Notas
[1] Verum est id quod est, dice san Agustin (Lib. 2. Solil. cap. 5). Puede distinguirse entre la verdad de la cosa y la verdad del entendimiento: la primera, que es la cosa misma, se podrá llamar objetiva; la segunda, que es la conformidad del entendimiento con la cosa, se apellidará formal, o subjetiva. El oro es metal, independientemente de nuestro conocimiento; he aquí una verdad objetiva. El entendimiento conoce que el oro es metal, he aquí una verdad formal o subjetiva.
Mucha presunción seria el despreciar las reglas para pensar bien. «Nullam dicere maximarum rerum esse artem, cum minimarum sine arte nulla sit, hominum est parum considerate loquentium». «Es de hombres ligeros, decía Cicerón, el afirmar que para las grandes cosas no hay arte, cuando de él no carecen ni las mas pequeñas». (Lib. 2. de offic). En la utilidad de las reglas han estado acordes los sabios antiguos y modernos: la dificultad pues está en saber cuáles son estas, cuál es el mejor modo de enseñar a practicarlas. Don de los dioses llamó Sócrates a la lógica, mas por desgracia, no nos aprovechamos lo bastante de este don precioso, y las cavilaciones de los hombres le hacen inútil para muchos. Los aristotélicos han sido acusados de embrollar el entendimiento de los principiantes con la abundancia de las reglas, y el fárrago de discusiones abstractas; en cambio, las escuelas que les han sucedido, y particularmente los ideólogos más modernos, no están libres del todo de un cargo semejante. Algunos reducen la lógica a un análisis de las operaciones del entendimiento, y de los medios con que se adquieren las ideas; lo que encierra las mas altas y difíciles cuestiones que ofrecerse puedan a la humana filosofía.
Quisiéramos un poco menos de ciencia y un poco mas de práctica; recordando lo que dice Bacon de Verulamio sobre el arte de observación, cuando le llama una especie de sagacidad, de olfato cazador, más bien que ciencia: Ars experimentalis sagacitas potius est et odoratio quædam venatica quam scientia. (De Augm. scient. L. 5. c. 2). <<
[2] Los hombres mas insignes en el mundo científico se han distinguido por una gran fuerza de atención; y algunos de ellos por una abstracción que raya en lo increíble. Arquímedes ocupado en sus meditaciones y operaciones geométricas, no advierte el estrépito de la ciudad tomada por los enemigos. Vieta pasa sin interrupción días y noches absorto en sus combinaciones algebraicas y no se acuerda de sí propio, hasta que le arrancan de tamaña enajenación sus domésticos y amigos; Leibnitz malbarata lastimosamente su salud, estando muchos días sin levantarse de la silla. Esta abstracción extraordinaria es respetable en hombres que de tal suerte han enriquecido las ciencias con admirables inventos; ellos tenían verdaderamente una misión que cumplir, y en cierto modo era excusable que a tan alto objeto sacrificaran su salud y su vida. Pero aún en los genios mas eminentes no ha estado reñida la intensidad de la atención con su flexibilidad: Descartes estaba elaborando sus colosales concepciones entre el estruendo de los combates; y cuando cansado de la vida militar se retiró del servicio en que se había alistado voluntariamente, continuó viajando por los principales países de Europa. Con semejante tenor de vida, es muy probable que el ilustre filósofo había sabido enlazar la intensidad con la flexibilidad de la atención, y que no sería tan delicado en la materia como Kant, de quien se dice, que el solo desarreglo o cambio de un botón en uno de sus oyentes era capaz de hacerle perder el hilo del discurso. Esto no es tan extraño si se considera que el filósofo alemán jamás salió de su patria, y que por tanto no debió de acostumbrarse a meditar sino en el retiro de su gabinete. Pero sea lo que fuere de las rarezas de algunos hombres célebres, importa sobre manera esforzarse en adquirir esa flexibilidad de atención que puede muy bien aliarse con su intensidad. En esto como en todas las cosas puede mucho el trabajo, la repetición de actos, que llegan a engendrar un hábito que no se pierde en toda la vida. Acostumbrándose a pensar sobre cuantos objetos se ofrecen, y a dar constantemente al espíritu una dirección seria, se consigue lentamente, y sin esfuerzo, la conveniente disposición de ánimo, ya sea para fijarse largas horas sobre un punto, ya para hacer suavemente la transición de unas ocupaciones a otras. Cuando no se posee esta flexibilidad, el espíritu se fatiga y enerva con la concentración excesiva o se desvanece con cualquiera distracción; lo primero, a mas de ser nocivo a la salud, tampoco suele servir mucho para progresar en la ciencia; y lo segundo inutiliza el entendimiento para los estudios serios. El espíritu como el cuerpo ha menester un buen régimen; y en este régimen hay una condición indispensable: la templanza. <<
[3] Un hombre dedicado a una profesión para la cual no ha nacido, es una pieza dislocada: sirve de poco, y muchas veces no hace mas que sufrir y embarazar. Quizás trabaja con celo, con ardor; pero sus esfuerzos o son impotentes, o no corresponden ni con mucho a sus deseos. Quien haya observado algún tanto sobre este particular, habrá notado fácilmente los malos efectos de semejante dislocación. Hombres muy bien dotados para un objeto, se muestran con una inferioridad lastimosa cuando se ocupan de otro. Uno de los talentos más sobresalientes que he conocido en lo tocante a ciencias morales y políticas, le considero mucho menos que mediano con respecto a las exactas; y al contrario, he visto a otros de feliz disposición para adelantar en éstas, y muy poco capaces para aquéllas.
