CAPÍTULO 9 

Greeley lo observó con cautela, incapaz de descifrar su tono de voz. -Cada palabra que dije era verdad. 

-Está la verdad y la verdad -enarcó una ceja con expresión sarcástica y soltó con voz aguda-: Estoy acostumbrada al rechazo. Es algo que se me ha metido en el ojo. ¿Estaría mal que bebiera una copa de vino? 

Se le fue el alma al suelo. Había esperado que Quint comprendiera que había intentado sacar a su abuelo de la depresión. 

Quint dejó su copa y cruzó la estancia para sentarse a su lado en el sofá. Separó sus manos unidas y alzó una para besarle la palma. 

-Gracias. 

-De nada -repuso con sequedad, agitando las pestañas. 

-Eres tan cambiante como un camaleón -sonrió-. ¿Cómo se supone que voy a saber quién es la verdadera Greeley? -se reclinó y estiró las piernas, acercándola más a él. 

Ella lo permitió encantada y dobló las piernas bajo su cuerpo mientras apoyaba la cabeza en su hombro. 

-Quizá debas emprender una investigación a fondo -dijo con osadía. Quizá demasiada. Un pesado silencio siguió a su desafío. Quint no había estado coqueteando. Ella había malinterpretado su gratitud; se ruborizó-. Olvídalo -musitó. 

-No quiero olvidarlo. 

-No era una invitación para mi cama -se irguió de repente. 

  

-Eso me temía -volvió a reclinarla sobre su hombro-. Eres tan compleja, que no creo que viva lo suficiente para entenderte, aunque nadie me ha acusado jamás de retirarme de un desafío. Estoy dispuesto si tú lo estás. 

Greeley experimentó una variedad de emociones. Esperanza, expectación, placer, percepción sexual. Quint no se había quitado la corbata. Tiró del nudo, incapaz de enfrentarse a la intensidad de sus ojos. 

-De pequeña solía jugar en el arroyo que cruzaba por nuestro rancho. En una ocasión Beau me contó que había pirañas. 

-Y tú lo creíste -bromeó él. 

-Claro que no. Y para demostrarlo, corrí por delante de todos hasta el agua y fui la primera en saltar -Quint no paraba de acariciarle el brazo, haciendo que fuera casi imposible que se concentrara en lo que quería decir-. Pensaba que si había una o dos pirañas perdidas, si saltaba con fuerza, las asustaría y se irían. 

-¿Me estás preguntando si soy una piraña, señorita Lassiter? 

La caricia se hizo más íntima. Su voz sexy y juguetona agitó corrientes profundas y extrañas en su interior. Y sacudió sus barreras. Jamás había conocido a un hombre tan excitante. Y peligroso. Respiró hondo. 

-No estoy segura. ¿Lo eres? 

-Me gusta pensar que soy un tipo amigable. Después de todo este lío, ¿crees que podemos ser amigos? 

Amigos. Estúpidamente ella había esperado más. Esbozó una sonrisa. 

-Me gustaría que lo fuéramos -no era mentira. 

-La amistad es un comienzo. 

Al captar el tono burlón y sensual se atrevió a alzar la vista. El calor que emanaba de sus ojos crepitó por todo su cuerpo. Se aferró a su corbata para no hundirse, incapaz de desviar la mirada. Entonces él parpadeó y el calor se convirtió en una cálida diversión. No del todo inofensiva. Greeley quiso meterse dentro de su camisa y pegarse a su torso. 

-Por la amistad, entonces. Estrechémonos la mano -extendió una, orgullosa de que no le temblara. 

-No -con un movimiento veloz, Quint la colocó en su regazo. Le enmarcó la cara con las manos-. Besémonos. 

Los amigos se besaban. Ya lo había besado con anterioridad. Besarlo no era peligroso. Le rodeó el cuello con los brazos. 

-De acuerdo. 

