Capítulo 6
Cuando mi corazón volvió a latir me puse de pie y cautelosamente mire sobre el borde del contenedor de la basura. La Sra. Karwatt venía hacia mí, a medio camino del aparcamiento, escogiendo su camino sobre las manchas de helado de macadamia, quitándose una pequeña bolsa de plástico de basura de su pecho.
—¿Vio eso? —Pregunté, acercándose mi voz al nivel audible sólo para los caninos.
—¿Qué?
—A ese hombre en el coche. ¡Me disparó!
—¡No!
—¿No lo escuchó?
—Por el amor de Dios, —dijo ella. —No es tan terrible. Pensé que era un petardo. Tenía mis ojos fijos en el hielo. Tengo que ser cuidadosa, sabes. Mi hermana resbaló y se rompió la cadera el invierno pasado. Tuvieron que llevarla a un asilo. Nunca se recuperó correctamente. Eso no es tan malo, creo yo. Ella tiene gelatina verde por postre dos veces a la semana en la cena.
Pase un dedo inestable sobre los agujeros en el contenedor de la basura donde las balas habían impactado.
—¡Esta es el segunda vez hoy de alguien me dispara!
—Consígase un cuerpo que no pueda salir de casa, —dijo la Sra. Karwatt. —¡Que con el hielo y los disparos!. Después de que pusimos a un hombre en la luna el planeta entero se ha ido al diablo.
Yo buscaba a alguien para clavar mi lamentable vida, pero no pensé que fuera justo ponerlo todo sobre Neil Armstrong.
La Sra. Karwatt lanzó su bolsa en el contenedor de la basura y se dirigió hacia la parte posterior del edificio. Yo habría querido ir con ella, pero mis rodillas estaban inestables, y mis pies no se movían.
Tiré de la puerta abierta del Buick y me derrumbé en el asiento, con las manos agarradas al volante. Bien, me dije a mí misma. Consigue una tumba. Estos eran dos incidentes anormales. Los primeros disparos fueron una confusión de identidad. ¿Y los segundos disparos eran... qué? Una amenaza de muerte.
Saqué el móvil de mi bolso y marqué el número de Morelli.
—¡Alguien acaba de dispararme! —Le grité a través del teléfono—. Entraba en mi coche en mi aparcamiento, y este tipo con un pasamontañas apareció y me dijo que dejara de buscar a Mo. Y luego me disparó. Disparos de advertencia, dijo. Y luego se fue.
—¿Estás herida?
—No.
—¿Estás en peligro inmediato?
—No.
—¿Te measte por los pantalones?
—Estuve malditamente cerca.
Nos quedamos en silencio por un par de latidos mientras digeríamos todo esto.
—¿Conseguiste su número de matricula? —Preguntó Morelli—. ¿Puedes darme una descripción del tipo?
—Estaba muy agitada para pensar en conseguir la matrícula. El tipo era de constitución mediana. Blanco. Eso es todo lo que tengo.
—¿Vas a estar bien?
—Sí. —Asentí con la cabeza hacia el coche—. Me siento mejor ahora. Yo solo... Tenía que decírselo a alguien.
—Mientras te tenga en el teléfono... — dijo Morelli.
¡Maldito! ¡Olvidé que evitaba a Morelli! Cerré de un golpe el móvil. Ningún problema, me dije. No pasa nada. Pero probablemente no era una buena idea permanecer en el aparcamiento. Eso me dejaba con dos opciones. Podía seguir con mi plan de visitar a mis padres, o podía volver a mi apartamento y esconderme en mi armario para abrigos. El armario para abrigos tenía muchas posibilidades a corto plazo, pero en algún momento tendría que atreverme a salir, y para ese momento muy probablemente me habría perdido la cena.
Ve con la cena, pensé. Deja lo del armario de los abrigos para más tarde.
Mi madre no sonreía cuando abrió la puerta.
—¿Ahora qué? —dijo.
—Yo no lo hice.
—Solías decir eso cuando eras una niña pequeña, y siempre era mentira.
—Lo juro por lo más sagrado, —dije—. No le disparé a nadie. Accidentalmente quede inconsciente, y cuando desperté compartía el vestíbulo con un tipo muerto.
—¡ Estuviste inconsciente! —Mi madre golpeó la palma de su mano contra la frente—. Tengo que tener una hija que va por ahí quedándose inconsciente.
La abuela Mazur estaba en línea detrás de mi madre.
—¿Estás segura que no lo hiciste explotar? Yo puedo guardar un secreto, lo sabes.
