SITUACIÓN DE LA CONFERENCIA

El existencialismo es un humanismo es el texto taquigrafiado, apenas retocado por Sartre, de una conferencia que dio en París el lunes 29 de octubre de 1945 a petición del club Maintenant, creado tras la Liberación por Jacques Calmy y Marc Beigbeder con un propósito de «animación literaria e intelectual»; se publicó el año siguiente en Éditions Nagel. ¿Por qué tiene interés el autor de El ser y la nada en convencer del humanismo de su doctrina?

Hay que recordar que los dos primeros tomos de los Caminos de la libertad, recién publicados por primera vez, obtenían un éxito mezclado con escándalo. No nos detendremos en los detalles de lo que, en La edad de la razón y en La prórroga, contrarió a la gente conformista de la época. Tacharon a su personaje principal de apático o cínico. «Creo que lo que hace molestos a mis personajes —escribía Sartre— es su lucidez. Saben lo que son y eligen el serlo.» Desprovisto de anclaje, sin certidumbres, Mathieu está, evidentemente, lejos de la figura de epopeya o del héroe positivo; su único triunfo, en su búsqueda obstinada de una vía auténticamente libre —de que se hace eco la búsqueda filosófica de El ser y la nada— es esta lucidez desnuda que también es un sufrimiento. Lo que le sucede, lo que hace, tiene poco de real; no ha empezado verdaderamente a vivir. Entonces, nadie entendió que se trata del drama intelectual y moral de una conciencia en devenir, cuya evolución no ha acabado al final del segundo tomo. Sin duda porque la lectura de las dos novelas, que por otro lado tuvieron defensores encarnizados, era más accesible que la de la obra filosófica, su publicación amplificó la resonancia del existencialismo sartriano; las controversias a su propósito se vieron agravadas y enturbiadas por lo que ahora llamaríamos un fenómeno mediático —réplicas y adhesiones, hostilidad abierta o larvada, grosería—, cuyas razones todavía hoy se desconocen. Resultó una invasión casi recíproca: del escritor por una celebridad de mala ley que le dejaba atónito, y del público por el existencialismo; fórmulas huérfanas de sus contextos como «El infierno son los demás», «La existencia precede a la esencia», «El hombre es una pasión inútil», esparcidas por los periódicos sensacionalistas, se tomaban como eslóganes diabólicos.

En cuanto a las críticas expresadas por los intelectuales, que no desdeñaban la injuria, no procedían todavía de un examen muy penetrante de El ser y la nada[1] los cristianos, además de su ateísmo, reprochaban a Sartre el ser materialista, los comunistas el no serlo; los primeros se quejaban de que «pusiera arbitrariamente la primacía en el en-soí», los segundos lo tachaban de subjetivista; las nociones de contingencia, de abandono, de angustia repugnaban a unos y otros. La expresión violenta de este rechazo, que Sartre sintió como odioso, ¿se debe sólo a que los ánimos estaban, tras el cataclismo de la guerra, como dirá uno de sus detractores, «preocupados por una definición del hombre conforme a la exigencia histórica, y que permitiera superar la crisis actual»? Lo cierto es que las objeciones eran más a menudo morales, incluso utilitarias, que propiamente filosóficas. Se preocupaban poco por discutir la orquestación de las ideas en su obra, la pertinencia de los temas. «No todo el mundo puede leer El ser y la nada», escribía el mismo crítico;[2] Sartre se convertía nada menos, en opinión de mucha gente, que en el antihumanista por excelencia: desmoralizaba a los franceses en el momento en que Francia, en ruinas, tenía más necesidad de esperanza.

Así, fue para presentar al público una idea coherente y más exacta de su filosofía por lo que Sartre aceptó dar esta conferencia.[3] Desconcertado por la sobreexcitación de aquella muchedumbre que entra a la fuerza en la sala y que, sospecha, comprende al menos tantos curiosos atraídos por el renombre sulfuroso del existencialismo y de su autor como oyentes que acuden por amor a la filosofía, afirma que el existencialismo es una doctrina estrictamente reservada a los filósofos, mientras que se apresura a ponerla poco o mucho al alcance de la masa; y es que El ser y la nada, texto a la vez riguroso y prolijo, mal leído y con frecuencia deformado, se ha convertido en un objeto que se le ha escapado y del que, sin embargo, se siente responsable. Aunque, parece adivinarse, por encima de aquel público que él circunscribe mal, se dirige más en particular a los comunistas, a quienes querría volver a acercarse. Sólo algunos meses antes escribía en los periódicos clandestinos de éstos; ahora los puentes están rotos y su hostilidad parece crecer con la expansión del existencialismo.

