El Continente Sumergido


Melville retrocedió un paso enarbolando la pistola apuntando a Eric Magnus, por un instante la idea de que existiera un modo de recuperar a su hija, le había hecho olvidar que estaba atrapado en el barco sumergible de Los Custodios de Dios. Magnus no pareció sorprenderse ante la reacción del detective y sin perder el temple continuó examinando el mapa reflejado en el espejo, anotando cifras en una pequeña libreta. 

—Eso no va a ser necesario —murmuró Eric sin dejar de tomar notas.

John Melville estaba inmerso en una incómoda situación, por un lado existía la posibilidad de recuperar a su hija y por otro su deseo de detener los maquiavélicos planes de aquella secta, puesto que su interés era apoderarse del "arma definitiva" que se mencionaba en el manuscrito.

—Recuerde que me ordenaron no interponerme en su camino y así lo haré. Ahora mismo ambos debemos aunar nuestras fuerzas en un único objetivo: Hallar el continente sumergido.

El detective se acercó un paso, lo suficiente para ver las anotaciones que Eric había garabateado y no necesitó ver demasiado para comprobar que se trataban de coordenadas.

—¿Qué le ha pasado al chico? —A pesar de haberlo presenciado, no pudo evitar interrogar a Eric sobre ello.

El barbudo y redondo rostro de Magnus sonrió presumiblemente por el hecho de haber estado esperando la pregunta desde la desaparición del joven Voynich.

—Lo devolvieron con su familia, de momento su misión se ha completado —afirmó, consciente de que no aclaraba demasiado lo sucedido.

Melville parpadeó varias veces como si fuera un reflejo de su mente intentando asimilar todo cuanto ocurría.

—¿Quién habló a través de él? —musitó tras unos minutos de silencio.

Eric escrutó al detective, como si intentara descubrir hasta donde era prudente revelar los planes que le habían encomendado. Sin embargo la firma dorada que apareció tras la desaparición de Wilfrid Voynich era una revelación en sí mismo.

—John Dee, nuestro fundador. De algún modo el viejo alquimista logró vincular sus conocimientos al manuscrito. Las pruebas previas que hice con el muchacho al inyectar su propia sangre de otra línea temporal dieron como resultado una breve conexión con la consciencia de su "yo" en estado de coma, el único que había resuelto el código del libro. No obstante, en ninguna de las ocasiones estuvo frente al texto, al hacerlo en esta ocasión la consciencia se vinculó con el manuscrito y desencadenó esa comunicación con su autor. Que para nuestra sorpresa ha resultado ser obra del creador de nuestra orden, el alquimista John Dee. Ese es su legado final, y lo hemos descubierto doscientos sesenta años después de su muerte.

El rechoncho detective sintió cierto alivio al conocer que Voynich estaba a salvo. Aquel Eric Magnus no tenía nada que ver con la versión a la que se había enfrentado en la Ciudad Condal. A pesar de haber declarado que no le importaba lo que ocurriera con su línea del tiempo, en el fondo no parecía estar realmente de acuerdo con aquella bravata que le había lanzado en la Biblioteca Nacional Húngara.

—Entonces, ¿nuestro destino es el océano Pacifico? ¿Qué estamos buscando exactamente?

Eric Magnus esbozó una ligera sonrisa. Por fin parecía que el detective cedía a la inevitabilidad de su necesaria colaboración para alcanzar sus propias metas.

—Por la imagen del mapa reflejado en el espejo, parece que señala al desaparecido continente de Lemuria, donde según cuentan se originó nuestra civilización. Actualmente, se supone que se encuentra sumergido en las profundidades marinas del océano.

Melville escrutó fijamente a Eric ante la frase que acaba de pronunciar.

—¿De qué línea procede? Su afirmación me da a entender que es el Eric Magnus de esta línea temporal.

Su oponente no respondió, aunque el hecho de que no lo negara decía mucho más que cualquier palabrería.


٭٭٭

Eric Magnus se adentró sin dilación en el pasillo seguido de cerca por el detective, a pesar del acuerdo de colaboración que habían pactado no deseaba bajar la guardia ni un momento. La idea de que pudiera hacerse con el control de algo llamado "el arma definitiva" le aterrorizaba y por ello accedió al acuerdo, pues si tenía que impedir que lo lograse más le valía estar cerca de él.

