BREVE GUÍA PARA EL VIAJERO
DESDE HACE MILES DE AÑOS EL RÍO DE LA VIDA, el majestuoso Nilo, ha sido testigo del paso de millones de seres humanos que tomaban sus aguas como un sendero mágico que tenía el poder de acercarlos hasta el aura de los dioses. En el tiempo en que los faraones gobernaban Egipto, esta peregrinación tenía un sentido plenamente consciente por parte de los viajeros. Hoy, la realidad es muy distinta. Casi diez millones de personas realizan más o menos la misma ruta todos los años, pero desconocen el verdadero significado de los templos. Aunque lo curioso es que muchos de los que emprenden este viaje, lo hacen siguiendo una búsqueda espiritual, parecida en muchos casos a la que vemos todos los años en nuestro país por el Camino de Santiago. Igual que podemos encontrarnos en el periplo jacobeo a personas totalmente ateas, en Egipto hay personas que buscan la magia de los faraones aunque no crean en ella.
No es mi intención ni mucho menos, convertirme en gurú a través de las letras de este capítulo, cada cual que vea con sus propios ojos y sentimientos los templos del Nilo. Aunque si pienso relatarles en la última parte de este libro el significado oculto o esotérico de algunos de los monumentos más visitados del mundo. De forma que esta guía complemente de alguna manera la explicación de los guías, pues en esta profesión podemos encontrarnos verdaderos eruditos o auténticos ignorantes que tan sólo se han leído uno o dos libros sobre el tiempo de los faraones. Emprendamos pues nuestro particular peregrinaje por una de las rutas mágicas más antiguas y sorprendentes del planeta.
La casa del ego
QUIZÁS TODOS EN ALGÚN DELIRIO DE GRANDEZA hemos soñado con convertirnos en dioses… pero tan sólo algunos lo han conseguido.
Sin duda una de las visitas obligadas que hay en Egipto es la del Templo de Abu Simbel. La llegada por barco hasta la orilla del gigantesco templo de Ramses II es uno de los momentos inolvidables que captarán nuestras retinas para el resto de nuestra vida. Aunque normalmente los viajes organizados nos llevan hasta este lugar a través de la carretera o por avión, desde la ciudad sureña de Assuan.
Desde el punto de vista arquitectónico el Templo de Abu Simbel es sin duda alguna el más espectacular de todo el territorio nubio, y su imagen de postal ha dado la vuelta al mundo. En cambio su significado, no tiene nada que ver con el de la gran mayoría de templos que podemos visitar en la zona, ya que su importancia religiosa únicamente tuvo que ver con el culto a un hombre que en vida fue proclamado dios, Ramses II. Este monarca que subió al trono en torno al año 1301 a. C., murió nonagenario y gobernó el país del Nilo durante sesenta y siete años. Pero estos no son más que algunos datos respecto a los récord que alcanzó este rey. Lo que realmente encumbró a Ramses II como dios fue su poderío militar, político y religioso, que no tuvo parangón en los tres mil años que duró la civilización egipcia.
La entrada en el templo de Abu-Simbel, hoy día fuera de su ubicación original.
Alcanzando el trono a temprana edad, tras la muerte de su padre Seti I, Ramses II comenzó una serie de reformas que le llevaron a controlar la excesiva cuota de poder que acumulaban los sacerdotes. Hecho esto el rey comenzó entonces una cruzada que llevó las fronteras de su imperio hasta límites jamás conocidos. Adiestrado en las artes militares desde pequeño, se lanzó a la conquista de Oriente Medio al mando de veinte mil hombres. Sus campañas por Palestina fueron fulminantes y definitivas, y fue así como llegó hasta la frontera del otro gran imperio del mundo antiguo, el país de los hititas. Estos le hicieron frente en una de las mayores batallas de todos los tiempos, a las afueras de la ciudad de Kadesh. Allí Muwattali, el monarca hitita, se enfrentó a Ramses II con un ejército que le doblaba en número, cuarenta mil hombres. La batalla duró todo un día, y sobre lo que realmente pasó, se cierne todavía un oscuro velo que la historia jamás ha podido desvelar. Según los textos de la época todos fueron ganadores, ya que ambos reyes se atribuyeron la victoria. Para los hititas su rey destrozó el ejército del faraón, mientras que los textos egipcios hablan del paseo triunfal de sus hombres. Lo único realmente cierto es que tras la guerra Ramses II se casó con Hattusilis, la hija de Muwattali, y de esta forma se selló una alianza que estabilizó Oriente durante siglos. Lo más lógico es pues pensar que la batalla de Kadesh quedó en tablas, aunque ambos monarcas jamás iban a reconocer tal realidad ante su pueblo.
