CAPÍTULO 28
Las mujeres continuaron la búsqueda un rato. Clarissa incluso fue corriendo hasta el estanque de peces, no fuera que la niña se hubiera escapado de la casa y se hubiera caído y ahogado allí. Pero nadie pensaba ya en eso; todo el mundo estaba seguro de que a Arabel la habían raptado.
Clarissa se quedó un buen rato en el jardín para dejar salir las lágrimas reprimidas, y después se sintió mejor, aunque agotada. Pero, ay, qué terrible pensar en esa dulce y confiada niñita, toda ella inocente y cariñosa afabilidad, en manos de la «señora Rowland». Ojalá ella hubiera dejado de lado la sensatez por una vez; ojalá hubiera sido impetuosa y la hubiera seguido. De haberlo hecho, ahora por lo menos podría estar con la niña y podría protegerla y consolarla.
Pero el único «ojalá» que importaba en esos momentos era el ojalá pudiera hacer algo para acelerar el regreso de la niñita, sana y salva.
Cuando volvió a la casa descubrió que Hawk ya estaba de vuelta y se había apoderado del despacho de Con, convirtiéndolo en lo que sólo se podía llamar puesto de mando. Cuando entró en él, vio que había puesto a trabajar a las mujeres, incluidas la madre y la hermana de Con.
Sobre el escritorio había un mapa extendido, y Hawk estaba medio inclinado sobre él siguiendo atentamente senderos y caminos, bajo la mirada vigilante de la gata. Eleanor estaba tomando notas y se veía mucho más serena. Todas las demás parecían estar dibujando. No tardó en darse cuenta de que estaban trazando rutas y marcando con señales las iglesias, las casas, los riachuelos y otros detalles.
Le entregaron un papel y Eleanor le leyó algunos de los detalles.
—Vamos a enviar jinetes por todas estas rutas —le explicó. —Lo cubrirán todo de aquí a cinco millas a la redonda. —Miró hacia Hawk de reojo. —Es muy meticuloso, ¿verdad?
Clarissa también lo miró.
—Tiene fama de eso —dijo.
No podía evitar adorarlo por su autodominio y disciplina. Conociéndolo como lo conocía, sabía que por dentro estaba tan preocupado y nervioso como todas ellas, aunque podía concentrarse en su objetivo: el rescate.
Entonces él le dijo algo a Eleanor y la miró a ella; sus ojos se encontraron; ella vio relampaguear algo en ellos, una necesidad, esperaba, pero al instante la veló, controlado.
—El camino de Henfield pasa por dos barreras de peaje —le dijo a Eleanor. —La segunda debería estar bastante lejos. El río bloquea cualquier otra ruta indirecta. ¿Quién cubre esa zona?
Eleanor miró su lista.
—Susan.
Fue a transmitirle las instrucciones a Susan, que estaba trabajando sobre el alféizar bastante amplio de una ventana.
En eso entró Nicholas, de vuelta, con aspecto cansado pero en cierto modo más relajado después de haber correteado de aquí para allá. Clarissa comprendió que Hawk lo había enviado a hacer esa tarea justamente con esa intención, y tal vez también había puesto a trabajar a Eleanor para ayudarla. Eran muchos los hilos que tenía entre los dedos, y cada uno debía manejarlo a la perfección, porque el fracaso era impensable.
Pasado un momento, cuando quedaron terminados los mapas, Hawk llamó a los mozos que estaban esperando, les dio las instrucciones con enérgica precisión y los envió.
—Pueden estar de vuelta antes de una hora —dijo; entonces miró por la ventana hacia el cielo nublado y añadió: —Si se mantiene el tiempo. Esa mujer podría haber ido a Brighton —continuó, dirigiéndose a Nicholas, —aunque tal vez eso sería demasiado evidente. ¿Qué deseas hacer?
—Cabalgar a toda velocidad hasta Brighton, por supuesto —contestó Nicholas. —O a Londres. O al Estige a negociar con Caronte... —se interrumpió. —Esperaremos hasta que vuelvan los jinetes y confiemos en tener claro un camino. Sería peor, después de todo, tomar una dirección totalmente errónea.
—Entonces comamos algo —dijo Hawk. —¿Susan?
Susan salió y todos comenzaron a moverse de aquí para allá desasosegados, esperando algo que tardaría un tiempo en llegar.