Descendieron un nivel por una escalerilla y accedieron a una espaciosa sala repleta de máquinas, que accionaban émbolos y pistones de gran tamaño como nunca los había visto. Desde el otro lado vigiló cada uno de los movimientos de Magnus mientras liberaba a sus secuaces y les daba instrucciones a todos ellos. Finalmente, con un gesto le indicó que se aproximara a la proa del vehículo marino. Mientras se acercaba dedujo que se hallaban debajo del salón. Eric accionó una palanca y pulsó varios botones, satisfecho al ver la cara de perplejidad del menudo detective. El bufido del vapor precedió al mayor espectáculo que jamás hubiese podido imaginar, una compuerta se había elevado dejando a la vista un grueso cristal tras el cual habían surgido dos haces de luz que iluminaban el fondo submarino que se desplegaba ante ellos, varios bancos de peces multicolores se dispersaron ante el repentino resplandor.

—Impresiona ¿Verdad? —La voz grave de Eric rompió el hechizo del fondo marino—. Pues prepárese para lo que viene ahora.

Las gruesas manos apretaron varios botones del panel situado bajo el ventanal de cristal y accionó varias palancas.

Dos rayos de partículas brotaron de algún lugar de la parte inferior del navío estrellándose en la rocosa pared del lecho del río Duna. En el punto donde ambos rayos se cruzaban se produjo un estallido, que se transformó en un torbellino energético de proporciones descomunales. Una preocupante vibración recorrió todo el casco.

—¡¿Está loco?! ¡Detenga esta insensatez! —exclamó Melville al reconocer la ruptura del Éter que se había formado frente a ellos.

—Le recomiendo que tome asiento el viaje suele ser turbulento —Sonrió ante el puro terror reflejado en el rostro del detective.

Melville se disponía a gritarle algunas maldiciones pero su boca se limitó a quedarse abierta.

—¡A toda máquina! —ordenó Magnus por el tubo de cobre que surgía de la pared a su derecha.

El ruido de los pistones se aceleró aumentando su volumen sonoro, hasta convertirse en el ensordecedor sonido de un gigantesco martillo golpeado una fragua.

El desgarro del tejido del Éter se fue ensanchando a medida que el bajel se aproximaba a su epicentro. Melville se dejó caer en una silla y se aferró con fuerza a los reposabrazos, mientras veía como se adentraban en el remolino de energía. Su peor pesadilla se había hecho realidad y el recuerdo del incidente temporal ocurrido en la Ciudad Condal le sobrevino sin piedad. El día que su hija y toda una barriada quedaron atrapados en tiempo solidificado, sobre el cielo se había formado un fenómeno muy parecido al que tenían delante en aquellos momentos. El instinto inicial le hizo cerrar los ojos. Segundos después se obligó a abrirlos de nuevo. La necesidad de conocer como se había sentido su hija cuando la fisura en el Éter los paralizó fue mayor que el sentido común. Conocer de primera mano aquel evento podría serle útil si llegaba a encontrar el modo de rescatarlos.

El barco sumergible cabeceó para luego acelerar en su avance, el torbellino lo engulló como un gigantesco cetáceo se tragaría a un pececillo, la realidad del río desapareció por completo.


٭٭٭

El entorno al barco se fue solidificando como si se estuviera sumergiendo en una gelatina viscosa, Melville luchaba contra su deseo de obligar a Eric Magnus a dar media vuelta al ver como la proa del sumergible se abría paso en aquel extraño lugar.

—¡¿Qué demonios es eso?!

Eric se volvió un segundo para deleitarse en la estupefacción del detective, acto seguido centró de nuevo su atención en la navegación de bajel, accionando botones a medida que avanzaban.

—Lo que está viendo es el Éter. La sustancia que mantiene la cohesión de todo el universo —explicó el interpelado.

—¿Estamos cortando la que mantiene unido toda la materia? —De nuevo la idea de una catástrofe parecida a la ocurrida en Ciudad Condal le hizo estremecer.

Eric permaneció en silencio unos instantes corrigiendo la trayectoria que estaban siguiendo.

—En realidad no la estamos cortando, sólo fluye a nuestro alrededor. Entiendo su inquietud, pero no tiene de que preocuparse. Nosotros aprendimos mucho del incidente temporal ocurrido en su ciudad.

