después de tantos años a su cuidado. Todos los fines de semana los pasa conmigo, cuidándome y disfrutando como en los viejos tiempos cuando era una niña. Se la ve bien, ya que aunque nada sanó por completo el doloroso vacío de su corazón por la muerte de Gino, encontró formas de llenar su vida y paz en ayudar a los demás.

Suspiro. Todos hemos aprendido que en el mundo hay grandes desdichas, pero también hermosura y personas maravillosas que lo habitan y por las que merece la pena vivir. Sobrevivimos a un mundo hostil y creamos uno en el que nos sentimos a salvo o, al menos, tanto como puede sentirse un hombre. El tiempo ha ido evaporando la ira y apaciguando el dolor, hemos superado el odio y la amargura, y solo queda la tristeza por las ausencias y los recuerdos que nunca se borran del todo de la memoria. Sí, la vida ha sido dura con nosotros, pero nunca ha conseguido quebrarnos por completo. Nos hemos mantenido en pie ante la adversidad y eso nos ha traído hasta aquí, a este maravilloso día de una boda que jamás pensé que podría celebrarse. Atrás quedaron el dolor, la guerra, las heridas, la cirugía, la rehabilitación… Nick y Jamie sufrieron en aquellos años de juventud más que mucha gente en toda su vida, pero cuando se reencontraron la paz que les había sido negada hasta ese momento entró en sus vidas. El mundo los rompió, pero ellos recogieron los pedazos, se volvieron a poner en pie y ahora han realizado su sueño de casarse.

Sonrío y tiemblo por la emoción. Es la hora de mi discurso. No he necesitado ensayarlo, sé perfectamente lo que quiero decir:

Soy mayor, un viejo dirían algunos —se escuchan algunas protestas y yo les guiño el ojo antes de continuar:— he visto pasar ante mí varias generaciones de hombres que se amaban. Hombres que fueron perseguidos y maltratados injustamente. La pareja que hoy nos ha reunido fue una de esas víctimas de la incomprensión. Hoy vemos con normalidad que dos hombres se besen por la calle, en mi época les hubieran encarcelado por eso. Nick y Jamie, habéis sido libres para casaros, pero más importante, sois libres para decirle al mundo que estáis aquí y que tenéis los mismos derechos. Que todo lo que pasó antes de esto fue injusto y no podemos permitir que vuelva a repetirse. Vosotros habéis desafiado al mundo en aras de vuestra felicidad, y ahora nos recordáis con vuestra boda que el mundo es un lugar mejor porque habéis ganado la libertad de estar juntos. Y cuando alguien gana en libertad, el resto de personas que están conectadas también lo hacen. Y solo por eso merece la pena estar aquí, celebrando la unión de dos hombres que se han amado desde que se conocieron —los ojos de Jamie y Nick brillan emocionados y termino mi discurso—: Disfrutad de vuestra merecida boda, nadie como yo sabe lo difícil que ha sido para vosotros llegar hasta aquí. Estoy muy orgulloso de vosotros, hijos.

Las lágrimas asoman a los ojos de ambos, que me abrazan emocionados. Claudia se acerca a nosotros y hace su propio brindis. Le cuesta hablar, intuyo todo lo que esta boda está removiendo en su interior:

Después de casi cincuenta años de amistad los dos sabéis cuanto os quiero y lo que significáis para mí. Y por eso, además de felicitaros por esta boda que debisteis poder celebrar hace años, quiero daros las gracias por haber estado a mi lado todos estos años. Me hace muy feliz que vuestro sueño se haga realidad, porque también es el mío para vosotros. Sois el vivo ejemplo de que cuando un amor es sólido dura para siempre, sin importar lo que suceda. Brindo por vosotros, mis mejores amigos, mis hermanos, por vuestra felicidad que es la mía.

Ambos la besan con ternura en la mejilla y la abrazan como han hecho conmigo. Cuando se separan, la señora Contardi alza su copa para brindar también:

—Jamie, hace años te dije que bailaría en tu boda. Te mentiría si te dijera que estaba pensado en esto, pero lo cierto es que estoy feliz de que puedas casarte con la persona que has amado toda tu vida. Y Nick, gracias por haber estado todos estos años a nuestro lado y por hacer tan feliz a mi querido Jamie.

