CAPITULO III
Ronnie Tyler cogió la linterna eléctrica que siempre llevaba en el coche y dijo:
—Vamos, no hay tiempo que perder. El próximo rayo podría caer sobre mi coche. O sobre el de Kevin. En el faro estaremos mucho más seguros.
Norman Kelly no discutió la idea de Ronnie.
Tampoco Raquel North y Sharon Ellery pusieron objeciones.
No podían ponerlas, después de ver cómo un rayo caía sobre un árbol próximo y lo destrozaba.
Ronnie fue el primero en salir del Talbot, con la linterna encendida. Mientras Sharon, Norman y Raquel le imitaban, Ronnie abrió la portezuela del Fiat de Kevin Arnold y gritó:
—¡Vamos a protegernos en ese faro, Kevin!
—¿En el faro…?
—¡No estamos seguros en los coches! ¡Coge tu linterna, Kevin! ¡Te hará falta!
Ronnie no dijo nada más.
Junto con Norman, Raquel y Sharon, corrió hacia el viejo faro.
—¡Vamos Tina!
—¡Nos vamos a poner hechos una sopa, Kevin! —advirtió la pelirroja.
—¿Prefieres quedarte en el coche, esperando a ver si te cae un rayo encima y te achicharra?
—¡No…!
—¡Yo tampoco!
Kevin salió del Fiat.
Tina se apresuró a imitarle.
El fuerte viento los azotó a los dos y el agua empapó sus ropas.
Kevin cogió de la mano a su chica y tiró de ella.
—¡Vamos, corre!
Entre relámpagos y truenos, alcanzaron todos el viejo faro.
Había que subir media docena de escalones para llegar hasta la puerta.
Ronnie y Sharon fueron los primeros en alcanzarla.
La puerta estaba cerrada, pero se abrió en cuanto Ronnie la empujó.
—¡Vamos, adentro!
Sharon penetró en el faro, que se hallaba totalmente a oscuras, por lo que Ronnie tuvo que dirigir el haz de luz de su linterna hacia el interior del mismo.
Norman y Raquel se introdujeron también en el faro.
Ronnie esperó la llegada de Kevin y Tina, sin dejar de alumbrar el interior del faro.
—¡Vamos, Kevin, de prisa! —apremió.
Kevin y Tina subieron rápidamente los escalones.
Justo en el instante en que alcanzaban la puerta del viejo faro, un rayo caía sobre el Fiat de Kevin Arnold.
El sistema eléctrico del coche se incendió en el acto, el depósito estalló, y el vehículo saltó en pedazos.
Ronnie se estremeció.
—¡Es tu coche, Kevin!
—¡Dios! —exclamó Arnold, abrazando a su chica.
—¡Hubiéramos muerto de habernos quedado en él! —gritó Tina, horrorizada.
Ronnie los empujó a los dos.
—¡Entrad, rápido!
Se introdujeron los tres en el faro y Ronnie cerró la puerta.
Con la luz de su linterna y la de Kevin, el interior del faro quedaba perfectamente iluminado.
Allí, en la parte baja del faro, estaba lo que debía servir de vivienda al último farero. Había una estrecha cama, una cocina, una estufa, un par de sillas, una pequeña estantería con algunos libros, revistas, objetos…
A la izquierda, estaba la escalera de caracol que conducía a la parte alta del faro.
Ronnie vio una lámpara de petróleo y se apresuró a encenderla, lo que les permitió apagar las linternas. La lámpara, sucia de polvo, como todo, hacía una luz magnífica.
—Este faro es muy antiguo —dijo Norman—. Ni siquiera tiene luz eléctrica.
—Está claro que ya no se utiliza —habló Ronnie—. Debe llevar muchos años abandonado.
—Pues yo me alegro de que todavía exista —dijo Kevin—. Tina y yo le debemos la vida.
—¡Y que lo digas! —exclamó la pelirroja, todavía con el pánico metido en el cuerpo.
—Es posible que se la debamos todos —dijo Sharon.
—Si nos llegamos a quedar en los coches… — murmuró Raquel, estremeciéndose.
—Aquí estamos seguros —dijo Norman—. Tuviste una gran idea, Ronnie.
—Lo malo es que estamos todos chorreantes… —repuso Tyler.
—No importa —dijo Kevin—. Nuestras ropas se secarán.
—Voy a ver si puedo encender la estufa.
—Qué gran idea, Ronnie.
Tyler destapó la vieja estufa, descubriendo algunos leños.
—¡Papel, rápido! —pidió.
Arnold cogió una revista, le arrancó varias páginas, y se las entregó a Tyler.
—Aquí tienes, Ronnie.
—Gracias, Kevin.
Tyler hizo una bola con las páginas de la revista, la colocó debajo de los leños, y le prendió fuego con su encendedor.
Poco después, la vieja estufa funcionaba perfectamente.
—Bien, ya podemos despojarnos de nuestras ropas mojadas —dijo Tyler, quitándose la camiseta—. Las colocaremos cerca de la estufa y se secarán con rapidez.
Kevin y Norman no tardaron en imitarle.
Sharon, Tina y Raquel, en cambio, se miraron entre sí, titubeantes.
—¿Qué pasa, os da vergüenza quitaros la ropa…? —preguntó Ronnie sonriendo—. Os advierto que así, con las ropas mojadas y pegadas al cuerpo, es como si estuvierais desnudas.
Las chicas se miraron, descubriendo que era cierto.
La camiseta de la pelirroja Tina se había adherido de tal manera a su busto, a causa del agua, que se le marcaba todo. Se le marcaba y se le veía, porque la camiseta parecía haberse vuelto transparente.