—Si Con descubre algo por el camino —dijo entonces Hawk, —nos lo hará saber. ¿Cómo es la mujer? Por todo lo que he oído de ella, es retorcida pero no estúpida.
Nicholas se frotó la cara.
—No, no es estúpida, pero puede ser tonta. Se enorgullece de sus planes arcanos, y luego se extravía en ellos. Ciertamente no hay probabilidades de encontrarla siguiendo una línea recta. Vas por el camino correcto. Teje una red.
Habiendo terminado el trabajo inmediato, Eleanor Delaney se había sentado en un sillón y estaba mirando al vacío. Nicholas caminó hacia ella.
Clarissa se giró a mirar por la ventana. Muy pronto el crepúsculo comenzaría a dominar sobre la luz del día. Pensando de modo realista, no era más terrible que si la niña estuviera en manos de una loca por la noche, aunque en realidad era como si lo estuviera.
Hawk fue a situarse cerca de ella. Lo sintió, antes de mirarlo.
—¿Está loca? —le preguntó.
—Probablemente no. Pero existe un tipo de locura en que la persona sólo piensa en sí misma. Se pierde totalmente el control para ver con decencia o humanidad, y sólo importan los deseos y placeres personales. Sospecho que es ese tipo de mujer. ¿Qué piensas?
—Pienso en el comportamiento de ella con sus hijos.
Él levantó la mano hacia ella y enseguida detuvo el movimiento y la bajó. Ella no protestó. No había lugar para ellos, ahora, para los enredos y los problemas que aún debían resolver.
Entonces volvió Susan, seguida por unas criadas llevando bandejas con té, vino, platos y fuentes con bocadillos hechos a toda prisa. Sin duda sería inadecuado sentarse a una mesa a cenar, pensó Clarissa. Las criadas salieron y todos estuvieron ocupados un momento, sirviendo té y vino, cogiendo platos y pasando entre ellos las fuentes con bocadillos. Una vez que terminaron, todos se quedaron quietos y en silencio.
—Comed —dijo Hawk. —Podéis comer si lo intentáis; necesitaremos estar fuertes. Y no os emborrachéis.
Pasado un momento, Nicholas dejó a un lado la copa de vino y cogió un bocadillo. Eleanor, que estaba bebiendo té, también comenzó a comer.
Hawk comió dos bocadillos, y estuvo pensativo durante todo el rato que tardó en comérselos. Después dijo:
—Lo más probable es que esta mujer Bellaire haya raptado a la niña como rehén, para exigir un rescate. Colijo que tiene ciertos motivos para creer que el dinero de Clarissa le pertenece a ella. Mi padre se hacía la ilusión de que ella se iba a casar con él tan pronto como quedara viuda. No era una ilusión, en realidad. Sin duda ese era el plan de ella una vez que él tuviera el dinero. Supongo que yo era su perro de caza, enviado a oliscar a los villanos. Una mente interesante. Supongo que mi fuga con Clarissa le demostró que su plan había llegado a un punto muerto; por lo tanto esto es lo que tenemos.
Nicholas dejó el bocadillo en su plato.
—¡Pero si llegamos ayer! Esto tiene que haber sido un impulso. ¿No tenía otra salida? Eso es impropio de ella.
—¿Prefiere tener varios planes? —preguntó Hawk.
—Le encantan.
—La señora Rowland tenía dos hijos, un niño y una niña. ¿Son de ella?
Nicholas se rió.
—¿Thérèse? Imposible, si hace dos años alardeaba de la perfección de su cuerpo, sin estrías ni ninguna señal dejada por un parto. Buen Dios, ¿habrá secuestrado a esos niños?
—O adoptado, para ser justos —dijo Hawk. —Ha vivido aquí varios meses con ellos. Curiosa táctica, si los secuestró para obtener dinero. No. —Cogió a Jetta y comenzó a acariciarla, como si eso lo ayudara a pensar. —Sospecho que los niños son simplemente una tapadera. Y tal vez el pobre Rowland también. Es interesante, en realidad. Debió de haber quedado en una situación muy difícil después de Waterloo. Atrapada en Bélgica sin sus poderosos protectores, y pensando en su dinero, que estaba en Inglaterra. Si encontró a un oficial herido y lo convenció de que asegurara que era su mujer por contrato consensual, tal vez a cambio de cuidarlo, y recogió a un par de niños huérfanos extraviados, que siempre abundan después de una batalla, tuvo una excelente cobertura para entrar en Inglaterra siendo francesa.
