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Tal negativa provoca un tumulto mayúsculo, pero como todo el mundo mete baza, Emil acaba obteniendo el visado. El incidente debería enseñarle a callar, pero qué culpa tiene él si posee el don de lenguas, si habla bien el ruso y el alemán, se expresa correctamente en inglés, en francés, en húngaro y no se desenvuelve nada mal en la mayoría de las lenguas de Europa central y de los países escandinavos. A veces lamento esa facilidad mía para hablar lenguas extranjeras, deplora, contrito, tras ese episodio. No es bueno conocer tantas. Siempre te ves obligado a hablar y a contestar. Así es, Emil.

Tras ese asunto, llega a Francia bastante enfadado, como en Berlín el día en que todo el estadio se rio de él. Y quizá por venganza bate el récord mundial de los cinco mil metros en el estadio de Colombes. Lo bate sólo por un segundo, pero era el único que le faltaba en distancias de fondo, lo cual, de ocho récords del mundo, nos pone en nueve. Cuando el público reclama una vuelta de honor, se permite el lujo de correr cuatrocientos metros más para complacerlo, a todo tren, como si acabara de realizar un esfuerzo irrisorio. Después, pese a su calvicie, adquiere un cepillo de pelo de nailon, modelo desconocido bajo el cielo checoslovaco. Pero debe de ser para Dana, porque compra también un jabón perfumado con almendra y un tubo de Rouge Baiser.

Y, ya puestos, mejora en Bruselas su propio récord planetario de los diez mil metros. Podrá parecer ya un acto de rutina, pero las autoridades checas se muestran muy sensibles a dicha rutina, y en su singular aritmética: Colombes + Bruselas = ascenso al grado de teniente coronel.

No sé qué opinaréis vosotros, pero a mi juicio tantas proezas, tantos récords y trofeos, empiezan quizá a hartar un poquito. Y muy a punto, porque Emil va a empezar a perder.