—¡No lo hice explotar!
—Bueno esa es una gran decepción, —dijo ella—. Tenía una buena historia lista para contarles a las muchachas en el salón de belleza.
Mi padre estaba en la sala de estar, escondiéndose frente a la TV.
—Unh, —dijo él, sin mover un músculo.
Olfateé el aire.
—Pastel de carne.
—Conseguí una nueva receta de Betty Szajack, —dijo mi madre.
—Ella pone aceitunas cortadas en su pastel de carne, y lo hace con el pan empapado en vez de harina de pan.
El mejor modo de desactivar a mi madre es hablando sobre comida. Durante treinta años, hemos expresado el amor y la cólera en términos de salsa y puré.
—¿Entonces te quedas para la cena? —quiso saber mi madre—. Tengo tarta de chocolate sabor moca para el postre.
—Seguro —dije—. Sería agradable.
Ayudé a la Abuela Mazur a poner la mesa mientras mi madre terminaba en la cocina. Estábamos a punto de sentarnos cuando el timbre sonó.
—Probablemente sea el repartidor de periódicos tratando de sacarnos más dinero, —dijo la Abuela —. Soy sabia para sus trucos.
Abrí la puerta y me encontré mirando los negros ojos de Joe Morelli.
Él sonrió abiertamente cuando me vio.
—Sorpresa.
—¿Qué quieres?
—¿Quieres la lista larga o la lista corta?
—No quiero ninguna lista. —Hice un intento de cerrar la puerta, pero él se abrió camino en el vestíbulo—. ¡Fuera! —Dije—. No es un buen momento.
Él me ignoró y entró en el comedor.
—Buenas tardes, —le dijo a mi madre. Reconoció a mi padre con un asentimiento de cabeza, y un guiñó a mi abuela.
—Tenemos pastel de carne con aceitunas, —dijo la Abuela Mazur a Morelli—. ¿Quieres un poco? Tenemos en abundancia.
—No quisiera abusar, —dijo Morelli.
Eso provocó que yo pusiera los ojos en blanco.
Mi madre puso una silla extra a mi lado y puso otro plato.
—No pensaríamos dejarte ir sin la cena, —le dijo ella a Morelli.
—Yo pensaría en ello, —dije.
Mi madre me golpeó sobre la cabeza con una cuchara de servir de madera.
—Señorita Boca fresca.
Morelli se sirvió dos trozos de pastel de carne, puré, frijoles verdes y salsa de manzana. Mantuvo una conversación cortés con mi madre y mi abuela y habló de los resultados deportivos con mi padre. Superficialmente Morelli parecía relajado y sonriente, pero había momentos que tenía la guardia abajo cuando lo cogí mirándome con la brusca intensidad de un sapo mirando a un sabroso insecto.
—¿Así qué que es lo que pasa entre tú y mi nieta? —Le preguntó la abuela a Morelli—. Estando como estás aquí para la cena supongo que todo es bastante serio.
—Se esta poniendo más serio por minutos, —dijo Morelli.
—Morelli y yo tenemos una relación de trabajo, —le dije a la Abuela —. Nada más.
Morelli enderezó los hombros.
—No deberías mentirle a tu abuela. Sabes que estás loca por mí.
—Bueno, escucha eso, —dijo la Abuela, claramente encantada—. No es el único.
Morelli se inclinó hacia mí y bajó la voz.
—Hablando de trabajo, tengo un asunto que me gustaría hablar contigo en privado. Pensé que tal vez podríamos ir a dar un paseo juntos después de que la mesa este limpia.
—Seguro. —dije. Y tal vez me sacaría el ojo con el tenedor del pavo.
Junté los platos y los lleve a la cocina. Mi madre y la abuela Mazur me siguieron con las fuentes para servir.
—Ve adelante y corta la tarta, —le dije a mi madre—. Pondré a hacer el café.
Esperé un momento hasta tener la cocina solo para mí, entonces prontamente salí tranquilamente por la puerta de atrás. No tenía ninguna intención de ir a dar un paseo que terminaría en una búsqueda de cavidades en el cuerpo. No que una búsqueda de cavidades fuera una nueva experiencia. Morelli ya había realizado este procedimiento sobre mí hacía varios años, con variados grados de éxito. El nuevo giro sería que esta vez la búsqueda podría ser hecha por una enfermera jefe de prisión, y eso era aún menos atractivo que ser víctima de Morelli.
