Introducción


Turguénev inició su carrera literaria escribiendo poesía y la cerró con una colección de textos líricos y breves que denominó Poemas en prosa. Entre medias quedan seis novelas y varias decenas de relatos y narraciones de tamaño medio.

Hay una diferencia fundamental entre las novelas y los relatos de Turguénev, que no obedece tanto a la extensión o las características propias de cada género como a una disparidad de intenciones y objetivos. Turguénev, hombre de medios, educación exquisita e ideas avanzadas, analiza en sus novelas problemas de índole social o se ocupa de la pintura de tipos y modelos característicos de un determinado momento histórico, representantes de corrientes de pensamiento o de tendencias políticas. Así, en un prefacio redactado en 1880 para la edición de sus Obras completas, el escritor proclama lo siguiente: «He intentado, en la medida en que mis fuerzas y mi talento me lo han permitido, retratar con fuerza e imparcialidad y encarnar en tipos adecuados lo que Shakespeare llama the body and pressure of time». Ese componente de preocupación social, ese interés por los «temas de actualidad» no favorecieron demasiado el valor literario y artístico de sus novelas. Para decirlo con palabras de Tolstói: «Por grande que sea la importancia de la literatura política, que refleja los intereses pasajeros de la sociedad, y por necesaria que sea en la vida nacional, hay otra literatura que refleja los intereses eternos de toda la humanidad».

En cierto modo es como si Turguénev, propietario y terrateniente, pero también liberal convencido y demócrata a ultranza, se sintiera obligado —por una suerte de mala conciencia o simplemente por un sentimiento del deber— a ocuparse de esas cuestiones y problemáticas. En tales casos la acción puramente novelesca a veces chirría y se atasca, y sus personajes resultan un tanto acartonados y falsos, o al menos rígidos y estereotipados: es como si estuvieran representando un papel. En cambio, en el caso de sus relatos y narraciones más breves, las historias parecen fluir directamente del corazón, sin esfuerzos ni constricciones.

Turguénev aspiraba a ser un escritor de contenido social, pero los temas que en realidad le resultaban afines no eran la revolución o los movimientos populistas, la descripción de las clases intelectuales, los cuadros satíricos de las élites dominantes, sino la naturaleza, el amor, la angustia del tiempo que no deja de fluir y ese sentimiento de pérdida constante e irremediable que vela de melancolía y tristeza todos sus relatos.

La profundidad a la que aspiraba cuando hablaba de cuestiones cívicas y políticas sólo la alcanzaba cuando se ocupaba de la vida a secas, de la búsqueda de la felicidad personal, del mundo de los sentimientos, del desplome de las ilusiones, de la única posesión que en verdad pertenece al hombre: el recuerdo.

En sus nouvelles, Turguénev suele insistir en una estructura narrativa que en su caso funciona a las mil maravillas: líricos y delicados cuadros de naturaleza, conversaciones en las que los personajes ponen de manifiesto sus opiniones y sentimientos, y sucintas y eficaces biografías trazadas por la mano de un narrador omnisciente. No hay mucha introspección en Turguénev, aunque se dan algunas excepciones, como por ejemplo «Diario de un hombre superfluo» o «Primer amor». Sus personajes, a diferencia de los de Dostoievski, no se definen tanto por lo que piensan y discurren como por lo que hacen y sobre todo por lo que dicen. Por lo general, el héroe de la historia, sumido ya en la vejez o en una edad madura, recuerda un momento de su juventud, y no un momento cualquiera, sino aquel que marcó su destino, pues otra de las constantes de estas composiciones es que hay un instante que lo determina todo, y también que la decisión tomada acaba revelándose desastrosa. Los personajes de Turguénev viven ensimismados en sus recuerdos, pero ese tesoro, más que enriquecerlos, los atormenta: al final de la vida, entre el arrepentimiento y la desesperanza, vuelve el efluvio de esos días decisivos que pudieron cambiarlo todo y que ya nunca volverán. Por debajo de la delicada textura narrativa, de la musicalidad y plasticidad de una prosa impecable, revolotea siempre una angustia infernal, un grito callado, un desencanto contenido, pero no por ello menos punzante y doloroso.

Las historias de amor de Turguénev nunca acaban bien, como tampoco acabó bien la suya propia. A veces parece que el destino concede una tregua, avanza una solución, como en «Asia» o «Dos amigos», pero al final todo acaba torciéndose siempre, de forma irrevocable y segura.

El gran tema de los relatos de Turguénev es el amor y en no menor medida las elecciones afectivas. Inexplicables, peregrinas, irracionales, las inclinaciones sentimentales de los personajes suelen llevarlos —los llevan siempre— al desastre, pero acaso podrían haber sido felices si no se lo hubieran jugado todo a una carta equivocada, como queda de manifiesto, por ejemplo, en «Dos amigos» o «Yákov Pásinkov». «¿Cómo es posible amar a alguien y equivocarse tanto?», exclama uno de los protagonistas de «Una desdichada».