Melville apenas oyó la afirmación de Magnus. Sus ojos se habían quedado fijos en un punto a unos pocos metros por delante del barco. Una forma familiar parecía flotar en aquella espesa masa. Una punzada de dolor le sacudió el pecho a medida que se aproximaban, sin pensarlo se levantó de la silla a pesar de las continuas sacudidas a las que el buque se veía sometido. Intentando no perder el equilibrio llegó hasta el panel donde Eric gobernaba la nave.

—¡Mire allí! —Le urgió señalando la figura femenina que se perfilaba cada vez más y de la que no le quedaba duda acerca de su identidad—. ¡Es mi hija! ¡Tenemos que sacarla de ahí!

Eric, sin responder a su petición, se limitó a señalarle varias formas más que se perfilaban detrás de la niña. Melville vio una versión adolescente de su hija seguida de otra versión adulta, una versión anciana y finalmente un esqueleto. La misma escena se repitió en todas las personas que estaban atrapadas en el Éter. Melville vio como Eric desviaba la mirada, cuando la forma que se aproximó era su "yo" de la otra línea temporal con la que el detective se había enfrentado.

—¡Tiene que haber una forma de poder rescatarlos! —Insistió desesperado al ver que se iban alejando de su hija.

Eric levantó la cabeza y negó con un gesto de resignación.

—Por desgracia, el Éter los ha sacado de la corriente temporal desplegando su tiempo personal como un arco iris. Para sacarlos primero tendrá que reunificar su tiempo personal y estabilizarlo.

Melville agarró a Eric por el codo, obligándolo a mirarle.

—¿Sabe cómo hacerlo? 

Eric Magnus empezaba a empatizar con la desesperación del detective y no dudó que en alguna línea del tiempo ambos eran amigos, repetir el gesto de negación le resultó más difícil de lo que debía.

—¿Por qué a nosotros no nos afecta? ¿No debería ocurrirnos lo mismo que a ellos? —espetó señalando a las flotantes figuras de los Perdidos en el Tiempo.

Sin perder de vista el camino ante la nave, Eric accedió a responder.

—Según descubrimos, el prototipo usado en Hispania generó un rayo que desgarró la densidad del Éter formando un torbellino muy parecido al que has visto que solidificó el tiempo de todo cuanto tocaba, para cuando lograron apagar el disruptor ya era demasiado tarde. El problema radicó en que no estabilizaron el remolino energético con un segundo rayo, que además crease una burbuja temporal alrededor del vehículo aislándolo de los efectos de la densificación del Éter.

Aquel repentino dato le tomó por sorpresa.

—¿Vehículo? ¡No había ningún vehículo!

Sorprendido Eric meneó la cabeza.

—¿Y cuál cree que era el propósito del experimento? ¿Ver el Nuevo Continente? ¿Cómo un agente del servicio secreto puede ser tan ingenuo? —Ante la perplejidad de Melville Eric continuó con su explicación—. El Proyecto Pegasus no tenía por objeto construir un Visor De Largas Distancias como afirmaron las autoridades de tu país, su misión era crear un vehículo capaz de cruzar largas distancias en segundos y así tomar por sorpresa a los independentistas de Nueva Hispania.


٭٭٭

Las figuras temporales de la hija de Melville fueron desfilando por el lado izquierdo del ventanal de observación del vehículo marino.

—Volveré a por ti —murmuró, al tiempo que un dedo tembloroso retiraba la lágrima que se había asomado en la comisura del ojo derecho.

Si Magnus oyó aquel juramento no dio ninguna muestra de ello. El detective se pasó la mano por la cara en un intento de recobrar la compostura, aferrándose a la afirmación que había hecho John Dee a través del joven Voynich de que estaba en el camino correcto para encontrar el modo de rescatarlos.

—¿Cómo es posible que los veamos aquí si el incidente ocurrió en Hispania? 

—El Éter une el espacio y el tiempo. Está en todas partes y tiempos —respondió Eric.

