5
La tercera noche de la desaparición de Paul Forrester, a Lindsey le sirvieron una excelente comida en la terraza de la suite de arriba. Comió sin apetito porque había recibido un Télex en clave de Radnitz, que decía:
Llego el 15 de Noviembre. Espero resultados exitosos.
Los alarmantes informes de Lindsey a Radnitz habían sido ignorados. El Télex le decía que el asunto quedaba firmemente a su cuidado. Radnitz no sólo lo dejaba a cargo de la situación, sino que esperaba que tuviera éxito.
Lindsey se había abstenido hasta ahora de ir al escondite de la cueva. No tenía deseos de permanecer mucho tiempo en una serie de cavernas. Estas no se conformaban con su alto nivel de vida. Deseaba que Forrester y Nona Jacey se tranquilizaran y también quería que el doctor Kuntz tuviera tiempo de hacer un examen del paciente y de llegar a una conclusión.
Un poco después de las veintidós de la noche, Lindsey dejó el hotel y se dirigió en su coche al desierto. Por los diarios y la radio se enteró de que la búsqueda de Paul Forrester se había intensificado en la ciudad. La búsqueda desde el helicóptero por el desierto había terminado. La Jefatura de Policía y el Ayuntamiento estaban siendo bombardeados por informes de que Forrester había sido visto. Tenían que verificar cada llamada. Hasta ahora todas habían sido falsas alarmas.
Una vez en el camino al desierto, Lindsey tomó la precaución de apagar sus faros y conducir sólo con los faros pequeños.
Llegó a la entrada de las cuevas algunos minutos antes de las diez y media. Silk estaba allí para recibirlo. En las sombras habían dos hombres armados con rifles automáticos.
Mientras descendía del Cadillac, Lindsey preguntó:
— ¿Algún problema?
—No...a Kuntz le duele el estómago... nada más —respondió Silk.
— ¿La muchacha?
—Está bien. La dejé que viera a Chet. Se quedó muerta de miedo. Hará lo que se le diga.
— ¿Y Forrester?
Silk se tocó la cicatriz de la cara y luego se encogió de hombros.
—No lo sé... un zombie. Vea usted mismo.
Los dos hombres caminaron por- el túnel que lleva a la primera cueva.
—Hablaré con Kuntz —Lindsey miró en derredor- La cueva estaba alumbrada por tres grandes lámparas a batería. Había una mesa grande, sillas, una radio contra una de las paredes, y una cocina a gas—. Veo que están instalados.
—Está bastante bien. ¿Permaneceremos aquí mucho tiempo? —Silk ya estaba cansándose de vivir de esta manera, bajo tierra.
— ¿Dónde está Kuntz? —inquirió Lindsey ignorando la pregunta.
—Lo conduciré hasta él.
Caminaron hacia otra cueva donde tres hombres jugaban a las cartas con rifles automáticos a su lado. Miraron, y continuaron jugando.
En la otra cueva, más alejada, Lindsey encontró al doctor Kuntz sentado en un sillón, leyendo un periódico médico. Cuando vió a Lindsey, dejó el periódico y se puso de pie de un salto.
— ¿Cuánto tiempo tengo que quedarme aquí? —preguntó, con los ojos pequeños llameantes—. ¡Esto es imposible! ¡Vivir en una cueva! ¡Me he quejado repetidas veces! ¡Este hombre es un insolente!
—Está bien, doctor —respondió Lindsey con su encantadora sonrisa—. Por favor, tranquilícese. —Le hizo una seña a Silk para que se retirara y luego se sentó en una silla y paseó los ojos por la pequeña cueva—. Yo no diría que está mal —continuó sacando un dulce de una cajita que llevaba. Puso el dulce en la boca—. Diría que esta cueva es mejor, mucho mejor, que una celda en una prisión alemana. Por lo que he oído, hay que evitar las prisiones alemanas. Chupó su dulce haciéndolo girar en la boca, y luego mientras Kuntz se sentaba con lentitud, continuó—. Bien, doctor, ¿y qué hay de su paciente? ¿Qué opinión se ha formado usted?
Kuntz tragó su cólera con obvio esfuerzo. Permaneció silencioso durante algunos momentos, controlándose; luego, viendo que Lindsey lo estaba observando, se sonrió apenas con escarnio y trató de parecer profesional.
—Francamente, no lo sé. He estudiado su historia médica. El doctor Hertz es uno de los principales especialistas en desórdenes mentales del país. Ha dicho...
—No me interesa lo que haya dicho el doctor Hertz. Estoy interesado en saber su opinión. Sé lo que ha dicho Hertz. También he estudiado su informe.
Kuntz se movió incómodo.
—No hay nada realmente constructivo que pueda agregar a ese informe. Durante más de veintiséis meses el paciente no ha respondido a ningún tipo de tratamiento. Es desconcertante, pero es un hecho.
— ¿Y qué hay de su operación especial, doctor? —preguntó Lindsey, inclinándose hacia adelante.
Kuntz negó con la cabeza.
—Temo que no sea posible. La operación no tendría éxito. Hasta podría hacerle mucho daño.
La sonrisa de Lindsey se desvaneció. Esto era algo que no había esperado escuchar. Pensó en Radnitz. Llego el 15 de Noviembre. Espero resultados exitosos. Fracasar estaba fuera de la cuestión. Conocía a Radnitz. Si fracasaba, si Radnitz no ponía sus manos en los cuatro millones de dólares soviéticos, sería el fin de su asociación con él. Sabía que Radnitz sólo tenía que levantar el teléfono y aparecería Silk con su pistola silenciada. Lindsey sintió de pronto trepar un frío por su espina dorsal.
—Tendrá que hacer algo mejor que eso, doctor —dijo con un cierto tono en su voz—. ¿Por qué su brillante operación, que costó tantas vidas judías, no tendría éxito con Forrester?
Kuntz pestañó.
—Primero —respondió sin mirar a Lindsey—, tengo una fuerte sospecha de que Forrester no es un maniático depresivo. Lo he sometido a todos los tests posibles durante los dos últimos días. Todos son negativos. La operación sólo tiene éxito cuando consigo reacciones positivas... y no las tengo. En consecuencia, mi operación puede ser mucho más perjudicial que dejarlo como está.
Lindsey quebró su caramelo con los dientes. Estaba evitando que la boca se le secara.
— ¿Me está diciendo que el hombre está simulando? —preguntó.
—Oh, no. No se le ocurra pensar eso. Se lo diré así. Imagine que su mente es un reloj muy delicado. La cuerda y el volante del reloj son las partes que hacen que éste marche bien. En algunas personas el volante no está enteramente ajustado. El reloj atrasa o adelanta. Ahora, en el caso de Forrester no sólo el volante está mal ajustado, sino que por exceso de trabajo y por haber constatado la infidelidad de su esposa, la cuerda también se ha alterado. Ahora sólo necesita un pequeño ajuste para hacer que la cuerda y el volante trabajen bien otra vez. Si usted tuviera un reloj en esas condiciones y lo corrige con acierto, es posible que el reloj anduviera normalmente otra vez. Pero, por supuesto, no puede corregirse a Forrester, pero es posible hacerle un tratamiento mental. Este tratamiento debe proceder de afuera y no de un médico. Es posible que dentro de una semana... o un mes... un año o algunos años ocurra algo que le dé la cura mental y lo normalice. Pero la ciencia no puede hacerlo. Es demasiado delicado, demasiado peligroso. El tratamiento podría ser demasiado fuerte. Si eso sucediera entonces traspasaría la valla y nadie podría hacer nada por él.
Lindsey inspiró profundamente.
— ¿Una semana... un mes... años?
—Sí, pero también podría suceder mañana. Depende. Podría demorar años. Ha estado en esta situación desde, hace veintiséis meses. Hasta ahora nada ha tenido efecto sobre él.
— ¿Por qué piensa que ha sucedido eso?
Kuntz encogió sus gruesos hombros.
—Yo diría que ello obedece a que ha estado aislado. Lo han sacado de su medio ambiente. No ha tenido contacto con gente que ha conocido. No tiene la menor oportunidad de recibir la cura mental de que le hablé.
Lindsey de pronto comprendió cuán listo era Radnitz. Lo humillaba constatar que Radnitz estaba un paso más adelante del más brillante especialista mental y millas más adelante de su propia mentalidad. Recordó cuando Radnitz dijo: "Tenía una ayudante de laboratorio, una mujer cuyo nombre es Nona Jacey. Ella es importante.