Llevaba vaqueros y botas y una camisa de franela sobre una camiseta, y mis dientes brillaban en el momento que acorte por el patio trasero de mis padres y recorrí los dos bloques a la casa de Mary Lou. Mary Lou ha sido mi mejor amiga durante tantos años como puedo recordar. Desde hace seis años ella está, más o menos, felizmente casada con Leonardo Stankovic de Stankovic e Hijos, Plomeros y Calentadores. Tiene dos niños y una hipoteca y un trabajo de jornada reducida como contadora para un distribuidor de Oldsmobile.
No me molesté con la formalidad de llamar a su puerta. ¡Solo entré sin permiso y me paré allí pisando muy fuerte con mis pies y agitando mis brazos en su sala de estar, y diciendo.
—¡M-m-maldición esto está f-ffrió!
Mary Lou estaba sobre sus manos y rodillas recogiendo pequeños coches plásticos y hombres que parecían bocas de incendios.
—Tal vez ayudaría si intentaras llevar un abrigo.
—Estaba en la casa de mis padres y Morelli se presentó, y entonces tuve que escurrirme por la puerta de atrás.
—No me creo eso, —dijo Mary Lou—. Si estuvieras con Morelli en este momento habrías perdido mucha más ropa que tu abrigo.
—Esto es serio. Tengo miedo de que él pueda querer arrestarme.
El hijo de Mary Lou de dos años, Mikey, gateó desde la cocina y se echó a las piernas de Mary Lou al estilo de un perro.
Pensaba que los niños estaban bien a distancia, pero no estaba muy excitada por el modo en que olían de cerca. Supongo que cuando te pertenecen esto hace la diferencia.
—Probablemente deberías dejar de dispararle a la gente, —dijo Mary Lou—. Le disparas a un montón de tipos, y con el tiempo la poli se irrita por ello.
—No le disparé a éste. De todos modos, tuve que escurrirme de casa, y dejar mi abrigo y todo detrás.
Lenny y su hijo de cuatro años se sentaban delante de la TV viendo una retransmisión de la carrera de Munsters. Lenny era una buena persona, pero respiraba por la boca. Mary Lou siempre había ido por aquel tipo de hombre, prefiriendo la fuerza física al cerebro. No era que Lenny fuera completamente estúpido. Es solo que nunca conseguirías confundirlo con Linus Pauling©.
Mary Lou puso a los incendiados hombrecitos en una cesta de plástico que estaba llena de juguetes, y el pequeño de dos años soltó un aullido. Él gritaba directamente con las manos abriéndose y cerrándose, intentando alcanzar quien sabe qué. A Mary Lou, supongo. O tal vez sus juguetes que estaban siendo guardados por la noche. Él lloraba con la boca abierta de par en par y los ojos cerrados apretadamente, y entre sollozos chillaba.
—¡No, no, no!
Mary Lou tomó una galleta Graham© de su bolsillo y se la dio a Mikey.
Mikey empujo la galleta en su boca y siguió con su llanto, masticando y frotandose la cara con sus gordas manos de bebé. Las migajas de galleta se mezclaron con las lágrimas y los mocos se escurrieron por su pelo y su cara. Una baba marrón rodó por su barbilla y mancho su camisa.
Mary Lou le dio a Mikey una mirada de “estoy aquí, te veo”.
—Mikey esta cansado, —dijo ella.
Como dije antes, los niños estaban bien a distancia, pero no creo que alguna vez reemplacen a los hámsters.
—Necesito usar tu teléfono para llamar a casa, —le dije a Mary Lou.
Ella limpió el desastre con el faldon de su camisa.
—Sírvete.
Marqué desde la cocina, esforzándose por escuchar sobre el bullicio en la sala de estar de Mary Lou.
—¿Está Morelli todavía allí? —Le pregunté a mi madre.
—Acaba de marcharse.
—¿Estás segura? ¿Él no está afuera merodeando, verdad?
—Escuché su coche irse.
Tomé prestada una sudadera de Mary Lou y volví corriendo a casa de mis padres. Atajé por el patio trasero y troté por el camino de entrada para comprobar la calle. La calle parecía despejada. Nada de Morelli. Volví sobre mis pasos a la puerta de la cocina y entre.
—Bueno, —dijo mi madre—. ¿Qué pasa?
—Nunca me atraparan alejándome de un machote como Joe Morelli, —dijo la abuela—. Supongo que sabría que hacer con un hombre así.
Supongo que yo sabía que hacer con él también, pero probablemente era ilegal castrar a un poli.