Y lo singular en la diferencia de los talentos es que aún tratándose de una misma ciencia, los unos son más a propósito que otros para determinadas partes. Así se puede experimentar en la enseñanza de las matemáticas que la disposición de un mismo alumno no es igual con respecto a la Aritmética, Álgebra y Geometría. En el cálculo, unos se adiestran con facilidad en la parte de aplicación, mientras no adelantan igualmente ni con mucho, en la de generalización; unos adelantan en la Geometría más de lo que habían hecho esperar en el estudio del Álgebra y Aritmética. En la demostración de los teoremas, en la resolución de los problemas, se echan de ver diferencias muy señaladas: unos se aventajan en la facilidad de aplicar, de construir, pero deteniéndose, por decirlo así, en la superficie, sin penetrar en el fondo de las cosas; al paso que otros no tan diestros en lo primero, se distinguen por el talento de demostración, por la facilidad en generalizar, en ver resultados, en deducir consecuencias lejanas. Éstos últimos son hombres de ciencia, los primeros son hombres de práctica; a aquéllos les conviene el estudio, a estos el trabajo de aplicación.
Si estas diferencias se notan en los límites de una misma ciencia, ¿qué será cuando se trate de las que versan sobre objetos los mas distantes entre sí? Y sin embargo, ¿quién cuida de observarlas, y mucho menos de dirigir a los niños y a los jóvenes por el camino que les conviene? A todos se nos arroja, por decirlo así, en un mismo molde: para la elección de las profesiones suele atenderse a todo, menos a la disposición particular de los destinados a ellas. ¡Cuánto y cuánto falta que observar en materia de educación e instrucción!
En la acertada elección de la carrera no sólo se interesa el adelanto del individuo, sino la felicidad de toda su vida. El hombre que se dedica a la ocupación que se le adapta, disfruta mucho, aun entre las fatigas del trabajo; pero el infeliz que se halla condenado a tareas para las cuales no ha nacido, ha de estar violentándose continuamente, ya para contrariar sus inclinaciones, ya para suplir con esfuerzo lo que le falta en habilidad.
Algunos de los hombres que más se han distinguido en la respectiva profesión, habrían sido probablemente muy medianos, si se hubiesen dedicado a otra que no les conviniera. Malebranche se ocupaba en el estudio de las lenguas y de la historia, y no daba muestras de ninguna disposición muy aventajada, cuando acertó a entrar en la tienda de un librero, donde le cayó en manos el Tratado del hombre de Descartes. Causóle tanta impresión aquella lectura, que se cuenta haber tenido que interrumpirla más de una vez para calmar los fuertes latidos de su corazón. Desde aquel día Malebranche se dedicó al estudio que tan perfectamente se le adaptaba; y diez años después publicaba ya su famosa obra de la Investigación de la verdad. Y es que la palabra de Descartes despertó el genio filosófico adormecido en el joven bajo la balumba de las lenguas y de la historia: sintióse otro, conoció que él era capaz de comprender aquellas altas doctrinas, y como el poeta al leer a otro poeta, exclamó: «también yo soy filósofo».
Una cosa semejante le sucedió a La Fontaine. Había cumplido veinte y dos años, sin dar muestras de abrigar genio poético. No lo conoció él mismo hasta que leyó la oda de Malherbe sobre el asesinato de Enrique IV. Y este mismo La Fontaine que tan alto rayó en la poesía, ¿qué hubiera sido como hombre de negocios? Sus inocentadas que tanto daban que reír a sus amigos, no son muy buen indicio de felices disposiciones para este género.
He dicho que convenía observar el talento particular de cada niño para dedicarle a la carrera que mejor se le adapta: y que sería bueno observar lo que dice o hace cuando se encuentra con ciertos objetos. Madama Perier, en la Vida de su hermano Pascal, refiere que siendo niño le llamó un día la atención el fenómeno del diverso sonido de un plato herido con un cuchillo, según se le aplicaba el dedo o se le retiraba; y que después de reflexionar mucho sobre la causa de esta diferencia escribió un pequeño tratado sobre ella. Este espíritu observador en tan tierna edad ¿no anunciaba ya al ilustre físico del experimento de Puy de Dôme confirmando las ideas de Torricelli y Galileo?