Ahora, Lindsey advertía por qué Nona Jacey era tan importante y por qué Radnitz había hecho los arreglos para que la secuestraran.
En primer lugar, ha sido aislado. No ha tenido contacto con gente que ha conocido. Terminaba de decir Kuntz.
Radnitz se había anticipado a este pensamiento. Era la razón por la cual la muchacha estaba acá.
Lindsey pensó durante un momento largo, luego dijo:
—Tenemos aquí a la asistente de laboratorio de Forrester quién trabajó con él antes de caer enfermo. ¿Podría ser ella un posible contacto para devolverle el equilibrio?
Los ojos de Kuntz se apretaron un poco. Se tiró de la nariz ganchuda y luego se encogió de hombros.
—No lo sé. Es posible.
Lindsey decidió que Kuntz no apreciaba la seriedad de la situación. Era hora de asustarlo un poco.
—Si fallamos en esta operación —dijo con tranquilidad— no podría garantizar su seguridad. Quiero que comprenda eso. Dudo que pueda abandonar esta cueva —se obligó a sonreír—. El asunto es demasiado importante pura fallar. Debo pedirle su mayor cooperación. —Se detuvo y luego continuó—. Tenemos a la muchacha. Ahora le toca a usted decidir como debo utilizarla para lograr el máximo efecto. Si fallamos... bien, no toquemos el punto. No debemos fallar.
—No comprendo —respondió Kuntz con la cara palidecida—. ¿Qué no pueda abandonar esta cueva...? Usted...
—Escuche, doctor. Dije que no tocaríamos el punto. O usted vuelve a la normalidad a este hombre o nuestro amigo, el del ojo de vidrio, lo suprime a usted. —Lindsey se puso de pie—. Usted ha estado en contacto constante con gente que ha tenido que morir. Tenga cuidado que no lo toque el turno.
Kuntz lo miraba consternado.
—Haré... haré lo mejor que pueda —dijo con un temblor en la voz.
—Por supuesto —respondió Lindsey. Tomó otro caramelo de la caja—. Será mejor que vea a la muchacha y hable con ella. Entiendo que está lista para cooperar.
Observó a Kuntz levantarse de la silla y caminar vacilante de la caverna al pasaje y perderse de vista.
Nona Jacey estaba aterrorizada.
El día anterior un hombre con cara aniñada, rubio, había entrado silenciosamente a la pequeña caverna donde ella estaba sentada sobre un catre de campaña y le había sonreído. Tenía algo que le provocó un escalofrío de miedo. Se sentó en la cama al lado de ella. Hablaba con voz suave, arrastrando las palabras y le refirió todo lo que le sucedería si no cooperaba. Lo que le dijo la dejó descompuesta y horrorizada. Se tapó los oídos con las manos. Eso fue un error. Él la tomó de las muñecas arrojándola de bruces contra el catre. Se inclinó sobre ella y continuó sobre ella y continuó hablándole. El calor de su cuerpo y el asco que le producían sus palabras la enfermaban.
Cuando él la dejó llorando y temblando sobre la cama, llegó Sheila. No la tocó, pero se sentó a su lado, observándola.
—Ya pasó, querida —repetía—. No te hará daño. Sólo tienes que hacer lo que te digan. Te juro que no te hará nada malo.
Luego la noche siguiente, esta noche, un hombre gordo con ojos como cuentas había entrado. Le habló, haciendo preguntas sobre su asociación con Forrester. Pudo advertir que el hombre estaba tan asustado como ella. Respondió a todas sus preguntas con sinceridad. Tenía escalofríos y las manos le temblaban. El hombre gordo, de ojos de cuentas, le miraba con tanta fijeza las manos que, para ocultarlas, Nona se sentó sobre ellas.
El hombre se marchó,
Sheila había permanecido en las sombras, sentada en una silla y cuando el hombre gordo de ojos de cuentas se fue, se acercó a Nona y la rodeó con el brazo.
—Ya se acabó, querida… —comenzó a decir, pero Nona se desprendió de Sheila gritando con voz histérica—. ¡Váyase... aléjese de mí!
—Seguro, seguro... querida. Sé como te sientes —continuó Sheila y mirándola, Nona vio con horror que la muchacha estaba contorsionándose, que la nariz se le contraía y que la cara estaba blanca como la cera y cubierta de sudor. Sheila vio su expresión de horror e hizo una mueca.
—No te preocupes por mí, querida, yo... yo sólo necesito una dosis. Ese miserable no me la da. Me deja sin ella hasta que estallo. La conseguiré. Me la dará —y dejó la cueva corriendo y tambaleándose.
Completamente desmoralizada, aterrorizada y sacudida, Nona se hizo un ovillo en la cama con la cara entre las manos. Luego oyó una voz tranquila y culta que le decía:
—Me parece que está pasando un mal momento, Miss Jacey.
Se incorporó y lo miró. El hombre alto, canoso, inmaculadamente vestido, la estaba mirando con sus ojos azules comprensivos. Nona lo contempló e inspiró sollozando.
Lindsey buscó una silla, la acercó a ella y tomó asiento.
—Lamento todo esto, Miss Jacey. Le aseguro que no tiene por qué estar asustada. ¿Puedo explicarle?
Su sonrisa tranquila y simpática tuvo un efecto inmediato y suavizante. Se enjugo los ojos con el pañuelo y se enderezó. Lo miraba inquisitivamente.
— ¿Quién... quién es usted? —preguntó con una voz insegura.
—Debe considerarme un amigo —respondió Lindsey cruzando sus largas piernas. Sacó de su bolsillo una caja de dulces—. ¿Le gustan los caramelos? Yo soy un adicto a ellos. Tome uno.
Apartó con un estremecimiento la caja de brillante color, donde estaban los dulces, sacudiendo la cabeza.
—No tiene porque estar tan asustada —continuó Lindsey, eligiendo un caramelo de color naranja. Lo examinó con cuidado antes de llevárselo a la boca—. Lamento todo esto. Comprenderá por qué está acá cuando se lo haya explicado—. Movió el caramelo en la boca—. Hace un tiempo usted trabajaba para el doctor Paul Forrester. Como usted sabe, el doctor Forrester está sufriendo una extraña enfermedad mental. Es esencial que vuelva a su estado normal. Ha inventado un metal. Usted sabe todo eso. La fórmula para hacer este metal está cifrada, y la clave es indescifrable. También sabe eso. El doctor Forrester es la única persona que puede descifrar la clave. Sucede que usted está en condiciones de volverlo a la normalidad para que pueda descifrar esta clave. —Se detuvo y le sonrió—. ¿Me atiende?
Nona estaba escuchando y asintió.
—Bien. La urgencia para descifrar el código es la causa de que le sucedan todas estas cosas desagradables —continuó Lindsey—. Usted está acá para ayudar al doctor Forrester a recuperar su normalidad. Un especialista mental me ha dicho que Forrester necesita estar en contacto con el pasado. De encontrar alguien, inesperadamente, a quién haya conocido bien. Este contacto podría reajustarlo. De manera que lo que tendrá usted que hacer no es muy difícil. Pero primero necesito saber si usted quiere ayudarlo a recuperarse.
La mente de Nona estaba ahora alerta. Comprendió que éste hombre no podía estar trabajando para el gobierno Norteamericano. Por los largos interrogatorios que había tenido que soportar del C.I.A. y del F.B.I., hacía mucho tiempo que sabía la vital importancia de la invención de Forrester. Ahora comprendió que este hombre con sus suaves maneras y su encantadora sonrisa, debía estar trabajando para una potencia extranjera... probablemente Rusia.
—No creo que pueda ayudarle —respondió obligando a su voz a serenarse—. La invención del doctor Forrester pertenece a Norteamérica.
Lindsey sonrió.
—Mi querida señorita, nadie le está hablando a usted de la invención del doctor Forrester. Le estoy solicitando que nos ayude a reajustarlo.
—No puedo ayudar.
Lindsey levantó su pie derecho y miró la puntera lustrosa de su zapato. Sorbió su caramelo y luego la miró con gentileza.