Jamie la abraza y entierra varios segundos su rostro en su hombro. Cuando se separa de ella y después de susurrarle su agradecimiento, se sitúa en la mitad del restaurante para declarar:

—Cuando tenía diecisiete años, actuaba como si mi vida hubiera terminado. Entonces, conocí al profesor y todo cambió para siempre. El vio en mí a quién nadie más veía y me puso en el camino de Nick y de Claudia. El uno se convirtió en el amor de mi vida, la otra en mi hermana. Los que estáis aquí conocéis bien gran parte de la historia, y si habéis querido celebrar con nosotros esta boda, es porque nos apoyáis y nos comprendéis. Es algo increíble que personas tan diferentes estemos hoy unidas. Eso me da esperanza de que lo que pasamos Nick y yo no vuelva a suceder. De que llegará un día que la discriminación sea solo un mal recuerdo de la historia. Y por eso quiero agradecer también a los señores Contardi su apoyo incondicional desde que lo supieron, para mí ha sido muy importante.

Todos le vitoreamos y Nick añade alzando su copa:

—Jamie, después de llevar amándote toda la vida, solo puedo decirte que te pertenezco. Eres mi hogar, al que quiero volver cada día. Nuestro viaje aún no ha terminado, y espero pasar el resto de mi vida a tu lado, luchando por extender esta libertad que hemos conseguido nosotros —Hace una pausa, está visiblemente emocionado—. Como tú has dicho, no hemos estado solos en el camino, así que quiero agradecer a todos los que de una forma u otra nos habéis ayudado a estar aquí. Profesor, usted también cambió mi vida, y Claudia, salvaste mi cordura. Y, señores Contardi, ya saben lo que a estas alturas significan para mí. Creamos una familia, no de lazos de sangre sino de amor, y quizá por eso es indestructible. Brindo por vosotros, brindo por nuestra libertad.

Los aplausos resuenan con fuerza, más cuando Jamie y él se funden en un apasionado beso. Pronto vuelve la música, el baile y las charlas entre los invitados. Yo me retiro a un rincón, agotado más mental que físicamente. Claudia se acerca a mí y se sienta a mi lado ofreciéndome una copa de “Limoncello”. Yo bromeo:

—Mi doctora me ha prohibido el alcohol.

—Estoy segura de que le parecerá bien —contesta guiñándome el ojo.

Tomo un sorbo que despierta en mí los sentimientos que he intentado ocultar durante todo el día. Hoy es un día de felicidad, de brindar por la vida y la felicidad de Nick y Jamie; pero una parte de mí no puede evitar la amargura de pensar que si él y yo hubiéramos nacido en esta época hubiésemos podido estar juntos. Mis ojos se nublan y Claudia toma mi mano:

—Papá, ¿te encuentras bien?

—Sí, aunque son demasiadas emociones para mi edad.

Ella se muerde el labio, respira hondo y confiesa:

—Papá, sé que hay cosas que no me cuentas de tu pasado. No sé por qué me las ocultas, supongo que crees que es mejor para mí. Pero, sea lo que sea, quiero que sepas que te quiero y estaré aquí para escucharte cuando necesites hablar.

Mi corazón da un vuelco. Mi inteligente e intuitiva hija… Sé que siempre ha sospechado que hay algo muy importante que le oculto, pero también que ha respetado mi decisión de guardar silencio y que seguirá haciéndolo. En mis noches solitarias he reflexionado mucho sobre si contarle la verdad o no, pero siempre me he aferrado a nuestra excelente relación como para ensombrecerla. Ella me observa con detenimiento, comprende que necesito estar un rato a solas, así que me da un cariñoso beso en la mejilla y camina en dirección a la señora Contardi. Una mujer fuerte y segura que ha encontrado su camino. La miro orgulloso, y después a Jamie y a Nick, con sus manos entrelazadas y su sonrisa brillante. Lo hemos conseguido. Hemos tardado años, pero por fin los tres son felices, cada uno a su manera. Y entonces, los recuerdos vienen a mí en oleadas tan fuertes que no puedo detener y sé que es hora de decir la verdad. Mi lucha ha terminado. Ya no tengo que ser fuerte, ayudarles, porque han aprendido a caminar solos. Y me quieren, los tres, tal y como soy; por tanto es justo que conozcan mi verdadera historia como yo he sido partícipe de la de ellos. Por ello, cuando Claudia me lleva a mi casa, la tomo de la mano y le digo:

—Lo que has dicho antes, de hablar, lo haremos pronto.

Me mira preocupada.

—Pareces tan agotado… Será mejor que venga mañana y vayamos al hospital, quiero que te hagan algunas pruebas.

—No, por favor, no quiero volver al hospital.

—Papá, soy tu doctora y esto no es negociable. Hace días que estás agotado, mucho más de lo normal. Sé que has estado resistiendo por la boda de Nick y Jamie, pero ahora es hora de que te cuides.

—Está bien —acepto a regañadientes.

—Puedo quedarme contigo esta noche. Será lo mejor.

—No. Estás agotada y no tienes ropa para cambiarte. Además, le has prometido a Nick que mañana le ayudarías a recoger el local. Ve a casa y mañana vienes a verme cuando hayas terminado todo.