¿Por qué una mujer se siente atraída por un hombre y no por otro? ¿Por qué un hombre se enamora de una mujer cuando probablemente sería más sensato, lógico y acertado decantarse por otra? Es como si, de algún modo, de una forma oscura, en el fondo del alma, esos hombres y mujeres necesitaran el sufrimiento y la tragedia; o, acaso, como si no hubiera para el hombre otro destino que el error y el fracaso.

Una y otra vez nos encontramos con tomas de decisión equivocadas, con errores irreparables, con momentos fatales y decisivos que siempre propician un desenlace desdichado.

Turguénev no tiene la profundidad de Tolstói ni la angustiosa clarividencia de Dostoievski, pero los cuadros que presenta no son menos turbios y catastróficos.

El personaje viejo y ajado de Aguas primaverales guarda una crucecita de madera que, un día, de pronto, desata toda una cascada de recuerdos ingratos. Y ya es tarde para reaccionar, para cambiar nada. Ha pasado el tiempo de la vida. No queda más que esa rumia obsesiva y desesperada: lo que podría haber sido la existencia y lo que fue en realidad. Lo mismo sucede en «Diario de un hombre superfluo» y en «Asia» y en el final amargo, sentencioso y grave de «Primer amor».

Turguénev, a diferencia de sus ilustres colegas mencionados más arriba, no creía en otra vida ni albergaba pensamientos religiosos. En sus relatos no hay espacio para la esperanza, para la redención, para la recompensa: si la vida ha sido un fracaso, todo ha sido un fracaso, porque no hay otras vidas, otro espacio para resarcirse, otro horizonte. Al ser humano no le aguarda otra expectativa que la muerte.

En cualquier caso, la perspectiva de la muerte, aunque angustiosa, parece a veces un último consuelo, pues al menos libera a los hombres del infierno del recuerdo, de la consideración de los errores, de la persistencia en la memoria de esas decisiones que torcieron para siempre el destino y condenaron a quienes las tomaron a una vejez solitaria y desamparada, con el único consuelo, frágil, esquivo, de los árboles, las aves y las flores, de los crepúsculos y la lluvia, de las nieves y las nieblas, pero nunca de la voz humana, de la comprensión ajena, de las penas y las alegrías compartidas.

El héroe de Turguénev está solo o acaba siempre solo. A menudo el escritor nos presenta una pareja de amigos, pero las circunstancias y el fluir del tiempo los acaban separando. En el fondo, el ser humano sólo encuentra cierta mitigación de esa soledad sustancial en el amor, pero éste siempre es pasajero —cuando se logra— o bien inalcanzable y etéreo. «La felicidad no tiene mañana, como tampoco tiene ayer. No se acuerda del pasado, no piensa en el futuro. Para ella sólo existe el presente, y el presente no dura ni siquiera un día, sino apenas un instante», reflexiona el atribulado protagonista de «Asia». Hay también en los personajes de Turguénev una soterrada complacencia en la desesperanza y la ruina, en el arrepentimiento y la derrota. Son hombres y mujeres que no olvidan, no se recuperan, no se reponen. A veces parecen superar por un tiempo las adversidades; pero siempre acaban sucumbiendo al peso de la rememoración, recubriendo de luces doradas y tintes míticos aquella oportunidad perdida, susurrando día tras día, noche tras noche, la gran tragedia que ha supuesto esa vivencia, esa oportunidad desaprovechada: la única. Al final, a veces al cabo de muchos años, el protagonista se convence de que esa entrevista fatal, esa palabra que dijo o dejó de decir, han marcado para siempre, de un modo cruel y definitivo, su trayectoria en el mundo.

Recuerdos ingratos en las postrimerías del tiempo, entrevistas amorosas que en lugar de unir separan para siempre, éxtasis románticos que rara vez tienen consecuencias, dudas y remordimientos, falta de vínculos y apoyos, vidas nómadas, sin asideros, apegos ni patrias: cada uno de esos relatos parece una autobiografía miniada del propio Turguénev, de su pasión irracional por una sola mujer, de su trayectoria itinerante y errática por media Europa, de sus contradicciones y reticencias —que tanto irritaban a Flaubert—, de su falta de ideales —en un determinado momento el escritor ya no creía ni en el arte ni en nada—, de su horror a la muerte y su certeza de que la muerte es el único destino.

En los últimos años de su vida exprimió hasta el fondo esa amargura y ese desconsuelo, siempre con un fondo sereno y delicado, en las frases talladas y límpidas de algunos de sus Poemas en prosa, como el que lleva por título Me da pena, de 1878:

Me da pena de mí mismo, de los demás, de todos los hombres, bestias y aves… de todo lo vivo.

Me da pena de los niños y de los viejos, de los desgraciados y de los felices… de los felices más que de los desgraciados.

Me da pena de los caudillos vencedores y triunfantes, de los grandes artistas, pensadores y poetas.

Me da pena de los asesinos y de sus víctimas, de la fealdad y la belleza, de los oprimidos y los opresores.