El desfile de las figuras continuó y en él reconoció algunos rostros familiares, amigos de su hija, miembros de la vieja universidad donde se produjo el incidente. Y finalmente la del profesor Aníbal Dinkel responsable del proyecto Pegasus. John Melville lo siguió con los ojos, le parecía increíble que hubiese traicionado los ideales anti-militaristas que tanto había intentado inculcar a sus alumnos de la universidad. El recuerdo de su paso por ella le asaltó, rememorando una de las numerosas conferencias que el profesor había disertado, acerca de la necesidad de la sociedad de convertir el mundo en un lugar de cooperación y terminar con la competitividad de los países. Se preguntó si el profesor Javier Karen estaría al corriente de las verdaderas intenciones del Proyecto Pegasus.

Eric Magnus accionó varios controles del panel con rapidez y los dos rayos de partículas surgieron de nuevo de la parte inferior del buque, abriendo una nueva brecha en la masa gelatinosa del Éter, en la que se formó un nuevo remolino de energía.

—¡Todos preparados! ¡Vamos a salir del Éter! ¡A mi orden quiero toda la potencia en los motores! —ordenó por el tubo de comunicación—. Melville será mejor que regrese a su asiento. La salida nunca es fácil.

A pesar de su reticencia inicial el detective accedió y regresó a la silla con el corazón compungido por dejar allí a su hija.

La proa del navío se acercó al remolino, las sacudidas por la fuerza circular de las partículas se propagaron por todo el casco de la nave.

—¡A toda máquina! —gritó Eric por el tubo de cobre.

En pocos segundos el bombeo de los pistones se contrapuso a las sacudidas del torbellino y durante unos eternos minutos pareció que el buque sumergible iba a convertirse en un amasijo de astillas de madera, metal y cristal. Sin embargo las sacudidas y los pistones alcanzaron la plena sincronización en el momento en que el fenómeno los engulló por completo. Siguieron avanzando y en el instante en que la punta de la proa salió al otro lado, todo el casco pareció estirarse hacia el infinito. Eric seguía trabajando frenéticamente en el panel de control, alzando la vista al frente en muy contadas ocasiones, guiándose únicamente en la información que registraban los diales del panel.

Las vibraciones del torbellino sumadas a las de los motores aumentaron su volumen hasta niveles ensordecedores. La sensación de estar descomponiéndose en partículas microscópicas sacudió a todos sin excepción y al segundo siguiente estaban de regreso a la realidad del fondo marino.

—¡Paro total! —ordenó Eric tras coger con manos temblorosas el tubo de cobre.

Sin volverse, siguió observando la información que se reflejaba en los diales, escrutando las manecillas y los números que indicaban. Melville trató de levantarse, pero una fuerte nausea le obligó a desistir por el momento.

—¡El túnel en el Éter se ha cerrado! ¡Hemos llegado a nuestro destino! —anunció por el sistema de comunicación.

Se volvió hacia Melville que ya se sentía algo mejor.

—¡Bienvenido al Océano Pacifico! ¡Empieza la búsqueda del Continente Sumergido! —exclamó un sonriente Eric Magnus.


٭٭٭

Los cañones de luz perforaban las tinieblas de fondo marino, mostrando un paisaje formado por exóticas plantas marinas y rocas erosionadas; peces casi translúcidos se apartaban al paso del barco. Melville admiraba el espectáculo. Eric seguía gobernando el buque siguiendo las coordenadas que indicaba el mapa.

—Lo que habíamos visto en el río no tiene comparación con la belleza del océano ¿verdad? —Sonrió Eric al ver como Melville parecía mesmerizado por lo visión del cautivador panorama.

El detective asintió, rompiendo el hechizo marino y desviando la vista hacia su interlocutor.

—¿De dónde proviene la electricidad que ilumina todo el buque? —preguntó Melville, en un intento de ocupar su mente en otro tema que no fuera rescatar a los Perdidos en el Tiempo.

—En la Gymnasium Karlovac descubrimos a un estudiante muy prometedor que tenía ideas muy revolucionarias sobre los usos de la electricidad. Nuestro grupo decidió invertir en sus investigaciones y expandirlas a lo largo de los Países Federales Europeos. Y está claro que no nos equivocamos, nuestra participación ha sido minoritaria y aun así está reportando grandes beneficios.

—¿Está hablando de Nicola Tesla? —El detective miró con incredulidad a Magnus ante la afirmación que acabada de hacer.

—Mi querido detective, me asombra una vez más su ingenuidad —Eric sonrió de nuevo, a pesar de saber que tarde o temprano volverían a enfrentarse le era inevitable la simpatía que le causaba Melville—. El desarrollo de la electricidad ha sido fundamental para el buen funcionamiento del disruptor de Éter, que nos ha permitido cruzar miles de kilómetros en apenas unos minutos.