—En su posición actual, Miss Jacey, no tiene más alternativa que cooperar—. No había amenaza en su sonrisa. Sus ojos azules hasta estaban un poco tristes—. Esta emergencia es demasiado importante para que ni siquiera piense en no cooperar. Lo que se le pedirá que haga es muy simple. Verá al doctor Forrester y le hablará como solía hacerlo. Habrá un micrófono y estaré escuchando su conversación. Se lo menciono por si acaso imagina que puede decir lo que quiere y no lo que se le ordena que diga. Se espera que un contacto con usted pueda equilibrar al doctor Forrester. No es más que una teoría, pero podría dar resultado. —Se puso de pie—. La dejaré para que lo piense. Si encuentra que no puede cooperar... —Calló y quebró el caramelo entre sus dientes, entonces levantó los hombros—. Ya conoce a Keegan. En mi opinión, es un animal desagradable y repulsivo. Estoy seguro que comparte mi opinión. Si decide que no puede cooperar, no hay objeto de que permanezca en estas tristes cavernas. Si la dejo, no tendrá protección alguna. Piense seriamente en todo esto, Miss Jacey —y volviendo a sonreír, Lindsey se marchó de la caverna.
La dejaron sola durante más de una hora. Este fue un error psicológico de parte de Lindsey. Imaginó que dejándola con la amenaza de Keegan sobre su cabeza, la quebrantaría por completo, pero la había juzgado mal. Ese lapso le dio tiempo para pensar, comprender su posición y fortalecer su moral.
Cuando Sheila Latimer eventualmente entró a la caverna, con los ojos brillantes, y una expresión distendida, Nona había decidido lo que tenía que hacer. Había decidido que si podía ayudar a que Forrester se reajustara, debía hacerlo. Entonces dependería de él dar o no la fórmula. En alguna forma tendría que prevenirlo de lo que estaba sucediendo y que lo más probable era que estuviera en manos de agentes rusos.
Sheila, trayendo un delantal blanco, dijo:
—Vaya, querida... me di la dosis. Ah... estaba desesperada! ¿Estás preparada para tu actuación?
—Sí, estoy lista —respondió Nona y se puso de pie.
—Oh, querida. Me alegra. Dicen que debes ponerte esto —y le tendió el delantal—. Lo encontré entre tus cosas. Póntelo, querida —y mientras Nona se lo ponía, Sheila se quedó atrás admirándola—. No sabes lo bien que te ves con eso puesto. Como una enfermera... Florence Nightingale. ¡Oh, querida... estás divina!
El doctor Kuntz entró en la caverna. Al verlo, Sheila dejó de parlotear.
—Te dejo, querida. No tienes de que preocuparte. Haz lo que te diga el médico. En verdad, querida, no tienes de qué preocuparte —y agitando la mano pasó al lado de Kuntz y dejó la cueva.
El médico gordinflón se sentó en la orilla de la cama e invitó a Nona a sentarse.
—Está por tomar parte en un experimento muy delicado —dijo mientras ella tomaba asiento—. Ha de encontrarse con mi paciente después de un periodo de veintiocho meses. —El doctor Kuntz guardó silencio, mirando a Nona que estaba inmóvil, con el rostro pálido e inexpresivo—. Debe comportarse con absoluta naturalidad cuando hable con él. Si por casualidad, al verla vuelve a su equilibrio, es posible que no recuerde haber estado en un sanatorio... es posible que crea que hoy es veintiocho meses atrás. ¿Comprende?
Nona asintió.
—Mucho depende de como maneje usted la situación. Es una gran responsabilidad. Una vez que se encare con él, tendrá usted que hablar y actuar de acuerdo a las reacciones de él. No debe contradecir nada de lo que le diga. Esto es importante. Desde que ha estado en el sanatorio ha actuado como un zombie. Si al verla, su mente vuelve a la vida, debe tener mucho cuidado con lo que usted haga. Esa es su responsabilidad. Estaremos escuchando su conversación, pero no la podemos ayudar. Esto es lo que va a decirle.
El médico, con ojos de cuentas, siguió hablando y hablando, con sus manos regordetas moviéndose expresivamente mientras lo hacía, en tanto que Nona con la barbilla en sus manos, escuchaba.
La primera y muy pequeña resquebrajadura en el muro de seguridad que Jonathan Lindsey había construido para mantener la operación de Forrester en secreto, se produjo cuando el Jefe de Policía Terrell estacionó su automóvil frente a su bungalow, diez minutos pasada la media noche.
Se sentía descorazonado. Hasta ahora no había pista alguna y Forrester se había desvanecido por completo. Tropas, policía y agentes federales, todavía a estas horas, estaban buscando todos los posibles escondites de la ciudad.
Terrell había estado en su oficina durante treinta y ocho horas seguidas. Beigler lo relevó, y ahora sólo pensaba, al salir del coche, en su cómoda cama y en dormir.
Oyó un llamado de bocina... uno solo, y deteniéndose en la verja, miró por encima del hombro. Un Buick negro Wildcat estaba estacionado del otro lado de la calle. Un hombre sentado en el asiento del conductor, con un cigarrillo encendido entre los labios, agitó la mano mientras Terrell lo miraba.
Terrell nunca llevaba pistola. Era el Jefe de Policía y creía en su autoridad. No tuvo el menor temor y caminando despacio, sin vacilar, cruzó hasta el coche. Reconoció al hombre que estaba detrás de la dirección. Era Shane O'Brien, Terrel sabía que administraba el Go-Go Club, en el muelle del este.
Terrell se detuvo cerca del coche.
— ¿Me llamaba?
—Buenas noches, Jefe —O'Brien no miró a Terrell, sino que observaba a través del parabrisas la calle mal iluminada, con los ojos atentos—. ¿Podríamos dar una vueltita? Esta calle no es muy segura para mí.
Terrell advirtió en seguida que O'Brien tenía alguna información que darle. Estaba sorprendido. Hasta ahora, O'Brien había administrado su Club bien, sin meterse con la policía y sin problemas. Nunca hubiera creído que pudiera ser un informante.
Terrell se sentó al lado de O'Brien, quien puso el coche en movimiento.
Condujo por las calles de atrás, luego aminoró la marcha y se detuvo frente a un baldío.
—He leído lo de Drena French —dijo encendiendo un cigarrillo—. No estaba ebria. No se cayó al agua. La mataron. No sé por qué, pero creo que sé quién lo hizo. No puedo probarlo y no quiero probarlo. Estoy arriesgando mi cabeza y mi Club al hablar así, pero me agradaba la muchacha.
Terrell chupó su pipa apagada. Ni dijo palabra, esperó.
—Un individuo vino al Club la noche antes que la mataran —continuó O'Brien—. Dijo que quería hablar con Drena. Lo conozco. Es peligroso. Previne a Drena, pero hablaron entre ellos, y luego ella me pidió permiso para salir. Este individuo tenía un negocio que proponerle. Ya le había anticipado trescientos dólares para interesarla. Le dije que tuviera cuidado. Se fue con él. La noche siguiente le estaba diciendo a Tin-Tin que iba a comprar el restaurante The Seagull. Pienso que este hombre debe haberle ofrecido mucho dinero y que luego la traicionó. Creo que fue él que la mato.
—Dígame algo sobre él —dijo Terrell, ya completamente despejado. Estaba sentado muy derecho, observando el perfil inclinado de O'Brien.
—Se llama Chet Keegan. Trabaja con un individuo llamado Lu Silk. Ambos son veneno mortal. No sé nada más acerca de ellos. Siempre tienen mucho dinero... siempre están bien vestidos. No se meten con las pandillas que andan por acá. Trabajan solos, pero tienen reputación de ser dinamita. —Lo miró a Terrtll—. Esto es un aviso confidencial, Jefe. Tiene que quedar estrictamente entre nosotros. Se lo digo porque me agradaba la muchacha.
Terrell suspiró.
—Está bien, O'Brien. ¿Algo más?
—No. —O'Brien puso en marcha el coche—. Lo llevaré a su casa.
Anduvieron en silencio hasta llegar al bungalow de Terrell. Entonces O'Brien dijo:
—Ojalá atrape a estos dos miserables.
Terrell descendió del coche.
—Hasta pronto —dijo y caminó hasta su coche. O'Brien se marchó de prisa. Terrell vaciló. Anhelaba estar en cama pero ahora tenía que trabajar. Subió a su coche y levantó el receptor que lo ponía en contacto directo con la oficina de Beigler.
—Oficina del sargento... Policía de la ciudad
—dijo Beigler.
—Escuche, Joe —respondió Terrell—. Averigüe todos los antecedentes de estos dos hombres: Chet Keegan y Lu Silk. Es de máxima prioridad. Ahora voy a dormir. Estaré en la oficina a las ocho en punto. Quiero toda la información sobre mi escritorio, cuando llegue.
