Capítulo 33

EL FINAL DE LA MANADA DE LOBOS

Galazi corrió a lo largo de la calle principal, gritando a pleno pulmón para poner sobre aviso a sus escasos habitantes. Desgraciadamente, ni siquiera los centinelas estaban en sus puestos, porque Umslopogaas ya no se ocupaba más que de su esposa y descuidaba las más elementales precauciones y defensas.

Galazi llegó jadeante hasta una gran choza que Umslopogaas había mandado construir para Nada, y entró en ella sin vacilar, porque imaginó que allí encontraría a su hermano de sangre.

En efecto, no se había equivocado; allí estaba Umslopogaas, profundamente dormido. La enorme hacha reposaba a su lado.

—¡Despierta! —le gritó el Lobo.

Umslopogaas se puso en pie de inmediato, apoderándose del hacha; pero Nada, que dormía a su lado, murmuró:

—¡Déjame seguir durmiendo!

—¡Rápido, hermano! —urgió Galazi—. ¡Ponte alrededor de tu cuerpo la piel de lobo! ¡Rápido, que los asesinos del rey Dingaan ya están a las puertas de tu aldea!

Al oír estas palabras, Nada también se puso de pie. Enseguida se cubrieron con sus ropas, mientras Galazi bebía cerveza para recuperar el aliento.

En el exterior reinaba una claridad considerable, pues a la luz grisácea de la aurora cercana se sumaba el resplandor rojizo de las llamas, ya que los atacantes nocturnos habían incendiado las chozas más próximas a la entrada.

Con una sola mirada Umslopogaas se dio cuenta de la gravedad de la situación. Se volvió hacia Galazi y preguntó:

—¿Hacia dónde vamos, hermano?

—A través del fuego y del regimiento enemigo, para reunirnos con los lobos. Si logramos ganar la montaña, estaremos salvados.

—¿Y qué será de mi gente si la abandono en la aldea? —recordó Umslopogaas.

—No son muchos; las mujeres y los niños se han marchado. En cuanto a los hombres, mis gritos deben haberles despertado y ya habrán corrido a buscar refugio. De lo contrario, morirán carbonizados.

Sin pérdida de tiempo corrieron en dirección a la salida. En el camino se les unió una partida de diez hombres, que estaban todavía medio dormidos y muy asustados. Algunos se habían armado con lanzas o mazas, y todos estaban desnudos, porque no habían tenido tiempo de vestirse.

Umslopogaas y Galazi encabezaban la columna, llevando a Nada de la mano. Cuando llegaron junto al cerco en llamas, Nada trató de retroceder, asustada; pero Umslopogaas y Galazi la retuvieron con firmeza. Con fuertes golpes consiguieron derribar parte del cerco, abriendo un boquete lo suficientemente ancho para permitirles ganar el exterior.

Pero detrás del cerco se encontraba un grupo bastante numeroso de soldados de Dingaan, que esperaban a que las llamas decrecieran en intensidad para ganar la aldea. Cuando los vieron, comenzaron a gritar:

—¡Ése es Bulalio! ¡Matemos a ese hechicero!

Y se lanzaron sobre ellos con las lanzas preparadas.

Los fugitivos formaron un círculo protector alrededor de Nada, dispuestos a defender a la joven hasta el fin. Umslopogaas y Galazi lucharon con tanto ardor que, a pesar de la inferioridad numérica, abrieron grandes claros en las filas enemigas.

Ya se creían libres de adversarios cuando cundió la noticia de que el jefe del Pueblo del Hacha y su última esposa trataban de huir de la aldea.

Entonces el capitán de Dingaan ordenó que todos sus guerreros dejaran de incendiar las chozas del poblado para que se lanzaran en persecución de los fugitivos.