Él ladeó la cabeza y posó los labios en su boca. Ella los abrió y después de un segundo de vacilación, pasó la lengua por la suya. 

Quint separó las lamas de la persiana con la mano y admiró la vista. Greeley se hallaba sobre una de las enormes ruedas delanteras mientras se inclinaba sobre el motor. El capó levantado del camión ocultaba su torso y al mecánico que tenía delante. Se concentró en el hermoso trasero ceñido en unos vaqueros viejos. 

Desde que sellaron su pacto con un beso, había conseguido mantenerla en Denver tres días más. Sabía que tenía que regresar a Aspen. Allí tenía una vida. Familia. Una carrera. 

No quería que se marchara. 

Sabía que la deseaba. En cuerpo y alma. 

Se dijo que se entregaría a él cuando estuviera lista. Cuando confiara lo suficiente. 

A algunas mujeres valía la pena esperarlas. 

Contuvo la impaciencia. La noche anterior había sido la peor. Cada vez que ella se cobijaba en sus brazos le encendía más la sangre. 

Desconocía qué tipo de música le gustaba, su comida favorita, a quién votaba. Sabía que se sentía próxima a la familia que la había criado, que le gustaban los animales, que tenía mucho talento y era experta en mecánica. 

Sabía que quería bajarla de ese camión, meterla en su coche, ir a casa y encerrarla en el dormitorio hasta que lenta y detenidamente hubiera desnudado cada uno de sus secretos. 

Luego podría preguntarle si prefería comida china o mexicana. 

-Si abrieras la persiana y giraras tu escritorio, podrías mirarla todo el día -espetó Beth. 

-¿No es hora de que te jubiles para que pueda contratar a alguien joven y hermosa que no me maltrate todo el día? 

-Me equivoqué con ella -su secretaria se reunió con él en la ventana-. No se parece en nada a Fern. Es pragmática, amigable, siempre dispuesta a echar una mano. Fue ella quien se ocupó de cancelar casi todos los preparativos de la boda -Beth suspiró-. Y el aspecto que tiene con esos vaqueros me pone verde de envidia. 

-Ah. ¿Jack ha pensado en huir con ella? 

-No si tú lo haces primero -soltó y se marchó. 

Oyó otros pasos hasta que tuvo a Big Ed al lado. 

-Esa chica me cae muy bien. ¿Crees que sabe de verdad lo que es un solenoide de combustible? Serías un tonto si la dejaras escapar. 

Quint echó un último vistazo al trasero tentador de Greeley y regresó a su mesa. 

-Quizá no quiera quedarse. 

-Sobórnala con el coche de tu padre -Big Ed soltó una carcajada-. Le encanta ese coche -se sentó frente a su nieto-. ¿Has notado cómo pasa la mano por encima del guardabarros cuando cree que nadie la ve? 

Lo había notado. Y deseó que la pasara por encima de él de la misma manera. Se reclinó en el sillón con las manos sobre el escritorio. Si no dejaba de pensar en Greeley Lassiter en su cama, el negocio iba a irse a pique. 

-Hablé con Russ Gordon esta mañana. Está indeciso con el nuevo contrato. Pensé que tú podrías convencerlo. 

-¿Quieres mantener ocupado al viejo para curarle el corazón? -Big Ed lo miró fijamente. 

  

-¿Necesito hacerlo? -la sutileza había fracasado. 

-No. Greeley tiene razón. Fern nos dio lo que tenía. No es culpa suya que nosotros quisiéramos más. Greeley tiene una familia y yo tuve un par de meses de buen sexo. Es evidente que las cosas han cambiado desde mi época. ¡Cielos, lo que Fern me enseñó! 

-No habrás discutido vuestras actividades sexuales con Greeley, ¿verdad? 

-Estoy viejo, no senil -lo miró disgustado. 

-Lo siento -volvió a sentarse. 

-¿Vas a casarte con ella? 

