Capítulo 9

—¿Clases? —repitió Jesslyn con incredulidad— ¿Un sábado?

Sharif le lanzó una rápida mirada.

—¿Qué quieres decir? ¿Es que no trabajas los sábados?

Jesslyn decidió ignorar el tono crítico de la voz de Sharif.

—Los niños necesitan descansar. Además, están en vacaciones de verano.

—Sabes que tienen que recuperar algunas asignaturas.

—Y lo harán. Pero ahora, lo que más necesitan es descansar, jugar y estar contigo.

—Luego, más tarde —respondió él—. Primero, por la mañana, clases. Yo tomaré el té con ellas.

—¡Qué maravilla, rey Fehr! Les daré el mensaje.

Sharif giró sobre sus talones.

—¿Qué quieres decir'?

Jesslyn, indignada, le sostuvo la mirada.

—¿Llevas una semana sin ver a las niñas y vas a hacerlas esperar para verte hasta la hora del té? —Jesslyn emitió un sonido de desagrado.

¿Qué demonios le había pasado a Sharif? ¿Qué le había pasado a ese hombre que, en el pasado, era cariñoso, paciente y tierno?

—¿Qué te ha pasado, Sharif? —le preguntó ella cubriéndose con la sábana antes de levantarse de la cama.

Sharif lanzó un gruñido de impaciencia.

—No tengo tiempo para esto.

—No, claro que no. Pero no me extraña, no eres el Sharif Fehr que conocía. Ya no eres el hombre que se preocupaba por sus amigos y por su familia.

—Ahora tengo un trabajo.

—Antes también. Y aunque tenías éxito en tu trabajo, caías bien, gustabas. Y la gente te admiraba. Yo te admiraba.

—Mi pueblo está feliz. Mi pueblo está satisfecho. No tenemos guerras ni somos víctimas de epidemias. La economía es fuerte. La gente tiene trabajo. La gente vive bien.

—Pero tú no —dijo ella con voz ahogada—. Tú tienes trabajo, pero no vives bien. Y además, en tu vida no hay cabida para tus hijas.

—Las veo.

—¡Una vez a la semana! Ves a tus hijas cuando te las encuentras por los pasillos o entre reunión y reunión, o entre… peleas con tu madre.

—¿Para qué crees que te he traído aquí? Sé que necesitan ayuda…

—Pero yo no soy tú. Tus hijas te necesitan a ti —¿cómo era posible que Sharif no lo comprendiera?

Sharif tensó la mandíbula.

—Siento mucho que no te guste como padre, pero hago lo que puedo. Yo nunca veía a mis padres. Y sí, me resultó difícil. Y sí, me sentía solo. Pero comprendía que su trabajo era importante y sabía que se preocupaban por mí, a pesar de que no podía verlos con la frecuencia que me habría gustado.

—¿Preocuparse por ti? —repitió ella— ¿Es eso lo mismo que el cariño?

—Jesslyn.

—Si tus hijas hubieran sido niños, ¿habrías tenido más tiempo para ellos?

Furioso, Sharif dio un paso hacia ella.

—¡Cómo te atreves! ¿Cómo te atreves a tomarte estas libertades conmigo?

Jesslyn se sintió triste y desilusionada.

—Me atrevo porque hace dos semanas acudiste a mí para decirme que tus hijas tenían problemas. Me atrevo porque me dijiste que, entre otras cosas, me habías elegido a mí porque yo era sincera contigo. Así que eso es lo que estoy haciendo, sincerándome —Jesslyn lo miró a los ojos—. Las niñas no necesitan ni niñeras ni nada, sino a ti. Las niñas necesitan a su padre. Sobre todo, teniendo en cuenta que perdieron a su madre.

—¿Y qué hay de mí pueblo? —preguntó él—. ¿Qué hago con los millones de personas que viven en este país? ¿Les digo que no puedo ayudarles porque tengo tres hijas que requieren toda mi atención?

—Sabes perfectamente que no estaba diciendo eso. Las niñas no te necesitan todo el día, pero sí un rato todos los días. Sí, por ejemplo, establecieras una rutina, como cenar con ellas todas las noches o acostarlas y leerles un cuento en la cama…

—¿Quieres que invite también a los ministros a las sesiones de lectura infantil? —dijo él en tono burlón.

Jesslyn se lo quedó mirando un momento antes de sacudir la cabeza con tristeza.

—Ahora eres rey, pero me gustabas mucho más cuando eras simplemente un hombre.