Ramses II aprovechó esta época de estabilidad para convertir Egipto en una gran potencia económica y la bonanza fue una constante en todo su reinado. Se lanzó entonces a la construcción de varias obras que eternizarán su nombre, y cierto es que lo consiguió. La más destacada de ellas es sin duda alguna Abu Simbel. A la entrada del templo podemos ver cuatro estatuas colosales del faraón de veintiún metros de altura y en su interior otras ocho más, también de enormes dimensiones. En este templo Ramses II se autoproclama ni más ni menos que dios, reflejando en sus grabados y en sus textos su «victoria» en la batalla de Kadesh. Pero su vanidad no acaba ni mucho menos ahí. En las enormes pinturas que podemos ver a izquierda y derecha de la sala principal del templo, Ramses II, aparece coronado por todos los dioses. De esta forma es que en este lugar podemos contemplar una de las pocas representaciones del Dios Set que hay en todo Egipto. Entrando al templo a la izquierda este dios, que por hacer un símil sería el mismísimo diablo, corona también a Ramses II, dejando claro de esta manera el monarca, que ante su poder el bien y el mal no pueden más que hacer reverencias.
Eso si, aunque vanidoso y egocéntrico, Ramses II tuvo al menos la deferencia de esculpir al lado otro templo para veneración de su esposa Nefertari. E incluso sintiéndose un dios, reflejó a algunos de sus hijos y esposas junto a sus pies, bajo las estatuas colosales de la entrada de Abu Simbel. Al menos, de vez en cuando, pensaba algo en el prójimo.
De todas formas, también es cierto qué, aunque bastante fanfarrón, Ramses II fue capaz de crear una de las más impresionantes obras egipcias y justo es disfrutar de su belleza en la actualidad, su significado, no tiene por qué alterar la placidez de nuestra visita. Bueno es pensar, cuando nos deslumbremos por lo espectacular de las sedentes estatuas de la entrada, que Ramses II, hombre y dios, pereció como cualquier otro mortal, y el severo juicio de la historia pasó también implacable, sobre su frío cadáver.
La isla de la diosa
El tiempo de los faraones terminó pero sus sacerdotes perpetuaron secretos rituales en una isla del río Nilo. El poder que encumbró a Egipto como un imperio durante tres mil años, no fue sólo militar. Su religión fue capaz de traspasar fronteras, y algunos de sus cultos se extendieron por todo el Mediterráneo arraigándose de una manera casi eterna en el mundo antiguo. El último templo egipcio se clausuró en el año 535 de nuestra era por orden del emperador Justiniano. Cinco siglos y medio después de la muerte de Cleopatra, el último faraón, miles de peregrinos continuaban venerando el poder de una diosa cuyo aura de misterio fue capaz de vencer las barreras del tiempo.
Templo de Isis en File, ahora en la isla de Agilka.
