CAPÍTULO 12
Tengo que acusarme de ello. Ensimismado con aquellos miles de piedras, apenas si presté atención a la persona del doctor Javier Cabrera. Y he deseado mil veces poder regresar de nuevo a Perú para adentrarme mucho más en la personalidad de este hombre que lucha solo contra todos.
Quizá uno de los momentos en que más cerca me encontré de su realidad personal y familiar fue a lo largo de una cena entrañable, en el jardín de su casa de Ica.
Después de una jornada agotadora, en la que Javier Cabrera Darquea nos había hablado durante más de siete horas de sus últimos hallazgos, tuve la oportunidad —inmejorable, por supuesto— de asistir a un nuevo coloquio. Pero, esta vez, sin la tirantez de la precisión de la investigación. Sin la concentración y la responsabilidad del trabajo. Sólo con la paz de una amistad. Con el respaldo de una luna blanca que hacía brillar el oro de las dunas. Con mis amigos…
No sé bien cuántos nos reunimos aquella noche cálida del verano sudamericano en torno a la figura batalladora de Javier. Recuerdo las notas de una canción entonada con timidez por su esposa Paulina, el tintineo del hielo en su choque con el Pisco y el ir y venir servicial de algunos de los ocho hijos de Cabrera.
Recuerdo una primera pregunta, lanzada al azar y que no fue esquivada, ni mucho menos, por el investigador de la «biblioteca» de piedra:
—Hace unos meses, el mayor Donald Keyhoe, de la Armada norteamericana, lanzaba a los cuatro vientos un informe que —hasta el momento— había sido considerado como «alto secreto militar». Decía así:
»“Según los científicos y oficiales de la Inteligencia de la Fuerza Aérea de los EE. UU., los OVNIS son naves espaciales de algún mundo más avanzado, que están dedicados a una extensa observación de nuestro planeta”.
»Si en las piedras grabadas se plasmó la salida de la Tierra de las elites de aquella Humanidad, ¿cabe la posibilidad de que estos OVNIS que hoy nos observan puedan pertenecer a los descendientes de aquella civilización que partió del globo hace millones de años?
Javier Cabrera, como digo, no esquivó la cuestión. Y se enfrentó, valiente, a tan sugestiva hipótesis:
—Pudieran ser ellos, sí. O pudieran ser otros…
»Lo único que puedo decirte es que la Humanidad se está preparando para uno de los más trascendentales momentos de su Historia: el de su enfrentamiento —cara a cara— con “hombres” de otros astros.
»¿No habéis observado el tremendo giro que está experimentando nuestra civilización en ese sentido?
»¿No habéis notado el gran cambio de las personas cuando se trata el tema del Universo y de la Vida en el espacio? Si hace cinco años nos hubiéramos reunido en este mismo jardín, a dialogar sobre la posibilidad de un contacto o de una comunicación con habitantes de otros mundos, todos nos habrían tachado de locos o psicópatas.
»Hoy, por el contrario, a todos nos preocupa este tema. Intuimos algo. En el fondo de nuestros corazones sentimos la presencia de otras civilizaciones extraterrestres. Civilizaciones que son superiores a la nuestra. Humanidades, a fin de cuentas, que quizá estén más cerca que nosotros de la Verdad. Hombres o seres inteligentes que llegaron a metas ni siquiera soñadas por nosotros.
—¿Qué podría ocurrir si un día —quizá no muy lejano—, el hombre de la Tierra se encontrara frente a otro «hombre» de la galaxia?
—Es posible que ése sea el comienzo de la verdadera unidad de este «filum» humano. Hasta ahora sólo hemos sido tribus, países, imperios, individualismos, egoísmo, doctrinas, guerras, divisiones y muerte.
»Quizá en ese instante histórico nuestra Humanidad comprenda que sólo la unidad profunda, sin credos, sin religiones, sin partidos, sin naciones, sin diferencias, puede conducir a la realización auténtica del hombre que forma esta Humanidad concreta. Y sólo habrá una civilización. Un único fin: la integración en el Cosmos.
¿Has descubierto en la «biblioteca» lítica alguna forma de vida inteligente que no sea el hombre? No, por ahora, no. Los seres de aquella Humanidad «gliptolítica» pertenecían al llamado «género humano». Solo uno de los personajes de las piedras grabadas no era de este planeta. Pero ése también pertenecía a dicho «género humano». Su apariencia física era muy similar a la de los hombres «gliptolíticos», pero procedía de otro lugar del Cosmos.
Aquello me intrigó extraordinariamente. Javier Cabrera, feliz junto a los suyos, parecía dispuesto a revelar algunos de los misterios que —indudablemente— conocía y que, sin embargo, nadie había escuchado aún.
