Capítulo 2

Amanda

―¿Estás loca? ―Evan Ashton irrumpió en su apartamento a las dos de la mañana―. ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba? Sabías por lo que estaba pasando y que necesitaba tiempo para ocuparme de ello. ¿Por qué no cogiste el teléfono ninguna vez? ¿Por qué no me has devuelto las llamadas?

Amanda empezó a irritarse. «Ojalá pudiera estrangularle y quedar impune».

―Tienes mucho valor viniendo aquí y exigiendo respuestas, Evan. Hace días que te largaste y me dejaste esa carta de mierda. ignoraste mi llamada.

La miró boquiabierto; estaba empezando a enfadarse.

―¿Crees que quería ignorar tu llamada? Estaba con el agua al cuello por el Ministerio de Trabajo y la Agencia de Protección Medioambiental. ¿No se te ocurrió que estaba preocupado por mi bienestar?

Amanda apretó los labios; comenzó a hervirle la sangre. Se preocupaba por ella lo suficiente para abrirse paso hasta sus bragas pero no tenía tiempo para hacerle una visita.

―¿Y no pudiste encontrar un par de minutos para escribirme?

―Te he mandado treinta y seis mensajes. ―Cogió el teléfono de Amanda de la mesa de la cocina y se lo dio―. Compruébalo.

―Eso fue después de que vieras que no te respondía y me enviaste todos esos mensajes porque te sentías culpable.

―¿Culpable? ¿Crees que alguien como yo gasta energía en sentir remordimientos?

―No, se me había olvidado. No tienes tiempo para ese tipo de sentimientos.

―Mírame. ―La agarró por el antebrazo y sus ojos se clavaron en los de ella―. Tengo demasiados sentimientos.

Se le humedecieron los ojos. ¿Eso qué quería decir? Miró hacia arriba para evitar las lágrimas que estaban por aparecer. No tenía ni idea de qué responderle, así que no lo hizo.

Evan se subió las mangas de su camisa blanca de botones, tomó aire por la nariz y lo expulsó por la boca.

―Está bien, tienes razón. La carta fue una forma de mierda de despedirme. Lo siento. Debería haber hecho mejor las cosas, pero estás pasando por alto algo evidente.

Ella se presionó las sienes son los dedos, cubriéndose parcialmente los ojos.

―¿El qué?

Apoyó los pies en el suelo con firmeza y cuadró su masculina mandíbula.

―Ahora estoy aquí.

Su vientre palpitó cuando una chispa de lujuria le provocó una excitación entre los muslos.

Evan le agarró la nuca y la acercó a él. Rozó sus labios con los de ella e introdujo la lengua en su boca.

El placer inundó el cuerpo de Amanda. Creía que no volvería a verlo y ahora estaba de pie en su cocina con sus brazos fuertes y musculosos rodeándola. Se sentía segura y protegida. Se le abrió la bata de rizo.

La mano de Evan le agarró un pecho y lo apretó antes de inclinarse para meterse su pezón entero en la boca. Sus ojos azules se posaron en los de ella.

―Necesito poseerte, Amanda. Por favor, vuelve a entregarte a mí.

Amanda sintió una pasión ardiente al pasar la lengua por su cuello bronceado y sentir el sabor a salado. La chispa que había entre ellos se convirtió en fuego; el vientre de ella vibraba con cada contacto. Deslizó las manos por debajo de la camisa de él y rozó sus abdominales, duros como una piedra; entonces se atrevió a pasar a su espalda suave y musculosa al tiempo que alzaba la cabeza para besarlo de nuevo. Él introdujo su lengua en la boca de ella y le mordió el labio inferior.

Evan Ashton era con diferencia el hombre más masculino que había conocido en su vida y no le cabía duda alguna de que, si se lo permitiera, él poseería su cuerpo el cien por cien del tiempo.

Dejó escapar un gemido mientras él la sujetaba contra la encimera de la cocina y devoraba su cuello y sus pechos. Ella se agarró al borde mientras él le levantaba el culo para ponerla sobre el granito; Amanda arqueó la espalda y lo rodeó con las piernas.

El corazón le latía con fuerza; cada vez ansiaba más el pene del hombre al que llevaba semanas deseando. Evan era un hombre corpulento y la había dejado demasiado dolorida para encargarse del restaurante el día de la gran reapertura. Pero mientras esperaba que su miembro hinchado y gigantesco entrara en ella, se pasó la lengua por los labios hambrientos, anticipando el éxtasis que estaba por llegar.