Una voz cacofónica interrumpió la conversación, Eric se volvió al panel y tomó el tubo de comunicaciones.

—Repita el mensaje —Acercó el tubo a su oreja y esperó unos segundos hasta haber oído de nuevo el aviso—. ¡Paro total!

Colgó el caño en la horquilla de la pared.

—Acompáñeme, no creo que quiera perderse el espectáculo.

Melville ni se detuvo a pensar, siguió al que apenas unas horas antes había sido su adversario y que por el momento se había convertido en un temporal compañero, en aquella extraña aventura. Ver como Eric Magnus subía por la escalerilla le trajo de vuelta al estrecho pasillo, aunque el comprobar que había otro puente por encima del salón y que allí era hacia donde se dirigían le supuso un alivio. Al final de la escalera, llegaron a una estancia conformada por una espaciosa cúpula transparente, en la que la oscuridad del fondo marino apenas era apartada por la iluminación de las bombillas de la sala.

En la proa se veía una mesa con varios controles, donde uno de los marineros comprobaba las indicaciones que se veían en los diales y un tubo circular en el que introducía la cabeza durante unos segundos. En el momento en que vio a Eric y Melville se levantó de su asiento.

—Diría que el objeto se halla a unos cien metros —afirmó el soldado y con un gesto le indicó el tubo.

Eric Magnus se sentó y observó siguiendo las indicaciones del vigía. Minutos después le indicó a Melville que se acercara. El detective observó con curiosidad el tubo metálico, parecía unas gafas de soldar de gran tamaño prolongándose en un canalón de cobre articulado que podía orientarse en distintas direcciones.

—Esto es un telescópico marino que permite ver cualquier obstáculo mucho antes de llegar a él. Siéntese, es muy fácil de usar —Le ofreció mientras accionaba unos engranajes que sobresalían de varias hendiduras en el tubo—. Con esto puede controlar el enfoque de las lentes móviles. Y en esta posición verá lo que el vigía ha detectado.

El detective dejó que Magnus lo guiara y después accionó los mecanismos para enfocar la silueta que percibía en los confines de los chorros de luz que proyectaba el barco sumergible. Al enfocarse mostró la imagen de un hombre de proporciones gigantescas sentado en lo que parecía ser una muralla. La figura era una estatua que representaba a un antiguo dios coronado por una caracola y en una pose majestuosa extendía su mano derecha que sostenía un tridente.


٭٭٭

—¡Máquinas a dos cuartos de potencia! —ordenó Eric, sin desviar su mirada de la colosal estatua del dios Neptuno y devolviendo enseguida el tubo de comunicaciones a la horquilla.

A primera vista y a esa distancia le resultó difícil determinar el material con el que se había erigido aquel tributo a la deidad del mar, gran parte de la misma estaba cubierta por líquenes otorgándole una colorida decoración.

El avance de la nave prosiguió a una marcha suave. A medida que se aproximaban los detalles de las ruinas eran más claros. Ni Melville ni Magnus tuvieron ninguna duda de que lo que se percibía tras la estatua y la muralla, eran los restos de una gran ciudad que había crecido entorno de un edificio principal, que se alzaba en el centro de la misma.

En un parpadeo los focos del navío no mostraron nada más que negrura completa e impenetrable. Las ruinas habían desaparecido y resultaba imposible ver más allá de unos escasos metros por delante del barco. Eric revisó los datos de los diales con nerviosismo, sin lograr comprender que estaba pasando.

—¿Qué demonios ha pasado? —exclamó el detective completamente perplejo.

—¡Paro total! —ordenó Magnus con rapidez—. Esto no me gusta nada, una ciudad no puede desaparecer de repente.

A penas hubo terminado de hablar, una fuerte corriente marina sacudió el lateral del buque zarandeándolo. Melville miró sobresaltado al asombrado Eric Magnus, que no lograba comprender que estaba ocurriendo. El detective saltó con rapidez al panel y tomó el tubo de comunicaciones.

—¡Retroceso a toda máquina! —gritó deseando que no fuera demasiado tarde.