Pero la orden llegó tarde, porque ya Umslopogaas, Galazi, Nada y sus compañeros se alejaban a la carrera. Nada no podía correr con tanta rapidez como sus amigos; pero, a pesar de todo, ya se encontraban a medio camino entre la aldea y el río cuando el enemigo se lanzó en su persecución. Sin embargo, éstos ganaban terreno, acortando visiblemente la distancia que los separaba. Entonces Galazi gritó:

—¡Alto, Pueblo del Hacha! —Luego se volvió hacia Umslopogaas, agregando—: Tú, hermano, y tú, Lirio, cruzad el río lo más rápido que os sea posible. Yo me quedaré con el resto para hacer frente al enemigo; después nos reuniremos en el bosque; pero, si por casualidad no podemos seguir juntos, ya sabes qué debes hacer: dejar al Lirio en la caverna y regresar para formar un gran ejército. ¡Wow!, hermano, ojalá podamos reunirnos, porque entonces la Bruja de Piedra presenciará una cacería de soldados enemigos en la Montaña de los Espíritus como no ha visto hasta ahora. ¡Vete, vete sin pérdida de tiempo!

—No es mi costumbre huir mientras los demás pelean —gruñó Umslopogaas—; sin embargo lo haré por la salvación de Nada, que no puede huir sola.

—¡Oh, no te preocupes por mi suerte, amor mío! —pidió la muchacha—. Te he traído la desgracia y quiero que me dejes morir. ¡Mátame y salvaos vosotros!

Por toda respuesta, Umslopogaas tomó a Nada de la mano y se la llevó en dirección al río; pero antes de cruzarlo llegaron hasta sus oídos los rumores de la lucha en que quedaban empeñados sus compañeros.

—¡Ojalá pudiera…! —murmuró Umslopogaas; pero, mirando a Nada, desistió de su impulso.

Sin vacilar se arrojaron a las turbulentas aguas, y fue una suerte que Nada pudiese nadar, pues de lo contrario se hubieran ahogado los dos. Después de muchos esfuerzos ganaron la orilla opuesta y continuaron corriendo a través del bosque. Cuando Umslopogaas oyó el aullido de un lobo, alzó a Nada y la colocó encima de sus hombros, ya que el caminar entre esos feroces animales, sin estar cubierto por la piel de uno de ellos, equivalía a la muerte.

Un instante después las fieras les rodeaban, saltando gozosas a su alrededor. Nada se estremeció, a pesar de sentirse segura sobre las espaldas de Umslopogaas; pero cada vez que aullaba uno de los lobos, se helaba la sangre en sus venas.

Umslopogaas trató de tranquilizarla diciéndole que esos lobos eran para él tan mansos como perros, y que lo secundaban en las cacerías nocturnas.

Por fin llegaron a la altura de las rodillas de la Bruja de Piedra, y más tarde a la entrada de la caverna. Allí no encontraron más que uno o dos lobos, ya que Galazi tampoco vivía ya en ella, pues prefería dormir en la selva que estaba más próxima a la aldea del Pueblo del Hacha, y cerca de su hermano de sangre.

—Debes quedarte aquí, querida —dijo Umslopogaas a Nada después de echar a los animales—. Podrás descansar hasta que hayamos dado su merecido a esos soldados de Dingaan. ¡Lástima que no pudimos traer un poco de comida! Pero escapamos de la aldea con demasiada prisa para pensar en eso. Te enseñaré el secreto de esta piedra que obstruye la entrada; debes empujarla hasta aquí, pero ni una pulgada mas, porque se necesitarían por lo menos dos hombres robustos para volver a quitarla de su sitio. No tengas miedo, que ahora estás a salvo; nadie conoce este sitio a excepción de Galazi, yo y los lobos. Ahora debo regresar al lado de mi hermano de sangre, si es que todavía vive; de lo contrario me vengaré de esos asesinos con la ayuda de los lobos.

Nada se echó a llorar, diciendo que ya no volverían a verse nunca más; pero Umslopogaas no se dejó convencer, y después de besarla se marchó, obstruyendo la entrada de la caverna con la roca, tal como se lo había explicado a la muchacha.

La caverna quedó a oscuras, ya que sólo penetraba un hilo de luz por un orificio no mayor que una mano humana, y que se encontraba en la parte superior derecha de la roca que servía de puerta.

Nada se sentó de forma que ese débil rayo de luz cayera sobre ella, porque amaba la claridad y sin ella se marchitaba, como las flores.

Se sentía muy atemorizada y, para colmo de males, en un momento dado ya no llegó el rayo de luz, mientras que un ruido intranquilizador le hizo levantar la vista.

Por la pequeña abertura por donde instantes antes entraba el hilo de luz, asomaba ahora el hocico puntiagudo de un lobo con las fauces entreabiertas.

