PRESIONES DE SELECCIÓN

He escogido para este relato de ficción científica las horas centrales del día, cuando el sol está en lo más alto. Hay poca actividad animal en estos momentos de calor asfixiante, cuando ni la más suave brisa mueve las hojas de los árboles ni los tallos de las altas hierbas, y el sol parece quemar la piel como un soplete.

También he dicho que los australopitecos sudaban copiosamente, un dato del que, naturalmente, poco podemos saber a través de los huesos fósiles. Pero sí sabemos que los primates, en general, no están capacitados para moverse bajo el tórrido sol de mediodía en las tierras tropicales y subtropicales donde, con muy pocas excepciones, viven las diversas especies. (Precisamente nosotros, los humanos, somos uno de los pocos ejemplos de primates no tropicales, junto con los macacos japoneses, los macacos de Berbería, que habitan en el macizo del Atlas, en el norte de África, y fueron introducidos en Gibraltar, y alguna que otra especie más de mono).

Los monos son habitantes de los bosques, y allí predomina la sombra. Por eso, un chimpancé en plena pradera africana, o en una sabana con pocos árboles, tendría en las horas de mayor insolación un serio problema de termorregulación. Tan serio que en muy poco tiempo su temperatura subiría hasta un punto que produciría el desfallecimiento y luego la muerte del chimpancé.

Incluso los mamíferos más adaptados a los ambientes abiertos en África, o los pocos primates que (como los papiones) los frecuentan, hacen una prolongada pausa al mediodía, a ser posible a la sombra de un árbol.

También en nuestras tierras mediterráneas podemos ver en verano a todo un rebaño de ovejas apiñándose bajo una encina solitaria cuando más insoportable se hace el sol; es un buen momento para tumbarse y rumiar tranquilamente la hierba pastada durante la mañana. Un herbívoro puede pastar o ramonear a cualquier hora del día, ya que la hierba y las hojas de los árboles y arbustos no se van a mover de donde están. Por eso prefieren para alimentarse los momentos del amanecer y del crepúsculo, o las largas noches, que en el ecuador suponen exactamente la mitad del día.

También los carnívoros que predan sobre los mamíferos pastadores y ramoneadores se mueven entre dos luces o en la noche cerrada. Unos y otros tienen en el interior del ojo una capa de células reflectante, situada detrás de la retina, llamada tapetum lucidum, que permite aprovechar al máximo los escasos rayos del sol disponibles, o la blanca luz de la luna. El tapetum lucidum es lo que hace que los ojos de los animales brillen en la oscuridad cuando les apuntamos con los faros del coche o con una linterna, ya que el tapetum lucidum refleja la luz a través de la retina.

El grupo de los primates llamados chovinistamente superiores porque nos incluye a nosotros y a las especies que se nos parecen más, no cuentan con el tapetum lucidum, por lo que se las arreglan mal en la oscuridad, tanto para encontrar el alimento como para eludir a sus depredadores. Sin duda, los primates superiores somos un grupo de mamíferos claramente diurnos. La evolución nos ha hecho así a lo largo de millones y millones de años, y los australopitecos no tenían fácil desandar el camino de la historia y volver a la vida nocturna de sus antepasados más remotos, los primates mal llamados inferiores (de los que aún quedan muchas especies nocturnas en Madagascar, en el continente africano y en Asia).

Nosotros, los humanos, sí podemos exponernos al sol en las horas centrales del día, que es cuando más aprieta, porque disponemos de un sistema de refrigeración muy eficaz. Ese sistema está constituido por las numerosísimas glándulas sudoríparas que se distribuyen por toda nuestra piel y que, literalmente, nos bañan en sudor. Obsérvese que la aparición de sudor es prácticamente simultánea con el comienzo del ejercicio.

Resulta que cuando el sudor se evapora, el agua pasa del estado líquido al gaseoso (vapor) absorbiendo calor, y la piel se refresca con ese cambio de estado (en sentido contrario, al pasar el agua del estado líquido al estado sólido, o hielo, se libera calor). La evaporación del sudor impide pues que la temperatura corporal suba tanto que el cerebro deje de funcionar correctamente; el cerebro es un órgano muy delicado que precisa estar siempre bien alimentado con glucosa y bien oxigenado para que sus células no mueran, y que sólo soporta pequeños cambios de temperatura.

