Capítulo 9
—Voy a decírselo —dijo a la mañana siguiente mientras Sam preparaba el desayuno—. Quiero que sepa la verdad.
Sam lo miró insegura y dijo:
—Estoy de acuerdo...
—¿Pero?
—Pero acaba de perder a su padre.
—Él no era su padre.
—Ella cree que sí.
—Por eso creo que debería saber la verdad.
—¿No crees que son demasiados cambios en muy poco tiempo? ¿El cambio de casa, colegio y ahora vas a decirle que eres su padre?
—No voy a decirle lo del colegio.
—Me alegro.
Se acercó a Sam, tanto, que ella sintió cómo su cintura se llenaba de calor y notó una sensación extraña en los pechos que nunca había sentido.
—Tu sarcasmo no me está ayudando nada —dijo él.
—No quiero darle otro disgusto.
—Es normal que se disguste. Todo lo que le está pasando es demasiado. Pero lo más importante es que yo no voy a separarme de ella. Por fin la he encontrado, la tengo y siempre estará conmigo.
A Sam le molestó que hablara con tanto sentido común. Ella era la que había estudiado para ser una cuidadora en la universidad Princess Christian de Manchester y había tenido que llevar un uniforme marrón durante dos años. Había sido entrenada para afrontar todo tipo de situaciones difíciles y a tratar con todo tipo de niños.
En ese instante, empezó a silbar la tetera y la retiró del fuego.
—¿Cuándo vas a decírselo? —preguntó.
—Ahora —contestó él.
—Oh, Carlo, ¿no podemos esperar un poco?
Pero no le dejó terminar lo que pensaba. Salió de la cocina, entró en el salón y se agachó al lado de Gabby.
—Gabby, si consiguen despejar las carreteras hoy, regresaremos a Mónaco.
Gabby estaba dibujando. Dejó la cera en la mesa y miró a Carlo.
—¿Crees que despejaran las carreteras hoy?
—Eso espero.
—Yo también. Echo de menos el sol.
—Y yo. Pero cuando volvamos, no vas a ir a vivir en tu antigua casa. Vas a venirte a vivir conmigo...
—¿Y Sam? —preguntó la niña, interrumpiéndole.
—Yo también —contestó Sam suavemente.
—¡Qué bien! ¿Y vais a casaros? —preguntó Gabby. Sam se puso blanca y empezó a menear la cabeza. —No. Carlo y yo sólo somos amigos.
—Pero algún día os casaréis, ¿verdad? —dijo la niña insistiendo.
—No, Gabby. Vamos a volver a Mónaco para que tú puedas volver al colegio y nosotros vamos a ocuparnos de algunos asuntos. Pero no va a haber boda.
Gabby frunció el ceño y dijo:
—¿Por qué no? A mí me gusta Carlo más que papá. Después de un silencio extraño, Sam continuó: —Tenemos que contarte una cosa. Es algo sobre tu padre.
—Yo sé lo que es —contestó Gabby.
—No, Gabriela. Me temo que no.
La niña suspiró y se reclinó en la silla.
—Papá no es mi papá de verdad.
Sam estuvo a punto de perder el equilibrio y tuvo que apoyarse contra el marco de la puerta.
—¿Lo sabías?
Gabby sonrió con la boca, pero no con los ojos. Durante un instante pareció una niña pequeña y vulnerable.
—Tenía un librito. Mi mamá me lo hizo, pero papá Johann me lo quitó. El libro decía que mi papá de verdad se llamaba Enzo Belluci. Era un conductor de coches de carreras como Carlo. Pero yo nunca lo he visto.
De haber sido cualquier otro niño, Sam habría dicho que se trataba de su imaginación. Los niños tan pequeños como Gabriela no podían tener una visión tan clara de la realidad, pero ella tenía una memoria y una mente incomparables.
Entonces Carlo se inclinó hacia adelante.
—Yo lo conocía Gabby.
Gabby levantó la cabeza.
—¿En serio?
El asintió, levantó a Gabby en brazos y le dio un beso.
—Estoy seguro de que te hubiese gustado. Él también era mi padre.
«Cuántos secretos», pensó Sam mientras viajaban a Manchester. Cuántos secretos podía haber enterrados en el alma de cada persona.