El padre de Pascal deseoso de formar el espíritu de su hijo, fortaleciéndole con otra clase de estudios antes de pasar al de las matemáticas, hasta evitaba el hablar de geometría en presencia del niño; pero éste, encerrado en su cuarto, traza figuras con un carbón, y desenvolviendo la definición de la geometría que había oído, demuestra hasta la proposición 32 de Euclides. El genio del eminente geómetra se debatía bajo una inspiración poderosa, que todavía no era él capaz de comprender.
El célebre Vaucanson se ocupa en examinar atentamente la construcción de un reloj de una antesala donde estaba esperando a su madre; en vez de juguetear, acecha por las hendiduras de la caja, por si puede descubrir el mecanismo: y luego después se ensaya en construir uno de madera que revela el asombroso genio del ilustre constructor del flautista, y del áspid de Cleopatra.
Bossuet a la edad de 16 años improvisaba en el palacio de Rambouillet un sermón que por la copia de pensamientos y facilidad de expresión y de estilo, admiraba al concurso compuesto de los talentos más escogidos que a la sazón contaba la Francia. <<
[4] He dicho que la teoría de las probabilidades auxiliada por la de las combinaciones, pone de manifiesto la imposibilidad que he llamado de sentido común, calculando, por decirlo así, la inmensa distancia que va de la posibilidad del hecho a su existencia; distancia que nos le hace considerar como poco menos que absolutamente imposible. Para dar una idea de esto supondré que se tengan siete letras: e, s, p, a, ñ, o, l, y que disponiéndolas a la aventura, se quiere que salga la palabra español. Es claro que no hay imposibilidad intrínseca, pues que lo vemos hecho todos los días, cuando a la combinación preside la inteligencia del cajista; pero en faltando esta inteligencia, no hay más razón para que resulten combinadas de esta manera que de la otra. Ahora bien: teniendo presente que el número de combinaciones de diferentes cantidades es igual a 1×2×3×4…(n-1)×n, expresando n el número de los factores; siendo siete las letras en el caso presente, el número de combinaciones posibles será igual a 1×2×3×4×5×6×7=5040.
Ahora: recordando que la probabilidad de un hecho es la relación del número de casos posibles, resulta que la probabilidad de salir por acaso las siete letras dispuestas de modo que formen la palabra español, es igual a 1/5040. Por manera que estaría en el mismo caso que el salir una bola negra de una urna donde hubiese 5039 bolas blancas.
Si es tanta la dificultad que hay en que resulte formada una sola palabra de siete letras; ¿qué será si tomamos por ejemplo un escrito en que hay muchas páginas, y por tanto gran número de palabras? La imaginación se asombra al considerar la inconcebible pequeñez de la probabilidad cuando se atiende a lo siguiente: 1º. La formación casual de una sola palabra es poco menos que imposible, ¿qué será con respecto a millares de palabras? 2º. Las palabras sin el debido orden entre sí no dirían nada, y por tanto sería necesario que saliesen del modo correspondiente para expresar lo que se quería. Siete solas palabras nos costarían el mismo trabajo que las siete letras. 3º. Esto es verdad, aun no exigiendo disposición en líneas, y suponiéndolo todo en una sola; ¿qué será si se piden líneas? Sólo siete nos traerán la misma dificultad que las siete palabras y las siete letras. 4º. Para formarse una idea del punto a que llegaría el guarismo que expresase los casos posibles, adviértase que nos hemos limitado a un número de los más bajos, el siete; adviértase que hay muchas palabras de más letras; que todas las líneas habrían de constar de algunas palabras, y todas las páginas de muchas líneas. 5º. Y finalmente, reflexiónese adónde va a parar un número que se forma con una ley tan aumentativa como esta 1×2×3×4×5×6×7×8…(n-1)×n. Sígase por breve rato la multiplicación y se verá que el incremento es asombroso.
