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Durante dos meses, una eternidad, el turco Jamil Bichara vivió el problema en su plenitud, considerándolo en los mínimos detalles, analizándolo desde los más diversos ángulos. Le había dicho a Ibrahim en la estación al embarcar en el tren para Mutuns:

—Necesito tiempo para pensar antes de tomar una decisión. Cuando vuelva le doy una respuesta. Mientras tanto, cuide un poco de la mercería e impóngase en la casa.

En el desamparo de Itaguassu con Shitan actuando noche y día, día y noche sin parar, la propuesta de Ibrahim se fue hermoseando, cada vez más seductora y atrayente. Alá parecía mantenerse al margen de la contienda, indiferente; había abandonado a Jamil en hora decisiva, dejando la responsabilidad entera en sus manos.

Vista desde el mísero poblado donde se afanaba, la ciudad de Itabuna, animada y turbulenta, con sus comercios, la iglesia y la capilla, el Hotel dos Lordes, el cabaret, los bares, las pensiones de mujeres de la vida en las calles de piedra, el bullicio en la estación a la llegada y la partida diarias del tren de pasajeros, los chismes de la política y los negociados de las tierras del cacao, los jagunços armados, las tropas que desembarcaban cacao en los grandes depósitos de las firmas exportadoras, se transformaba en una capital. En Itabuna se vivía, en Itaguassu se penaba.

Glorinha Culo de Oro venía a provocarlo, como de costumbre, perturbándole el sueño, ofreciéndose desnuda, licenciosa e inaccesible. A ella se sumaba otro exigente llamado, tentación más fina, señora casada, Samira Jafet Esmeraldino. La rodilla atrevida, los senos robustos, ubérrimos, buenos para agarrarlos y apretarlos con las manos, la mirada de solapada, mirada de calentona, la lengua húmeda en los labios secos, Samira murmurando: ven, ven enseguida, estoy esperándote, cuñada no es pa-rienta. ¿Cuál de las dos más deseable, más desvergonzada? Dos descaminos para desencaminarlo, la puta de casa abierta, la otra todavía más.

Antes que nada, sin embargo, pesaba en la balanza la perspectiva de volver a levantar en poco tiempo la mercería y enseguida transformarla en bazar abastecido de mercaderías, provisto de lo bueno y lo bonito, emporio con buena clientela, pingües lucros. Aclamado jefe del clan, Jamil dictaría la ley con benevolencia. Se imaginaba tras el mostrador, auxiliado por las cuñadas Samira y Fárida. En lugar de permanecer en casa masticando disimulos, conversando tonterías con el pueblo en la estación, Samira, joven y robusta, sería de evidente ayuda en la mercería, sumando lo útil a lo agradable. Igualmente Fárida: presencia linda, deleitosa a los ojos de los clientes: la clientela masculina crecería no bien El Baratillo se transformara en un bazar. En cuanto al simpático Alfeu, devuelto a su verdadera vocación en la Sastrería Inglesa, allí podría realizar una envidiable carrera, de aprendiz a oficial, de oficial a maestro, dejando de representar peligro para las finanzas de la mercería.

Vale la pena repetir lo que se sabe de sobra: cuñada no es parienta, pero los lazos de familia permiten una intimidad, por así decir, fraterna. Se ampliaban los horizontes de Jamil: el Sultán y su harén. Eso sí era vivir.

Estudiaba minuciosamente los artículos del contrato que se firmaría en la escribanía. Socio por parte de Adma en la herencia de la madre, socio de Ibrahim en su mitad, en la práctica el dueño del negocio. Entregado a sus pasatiempos, Ibrahim sería una especie de consocio, y a Jamil le quedaría el mando completo, el derecho a hacer y deshacer.

Planeaba comprar desde el principio la parte de Jamile y Ranulfo, su marido. El que posee plantación de cacao no tiene otra ambición en la vida que adquirir tierras y más tierras para plantar, aumentar la propiedad y las cosechas; no le interesan los almacenes y las tiendas. Posteriormente estudiaría cómo actuar en relación con las partes de las otras cuñadas: dependería del buen comportamiento de ellas y de los esposos. En las horas muertas las ventajas del proyecto crecían y se imponían.

Hasta incluso la fealdad de Adma, agresivo pajarraco viejo, seco pedazo de bacalao, se desvanecía a la distancia. Shitan, el tiñoso, no podía esconder la realidad, no tenía poderes para tanto. Pero lograba suprimir o atenuar detalles, reduciendo bigotes a bozo fuerte, transformando cara agria en pundonor. Al final, a otras más horribles y repulsivas Jamil se las había volteado sin vomitar, pagando en dinero contante y sonante, corriendo riesgo de contagiarse enfermedad venérea: bubones, gonorrea.

Además debe tenerse en cuenta que ciertas mujeres feas son irresistibles. Ellas tienen sus misterios, según había explicado Raduan Murad al oír, en cierta ocasión, a Jamil comentar admirado la extravagancia de Salim Hadad, compatriota millonario, hacendado de sus buenas cuatro mil arrobas cosechadas entre cosecha y cosecha. Casado con una prima, Yasmina, pedazo de mujer, un camión, vivía metido con la prostituta más contrahecha de la calle del Umbuzeiro, Silvinha, cara de resfrío, culo ordinario, pechos magros, de lo último. Gastaba un dineral con ella, ¿cómo explicar tal absurdo?

—Ella tiene sus misterios, Jamil. Una criatura puede ser fea de apariencia, peor de formas, pero si la boca del cuerpo es de rechupete se trata de diamante puro, incomparable. Aquí entre nosotros, puedo garantizarle: igual a la boca del cuerpo de Silvinha no conozco otra… —Hizo chasquear la lengua en nostálgica confirmación.

Quién sabe, tal vez Adma fuera una de esas privilegiadas, chucha divina, de rechupete. Creer realmente, Jamil no lo creía, pero tampoco era imposible. Allí mismo en Itaguassu estaba el ejemplo de Laurinha, apodada la Bruja. Bruja de tan horrible: apagada la lámpara de petróleo, en la oscuridad y con el pensamiento puesto en otra, ninguna se le comparaba, tajo apretado de niña virgen, palpitante boca del cuerpo para chupar.

Más difícil era amenizar las asperezas del carácter. Jamil no conseguía olvidar la maligna presencia de esa loca en la cena, menos todavía la escena del martirio de Ibrahim. Se veía volviendo del cabaret, en el medio de la noche, o de la pensión de Afonsina, de madrugada: un marido no tiene hora marcada para llegar a la casa ni cuentas que rendir. Se topaba con Adma en lo alto de la ventana esperándolo hecha una furia, despertando a los vecinos en la repetición de la gritería, escándalo sin igual. Queriendo subírsele al lomo, como había hecho con Ibrahim. ¿Pedazo y correa bastarían? Dudoso.

Abandonado por Alá a la seducción de Shitan, entregado a las propias fuerzas, transcurrió dos meses en aquella lucha, sin decidir nada. Pero a cada instante el Malvado acentuaba su dominio sobre el alma de Jamil; en las vísperas de rumbear para Mutuns, de donde salía el tren hacia Itabuna, consideró irrecusable la propuesta de Ibrahim: comercio bien montado, fortuna a la vista y mujer de excelente calidad. Pensaba en Samira, no en Adma.

Para Adma poco pedazo y mucha correa. A no ser que el esperpento poseyera, ella también, sus misterios, cajeta incomparable, de rechupete. Es bien posible, es casi seguro, le soplaba el demonio en el cogote.