Las bases del éxito en ciencia ficción
(Con mis excusas a W. S. Gilbert)
Si la ficción científica deseas cultivar
y destacar en ella con lustre sin igual,
practica de las ciencias la jerga singular,
sin importarte un bledo usarla bien o mal.
Pulsares y quasares, tesáricas y falacias,
en un místico estilo, de pulida elocuencia,
harán que los fanáticos, sin entender palabra,
esperen tus escritos con febril impaciencia.
Y en tanto que tú surcas las sendas espaciales,
entonarán a coro, a golpe de incensario:
¡Un joven que planea a alturas siderales…!
¡Qué dotes de invención! ¡Qué hombre extraordinario!
No hay misterio en el éxito. Basta copiar la historia.
Todo está en ella ya, instante por instante.
El Imperio Romano —su expansión y su gloria—,
trasladado a los cielos, brillará rutilante.
La trama es una brisa y, si así lo decides,
por el hiperespacio recorrerás parsecs.
Y si plagias un poco a Gibbon y a Tucídides…,
como nadie se entera, carece de interés.
Y en tanto que prosigues tu andar meditabundo,
entonarán a coro, a golpe de incensario:
¡Un joven tan versado en la historia del mundo…!
¡Qué auténtico talento! ¡Qué hombre extraordinario!
Aparta de tu héroe la amorosa pasión.
No existe el sexo.
Inmerso en la política —sus sombríos ardides—,
ciégalo para el resto.
Dale sólo una madre. La mujer, con sus ansias
de oropel y de joyas,
podría distraerle de sus sueños sublimes
y desviar el rumbo de su gran psicohistoria.
Y en tanto que recorres tan austero camino,
entonarán a coro, a golpe de incensario:
¡Un joven que se ciñe así a lo masculino…!
¡Cuán grande es su fuerza! ¡Qué hombre extraordinario!