La diosa Isis, esposa del rey del más allá Osiris, y madre de Horus, ese ser con cuerpo de hombre y cabeza de halcón que venció el poder de las tinieblas, tenía su casa en una pequeña isla al sur del Nilo: el templo de File. Hasta este rincón acudieron durante siglos millones de personas para agradecer que con sus lágrimas, Isis, provocara las crecidas del gran río. Era pues una diosa de fertilidad, una gran madre dadora de vida, y su devoción entre los hombres fue tal que los romanos adoptaron también esta creencia y la extendieron por todo el Mediterráneo. Los ritos relacionados con Isis, aunque nos parezca imposible, han llegado hasta nuestros días dentro de una religión cristiana que adoptó buena parte de creencias paganas asimilándolas dentro de su seno. El culto al agua era básico en los ritos que todos los años se practicaban en File, y es así como el hogar de la diosa Isis estaba, cómo no, en una isla. Hoy en día, debido al traslado que se tuvo que hacer del templo por la construcción de la presa de Assuan, se ha cambiado la ubicación del mismo a otra isla de mayor elevación, la de Agilka. El lugar original en el que estaba construido File, ahora sumergido, era conocido por el bello topónimo de «la isla de los tiempos». Ya hemos comentado en este libro que para los antiguos egipcios un día en el pasado los dioses caminaron sobre la tierra, y en los lugares donde dejaron sus huellas, se erigieron los templos en su memoria, topónimos como el anteriormente referido nos corroboran esta creencia. Pero volvamos al agua y a su importante simbolismo en File. Al estar el templo enclavado en lo alto de una isla, se obligaba al peregrino a pasar sobre las aguas del Nilo, y aunque las abluciones son una constante en infinidad de religiones en este caso queda claro que la importancia de este elemento era mayor. El templo de File, estaba por otro lado situado en pleno corazón de la tierra Nubia, donde los hombres tenían la piel de color negro. A todos estos simbolismos hay que añadir que la diosa Isis aparece en infinidad de grabados amamantando a su hijo Horus, que más que un bebé parece un adolescente en sus brazos. Muchos de ustedes pensarán ¿hasta dónde quiero llegar aportando todos estos datos? Muy sencillo. Comentaba al principio de este epígrafe que los cultos a Isis se extendieron por todo el Mediterráneo bajo la protección del Imperio Romano. Bien, pues hoy todavía, en pleno siglo XXI, podemos ver peregrinaciones en nuestro país, España, cuyo simbolismo y fiesta están directamente relacionados con los ritos que hace miles de años se daban en File. El ejemplo más claro es la Romería del Rocío, en la que hay que atravesar un río para llegar hasta la ermita de la Virgen. La Blanca Paloma sostiene en sus manos un niño, que más bien parece un adolescente, y la talla original de la Virgen, clavada debajo de la que todos los años pasean un millón de peregrinos, no tiene una piel clara y radiante, sino que según varios testimonios, es una virgen negra. Exactamente igual a otras que hay por todo el Mediterráneo.
No soy ni mucho menos el primero en afirmar este paralelismo simbólico, ni el primero en escudriñar en antiguas religiones para ver de dónde proceden nuestros ritos actuales. El escritor francés Jaques Huynen, en su libro El enigma de las vírgenes negras, ya nos acercó hace varias décadas hasta este misterio. Mi intención es, sencillamente, que puedan contemplar los templos con unos ojos diferentes, viendo no sólo su esplendor arquitectónico, sino su verdadero significado, de manera que su visita no sea un mero paseo a través de un montón de piedras envejecidas. Nadie sabe a ciencia cierta en qué consistían exactamente, ni cómo se realizaban en File los cultos a Isis. Pero sí queda claro que su simbolismo y su espíritu han llegado hasta nuestro mundo moderno. Si hoy miles de peregrinos se mojan en un camino para llegar hasta la aldea de Almonte y allí pedir perdón a la Virgen, la gran madre que siempre nos acoge en su regazo, repiten sin saberlo la misma expresión de un sentimiento que ya surgió hace mucho tiempo en un remoto lugar al sur de Egipto. Así recuerden cuando lleguen hasta el templo de File, y tengan tiempo de dar un paseo a solas por sus bellas salas, que donde ahora están sus pies, antes muchos postraron sus rodillas. Que las piedras en Egipto pueden parecer inertes pero que sin embargo continúan estando muy vivas. Pues la intención con la que se tallaron las piedras sigue estando vigente. Seamos pues viajeros y no turistas, contemplando lo que nos rodea con los ojos del conocimiento. Es muy posible que de esta forma nuestra visita no se limite a las fotos típicas de cada viaje, la magia de aquel tiempo pasado sigue viva. En nuestras manos está llegar a sentirla.
Caminando entre cocodrilos
SIGUIENDO NUESTRO PERIPLO DESDE EL SUR hacia el norte, y tras haber pasado por Abu Simbel y File, la siguiente parada que realizamos es la del templo de Kom Ombo. A nivel arquitectónico mucho menos espectacular que los dos anteriores, desde el punto de vista simbólico y mágico no se queda a la zaga. La ubicación del mismo, en una pequeña altiplanicie, nos da la opción de contemplar un precioso atardecer sobre el Nilo. Cita a la que no debemos faltar.