—¿Quién era? —pregunté.
—Tú lo conoces, puesto que lo has identificado en lo que tú llamas «cuarto secreto»…
Eso fue todo lo que pude sonsacarle a Javier. Y no era poco…
La cena proseguía, animada con la presencia de nuevos amigos de Javier Cabrera y con el sabor picante del «cebiche».
—Algunas personas se extrañan al ver en las piedras objetos que pertenecen a nuestra civilización…
—¿Por ejemplo? —preguntó a su vez el investigador.
—Tijeras, lupas, cuchillos…
—Dime una cosa. Si un hombre tuviera que cortar algo ahora y en la Prehistoria, ¿cómo crees que lo haría? ¿Con un cuchillo diferente o con uno igual? Si tú deseas cortar algo debes buscar un objeto cortante, ¿no es así? ¿Y cómo sería ese objeto?
»No debemos olvidar que este “filum” humano que dejó el “mensaje” alcanzó algo que nosotros todavía no hemos imaginado siquiera: se concretó en un cien por cien, a través de su evolución, en su espacio-tiempo. Y en ese cien por cien de su espacio-tiempo realizó todo lo que el hombre de hoy está tratando de conseguir.
»Tú has reconocido, por ejemplo, una cosa nueva en algo viejo. Tú has visto cuchillos, lupas, tijeras etc., pero también has visto cosas desconocidas. “Trasplantes” de cerebro, de claves genéticas, en algo viejo…
»Es la figura contraria.
»¿Por qué? Porque cada Humanidad, cada “filum”, tiene que realizar lo que, en cierto modo, está predeterminado. Tú harás lo mismo que ya hizo otro hombre. Y no es precisamente una casualidad o una “lotería” que tú —ahora— estés «ocupando» el lugar de ese otro hombre…
—¿Qué quieres decir?
—Lo mismo que ya he repetido en anteriores oportunidades. La investigación de la «biblioteca» de piedra me ha demostrado que el hombre es increado. Pertenecemos al «género humano», y ese género ocupa y significa en el Cosmos mucho más de lo que nuestra corta mente puede imaginar.
»Por eso decía hace un momento que el encuentro de este “filum” con otro “hombre” de la galaxia será vital».
A veces era realmente difícil seguir las explicaciones del médico de Ica. Uno se encontraba desarmado, sin el espíritu lo suficientemente despejado como para dejar entrar la luz de aquellas nuevas afirmaciones. Uno presentía que Javier Cabrera había llegado al fondo de múltiples problemas, precisamente a través de aquella apasionante investigación. Pero el profesor peruano se resistía —quizá por prudencia— a vaciar su mente.
—¿Es quizá éste —el «capítulo» de la antropología del hombre «gliptolítico»— el más difícil?
—No es que sea el más difícil —respondió Cabrera—. Quizá lo que sucede es que se trata de uno de los más trascendentales. Pero lo revelaré a su debido tiempo Cuando el mundo entero sepa que existe esta gran «biblioteca».
»No es fácil, lo reconozco, cambiar de la noche a la mañana los esquemas mentales de toda una vida y de toda una educación. Por eso deseo dar tiempo al tiempo.
—¿Crees que habrá algún otro lugar con el mundo donde posean algo semejante a esta formidable «biblioteca»?
—Quizá en el Tíbet. Los famosos «discos» de piedra de Baian Kara Ula podrían ser otro documento legado por alguna Humanidad remota…
Según se dice, en la frontera chino-tibetana, el arqueólogo Chi-Pu-tei descubrió en 1938 un total de 716 «platos» o discos de granito de dos centímetros de espesor. En el centro presentaban un agujero desde el cual parte en espiral una escritura a doble surco hasta el borde del plato. Dichos «platillos» de Baian Kara Ula son muy semejantes a nuestros actuales discos microsurco. Durante años trabajaron los especialistas tratando de descifrar el misterio de los mencionados platos de granito, hasta que en 1962, el profesor Tsum Um Nui, de la Academia de Prehistoria de Pekín, logró descifrar una parte importante de la escritura acanalada. Los análisis revelaron importantes cantidades de cobalto, y los físicos comprobaron que las piezas tenían un elevado ritmo vibratorio, lo que hace suponer que en algún momento estuvieron expuestos a altas tensiones eléctricas. Los descubrimientos de Baian Kara Ula causaron sensación cuando el filólogo soviético, doctor Viacheslav Saizev, publicó textos descifrados de los platos de granito. En ellos se afirmaba que «hace unos doce mil años, un grupo de seres de procedencia desconocida llegó a parar al tercer planeta, pero su vehículo espacial no tenía energía suficiente para abandonar este mundo extraño».