Nuestro sistema de refrigeración por el sudor resulta realmente muy eficaz, pero tiene un grave inconveniente. Entraña un enorme consumo de agua, que debe ser ingerida en grandes cantidades en estado líquido (el agua pasa por el intestino al torrente circulatorio, que la conduce a las glándulas sudoríparas). Ello nos crea una dependencia muy fuerte respecto de los puntos del paisaje donde hay agua, de los que no podemos alejarnos mucho. La única alternativa posible para ser capaces de recorrer largas distancias por terreno seco es la de transportar el agua con nosotros en los desplazamientos, pero el agua pesa, y acarrear grandes cantidades durante mucho tiempo es, simplemente, imposible. Hace falta, además, disponer de recipientes para transportar el agua. Esos recipientes pueden ser objetos naturales acondicionados para contener líquido (los bosquimanos usan huevos de avestruz con ese fin) o fabricados por el hombre con pieles, bambú, cerámica, metal u otros materiales artificiales más modernos.

En resumen, somos grandes consumidores de agua. Mientras que el ser humano puede sobrevivir muchos días en huelga de hambre, muere pronto en huelga de sed. Una persona puede resistir de ocho a diez semanas sin comida alguna, pero con toda el agua que necesite (y se conocen casos excepcionales de personas muy obesas que han llegado hasta los 315 días de privación completa de alimentos sólidos sin más efectos que la pérdida de peso). En cambio, el ayuno completo, de agua y de alimento, no se soporta más de dos semanas.

Y es que en gran medida estamos hechos de agua, de un 61 a un 62%, lo que representa 43 kilos de agua en un individuo que pese 70 kilos. De esos 43 kilos de agua, 27 kilos se encuentran dentro de las células y el resto fuera.

Una persona adulta normal gasta unos dos litros y medio (2600 ml) diarios de agua, la mitad de los cuales se repone ingiriendo líquido y el resto se obtiene de los alimentos (y algo de la oxidación de azúcares y grasas). Hay que beber por lo tanto alrededor de litro y medio (unos 1300 ml) de agua cada día.

El sudor representa sólo una parte de la pérdida de agua (medio litro o 500 ml), que se suma a lo que se evapora en los pulmones (400 ml), lo que se pierde a través del estómago y de los intestinos (200 ml), y la gran cantidad que se va en la orina (nada menos que un litro y medio).

Pero cuando se hace ejercicio físico las necesidades hídricas se disparan, por la sencilla razón de que sólo la cuarta parte de la energía producida por el esfuerzo muscular se transforma en trabajo mecánico, mientras que las tres cuartas partes restantes se liberan en forma de calor. La temperatura corporal sube después de un gran esfuerzo y los deportistas sometidos a una dura prueba terminan el ejercicio con fiebre (incluso dos grados tras una maratón). Ésa es la razón de que cuanto mayor sea el esfuerzo físico, más copiosa será la transpiración, ya que las exigencias de refrigeración corporal aumentan automáticamente.

Los mamíferos tenemos mecanismos fisiológicos para mantener dentro de ciertos límites la temperatura de nuestro cuerpo. Somos endotermos, lo que quiere decir que producimos internamente calor en lugar de depender enteramente para funcionar del calor del ambiente (como les pasa a los reptiles, que son exotermos). El ser endotermos nos hace independientes de la temperatura exterior, y por eso hay mamíferos en todos los climas, pero el calor generado desde dentro puede ser excesivo. Se puede perder una cantidad importante de agua corporal, cuatro litros por ejemplo, corriendo una maratón, o tres litros en un partido de fútbol. Ésas son cantidades importantes en relación con el peso del cuerpo de una persona normal, por lo que se debe proceder a una rehidratación completa después del ejercicio, y beber mucha agua antes y durante el esfuerzo para compensar en parte la pérdida de líquido.

Además de por el esfuerzo, la traspiración también aumenta, como todo el mundo sabe, con el calor y la humedad. En ambientes donde sean realmente muy elevadas la temperatura y la humedad (en las saunas, por ejemplo) la transpiración es muy intensa, ya que el sudor no se evapora fácilmente refrescando así el cuerpo, sino que literalmente resbala por el cuerpo y lo baña, empapando la ropa. Por eso preferimos el calor seco, aunque la temperatura alcance un valor más alto en el termómetro, que el calor húmedo. Una persona muy activa llega a perder en un solo día más de diez litros de agua en un clima tropical (que es cálido y húmedo), pérdida que naturalmente puede reponer sin dificultad si cuenta con agua abundante a su disposición.

Pero, si no es así, se presentan graves problemas. Cuando se pierde más del 2% del peso corporal en agua (1,5 litros en una persona de 75 kilos) el organismo empieza a acusar la deshidratación y el cuerpo empieza a funcionar peor, entre otras cosas porque la pérdida general de líquido hace que disminuya también la cantidad de plasma sanguíneo circulante, afectando al funcionamiento de los músculos y del cerebro (dado que les llega menos sangre).