Él sacó un condón de la cartera y se lo colocó en el órgano dilatado y más grande de lo normal. El puro contorno de la erección de Evan la asustó mientras la cabeza reposaba en la entrada de su hendidura y después empujaba ávidamente a través de su acogedor canal.

Debió de parecer nerviosa, porque él se detuvo.

Evan se lamió los labios con su lengua aterciopelada de color carmesí y arrugó las cejas.

―¿Te hago daño?

El vertiginoso placer excedía con mucho el ligero escozor que sentía en su hendidura, apretada y acalorada.

―No, Evan. Lo deseo con desesperación. No pares, por favor ―le rogó.

Él hundió su miembro ardiente en ella hasta que sació su deseo; los muslos de Amanda temblaban. Sacó un centímetro de su tensa erección del interior de ella y lo empujó de nuevo hasta el fondo de su cuerpo sediento. La embistió con rapidez varias veces hasta que los únicos sonidos que se oían eran el que hacían sus cuerpos al chocar y los gemidos guturales de satisfacción salvaje.

Su excitación palpitante llegó al éxtasis y ella se permitió gritar el nombre de él cuando llegó al tan esperado orgasmo. Sus uñas se clavaron en la piel de Evan, arañando los firmes músculos de su espalda.

Él respondió clavando su dolorosa erección aún más en el interior de ella.

―Eres jodidamente preciosa ―murmuró con admiración, cerrando los ojos con un temblor mientras estallaba, liberándose en el interior del vibrante cuerpo de Amanda. Gruñó y bajó el ritmo de sus movimientos mientras su polla sobrecargada derramaba su semilla caliente. Se retiró y la bajó del mostrador; después se quitó la goma de su carne torturada.

Se fueron a la habitación y se dejaron caer en las sábanas blancas y frescas. Él se desplomó sobre el pecho de ella y cayó en un profundo sueño. Cuando se movió, ella deslizó sus dedos por el cabello oscuro y enmarañado de él.

Evan se relajó tumbado sobre su espalda y la atrajo hacia él.

―No quiero irme nunca de aquí.

Ella estaba de acuerdo. La atracción química que los atraía a la desesperación sería difícil, si no imposible, de romper.

―No lo hagas ―susurró Amanda mientras recorría con las yemas de los dedos las marcas de sus duros abdominales.

Evan jugó con sus sedosos rizos.

―La compañía aún se encuentra inestable después de todo esto. El disparate es que fue un empleado, uno al que se le rechazó un ascenso. Filtró información a la competencia y consiguió que alguien les presentara informes falsos a la Agencia de Protección Medioambiental y al Ministerio de Trabajo. Ojalá pudiera quedarme, pero tengo que volver. Todo el mundo me está esperando y no puedo decepcionar a mi familia.

A Amanda se le encogió el corazón. Se giró para observarle brevemente antes de volver a bajar la cabeza para jugar con el vello de su vientre.

Los músculos de él se tensaron y levantó la cabeza de la almohada.

―No me mires así. ¿Por qué no vienes conmigo?

―No puedo salir corriendo y dejar el Buck’s. La reapertura ha sido hace nada y ahora viene más gente que nunca.

―Serían sólo unas semanas, hasta que se nos ocurra algo. ―Su voz estaba cargada de emoción.

―¿Tenemos que solucionarlo ahora? ―preguntó Amanda intentando evitar sus molestos ojos anhelantes.

Él ladeó la cabeza y tensó la mandíbula.

―He vuelto hasta aquí por ti. Podrías hacerme el favor de al menos darme una respuesta.

Ella se mordió el labio inferior, reprimiéndose.

Evan Ashton era un hombre intenso que se había acostumbrado a que la gente cubriera cualquier necesidad que tuviera y cumpliera todas sus órdenes. Quería decirle que sí, pero primero puso sobre la mesa las desventajas.

―No sé si puedo irme. ¿Qué hay de mi apartamento y de todas mis cosas? ¿Mis amigos? Necesito un par de días para pensármelo.

Él la interrumpió.

―En Houston tendrás todo lo que necesites y más. Es una ciudad grande y estarás rodeada por una gran familia, buena comida y buenos sitios para ir de compras. ¿Qué hay que pensarse?