Carlo no era el padre de Gabby. Era su hermanastro. Mercedes no había sido la novia de Carlo, sino de su padre. Enzo nunca tuvo la oportunidad de reclamar a su hija porque murió pocos meses antes de nacer Gabriela.
Sam cerró los ojos y abrazó a Gabriela. Se había quedado dormida en su regazo durante el vuelo de Manchester a Niza en el jet privado de Carlo.
La vida había sido una serie de sucesos, de causa y efecto. Una cosa llevó a la otra y después a otra. Y por insoportable que parecía, tenía sentido.
Embarazada, sola y triste, Mercedes había acabado con Johann.
¿Sabía Enzo que iba a volver a ser padre antes de morir? ¿Supo siempre Johann quién era el verdadero padre de Gabby? ¿Recordaba Gabby a su madre?
Sam abrió los ojos al oír pasos sobre la moqueta del avión. Carlo se sentó enfrente de ella en uno de los sillones de cuero de color gris suave.
—Estamos llegando —dijo él—. Mi chófer me está esperando. Ahora sólo tenemos que decidir dónde queremos ir. A mi ático en Montecarlo, o a la villa en Cap Ferrat. Decide tú.
—Yo tampoco puedo.
—La primera opción es un piso en el centro de la ciudad y la otra es una casa en la península.
—¿Dónde crees que le gustaría vivir a Gabby? —preguntó ella.
—En la villa. Está cerca de la playa.
Hubo una pausa en la conversación cuando apareció la azafata para comunicarles que iban a descender.
—Carlo —dijo Sam—. Lo que ocurrió ayer...
Sam necesitó respirar hondo para continuar lo que quería decirle.
—¿Significó algo para ti?
—¿El qué?
—El beso.
—¿Te molestó?
—Sólo quería saber qué pretendes. Estoy segura que no significó nada para ti. Sólo fue un beso.
Intentaba decirle que le había gustado pero por alguna razón se estaba equivocando con las palabras. Podía notar por su expresión que, en lugar de confortarle, sólo le estaba irritando más. Algo le había molestado y no había sido su intención.
—Lo que quiero decirte es que...
Empezó a quedarse sin voz, se mordió el labio y lo intentó de nuevo.
—Siento...
—¿Haberme devuelto el beso?
Ella se sonrojó.
—No debió ocurrir. No sé en qué estaba pensando. Tenía miedo. A lo mejor necesitaba que me consolaran.
Entonces suspiró y se preguntó en qué se había equivocado y cómo una simple disculpa se había enrevesado tanto.
—Lo siento.
—¿Por qué me pides disculpas? ¿Por sentirte desconsolada o por disfrutar de un beso?
Le estaba costando muchísimo y le parecía complicadísimo. Era una mujer adulta y era incapaz de hablar de un simple beso.
—No tengo tu experiencia y estoy segura de que has besado a muchísimas mujeres. Sé que un beso no significa nada para ti...
—Sólo beso a las mujeres que me gustan. A las mujeres que me atraen. A las mujeres con las que me gustaría acostarme, así que no me pidas perdón. Yo te deseaba, quería llevarte a la cama. Pero no era el momento más adecuado.
Después se levantó y se fue a la mesa donde había estado trabajando durante la mayor parte del vuelo y se sentó para terminar lo que había empezado.
Con el estómago encogido, Sam lo miraba mientras él leía un documento durante el descenso. Desde que lo había conocido su vida había cambiado.
El chófer de Carlo los esperaba en la pista cuando el avión se detuvo. Cargó las maletas y a continuación se dirigieron a la villa de Carlo en la península de Cap Ferrat.
Sam sintió algo en su costado y miró hacia abajo.
Gabriela estaba intentando levantarse para ver mejor por la ventanilla.
—¡No puedo ver las casas! —se quejó Gabriela—. Las vallas son muy altas y hay muchos matorrales.
Sam le explicó la diferencia entre vallas y matorrales y verjas y setos.
—Parece que estás emocionada —le dijo a la niña. —Nunca he estado por aquí.
El coche empezó a frenar y pronto llegaron a la casa de Carlo. Las verjas de la entrada se abrieron lentamente y pronto vieron una villa escondida detrás de los setos altos y verdes.
El coche no se había parado, pero Gabby ya estaba intentando abrir la puerta. El campo de césped era interminable y la casa tenía unas vistas increíbles del puerto de Saint Jean.
Carlo seguía a Gabby, que corría hacia unas escaleras.