—Hablas como si estuvieras hechizado por ella —dijo Nicholas.
Hawk lo miró.
—Le retorceré el cuello si es preciso. Muchas veces es necesario meterse en la mente de los villanos para decidir qué van a hacer. Y los villanos rara vez se ven así. Se consideran inteligentes, con derecho a tomar lo que quieran, justificados en su maldad. Tienes razón en cuanto a que tiene otro plan. Saber cuál es ese plan sería útil, pero el punto más importante es que va a exigir dinero. Una gran cantidad de dinero, y muy rápido una vez que lo pida. ¿Puedes reunido?
Clarissa se levantó.
—¡Ojalá pudiera darle todo el mío! Yo no lo quiero. Ella tenía razón cuando me dijo que ese dinero está envenenado.
—Pero no puedes tenerlo en uno o dos días —dijo Hawk, como si el dinero no tuviera ninguna importancia para él. —Arden me ofreció veinte mil libras, así que supongo que lo puede obtener rápidamente.
—¡Los Pícaros! —exclamó Nicholas, de repente alerta.
En ese momento se oyeron pasos apresurados y fuertes, y todos se giraron a mirar hacia la puerta. Esta se abrió y entró casi corriendo un mozo jadeando. Miró, confundido, a todos los presentes.
—Señores, ¡carta de su señoría!
Hawk la cogió y la abrió. Contenía otro papel doblado y con sello.
—Pasó por la barrera de peaje de Preston —dijo, leyendo. —Una mujer que encaja con la descripción, en un coche rápido. Osada. Y más que osada —añadió. Miró a Nicholas. —La mujer le pagó al portazguero para que le entregara esta carta —se la pasó— a cualquiera que preguntara por ella. Está dirigida a ti, pero, lógicamente, Con la leyó.
Nicholas ya la estaba leyendo.
—Desea cien mil libras mañana a las ocho en punto de la noche. Se la pasó a Eleanor.
—Imposible —exclamó la viuda lady Amleigh. —Y tiene otro as en la manga —continuó Nicholas, con una expresión curiosamente sorprendida. —Asegura que tiene a Dare. Clarissa los miró a todos, desconcertada.
—Eso es imposible —dijo Hawk, y al instante añadió, en un resuello: —El teniente Rowland.
Y soltó una palabrota, que, dada la presencia de señoras, indicaba lo muy impresionado que estaba.
—No mentiría —dijo Nicholas. —Quiera Dios que esto no impulse a Con a hacer alguna locura. Tenemos que ir.
—Sí, por supuesto —dijo Hawk, aunque levantó una mano. —¿Y el dinero? Antes de irnos tenemos que pensar en la manera de conseguirlo. —Miró a Nicholas. —Si es Dare, está en muy mal estado. Van lo vio, muy brevemente. Pensó que se estaba muriendo.
—Los rescataremos a él y a Arabel —dijo Nicholas secamente. —Y, por supuesto, tenemos que pensar inmediatamente en cómo conseguir el dinero. Si es fácil encontrar a Thérèse en Brighton, Con y Vandeimen lo harán.
Hawk se sentó ante el escritorio y puso delante una hoja de papel en blanco y comenzó a anotar.
—Cuenta con todo lo que yo pueda reunir, aunque es poquísimo, incluidas las joyas. Las veinte mil de Arden, por supuesto.
Clarissa se mordió el labio, pensando en lo que significaba eso para Hawk in the Vale, pero no había otra opción.
La viuda se levantó, se quitó los anillos y el broche y los dejó sobre el escritorio.
—Iré a buscar mi joyero —dijo.
Susan y la hermana de Con hicieron lo mismo.
—Todo lo que llevo encima, por supuesto —dijo Eleanor, —pero la mayor parte está en Somerset. No hay tiempo, ¿verdad?
Nicholas le cogió la mano.
—Podemos intentarlo. Pero hay otros más cerca. Arden —le dijo a Hawk. —Tiene para poner más. Beth guarda unos diamantes que valen buena parte de la suma que nos pide.