El bombeo de los pistones se oyó a ritmo lento y no les sirvió de alivio, el saber que los motores estaban en marcha, cuando los tres hombres del interior de la cúpula de cristal vieron el gigantesco ojo que surgido de la nada aparentemente les estaba observando.

El zarandeo fue aumentando, el ojo se desplazó hacia la izquierda. Eric tomó el tubo haciendo un gran esfuerzo para mantener su equilibrio.

—¿A que estáis esperando? ¡Retroceso a toda potencia! ¡Ahora mismo!

El vigía aprovechó la confusión para escabullirse por la escalerilla y cerrar la escotilla tras de sí.

Melville se percató demasiado tarde y aun así se lanzó en pos de la trampilla para evitar que la cerrase. Cuando llegó estaba completamente cerrada y aunque se obstinó en intentar abrirla fue imposible.

—¡Magnus! ¡Venga aquí! —llamó Melville desesperado, si las turbulencia no amainaban permanecer en el puente del vigía era peligroso.

El aludido logró desviar la mirada de la esfera acuosa, que parecía ignorar la crítica situación a la que los estaba sometiendo y se volvió hacia el detective. En el instante que lo vio agachado, luchando por abrir la escotilla, se abalanzó apartando al detective con un gesto brusco, tomó la manilla de apertura e intentó girarla con todas sus fuerzas y aun así no logró un resultado distinto al obtenido por el detective.

—¡Está bloqueada del otro lado! —Se lamentó desesperado.

El sonido del grueso cristal resquebrajándose en el punto de unión con el panel de control, apenas fue perceptible en toda aquella cacofonía de ruidos producidos por el golpeteo de los motores intentando hacer retroceder la nave, el crujir de la madera al son de las turbulencias y un extraño sonido melodioso, que ninguno de los dos era capaz de precisar su origen. La mirada de ambos se posó en la fisura esperando que no creciera ni dejara que se filtrase el agua.

—¡Abrid la escotilla del vigía! —ordenó Eric Magnus por el tubo, tras lo cual regresó rápidamente junto a la escotilla.

Un escalofriante quejido rebotó en el interior de la cúpula cuando la brecha en el cristal fue recorriéndola en todo su radio.


٭٭٭

—¡Apresad al traidor y encerradlo en su cabina! —ordenó Eric Magnus a su tripulación—. Más tarde decidiré que hacer con él.

Melville prefirió no intervenir y trató de recuperarse de lo cercano que habían estado de morir aplastados, por las toneladas de agua que acabaron por inundar el puente del vigía. Por suerte, uno de los marineros había llegado a tiempo para desbloquear la escotilla. Por no mencionar, la impresionante presencia de una ballena que a su paso les había dejado un temporal de turbulencias submarinas, que sacudieron el navío como si fuera un barco de papel y no era para menos, al lado del descomunal cetáceo apenas era un mosquito. 

Un juramento desesperado se grabó a fuego en su mente.

"Nunca más. Ni dirigibles ni barcos sumergibles. Una y no más"

Eric ordenó que desprendieran los restos de la cúpula de cristal pues sólo serviría para entorpecer la marcha de los motores.

—Todo el barco es modular, cada puente está aislado del resto y se puede desprender del cuerpo principal en caso de ser necesario —explicó Magnus con cierto orgullo.

Melville se acercó al panel de control y observó tras el cristal del mirador del salón de mando; los focos iluminaban la estatua de Neptuno, se hallaban apenas a veinte metros y a esa distancia los detalles eran más claros. Con un gesto señaló un punto en la muralla que quedaba entre los dos pies del dios, a ras del suelo podía verse una hendidura no más alta que un hombre.

—Así es, ahí está la entrada —asintió Eric Magnus—. Como habrá observado la ciudad entera está cubierta por un techo único que culmina en la torre central en forma de aguja.

—¿Cómo vamos a entrar en su interior? Este barco no cabe por ese pasadizo —Tras la pregunta se temió la respuesta.

—¡Pues del único modo posible! ¡A nado! —exclamó Magnus ante la cara de angustia del detective.

Le indicó con un gesto que lo siguiera hasta la conocida escalerilla de metal, en esta ocasión descendieron hasta el puente inferior, seguidos de dos marineros a los que Eric llamó con un gesto. En el suelo del mismo había una escotilla cerrada y en una de las paredes colgaban varios trajes de color beige.