¿Cómo liberarme de esa pena? No me deja vivir… Ella, y también el hastío.

¡Oh, hastío, hastío, todo disuelto por la pena! No le es posible al hombre caer más bajo.

¡Mejor sería sentir envidia, la verdad! Y lo cierto es que la siento: por las piedras.

Dejando a un lado las historias incluidas en el volumen Relatos de un cazador, Turguénev escribió a lo largo de su vida unas tres decenas de relatos. En la presente selección se han incluido los que se han considerado mejores y más significativos de su producción, aquellos que reflejan de un modo más eficaz sus temas y preocupaciones más habituales y recurrentes. La selección se centra en el período comprendido entre 1850 y 1860, es decir, el que se extiende desde la publicación de los Relatos de un cazador hasta el momento en que el autor, cada vez más interesado por los temas fantásticos, inicia la redacción de una serie de narraciones en las que el elemento sobrenatural prima sobre todo lo demás. Esos relatos fantásticos no están a la altura de los incluidos en este volumen (en palabras de D. S. Mirsky, en ellos, «a pesar de toda la parafernalia introducida, Turguénev no pudo liberarse de esa atmósfera mediocre del consultorio de una médium»). Varias de las historias seleccionadas —«Tres encuentros», «Fausto» y «Una desdichada»—, ofrecen ecos y resonancias de esa tendencia postrera del escritor. No obstante, en esos casos el elemento fantástico es sólo una alusión o acaso una posibilidad —siempre queda todo a la inter pretación del lector—, y, por tanto, constituye un elemento más eficaz y convincente desde un punto de vista literario. De los relatos incluidos en el presente volumen sólo uno, «Primer amor», ha sido traducido en tiempos recientes. De los demás sólo existen versiones antiguas y poco fiables. En cuanto a «Yákov Pásinkov» y «Remanso de paz», es posible que no se hayan traducido nunca hasta ahora.

«Diario de un hombre superfluo» apareció por primera vez en abril de 1850, en el cuarto número de la revista Anales de la Patria. Turguénev apreciaba de manera especial este relato, que vio la luz en forma de libro en 1856.

«Tres encuentros» apareció por vez primera en el segundo número del año 1852 de la revista El Contemporáneo. En forma de libro se publicó en 1856.

«Dos amigos» apareció en el número de enero de 1854 de El Contemporáneo. Esta obra, una de las más apreciadas por Tolstói, se publicó en forma de libro en 1856.

«Remanso de paz» apareció por primera vez en el noveno número del año 1854 de El Contemporáneo. Esa versión sólo incluía seis capítulos. En 1856 apareció en forma de libro. Una tercera versión, ya definitiva, vio la luz en 1861. Es una de las narraciones de Turguénev más estimadas por la crítica.

«Yákov Pásinkov» apareció por primera vez en Anales de la Patria en 1855. En forma de libro se publicó en 1856.

«Fausto» apareció por primera vez en el décimo número del año 1856 de El Contemporáneo. Se publicó en forma de libro en 1860. Es uno de los relatos de Turguénev que más comentarios críticos ha suscitado, y también uno de los que más gustaba a Tolstói.

«Asia» apareció en el primer número del año 1858 de El Contemporáneo. En forma de libro apareció en 1860. Como sucede también en «Una desdichada», la protagonista de esta obra es una hija ilegítima. Es evidente que, al escribir ambas historias, Turguénev debió de tener en mente a Paulinette, la hija ilegítima que había tenido con una criada, y que más tarde se educó en París, en casa de Pauline Viardot.

«Primer amor» apareció en el tercer número del año 1860 de la revista Biblioteca de Lectura. Ese mismo año vio la luz en forma de libro. De alto contenido autobiográfico —en ella representó Turguénev a sus propios padres y un episodio de su adolescencia—, es sin duda una de las mejores, si no la mejor, del autor, que la prefería a cualquier otra de las suyas. «Releo una sola novela con placer —le dijo a Pólovtsev—, Primer amor. Hasta puedo decir que es mi novela favorita. Por lo demás, aunque algunas cosas sean inventadas, muy pocas, Primer amor describe un acontecimiento real.»

«Una desdichada» apareció en el primer número de 1869 de la revista El Mensajero Ruso. Ese mismo año se publicó en forma de libro. Obra no demasiado conocida, es una de las más profundas y logradas de su autor. Merimée, que la juzgaba excelente, aconsejaba no leerla al atardecer. Flaubert quedó entusiasmado cuando leyó la traducción francesa y le escribió a su amigo (carta del 31 de mayo de 1873): «Creo que jamás os habéis mostrado más poeta y más psicólogo. ¡Es una maravilla, una obra maestra!».

Para la traducción he utilizado la edición de Obras completas publicada en Riga por la editorial Zhinzn i Kultura en 1930 y también la edición de Obras completas publicada en Moscú por la editorial Judozhestvenaia Literatura en 1962.

VÍCTOR GALLEGO BALLESTERO