Ella duda unos segundos, pero finalmente acepta:

—De acuerdo, pero si me necesitas…

—Te llamaré —la interrumpo con cariño—. Lo sé, hija, no te preocupes por mí.

—Eso es imposible.

Me besa en la mejilla y cierro la puerta tras de mí mientras intuyo que me queda muy poco tiempo para abrir otra: la del pasado. Necesito plasmar lo que sucedió, antes de que sea demasiado tarde.

Suspiro. Claudia no lo sabe, pero mañana será el aniversario del día que me condujo al infierno de Auschwitz. Supongo que es una última burla del destino que el día en el que se supone debo ir al hospital de nuevo sea el mismo en el que todo comenzó. Hospitales… A los noventa años las heridas y enfermedades que jamás me abandonaron desde que salí de Auschwitz han tomado mi cuerpo de forma irremediable. Claudia me cuida con todas sus fuerzas y conocimientos, tampoco cesa de buscar tratamientos que alarguen mi vida. Comprendo sus motivos y sé que surgen de lo más profundo de su corazón, del amor que siente por mí y que le hace incapaz de ver que ha llegado mi hora. Sin embargo, aunque su decisión sea aparentemente la más lógica, como aprendí hace mucho tiempo, yo todavía tengo algo qué decir. Y mi decisión es que no me niego a morir en un hospital, como un número en pijama de rayas. Suspiro. Quizá debería haber tratado de explicarle mis sentimientos, pero prefiero que sepa la verdad cuando yo ya no esté. Hace tiempo que sé que mi final está cerca y no voy a intentar esquivar a la muerte. Esta vez no. Ya lo hice entonces, ya lo he hecho demasiado tiempo. Además, tampoco lo deseo. Ahora solo anhelo descansar por fin a su lado. Me está esperando, lo sé, ha llegado la hora de volver a reunirnos. Mi corazón se rompe por dejar a Claudia, pero sé que mi valiente y fuerte hija estará bien. La boda de Nick y Jamie ha sido el broche final a mi vida, que ha estado llena felicidad pero también de tristeza, quizá porque luz y oscuridad muchas veces van de la mano. He vencido con obstinación a los obstáculos que mi cuerpo me iba presentando, ahora ha llegado la hora de dejar de luchar.

 

 

La casa está en absoluto silencio. Siempre he agradecido buscar momentos cada día para estar solo, conmigo mismo, sin escuchar nada más que su voz en mi cabeza hablándome. Y ahora parece guiarme en lo que quiero escribir. Temía que con la edad los recuerdos se fueran difuminando y ya no supiera que sucedió en realidad y que mi mente había distorsionado. Sé que a muchos les ha sucedido, quizá porque tampoco querían recordar. Pero yo sí que he querido hacerlo, por muy doloroso que sea, y quizá por eso todo sigue vivo en mi cabeza y en mi corazón como el primer día. Y ahora que solo veré a Claudia mañana para una breve despedida, ha llegado el momento de sincerarme. No puedo retrasar mi confesión más, no queda mucho tiempo y no puedo marcharme sin explicarle la verdad.

Para tomar fuerzas ante lo que voy a desvelar, acaricio el escritorio en el que tantas horas he pasado con la suavidad de un amigo. Está viejo y desvencijado como yo. No he querido cambiarlo. Su deterioro ha acompañado al mío, y me parecería injusto tirarlo a la basura como si un simple objeto se tratara. Para mí ha sido un compañero, en el que he fraguado mi historia, llena de recuerdos que a pesar de mi edad siguen tan vivos en el papel como en mi mente. En él he corregido exámenes de mis alumnos, he preparado mis clases y enseñé a Claudia a leer sentada sobre mis rodillas. Y ahora servirá para decirle el último adiós.

Utilizo el cuaderno Molesquín que Claudia me regaló las pasadas Navidades. Tengo devoción por este tipo de cuadernos, que me acompañaron en mis años de docencia y que ahora servirán para plasmar lo que no podría decir en voz alta.

Sonrío al pensar en que alguno de mis antiguos alumnos con los que he mantenido el contacto estos años intentó que aprendiera informática. Agradecí el gesto, pero soy de la vieja escuela. Nada de ordenadores, ni máquinas de escribir. Solo la caligrafía que aprendí de mi propio padre, escrita con la pluma que le gusta a Claudia y que ahora espero acompañe sus escritos como lo ha hecho con los míos.

Hago una respiración profunda. Aunque es mucho lo que quiero explicar, tengo tiempo de sobra. Hoy será una noche larga, no me acostaré hasta que haya terminado de contar mi verdadera historia.

Las últimas cenizas de Auschwitz
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