— ¿Nada más que nombres? —preguntó Beigler.
—Nada más que nombres —respondió Terrell y colgó.
Cansado y preocupado descendió del coche, cerró con llave las puertas y luego se dirigió por el sendero del jardín a la puerta de calle. Vio con alivio que había una luz en la sala. Carrie estaba esperándolo.
En el Departamento de Policía, Beigler colocó el receptor en su lugar, bebió café y encendió un cigarrillo. Mientras lo hacía, su mente trabajaba a toda velocidad. Había un hombre que con seguridad podría darle una rápida información sobre estos dos en quienes estaba tan interesado el Jefe. Un hombre llamado Carl Hegger que era su informante particular. Un hombre que sabía cuánto había que saber del bajo mundo.
Beigler miró a Lepski que estaba leyendo las historietas cómicas, bostezando y revolviéndose el pelo y mirando de tanto en tanto su reloj. Dentro de diez minutos terminaría su servicio y volvería al lado de su esposa. Desde que se había casado con Carroll, hacía sólo dos meses, la vuelta al lecho conyugal era algo que anhelaba con deleite.
—Tom —dijo Beigler, poniéndose de pie—. Te he promovido. Hazte cargo de la oficina. Tengo un asunto afuera —y antes de que Lepski pudiera vociferar su protesta, Beigler se había marchado.
Beigler condujo de prisa al apartamiento de Hegger. Descendió del coche, tomó un destartalado ascensor hasta el tercer piso y tocó el timbre. Mientras esperaba miró su reloj pulsera. Era la una menos veinticinco.
La puerta se abrió y Hegger apareció en el dintel. Un hombre bajo, pesado, algo calvo, con una cara ancha y carnosa y ojos oscuros, hundidos. Vestía pijamas color verde botella y tenía el pelo revuelto. Parecía que acababa de levantarse de la cama.
— ¿Está solo? —preguntó Beigler, abriéndose paso a una sala pequeña y ordenada.
—Yo y el gato —respondió Hegger—. ¡Qué hora para venir! ¿Qué sucede?
— ¿El gato tiene dos o cuatro patas? —volvió a inquirir Beigler conociendo la debilidad de Hegger por las rubias.
Hegger vaciló y luego se encogió de hombros.
—Bien... si se trata de negocios, vayamos a dar una vuelta. —Miró intranquilo hacia el dormitorio—. Recién consigo esta gatita... ha sido un témpano de hielo durante semanas. De prisa. Podría volver a helarse.
—Esperaré en la calle —comentó Beigler abandonando la habitación.
Diez minutos más tarde, él y Hegger daban vueltas en derredor de la manzana. Beigler interrogaba.
—Veneno —respondió Hegger cuando escuchó los nombres—. No se engañe ni por un segundo... son puro veneno. Los protegen mucho. Podría darle una serenata sobre ellos... pero ¿cuánto vale...?
—Le daré veinte dólares —dijo Beigler.
Hegger arrugó el ceño.
—Déjeme ir. Volveré a casa a pie. Hacer ejercicio es bueno.
Beigler se detuvo. Se volvió y dio unos golpecitos en el pecho grueso de Hegger.
—Dije veinte dólares. —Su voz era la de un policía duro—. Si no lo hace, lo meto en la cárcel ahora mismo. Y no bromeo. Esto es importante. Lo entregaré a Olsen. ¿Ha olvidado que se acostó con su hija hace algunos meses? Él no lo sabe, pero se lo puedo decir.
Hegger pestañeó.
—No fue culpa mía —dijo febrilmente—. En realidad fue ella la que me sedujo.
—Eso dígaselo a Olsen... le encantará saberlo.—Beigler sacó dos billetes de diez dólares de su billetera—. Ahora, hable.
Hegger tomó el dinero y lo guardó en su bolsillo.
—Son dos criminales. Asesinan por dinero. Keegan fue un rufián. El verdaderamente peligroso es Silk. Tienen un apartamiento en Belleview Avenue al 196, en el piso superior. Están trabajando para alguien que paga bien. Se murmura que el nombre del individuo es Jonathan Lindsey. No puedo jurarlo, pero es de buena fuente.
— ¿Sabe algo de Jonathan Lindsey? —preguntó Beigler.
Hegger negó con la cabeza.
—Ni una palabra... oí mencionar el nombre.
—Continúe. ¿Qué más?
—Nada más. Cuando me entero de que los individuos son veneno no meto mi nariz en sus asuntos. Me gusta seguir sano y fuerte. Eso es todo, sargento, nada más.
Beigler conocía por experiencia a Hegger, sabía que no podría arrancarle nada más, pero por lo menos tenía un nombre, algo para poder proseguir la investigación.
—No ha sido mucho por lo que he pagado —dijo conduciendo a Hegger de vuelta a su apartamiento.
—Espere y vea —respondió Hegger con una sonrisa socarrona—. Jamás lo he engañado, ¿verdad?
Mientras descendía del coche, Beigler dijo:
—Cuidado que la gatita no lo arañe.
—Me gusta que me arañen —respondió Hegger y cruzó la acera hacia la puerta de calle tan rápido como lo permitían sus cortas piernas.
Nona Jacey estaba en la entrada de la caverna en forma de L, iluminada por cuatro poderosas lámparas eléctricas que pendían del techo. El doctor Kuntz y Lindsey estaban al lado de ella.
—Adelante, Miss Jacey —dijo Lindsey— no se ponga nerviosa. Estamos aquí. Haga lo que se la ha ordenado y no se olvide que estamos escuchando lo que digan.
Nona se resolvió y luego, urgida por un ligero empujón dado por la mano caliente y gruesa del doctor Kuntz, entró en la caverna.
El tamaño de la cueva la sorprendió. Era la última de la serie y le pareció inmensa. En el extremo más alejado, al doblar en el ángulo, pudo ver una cama, una mesa, cuatro sillas y una reposera. Mientras caminaba lentamente hacia adelante, su sombra se hizo larga y fina, avanzando delante de ella.
Paul Forrester estaba sentado en la reposera. Tenía miedo de este hombre que estaba sentado tan inmóvil. Había oído todos los comentarios de trastienda con respecto a él. Habían rumores de que había sorprendido a Jack Leadbeater, su Ayudante Jefe, acostado con su perversa mujer, y que lo había matado salvajemente con una cuchilla. Los rumores también decían que se habían necesitado cinco hombres para dominarlo cuando lo encontraron golpeando la puerta del cuarto de baño donde su esposa se había refugiado profiriendo gritos.
El doctor Kuntz le explicó la condición de Forrester. Sabía que se estaba acercando a un hombre que de pronto podría ser violento. Aun cuando no ignoraba que el doctor Kuntz y Lindsey estaban ocultos, se preguntaba temerosa si podrían llegar hasta ella a tiempo en caso de que Forrester la atacara.
Forrester estaba sentado bajo un foco de luz. Sus largas piernas cruzadas, las manos reposaban en sus rodillas. El cabello negro tenía ahora algunas hebras blancas en las sienes, y su rostro estaba más delgado. Por lo demás tenía el mismo aspecto que hace veintiocho meses, cuando partió para Washington. Era un hombre distinguido casi de cuarenta años, con facciones romas, espesas cejas negras y el mentón con una hendidura. Un hombre a quién siempre había admirado por su paciencia, su gentileza, y su tremendo entusiasmo por el trabajo.
Se detuvo a tres metros de él y lo miró detenidamente, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
Él la miró. La expresión de su rostro impasible; sus ojos impávidos.
—Doctor Forrester... soy Nona.
Volvió a escudriñarla. Luego, de pronto sus ojos cobraron vida:
—Nona... ¿en verdad es usted?
—Sí.
Sonrió, luego se puso de pie:
— ¿Qué hace usted aquí? ¡Me alegra verla... por fin una cara amiga! Me parece que he estado viviendo en una pesadilla. —Miró en derredor—. Esta cueva... ¿cómo llegué hasta acá? ¿Sabe dónde estamos?
Nona comprendió por lo que le había dicho el doctor Kuntz que, al verla Forrester había recuperado su equilibrio. Casi no podía creerlo, pero la repentina animación de Forrester aminoró su sensación de temor.
Ha estado seriamente enfermo, doctor Forrester —dijo vacilando. Estaba diciendo lo que Kuntz le había ordenado—. Mr. Warren nos ha trasladado aquí. Es por razones de seguridad.