Nada lanzó un grito de terror; el hocico desapareció momentáneamente, pero al poco tiempo oyó que el animal rascaba la piedra por el lado exterior, intentándola mover.

En su terror, la pobre muchacha imaginó que el feroz animal sabía cómo quitar la piedra, y que luego entraría en la caverna para devorarla. Enloquecida por el miedo, empujó la piedra más allá de la señal que Umslopogaas le había indicado.

—Ahora estoy salvada de los lobos —se dijo Nada—. No puedo ni mover la roca desde dentro, mucho menos podrán los lobos desde afuera.

Luego apoyó el oído contra la roca porque percibió, aunque distante, el griterío de hombres empeñados en una lucha sin cuartel.

Cuando Umslopogaas abandonó la caverna, bajó rápidamente por la ladera de la montaña, acompañado por algunos lobos, no todos, porque no los había llamado. Temía llegar demasiado tarde para salvar a su amigo Galazi y, por otra parte, estaba enfurecido contra el rey Dingaan y sus soldados, a los que juró exterminar uno a uno.

Cuando ya se encontraba al pie de la mole de piedra, oyó un aullido prolongado que parecía brotar de la selva, y su corazón latió con alegría porque reconoció el grito de Galazi que, sin duda, había escapado con vida de las lanzas enemigas.

Aceleró la marcha, aullando en respuesta. No tardó en reunirse con su hermano, al que encontró sentado sobre una piedra, rodeado por gran cantidad de lobos.

Umslopogaas le miró con atención, pues parecía agotado. Su pecho y su espalda estaban cubiertos de heridas; el pequeño escudo había quedado reducido a astillas, y la misma Guardiana mostraba señales inequívocas de una lucha intensa.

—¿Cómo te ha ido, hermano? —le preguntó ansiosamente.

—No tan mal, pero todos los que me secundaban quedaron tendidos para siempre, junto con los cadáveres de muchos de nuestros enemigos. Nos acometieron por tres veces, pero resistimos esos ataques para que Lirio tuviera tiempo de ponerse a salvo; luego, cuando ya no quedaba en pie ninguno de mis compañeros, me lancé al torrente, ya que deseaba morir en este lugar donde viví tantos años.

Aunque Galazi no hizo más comentarios al respecto, debo decirte, mi padre, que se había comportado como un héroe y luchado como un león, ya que causó enormes bajas en las filas enemigas y peleó con bravura hasta que vio que sus nueve compañeros habían sucumbido ante la superioridad numérica del adversario.

—Quizá sean los asesinos de Dingaan los que van a morir, hermano —opinó Umslopogaas.

—Por lo menos confío en que otros irán a reunirse con sus compañeros ya muertos. Sin embargo, algo me anuncia que nuestra amistad se acerca a su fin, hermano. De cualquier manera, nuestra unión fue hermosa, y hermoso también será su final. Quizá habría durado muchos años más si te hubieses limitado a la caza y a la guerra, sin complicarte con mujeres. De ellas brotan los males, como el río del manantial. Pero el destino así lo quiso. Si muero en esta lucha espero que tú sigas viviendo para participar en muchas más, o para caer como un valiente, sin abandonar tu hacha.

»Sin embargo, si tú mueres y yo sigo viviendo, te prometo vengar tu muerte y proteger a Lirio, a quien tanto amas.

»El enemigo no puede estar muy lejos; no se atrevieron a cruzar el torrente y han dado un rodeo en busca de un vado practicable, pero no desistirán. Cuando me escapaba a nado, juraron matarnos o morir en la empresa, tal como lo ordenó el rey Dingaan.

»La lucha será hermosa, y espero que esos miserables sucumban entre las fauces de nuestros lobos. Ahora dime qué debemos hacer, que te obedeceremos de inmediato.

Umslopogaas escuchó a su amigo en silencio, y no pudo menos que sentirse muy apesadumbrado, porque, después de Nada y de mí, era a él a quien más quería. Por eso contestó, emocionado:

—Si no fuese por la persona que ha quedado indefensa en la caverna, te juraría, Galazi, que me dejaría matar para caer sobre tu cadáver, si llegan a asesinarte durante la lucha. Quizá hice mal cuando me dejé llevar por las palabras de Zinita, y debí haber evitado todo trato con las mujeres, imitando tu ejemplo. Ahora ya no tiene remedio, pero trataremos de que nuestra amistad termine de forma digna, y la vieja Bruja de Piedra que nos contempla desde lo alto jamás habrá presenciado una lucha más terrible que la que nosotros presentaremos al enemigo.