—¿No le diste un poco de tarta para llevar a casa, verdad? —pregunté a mi madre.
Mi madre alzo la barbilla una pulgada.
—Se la di toda. Era lo menos que podía hacer después de que lo dejases aquí sentado abandonado.
—¡Toda! —Grité—. ¿Cómo pudiste hacer eso? ¡No conseguí un solo pedazo!
—Eso es lo que pasa cuando uno se escapa. ¿Y cómo iba a saber yo donde estabas? Pudiste haber sido secuestrada. Podría haber tenido un derrame cerebral y vagar por ahí con amnesia. ¿Cómo iba a saber que regresarías y querrías tarta?
—Tenía motivos para irme, —lloré—. Perfectamente buenas razones.
—¿Qué razones?
—Morelli iba a arrestarme... tal vez.
Mi madre suspiró.
—¿Arrestarte?
—Hay una pequeña posibilidad de que podría ser sospechosa de homicidio.
Mi madre hizo la señal de la cruz.
La abuela no pareció estar tan malhumorada.
—Había una mujer en la TV el otro día. En uno de esos programas de entrevistas. Ella dijo que había sido arrestada por fumar hierba. Dijo que cuando se es arrestado la poli te encierra en una pequeña celda y luego holgazanean mirando la TV de circuito cerrado, esperando que vayas al baño. Dijo que éste es de acero inoxidable en una esquina de la celda, y que el retrete no tiene asiento o algo, y ahí es donde tienes que ir. Y dijo que la cómoda esta frente a la cámara de TV así ellos pueden conseguir una buena vista de todo el asunto.
Mi estómago se apretó y pequeños puntos negros bailaron delante de mis ojos. Me pregunté si tenía bastante dinero en mi cuenta bancaria para comprar un billete a Brasil.
La expresión de la Abuela se volvió astuta.
—La mujer de la TV dijo que lo que se tenía que hacer antes de ser arrestada era beber mucho Kaopectate©. Dijo que necesitabas conseguir una buena y taparte entonces así podrías esperar hasta salir bajo fianza.
Me senté en una silla y puse la cabeza entre las rodillas.
—Es lo que funciona con el primo de tu padre, —dijo mi madre—. Tú eres una muchacha inteligente. Deberías tener un trabajo decente. Debería ser maestra.
Pensé en el niño de Mary Lou con las galletas Graham untadas en su pelo, y me sentí mejor sobre lo de ser cazadora de recompensas. Ya ves, siempre podría ser peor, pensé. Podría ser maestra.
—Tengo que irme a casa, —dije, recuperando mi abrigo del armario del pasillo—. Tengo mucho trabajo que hacer mañana. Debo irme a la cama temprano.
—Toma, —dijo mi madre, dándome una bolsa de papel—. Un poco de pastel de carne. Bastante para un rico emparedado.
Miré dentro de la bolsa. Pastel de carne. Nada de tarta.
—Gracias, —le dije a mi madre—. ¿Estás segura que no queda algo de tarta?
—Una sospechosa de homicidio, —dijo mi madre—. ¿Cómo pudo pasar tal cosa?
No lo sabía. Me preguntaba lo mismo. De hecho, me lo pregunté todo el camino a casa. No era una persona tan mala. Sólo hice un poco de trampa en mis impuestos, y pagaba la mayor parte de mis cuentas. No maldecía a los viejos (al menos no en su cara). No me drogaba. ¿Así que por qué teníatan mala suerte? De acuerdo, no iba a la iglesia tan a menudo como debería, pero mi madre iba con regularidad. Pienso que debería contar para algo.
Hice roda a la La Bestia© en el aparcamiento. Era tarde. Todas las buenas plazas estaban cogidas, así que sería otra vez detrás del contenedor de la basura. Que novedad. Al menos ésto me ofrecía cobertura de los conductores que pasaban. Tal vez aparcase aquí todo el tiempo.
Alcé la vista a mi apartamento y comprendí que mis luces estaban encendidas. Eso era extraño, porque estaba casi segura que las había apagado cuando me marché esa tarde. Salí del coche y caminé por la mitad del aparcamiento. Alcé la vista a mis ventanas otra vez. Las luces estaban todavía encendidas. ¿Qué significaba eso? Podía querer decir que las luces habían estado encendidas cuando me marché, y yo sufría de un temprano inicio de demencia. Probablemente podría agregar un poco de paranoia a la demencia.