No obstante, no fue un razonamiento teórico lo que condujo a Sartre a desear aquel acercamiento. Maduró El ser y la nada durante años, lo construyó en una especie de euforia solitaria durante las vacaciones forzosas de la «guerra peregrina» y el Stalag; pero todo aquel potencial intelectual desplegado para descubrir una verdad sobre el Ser y sobre el hombre en el mundo no le libró de sentir su impotencia ante la Ocupación. Si aspira a la acción colectiva, es porque ha sufrido el peso de la Historia y ha reconocido la importancia de lo social. Ese mismo mes de octubre, apareció el primer número de Temps Modernes; la revista que acaba de fundar pretende apoyar las luchas sociales y económicas de la izquierda, cuyo primer representante es el partido de los Fusillés, y con sus crónicas, sus reportajes y sus estudios, trabajar por la liberación del hombre. Sin embargo, el equipo de Temps Modernes se reserva la libertad de crítica: «Nos alineamos al lado de los que quieren cambiar a la vez la condición social del hombre y la concepción que tiene de sí mismo. Y a propósito de los acontecimientos políticos y sociales que vienen, nuestra revista tomará posición en cada caso. No lo hará políticamente, es decir, no servirá a ningún partido».[4]

Esta libertad de juicio no gusta a los teóricos del Partido; «hace el juego a la reacción», según la expresión consagrada por L’Humanité.[5] La idea de libertad constituye un problema también en el plano teórico. En esta conferencia, Sartre querrá al menos, en el punto en que se encuentra de su investigación filosófica, convencer a los marxistas del PC de que ésta no contradice la concepción marxista de la determinación del hombre por lo económico. «El hombre no es libre y está encadenado desde el mismo punto de vista», escribirá también en Materialismo y Revolución,[6] donde explicará más tranquilamente sus divergencias con los comunistas.

Se le conmina a justificar moralmente su compromiso a partir de El ser y la nada;[7] mejor dicho, hay quien, en su lugar, saca consecuencias morales nefastas que en seguida le reprocharán a él. Con la esperanza de disipar los malentendidos, Sartre se ve constreñido aquí a esquematizar sus propias tesis, a subrayar lo que se oirá. Acaba por borrar la dimensión dramática de la relación indisoluble de la realidad-humana en el Ser: su concepción personal de la angustia, por ejemplo, heredada de Kierkegaard y de Heidegger y reinventada, que ocupa un lugar central en su intento de ontología, queda reducida aquí a la angustia ética del jefe militar en el momento de enviar al asalto a sus tropas. Este esfuerzo de vulgarización y conciliación será en vano: los marxistas no cederán.

Pero ¿había realmente un malentendido? Podemos dudarlo si tomamos en cuenta la frase de Pierre Naville[8] en las intervenciones que siguieron a la conferencia:[9] «Dejo de lado todas las cuestiones especiales referentes a la técnica filosófica…». ¡No es fácil para el filósofo dialogar si el interlocutor cuestiona su doctrina negándose a llamarla filosofía! En la revista de Naville, una nota de reseña se felicitará por aquella imprecisa discusión: «La contradicción es puesta de relieve por Pierre Naville… Mejor que en exposiciones más densas, se ve claramente lo que diferencia al marxismo del existencialismo y de toda filosofía […]».[10] Ciertamente, si hay que contradecir el existencialismo sartriano, que suscita interés entre la juventud, no es únicamente por una u otra de sus tesis, sino sobre todo porque corre el riesgo de sembrar discordia y vacilación en los ánimos. «Usted impide que la gente venga a nosotros», le dirá Roger Garaudy; y Elsa Triolet: «Es usted filósofo, por tanto antimarxista». En realidad, si el teórico comunista considera que debatir el marxismo es debilitar las certezas indispensables al militante para luchar (inútilmente, por otro lado, pues el marxismo contiene todas las verdades necesarias para cambiar el mundo), entonces es ajeno a él el espíritu de la marcha filosófica cuyo valor reafirma Sartre en 1948: «Querer la Verdad es preferir el Ser a todo, incluso de una forma catastrófica, sencillamente porque es.[11] Más tarde se aplicará a mostrar que debido a la concepción del hombre que él propone —enriquecida entre tanto por sus ensayos biográficos—, el existencialismo no es, frente al marxismo, una filosofía de más.[12]

Nada hay de sorprendente, en todo caso, en que Sartre lamentara muy pronto el haber permitido publicar El existencialismo es un humanismo. Se ha leído mucho esta conferencia, considerada como una introducción suficiente a El ser y la nada, cosa que no es. Exposición clara pero reductora, se hace eco de las contradicciones en que Sartre se ve envuelto aquel año; el autor anhela apasionadamente participar de la vida colectiva al lado del partido comunista, que arrastra la esperanza de millones de personas en el primer año de postguerra, cuando las más radicales transformaciones de la sociedad parecen posibles; pero su elección no está fundamentada filosóficamente. Ahí están las críticas hostiles que los marxistas le hacen sin haberlo leído, el propio Marx a quien todavía no ha estudiado seriamente; su reflexión sobre la dimensión social e histórica del hombre apenas ha comenzado —y por otro lado, ¿es la eidética fenomenológica el instrumento adecuado para pensar el ser colectivo? «Hay un factor esencial en filosofía, que es el tiempo —escribirá Sartre en Cuestiones de método—. Hace falta mucho para escribir una obra teórica.» Aquel año le cogieron a destiempo.

El existencialismo es un humanismo es pues un escrito de circunstancias que, por poco que se haya abordado ya la obra de Sartre desde un punto de vista literario o filosófico, permite captar el primerísimo momento, aún vago, íntimamente conflictivo, de un viraje decisivo de su vida intelectual. Un nuevo ciclo de búsqueda filosófica está a punto de comenzar. Las objeciones a su obra, que él intenta inventariar en esta conferencia, con ser confusas y hostiles, provocarán en él nuevas preguntas que tratará filosóficamente en La critica de la razón dialéctica, tras una libre maduración que testimonian, entre otros, sus escritos postumos.

ARLETTE ELKAÏM-SARTRE