En la mayor parte de los casos en que el sentido común nos dice que hay imposibilidad, son muchas las cantidades por combinar, entendiendo por cantidades todos los objetos que han de estar dispuestos de cierto modo para lograr el objeto que se desea. Por poco elevado que sea este número, el cálculo demuestra ser la probabilidad tan pequeña, que ese instinto con el cual desde luego, sin reflexionar, decimos «esto no puede ser» es admirable, por lo fundado que está en la sana razón. Pondré otro ejemplo. Suponiendo que las cantidades son en número de 100, el de las combinaciones posibles será 1×2×3×4×5×6…99×100. Para concebir la increíble altura a que se elevaría este producto, considérese que se han de sumar los logaritmos de todas estas cantidades, y que las solas características, prescindiendo de las mantisas dan 92: lo que por sí solo da una cantidad igual a la unidad seguida de 92 ceros. Súmense las mantisas, y añádase el resultado de los enteros a las características, y se verá que este número crece todavía mucho más. Sin fatigarse con cálculos se puede formar idea de esta clase de aumento. Así suponiendo que el número de las cantidades combinables sea diez mil, por la suma de las solas características de los factores se tendría una característica igual a 28 894; es decir que aun no llevando en cuenta lo muchísimo que subiría la suma de las mantisas, resultaría un número igual a la unidad seguida de 28 894 ceros. Concíbase si se puede lo que es un número, que por poco espesor que en la escritura se dé a los ceros, tendrá la longitud de algunas varas; y véase si no es muy certero el instinto que nos dice ser imposible una cosa cuya probabilidad es tan pequeña que está representada por un quebrado cuyo numerador es la unidad, y cuyo denominador es un número tan colosal. <<
[5] He creído inútil ventilar en esta obra las muchas cuestiones que se agitan sobre los sentidos, en sus relaciones con los objetos externos, y la generación de las ideas. Esto me hubiera llevado fuera de mi propósito, y además no habría servido de nada para enseñar a hacer buen uso de los mismos sentidos. En otra obra, que tal vez no tarde en dar a luz, me propongo examinar estas cuestiones con la extensión que su importancia reclama. <<
[6] Lo que he dicho sobre las consecuencias que instintivamente sacamos de la coexistencia o sucesión de los fenómenos, está íntimamente enlazado con lo explicado en [4], sobre la imposibilidad de sentido común. De esto puede sacarse una demostración incontrastable en favor de la existencia de Dios. <<
[7] Los que crean que la moral cristiana induce fácilmente a error por un exceso de caridad, conocen poco esta moral, y no han reflexionado mucho sobre los dogmas fundamentales de nuestra religión. Uno de ellos es la corrupción original del hombre, y los estragos que esta corrupción produce en el entendimiento y en la voluntad. ¿Semejante doctrina es acaso muy a propósito para inspirar demasiada confianza? ¿Los libros sagrados no están llenos de narraciones en que resaltan la perfidia y la maldad de los hombres? La caridad nos hace amar a nuestros hermanos, pero no nos obliga a reputarlos por buenos, si son malos; no nos prohíbe el sospechar de ellos, cuando hay justos motivos, ni nos impide el tener la cautela prudente, que de suyo aconseja el conocer la miseria y la malicia del humano linaje. <<
[8] Para convencerse de que no he exagerado al ponderar el peligro de ser inducidos en error por los narradores, basta considerar que aún con respecto a países muy conocidos, la historia se está rehaciendo continuamente, y tal vez en este siglo más que en los anteriores. Todos los días se están publicando obras en que se enmiendan errores, verdaderos o imaginarios; pero lo cierto es que en muchos puntos gravísimos hay una completa discordancia en las opiniones. Esto no debe conducir al escepticismo, pero sí inspirar mucha cautela. La autoridad humana es una condición indispensable para el individuo y la sociedad: pero es preciso no fiarse demasiado en ella. Para engañarnos basta o mala fe o error. Desgraciadamente, estas cosas no son raras. <<
[9] Es muy dudoso si el periodismo causará daño o provecho a la historia de lo presente; pero no puede negarse que multiplicará el número de los historiadores con la mayor circulación de documentos. Antes, para proporcionarse algunos de ellos era necesario recurrir a secretarías o archivos; mas ahora, son pocos los que son tan reservados que o desde luego, o a la vuelta de algún tiempo, no caigan en manos de un periódico; y por poco que valgan, pueden contar con infinitas reimpresiones en varias lenguas. Por manera que ahora las colecciones de periódicos son excelentes memorias para escribir la historia. Esto aumenta el número de los hechos en que se pueda fundar el historiador; y de que puede aprovecharse con gran fruto, con tal que no confunda el texto con el comentario. <<
[10] Al leer algún libro de viajes, no debemos buscar el capítulo de países lejanos, sino de aquellos cuyos pormenores nos sean muy conocidos; esto proporciona el juzgar con acierto de la obra, y a veces no escasa diversión. Entonces se palpa la ligereza con que se escriben ciertos viajes. Una población que tenía yo bien conocida, y cuyos alrededores secos y pedregosos había recorrido no pocas veces, la he visto en un libro de viajes cercada como por encanto de jardines y arroyos; y a otra en que se habla de las aguas de un río no lejano, como de un bello sueño que algún día se pudiera realizar, la he visto también en otro libro regalada ya con la ejecución del hermoso proyecto, o mejor diré, sin necesidad de él, pues que el cauce del río estaba junto a sus murallas. <<