-Es demasiado pronto para pensar en eso -repuso con rigidez. Su abuelo enarcó una ceja blanca. 

-No lo estropees. Una mujer como ella no va a esperar una eternidad hasta que te decidas. Si tuviera cuarenta años menos, te la arrebataría. 

-Si no recuerdo mal, no mostraste mucho interés en mis consejos cuando empezaste a salir con Fern. 

-Supongo que es una manera cortés de decirme que me meta en mis cosas -bufó-. No puedes esperar paciencia de un hombre próximo a los ochenta años. Quiero sostener en brazos a mis bisnietos y malcriarlos -se miró las manos y comentó con tono demasiado casual-: Quizá debería haberte malcriado más y no haber esperado tanto de ti. 

-¿Y eso a qué viene? 

-Trabajas demasiado. Deberías divertirte más. Llévate a Greeley a las montañas. Ve a pescar o algo por el estilo. 

-Jamás he ido a pescar. 

-Pues tendríamos que haber ido -Big Ed suspiró-. De acampada. Esas cosas que un hombre hace con un niño. 

-Las hicimos. Jugamos con camiones. 

-Te eduqué para dirigir Camiones Damián -se levantó y miró encima de la cabeza de Quint largo rato, sumido en sus pensamientos. Luego se pasó la mano por la cara-. Setenta y seis años es mucho tiempo para vivir. Un hombre realiza elecciones, algunas buenas, otras malas. El problema es que cuando descubres cuál es cuál, ya es demasiado tarde. No puedes dar marcha atrás. No obstante, hay que seguir intentándolo. Hacer lo que parece mejor -dio media vuelta y salió del despacho. 

Greeley ocupaba el sillón de piel en el estudio de Quint y lo observaba por encima del cuaderno de bocetos. Después de la cena Edward Damián se había ido a su cuarto a ver la televisión y su nieto se ponía al día con todo el papeleo atrasado desde su viaje a Aspen. En teoría ella trazaba ideas para la escultura que le había encargado. La verdad es que admiraba la mandíbula cuadrada de Quint, tan reveladora de su fuerza. 

Se hallaba tan concentrado en lo que hacía que había olvidado su presencia. Le encantaba el modo en que acariciaba la barriga de Barney con el pie mientras leía. Le encantaba su sonrisa. 

El modo en que besaba. 

Quint silbaba mientras avanzaba por el pasillo desde el dormitorio. Había oído a Big Ed antes y el olor a café salía de la cocina. 

-Buenos días. 

-El café esta hecho -el abuelo alzó la taza a modo de saludo. 

-Parece que va a ser un día hermoso -deseó que la parte más hermosa de su día se diera prisa y entrara en la cocina. 

-Llueve -repuso con tono seco Big Ed. 

-Necesitamos que llueva. Nos reduce la factura del agua. 

-Vi la montaña de papeles que tenías anoche. Me siento mal por haber descuidado las cosas durante tu estancia en Aspen. ¿Terminaste de repasarlos? 

  

-No del todo. Me distraje un poco -más que un poco. El cuerpo se le contrajo al recordar a Greeley sobre su regazo. Contempló el café. «Nada de sentada. Retorciéndose», pensó con satisfacción. En especial cuando probó sus pechos. Bebió un trago de café caliente y alargó el brazo hacia una caja de cereales. Si no pensaba en otra cosa, tardaría menos de un minuto en comenzar a retorcerse. Llevó el cuenco y la caja a la mesa y se sentó frente a su abuelo. 

-Quería hablar contigo antes de que te fueras a trabajar -Big Ed aferró la taza con ambas manos. 

Algo en el tono de voz de Edward hizo que dejara de comer. 

-Claro, dispara. 

-Probablemente adivinaste que pensaba darle a Fern una participación del negocio como regalo de boda -hizo una pausa-. Esperaba que ella te ayudara cuando yo muriera. Que tú dirijas toda la empresa es pedirte demasiado. 

