CAPÍTULO X
LA CERRADURA DA VUELTAS
Prince se sentó en una de las confortables sillas antigravedad y colocó los papeles delante de él, en una agitada confusión que era totalmente rara para su correcto temperamento. Su corazón latía como un martinete de fragua. Tenía sudor frío en su cara. Pasaba sus fuertes dedos por su cabello grisáceo.
—Johnny —dijo cuando finalmente recobró su coherencia para hablar—. ¡Johnny, he hecho el descubrimiento del siglo! ¡Tal vez de cualquier siglo! ¡Qué repercusiones va a tener! ¡Solamente los dioses en el cielo lo saben!
Denver fue al bar y mezcló un fuerte Aleo para su amigo.
—No te había visto nunca así, Grenville —comentó Johnny—. ¿Qué es lo que no marcha?
—¿Qué es lo que no marcha? —Prince se desahogó con una seca, vacía carcajada—. ¡Rayos y centellas, qué es lo que no va dirás! Si yo de repente te dijera que las cosas no son lo que parecen y que ¡no sé cómo explicártelo! Dame unos minutos para que recobre mis sentidos... ¡Esto ha chocado contra mí como si fuera un bomba! ¡Me siento como si mi mundo hubiera explotado a mi alrededor! —Se tragó el Aleo y devolvió el vaso vacío.
—Es una buena mezcla, Johnny. Dame otro.
—Como quieras. —El sondeo de Denver entró curiosamente en la mente del psiquiatra. Regresó agitado.
Había tal confusión de miedo, horror y de pensamientos alborotados e indómitos, Johnny Denver no repitió el experimento. El pulso del psiquiatra estaba disparado.
La curiosidad consumía a Denver.
—¿Qué diablos es esto? —dijo abruptamente—. No puedo esperar por más tiempo. Tú me vuelves loco.
—Ven quiero saberlo. ¡Dime los hechos!
—Probaré empezando desde el principio —dijo el psiquiatra, recuperando el dominio de sí mismo al final—. Comenzaré por el principio... Tuve esta indómita, descabellada teoría, hace algunos días, cuando este extravagante asunto empezó, cuando tú viniste a verme con tu problema. He estado trabajando sobre este asunto, he estado investigando, no me preguntes dónde ni cómo, he estado sacudiendo la vida de cada museo y de cada librería en el sistema. He gastado una pequeña fortuna en llamadas a archivos y librerías, me he puesto en contacto con todos los grandes estudiantes de la antigüedad de la literatura prehistórica de la Tierra y... ¡lo he descubierto! Deja que abrevie y verás en qué lío te has metido. Hace innumerables miles de años, antiguamente, en la Tierra tenían un juego llamado ajedrez. Se jugaba en un tablero de 64 cuadros...
Johnny Denver le miraba y fríamente.
—Adelante —le dijo con suavidad, pues empezaba a comprender la terrible verdad.
—Este juego era muy popular y antiguo. En el tiempo en que la civilización del siglo veinte alcanzó su cumbre, era un juego reconocido internacionalmente como el más grande de todos los juegos de habilidad. Era un juego de pura habilidad. Cada jugador tenía dieciséis piezas. Te voy a describir cuidadosamente estas piezas. Mira, en este diagrama, hay ocho peones; formaban la primera fila, es decir, el frente. Cada peón podía moverse dos cuadros en su primer movimiento y en lo sucesivo un cuadro solamente. No podía ser movido a un cuadro que ya estuviera ocupado por una pieza de su mismo color. Podía moverse a un cuadro que estuviera ocupado por una pieza contraria cuando estaba en una posición para tomar esta pieza. Ahora bien, no podía tomar esta pieza directamente; podía ser «tomada» solamente en sentido diagonal.
»Sí, aunque ello era muy difícil, un peón llegaba a ocupar el lado opuesto del tablero, la primera fila del enemigo, entonces podía cambiar su peón por cualquiera otra pieza que el jugador deseara. Siempre lo cambiaba por una reina, o casi siempre. Las reinas eran las piezas más importantes del tablero. Pero voy a continuar explicándote el resto de las piezas.
»En cada rincón del tablero los jugadores tenían dos piezas llamadas «torres» o «castillos». Tengo ilustraciones de estas piezas aquí; mira, es como una miniatura de una torrecilla o torre. En alguno de los juegos primitivos se les representaba como los castillos que se ponían a lomos de elefantes, castillos que se empleaban en las guerras primitivas en los pasados tiempos prehistóricos, en la Tierra.