[11] He manifestado mucha desconfianza de las obras póstumas, sobre todo si el autor no ha podido darles la última mano, dejándolas a persona de muy segura entereza, y que no haya de hacer más que publicarlas. Entre los muchos ejemplos que se pudieran citar, en que la falsificación ha sido probada, o en que se ha sospechado no sin fuertes indicios, recordaré un hecho gravísimo, cual es lo que está sucediendo en Francia con respecto a una obra muy importante: Los Pensamientos de Pascal. En el espacio de dos siglos se han publicado numerosas ediciones de esta obra, y ha sido traducida en diferentes lenguas, y todavía en 1845 están disputando M. Cousin y M. Faugère sobre pasajes de gran trascendencia. M. Cousin pretendía haber restablecido el verdadero Pascal, haciendo desaparecer las enmiendas introducidas en la obra por la mano de PortRoyal, y ahora M. Faugère ha dado a luz otra edición, de la cual resulta que sólo él ha consultado el escrito autógrafo, y que M. Cousin, el mismo M. Cousin, se había limitado, por lo general, a las copias. Fiaos de editores. <<
[12] Lo dicho en [3] sobre la diferencia de los talentos deja fuera de duda lo que acabo de asentar en el capítulo XII. Sin embargo para hacer sentir que la escena de los Sabios resucitados no es una ficción exagerada, citaré un ejemplo que equivale a muchos. ¿Quién hubiera pensado que un escritor tan fecundo, tan brillante, tan lozano y pintoresco como Buffon, no fuese poeta ni capaz de hacer justicia a los poetas más eminentes? Tratándose de un hombre que sólo se hubiese distinguido en las ciencias exactas, esto no fuera extraño; pero en Buffon, en el magnífico pintor de la naturaleza, ¿cómo se concibe esta anomalía? Sin embargo la anomalía existió, y esto basta a manifestar que no sólo pueden encontrarse separados dos géneros de talento muy diversos, sino también los que al parecer sólo se distinguen por un ligero matiz. «Yo he visto, dice Laharpe, al respetable anciano Buffon, afirmar con mucha seguridad que los versos más hermosos estaban llenos de defectos, y que no alcanzaban ni con mucho a la perfección de una buena prosa. No vacilaba en tomar por ejemplo los versos de la Athalia y hacer una minuciosa crítica de los de la primera escena. Todo lo que dijo era propio de un hombre tan extraño a las primeras nociones de la poesía, y a los ordinarios procedimientos de la versificación, que no habría sido posible responderle sin humillarle». Y adviértase que no se habla de un hombre que pensase menos en la forma del escrito que en el fondo; se habla de Buffon, que pulía con extremada escrupulosidad sus trabajos, y de quien se cuenta que hizo copiar once veces su manuscrito Épocas de la naturaleza; y sin embargo este hombre que tanto cuidaba de la belleza, de la cultura, de la armonía, no era capaz de comprender a Racine, y encontraba malos los versos de la Athalia. <<
[13] La confusión de ideas acarrea grandes perjuicios a las ciencias: pero el aislamiento de los objetos es causa también de mucha gravedad. Uno de los vicios radicales de la escuela enciclopédica fue el considerar al hombre aislado, y prescindir de las relaciones que le ligan con otros seres. El análisis lleva a descomponer, pero es necesario no llevar la descomposición tan lejos que se olvide la construcción de la máquina a que pertenecen las piezas. Algunos filósofos a fuerza de analizar las sensaciones, se han quedado con las sensaciones solas; lo que en la ciencia ideológica y psicológica, equivale a tomar el pórtico por el edificio. <<
[14] La duda de Descartes fue una especie de revolución contra la autoridad científica, y por tanto fue llevada por muchos a una exageración indebida. Sin embargo no es posible desconocer que había en las escuelas necesidad de un sacudimiento, que las sacase del letargo en que se encontraban. La autoridad de algunos escritores se había levantado más alto de lo que convenía; y era menester un ímpetu como el de la filosofía de Descartes para derribar a los ídolos. El respeto debido a los grandes hombres no ha de rayar en culto, ni la consideración a su dictamen degenerar en ciega sumisión. Por ser grandes hombres, no dejan de ser hombres, y de manifestarlo así en los errores, olvidos y defectos de sus obras. Summi enim sunt, homines tamen, decia Quintiliano. Y san Agustín confiesa, que la infalibilidad la atribuye a los libros sagrados; pero que en cuanto a las obras de los hombres, por mas alto que rayen en virtud y sabiduría, no por esto son más obligados a tener por verdadero todo cuanto ellos han dicho o escrito. <<
[15] Voy a compendiar en pocas palabras lo más útil que dicen los dialécticos sobre la percepción, juicio, raciocinio, término, proposición y argumentación.
Según los dialécticos, la percepción es el conocimiento en la cosa, sin afirmación o negación; el juicio es la afirmación o negación; el raciocinio es el acto del entendimiento de lo que de una cosa inferimos otra.
Pienso en la virtud sin afirmar o negar nada de ella; tengo una percepción. Interiormente afirmo que la virtud es loable; formo un juicio. De aquí infiero que para merecer la verdadera alabanza es preciso ser virtuoso; esto es un raciocinio. El objeto interior de la percepción, se llama idea.
El término o vocablo es la expresión de la cosa percibida. La palabra América no expresa la idea del nuevo Continente, sino el mismo Continente. Es cierto que no existiera el término si no existiese la idea, y que esta sirve como de nudo para enlazar el término con la cosa; pero no lo es menos, que cuando expresamos América, entendemos la cosa misma, no la idea. Así decimos la América es un país hermoso, y es evidente que esto no lo afirmamos de la idea.