—Es una caverna, ¿no es cierto? ¡Qué extraordinario!—dijo Forrester—. Pero siéntese. Cuénteme todo, Nona ¿Warren nos ha trasladado acá?
Nona se sentó en la orilla de una de las sillas. Forrester volvió a sentarse donde había estado, mirándola con curiosidad.
—Sí —respondió Nona—. ¿No recuerda? Usted se enfermó. Usted... usted... tuvo un desmayo. Mr. Warren quiere que usted continúe trabajando en la fórmula. Por eso es que estamos acá.
Forrester frunció el ceño. Se frotó la frente.
—Fórmula... ¿qué fórmula? —preguntó al fin.
—La fórmula ZCX —respondió Nona, observándolo.
— ¡Oh, esa! —La miró, levantando las cejas—. ¿Le refirió a Warren algo de eso? —Había un ligero reproche en su voz.
—Tuve que hacerlo... usted estuvo muy enfermo. Quizás no comprenda. Ha estado enfermo durante algún tiempo. Continuamente me hacían preguntas. Tuve que decírselo.
Sabía que esto no era lo que el doctor Kuntz le había ordenado decir, pero le dio cierta libertad. Ambos, él y Lindsey, le dijeron que jugara las cartas según cayeran en sus manos.
—De manera que Warren sabe lo de la fórmula —el rostro de Forrester de pronto se hizo remoto—. ¿La tiene?
—Sí.
—Entonces ¿por qué me molestan a mí? Si la tiene, bien, que algún otro se encargue de ella.
—Pero no pueden descifrar la clave, doctor Forrester —agregó Nona hablando muy despacio.
Forrester sonrió.
—No...supongo que no podrán. Usted sabe, Nona. Ya no me interesa ninguna fórmula... ideas... códigos... me cansan. Estoy contento de permanecer como estoy. ¿Ha visto a Thea, recientemente? ¿Ha preguntado por mí?
Escuchando todo esto, Lindsey miró inquisidoramente al doctor Kuntz que asintió. Inclinándose muy cerca de Lindsey, dijo en un susurro:
—Me parece que lo hemos logrado. Está hablando racionalmente... algo que no ha hecho antes. Tendremos que dar más instrucciones a la muchacha. ¿Puedo entrar?
Lindsey vaciló, luego hizo un gesto afirmativo.
—Está bien. Lo dejo en sus manos.
El doctor Kuntz se adelantó, dio vuelta la esquina de la caverna mientras Nona estaba diciendo:
—No lo sé, doctor Forrester. No la he visto.
— ¿Sabe dónde está? Me gustaría...
Calló cuando vio al doctor Kuntz adelantarse. Su rostro en seguida se convirtió en una máscara inexpresiva. Era como si una cortina hubiera caído detrás de sus ojos.
El doctor Kuntz forzó una sonrisa cordial en su cara gruesa.
—Quizás me recuerde, doctor Forrester. Soy el doctor Kuntz. Lo he estado atendiendo. Me alegra ver que está haciendo espléndidos progresos.
Los ojos impávidos y fríos, no mostraban señales de oír lo que Kuntz decía. Forrester había vuelto al estado de zombie.
Kuntz hizo una señal a Nona para que se marchara. Ella se puso de pie, miró a la figura inmóvil que había perdido toda animación, con el corazón latiendo con fuerza, salió de la caverna con paso vacilante.
Lindsey había estado observando todo esto. Sonrió cuando ella se le acercó.
—Una tentativa muy feliz, Miss Jacey —dijo—. Usted consiguió desbloquearlo. Volvamos a su habitación... si se le puede llamar así... y hablaremos de lo que hay que hacer.
Caminó con ella por el largo y mal iluminado túnel hasta la pequeña cueva. Se sentó y le hizo señas para que ella hiciera otro tanto. Tomó un diario doblado de su bolsillo, lo abrió y se lo tendió.
— ¿Ha visto esto?—dijo con tranquilidad—. Asesinó a su enfermero. Quiero que le diga mañana lo que ha hecho y que le muestre el periódico. Es importante que él comprenda ahora que ha llegado a un punto en que no puede volverse atrás. Tiene que trabajar con nosotros, Miss Jacey, o volver al sanatorio para siempre. Podemos sacarlo del país dentro de poco tiempo. Podría tener un brillante futuro en Moscú. Allí tratan muy bien a los hombres como el doctor Forrester.
Nona casi no escuchaba. Leía con horror la noticia del asesinato de Fred Lewis. Luego, abruptamente, miró a Lindsey con los ojos llameantes.
— ¡No lo creo! Estoy segura que el doctor Forrester...
Lindsey levantó la mano, sacudiendo la cabeza.
—No se trata de lo que usted crea, Miss Jacey, sino de lo que la policía y la opinión pública creen. Ahora, escuche con atención lo que tengo que decirle.
El capitán Terrell entró a su oficina poco después de las ocho de la mañana. Era un hombre que necesitaba dormir muy poco. Había tenido seis horas de descanso sin soñar, un buen desayuno y estaba listo para seguir andando. No así Joe Beigler. Tan pronto oyó entrar a Terrell a la oficina, se puso de pie con cansancio y abandonó la oficina de los detectives.
Lepski, que todavía estaba trabajando en asuntos de rutina, dijo:
—Pregúntale si su cama estaba agradable y confortable, Joe, —su voz estaba cargada de sarcasmo. Beigler lo ignoró. Llamó a la puerta de Terrell, y entró en la pequeña oficina.
— ¿Tuvo una noche brava, Joe? —preguntó mirándolo con simpatía y mostrándole una silla.
—Bastante, Jefe. ¿Quiere café?
—Ahora, no. Tome asiento. ¿Qué anda sucediendo?
Beigler se sentó en la silla. Le refirió a Terrell lo que había sabido por Carl Hegger.
—Eso no me llevó muy lejos, pero un informe dado confidencialmente ya es algo —continuó—. Verifiqué lo que éste Hegger me había informado: Jonathan Lindsey. No lo encontré en la guía telefónica, de manera que llamé a los grandes hoteles. Lo encontré en el Belevedere. Estaba ocupando la suite más cara del hotel ayer a la mañana. La suite está alquilada, por año, a un individuo llamado Hermán Radnitz. Éste está ausente y Lindsey espera que vuelva en cualquier momento.
— ¿Quién es Radnitz? —preguntó Terrell tomando un lápiz y comenzando a hacer anotaciones.
—Sí... esa es la cuestión. Fui al hotel. Tuve suerte al encontrar a Rube Henkel, el detective del hotel. —Beigler calló para encender un cigarrillo, luego meneó la cabeza—. Tenemos que tener cuidado con lo que hacemos, Jefe. El hotel y Henkel consideran a Radnitz y a Lindsey como sagrados. Así como suena, sagrados. No hice presión. Cuando le pregunté a Henkel que pensaba de Lindsey, casi pierde la cabeza. —Beigler sacó su libreta y la abrió—. Cuando le pregunté quién era Radnitz, él... bien, esto es lo que dijo, Jefe —y leyendo en la libreta continuó—. "Hace años que conocemos a Mr. Radnitz y a Mr. Lindsey. Son personas muy importantes. Los consideramos nuestros mejores clientes. ¿Se ha vuelto loco, o qué le pasa? Oiga, sargento, no hacemos comentarios de personas como ellos. Están a un nivel superior. ¿De qué se trata?" —Beigler cerró su libreta—. Se me ocurrió que si no ponía aceite, Henkel iría de prisa a ver a Radnitz y a Lindsey para contarles esto.
Pensé que usted no querría que sucediera eso, de manera que inventé que alguien había atropellado a alguien y huido, y que pensábamos que podría haber sido Lindsey. Le dije que el coche era un Chevrolet 1961. Henkel me respondió que estaba loco y que Lindsey tenía un Cadillac. Me hizo la descripción de Lindsey. Está en mi informe. Me disculpé, aguanté un poco y luego nos despedimos buenos amigos.
— ¿Y Radnitz? —preguntó Terrell.
—Hice levantar a Hamilton de la cama. —Había una sonrisa de satisfacción en el rostro de Beigler—. Pensé que podía hacer algo. Dijo que verificaría con Washington y que vendría tan pronto supiera algo.
—Y estos otros dos. ¿Keegan y Silk?