»Mi plan es el siguiente: ataquemos a los soldados de Dingaan en el primer claro de la selva por donde deben forzosamente pasar; luego, si somos rechazados, ofrezcamos la última y más desesperada resistencia en la explanada frente a la entrada de la caverna donde se refugia Nada. ¿Crees que los lobos accederán a secundarnos, Galazi?

—¡Hasta el fin, hermano! Pero, desgraciadamente, no tienen más que dientes para oponer a las lanzas enemigas. Creo que tu plan es bueno, Verdugo. Ahora pongámonos en marcha; ya he descansado suficiente.

Antes de ponerse en camino contaron los componentes de la manada de lobos, y tuvieron la satisfacción de comprobar que todos formaban parte de ella, si bien ya no era tan numerosa como en las primeras cacerías nocturnas, porque muchos lobos habían muerto a manos de los hombres, y ninguno había dado descendientes. Como de costumbre, los machos siguieron a Galazi y las hembras a Umslopogaas.

Se ocultaron a ambos lados del claro elegido para caer por sorpresa sobre el enemigo. No tardaron en oír ruidos de pisadas, y al poco tiempo vieron dos soldados que se habían colocado al frente de la columna a fin de explorar el terreno y evitar que sus compañeros cayeran en una emboscada. Se trataba de los mismos guerreros que horas antes se disponían a penetrar en la aldea del Pueblo del Hacha, cuando Galazi saltó por encima del cerco, a poca distancia de ellos. Como no se dieron cuenta de la presencia del enemigo emboscado, se detuvieron a esperar la llegada del resto de sus compañeros, y al mismo tiempo cambiaron impresiones muy cerca del lugar donde se encontraba oculto Umslopogaas, de manera que éste les oyó perfectamente.

—Este sitio es terrible, compañero —comentó uno de ellos—; estoy seguro de que se encuentra poblado de fantasmas y lobos. Ojalá el rey nos hubiese encomendado otra misión que la de matar a ese Verdugo y los suyos. Dime, compañero, ¿qué sería eso que saltó por encima del cerco de la aldea esta mañana, a poca distancia del lugar donde nos encontrábamos? Tiene que haber sido un ser embrujado. ¡Wow! ¡Todos están hechizados en este lugar terrible! ¿Crees que algún ser humano pudo matar a tantos de los nuestros como lo hizo ése a quien llaman el Lobo, junto al río, y después huir con vida? Si el Verdugo hubiera estado a su lado habrían terminado con todos nosotros.

—Pero el Verdugo tenía que cuidar a una mujer —rió su compañero—. Sin embargo, estoy de acuerdo contigo al pensar que este sitio está poblado por malos espíritus. Hasta en este momento me parece distinguir los ojos rojizos de un Esedowan a través del follaje. Ya conoces las órdenes del rey: no regresar a Umgugundhlovu sin ellos, porque en tal caso sufriremos mil torturas antes de la muerte. ¡Oye! Ya se acerca el regimiento. Ojalá que nuestro capitán Faku designe a otros dos compañeros como guías, porque en este lugar preferiría marchar último antes que primero.

»¡Mira estas huellas en la tierra húmeda! Junto a las pisadas de uno o varios hombres se ven gran cantidad de patas de lobos. ¡Quizá esos demonios puedan convertirse en fieras cuando lo deseen, y luego recobrar la forma humana! ¡Continuemos nuestro camino!

Mientras tanto Galazi y Umslopogaas debían hacer grandes esfuerzos para evitar que sus lobos se abalanzaran sobre los dos guías. Al fin, a pesar de sus cuidados, una hembra enorme se abalanzó sobre uno de ellos, asiéndole con fuerza de la garganta, en la que clavó sus afilados dientes. Hombre y loba rodaron por el suelo, envueltos en un abrazo mortal, hasta que los dos quedaron inmóviles, sin vida.

—¡Los Esedowan! ¡Los Esedowan nos atacan! —gritó el otro guía, al tiempo que echaba a correr para reunirse cuanto antes con el regimiento.