El templo de Kom Ombo, situado sobre un promontorio desde el que se contempla el Nilo y una zona importante de cultivos.
Lo primero que nos sorprende al llegar a la entrada es que descubrimos que estamos ante un templo dual. La puerta de la derecha está consagrada a la figura del dios con cabeza de cocodrilo Sobek, y la de la izquierda a Haroeris, una de las formas en la que se nos puede presentar el guerrero Horus. Esta disposición única en todo Egipto ha provocado que sobre el simbolismo y la función de este templo hayan corrido ríos de tinta. Parece claro que la principal intención de los constructores del templo es que este fuera un lugar de sanación, extremo que queda refrendado por la cantidad de jeroglíficos relacionados con la medicina que podemos ver en sus diferentes salas. En estos dibujos podemos apreciar con todo lujo de detalles el sorprendente nivel tecnológico que alcanzó la medicina egipcia. Desde bisturís hasta toda clase de objetos que se utilizaban en infinidad de intervenciones quirúrgicas aparecen dibujados en el templo. La función de muchos de estos aparatos está clara, mientras que la utilización que tuvieron otros se ha perdido tras el paso de los siglos. Pero en el antiguo Egipto la magia y la ciencia eran una misma cosa. De nada servía la cura material si no iba acompañada de una sanación espiritual, de ahí que la función principal de este templo fuese esta última.
Por la puerta de la derecha, la que nos lleva directamente a una capilla consagrada al dios Sobek, se entraba para dejar atrás los males del alma. El cocodrilo llegó a ser consagrado en Egipto por su capacidad de esconder los cadáveres de sus víctimas para más tarde devorarlas. Su relación con el más allá estaba avalada por su comportamiento. Pero no nos engañemos, Sobek, era un demonio y estaba hermanado con el terrible Set. ¿Qué hace pues esta figura adorada en un templo? Seguramente porque a Sobek se le atribuyó el poder de devorar los males que anidan en nuestro espíritu. Igual que otros demonios se comían nuestra alma en el juicio final si nuestro corazón pesaba más que la pluma de Maat.
La puerta de la izquierda, sin embargo, nos lleva hasta otro altar con un significado muy distinto. Si a la derecha está la oscuridad de Sobek, a la izquierda está la luz de Horus. Tras haber dejado que el cocodrilo devore los males, la fuerza del halcón se encargaba de reponer a los enfermos. Según algunos estudiosos de esoterismo, la piedra que hay en la sala del Sancta Santorum de este templo está cargada de una elevadísima energía. Sus estudios por supuesto carecen de base científica alguna, pero como tocarla un rato es gratis y no perdemos nada en el intento, les recomiendo que lo hagan, ya que la razón absoluta sobre todas las cosas no la tiene nadie más que Dios, si es que existe.
Como curiosidad les recomiendo que visiten el pozo que hay en la parte izquierda del templo, que estaba conectado con el Nilo. En él, los cocodrilos eran alimentados por los sacerdotes, ya que era fundamental la presencia de estos animales en el recinto. También para aquellos que sean supersticiosos, en un pasillo situado a la derecha podrán ver unas figuras de esclavos cuyo rostro está desgastado. Ello se debe a la creencia de que tocando las caras de estos dibujos el enfermo depositaba aquí sus males.
La ciudad de la luz
SI ALGÚN DÍA LOS DIOSES REGRESARAN A LA TIERRA, seguro que el primer sitio que visitarían sería este. Ipet Sut, «el más perfecto de los lugares», así era denominado el templo de Karnak en la antigüedad. Un complejo arqueológico de ochenta hectáreas que contempló el esplendor de la ciudad de Tebas durante mil trescientos años. Está claro que el punto culminante de cualquier peregrinación que se hiciera por el Nilo hace milenios era Karnak. Una ciudad santuario consagrada a infinidad de dioses y en especial al más importante de ellos: Amon Ra, la deidad de la luz, el mismísimo sol alado que reinaba por encima de todas las fuerzas de la naturaleza.