—Se los he pasado a Williams. También lo saqué de la cama. Sus hombres trabajan mejor que nosotros en estas cosas. Tiene dos hombres vigilando la casa de Silk. Decidimos con Williams no presionar demasiado, pero su apartamiento está bien vigilado.
Terrell asintió con aprobación.
—Ha hecho un buen trabajo, Joe. Ahora váyase. Yo me hago cargo. Es bueno que duerma un poco.
—Me quedaré —respondió Beigler—. Se está poniendo interesante.
—No quiero perder nada.
—No perderá nada. Vaya y llévese a Lepski con usted. No me sirven de nada sin dormir. Vaya, Joe. Si algo sucede, lo llamaré.
Veinte minutos después que Beigler y Lepski dejaron el Departamento, llegaron Hamilton del C.I.A. y Williams del F.B.I. Se sentaron próximos al escritorio de Terrell.
El cuadro está entrando en foco —dijo Hamilton—. Parto para Washington en un par de horas. Ha hecho un buen trabajo, Jefe. Ahora sabemos que Keegan y Silk trabajan para Lindsey. Lindsey para Radnitz. Pero Radnitz es grande. Tengo aquí su dossier, que se lo dejo a usted. Estoy dispuesto a apostar que tiene la fórmula de Forrester. Le diré por qué. Warren estaba en Berlín hace tres semanas. Iba con él su secretario personal. Alan Craig. Radnitz también estaba en Berlín. He ido a Berlín y he investigado todo esto. Warren y Craig volvieron a Washington. Se dice que Craig se suicidó. Una fotografía pornográfica de él y su cómplice, dejada en su apartamiento indicaba la razón del suicidio. La fotografía fue tomada en su apartamiento en París. Envié un hombre a París para verificarlo. Encontraron al cómplice muerto de un balazo. De todo esto, se puede inferir con razón, que Craig, que tenía acceso a la fórmula de Forrester, fue chantajeado, obligándole a entregar una copia de la fórmula a Radnitz, luego fue asesinado. Radnitz siempre se aloja en el Hotel George V. El conserje del hotel recuerda que Craig visitó a Radnitz. Junte las piezas y formaremos el cuadro, pero no hay pruebas. Esta paloma, es nuestra, Jefe. Washington tendrá que decidir cómo voy a jugar esto. Radnitz es demasiado grande para moverlo, pero si atrapamos a Lindsey, o Silk o Keegan, podríamos obligarlos a hablar.
—Tengo dos hombres apostados afuera de la casa de Silk y Keegan. ¿Qué le parece si entramos y los traemos para hacerlos hablar?
Terrell negó con la cabeza.
—No lo conseguiríamos, por lo que he oído hablar de ellos. Son duros. Estaríamos enseñándoles nuestro juego. Sigámoslos. Siga vigilándolos. Podrían conducirnos a Forrester.
Williams vaciló, luego asintió con la cabeza.
—Tendré que poner más hombres. Ni siquiera sabemos si todavía están utilizando el apartamiento.
Cuando se marchó, Hamilton se acomodó en su silla y comenzó a cargar su pipa, bastante usada.
—Volveré mañana —dijo—. Estoy seguro que no podemos tocar a Radnitz. Tiene demasiados amigos en lugares claves. Pero Lindsey... podríamos apoderarnos de él.
Terrell levantó sus pesados hombros.
—Déme una prueba —dijo con calma— y arrestaré al mismo presidente. Los grandes nombres no significan nada para mí. Lo que necesito es una prueba.
Mientras Hamilton se ponía de pie, sonrió maliciosamente.
—Estoy seguro, pero Washington no trabaja así.
Mientras Hamilton se dirigía al aeropuerto para tomar el avión a Washington, Lindsey daba a Nona sus instrucciones finales. La muchacha había pasado una noche intranquila, pero había decidido cooperar lo menos posible con Lindsey. Lindsey le había advertido que había un micrófono operando en la caverna de Forrester. Todo lo que dijera sería escuchado. Pero lo que Lindsey no sabía era que Forrester era un experto en el lenguaje de señas de los sordo-mudos. En el pasado, mientras grababan cintas magnetofónicas de los sonidos de distintos instrumentos que registraban la fricción, le había dado sus instrucciones a Nona en este lenguaje. Ella también se convirtió en una experta de manera que podían conversar sin estropear la grabación.
—Ha pasado una buena noche —decía Lindsey—. Ha sido drogado. Usted sabe lo que hay que decirle. Muéstrele el periódico, luego persuádalo para que hable conmigo. ¿Comprende?
Nona asintió.
—Bien, entonces adelante. Estaré escuchando —Lindsey le sonrió con encanto—. No hay tiempo que perder. Es importante, Miss Jacey, que tenga éxito.
Ella tomó el diario y siguió a Lindsey fuera de la caverna. A la entrada de la cueva en forma de L, él le tocó el brazo.
—Adelante —murmuró—. Ciertamente es más importante para usted que para mí, que logre éxito—. Allí estaba la amenaza aunque suavizada por la sonrisa.
Encontró a Forrester sentado en la reposera, con las piernas cruzadas y las manos sobre los muslos.
Se dirigió directamente a él y puso el diario en sus rodillas.
—Por favor, mire esto —dijo, sabiendo que Lindsey estaba escuchando.
Forrester la miró y sonrió.
—Hola, Nona. Tome asiento. ¿Qué es esto?
—Por favor, mírelo —repitió y se sentó.
Miró el diario, luego se quedó helado cuando vio la gran fotografía de su persona en la primera página. Miró la fotografía más pequeña de Fred Lewis. Leyó los rutilantes titulares:
El doctor Paul Forrester se evade.
El enfermero personal muerto a golpes.
Continuó leyendo, con la expresión remota, sus manos temblando y haciendo crujir el diario. Leyó todo lo referente a la intensa búsqueda de su persona. Miró la fotografía de los helicópteros volando en círculo y los uniformados descendiendo de camiones estacionados para hacer una búsqueda total, casa por casa. Leyó la advertencia:
Al doctor Forrester se le presume violento. Si usted lo ve, no intente acercarse a él.
Telefonée al Departamento de Policía. Paradise City 7777.
Al fin dejó el diario y miró a Nona.
— ¿Ha leído todo esto? —le preguntó.
—Sí.
— ¿Cree usted que es cierto?
—Es lo que piensan ellos —respondió, y entonces sus dedos cobraron vida. Le dijeron en el lenguaje de señas:
—No, no lo creo. Hay un micrófono aquí. Están escuchando.
Los ojos de Forrester se volvieron muy alertas. Se sentó durante unos momentos, mirándola, luego sonrió y asintió.
—Quiero pensar en todo esto —dijo—. Por favor deme tiempo para pensar. Por favor no hable.
Se miraron, luego comenzaron a hablar con rapidez en el lenguaje por señas.
—Responda a mis preguntas —dijo Forrester—. ¿Se trata de la fórmula?
—Sí.
— ¿Los rusos?
—Sí. Dicen que lo tratarán bien en Moscú.
— ¿Ellos tienen la fórmula?
—Deben tenerla.
—No maté a ese hombre. Quiero que me crea.
Ella hizo un gesto afirmativo.
—Le creo. Nunca pensé que lo hiciera.
En voz alta Forrester dijo:
—No comprendo nada de esto. Creí que me había dicho que Warren nos había enviado aquí. Según este diario he huido. Parece que he matado a mi ayudante. No recuerdo nada —sus dedos decían—: debo hablar con quienquiera esté manejando esto. No se preocupe... saldrá bien.
Nona dijo en voz alta:
—Hay alguien que puede explicarle todo esto, doctor Forrester. ¿Quiere hablar con él?
—Supongo que... sí, pero quiero que usted se quede conmigo.
—Muy bien, lo buscaré.
Se puso de pie y caminó por el piso arenoso de la caverna, dio vuelta la esquina y encontró a Lindsey esperando.
—Está dispuesto a hablar con usted —dijo.
—Sí. He escuchado. Lo ha hecho muy bien —sintió un remordimiento de conciencia mientras miraba a la muchacha. Radnitz había dicho que no debían quedar cabos sueltos. Una vez que terminara su tarea, tendría que ser entregada a Silk. Sería demasiado peligrosa para quedar en libertad—. Como quiere que usted esté presente, vayamos juntos.
Para entonces Nona había comprendido el valor de la tranquila y encantadora sonrisa de Lindsey. Le producía escalofríos en la espina dorsal. Entró con él en la caverna donde Forrester estaba sentado, esperando.