Javier Cabrera apuró su vaso de whisky.
—Después de encontrar esta «biblioteca» en piedra, no tengo la menor duda: al menos, desde el hombre «gliptolítico», la Tierra ha sido poblada también por otras civilizaciones. Todas ellas han cubierto una fase de la historia del planeta y del propio «género humano».
Y es muy posible que, al final de sus días, o quizá mucho antes, algunas de esas Humanidades pretéritas descubrieran igualmente la existencia de otras civilizaciones anteriores a ellas mismas. E incluso supieran de la Vida en el Universo.
»¿Por qué empecinarnos en ser los primeros y los más tecnificados de toda la historia del mundo? La Tierra tiene miles de millones de años de existencia… ¿Cómo podemos pretender semejante disparate? ¿Qué sabemos de nuestro propio pasado? Hace 10 000 años fue “ayer”…».
Aquellas palabras de Cabrera me transportaron hasta las páginas de un libro que acababa de leer. Un libro que dejó una profunda huella en mi espíritu. En él, su autor, el célebre Hoimar von Ditfurth, profesor de Psiquiatría y Neurología de la Universidad de Heidelberg, hablaba también de lo inconmensurable que es en realidad el Cosmos. Y ponía un ejemplo que podría aplicarse perfectamente a este largo pasado de la Tierra.
Decía Von Ditfurth: «No podemos imaginarnos lo que representan 3000 millones de años. Pero acudamos a una de esas “muletas” que permitirá a nuestra imaginación “aproximarse” a la verdadera magnitud del término expresado:
»A razón de un número por segundo, podemos contar hasta 1000 en un cuarto de hora, poco más o menos.
»Para alcanzar el millón, presuponiendo una jornada de ocho horas, se necesitaría todo un mes, contando en las mismas condiciones.
»Y para llegar a los 1000 millones, sería necesaria toda una vida, dedicando ocho horas cada día y contando un número por segundo. Tendríamos que alcanzar, además, una edad aproximada de 80 años para conseguir este empeño».
¿Cómo podemos, por tanto, creer que nuestra Humanidad es la única?
—Dijo usted, profesor, en cierta ocasión —intervino otro de los asistentes a la cena—, que el hallazgo y posterior investigación de esta «biblioteca» de piedra había cambiado su vida. Pero, fundamentalmente, ¿por qué?
—Quizá por el simple hecho de haber comprendido que la mente humana debe estar permanentemente preparada para el cambio, para lo nuevo.
»En el Universo, nada es absoluto. Y hay que sentirse lo suficientemente humilde como para aceptar que podemos estar equivocados. Equivocados, incluso, en lo que hemos considerado como más sagrado».
—¿A qué horas estudia, profesor?
—¡Ay, hijo!, cuando puedo. Mi trabajo en el Hospital no me da demasiado margen. Ésa es una de mis grandes amarguras. Yo desearía volcar todo mi tiempo y todo mi esfuerzo en esta investigación. Pero tengo ocho hijos y debo darles de comer.
—Por cierto, ¿cuánto dinero lleva gastado en estas piedras?
Javier Cabrera sonrió e hizo un gesto de impotencia:
—Ni yo mismo podría decírtelo. Son nueve años comprando piedras a los campesinos. Aquí he dejado parte de mi vida…
—Todos hemos visto que la «biblioteca» está integrada por «series» de piedras. ¿Cómo logró reunir dichas series? ¿Buscaba, pedía piedras concretas a los campesinos de Ocucaje o las ha ido acumulando conforme llegaban?
—No, yo compraba siempre las que me traían. Cualquiera se hubiera dado cuenta desde un principio de que aquello era una «biblioteca». Por tanto, lo importante era reunir un máximo de «libros» o piedras.
»Lo que nunca imaginé fue que allí iba a encontrarme con “capítulos” como el del cometa Kohoutek…».
Alguien se dirigió entonces a la joven esposa de Cabrera y pidió su opinión sobre las piedras.
—Yo fui uno de los más enconados enemigos de estas piedras —comentó ante la sorpresa de todos—. Durante los tres primeros años las consideré una simple colección, una pérdida de tiempo, casi un juego de Javier. Hasta que un día comprendí lo equivocada que estaba.
—Ella y mi madre, precisamente —añadió Javier Cabrera—, fueron las que, en un principio, más se opusieron a que yo prosiguiera mi investigación…
—¿Y el resto del pueblo de Ica?
—Tú lo ves. Nadie es profeta en su tierra. Y yo tampoco. Las críticas me asaltan por todas partes. En los periódicos me tachan de loco. Se burlan de mí y de la «biblioteca». Pero no importa. Esa crítica es mi mejor aliada. Me obliga a hacer un alto en el camino y a serenar la mente. ¿Es que estaré equivocado? —pienso en algunos momentos—. ¿Es que todo será una pérdida de tiempo?