Karnak fue desde siempre un punto de referencia para los habitantes del país del Nilo. De esta forma es que los faraones rivalizaban por tener un lugar de honor en la ciudad santuario, y el resultado de esta disputa es que de una forma una forma más bien caótica se iban construyendo un templo tras otro hasta crear el impresionante complejo que podemos ver hoy. Los monarcas egipcios además no tenían problemas morales a la hora de inscribir sus cartuchos reales sobre los de sus antepasados. Hasta tal punto que en muchas ocasiones es bastante complicado afirmar quién fue el constructor de algunas de las edificaciones que hoy podemos ver. Esta rivalidad existió por dos motivos, el primero y más evidente es por supuesto la vanidad. Y el segundo no es otro que la necesidad vital de tener un lugar de honor junto a la casa de Amon Ra, el dios que era capaz de otorgar una larga vida y prosperidad.
Sin que a día de hoy se conozca todavía el motivo, la orientación de la ciudad santuario va de norte a sur en vez de este a oeste como se hizo en el resto de templos egipcios. Relatar todas las curiosidades que hay en Karnak llevaría un libro más que un epígrafe como este, sin embargo, vayan algunas de ellas como ejemplo. La primera que merece la pena destacar es que según entramos a nuestra izquierda, podremos contemplar los restos de una rampa de ladrillos de adobe. Esto no es más que lo que queda del sistema de construcción de los gigantescos muros del templo. Un resto arqueológico único que ha sido clave a la hora de comprender como pudieron erigirse en la antigüedad paredes de tan enorme altura. Pero si hablamos de dimensiones lo que más impresiona de Karnak es sin duda su sala hipóstila. Cuando los eruditos que acompañaron a Napoleón pudieron verla, comentaron ante la impresión, «que Nôtre-Dame cabía bajo aquellas columnas». Hoy, dos siglos más tarde, les puedo asegurar que la sensación es exactamente igual de sobrecogedora. Las columnas centrales de esta sala tienen veintiún metros de altura. Construidas para sujetar un techo que por desgracia ya no existe, están repletas de grabados que describen extraños rituales. Es difícil describir con palabras lo que se siente bajo la sombra de tales colosos. Al contemplar su tamaño más los incomprensibles dibujos, el viajero experimenta la sensación de abrir una puerta al pasado. A ese tiempo donde el misterio podía vivirse sin tapujos.
Es quizás la impresión que causa pasear por la ciudad santuario de Karnak, lo que ha provocado que este lugar sea uno de los más promiscuos respecto a experiencias psíquicas de los visitantes. Pura sugestión, o realidad teñida de una fuerza incomprensible, la ciudad santuario tiene algunos lugares que merece la pena sean vistos con otros ojos. El más conocido de ellos es la sala de la diosa Sekhmet en el templo de Ptah. Un servidor, que ha realizado varios viajes en grupo hasta este sitio, ha visto delante de la estatua de la diosa escenas de todo tipo. Y eso si, les aseguro por encima de cualquier superchería, que la experiencia merece la pena, ya que este santuario conserva intacto una fuerza escénica fuera de cualquier discusión. No en vano he conversado con arqueólogos egipcios de lo más ortodoxos, que me han confesado sentir en este lugar algo realmente especial. Tal y como les comentaba hace poco, el acercarse a la diosa, guardar un minuto de silencio y después abrazarla, es algo gratuito. Ser partícipe de una experiencia que hace miles de años ya tuvieron faraones, creo que es una vivencia no rechazable. Lo que sientan o experimenten, queda por supuesto, en el terreno de lo personal.
Karnak, un centro sagrado que fue desarrollándose a lo largo del tiempo.
Desde Abu Simbel, pasando por File, Kom Ombo, Edfu hasta Karnak. Una ruta mágica que ha sobrevivido no sólo a las conquistas, sino también al tiempo. Nunca en mis múltiples viajes he conocido un río, cuya fuerza se haga tangible en maravillosos templos. Si hace siglos el mismísimo Napoleón cambió su vida tras llegar a Egipto, por qué no podemos hacerlo hoy nosotros. Quizás el viaje no sea más que una excusa. Pero si podemos ser un poco mejor por qué no intentarlo. De una forma u otra piensen que soñar es siempre gratis, y que la magia puede ser real a poco que nos esforcemos en verla. El poder de la imaginación, y la capacidad de volver a ser niños, son dos ejercicios que por desgracia se nos olvidan en los tiempos modernos. No hay mejor lugar para recuperarlos que en los templos de Egipto.