No le sorprendió que Sharif se marchara sin pronunciar una palabra más ni lanzarle una mirada. Después de lo que le había dicho, no podía haber esperado otra cosa.

 

Idiota, era un idiota, pensó Sharif mientras el agua de la ducha le corría por el cuerpo. ¡Cómo se le había ocurrido hacer el amor con Jesslyn!

No, no le había satisfecho. Le había hecho daño. Marcharse y dejarla le había hecho daño. Estar con ella le había hecho daño.

Jesslyn, la única mujer a la que había amado.

Cerrando los ojos, se apoyó en la pared. Zulima le había odiado por no saberla querer, por haberla llamado Jesslyn en una ocasión mientras hacían el amor; después de aquello, Zulima se distanció de él y jamás le perdonó.

Y luego murió.

Sharif se sentía culpable por haber destruido su matrimonio, culpable por haber dejado a sus hijas sin madre, culpable por no haber sido mejor esposo y no ser mejor padre.

Por fin, Sharif salió de la ducha y, tras agarrar una toalla, se dirigió a su habitación. Después de vestirse y de afeitarse, se encaminó hacia su despacho para empezar el trabajo del día.

Una vez en el despacho y después de haber pedido al mayordomo que le llevara el desayuno, Sharif iba a ponerse a trabajar cuando la puerta se abrió de repente y su madre se adentró en la estancia.

—Deberías llamar antes de entrar —dijo Sharif con voz cansada, consciente de que su madre tenía la intención de considerar el palacio suyo… durante el resto de sus días. Es decir, si él no le paraba los pies. Y había llegado la hora de pararle los pies.

—Quiero que se vaya —dijo su madre a modo de respuesta.

—No es el momento.

—Sharif, no estoy de humor para juegos. Quiero que ella, ésa que está en las habitaciones de tus hermanas, se vaya inmediatamente.

Sharif la miró con expresión impasible.

—Mis hermanas llevan muertas mucho tiempo y sabes perfectamente que otras personas utilizan esas habitaciones. Tan sólo tres semanas atrás la esposa del jeque al-Buremi durmió allí.

—En primer lugar, no entiendo cómo te has atrevido a traerla aquí. Te traicionó. ¡Nos traicionó a todos cuando aceptó ese dinero!

¡Cómo si su madre no hubiera formado parte activa de aquella traición! ¡Cómo si su madre no le hubiera puesto el anzuelo a Jesslyn, pagándole!

Por fortuna, el matrimonio le había enseñado unas duras lecciones: no mostrar jamás sentimiento alguno, no dar muestras de amor ni de vulnerabilidad. Al llegar a su segundo año de casado, Zulima había odiado todo tipo de demostraciones de cariño; sobre todo, por parte de él. Se había acostado con él, pero a condición de que no la besara. Había hecho el amor para concebir, pero siempre y cuando él fuera rápido y se marchara inmediatamente después.

¿Era por eso por lo que después de hacer el amor con Jesslyn se había marchado?

¿Estaba castigando a Jesslyn por el dolor que Zulima le había causado o se estaba castigando a sí mismo?

—Sharif —dijo su madre con voz estridente.

—La necesito —dijo él simplemente—. Y ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo.

—¿Qué quieres decir con eso de que la necesitas?

—He querido decir que las niñas y yo la necesitamos.

—No, de ninguna manera. Escúchame bien, Sharif: esa mujer no era buena compañía para tus hermanas, no es buena para ti y, desde luego, no es buena para las niñas.

—En eso estamos en desacuerdo —respondió él poniéndose en pie—. Era fantástica para mis hermanas, fue maravillosa para mí y es perfecta para mis hijas. Y ahora, repito que tengo mucho trabajo, madre. No quiero empezar el día discutiendo contigo. Te recomiendo que te vayas… ahora mismo.

—Sé que esta mañana has salido de su habitación.

Sharif miró a su madre fijamente.

—¿Qué haces para sacarle a la gente esta clase de información, madre? ¿Les amenazas o le limitas a pagarles?

Las mejillas de la reina Reyna se encendieron.

—¡Yo, al menos, me preocupo por el futuro de este país! Yo, al menos, sé lo que está bien y lo que está mal.

—¿Lo sabes? En ese caso, te sugiero que te marches antes de que te eche.

—Sharif, es tu obligación…

—Encargarme de tu bienestar y protegerte, sí, lo sé. Pero si mis hermanos te conocieran bien, si supieran que te vales del chantaje y de las amenazas para conseguir lo que quieres, te echarían de sus casas… también.