»Después de estos castillos habían los «caballos». El caballo podía moverse de una manera peculiar; avanzaba a un cuadro directamente y entonces diagonalmente a otro. Era la única pieza en el tablero que podía saltar. No importaba si una pieza propia u opuesta ocupaba el cuadro, siempre podía cruzar a condición de que el cuadro donde acaba su movimiento estuviera vacío o bien ocupado por una pieza del enemigo que él deseaba tomar.
»Después de los caballos venían los «alfiles»; originalmente eran llamados arqueros. El testimonio histórico tiene la tendencia de ser algo contradictorio; pero esto es aparte. Los alfiles podían moverse solamente en las diagonales de un lado a otro del tablero si era necesario. No había limitación sobre el número de cuadros en que podían moverse, siempre que no dieran la vuelta en un rincón y se mantuvieran dentro de sus propios colores. Si había un alfil en los cuadros negros y otro en los cuadros blancos, un alfil negro no podía moverse a los cuadros blancos y el blanco no podía moverse a los cuadros negros.
»Y ahora llegamos a la pieza más importante, al «rey»; él únicamente podía moverse a un cuadro en cualquier dirección y de su seguridad dependía el ganar o perder el juego. La reina era vital también. La reina podía moverse en cualquier número de cuadros en cualquiera dirección. Era la pieza luchadora más poderosa del tablero. Podía ir directamente a lo largo de los laterales, de los horizontales, de los verticales, de los diagonales... La única cosa que no podía hacer era competir con el movimiento de un caballo. Tenía la fuerza combinada de un alfil y de una torre o castillo.
Denver estudiaba los diagramas con atención, moviendo la cabeza. Todo esto encajaba fantásticamente con los sueños extraños que había tenido y con la rara sensación de tener algo detrás y controlando la organización de la cual él era parte integrante. Empezaba a ver la cosa con claridad por primera vez y la enormidad de la increíble verdad se desató sobre él como si fuera un huracán.
La voz tranquila, sin remordimientos, la voz del psiquiatra, continuó:
—Como te decía —añadió Prince, que había recobrado el completo dominio de sí mismo—. Todo encaja en este loco ejemplo; te he explicado cómo este prehistórico juego de la Tierra se jugaba. No me he detenido en detalles, pero lo esencial es que tú capturases el rey de tu rival, ocupando una posición desde donde puedas tomarlo en el próximo movimiento. Esta jugada se llamaba jaque al rey. Parece, según algunos libros de historia que yo he consultado para mí investigación, aunque la mayor parte de éstos eran manuscritos y fragmentos de manuscritos hechos jirones y de un valor inapreciable que tenían miles de años, esto venía de dos palabras persas. Persia fue uno de los países antiguos de la Tierra. La palabra persa para rey era «Sha», y la versión inglesa de «Shat mat» quiere decir «el rey está muerto». Comprenderás que el rey, aunque comparativamente sin poder, es al mismo tiempo la pieza más vital en el tablero, el objeto del ataque.
—¿Pero quiénes son los jugadores —preguntó Denver perplejo— si como tu sugieres nosotros somos las piezas?
—Oh, yo no soy —dijo el psiquiatra—. Yo no soy parte de tu organización. He estado ocupándome para saber quién está envuelto en este juego. Ven aquí, mira estos diagramas...
—¿Pero y los jugadores? ¿Quiénes son los jugadores?
—Oh, unos seres fantásticamente poderosos.
—¿Quieres decir una especie de seres sobrenaturales?
—No. No pienso que nada es sobrenatural —contestó el psiquiatra— excepto tal vez una gran realidad detrás del universo. Pienso que hay fuerzas cósmicas enormes, fuerzas cósmicas inteligentes, que se hallan tan por encima del Gishgilks como los Gishgilks están por encima de nosotros; pienso que estas cosas trascienden el Tiempo y el Espacio, pero no son dioses, porque no son particularmente buenos. Uno de los atributos esenciales de una divinidad debe ser la bondad completa y absoluta. La bondad absoluta no puede ser reconciliada con el uso de criaturas vivientes, como piezas en juego.
—¿Cuál es tu teoría, entonces? —inquirió Denver.
