Tsathoggua
Hay ciudades poderosas en Yuggoth: grandes hileras de torres con terrazas de piedra negra como la muestra que traté de enviarle. Provenía de Yuggoth. Allí el sol no brilla más que una estrella, pero los seres no necesitan luz. Tienen otros sentidos más sutiles, y no ponen ventanas en sus grandes casas y templos. La luz incluso los daña, los molesta y los confunde, pero no existe en absoluto en el cosmos negro fuera del tiempo y el espacio del que son originarios. Visitar Yuggoth volvería loco a cualquier hombre débil; sin embargo, me dirijo allí. Los ríos negros de brea que fluyen sobre aquellos misteriosos puentes ciclópeos —construidos por alguna raza anterior ya extinta y olvidada antes de que los seres actuales llegaran a Yuggoth desde los vacíos finales— tendrían que bastar para hacer de cualquier hombre un Dante o un Poe sólo con que pudiera mantenerse cuerdo el tiempo suficiente para contar lo que ha visto.
Pero recuerde: ese mundo oscuro de jardines fungiformes y ciudades sin ventanas no es realmente terrible. Sólo a nosotros nos lo parecería. Probablemente este mundo les pareciera igual de terrible a esos seres cuando lo exploraron por primera vez en la época primigenia. Como usted sabe, estaban aquí mucho antes de que terminara la fabulosa época de Cthulhu, y lo recuerdan todo sobre la sumergida R’lyeh cuando estaba encima de las aguas. También han estado dentro de la tierra; hay aberturas que los hombres ignoran por completo, algunas en las propias colinas de Vermont. Y hay mundos enteros de vida desconocida allá abajo: el azulado K’n-yan, el rojizo Yoth, y el negro N’kai, carente de luz. Es de N’kai de donde proviene el terrible Tsathoggua; usted lo recuerda: la criatura-dios amorfa, parecida a un batracio, mencionada en los Manuscritos Pnakóticos, el Necronomicón y el ciclo mítico de Commoriom preservado por el sumo sacerdote de los atlantes Klarkash-Ton.
El que susurra en la oscuridad
1930