Una figura vaga apareció brevemente hacia la pared de mi sala de estar, y mi corazón se saltó un latido. Alguien estaba en mi apartamento. Estaba aliviada de ser capaz de excluir la demencia, pero aún tenía un problema. Realmente no quería tener que investigar por mi cuenta y que me disparasen por tercera vez hoy. Lamentablemente, la alternativa era llamar a la policía. Ya que estaba bajo los efectos del Kaopectate, no creo que llamar a la policía fuera una buena alternativa.
La figura reapareció. El tiempo suficiente para decidir que era un hombre. Él se acercó a la ventana, y fui capaz de ver su cara.
La cara pertenecía a Morelli.
¡Que morro! Morelli se había metido en mi apartamento. Y eso no era lo peor de todo. Él estaba comiendo algo. Sospechaba que era la tarta.
—¡CERDO! —Grité—. ¡Desgraciado!
Él no pareció enterarse. Probablemente la TV estaba encendida.
Camine rápidamente alrededor del aparcamiento y encontré el Toyota 4x4 negro de Morelli. Le di una patada al parachoques trasero, y la alarma se encendió.
Varios rostros aparecieron en las ventanas sobre mí mientras la alarma sonaba a la distancia.
La Sra. Karwatt del segundo piso abrió su ventana y se asomó.
—¿Qué pasa ahí?
El cañón de una escopeta se asomó desde la ventana del Sr. Weinstein.
—¿De quien es esa alarma? No es de mi Cadillac, ¿verdad?
La única ventana sin una cara era la mía. Calculé que era porque Morelli corría escaleras abajo.
Corrí a mi coche con las llaves en la mano.
—Aléjese del coche, o le pego un tiro, — gritó el Sr. Weinstein.
—Ese es mi coche, —grité de espaladas.
—Al infierno que lo es, —dijo el Sr. Weinstein, bizqueando hacia mí a través de sus trifocales de gruesas pulgadas. ¡BOOM! El Sr. Weinstein disparó y rompió el parabrisas del coche que estaba al lado del mio.
Me fui corriendo a través del césped en medio de la calle y me escurrí entre las casas del otro lado. Me detuve y miré hacia atrás. Morelli se paseaba por debajo de la cornisa de atrás, gritando al Sr. Weinstein, obviamente con miedo de aventurarse en el aparcamiento por miedo a recibir un tiro.
Me deslice en las sombras entre dos casas, saltando por un patio trasero y salí a la calle Elme. Crucé la calle y repetí el patrón, llegando a Hartland. Troté un bloque por Hartland, cruce Hamilton y me apoyé contra la pared de ladrillo de una tienda abierta de veinticuatro horas.
El anterior dueño de la tienda había sido Joe Echo. Él la había vendido en noviembre, y el nuevo dueño asiático, Sam Pei, había cambiado el nombre a Tienda Americana. Pensé que el nombre era apropiado. Tienda Americana contenía una muestras de todo lo que un americano podía necesitar a cuatro veces su precio. Una caja de higos Newtons por $7.50. No importaba que sólo hubiese doce en una caja. Supongo que cuando necesitas un higo Newton en medio de la noche, no tiene maldita importancia su precio.
Saque un gorro de lana del bolsillo y me lo puse hasta tapar las orejas. La batería estaba baja en mi teléfono móvil, así que busqué en mi bolso por un cuarto de dolar, encontré uno, lo metí en la cabina telefónica y marqué mi propio número.
Morelli contestó al cuarto toque.
Desapreté mis dientes lo suficiente para sacar unas palabras.
—¿Qué diablos haces en mi apartamento?
—Esperarte, —dijo Morelli.
—¿Qué estabas comiendo en este momento?
—Tarta. Aun hay un poco, pero mejor te apuras.
Golpeé el teléfono contra el receptor.
—¡Ugh!
Compré una Snickers© al Sr. Pei y me la comí mientras caminaba. Tiempo de ser realista. Morelli era mucho mejor en este asunto de polis-y-ladrones de lo que lo era yo. Me parecía que si quería detenerme, ya lo habría hecho. En realidad, si iba en serio en lo de llevarme para interrogarme lo habría hecho. Probablemente no había ninguna necesidad inmediata del Kaopectate.
¿Entonces por qué Morelli estaba acosándome? Porque quería algo. ¿Qué quería? ¿Información que yo podría estar ocultando? Tal vez pensaba que podía sacarme unos detalles que le faltaban en mejores circunstancias. O tal vez quería amenazarme sin testigos. O tal vez quería pedirme una cita.