Se puede llegar al coma a partir de la pérdida en sudor del 7% del peso corporal si el esfuerzo no se detiene y continúa a altas temperaturas.

Además, la sensación de sed se produce cuando ya se ha deshidratado en parte nuestro organismo, es decir, las señales de que necesitamos agua nos llegan un poco tarde. Normalmente no es un problema grave, pero los deportistas deben aprender a beber sin sed para no descubrir la falta de agua cuando ya se han perdido facultades físicas. Dado que con el sudor salen del cuerpo sales (como el sodio), si se suda muchísimo (es decir, tras un esfuerzo intenso y realmente muy prolongado en el tiempo), viene bien que el agua que se beba contenga electrolitos. Por otro lado, ya que se ha de beber sin sed para prevenir la deshidratación, es mejor ingerir agua con sales, que se bebe con más gusto. En algunos deportes con frecuentes pausas la reposición de agua es fácil, pero en otros, como el fútbol, no hay tantas oportunidades para beber.

En las horas centrales del día, cuando el sol está en el punto más alto en el ecuador, los rayos son verticales, y en esa situación es una ventaja indudable estar de pie, porque la cantidad de radiación que incide sobre la piel es mucho menor que si nos tumbamos o nos ponemos a cuatro patas, posición en la que nos achicharramos la espalda. Los humanos conservamos poco pelo, pero donde más tenemos es precisamente en la cabeza para proteger el cerebro del exceso de radiación solar. Además, al estar de pie, nos alejamos del suelo recalentado, e incluso una débil brisa puede refrescarnos. Como se ve, ser un bípedo que suda copiosamente tiene ciertas ventajas cuando nos movemos al mediodía. Se evita mucha competencia en la búsqueda de alimento, porque las demás especies de animales se mueven poco o nada a esas horas.

Pero en la reconstrucción del acontecimiento fundamental en nuestra evolución, el descubrimiento de la carroña como fuente de alimentación, también podríamos haber imaginado a los australopitecos cubiertos de pelo, como los chimpancés, y pasándolo fatal en las horas más calurosas del día. De nuevo nos asalta la duda: ¿qué fue antes, el comportamiento o la modificación del cuerpo?

Si siguiéramos la lógica de Lamarck, los primeros australopitecos carroñeros estarían tan cubiertos de denso pelo como los que no se exponían a menudo a la radiación solar.

De acuerdo con la lógica darwiniana de la selección natural como protagonista de la evolución, determinados individuos algo más desnudos y con más glándulas sudoríparas, podrían moverse mejor bajo el sol, y ésos, precisamente, serían los que habrían desarrollado la práctica del carroñeo. Se dice que tales individuos estaban ya preadaptados a la vida en ambientes abiertos; la razón por la que habían perdido el pelo puede ser variada: o bien eran, simplemente, unos mutantes, o bien lo habían perdido en el bosque como adaptación a alguna otra función (que nos es desconocida).

Como hoy en día se sabe que los caracteres adquiridos durante la vida no se heredan, si quisiéramos adaptar la lógica de Lamarck a los tiempos modernos lo haríamos de la siguiente manera. Diríamos que el nuevo comportamiento, la explotación de carroña, creó nuevas presiones de selección.

¿Qué quiere decir esto? Pues, simplemente, que al hacerse carroñeros (en parte), los australopitecos, los individuos que estuvieran en mejores condiciones de resistir bajo el ardiente sol tendrían más éxito, esto es, comerían más porque llegarían más lejos en sus vagabundeos. Eso haría que engendraran más descendientes y que sus genes se perpetuaran. Una vez puesta la rueda en marcha no se pararía hasta que el pelo desapareciera por completo y las glándulas sudoríparas se multiplicaran, como podemos ver en nosotros mismos.

De este modo se concilian, de alguna manera, el pensamiento de Lamarck y el de Darwin, y puede pensarse que, por lo menos en algunas ocasiones, el comportamiento de los individuos tiene cierta influencia en el curso que toma la evolución. No podemos saber si éste fue el caso de la pérdida de pelo, pero veremos luego que el hábito de comer carroña creó nuevas presiones de selección que han llevado la evolución directamente hasta nosotros. Es decir, por una vez, al menos, en la historia de la vida, alguien hizo algo que tuvo una enorme trascendencia, porque la rueda que puso en movimiento produjo más tarde la razón.