-Camiones Damián es mi vida. 

-Trabajas demasiado -le obsequió con una sonrisa fugaz-. He estado pensando -evitó mirarlo a los ojos-. Fui un maldito egoísta desconsiderado en lo que a Greeley se refiere. Sabía que Fern empezaba a impacientarse y pensé que si la reunía con su hija se mostraría tan agradecida que se quedaría conmigo. Usé a Greeley para sobornar a Fern. 

-No te preocupes por eso. Greeley lo entiende -recogió la cuchara y continuó comiendo. 

-Ha mostrado una actitud extraordinaria -convino Big Ed-, en especial si consideramos que en ningún momento pensé en sus sentimientos. Me lo pasaba bien con Fern en la cama y estaba dispuesto a utilizar a Greeley para cerciorarme de que Fern no saliera de allí. Ojala nunca te hubiera enviado a Aspen a buscarla, pero lo hice. No puedo cambiar eso -bajó la vista a la taza de café-. Lo único que puedo hacer es tratar de reparar el daño cometido. Si Fern y yo nos hubiéramos casado, con el tiempo Greeley habría heredado la parte de la empresa en poder de su madre. De modo que me parece justo que la tenga ahora. 

Quint volcó el cuenco con cereales. Sin prestar atención a la leche que caía por el borde de la mesa, contempló a su abuelo. 

 -¿Qué? 

-Me has oído. Greeley debería ser copropietaria de Camiones Damián. De un modo u otro. 

Los papeles sobre la mesa se burlaban de la calma superficial que exhibía Quint. Había logrado terminar de desayunar y hablar educadamente con su abuelo y con Greeley cuando entró en la cocina. No tenía ni idea de lo que había dicho. Algunos empleados lo miraron de forma rara poco después de llegar al almacén, pero nadie le hizo preguntas. 

La puerta del despacho se abrió y Greeley asomó la cabeza. 

-Hola. 

Parecía engañosamente inocente. Y deseable. 

-Estoy ocupado ahora -anunció con sequedad. 

-Solo tardaré un segundo. Jack me ha hablado de un sitio donde se encuentran piezas de automóviles y pensé en ir a echarle un vistazo. Me preguntaba si podía pedirte prestado el coche para ir a la casa a buscar la furgoneta. 

-No presto mi coche a cualquiera que entra de la calle. 

-No pensaba que yo fuera alguien que acaba de entrar de la calle -se quedó muy quieta. 

Quint apoyó las manos sobre la mesa. Podía darle lecciones de interpretación a una actriz consumada. Era una pena que no fuera tan crédulo como su abuelo. A él ya no podía engañarlo. 

-Empecé a venir aquí antes de saber caminar -explicó-. Cuando fui al colegio ya me conocía el nombre de casi todas las herramientas. Al llegar al instituto sabía cambiar filtros de aceite, bombas de agua... lo que se te ocurra. Con catorce años, durante las vacaciones, salí a la carretera con algunos de los conductores. El resto del año descargaba en el muelle o ayudaba en el almacén. Con dieciocho saqué el carné de conducir de vehículos pesados. Me criaron para dirigir Camiones Damián -Greeley entró en el despacho-. Es culpa mía. No debería achacártelo a ti. 

-¿Achacarme qué? -se sentó en el otro sillón. 

Su rostro inocente no le engañó ni por un minuto. 

—Me lo advertiste. Me dijiste claramente que venías a Denver para arruinar mis planes, que pensabas cerciorarte de que Fern se casaba con el abuelo para que pudiera heredar una gran parte del negocio. ¿Cómo supiste que Big Ed iba a darle parte de la empresa como regalo de boda? ¿O fue una conjetura afortunada? Eres la única hija de Fern. Supusiste que llegado el momento heredarías. Debió ser toda una sorpresa que ella renunciara a la empresa. Hasta entonces, simplemente habías estado jugando conmigo, pasando el tiempo hasta que pudieras conquistar el corazón de tu madre. Pero Fern no tiene corazón, y una vez que se ha marchado, tus planes cambiaron. Conseguirías la empresa a través de mí. ¿No fui lo bastante deprisa para ti? ¿Por eso decidiste centrarte en Big Ed? Fern había demostrado que era manipulable. Te ganaste su afecto. Robaste una de las pocas cosas que de verdad me importan. 