 

 

En la biblioteca, Jesslyn y las niñas estaban sentadas alrededor de una larga mesa. Sólo faltaba una hora para el almuerzo y las niñas estaban agotadas.

—¿Es verdad que nuestro padre está en casa? —preguntó Jinan de repente—. ¿O estabas gastándonos una broma?

Saba y Takia también la miraron. Las niñas no le tenían miedo a su padre, pensó ella, simplemente estaban desesperadas por estar con él.

—Ha prometido tomar el té con vosotras.

—¿Cuándo vamos a tomar el té? —preguntó Takia.

—Después de la comida, después de algunas horas más de estudio. Entonces es cuando será la hora del té.

—Cuatro horas —dijo Jinan.

—¿Cuatro horas? —Saba gruñó al tiempo que ponía la cabeza encima de la mesa—. Eso es mucho.

—Muchísimo —dijo Takia.

—¿Qué os parece si hiciéramos algo diferente, algo divertido? —sugirió Jesslyn con intención de animarlas.

Jinan sacudió la cabeza.

—No podemos divertirnos. ¿Es que se te ha olvidado?

Jesslyn no había oído abrirse la puerta de la biblioteca; pero, de repente, Sharif estaba allí.

—¿Por qué no podéis divertiros? —preguntó él con voz profunda, sorprendiéndolas a todas.

Las niñas, inmediatamente, se pusieron en pie y bajaron la cabeza.

—Bienvenido a casa, padre —dijeron las tres al unísono, obedientemente, mirando a la mesa.

—Gracias —respondió él avanzando hacia ellas—. Me alegro de estar en casa.

Sharif se detuvo, miró a sus hijas y luego a Jesslyn con expresión de perplejidad.

Jesslyn no sabía qué hacer, pero le pareció extraño dejar así a las niñas, de pie y con las cabezas bajas como si estuvieran esperando a que las ejecutaran.

—Niñas, ¿no queréis sentaros y enseñarle a vuestro padre lo que estáis haciendo?

Las niñas se sentaron y agarraron los libros de texto, pero ninguna de ellas parecía atreverse a hablar.

—Jinan —dijo Jesslyn—, ¿por qué no le cuentas a tu padre lo que hemos hecho hoy por la mañana?

Jinan miró a Jesslyn con ojos desmesuradamente abiertos y expresión de perplejidad.

Jesslyn oyó el suspiro de Sharif. Estaba desilusionado. Y ella también. Quería que las niñas estuvieran más relajadas con él, pero Sharif no estaba ayudando mucho. No parecía saber cómo relacionarse con ellas.

Mirando a Sharif, Jesslyn sonrió.

—Esta mañana hemos estado leyendo cuentos y luego vamos a hacer dibujos referentes a lo que hemos leído —haciendo una pausa, miró a sus alumnas con la esperanza de que se abrieran a su padre—. Tus hijas leen extraordinariamente bien. Las tres.

—Yo no leo bien —declaró Takia mirando a su padre con preocupación, su lengua asomando entre sus dientes de leche.

Jinan alzó la cabeza.

—Sí lee bien. Para tener sólo cinco años, lee muy bien.

Saba asintió y le dio una palmada a Takia en la espalda.

—Es verdad. Lee muy bien para tener cinco años.

Jesslyn cruzó los brazos, conteniendo el orgullo que sentía por las niñas. Las adoraba. Sin saber cómo, las quería como si fueran sus hijas.

—Takia, yo sabía que leer se te iba a dar muy bien —dijo Sharif con seriedad.

Sus hijas lo miraron frunciendo el ceño.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó Takia.

Sharif sonrió.

—Porque te encantaba morder los libros cuando eras pequeñita.

Saba rió. Takia sonrió. Jinan miró a su padre con una mezcla de sorpresa y admiración.

—¿Te acuerdas de cuando yo era un bebé? —preguntó Saba a Sharif.

Él asintió y se sentó en el borde del taburete, cerca de Jinan.

—A ti lo que más te gustaba era gritar.

Saba y Takia se echaron a reír; entretanto, Jinan continuó mirando a su padre como si no supiera si podía reírse o no.

—¿Y Jinan? —preguntó Saba señalando a su hermana mayor—. ¿Qué hacía Jinan cuando era pequeña?

Sharif miró a su hija mayor con detenimiento.

—Lo que hace ahora también —respondió él—. Siempre seria y sabia. Siempre decidida a hacerlo todo a la perfección.