Al pensar en los metales, conozco que el ser metal es común a muchas cosas que por otra parte son diferentes, como la plata, el oro, el plomo etc.; al pensar en los brutos, veo que hay algo en que convienen el camello, el águila, la serpiente, la mariposa, y todos los demás, a saber el vivir y sentir, o el ser animales. Cuando expreso esto que conviene a muchos, diciendo, metal, animal, cuerpo, hombre justo, malo etc, el término se denomina común.
El término común tomado en general es aquél cuyo significado conviene a muchos; pero como puede suceder que convenga a muchos, o bien tan sólo en cuanto se consideran reunidos, o bien que se aplique a cualquiera de ellos por separado, suele decirse que en el primer caso el término es colectivo, en el segundo distributivo. Academia, es un término común colectivo, porque expresa la colección de los académicos; pero no de tal suerte que cada uno de estos pueda llamarse academia. Sabio es término común distributivo, porque se aplica a muchos, de manera que cualquiera individuo que posea la sabiduría, puede llamarse sabio.
Término singular es el que expresa un solo individuo: como Pirineos, mar Negro, Madrid, etc. Me parece que el término colectivo no debería contarse como una especie del común, porque entonces hay el inconveniente de que la división no está bien hecha. Decimos que el término es común o singular. El común se divide en colectivo y distributivo. Para que una división sea bien hecha se requiere que de dos miembros opuestos el uno no pertenezca al otro, lo que se verifica si adoptamos la división expresada. En efecto, la palabra nación es común, distributivamente, porque conviene a todas las naciones; y colectivamente porque se aplica a una reunión. Francia es común colectivo porque se aplica a un conjunto de hombres, y singular porque expresa una sola nación, un verdadero individuo de la especie de las naciones. Luego el término colectivo no debe contarse entre los comunes, como contrapuestos al singular, pues hay nombres colectivos comunes, y los hay singulares.
El término común se divide en unívoco, equívoco y análogo. Unívoco es el que tiene para muchos un significado idéntico: como hombre, animal, corpóreo. Equívoco es el que lo tiene diferente, como león, que expresa un animal y un signo celeste. Análogo que lo tiene en parte idéntico y en parte diferente: como sano, que se aplica al alimento que conserva la salud, al medicamento que la restablece, al hombre que la posee; piadoso, que se aplica a la persona, a un libro, a una acción, a una imagen. Amo, se dice de los monarcas; así esa fórmula «el rey mi augusto amo» se dice de los que tienen esclavos; se dice de los que tienen dependientes o criados, se dice del dueño de la habitación.
De muchos términos se verifica que envuelven una idea general, susceptible de varias modificaciones; y el emplearlos sin hacer la competente distinción, da lugar a confusión de ideas, y estériles disputas. Usamos a cada paso las palabras rey, monarca, soberano; hablamos sobre lo que ellas significan, asentando nuestros respectivos sistemas. Y sin embargo es imposible no desacertar gravísimamente, si en cada cuestión no se fija con exactitud lo que estas palabras expresan. Soberano es el sultán, soberano es el emperador de Rusia, soberano es el rey de Prusia, soberano es el rey de Francia, soberana es la reina de Inglaterra, y no obstante en ninguno de estos casos, la soberanía expresa lo mismo.
La definición es la explicación de la cosa. Si explica la esencia se llama esencial; si se contenta con darla a conocer, sin penetrar en su naturaleza, se apellida descriptiva.
Cuando la cosa explicada es la significación de una palabra, se llama definición del nombre: definitio nominis. Conviene no confundir la definición del nombre con su etimología: porque siendo esta última la explicación del origen de la palabra, acontece muchas veces que el sentido usual es muy diferente del etimológico. La etimología ilustra para conocer el verdadero significado, pero no lo determina. Así, por ejemplo, la palabra obispo, episcopus, que atendida su etimología griega significa vigilante, y en su acepción latina, superintendente, nos indica en cierto modo las atribuciones pastorales; pero dista mucho de determinarlas en su verdadero sentido. Así esta palabra significaba entre los latinos, el magistrado a cuyo cargo corría el cuidado del pan y demás comestibles. Cicerón escribiendo a Ático le dice: «Vuit enim Pompejus me esse quem tota hæc Campania, et maritima ora habent episcopum ad quem delectus et negotii summa referatur». (Lib. 7. epist).
Las calidades de una buena definición, son claridad y exactitud. Será clara, si no puede menos de entenderla quien no ignore la significación de las palabras; será exacta, si explica de tal manera la cosa definida, que ni le añada ni le quite.
La mejor regla para asegurarse de la bondad de una definición, es aplicarla desde luego a las cosas definidas; y observar si las comprende a todas, y a ellas solas.