Pero no alcanzó a llegar junto a sus compañeros, porque aullando de forma ensordecedora la manada de lobos se precipitó sobre el desdichado, del que no quedó más que la lanza intacta.

Un grito de terror brotó de las gargantas de los soldados de Dingaan, y algunos hicieron ademán de huir a la carrera; pero Faku, que era un hombre muy valiente, los llamó al orden, gritándoles:

—¡Que nadie se mueva! ¡Recordad que sois soldados del rey! ¡Éstos no son los Esedowan, sino los miserables a quienes buscamos y sus lobos! ¿Vais a huir y dejar que esos perros os consideren cobardes? ¡Formad un círculo! ¡Rápido!

Los soldados reaccionaron al oír la voz de su capitán y formaron en poco tiempo un doble anillo. No tardaron en ser atacados por los dos flancos. Por el derecho, Umslopogaas se abalanzó con ímpetu sobre ellos, acompañado por sus lobas, mientras que por el izquierdo Galazi hacía otro tanto. No tardaron en deshacer el doble círculo, gracias a su extraordinario empuje, de tal manera que los soldados de Dingaan se vieron obligados a presentar lucha cuerpo a cuerpo.

¿Cuánto tiempo duró el combate formidable? ¿Quién podría decirlo? El tiempo se desliza rápidamente cuando se descarga golpe tras golpe. Pero por fin la hermandad de los lobos tuvo que retirarse con los componentes que quedaban vivos. Sin embargo, el enemigo había llevado la peor parte, porque sólo quedaba en pie un tercio del regimiento. El resto yacía en un montón informe, en el que también se encontraban los cuerpos de algunos lobos.

—Ésta ha sido una batalla contra espíritus malignos —murmuró el capitán Faku—. En cuanto a los jefes, son carniceros que luchan con una furia extraordinaria. Sin embargo juro acabar con ellos o morir en la empresa. Es cierto que han muerto muchos de los nuestros, pero también hemos matado muchos lobos, y los brazos de los dos hechiceros deben estar muy cansados.

De inmediato se lanzaron en persecución de los fugitivos. De vez en cuando eran sorprendidos por algún lobo rezagado que caía sobre ellos en el momento menos pensado; no obstante siguieron la marcha, decididos a cumplir la orden del rey costara lo que costase.

El camino que llevaba a la montaña era largo y empinado, y los soldados no conocían ninguno de sus atajos, de manera que al anochecer llegaron a los pies de la Bruja de Piedra. Desde allí descubrieron a sus perseguidos, que ya se encontraban en las rodillas de la bruja, y no pudieron menos que reconocer que constituían una pareja formidable. Parecían estatuas de bronce, bañados por los últimos rayos del sol. Los lobos se deslizaban a su alrededor, con el pelaje rojizo por la sangre de sus víctimas.

—¡Ojalá peleara al lado de esos dos y no en contra!… —murmuró el capitán Faku—. Sin embargo, ¡deben morir!

Y dio una orden a sus soldados para que reanudaran la ascensión. Umslopogaas contempló el rostro de la Bruja de Piedra, y dijo a su compañero:

—¡Mira, Galazi! ¡La Bruja nos sonríe! Sin duda está satisfecha de nuestro comportamiento en la batalla reciente. ¡Debemos luchar hasta el fin en el próximo encuentro! ¡Ah, mis lobos! ¡Debéis lanzaros sobre ellos y no dejar uno solo en pie!

Los lobos le entendieron; estaban agotados y presentaban un aspecto lamentable, cubiertos de sangre y heridas; pero no habían perdido el espíritu combativo que les caracterizaba. Por última vez lanzaron sus aullidos escalofriantes, que resonaron lúgubremente en la montaña, y cayeron sobre el enemigo que avanzaba con gran trabajo por el camino empinado. Si bien causaron muchas bajas, ninguno quedó con vida, excepto Garra Mortal, que regresó muy mal herido para morir junto a Galazi.

—Ahora soy un jefe de fantasmas —murmuró el muchacho—. Bueno, ése ha sido siempre mi destino. Primero, con los halakazis; luego con los lobos de la Montaña de los Espíritus. Lo mismo le sucederá a todos los grandes reyes en la hora de su muerte: se encontrarán solos. Ahora dime, Verdugo, ¿cuál es el lugar que eliges: la derecha o la izquierda?