—¿En serio? —Takia miró a su hermana y, de nuevo, a su padre.

—Sí —Sharif asintió y le puso a su hija una mano en la cabeza—. Siempre lo ha hecho todo perfectamente.

Jinan alzó la cabeza de repente y, con lágrimas en los ojos, miró a su padre.

—No lo hago todo perfectamente. No hago nada bien —sus pequeños labios temblaron—. Sí lo hiciera todo perfectamente, mamá no se habría muerto y no tendríamos que haber ido a Inglaterra.

Se hizo un momentáneo silencio, un silencio ensordecedor y tenso. Por fin. Sharif bajó la mano suavemente, acariciando el hermoso cabello de su hija.

—Fuisteis a Inglaterra porque allí fue donde estudió vuestra madre y ella quería que vosotras también estudiarais en esa escuela —dijo Sharif con voz suave—. No habéis ido como castigo.

—Pero odiamos ese colegio —declaró Saba con sinceridad.

Takia asintió.

—Sí, lo odiamos.

Jesslyn vio a Sharif tragar saliva. Parecía estar luchando por controlar sus emociones.

—En ese caso, quizá no volváis después del verano —dijo él con cautela—. Es posible que os quedéis aquí.

—¡Y la señorita Heaton podrá ser nuestra profesora! —gritó Saba volviéndose para agarrarle la mano a Jesslyn—. Podrías quedarte con nosotras y ser nuestra profesora siempre.

Jesslyn evitó mirar a Sharif.

—Me encanta estar con vosotras —respondió ella, intentando mantener un tono ligero—. Pero el verano acaba de empezar y es posible que acabéis odiándome…

—Nunca —interpuso Jinan con pasión—. Eres lo mejor que nos ha pasado desde que murió nuestra madre.

Y eso, pensó Jesslyn conteniendo la respiración, lo decía todo.

En ese momento, la reina Reyna dio unos golpes en la puerta y entró.

—¿Qué es esto? ¿Y la clase? Señorita Heaton, me sorprende usted. Las niñas deberían estar estudiando en este momento…

—He decidido que se van a tomar libre el resto del día —dijo Sharif poniéndose en pie e interrumpiendo a su madre.

—Ah, Sharif —la reina dio un paso atrás—. Perdona, no sabía que estabas aquí. Naturalmente, tienes derecho a ver a tus hijas. Lo que pasa es que creía que ibas a esperar a la hora del almuerzo…

—Vamos a almorzar ahora, juntos. Y luego vamos a hacer algo divertido.

—¿Divertido? —repitió Reyna con voz estridente.

—Sí, nos vamos a divertir —contestó Sharif sonriendo a sus hijas—. No sé qué vamos a hacer, pero lo vamos a pasar bien.

Después de que la reina Reyna se marchara, Sharif le pidió a Jesslyn que comiera con ellos.

Y durante el almuerzo, Jesslyn observó a las niñas mientras le hablaban a su padre de sus estudios.

Notó que Sharif estaba haciendo un enorme esfuerzo por preguntar cosas que las niñas pudieran contestar con facilidad. Por otra parte, cuando él parecía no saber qué decir, Saba o Takia decían algo para continuar la conversación.

Y se enterneció por la forma como las niñas se ayudaban entre sí e incluso ayudaban a Sharif.

—Bueno, entonces ¿qué es lo que vamos a hacer después de comer? —preguntó Saba, la valiente.

Sharif miró a sus hijas y luego a Jesslyn.

—Estaba pensando que, como hace mucho que no utilizamos la piscina, podríamos darnos un baño.

Sus palabras fueron recibidas con un silencio. Por fin, Jinan se inclinó hacia delante.

—¿La piscina para bebés?

Sharif se volvió a su hija mayor con expresión tan seria como la de ella.

—¿Quieres ir a la piscina para bebés?

—No, pero es la única piscina que Jaddah nos deja utilizar. Dice que la otra piscina es sólo para personas mayores.

Sharif frunció el ceño y pareció quedarse pensativo. Entonces, extendió los brazos y suspiró pesadamente.

—Lo siento, niñas, siento mucho daros este disgusto, pero… vuestra abuela está equivocada.

Entonces, ocurrió un milagro.

Jinan se echó a reír. Saba estalló en carcajadas. Y Takia se puso a gritar y a aplaudir.

Sharif miró a Jesslyn y, con una sonrisa, pronunció sin emitir sonido:

—Gracias.

Jesslyn asintió y se tragó el nudo que se le había formado en la garganta.