Lindsey tomó la silla frente a Forrester. Nona se colocó en la oscuridad y se sentó en otra silla, lejos de ellos.
—Estoy actuando en nombre del Gobierno Ruso —dijo Lindsey a Forrester—. Quieren su fórmula. Usted ha tenido un quebrantamiento mental. Desgraciadamente, durante este quebrantamiento, ha matado a su ayudante principal, y también a su enfermero. Ha huido del sanatorio en el que ha estado durante los últimos veintiocho meses. Huyó golpeando a su enfermero con tal violencia que lo mató. Por pura coincidencia uno de mis operadores lo encontró vagando por las calles. Lo trajo aquí sano y salvo. El Gobierno ruso le dará toda la protección que necesite. Quieren su fórmula. Sólo usted puede descifrarla. En retribución por descifrarla lo sacaremos de aquí y lo instalaremos en Moscú donde lo tratarán muy bien y vivirá cómodamente. Pero primero, doctor Forrester, tiene que descifrar la fórmula. En caso de que no quiera cooperar, entonces lo mandaremos de nuevo al sanatorio y allí permanecerá por el resto de su vida... no es un pensamiento muy grato. ¿Le gustaría tomarse tiempo para pensarlo o está dispuesto a descifrar la fórmula ahora...? la tengo conmigo. —Lindsey sacó de un portafolio delgado que había traído consigo una fotocopia de la fórmula y se la ofreció a Forrester.
Observándolos, Nona se sintió agradecida de ver que la mano de Forrester estaba tranquila cuando tomó la hoja de papel y la miró. La dejó caer en la mesa.
—Sí, necesito tiempo para pensarlo —dijo después de una larga pausa.
—No quiero presionarlo —insistió Lindsey con suavidad— pero el tiempo apremia. ¿Puede usted descifrar la fórmula, doctor Forrester?
Forrester se adelantó y tomó la fotocopia. Comenzó a estudiarla. Nona pensó que deliberadamente hacía tiempo mientras pensaba. Pasaron tres minutos tensos, luego miró a Lindsey que a duras penas ocultaba su impaciencia.
—Es posible —dijo después de un momento y luego continuó—, pero no lo haré.
La sonrisa de Lindsey desapareció.
—Temo que no tiene alternativa, doctor Forrester —dijo sentándose más adelante.
— ¿No tengo alternativa? Indudablemente es una exageración. Dígame por qué no tengo alternativa.
—Si no descifra la fórmula —respondió Lindsey con impaciencia en su voz— volverá al sanatorio... ¿o lo llamaremos asilo? No quiere que eso suceda, ¿verdad?
— ¿Por qué no? He estado allí mucho tiempo. Me han tratado muy bien. —Estudió el rostro inclinado de Lindsey durante un momento largo, luego continuó—. Usted se ha equivocado pensando que deseo mi libertad. No es así. He llegado a un estado mental de completa indiferencia... en que todo esto —hizo un gesto mostrando la fotocopia— no significa nada para mí. Ninguna amenaza de usted ni de nadie podría ejercer influencia sobre mí. Mi vida no tiene valor para mí. No me importa si vivo o muero. Usted debe comprender esto. Hasta preferiría estar muerto.
Lindsey quedó mirándolo. Sintió de pronto un sudor frío en sus manos. Pensó en Radnitz y en su arrogante mensaje: Regreso el 15 de noviembre. Espero resultados exitosos. Pensó en Silk y en su pistola con silenciador. La tranquila mirada de Forrester lo preocupó.
—Podría ser persuadido, doctor Forrester —dijo.
— ¿Lo cree usted? Dígame cómo —respondió con calma Forrester.
Lindsey vaciló. Pensó en consultar al doctor Kuntz, pero luego decidió manejar la situación solo.
—Tengo dos hombres trabajando para mí. No son totalmente humanos. Podría ordenarles que lo obliguen a descifrar la fórmula —se calló mirando a Forrester— tarde o temprano el cuerpo y el espíritu se quebrantan. ¿Por qué habría de soportar un sufrimiento tan estúpido e innecesario?
—Nadie podría quebrantarme —respondió Forrester—. Esa es una amenaza estúpida e innecesaria.
Lindsey sacó la caja de dulces de su bolsillo. Eligió uno de color frambuesa, lo miró, y lo introdujo en la boca.
—Comenzarían al principio con nuestra amiguita —dijo señalando con la cabeza a Nona—. Eso sería malo para su moral. Ya conoce al hombre que se encargaría de ello... es un animal.
Nona se heló, pero permaneció inmóvil, observando a Forrester.
Este volvió su cabeza con lentitud y la miró sonriéndole tranquilizadoramente, y luego se volvió a Lindsey.
—No seré deshonesto con usted. Por supuesto podría decir que había olvidado como descifrar el código, pero no es así. Podría descifrar la fórmula en veinte minutos, pero no intento hacerlo. Por favor, escuche mis razones con cuidado. Durante los meses que estuve encerrado, he tenido mucho tiempo para pensar con seriedad en mi invención. Podrá ser difícil para usted comprender que inventar algo es un desafío para ciertas personas... como yo. Sin embargo, una vez que la invención ha tenido efecto, personas como yo tienen que preguntarse si esta invención podría convertirse en una amenaza. Esta es la razón por la cual no he dicho a nadie lo que he inventado. Primero, quería convencerme de que mi invento no sólo era útil, sino que no podría ser una amenaza para la paz de este mundo triste y enfermo —Forrester se reclinó en su silla, mirando sus manos—. Supongo que esto es mi locura. Sé que mi invención vale varios millones de dólares, pero el dinero jamás me ha interesado y nunca me interesará. Cuando estuve en Washington se me acercaron agentes rusos y chinos quienes me ofrecieron cualquier cantidad de dinero por la fórmula. Rehusé. Me amenazaron como lo ha hecho usted. A pesar de eso rehusé. He decidido que mi invención no es para la época actual.
Más tarde, quizás, cuando el mundo sea más adulto, pueda ser usada sin peligro; pero todavía no, y cuando se use será por todos los países, no sólo uno.
Lindsey inspiró con exasperación.
—Temo, doctor Forrester, que no podemos esperar. Usted descifrará la fórmula o sufrirá las consecuencias. La muchacha sufrirá primero, y usted la verá sufrir.
Forrester volvió a mirar a Nona infundiéndole tranquilidad, luego sonrió a Lindsey.
—No lo creo. ¿Diría usted que yo, aquí sentado, en razón de mi fórmula valgo entre tres y cinco millones de dólares?
Los ojos de Lindsey se estiraron. Vaciló, luego asintió.
—Supongo que sí.
—Sí, creo que es una estimación justa. Usted debe comprender que soy lo que se llama un "chiflado". Ya le he dicho que no me importa si vivo o muero. Espero que sea lo suficientemente inteligente como para aceptar eso como una verdad. Repito: no me importa si vivo o muero. De manera que lo que voy a hacer ahora es levantarme de esta silla y salir de la caverna y me llevo a Miss Jacey conmigo.
Lindsey se quedó de una pieza.
—Escuche, doctor Forrester, usted ha estado enfermo... —comenzó a decir, pero cuando Forrester se puso de pie, gritó—: ¡Silk!
Silk que escuchaba todo esto, se quitó los auriculares y vino silenciosa y rápidamente a la entrada de la caverna. Se detuvo debajo de una de las poderosas luces y miró a Forrester con un ojo relampagueante. Mirando su cara, Nona quedó sin aliento. El horror que le provocaba el rostro cruel y enfurecido la traspasó como una puñalada.
—Usted se quedará acá, doctor Forrester —dijo Lindsey poniéndose de pie de un salto—. No quiero utilizar la fuerza, pero tendré que hacerlo si no quiere cooperar. Usted no se marchará de aquí hasta que haya descifrado la fórmula.
Forrester miró a Silk que estaba guardando la salida de la caverna. Estudió la expresión cruel y maligna de su rostro con interés.
—¿Es éste el espécimen con que me está amenazando? —preguntó a Lindsey.
—Sí, y hay otro que se ocupará de la muchacha. Lamento todo esto, pero está forzándome a ello. Ahora, doctor, por favor sea razonable. Por favor descifre la fórmula y no tengamos dramas.