—Bien, es sólo una teoría —dijo Prince—, pero creo que encaja con los hechos tan cerca como cualquier cosa que no podrías jamás retener. En algún sitio, más allá del tiempo y del Espacio, mucho más grande que nosotros, más grande aún que los Gishgilk, aunque más, mucho más pequeño que el Dios universal, hay criaturas. Lo que son esas criaturas, los cielos lo saben; pero una de esas criaturas se sirve de ti como si fueras su rey, simplemente porque eres un telépata, para transmitir sus instrucciones al otro jugador. Puede ser que hay algo en tu mente de telépata, que no lo puede alcanzar y no puede alcanzar a los otros. Tú eres su Cuadro de Control, su Cuartel General Divisionario si tu quieres. La otra criatura se está sirviendo de Gus Tremayne, usando su organización como sus piezas... porque él es también un telépata.
—Comprendo —dijo Johnny Denver—. ¿Y que se sabe de lo pasado en la nave? ¿Qué ocurrió allí? En un momento estábamos a bordo de la «Silver Eagle» y un instante después ya no estábamos. Fuimos sacudidos, arrancados.
—En un minuto tú y los hombres estabais a bordo de la «Silver Eagle» al siguiente minuto ya estabais dispersos alrededor. Pero fue una dispersión casual. ¿Puedes imaginar que los sesenta y cuatro planetas del Sector ZG3/M2 corresponden a los cuadros del tablero del ajedrez? Ahora bien, los dos jugadores han colocado sus piezas en un orden especial. Cuando el ajedrez se jugaba en la Tierra, las piezas se guardaban en una cajita, se sacaban y se disponían... tanto si estas piezas querían ser arregladas o no.
—¿Y quieres decir que nosotros fuimos arrastrados por alguna fuerza cósmica y arrojados sobre los mundos en donde nos querían?
—Justamente de esta manera —convino el psiquiatra.
—Dios mío —dijo vacilante Denver—. Mientras esas fuerzas existan, la vida de un hombre no es su propia vida, no le pertenece.
—Es un pensamiento espantoso —aceptó el psiquiatra—. Quince Ambrose, tú sabes, era el peón de una torre; Roger Bennet era el peón de un caballo; Sam Charlton era el peón de un alfil. Ellos estaban en G 8, G 7 y G 6, respectivamente, Tom Davis estaba inmediatamente enfrente de ti; era el peón del rey. La pieza que de acuerdo con estos manuscritos se movía la primera, o casi siempre, o bien para empezar el juego y atacar o para abrir la defensa, era el peón del rey. Próximo a él, Urquhart Ericson, inmediatamente delante de Natash el Gishgilk, era el peón de la reina. Y el Gishgilk, el miembro más poderoso de tu organización, es la reina.
»Vernon Frisby, delante de Hertag, tu Garak en G 3, era el peón del alfil de tu reina, y Will Greer enfrente de Natak, tu Zurg, era el peón del caballo de tu reina. Xavier Harris que fue arrojado a G 1, inmediatamente delante de Samzang, el Pralos, era el peón de la torre de tu reina, o, como lo puedes describir el peón del castillo de tu reina. Esto nos muestra las mayores piezas del juego a favor de los humanoides. Samzang, el Pralos, es tu torre o castillo en el lado de la reina, en el cuadro H 1, o en este caso en nuestro sector galáctico, en el planeta H 1, en el sistema Phenon; arriba, en el otro extremo, Reezang el Pralos, en H 8, está la torre o castillo de tu rey. Los dos caballos son los dos Zurgs, Flerhboj y Natak. Mashtahg y Hertag, los dos Garaks de diferentes subespecies, son su alfil en los cuadros negros y tu alfil en los cuadros blancos; cada uno de ellos puede atravesar diferentes diagonales. Todo el complot es diabólicamente hábil. Los paralelos son tan cerca como es conveniente, perfectos. Piensa de nuevo; tienes a Natash, el Gishgilk; un Gishgilk puede moverse en un impulso más rápido que la luz, y puede, por lo tanto, igualar todo lo que un Pralos puede hacer. También dispone de teleportación y puede hacer lo mismo que un Garak. Una cosa que no puede hacer es emular los movimientos de un Zurg; así, pues, una reina puede igualar una torre y un alfil juntos, puede moverse ya en línea recta o diagonalmente. de la misma manera que un Gishgilk puede anular a un Garak y a un Pralos y es más fuerte que un Gishgilk y un Pralos combinados. Pero es incapaz de emular el extraño salto cuatridimensional de un Zurg, lo mismo que una reina en un tablero de ajedrez no puede imitar los movimientos de un caballo, aunque puede hacer casi todos los movimientos, compara el poder de las piezas en un tablero de ajedrez con el poder de seres sensibles en tu organización... tu ejército, tu partido, tu juego de piezas, llámalo como quieras, el paralelismo, la comparación, es absolutamente fantástica.