La división es la distribución de un todo en sus partes. Según son estas, toma distintos nombres; llamándose actual cuando existen en realidad, y potencial cuando no son más que posibles. La actual se subdivide en metafísica, física, e integral. Metafísica, es la que distribuye el todo en partes metafísicas, como el hombre en animal y racional; física, la que lo distribuye en partes físicas, como el hombre en cuerpo y alma; integral, la que lo distribuye en partes que expresan cantidad, como el hombre en cabeza, pies, manos etc. La potencial es la que distribuye un todo en aquellas partes que nosotros le podemos concebir. Así, considerando como un todo la idea abstracta animal, podemos dividirle en racional e irracional. Si lo expresado por la división potencial pertenece a la esencia de la cosa, se llama esencial, si no, accidental. Será esencial si divido el animal en racional e irracional; será accidental si le divido por sus colores, u otras calidades semejantes.
La buena división debe: 1º. agotar el todo; 2º. no atribuirle partes que no tenga; 3º. no incluir una parte en las otras; 4º. proceder con orden, ya sea que éste se funde en la naturaleza de las cosas, o en la generación o distribución de las ideas.
Si afirmo una cosa de otra, formo un juicio; si lo enuncio con palabras, tengo una proposición. Afirmo interiormente, que la tierra es un esferoide; he aquí un juicio; digo o escribo: «la tierra es un esferoide» he aquí la proposición.
En todo juicio hay relación de dos ideas, más bien de los objetos que ellas representan; lo mismo ha de suceder en la proposición; el término que expresa aquello de que afirmamos o negamos, se llama sujeto; lo que afirmamos o negamos se denomina predicado; y el verbo ser, que expreso o sobrentendido se halla siempre en la proposición, se apellida unión o cópula, porque representa el enlace de las dos ideas. Así en el ejemplo anterior: la tierra es el sujeto, esferoide el predicado, y es la cópula.
Si hay afirmación, la proposición se llama afirmativa, si hay negación negativa. Pero conviene advertir, que para que una proposición sea negativa, no basta que la partícula no afecte alguno de sus términos, sino que es preciso que afecte al verbo. «La ley no manda pagar». «La ley manda no pagar». La primera es negativa, la segunda afirmativa; el sentido es muy diferente con solo mudar de lugar el no.
Las proposiciones se dividen en universales, indefinidas, particulares y singulares, según que el sujeto es singular, indefinido, particular, o universal. Todo cuerpo es grave: es proposición universal, a causa de la palabra todo. El hombre es inconstante; la proposición es indefinida, por no expresarse si lo son todos o alguno. Algunos axiomas son engañosos; la proposición es particular porque el sujeto está restringido por el adjunto alguno. Gonzalo de Córdoba fue insigne capitán; la proposición es singular, por serlo el sujeto. Para ser singular la proposición, no es preciso que el nombre sea propio, basta una palabra cualquiera que lo determine; como si digo: esta moneda es falsa.
Tocante a las proposiciones indefinidas, puede preguntarse si el sujeto se toma en sentido universal o particular; y a esta cuestión dan origen dos motivos: 1º. el no estar aquél acompañado de término universal ni particular; 2º. el observarse que el uso les señala a unas un sentido universal y a otras no.
La proposición indefinida equivale a la universal, en sentido absoluto, si se trata de materias pertenecientes a la esencia de las cosas, o alguna de sus propiedades que pueda considerarse necesaria; equivale a universal moral, es decir, para la mayor parte de los casos, si versa sobre calidades que así lo demanden; y por fin a particular, si así lo indica la cosa de que se habla. Los cuerpos son pesados: equivale a decir todos los cuerpos son pesados. Los alemanes son meditabundos; no equivale a decir que todos lo sean, sino que este es uno de los caracteres de aquella nación.
Las proposiciones son simples o compuestas. Las simples son las que expresan la relación de un solo predicado a un solo sujeto: como todas las de los ejemplos anteriores. Las compuestas son las que contienen más de un sujeto o predicado; y por lo mismo explícita o implícitamente comprenden más de una proposición. Con la clasificación y los ejemplos, se comprenderá mejor en qué consiste una proposición compuesta. Los dialécticos suelen distribuirlas en varias clases; indicaré las principales.
Proposición copulativa es la que expresa el enlace de dos afirmaciones o negaciones. El oro y la plata son metales. Equivale a estas dos reunidas: el oro es metal, y la plata es metal. El oro es amarillo, y el oro es dúctil. Para que estas proposiciones sean verdaderas se necesita que lo sean sus dos partes: porque la afirmación no se limita a la una sino que se extiende a las dos. A la misma clase pueden reducirse estas negativas: ni la codicia ni la soberbia son virtudes; la templanza no es dañosa ni al alma ni al cuerpo, etc.
Disyuntiva es la proposición en que entre dos o más extremos se afirmó la existencia de uno. Las acciones humanas son o buenas o malas. A estas horas se habrá ejecutado el designio o no se ejecutará nunca. Para la verdad de estas proposiciones, se necesita que no haya medio entre los extremos señalados. Un papel o es blanco o es negro: la proposición es falsa, porque puede ser de otros colores.