—¡Hay un piscina! —gritó la niña—. Sam, aquí hay una piscina.
Sam andaba detrás de ellos oliendo la fragancia del azahar en la brisa.
Carlo se giró y le lanzó una sonrisa de bienvenida mientras ella se acercaba.
—No me extraña que quieras vivir aquí.
—Montecarlo está cerca y es cómodo. Además está cerca de mi escuela de pilotos, donde paso la mayor parte de mi tiempo.
—¿A qué te dedicas ahora?
—Tengo academias de conducción en los Estados Unidos, Brasil y por supuesto, en Italia. Pero ya no sólo enseñamos a conducir coches de carreras, estamos dando cursos de conducción a empresas de seguridad, a ejecutivos y familias para la prevención de secuestros.
Sam estaba intrigada y recordó el intentó de secuestro de años atrás.
—¿Qué tipo de clases dais?
—Son cursos de siete días. Se han vuelto muy populares. Todas nuestras academias tienen lista de espera ahora. Imagínatelo, cualquiera puede beneficiarse de un curso de conducción. Aunque la mayoría de las personas nunca tengan que utilizar tácticas de evasión, les viene bien tener más confianza detrás del volante.
De repente Gabby se dio la vuelta.
—¿Puedo intentarlo yo? —preguntó—. A mí me gustaría conducir deprisa.
—Querrás decir conducir bien —la corrigió Sam.
Gabby sonrió tan fuerte, que se le formó una arruga en la nariz.
—No. Yo quiero aprender a conducir deprisa. Yo también quiero ser piloto de coches de carreras.
Carlo sonrió, pero a Sam no le había hecho la menor gracia. Le lanzó una mirada asesina.
—Esto es culpa tuya.
—Es una Belluci —contestó él—, lo lleva en la sangre.
Gabby se acercó a Sam y la abrazó.
—Esto me gusta mucho. Creo que Carlo y tú deberíais casaros. Así podríamos vivir todos aquí, felices para siempre.
Sam quería que Gabby se criara como una niña normal. Pero sabía que, si se casaba con Carlo, jamás tendría una familia normal. Había aprendido de la forma más dura que los matrimonios de conveniencia eran precisamente eso, convenientes, pero no funcionaban.
—Vamos a ver qué hay para almorzar —dijo Carlo a Gabby—. Sé que el cocinero nos había preparado algo muy especial.
Gabby le hizo un gesto a Carlo para que la tomara en brazos, después se inclinó hacia su oído y le dijo algo en secreto.
Sam no tenía ni idea de lo que Gabby le había dicho, pero Carlo empezó a reírse. Mientras se reía Gabby soltó una risita también y después Carlo miró sonriente a Sam.
—Dice que espera que no sea el famoso guisado de cordero de la señora Bishop.
Después del almuerzo, una de las jóvenes empleadas de Carlo llevó a Gabby a la piscina climatizada a darse un baño. Sam le expresó su preocupación a Carlo y éste le explicó que Marcelle trabajaba de socorrista en uno de los hoteles locales en verano.
—Marcelle enseña a nadar a muchos niños y la conozco a ella y a su familia desde hace años. Gabby estará bien atendida.
Cuando Gabby desapareció de su vista, Sam se dio cuenta de que lo que realmente le pasaba era que temía quedarse a solas con Carlo.
No podía quitarse de la cabeza el beso de la tarde anterior.
Sam se abrochó los primeros botones de su chaqueta.
—¿Puedo hacer algo para ayudar a Gabby a acomodarse? ¿La colada? ¿Prepararle la habitación?
—Tengo a personas que se ocupan de esas cosas. Ése ya no será tu trabajo.
—¿Entonces qué voy a hacer? —preguntó ella.
—Hablar conmigo, sentarte a mi lado y relajarte un poco.
Él la miró con confianza y esbozó una sonrisa. Estaba al mando en su mundo.
—Hace un día espléndido. Deberías relajarte y disfrutar un poco. Vete a darte un baño o prueba el jacuzzi en tu cuarto...
—Carlo —dijo ella interrumpiéndole—. Esta no es mi casa. No debería estar aquí.
—¿Por qué no?
—Mira a tu alrededor. Esto es un palacio. Me alegro de que Gabby vaya a vivir aquí, pero yo soy una cuidadora. Una simple chica del campo. Tú viste dónde me crié.