Giré en la esquina con Hartland y decidí que debería hablar con Morelli. Esto era más que una simple recuperación. Mo aún estaba perdido. Un hombre había sido asesinado. Había sido amenazada. Y había algunos detalles que había sido reacia a decírselos a Morelli cuando me había interrogado en la comisaria. Por no mencionar la tarta.
Todo parecía en status quo cuando llegue al aparcamiento. Las luces estaban encendidas en mi apartamento. El coche de Morelli no había sido movido. Una pequeña reunión de gente estaba arracimada alrededor del Chrysler que el Sr. Weinstein había usado como tiro al blanco. El Sr. Weinstein estaba allí con un pedazo grande de tubería y un conducto de plástico en la mano.
—Otro minuto y habrían estado yéndose en ese coche, le digo, —decía el Sr. Weinstein—. Mejor un parabrisas roto que un coche robado.
—No es mas que la verdad, —dijo Arty Boyt—. Que bueno que tenía el arma a mano.
Todos los demás cabecearon. Que bueno, dijeron todos.
Me deslice en el edificio y fui a la cabina telefónica en el frente del pequeño vestíbulo. Dejé caer un cuarto y llamé arriba.
—Soy yo otra vez, —dije cuando Morelli contestó.
—¿Dónde estás?
—Muy lejos.
—Mentirosa. —Podía oír la risa en su voz—. Te vi cruzar el aparcamiento.
—¿Por qué me estás acechando?
—Los polis no acechan. Los polis persiguen.
—De acuerdo. ¿Por qué me persigues?
—Tenemos que hablar, —dijo Morelli.
—¿Eso es todo? ¿Solo hablar?
—¿Tenías algo más en mente?
—No.
Ambos estuvimos en silencio por un momento, reflexionando sobre el algo más.
—Bueno, —dije—. ¿De qué quieres hablar?
—Quiero hablar sobre Mo, y no quiero hacerlo por teléfono.
—Escuché que algunas personas querrían arrestarme.
—Eso es verdad, —dijo Morelli—. Pero yo no soy uno de ellos.
—¿Tengo tu palabra?
—No te arrestaré esta noche. Preferiría no hacer una declaración general que cubra la eternidad.
Él me esperaba con la puerta abierta cuando me bajé del ascensor.
—Pareces helada y cansada, —dijo él.
—Esquivar balas agota. No sé como vosotros los polis lo hacéis día tras día.
—Asumo que estás hablando del Sr. Weinstein.
Colgué mi chaqueta y mi bolso sobre el gancho de la pared.
—Hablo de todo el mundo. La gente sigue disparándome. —Corté un pedazo grande de tarta y le conté a Morelli sobre Snake.
—Asi que, ¿qué piensas? —Pregunté.
—Pienso que los cazadores de recompensas deberían evaluarse y autorizarse. Y creo que tú fallarías la prueba.
—Estoy aprendiendo.
—Sí, —dijo Morelli—. Esperemos que no mueras en el proceso.
Generalmente pensaría que una observación así era un insulto, pero en realidad había estado pensando de la misma manera que yo.
—¿Cuál es el asunto con el Tío Mo?
—No lo sé. —dijo Morelli—. Al principio estuve preocupado de que estuviera muerto. Ahora no se que pensar.
—¿Qué tipo de huellas conseguiste de su tienda?
—Tuyas, de Mo y de Anders en los pomos de la puerta trasera. No nos molestamos con las áreas públicas. Las dos terceras partes del barrio habrían aparecido.
—¿Los vecinos vieron algo?
—Sólo una señora en la calle del frente que informó sobre la linterna. —Morelli recostó los hombros contra el mostrador de la cocina, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Alguna otra pregunta?
—¿Sabes quien asesino a Anders?
—No. ¿Tú?
Aclaré mi plato y lo puse en el lavaplatos.
—No. —Miré a Morelli—. ¿Cómo entró Anders en la tienda? Lo oí hurgando ahí, probando el pomo de la puerta. Al principio pensé que tenía una llave, pero la puerta no se abrió. Entonces decidí que debía estar forzando la cerradura.
—No había ningún signo de haber sido forzada.
—¿Podemos pasar extra oficialmente por esto?
—Debes estar leyendo mi mente, —dijo Morelli.
—¿No le digo nada de esto a un poli, cierto?
—Cierto.
Me serví un vaso de leche.