Proposición condicional es en la que se afirma una cosa con condición. Si el viento sopla el tiempo será frio. Si hiela se echarán a perder los frutos. Para la verdad de estas proposiciones se necesita que en realidad la primera parte traiga consigo la segunda; porque esto es lo que se afirma; más no que la segunda traiga la primera, porque de esto se prescinde. Así en el último ejemplo se dice que al hielo seguirá la perdición de los frutos; pero no que si se pierden los frutos haya hielo; porque no se afirma que los frutos no puedan perderse por otras causas. Poco diré sobre las formas de argumentación. Los dialécticos las han distribuido en muchas clases, y señalándoles abundantes reglas, todo con mucho ingenio. Ya he indicado lo que pensaba de su utilidad. Para inventar sirven poco o nada; para exponer mucho; y en general, el acostumbrarse a ellos por algún tiempo, deja en el entendimiento una claridad y precisión que no se pierden fácilmente, y se hacen sentir en todos los estudios.
Silogismo es la argumentación en que se comparan dos términos con un tercero, para inferir la relación que ellos tienen entre sí. Lo simple es incorruptible, el alma es simple, luego es incorruptible. Los extremos son alma e incorruptible, el término medio es simple.
Entimema es un silogismo abreviado. El alma es simple, luego es incorruptible.
El dilema es una argumentación fundada en una proposición disyuntiva, que por todos los extremos hiere al adversario. O el cristianismo se difundió con milagros o sin ellos; si con milagros, el cristianismo es verdadero; si sin milagros, el cristianismo es verdadero también, pues se difundió con un gran milagro que es el difundirse sin milagros. <<
[16] He recordado con elogio una doctrina de Santo Tomás; y no puedo menos de advertir lo muy útil que considero la lectura de las obras de aquel insigne Doctor, a cuantos deseen entregarse a estudios profundos sobre el espíritu humano. Si bien es verdad que se halla en ellas el estilo de la época, también es cierto que más de una vez se asombra el lector de que en medio de la ignorancia, que todavía era mucha en el siglo XIII, hubiese un hombre que a tan vasta erudición reuniese un espíritu tan penetrante, tan profundo, tan exacto. <<
[17] La carrera de la enseñanza debiera ser una profesión en que se fijaran definitivamente los que la abrazasen. Desgraciadamente no sucede así, y una tarea de tanta gravedad y trascendencia se desempeña como a la aventura, y sólo mientras se espera otra colocación mejor. El origen del mal no está en los profesores; sino en las leyes que no los protegen lo bastante, y no cuidan de brindarles con el aliciente y estímulo, que el hombre necesita en todo. Un solo profesor bueno es capaz en algunos años de producir beneficios inmensos a un país: él trabaja en una modesta cátedra, sin más testigo que unos pocos jóvenes; pero estos jóvenes se renuevan con frecuencia, y a la vuelta de algunos años ocupan los destinos más importantes de la sociedad. <<
[18] Esa inclinación del hombre a seguir la autoridad de otro hombre, da lugar a elevadas consideraciones sobre la fe, sobre el principio de la autoridad de la Iglesia católica, y sobre el origen y carácter de las extraviadas sectas que han perturbado y perturban el mundo. Como en otra obra traté extensamente esta materia, me basta referirme a lo que en ella dije. Véase El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilización europea. Tomo 1º. <<
[19] Podría escribirse una excelente obra con el título de moral literaria y artística. El asunto es tan útil como fecundo. Si esta obra la ejecutase un escritor de crítica segura y delicada y de moral pura, podría ser de gran provecho. El abuso, cada día mayor, que de las más bellas dotes del alma se está haciendo para extraviar y corromper, aumentaría la importancia de semejante trabajo. Ojalá que esta indicación despierte la voluntad de alguno que se sienta con fuerzas para ello. <<
[20] La filosofía de la historia, si bien ha adelantado algo en los últimos tiempos, es sin embargo una ciencia muy atrasada. Probablemente sufrirá modificaciones no menos profundas que otra ciencia también nueva: la economía política. Para los católicos hay en esta clase de estudios el grave inconveniente de que varias de las obras principales que en esta materia se han escrito, han salido de manos de protestantes, o escépticos; así es que se las encuentra llenas de errores y equivocaciones en lo concerniente a la Iglesia. Verdad es que últimamente en Inglaterra, en Francia y en Alemania, se está rehaciendo la historia en un sentido favorable al catolicismo: pero ésta es una mina riquísima de la cual no se ha explotado más que una pequeña parte. Los tesoros abundan; sólo se necesita trabajo. <<
[21] Figúranse algunos que la religiosidad es signo de espíritu apocado y capacidad escasa; y que por el contrario la incredulidad es indicio de talento y grandeza de ánimo. Yo sostengo que con la historia en la mano se puede demostrar que en todos tiempos y países los hombres más eminentes han sido religiosos. <<