»Tienes ocho peones humanoides en un tablero de ajedrez; el peón no es particularmente poderoso, puede moverse un cuadro a la vez. aunque en el sitio adecuado puede hacer un daño considerable. Así, un peón en un tablero de ajedrez puede tomar una pieza mayor si esta pieza mayor es bastante tonta para ponerse en su camino. Así los hombres son peones perfectos en este galáctico juego de ajedrez. Ahora vamos a tomar la próxima pieza más fuerte. En el tablero al peón se le da el valor de 1. Algunas autoridades dan valores ligeramente diferentes, pero nosotros nos atendremos al sistema más sencillo de acuerdo con los fragmentos de antiguos manuscritos que he podido encontrar tratando sobre esta materia... y cuando te digo que ésta es una de las más oscuras investigaciones que yo jamás haya emprendido, pienso que empezarás a apreciar la magnitud de nuestro descubrimiento... Aparte de estas extrañas referencias, el ajedrez no es un juego olvidado. Humanoides o peones pueden viajar solamente en cohetes subvídicos, por lo tanto son todas las piezas más lentas del tablero y nosotros somos los más lentos viajeros de la galaxia.
—Esto tiene sentido —convino Denver—. Veo ahora el paralelismo.
—Los Zurgs... en nuestro partido tenemos a Flemboj y a Natak. Vamos a considerarlos. Ellos pueden saltar a través de la cuarta dimensión a una velocidad muy rápida pueden despistar la maniobra de un humanoide en cualquier momento, pero tampoco pueden cruzar el sector galáctico en un salto rápido. Ellos necesitan tres o cuatro saltos para atravesarlo, pues son comparativamente más listos que los Garaks. Los Garaks tienen un poder de teleportación, pero limitado a ciertos mundos. El alfil en el tablero de ajedrez es el equivalente del Garak en nuestro tablero de ajedrez galáctico. Lo mismo que el alfil está confinado a su diagonal en los cuadros de un color, así el Garak está confinado a viajar a lo largo de líneas diagonales, entre ciertos planetas solamente, dependiendo sobre las subespecies a las que pertenece. Así el Zurg es superior al humanoide como pieza de lucha y el Garak es ligeramente superior al Zurg. Tenemos, por lo tanto, una marca de un punto para los peones humanoides; dos puntos para los Zurgs o caballos; y dos puntos y un cuarto para los Garaks o alfiles. Y ahora llegamos a las piezas realmente más importantes. Los Pralos, con su marcha más rápida que la luz, son mucho más fuertes, y mucho más maniobrables que los Zurgs o los Garaks, aunque un Garak puede viajar tan rápidamente como un Pralos, lo mismo que un alfil está confinado a los cuadros de un color solamente en las diagonales. El castillo o torre puede cruzar cuadros de cualquier color.
—Comprendo —Denver movió la cabeza.
—Así, pues, hay una diferencia. El Pralos no está limitado de la misma manera que el Garak está limitado. Los Pralos con sus naves supervídicas son muy superiores a los Garaks; así, pues, ahora tenemos: peones humanoides, caballos Zurgs, Garaks alfiles y Pralos como torres. La pieza más importante de todas es la reina, el Gishgilk. Aunque se le llame reina, es de hecho el Comandante en Jefe del ejército, pues el juego de ajedrez es una batalla entre fuerzas opuestas. La reina puede moverse en cualquier dirección, siempre que no pruebe de saltar. En la vida real, aquí en la galaxia, un Gishgilk puede igualar la fuerza de un Pralos, moviéndose más rápido que la luz. Puede también igualar el poder de un Garak moviéndose con el poder de teleportación.
Denver se rascaba la cabeza.