—Bueno esto no es muy complicado, tan sólo debe vestirse con uno de estos trajes y mis hombres le ayudaran a ajustárselo.

Melville se dejó hacer sin rechistar, hasta que vio la escafandra que iban a colocarle en la cabeza, le fue imposible no sentir aprensión cuando la bola de metal dorado descendió reduciendo su campo visual a una pequeña escotilla que tenía en el frontal. Las manos expertas de los marinos aseguraron los tornillos de fijación al traje.

—Respire con normalidad, las bombonas autónomas que están sujetando a su espalda le proporcionaran oxigeno durante veinticuatro horas —explicó Eric Magnus mientras se embutía su propio traje de buzo.

Melville recurrió a toda su voluntad para recuperar el control de la respiración, usando como ancla el recuerdo de su hija. 

Con la ayuda de los hombres de Magnus, descendió por la escotilla que comunicaba directamente con la fría agua del Océano Pacifico. El traje de buzo no era muy cómodo y le dificultaba los movimientos. Tras los primeros pasos en el fondo marino se acostumbró a andar con las pesadas botas de plomo. A esa profundidad el agua marina le confería cierta sensación de ingravidez.

La muralla de la ciudad sumergida se elevaba varios metros y si ella era impresionante, Melville no encontró una palabra que pudiera describir la majestuosidad de la estatua del dios Neptuno sentado en la gigantesca pared.

"Ver esta ciudad, en todo su apogeo, tuvo que ser una experiencia verdaderamente arrebatadora"


٭٭٭

Antes de seguir avanzando, Melville giró todo su cuerpo para cerciorarse de que Eric Magnus y sus dos hombres le estaban siguiendo los pasos. Había alcanzado la puerta de entrada y prefería esperar a su llegada antes de adentrarse en la oscuridad de aquella boca de lobo.

Eric le indicó con gestos que accionase una de las dos pequeñas palancas que asomaban en cada lateral del círculo dorado que adornaba el pectoral del traje acuático, la escafandra no le permitía inclinar su cabeza de modo que tuvo que tantear el pectoral en busca de la palanca adecuada. La cara de advertencia de Magnus le dio a entender que debía activar la otra, al accionarla un potente rayo de luz surgió del círculo.

"Espero que esto no sea peligroso"

La idea de tener una fuente eléctrica tan cerca de su corazón no le resultaba muy tranquilizadora.

Se volvió hacia la entrada de la ciudad y un largo pasadizo se dibujó ante él. Indeciso Melville tragó saliva, en ninguna de sus pasadas aventuras se había visto perseguido con tanta insistencia por sitios estrechos y oscuros, si eso no curaba su claustrofobia nada lo lograría.

La presencia de Eric y sus hombres tuvo un efecto tranquilizador. Los cuatro juntos cruzaron el pasillo sin problemas. Los focos mostraron paredes lisas cubiertas de líquenes y en las zonas donde la piedra original permanecía al descubierto se podía observar una pared lisa sin imperfecciones. A pesar del tiempo que llevaban bajo el mar casi no se percibían señales de erosión causada por el agua.

Al otro lado les sorprendió una extensa llanura de la que apenas veían su fin, en ella se desplegaban varios grupos de construcciones que rodeaban el edificio central que actuaba de columna de soporte para el techo, compuesto de losas trapezoidales translúcidas de color lechoso. Aquella edificación debía tratarse de un lugar importante, dada su elevada altura con respecto a las demás viviendas y por su posición central en la ciudad. Eric le indicó con gestos que aquel podía ser un buen lugar para empezar la búsqueda, a lo que Melville respondió alzando el pulgar.

Empezaba a acostumbrarse a la limitación de movimientos a que le sometía el grueso traje, que a decir verdad no era demasiado efectivo en aislarlo del frío. Un borrón negro cruzó frente a él a unos metros por delante, el detective dudó por unos segundos si había sido real o producto de su imaginación. La segunda vez que lo vio pasó a su derecha y no tuvo ninguna duda de lo que acaba de ver, aquellos dientes en forma de sierra eran inconfundibles; había leído varias noticias de descuidados marinos que habían sido atacados por un escualo y aquella sombra tenía un tamaño más que considerable.