—Esto es lo que sé. La puerta de atrás de la tienda de Mo estaba cerrada. La abrí con una llave que conseguí de su apartamento. Después de que entré en la tienda cerré la puerta. Cuando Ronald Anders intentó entrar, la puerta estaba cerrada. Al principio parecía que tenía una llave, pero la puerta no abrió. Él trato de forzarla durante un par de minutos, y la puerta se abrió. ¿Encontraste algo en él que pudiera usar para forzar la cerradura?
—No.
—¿Encontraste una llave de la tienda en él?
—No.
Levanté mis cejas.
Morelli levantó sus cejas.
—O alguien necesitó un juego de pinzas, o alguien le dio una llave que no funcionaba muy bien, —dije—. O tal vez alguien abrió la puerta con una llave robada, dejando que Ronald Anders entrara en la tienda, desapareciendo por unos minutos, regresó y asesinó a Anders.
Morelli y yo suspiramos. La persona lógica para tener una llave robada sería el Tío Mo. Y no era muy exagerado que Mo conocería a Anders a la luz del hecho que Mo había sido visto en la Calle Stark de vez en cuando. Tal vez ésto se relacionaba con un asunto de drogas. Tal vez Mo las compraba. Demonios, tal vez Mo las vendía. Después de ver la lectura de la hora de acostarse de Mo estaba dispuesta a creer casi cualquier cosa sobre él.
—¿Tienes a alguien hablando con los niños que iban por la tienda? —Pregunté a Morelli—. ¿Cuándo trabajabas en antivicio escuchaste algo sobre drogas en la tienda de Mo?
—Justo lo contrario, —dijo Morelli—. La tienda de Mo era una zona segura. Mo estaba militando contra la droga. Todo el mundo lo sabía.
Tenía otra idea.
—¿Cómo militaba? —Pregunté—. ¿Militaba lo bastante como para matar a un traficante?
Morelli me miró con su ilegible cara de poli.
—Eso sería extraño, —dije—. El adorable y androgino tipo de los helados se convierte en un asesino. Venganza de un pequeño hombre de negocios.
A Anders le dispararon por la espalda. Él llevaba un arma, pero no había tocado el arma. El arma había sido encontrada cuando la policía hizo rodar el cuerpo. Estaba en la cinturilla de los gigantes pantalones de cantante de rap de Anders. A quienquiera que se le inculpara por el asesinato lo tendría difícil para alegar defensa propia.
—¿Eso es todo? —Pregunté a Morelli.
—Por ahora.
Morelli llevaba vaqueros, botas y camisa de manga larga, las cuales llevaba dobladas. Tenía su pistola de servicio amarrada a su cinturón. Él agarró su chaqueta caqui de uno de los ganchos de la pared del vestíbulo y se la puso.
—Apreciaría que no tomaras ningunas vacaciones a países extranjeros durante un par de días, —dijo él.
—Caramba, y tengo billetes a Mónaco.
Él me dio un golpecito bajo la barbilla, sonriendo y se marchó.
Miré fijamente la puerta cerrada por un momento. Un golpecito bajo la barbilla. ¿Qué era esto? En el pasado, Morelli habría intentado meter su lengua dentro de mi garganta. O al menos haría una sugerencia lasciva. Sospechaba de su golpecito bajo la barbilla. Ahora que pensaba en ello, él había sido un perfecto caballero cuando había traído la pizza. ¿Y en cuanto a anoche? Se había marchado solo con un apretón de manos.
Me eché un vistazo en el espejo del pasillo. Mi pelo todavía estaba aplastado bajo el tejido del gorro. No era realmente sexy, pero esto nunca había detenido a Morelli antes. Me saque el gorro y mi pelo saltó de el. Eek. Que bien que me lo había dejado puesto.
Regresé a la cocina y marqué el número de Ranger.
—¿Si?, —dijo Ranger.
—¿Nadie se está jactando de haber asesinado a Ronald Anders?
—Nadie se jacta de nada en estos días. Las calles están tranquilas.
—¿Guerra de territorios?
—No lo se. Un par de jugadores están perdidos. Un par de traficantes están muertos. Tengo algunas calientes pendejadas sobre el asesinato de gente.
—¿Sobredosis?
—Eso es lo que dicen los certificados de defunción.
—¿Piensas en algo distinto?
—Siento algo oculto, nena.
Colgué y un minuto más tarde el teléfono sonó.
—Tenemos algo entre las manos, —dijo Lula.
—¿Algo?
—Recibí una llamada de Jackie, y no pude darle algún sentido a lo que dijo. Algo sobre como su chulo la abandonó otra vez.
—¿ Dónde está ella?