—Increíble —suspiró—. El cuadro que presentas es de seres supremamente poderosos, que se han apoderado de Gus Tremayne y de mí porque somos telépatas; nos han hecho reyes contrarios en un partido de ajedrez que no hemos buscado y debemos emplear los equipos de nuestra asociación, en parte a nuestra discreción y en parte a la de ellos, para probar de derrotar al otro. Tú me dices que el único camino que tengo para poder detener esta horrible carnicería es atrapar a Gus Tremayne, para que no pueda moverse...
—O bien —dijo el psiquiatra— permitir a Gus Tremayne que te atrape a ti. Tienes un consuelo Johnny; de acuerdo con las reglas del juego, si estas inteligencias cósmicas juegan según las leyes de la antigua Tierra, tú no podrás ser atrapado.
—Esto es un pensamiento consolador —convino Johnny— pero no borra el hecho que muchos de mis amigos pueden ser matados fácilmente. ¿Ya sabes las intenciones del equipo de Gus Tremayne?
—Sí, he estado en contacto con Tremayne —dijo el psiquiatra— y él tiene una idea absolutamente idéntica a la tuya. Este Lomond, que es el causante de toda la molestia original, es el peón de su rey. También en sus equipos, en lo que atañe a los humanoides, tiene a Zeb Imvood, Alee Johnson, Ben Kelly, Eric McMorris, Fred Naughton, George Ormsby y Harry Philips. Tiene un Pralos llamado Tarfzang y a otro llamado Urzang. Sus Zurgs son nuestros amigos asesinos, Ikzok y otro personaje equino llamado Yarkan. Sus Garaks son Riftag y Guntag, respectivamente y su Gishgilk se llama Devinka. Este es el equipo de Tremayne... O así me lo parece, después de que he estado estudiando lo que sucedió. Tremayne comenzó todo esto; por lo tanto, cualquier ser extraño que esté detrás de él juega con las piezas blancas porque las piezas blancas siempre se mueven primero y comienzan el ataque. El trabajo de las negras es defenderse.
—Comprendo —dijo Denver de nuevo. La enormidad de la situación le fue impuesta aún más fuertemente, aun de una manera más convincente.
—¿Qué vamos a hacer, Grenville? —preguntó—. ¿Qué podemos hacer? No me gusta pensar que soy solamente una pieza, una pieza de juego en las manos de un poder mental cósmico gigantesco. ¡Quiero ser el capitán de mi alma, el maestro de mi destino una vez más!
—La única solución que veo para liberarte —contestó Grenville— es terminar el juego. He practicado alguna investigación, y pienso que tu única esperanza es probar y negociar un empate.
—¿Qué diablos es esto? —preguntó Denver.
—Un empate o tablas es una situación en un tablero de ajedrez en la que el rey no puede moverse sin que se ponga en posición de jaque y en donde otros movimientos no son posibles. Para conseguir esto, es claro que tendremos que trabajar con Tremayne, dado que si tú y Tremayne cooperáis es posible crear la situación de jaque.
—Muy bien. Entonces, si puedes hacer los arreglos necesarios, encontraré a Tremayne. Tenemos que parar este maldito juego antes de que ellos nos destruyan —afirmó Denver.
—Convenir —dijo el psiquiatra—. En alguno de los juegos que he leído con mucha frecuencia, hasta treinta piezas podían ser retiradas del tablero dejando sólo los dos reyes, oponiéndose el uno al otro; imagínate la carnicería: Pralos, Zurgs, Garaks y Gishgilks, todos muertos. Todos los humanoides, excepto tú y Tremayne. Es un cuadro bastante horrendo, ¿no es verdad? Cuanto más tardemos más probable es que ocurra. Lo que debemos hacer es sobrepasar la astucia de los genios cósmicos jugando su propio juego. Las mismas piezas ayudarán. Será como si el muñeco de un ventrílocuo empezara a contradecirle o como si una marioneta súbitamente se hubiese separado de sus cuerdas y se pusiera a bailar una pequeña danza independiente, ejecutándola de su propia y libre voluntad. Las piezas están jugando contra los jugadores de ajedrez.
—¿Quieres decir que eso sería así si conseguimos que Tremayne coopere?
—Tremayne no es un hombre excesivamente amable —convino Prince—, pero no es tonto. Tremayne es lo suficientemente inteligente para no desear destruir su propia organización, para aceptar divertir a alguna clase de dios cósmico...
Denver se interrumpió, diciendo:
—Has afirmado que este juego era conocido en la Tierra hace cientos de miles de años, en los tiempos primeros antes del gran movimiento colonial.