—A lo mejor tardas en acostumbrarte, pero creo que te sentirás cómoda aquí y segura también.
—¿Pero qué voy a hacer? Siempre he trabajado. Aquí no voy a sentirme útil...
—Gabby te necesita.
Esas palabras la hicieron llorar. El le había dicho que era ella quien necesitaba a Gabby, y tenía razón. También le había dicho que Gabby debía ser criada por su familia, su familia de verdad, y también tenía razón respecto a eso. Sam agradecía el cariño que la señora Bishop le había mostrado durante su niñez, pero lo que realmente quería y necesitaba era a su propia familia. Gabby por fin había encontrado a la suya.
—Ahora te tiene a ti, Carlo. Tú eres su familia. Su hermano o padre... eso no importa. Tú eres lo que ella necesita.
—¿Entonces por qué quieres negarle una familia completa? —le preguntó en tono suave—. Acabarás obligándola a elegir. Entre un padre y una madre. ¿Por qué no puede tener ambas cosas?
—Puede tener ambas cosas, pero no tenemos por qué vivir en la misma casa.
—Entonces no sería una familia de verdad. ¿Quieres que esté yendo de un sitio a otro como una pelota, con una maleta a cuestas toda su vida?
El comentario le recordó la vida que había tenido, la inestabilidad que había vivido.
—No. No me gustaría que fuera de una casa a otra. Yo lo odiaría.
—Pues ésa es la vida que yo tuve. Mis padres se divorciaron cuando yo era un niño y me pasé la infancia viajando entre Cannes y Montecarlo. Siempre entre dos ciudades. ¿No podemos darle una vida mejor a Gabriela?
—Pero no estamos casados.
—Entonces deberíamos casarnos.
—Carlo...
Ella lo miró y supo que algo había pasado durante las últimas veinticuatro horas. No sabía qué, pero él había cambiado. Lo había sentido cuando subieron a su jet privado en Manchester.
—Me casé por conveniencia antes y no funciona —dijo Sam convencida—. De hecho, creo que empeoró la vida de Gabby.
—Eso es imposible. Si no hubiese sido por ti ¡Dios sabe lo que le hubiese pasado!. Tú has sido su ángel guardián desde el principio. Si no te hubieses arriesgado cuando sucedió el intento de secuestro, algo trágico podría haber ocurrido. Si no hubieses estado allí para protegerla de Johann, ella estaría perdida —dijo él y después de una breve pausa—. ¿Quieres que te lo pida de rodillas?
Sam sintió un vuelco en el estómago.
—Cásate conmigo.
—Estás...
—Me aseguraré de que no te falte de nada. Te cuidaré con generosidad y paciencia, como tú cuidaste de Gabby.
Sam se había mareado y todo le daba vueltas.
—Tengo que sentarme.
Él la acompañó hasta una terraza cubierta y la ayudó a sentarse en un sillón. Después metió la mano en su chaqueta y sacó un sobre.
—¿Qué era lo peor de estar casada?
Ella lo miraba fascinada mientras abría el sobre.
—El estar atrapada. Carecer de independencia económica.
—¿Y si estuviera dispuesto a ayudarte en ese aspecto? Perpleja, Sam tomó el documento.
—¿Esto es...
—Un acuerdo prematrimonial. Sólo por casarte conmigo heredas un millón de libras esterlinas. Si el matrimonio dura más de un año, ganaras diez millones...
—¡No!
Dejó caer el documento sobre el sillón.
—¡Esto no está bien!
—Después de diez años, recibirás veinte millones. Y si tuviéramos un hijo serían quince millones más, durara lo que durara el matrimonio y por supuesto podrías quedarte con la villa.
—Basta...
Sam se puso de pie y se alejó del sillón.
—No vuelvas a proponerme algo así —dijo ella furiosa—. Jamás me casaría por dinero, jamás. No permitiré que me compres.
—¿Pero te casaste con Johann y fuiste pobre?
—¡Lo hice para proteger a Gabby!
—Protégela ahora y obtén seguridad.
—Esto es diferente...
—¿Qué es diferente? ¿El hecho de que puedo ocuparme de ti? ¿Que puedo darte una vida y un hogar seguro? ¿Que me gustas? Que disfruto de tu compañía. ¿Que te deseo? ¿Que necesito tenerte en mi cama?