»Pero no. Después de esos instantes de reposo espiritual, mi voluntad se ve fortalecida. Sé que esta investigación es auténtica y que algún día dará los frutos deseados. Además, ¿es que no comprendéis? Estas piedras nos sobrevivirán a todos. Y otros seguirán el estudio».
—Me pregunto qué habría sucedido si, en lugar de en pleno siglo XX, esta «biblioteca» hubiera sido desenterrada hace siglos…
—Fue encontrada y conocida por los remotos indios incas del Perú. Así consta en las crónicas de algunos jesuitas que acompañaron a los conquistadores españoles en 1550. Las denominaban «piedras Manco». ¿Y quién sabe si no fueron conocidas mucho antes?
—Pero, si los incas tuvieron conocimiento de su existencia, ¿cómo es que no las tocaron? ¿Cómo es que no aprendieron de ellas?
—Las consideraban «cosa de los dioses», ya te lo dije. Y, a lo sumo, tocaron algunas pequeñas. Nunca se ha encontrado una piedra grande junto a una momia inca.
»En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, ¿de dónde crees que aprendieron los incas su perfecto sistema teocrático-socialista? Los grandes sacerdotes de aquel imperio que ni siquiera conocía la rueda, tuvieron acceso al lugar donde se hallaba la “biblioteca” y durante años lograron descifrar y entender determinados aspectos de las grabaciones. Ellos también eran inteligentes, aunque no podían comprender, lógicamente, muchas de las ideografías de tipo técnico y científico de los gliptolitos.
»¿Por qué y cómo sabían los indios que los hombres blancos llegarían en barcos a través de los grandes mares? ¿Quién había hablado a los incas de la existencia de los caballos, antes de que los conquistadores hispanos los llevaran a América? ¿Por qué crees que un imperio tan poderoso como el incaico se dejó dominar tan fácilmente por un simple puñado de españoles? Los indios habían visto los barcos y los caballos y hasta al propio hombre blanco en las grabaciones de las piedras. Tú mismo lo has comprobado. Los incas sabían que existían y no se extrañaron cuando los vieron aparecer en sus playas y montañas. ¡Los tomaron por “dioses”!
»Pero no sé si te diste cuenta de un detalle cuando observábamos las piedras donde aparecen caballos.
Traté de recordar algo que me hubiera llamado la atención.
—Sí —repuse—, aquellos caballos no eran normales… Tenían dedos en lugar de cascos.
—¿Y por qué? —planteó nuevamente el investigador.
—Creo que, dentro del proceso evolutivo de este animal, hubo una época remota en la que sus patas terminaban en dedos.
—Exacto. Pero eso fue hace millones de años. ¿Por qué se le representó entonces en las piedras con dedos en lugar de cascos? Los caballos que llegaron con los españoles no tenían dedos…
»¿O es que podríamos atribuirlo —como dicen muchos arqueólogos— a la imaginación y sentido artístico de los campesinos de Ocucaje?».
En realidad, pocos comentarios podían hacerse a aquella observación.
—De esas 11 000 o 15 000 piedras que posees en la Plaza de Armas, ¿cuántas han sido estudiadas totalmente?
Bueno, nunca se puede decir que una investigación haya concluido del todo. Siempre surgen nuevos elementos, nuevos hallazgos. Pero, pienso que quizá quinientas están ya muy bien analizadas…
—¿Sólo quinientas?
—Y no es poco —subrayó Cabrera—. Un hombre solo no puede llevar adelante esta investigación. Necesita del apoyo, de la ayuda, de la colaboración de todo un equipo de especialistas. Es preciso que estas piedras sean estudiadas por matemáticos, físicos, ingenieros, médicos, arqueólogos, antropólogos, juristas, zoólogos, astrónomos, etc., etc.
—¿Y religiosos?
—También.
—Si sólo hay descifradas unas quinientas piedras, ¿cuánto tiempo calculas que llevaría estudiar esas 10 500 restantes?
—Si el trabajo fuera realizado por una comisión, muchos menos años de los que creemos. La senda está ya abierta. Mis nueve años de investigación no han sido infructuosos. Pero es preciso que vengan a Ica. Este descubrimiento es patrimonio del mundo entero.
Una última pregunta iba a poner punto final a aquella charla en el jardín de la casa del médico peruano:
—Supongo que también se encontrará en dichas piedras la motivación que impulsó a aquella Humanidad a dejar el «mensaje».
—Naturalmente. Pero de eso, repito, sólo podremos hablar cuando el mundo entero haya conocido primero la existencia de la «biblioteca». No antes.