Clarissa había visto esos diamantes. Pertenecían a la propiedad ducal y en realidad no eran de lord Arden, pero ella sabía que los daría igual.
—Leander —continuó Nicholas. —Es posible que esté en Somerset, pero le enviaremos el mensaje a su propiedad de Sussex por si acaso. Francis. Hal está en Brighton pero tiene poco. Creo que Stephen está en Londres. Si hay una manera de reunir dinero, él la encontrará. Tenemos que contactar con los Yeovil también.
—¿Los padres de Dare? —dijo Hawk. —Sí, claro, aunque es posible que no sea muy agradable de ver.
—¿Crees que eso importa, si está vivo?
—No, claro que no —dijo Hawk, anotando el nombre.
Llegaron las dos ladies Amleigh y Helen Somerford y pusieron sus joyeros sobre la mesa. Mirando el contenido, Clarissa calculó que esas joyas no valían mucho, pero sí tenían un gran valor sentimental para ellas, y pese a todo las iban a dar por esa causa.
—En Brighton tengo unas joyas que me prestó el duque de Belcraven —dijo. —Puedes contar con ellas. Cuando cumpla mi mayoría de edad, el dinero de Deveril servirá para pagar todas estas deudas —añadió firmemente. —Lo he decidido.
Al decirlo miró hacia Hawk, temerosa de que objetara algo, pero él asintió.
—Espero que solucionemos esto sin pagar ni un solo penique y que esa mujer pague por sus delitos.
—Eso no es prudente.
Todos miraron a Nicholas.
—En realidad no nos conviene que Thérèse vaya a juicio. Sabe o adivina demasiado. Estoy seguro de que cuenta con eso. Claro que si le hace algún daño a Arabel, aunque sea el más mínimo, la mataré. Espero que cuente con eso también.
Comenzaron a llegar los mozos con sus inútiles informes sobre lo encontrado en sus rutas. Los enviaron a comer mientras Nicholas escribía las cartas a los Pícaros y a Yeovil, pidiéndoles dinero y joyas. También escribió un mensaje para su casa de Somerset, dando instrucciones a un criado de confianza para que sacara el contenido de su caja fuerte y se lo trajera.
Clarissa no pudo dejar de pensar que algún bandolero con suerte podría dar el golpe de su vida.
—¿Adonde pedimos que envíen el dinero? —preguntó Nicholas.
Hawk lo pensó un momento.
—A la casa de Van en Brighton —repuso, y le dio la dirección.
Una vez que Nicholas terminó de escribir las cartas y los mozos que las llevaban se pusieron en camino, Hawk dijo:
—Ahora podemos marcharnos. Ya se habrá escondido en su madriguera de Brighton, pero por Dios que tiene que haber una manera de encontrarla.
Susan, Eleanor y Clarissa se acomodaron como pudieron en el pescante del faetón de Amleigh; Eleanor en el medio, ya que ella llevaría las riendas. Los caballeros montaron en sus caballos. Nuevamente Jetta insistió en ir con Hawk, sentada muy derecha delante de él.
—Se va a caer cuando corra —comentó Clarissa.
—Lo dudo —dijo Nicholas, cuyo caballo se movía nervioso, sin duda debido a los nervios del jinete. —Los chinos entrenaban a gatos para llevarlos a la guerra montados exactamente así, y que saltaran sobre los enemigos, cegándolos.
Clarissa se estremeció al imaginárselo, pero si lo tenía todo en cuenta, cuanto más protegido estuviera Hawk, mejor.
Se pusieron en marcha, acompañados por cinco mozos que no eran necesarios ahí para otras tareas.
Todas las cabezas se volvieron a mirar cuando la cabalgata pasó por la aldea a la mayor velocidad posible. Clarissa sólo pudo pensar en todas las personas que tenían pequeños problemas, en todos los padres cuyos hijos estaban a salvo.
Pasado un momento, Nicholas se acercó al faetón a decirle a Eleanor que se adelantaría, y ella le dio su bendición.
—Si yo supiera montar a caballo, iría con él —comentó ella después. —Es absolutamente insoportable no precipitarse a hacer algo, por inútil que sea.
Diciendo eso hizo restallar el látigo y los caballos aceleraron el paso, mientras el sol poniente se ocultaba malhumorado detrás de unos negros nubarrones.