-No sé de que hablas. 

-No, no lo sabías. Fui un estúpido. Iba a pedirte que te casaras conmigo. No quería meterte prisa. Ahora que pienso en ello, es gracioso. Mientras te hacías la difícil de conseguir, me manipulabas para obtener lo que buscabas. Pensaba que Fern era mala, pero podría aprender mucho de ti. 

-No tengo ni idea de qué va esto -se levantó despacio-. Lo único que sé es que me has juzgado y declarado culpable de algo por ser la hija de Fern. No has sido capaz de superar mi origen, ¿verdad? 

-Lo que no pude superar ha sido quererte en mi cama y tú lo sabes. 

Ella dio un paso atrás. 

La expresión de su cara irritó a Quint. No tenía derecho a fingir que estaba destrozada. Rodeó el escritorio y le tomó la barbilla. 

-Deja de actuar -espetó-. Has ganado. Big Ed siempre quiso una nieta. Y un nieto como su hijo. No consiguió ninguna de las dos cosas. Así es la vida. Dile a Big Ed que no quiero Camiones Damián. Puedes quedarte con la totalidad del maldito negocio. 

-¿Yo? -lo miró y no intentó soltarse-. ¿Estás loco? 

-Ya no. En una ocasión me dijiste que emprendiera mi propio negocio, y es exactamente lo que voy a hacer. Y entonces, voy a hundirte a ti y a Camiones Damián. 

Odió el modo en que fingía ser inocente. Quiso besarla. Pero ya no era tan tonto. 

Aunque le había demostrado que sí lo era. 

Le apretó más el mentón y se inclinó sobre su boca como un camión a máxima velocidad. Le dio un beso profundo y prolongado. Ella no se opuso. Ambos jadeaban cuando él alzó la cabeza. 

Greeley no emitió ningún sonido más mientras él se alejaba. 

No habría podido hablar aunque en ello le fuera la vida. En su cabeza bullían la confusión, la traición e innumerables emociones más que le atenazaban el corazón. El dolor agónico llegaría más tarde, cuando se permitiera pensar en lo que acababa de suceder. En ese momento no quería pensar. 

-Toma. Querías esto. Tenias -rugió él a su espalda. Ella se negó a dar la vuelta. Algo voló junto a su oreja y unas llaves de coche aterrizaron con ruido en el escritorio de Quint-. El coche era de mi padre. Sin duda Big Ed también desea dártelo. Ayer me comentaba lo mucho que te gustaba -añadió con desdén. 

La puerta se cerró con fuerza. 

Greeley se quedó paralizada. Como parpadeara, se quebraría en un millón de pedazos. Si tan solo supiera porqué... 

Él la odiaba y la despreciaba. 

La puerta se abrió a su espalda. No se atrevió a volverse. No hasta no haber vuelto a erigir todos sus muros. 

-La secretaria de Quint salió disparada del almacén. Dijo que Quint se había marchado, que abandonaba. ¿Qué sucede? 

-No lo sé -despacio dio la vuelta para mirar a Edward. 

-¿Qué ha pasado? -clavó la vista en ella-. ¿Os habéis peleado? 

-Quint me pidió que le dijera... -meneó la cabeza y le falló la voz. Respiró hondo y volvió a intentarlo-. Sus palabras exactas fueron: «Dile a Big Ed que no quiero Camiones Damián. Puedes quedarte con la totalidad del maldito negocio». Se refería a que podía tener la empresa. ¿Qué tengo que ver yo con esto? 