—Así lo prueban las viejas crónicas —contestó el psiquiatra—. ¿Qué hay en tu cabeza, Johnny?
—Varias cosas. ¿Piensas que esas inteligencias cósmicas originalmente podían haber vivido en la Tierra? —preguntó Denver.
—Este pensamiento pasó por mi mente —admitió Prince—, pero creo que fue al revés. El ajedrez es más que un juego; para los verdaderos entusiastas, aparentemente era una clase de vida; vivían casi para esto. Había profesionales que no hacían otra cosa; lo comían, lo dormían, lo respiraban, lo absorbían a través de los poros de su piel. Lo era todo para ellos. Para ellos vivir era ajedrez... y más ajedrez... y todavía más ajedrez. Sus cerebros se desarrollaban en 64 modelos de cuadros. Y no me sorprende.
—Puedo comprender, por lo poco que me has dicho, que debía tener una tremenda fascinación —dijo Denver.
—El ajedrez —afirmó el psiquiatra—, es un juego atractivo, tan absorbente que yo creo que a pesar de la inventiva de nuestros antepasados en la Tierra, no estuvo en su poder el inventarlo.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Denver incrédulamente.
—No hago una afirmación categórica —dijo el psiquiatra— pero mi teoría es que esos seres inoportunos que están ahora sirviéndose de ti y de tu organización y de Tremayne y de la suya, no aprendieron ajedrez de nuestros antepasados terrícolas, ¡ellos se lo enseñaron!
—Comprendo lo que quieres decir —dijo Denver—. Lo que has visto del juego es tan brillante y tan complicado que no fue invención de una mera mente humana. Se la dieron de fuera, del exterior.
—Sí, y se les puede haber dado de la manera que ahora se da de nuevo a esta generación —dijo Prince.
Denver se mordió los labios, pensativo.
—Esto tiene sentido —dijo lacónicamente—. Puede ser que estos superseres se sirvieran de hombres de la Tierra de diferentes fuerzas, en los tiempos prehistóricos, se sirvieran de reyes y de gobernadores, y de caballeros, para jugar una serie de juegos de ajedrez a través del tablero de la historia de la antigua Tierra.
—Exactamente esto —convino el psiquiatra—, y en alguna parte, de alguna manera, dieron con un telépata como tú, o como Tremayne, quizás una de las figuras legendarias, Nostradamus tal vez, o la Madre Shipton, o una de las llamadas «videntes» o uno de los profetas. Ese gran vidente, o profeta, o telépata analizó lo que estaba pasando. Comprendió que él y su pueblo eran usados como piezas de un juego y así fue como se conoció el ajedrez en la Tierra. Una vez conocido el juego, llegó a ser peligroso para que los dioses jugaran con él. Lo podían jugar solamente en donde no era conocido.
—Comprendo lo que quieres decir —respondió Denver—. La salvación de nuestro sector galáctico, descansa en extender el conocimiento del juego, de manera que los seres sensibles comprendieran lo que estaba pasando. Una vez conocido el juego, llega a ser increíblemente claro y simple lo que está ocurriendo. ¿Piensas que es simplemente mala suerte que nuestro sector ZG3/M2, esté montado de esta manera?
—Bien, creo que es una coincidencia increíble —contestó Prince— y es otra coincidencia que esos seres, en su impulso a través del Tiempo y del Espacio, la descubrieron, revelándose en su mente como un tablero ideal de ajedrez. En particular, cuando los paralelos entre Gishgilk y reinas humanoides, y peones, Pralos y torres, Garaks y alfiles, Zurgs y caballos llegaron a verse claro.
Denver movía la cabeza pensativamente.
—Así pues hay dos caminos de acción que debemos emprender ahora —dijo—. Primero debemos saber todo lo que podamos de este juego, y segundo debemos propagar su conocimiento; nuestro último objetivo debe ser terminar en tablas tan rápidamente como sea posible.
La mente brillante del psicólogo y la mente magnífica del telépata, se pusieron a trabajar con los diagramas que Prince había dibujado. Los pedazos de información que había recogido de antiguas y secretas fuentes fueron estudiados, hasta que comenzaron a tener un conocimiento práctico del ajedrez.
Durante cuarenta y ocho horas no hicieron nada más que estudiar los fragmentos...
