EPILOGO

Aquella misma tarde, El Correo Londinense lanzaba una edición especial, para dar a conocer al público el extraordinario reportaje conseguido por Gary Moore en el castillo del barón Ramsey, titulado, como ya decidiera el periodista el día anterior, «El Señor de la Noche».

El reportaje causó sensación.

Y eso que las fotos tomadas por Sheila Norton en la cripta, mientras el barón Ramsey era destruido por la luz del sol, no habían salido.

Bueno, el que no había salido en las fotos, era el barón.

Su sepulcro sí.

No había sido, pues, culpa de Sheila.

Ella tomó las fotos bien.

El barón Ramsey no podía ser captado por el objetivo de una cámara fotográfica, por la misma razón que no podía verse reflejado en un espejo.

No era un ser de carne y hueso, aunque lo pareciese.

Por eso Gary no le hizo nada, cuando lo atravesó con la espada medieval. No podía matar a alguien que llevaba más de doscientos años muerto.

En realidad, lo que la espada atravesó, fue el espectro del barón Ramsey, aunque pareciese que se trataba del barón en persona,, gracias a los poderes que le habían sido otorgados por el mismísimo rey de los infiernos.

Así lo explicaba Gary, en su sensacional reportaje, que ofrecía numerosas fotos del castillo del barón Ramsey. Especialmente, de la cripta, de la sala de armas, y de la alcoba en donde Trevor Bingham dejara el cadáver de Alice Copeland.

Trevor también aparecía en el reportaje, con el gigantesco cepo atravesando su cuello.

El éxito del reportaje fue tal, que El Correo Londinense se vio obligado a lanzar nuevas ediciones, porque la primera se agotó en un tiempo récord.

Y la segunda.

Y la tercera...

Stephen Waxman, naturalmente, estaba loco de contento.

Le subió el sueldo a Gary, claro, después de felicitarle por su fantástico reportaje.

—Creo que ya nos podemos casar, Sheila —le dije el reportero a su novia.

—¡Gary! —exclamó ella, loca de alegría.

—Así te convencerás de que para mí no existe más mujer que tú y no volverás a romperme búcaros en la cabeza.

—¡Seguro que no!

Rieron los dos alegremente, antes de unir sus bocas en un beso tremendo.

FIN