-Es culpa mía -la contempló con una profunda sorpresa interior-. Quería que se casara contigo. Ayer se lo dije con claridad, pero aunque reconoció que le gustabas, pareció un poco reacio a la idea del matrimonio. Pensé que quizá se sentía demasiado cómodo con la idea de ser un soltero y me pareció oportuno darle un empujoncito. 

Las palabras de Edward carecían de sentido. Quint la había besado la noche anterior. Y ella se había sentido segura en sus brazos. Se había convencido de que empezaba a amarla. 

-Anoche no estaba enfadado. 

Edward se acercó a la ventana y le dio la espalda. 

-Fue esta mañana durante el desayuno. Estoy seguro de que te ama, pero ni él lo sabe aún. Quería darle un motivo para que se casara contigo. 

-¿Cómo cuál? -preguntó con un mal presentimiento. 

-Le indiqué que me sentía culpable por el modo en que te había tratado. Que serías una estupenda copropietaria de este lugar. 

-¿Pensó que podía sobornarlo para que se casara conmigo entregándome una parte de Camiones Damián? ¿Pensó que iba a casarse para recuperarla? 

-¿Quién dijo algo de entregarte parte de Camiones Damián? -Big Ed dio media vuelta-. Cuando un hombre y una mujer se casan se convierten en socios. Te he estado observando. Te interesa todo sobre esta empresa. Tú comprenderías las exigencias del negocio, podrías ayudar a Quint. 

Con piernas temblorosas, Greeley se acercó al escritorio de Quint y se sentó en el borde. 

-Él creyó que le iba a quitar parte de la empresa para dármela a mí. 

-¿Por qué iba a hacer algo tan tonto? Levanté esta empresa para pasársela a mi hijo y a mi nieto. 

-Quint parecía creer que planeaba darle parte a Fern como regalo de boda. 

-Para que se quedara cuando yo hubiera muerto y ayudara a Quint. Sé lo exigente que puede ser este negocio. Diablos, Eddie, el padre de Quint, no quería saber nada de esto. Era demasiado trabajo para él. Demasiado sucio. Poco atractivo. Me esforcé mucho para darle a mi hijo todo lo que siempre quiso. Lo malcrié -la voz le cambió-. No quise cometer el mismo error con Quint, de modo que hice que trabajara para conseguir lo que recibía -sacó un pañuelo blanco del bolsillo y se sonó la nariz-. Siempre me he sentido orgulloso de cómo creció mi nieto. 

-¿Se lo ha dicho alguna vez? 

-No he tenido que hacerlo. Los hombres no necesitan esas frases sentimentales. Quint sabe lo que siento por él. 

-Edward -comenzó con gentileza-. No creo que Quint lo sepa. Lo único que he oído desde que llegué a Denver es lo maravilloso que era su padre. Los dos son sus héroes. Quint debe creer que jamás ha estado a su altura. 

-Eso es ridículo. ¿Y qué que nunca haya sido un héroe o salvara alguna vida? 

Miró al anciano con ojos llenos de incredulidad. Luego le expuso con absoluta claridad lo equivocado que estaba. Señaló las muchas maneras en que un hombre puede salvar la vida de otro. Formas poco dramáticas, pero también vitales. 

Cuando terminó, Edward daba la impresión de haber sido arrollado por un camión. 

-Creo que será mejor que vaya tras el muchacho y le diga lo tonto que he sido todos estos años -la voz se le fortaleció—. Y luego le diré que no puede dejarme. Tiene que dirigir una empresa. 

Pero Quint se había marchado en un camión. Según el encargado del almacén, iba de camino a Albuquerque, Nuevo México. 

El sol brillante le hería los ojos. 

