Ausencia de ambivalencia en su odio hacia el progenitor

SI algo aprende el ser humano conforme va adquiriendo experiencia vital es que no existe nada que pueda ser valorado en términos absolutos. Nadie es absolutamente maravilloso o bueno, al igual que nadie es totalmente malvado. Del mismo modo ningún medicamento, remedio o solución a un problema carece por completo de algún efecto secundario o inconveniente.

Las relaciones personales, y dentro de ellas las relaciones familiares, son el exponente máximo de la mezcla de sentimientos encontrados que unos sujetos generan en otros. Un niño abusado sexualmente es capaz de reconocer situaciones agradables que vivió con su abusador en otras circunstancias, así como una mujer maltratada por su marido sorprende a su psicólogo cuando en la evaluación relata con añoranza sus recuerdos sobre el noviazgo junto a él.

Por el contrario, frente a esta realidad psicológica, un hijo alienado únicamente es capaz de expresar un sentimiento sobre su odiado progenitor: el odio. El hijo alienado muestra un odio sin ambivalencias, sin fisuras ni concesiones. Un odio que sólo puede ser equiparado con el fanatismo terrorista o religioso.

Frente a esto, la figura del progenitor con que se han aliado surge pura, completa e indiscutible, ante la cual cualquier alegato o afrenta se vive de modo personal e imperdonable. Si éste critica al progenitor agredido, el menor justificará siempre su comportamiento con disciplina espartana, más allá de posi bles razonamientos. El progenitor aliado es la salvaguarda del menor, su refugio y cualquier menoscabo es vivido como una afrenta personal imposible de aceptar.

Aunque será en el epígrafe dedicado a las consecuencias del SAP en los menores cuando lo tratemos en profundidad, en este momento quisiera recoger el hecho de que esta característica es básica para entender el futuro conflicto psicológico que el menor tendrá más adelante. El SAP desarrolla un vínculo psicológico de carácter patológico entre el menor y el progenitor alienador, basado en el dogmatismo, la adhesión más férrea y la falta de reflexión.

Como primer elemento sobresale el hecho de que se está educando a sujetos en valores totalmente contrapuestos a lo que, por ejemplo, el currículo escolar recoge; si educamos en el odio y el dogmatismo produciremos adultos en cuyo abanico de respuestas estos valores ocuparán un lugar preeminente; en el mejor de los casos, si el sujeto no se libera de este bagaje cultural, repetirá el modelo con sus hijos, perpetuando el síndrome y sus consecuencias.

Un segundo elemento está en el hecho de que estos menores, si de adultos tienen la oportunidad de comprobar la realidad de sus relaciones paterno-filiales, van a sufrir el desmoronamiento de la estructura de valores y creencias fundamentales sobre las que se ha sustentado toda su existencia.

Un tercer elemento es el hecho de que, llegados al punto anterior, son conscientes de que el arquitecto de esa estructura fue su progenitor custodio, la figura fundamental sobre la que ha girado su vida.

Como resumen de todo lo anterior debemos considerar que, al dolor del desengaño se suma la aceptación final de la culpa. Cuando estos sujetos revisen su pasado incluirán claramente tanto las acciones del padre alienador como sus propias iniciativas, de las cuales - aun conociendo el origen - se culpabilizarán sin reservas. Valores inadecuados, destrucción de creencias estructurales, dolor y culpa es la herencia que tendrán que asumir algún día.