Y lo mismo sucedía con las blusas de Sharon y Raquel.
Y como ellas tampoco llevaban sujetador…
—Venga, que vais a pillar una pulmonía — apremió Kevin.
—Si no queréis que miremos, nos volveremos —dijo Norman, con irónica sonrisa.
Ronnie, Kevin y Norman estaban ya en slip.
Ronnie era alto y atlético.
Kevin, que tenía ventiséis años de edad, era de estatura media y complexión delgada, aunque fuerte.
El más fuerte de los tres, sin embargo, era Norman. Tenía veinticinco años, era aún más alto que Ronnie, y poseía unos músculos desarrollados y duros.
Tenía aspecto de luchador de “catch”.
Especialmente así, sin más prenda encima que el slip.
Sharon, Tina y Raquel se hicieron el ánimo y empezaron a desnudarse también, quedando las tres en pantaloncitos. No los tenían mojados, sino solamente húmedos, como Ronnie, Kevin y Norman los slips, así que no era necesario desprenderse de ellos.
Bastaba con acercarse a la vieja estufa y recibir el calor de sus llamas. Y eso hicieron los seis, después de extender sus ropas mojadas alrededor de la estufa, para que se secaran más rápidamente.
Afuera, seguían los relámpagos, los truenos, el viento racheado y la lluvia, porque la virulencia de la tormenta no cedía.
—¿Te fricciono el cuerpo, Tina? —sugirió Kevin.
—Tú lo que quieres es tocarme —respondió la pelirroja, con los brazos cruzados sobre su busto, al igual que Sharon y Raquel.
—Está bien, olvídalo.
—Oye, que no he dicho que no… —sonrió picaronamente Tina.
Kevin rió y la abrazó.
Ronnie hizo lo propio con Sharon, y Norman con Raquel.
De pronto, Tina dio un grito y se arqueó hacia adelante.
—¡Eres un bruto, Kevin!
Este se quedó mirándola con gesto de perplejidad.
—¿Por qué me llamas bruto?
—¡Me has pellizcado con demasiada fuerza!
Kevin parpadeó.
—¿Qué yo te he pellizcado…?
—¡Sí, en el trasero!
—Te juro que yo no he sido.
—¿Y quién ha sido, entonces…? ¿Ronnie…? ¿Norman…? —la pelirroja los miró a los dos, ceñuda.
Tyler movió la cabeza.
—Yo no sé nada, Tina. Mis manos no se han separado del cuerpo de Sharon.
—Ni las mías del cuerpo de Raquel —aseguró Norman Kelly.
—Puedo dar fe de ello, Tina —dijo Sharon.
—Y yo —habló Raquel.
—¡Pues a mí me ha pellizcado alguien! —insistió Tina—. ¡Y me ha hecho mucho daño!
—Confiesa que has sido tú, Kevin —dijo Tyler.
—Yo no suelo pellizcar en plan salvaje, Ronnie —repuso Arnold—. Y Tina lo sabe.
La pelirroja iba a decir que era verdad, que Kevin cuando la pellizcaba, no solía hacerle daño, pero, justo en ese momento, Sharon daba un chillido y se arqueaba también hacia adelante.
—¡Animal!
Ronnie denotó sorpresa.
—¿A quién llamas animal?
—¡Al que me ha pellizcado! —respondió Sharon agarrándose el trasero.
—Yo no he sido, te lo prometo.
—¿Quién, entonces…?
Todas las miradas se volvieron hacia Norman Kelly.
Este se puso nervioso.
—¿Por qué me miráis a mí?
—Has sido tú, ¿verdad? —rezongó Ronnie.
—¿Yo…?
—Pellizcaste a Tina, y ahora has pellizcado a Sharon —masculló Kevin—. ¿Es que no te basta con el trasero de Raquel, Norman?
—¡Pero si no he pellizcado a nadie! —aseguró Kelly—. ¡No he dejado de abrazar a Raquel! ¡Que lo diga ella!
La morena vaciló.
—Bueno, yo juraría que las manos de Norman no se han separado en ningún momento de mi cuer… ¡Aúuuuuu…!
Como al mismo tiempo que aullaba, Raquel se arqueaba hacia adelante, nadie dudó que acababa de recibir un pellizco en el trasero, tan doloroso como los que poco antes recibieran Tina y Sharon.
Norman puso una cara muy rara.
—¿Por qué aúllas como un lobo, Raquel…?
—¿Y todavía lo preguntas? —rugió la morena.
—Bueno, yo…
—¡Toma, por salvaje! —le interrumpió Raquel, y le dio una bofetada con la mano derecha—. ¡Y esta otra, por cínico! —añadió, abofeteándole ahora con la izquierda.
Tras el par de “galletas”, Kelly se quedó de muestra.
—Me has…, me has sacudido, Raquel… —balbuceó, llevándose las manos a las mejillas.
—Te lo merecías, Norman —dijo Ronnie.
—Sí, no estuvo bien lo que hiciste —rezongó Kevin.
—Deberías darle una tercera bofetada por mí, Raquel —dijo Tina.
—Y una cuarta por mí —añadió Sharon.
Las tres se estaban masajeando el trasero.
De repente, Sharon y Tina gritaron de nuevo y volvieron a arquearse.
Y, apenas un segundo después, gritaba y se arqueaba Raquel.
¡Las tres habían sido pellizcadas de nuevo!
¡Y Norman no podía ser, porque seguía con las manos en las mejillas!
¡Tampoco Ronnie o Kevin, ya que en ese momento tenían ambos las manos en los hombros de Sharon y Tina, respectivamente!
¡Las chicas habían sido pellizcadas por unas manos invisibles…!