—Está en los Apartamentos FancyAss. Ha estado allí día y noche, y parece drogada. Le dije que esperara justo donde estaba, y que nosotras iríamos tan rápido como pudiéramos.
Quince minutos más tarde aparqué en el estacionamiento de RiverEdge. El cielo estaba negro y denso sobre todos los espacios iluminados por la luz artificial de las elevadas lámparas de halógeno. Jackie había aparcado su Chrysler bajo uno de esos espacios. El río estaba a un bloque de distancia, y la niebla helada se arremolinaba alrededor de las lámparas y los coches estacionados.
Jackie estaba de pie al lado de su coche, agitando sus brazos mientras le gritaba a Lula, y Lula le respondía gritando a Jackie.
—Cálmate, —decía Lula—. ¡Cálmate!
—Él está muerto, —gritó Jackie—. Muerto, muerto, muerto. Jodidamente muerto. Muerto como un maldito pomo. ¡Qué una perra!
Miré a Lula, y Lula me dio un encogimiento de no-lo-sé.
—Solo me dijo que estaba aquí, —dijo Lula—. No pude conseguir que dijera algo además de el hijo de puta está muerto. Tal vez está demasiado drogada. Tal vez necesitamos conseguir algo para calmarla.
—No estoy drogada, estúpida, —dijo Jackie—. Intentó decirte que él está muerto, y tú, joder, no escuchas.
Miré alrededor del aparcamiento.
—¿Está muerto en alguna parte cerca?
Realmente quería un no sobre eso. Yo ya había tenido mi cuota del milenio de muertes.
—¿Ves ese arbusto grande cerca del contendeor de basura? —dijo Jackie.
—Sí.
—¿Ves ese feo pie de asno sobresalir de ese arbusto grande?
¡Madre mia! Tenía razón. Había un pie que sobresalía del arbusto.
—Mierda, Jackie, —dije—. Tú no mataste aquel pie, ¿verdad?
—No, no maté aquel pie. Esto es lo que he estado intentando decirte. Alguien me acosa. He estado sentada aquí afuera, congelando mi culo, esperando matar a ese hijo de puta de Cameron Brown, y alguien me golpeó. ¡Esto no es justo!
Jackie se dirigió hacia el contenedor de basura con Lula y conmigo apoyándola para sostenerla.
—Decidí esperarlo en el coche, —dijo Jackie—. Entonces vine a aquí con una bolsa de basura, y la lance al contenedor, y vi como un reflejo de luz. Y miro un poco más cerca, y vi que era un reloj. Y luego vi que estaba atado a una muñeca. Y me dije, Maldita sea, conozco ese reloj y esa muñeca. Entonces cavé un poco y mira lo que encontré. Mira lo que desenterré de la maldita basura.
Ella se paró en el arbusto, agachándose, agarró del pie y arrastró el cuerpo de un hombre.
—Solo mire esto. Él está muerto. Y si esto no es lo suficientemente malo, se ha congelado sólidamente. Este hijo de puta es un gran helado. Ni así consigo verlo putrefacto. Maldición.
Jackie dejó caer el pie y le dio una buena patada al congelado Cameron en las costillas.
Lula y yo brincamos atrás y aspiramos aire.
—Maldición, —dijo Lula.
—Esto no es ni la mitad de todo, —dijo Jackie—. He estado sentada aquí esperando pegarle un tiro, y eso es lo que voy a hacer.
Jackie abrió su abrigo, sacando una 9 mm Beretta de sus leotardos y apuntó en medio de las cejas de Cameron. Cameron dio un giro por el impacto, pero la mayoría de las balas no tenían mucho efecto, excepto el de poner varios agujeros extras en varias partes del cuerpo.
—¿Estás chiflada? —gritó Lula—. ¡Ese tipo esta muerto! ¡Estás disparándole a un muerto!
—No es mi culpa, —dijo Jackie—. Quise dispararle mientras estaba vivo, pero alguien me la jugó. Solo hago lo mejor en una mala situación.
—Has estado bebiendo, —dijo Lula.
—Un maldito skippy©. Me habría congelado hasta la muerte si no tuviera un poco de vez en cuando.
Jackie levantó el arma, contemplando donde descarga más rondas en Cameron.
—Espera, —dijo Lula—. Oigo sirenas.
No nos movimos y escuchamos los gritos, nino-nino-nino.
—¡Vienen en esa dirección! —dijo Lula—. ¡Cada cual por su lado!
Corrimos a nuestros coches y salimos al mismo tiempo, casi chocando entre nosotras intentando salir del aparcamiento.