—Lo más importante antes que podamos realmente analizar en serio el ajedrez —dijo el psiquiatra— es aprender estos apuntes de memoria. Cada cuadro en el tablero tiene un nombre. —Señaló otro diagrama que había dibujado— y esto es una de las cosas que encuentro más difícil de asimilar, porque en nuestro sector galáctico, en el enrejado del mapa, la nota está exactamente al revés de la anotación que generalmente se empleaba. En las antiguas anotaciones, las letras del alfabeto iban de izquierda a derecha, es decir, con H en el fondo en el rincón a mano izquierda y con H en el fondo en el rincón a mano derecha. Los números de los cuadros estaban arriba del tablero 1, 2, 3, 4 y así sucesivamente. En la referencia del enrejado nuestros extraños superseres que trascienden el Tiempo y el Espacio han colocado sus piezas arriba con las anotaciones en el enrejado inclinadas a noventa grados, de manera que los números se encuentran a lo largo en la base de los cuadros en vez de las letras. Estas letras sustituyen los números. La notación alternativa, y las más viejas en la Tierra, era el uso de los nombres de las piezas y después un número que iba de los extremos opuestos del tablero. Era siempre convencional emplear blanco en el fondo del diagrama y negro en la parte superior. De la manera que tenemos nuestro diagrama galaico montado, lo que llamamos H 8 podrá alternativamente ser conocido como A 1. No lo tienen solamente cabeza abajo: también lo tienen mal alrededor. Tienen blanco donde tenemos negro, tal vez lo hicieron deliberadamente para crear la confusión y los investigadores que conocieran alguna de las antiguas referencias sobre ajedrez. Con la pieza blanca en el fondo del tablero y recordando que somos negros, entonces las piezas de Tremayne empiezan en el cuadro A 1. uno de los seis mundos del sistema Berin. En el viejo sistema de la Tierra de numerar los cuadros. A 1 en el sistema Berin sería realmente 1 A; el próximo cuadro también en el sistema Berin que es A 2. en nuestra referencia sería 1 B. El cuadro que llamamos A 3 sería actualmente 1 C. El cuadro que llamamos A 4 sería actualmente 1 D y así sucesivamente. El cuadro que llamamos B 1, también en el sistema Berin de los seis mundos sería A 2. El cuadro que llamamos C 1 sería A 3 y así hasta el cuadro que llamamos H 1 en el sistema Phenon que sería realmente A 8.
La mente de Denver estaba confusa; era una mente magnífica; también, lo era la del psiquiatra, pero hay un límite, para las más preclaras mentes de los humanos, y también para la impresionante mente de los telépatas.
—Pienso que utilizaremos la otra anotación, la que tiene los cuadros nombrados según las piezas; así aquí tenemos blancas en el fondo; esto simplificará las cosas inmensamente. Ahora bien, el cuadro que llamamos A 1 que está en el campo de Gus Tremayne, es realmente el cuadro de la torre de la reina de las piezas blancas. El cuadro que llamamos A 2 está en el cuadro del caballo de la reina. El cuadro que llamamos A 3 es realmente el alfil del cuadro de la reina. El cuadro que llamamos A 4 está en el cuadro de la reina. El propio Gus que está en A 5, está actualmente en el cuadro del rey. En lo que se refiere a las piezas blancas, y a A 6, tenemos el alfil del rey; en A 7 el caballo del rey, y en A 8 la torre del rey, o la torre o el castillo del rey, llámalo como quieras. Ahora que tenemos las anotaciones hechas —dijo el psiquiatra— podemos empezar los movimientos en ambas anotaciones y ver si concuerdan. Primero podemos decir que las blancas van desde E 2 a E 4. Las piezas negras de E 7 a E 5, por lo tanto, en la otra anotación podría marcarse PK 4.
»Una vez terminadas las anotaciones básicas, las cosas empezarán a moverse muy deprisa.
El radiófono sonó estridentemente; Denver lo cogió. Un sexto sentido intuitivo le dijo, aun cuando estaba escuchando, quién era exactamente la voz que llegaba.
—Soy Gus Tremayne —dijo la voz—. ¿Es usted el señor Denver?
—Exactamente el hombre con el que deseo hablar —dijo Johnny—. Su amigo Grenville Prince está aquí.
—Quiero hablar con él y también con usted —dijo Tremayne—. Es acerca... es acerca... dijo vacilante.
—Ya sé de que se trata —contestó Denver—. Y creo que tenemos una respuesta a su problema.