Dos pequeños senderos conducían hasta la plataforma donde se encontraban los amigos, de manera que cada uno tendría que defender uno de esos dos accesos. Umslopogaas se decidió por el de la izquierda, y Galazi se colocó en las inmediaciones del de la derecha. Esperaron con las armas listas. Como contaban con unas lanzas, las arrojaron hacia la columna que avanza de forma penosa y lograron derribar tres enemigos.

Pero éstos no detuvieron su marcha y no tardaron en llegar al sitio custodiado por los dos amigos. Umslopogaas dejó caer el hacha sobre el que intentaba subir primero a la plataforma y el hombre rodó sin vida, con el cráneo partido.

—¡Uno! —gritó Umslopogaas.

—¡Otro, mi hermano! —le contestó Galazi, que acababa de descargar su maza sobre un soldado enemigo.

Unos golpes sucedían a otros con pasmosa celeridad.

—¡Dos! —anunció la voz de Galazi.

—¡Otro, mi hermano! —le contestó como un eco Umslopogaas al poco tiempo.

Así se sucedieron rápidamente los gritos de «¡tres!» y de «¡cuatro!», que resonaron triunfales por encima del griterío de las gargantas enemigas.

Entonces Faku ordenó a sus soldados que atacaran de a dos, y con los escudos bien unidos al frente, para tratar de ganar la plataforma, pero sin que por eso descuidasen la propia defensa. Pero su nuevo plan tampoco dio resultado, porque ahora sus hombres caían de a dos por vez.

¡Nadie podía acercarse a la Guardiana o al hacha de Umslopogaas y quedar con vida! La muerte parecía rodearlos y hacerlos inmunes.

Galazi tenía el cuerpo cubierto de heridas, y sin embargo seguía luchando con denuedo. Los tajos producidos por las lanzas enemigas se ahondaban más y más a cada movimiento, pero no se daba por vencido, y su brazo se descargaba una y otra vez sobre los cuerpos enemigos. De vez en cuando tenía que pasarse la palma de la mano por los ojos, porque la sangre que manaba de una herida de la frente le cegaba y no podía distinguir a los adversarios que le acosaban sin tregua.

Por fin ya no quedó ningún soldado de Dingaan de pie en ese sector. Haciendo un esfuerzo, gritó:

—¡Ya he terminado con todos, mi hermano!

—¡A mí me quedan dos solamente! —fue la respuesta.

El Lobo hubiese querido acudir en ayuda de Umslopogaas, pero la debilidad que hizo presa de él fue tan intensa que no pudo mover un solo pie.

—¡Adiós, mi hermano! —alcanzó a decir—. ¡La Muerte me ofrece reposo! Además he formado un colchón con los cuerpos de mis enemigos y podré descansar muy bien sobre él.

—¡Adiós, Lobo! ¡Que descanses profundamente! —fue la respuesta—, ¡no me queda más que uno!

Galazi cayó sobre los soldados sin vida, pero no murió de inmediato, sino que aún pudo articular:

—¡Pues ése correrá la misma suerte que sus compañeros mientras el Verdugo quede en pie! Me alegra haber vivido para poder morir de esta manera. ¡Victoria! ¡Victoria!

Con un último esfuerzo trató de ponerse de pie, pero falló en su intento y quedó muerto sobre los cadáveres de sus enemigos.

Umslopogaas, el hijo de Chaka, y Faku, capitán del rey Dingaan, se contemplaron un instante cara a cara. Eran los únicos que quedaban con vida en la montaña. Umslopogaas tenía el cuerpo cubierto de heridas, mientras que Faku estaba ileso. Además se trataba de un hombre muy fuerte, que también estaba armado con un hacha.

Faku lanzó una carcajada.

—¡De manera que sólo quedamos tú y yo, Verdugo, para decidir si se cumple o no la orden del rey! —dijo a Umslopogaas—, debo decirte que, termine como termine nuestro combate, me alegra haber presenciado una lucha tan magnífica, y que es para mí un honor medirme con uno de los guerreros más grandes que he conocido. Descansa un poco, Verdugo, antes de combatir conmigo. Ese hermano tuyo, el Lobo, murió como un valiente, y si salgo de ésta con vida, no dejaré de alabaros como os merecéis, para que la historia de esta hazaña ruede de aldea en aldea y de generación en generación.