—Miss Jacey y yo nos marchamos —respondió Forrester—. ¿Parece que tengo confianza? Así es, la tengo. Le diré por qué. Ya se lo he señalado, pero lo repetiré: no me importa vivir o morir. Cuando me amenazaron en Washington comprendí que podría ser raptado y torturado. De manera que tomé precauciones. Desde entonces siempre tengo a mano una cápsula de cianuro. Ahora está en mi boca. No tengo más que morderla y moriré. Si trata de detenernos a Miss Jacey y a mí, morderé la cápsula. ¿Está claro?
Silk dio un paso hacia adelante. Lindsey le hizo señas que retrocediera. Miró a Forrester quien le devolvió la mirada con calma.
—No le creo —respondió Lindsey, con el rostro pálido y la voz insegura— ¡No puede engañarme, doctor Forrester!
—No lo engaño. Es un experimento en psicología. Vivo, valgo de tres a cinco millones de dólares. Muerto, no valgo nada. Oyéndolo hablar y estudiándolo he llegado a la conclusión de que a usted le interesa mucho el dinero. Sé que no titubearía en arrancarme las uñas o en usar un hierro al rojo, pero lo que usted no puede hacer, lo que no puede ni siquiera contemplar hacer, es perder millones de dólares. No voy a probarle que tengo la cápsula en la boca. Me marcho, y si usted hace un gesto para detenernos a Miss Jacey o a mí, habrá destruido millones de dólares.
El rostro de Lindsey se convirtió en una máscara de odio y de miedo.
—Si se marcha de acá, lo capturarán, estúpido —chilló—. ¡Lo volverán a meter en una celda acolchada! ¡Deme la fórmula, y le juro que haré que llegue a Moscú, donde podrá comenzar una nueva e importante carrera! Será laureado... podrá continuar sus experiencias...
Forrester negó con la cabeza. Le hl*o una seña a Nona.
—Vamos, Nona. Nos marchamos.
Silk sacó su pistola.
—Haga un movimiento —dijo— y mataré a la muchacha. No estoy bromeando. Haga un solo movimiento...
Nona sintió que se le aflojaban las rodillas. Se quedó inmóvil, casi sin respirar. Forrester dijo con tranquilidad.
—Venga, Nona, no tiene de qué asustarse.
Ella miró a Silk y luego a la pistola que la estaba apuntando. Miró a Lindsey, que tenía la cara brillante de traspiración, y luego a Forrester, tranquilo, seguro, que le sonreía. Se dirigió a él, y él la tomó de la mano; luego comenzaron a caminar por el piso arenoso de la caverna, ambos mirando directamente a Silk.
Lindsey dijo con voz estrangulada:
— ¡Déjelos marchar!
Forrester siguió andando. Su mano apretando la de Nona. Con el ojo echando chispas de furia, Silk bajó el arma. Forrester pasó frente a él y luego entró en el largo túnel. Pasaron frente a los tres guardias que todavía jugaban a las cartas. Los hombres levantaron los ojos, abrieron la boca y se pusieron de pie. Forrester siguió caminando por el túnel, ignorándolos. Nona a su lado. Estaba temblando. Oyó que Lindsey gritaba:
— ¡Déjenlos salir!
Forrester siguió andando. Pasaron por la pequeña caverna donde estaba sentado el doctor Kuntz. Éste, con los ojos muy abiertos, se puso de pie, vaciló y luego quedó inmóvil.
El Thunderbird estaba estacionado a la salida del túnel.
Forrester se detuvo al lado del coche.
— ¿Puede conducir esto, Nona?
—Sí, —respondió ella, temblando.
—Bien, entonces lo utilizaremos. —Subió al asiento delantero. Ella miró hacia atrás al túnel. Podía ver a Silk observándola. Cerró los ojos, luchando por controlar sus nervios tensos; luego Forrester dijo:
—Vamos, Nona. No hay de qué tener miedo.
Abrió los ojos, inspiró profundamente, luego se puso detrás de la dirección. Puso el contacto y el coche en movimiento y salió del túnel a la luz brillante del sol.
Silk se dio media vuelta y miró colérico a Lindsey.
— ¿Cree que ha hecho bien? —preguntó.
Lindsey se enjugó el rostro traspirado.
— ¿Qué otra cosa podía hacer? Está loco. Podremos traerlo otra vez… pero muerto...
— ¿Sí...? —Silk metió su pistola salvajemente en la cartuchera—. Nos atraparán a nosotros en menos de una hora. Hablarán. Tendremos la policía aquí como un enjambre de abejas. ¡Yo me voy! —dio media vuelta y salió con rapidez del túnel.
— ¡Espere! —gritó Lindsey, pero Silk no le prestó atención. Habían muchos automóviles estacionados en el túnel. Los guardias vinieron corriendo mientras Silk subía al Buick.
— ¡Desaparezcan! —les gritó—. ¡Salgan disparando de aquí! ¡La tapa ha saltado! —Entonces a toda velocidad salió por el camino desierto. Muy lejos, delante de él, podía ver la nube de polvo que producía el Thunderbird.
Lindsey vaciló cuando oyó partir el segundo automóvil, entonces se dirigió calladamente por el túnel hasta su Cadillac. El doctor Kuntz se le reunió. Lindsey le hizo una seña para que subiera al coche, luego a toda velocidad se alejó del túnel.
— ¿Qué ha sucedido? —preguntó Kuntz.
— ¡Cállese!—gritó Lindsey—. No me hable.
Su suavidad y encanto habían desaparecido. El miedo y la furia eran tan obvios que el mofletudo rostro de Kuntz se aflojó. Se encerró en el silencio. Lindsey, con el Cadillac bramando, se dirigió a la carretera. Su mente trabaja a toda prisa. Este era el fin de su asociación con Radnitz, se dijo. Silk tenía razón. Forrester y la muchacha serían encontrados en seguida. Lo implicarían a él. Aun cuando Forrester no hablara, lo haría la muchacha. Su única posibilidad era llegar a la ciudad de México antes de que la búsqueda de su persona se organizara. Ya hacían años que traspasaba la mitad de las sumas que recibía de Radnitz a un banco de México. No tenía temores por su futuro financiero. Su problema inmediato era su seguridad y la ruta más rápida hacia la ciudad de México. Finalmente decidió tomar una lancha para la Habana, luego un taxi-aéreo a la ciudad de México. Tendría que volver a su hotel para buscar dinero. Era un riesgo regresar al hotel, pero tenía que tener dinero si iba a alquilar una lancha rápida.
Llegó a la intersección de la ruta desierta y de la carretera estatal, y allí se detuvo.
—Bájese —ordenó a Kuntz— puede conseguir quien lo lleve desde acá. ¡Salga... afuera!
Kuntz se quedó mirándolo, sus ojos como cuentas muy abiertos.
— ¿Y qué hay de mis honorarios? —preguntó—. Me prometió...
Lindsey furioso le cruzó la cara con el dorso de la mano.
— ¡Salga!
Con los ojos lagrimeando y la nariz que comenzaba a sangrar el obeso doctor descendió a los tropezones del coche. Lindsey de un golpe cerró la portezuela y se dirigió a la carrera, en dirección a su hotel.
Mientras andaba habló por el teléfono del automóvil con el hotel. Le dijo al encargado de recepción que tenía que salir en seguida para la Habana, que tuvieran empacada su ropa. Que también se ocupara de que una lancha rápida estuviera lista para zarpar. El encargado respondió que todo se haría de acuerdo a sus órdenes.
Mientras Lindsey cortó la comunicación pensó agradecido al poder del dinero. Llegó al hotel cuarenta minutos después. El encargado se acercó desde atrás de su escritorio.
La lancha lo espera, Mr. Lindsey —dijo—. Su equipaje está aquí.
—Gracias. Tengo algunos papeles que debo llevar. —Un billete de cincuenta dólares cambió de mano, luego Lindsey tomó el ascensor directo a la suite de arriba.
Sólo le llevó unos minutos abrir la caja de seguridad y tomar de ella un paquete grueso de billetes de cien dólares. Lo metió en el bolsillo de atrás de su pantalón. Paseó la mirada por la lujosa suite y sintió tristeza al pensar que se marchaba para siempre.
Pensó en Radnitz, que estaría probablemente ahora en Hong-Kong, y preguntándose por qué no tenía noticias de él. Radnitz tenía demasiada gente en su nómina para temer a la ley. Siempre estaría resguardado.
Bien, que siga pensando, se dijo Lindsey. Salió de la suite por última vez, golpeando la puerta tras de él.