El miedo se fue apoderando del detective, Eric se había adelantado en su camino al templo seguido por sus dos hombres. Melville se maldijo por haberse quedado rezagado, desde esa distancia no tenía forma de llamar su atención. Intentando evitar cualquier movimiento brusco, buscó entre las ruinas algún objeto que pudiera servirle de ayuda para defenderse. Finalmente desistió pues aparte de algunos pequeños guijarros no vio nada lo suficiente grande como para usarlo como arma.

Los círculos que el tiburón trazaba a su alrededor se iban estrechando y no tardaría en lanzar su ataque contra el detective que intentaba alejarse ansiando encontrar un lugar donde refugiarse. Para su desgracia, los edificios estaban derruidos y ninguno de los cercanos le confería una oquedad lo suficiente grande como para protegerlo. Avanzó unos pasos y al final del canal de luz del foco vio con horror como la veloz y mortal criatura se lanzaba en su dirección, abriendo su mandíbula dispuesta a asestarle el primer golpe. 

En un intento desesperado de confundirle tanteó el pectoral de su traje en busca del interruptor. Sin tener ni idea de lo que estaba haciendo, accionó las dos palancas a la vez cuando apenas faltaban diez metros para que la batiente quijada impactara con él. En el instante que accionó los interruptores la luz de su pecho se apagó y en su lugar brotó un rayo eléctrico que impactó en la cabeza del tiburón dispersándose en todo su cuerpo. El escualo sufrió fuertes convulsiones que le obligaron a retirarse.


٭٭٭

La puerta del edificio central había adquirido un tono verdoso en su mayor parte, salvo en algunas zonas aisladas que habían escapado a la invasión de líquenes y del óxido, en los que se podía apreciar el color del bronce. Frente a ella Eric y sus dos hombres le estaban esperando, sin mostrar signos de sorpresa ante la rapidez con que el detective se movía a pesar del pesado traje.

Melville prefirió no detenerse ni un instante, la descarga eléctrica había alejado al tiburón pero no tenía ni un ápice de ganas de comprobar si volvería en cuanto se recuperase, cuanto más se alejase de aquella zona al descubierto tanto mejor. Eric invitó al detective a entrar en el descomunal templo. El pasillo de entrada era una rampa ascendente que les condujo a la nave principal y que para su asombro había formado una cámara de aire completamente hermética.

En cuanto llegaron a lo alto de la rampa, se alegraron de poder darse un respiro y quitarse las pesadas escafandras. El rostro del detective aun evidenciaba la tensión causada por su encuentro con el tiburón, respiraba con rapidez en bocanadas cortas.

—Si no quiere hiperventilarse respire con calma y profundidad. Descansaremos unos instantes —Eric paseó su mirada por la sala del templo. Daba la impresión de ser un embudo invertido sostenido por un círculo de columnas, adornadas con filigranas de varios colores y de formas florales en su mayor parte. En las paredes tras las mismas se divisaban símbolos y figuras—. He visto que ha descubierto para qué sirve el otro interruptor del pectoral.

Melville escrutó con sus negros ojos el semblante impasible de Eric Magnus, por unos segundos tuvo la impresión de que había visto todo lo ocurrido y lo había dejado a su suerte desoyendo la advertencia que le hizo John Dee. Melville decidió que no podía permitirse bajar la guardia de nuevo. Respiró muy hondo y algo más tranquilo se unió a Magnus en la admiración del templo.

Al otro lado de la rampa de acceso, se erigía una estatua de grandes proporciones que en apariencia representaba al dios Neptuno, tocado con una caracola a modo de sombrero, una túnica dorada que le cubría el cuerpo y en su mano derecha el tridente. La única diferencia aparente con la imagen del exterior residía en su cabeza, en esta representación tenía forma de un cefalópodo, cuyos tentáculos se alineaban para formar la barba y los cabellos del dios. Melville miró con suspicacia a Eric al ver el modo con que sonreía ante la visión de la extraña figura.

—¡Bienvenidos a Lemuria! ¡El continente de nuestros ancestros! —exclamó Eric Magnus, henchido de gozo, extendiendo los brazos cómo si intentase imbuirse de la sabiduría que parecía desprenderse de aquel santuario.

John Melville sintió un escalofrío ante el frenesí con que Eric había hablado, parecía haber perdido la razón.


Sigue las investigaciones del detective 

John Melville Salas 

en: 

"LA CARACOLA"