Después de preguntarle a Quint si tenía algún problema por el modo en que conducía y recibir una respuesta negativa, Warren mantuvo la boca cerrada. Cuando sonó el teléfono móvil, contestó y se lo pasó a Quint, pero no dijo nada cuando este colgó sin hablar. No le prestaron atención cuando volvió a sonar. No dejó de hacerlo durante mucho tiempo. 

Quint había olvidado las gafas de sol en el coche. Echó la cabeza atrás y cerró los ojos para esquivar el sol. Si pudiera borrar los recuerdos de Greeley con tanta facilidad. 

Ella había fingido que no tenía idea de lo que hablaba. 

Warren se desvió por la salida 1-25 y se mezcló con el tráfico pesado que se dirigía hacia el sur a Colorado Springs. 

  

-Jamás entendí cómo Fern pudo engañar tan completamente a Big Ed -comentó en voz alta. 

-Es muy atractiva -Warren se atrevió a mirarlo. 

-Como su hija. 

-No. Mi mujer está en el departamento de maquillaje en unos grandes almacenes. Comentó que Fern conocía todos los trucos para ocultar los defectos y resaltar las virtudes. Greeley es una mujer natural. Una chica estupenda con una sonrisa maravillosa. 

También había engañado a Warren. Y al resto de los conductores, a los mecánicos, a los de la oficina y a los vendedores. 

La interestatal cruzó de Colorado a Nuevo México y se curvó hacia Santa Fe. Un trayecto sencillo con buen clima. Sin ningún peligro oculto. Sin ninguna Greeley Lassiter para pillarte desprevenido con su «sonrisa maravillosa». Era cierto que tenía una gran sonrisa, que había cautivado a todos en Camiones Damián. Hasta su perro estaba loco por ella. Lo cual no significaba nada. Resultaba muy fácil engañar a Barney. Bastaba con rascarle detrás de las orejas. 

Barney había evitado a Fern. 

Dejaron las afueras de Sante Fe en el espejo retrovisor. 

-¿Alguna vez una mujer te ha hecho parecer un tonto? -le preguntó a Warren. 

-¿Greeley y tú os habéis peleado? 

-¿Qué te ha hecho pensar en ella? ¿Es que todo el mundo sabe que me está haciendo quedar como un tonto? 

-Greeley no sabría cómo romper el corazón de un hombre -Warren lo miró con incredulidad. 

-¿Quién dijo algo de mi corazón? No tiene nada que ver en el asunto. 

-Cuando no quisiste hablar con tu abuelo por teléfono, pensé que él y tú os habíais peleado. Supongo que Greeley y tú habéis mantenido una discusión de novios, ¿eh? 

  

-Jamás hemos sido novios -soltó. 

-Puede que me despidas por decir esto, jefe -rió-, pero sus ojos te adoran cada vez que te mira. Los mecánicos han apostado cuándo te vas a declarar -añadió como al descuido-. Yo he apostado cinco pavos para esta semana. 

-Ya puedes despedirte de ellos. 

¿A quién quería engañar? El remordimiento le atenazaba el estómago. Se sentía como si hubiera abofeteado a un bebé. 

Greeley no se parecía en nada a su madre. Había estado loco al revolverse contra ella. 

Aunque ella hubiera engañado a todo el mundo, no podría engañarlo a él. Le había permitido asomarse demasiadas veces a su alma. Las únicas mentiras que decía eran por protección. Por dentro siempre temía que la abandonaran. 

Como él la había abandonado. Un acto que no se podía atribuir a un héroe. 

Merecía algo mejor. Un hombre que hubiera hecho algo más en la vida que haber nacido para heredar un negocio. Necesitaba, merecía, a un héroe. 

Había abandonado Camiones Damián. No tenía nada que ofrecerle. Sería demasiado tarde después de establecer su propio negocio. Por ese entonces ella se habría enamorado de otro. 

Greeley no lo amaba. Warren podía afirmar todas esas tonterías de que lo adoraba con los ojos, pero eso no hacía que fuera verdad. 

Si lo amara, Quint lo sabría.