Introducción a Cape Cod

Por Clifton Johnson (1908)

Del grupo de notables que a mediados del siglo pasado tuvieron su hogar en la pequeña población de Concord, en Massachusetts, otorgándole con ello una fama literaria a la vez especial y duradera, Thoreau es el único nacido allí. Su vecino Emerson había buscado aquel sitio en su madurez como refugio rural y, después de haberlo convertido en el lugar elegido para su retiro, le siguieron Hawthorne, Alcott y otros; pero Thoreau, el genio más peculiar de todos ellos, era hijo de la tierra.

En 1837, a los veinte años de edad, se graduó en Harvard, y durante tres años fue maestro de escuela en su pueblo natal. Luego se puso a trabajar en el negocio al que estaba dedicado su padre: la fabricación de lapiceros de grafito. Creía poder fabricar un lapicero mejor que cualquiera de los que se usaban en aquella época, pero cuando tuvo éxito y sus amigos lo felicitaron por haberse abierto la perspectiva de hacerse rico, él respondió que jamás fabricaría otro lapicero. «¿Para qué?», dijo. «No quiero hacer de nuevo lo que ya he hecho una vez».

De modo que dirigió su atención a diversos estudios y a la naturaleza. Cuando necesitaba dinero lo ganaba mediante alguna tarea manual que le resultase agradable, como construir un bote o una cerca, plantar, o realizar un relevamiento topográfico. Nunca se casó, rara vez iba a la iglesia, no votaba, se negaba a pagar impuestos al Estado, no comía carne, no bebía vino ni consumía tabaco; y durante mucho tiempo fue simplemente considerado una rareza por sus vecinos del pueblo[1]. Pero cuando finalmente llegaron a comprenderlo mejor, reconocieron su autenticidad, sinceridad y originalidad, y lo respetaron y admiraron. Era totalmente independiente, no se atenía a lo convencional y jamás le faltó el valor para vivir como consideraba adecuado y para defender y sostener aquello que creía correcto. De hecho, era tan devoto de sus principios e ideales que no parece haberse concedido nunca un momento de indiferencia o de descuido.

Era un hombre fuertemente ligado a su entorno, y pocas veces incursionaba fuera de su distrito. Salir de viaje no lo tentaba lo más mínimo. A su juicio, sería sólo un tiempo perdido de disfrutar de su propio pueblo, y comentaba: «En el mejor de los casos, París sólo podría ser una escuela donde aprender a vivir aquí, un peldaño en el camino a Concord».

Albergaba una marcada antipatía hacia el tipo urbanita acomodado, y hablando de esta clase de personas señala: «Habitualmente realizan cada día una pequeña actividad con objeto de mantenerse y luego se reúnen en los salones a fabular lánguidamente y a chapotear en la sensiblería social, y se marchan sin reparos a la cama a revestirse de una nueva capa de pereza».

Las personas que él prefería eran de un tipo más primitivo, sin artificios, con el valor necesario para librarse de las ataduras de la moda y las costumbres heredadas. Le gustaba especialmente la compañía de aquéllos que vivían en estrecho contacto con la naturaleza. Un irlandés semisalvaje, un rudo granjero, un pescador o un cazador, le producían verdadero placer; y por ese motivo, Cape Cod lo atraía poderosamente. Constituía por entonces una porción sumamente aislada del estado, y sus habitantes eran precisamente del tipo de gente independiente, autónoma, que lo atraía. En la narración de sus excursiones por allí ocupa un lugar principal el elemento humano, y el autor se detiene larga y afectuosamente en las características de sus conocidos casuales, anotando todo comentario relevante por su parte. Sin duda ellos a su vez, también lo encontraban interesante, aunque los propósitos del viajero fueran en buena medida misteriosos para ellos y se inclinasen a pensar que se trataba de un buhonero.

Su libro fue el resultado de diversos viajes, pero el único de estos sobre el que nos habla en detalle fue realizado en octubre [1849]. Ese mes fue, por lo tanto, el escogido por mí para visitar Cape Cod con el fin de lograr la serie de láminas que ilustran esta edición; pues deseaba ver la región lo más aproximadamente posible a la forma en que Thoreau la describe. A partir de Sandwich, donde comienza el relato de sus experiencias en Cape Cod y donde la costa interior empieza a describir una marcada curva hacia el este, seguí casi la misma ruta recorrida por él en 1849, hasta Provincetown, en el propio extremo del gancho que forma la península.

Thoreau tiene mucho que decir acerca de caminos arenosos y laboriosas caminatas. En ese aspecto se ha producido una notable mejora, pues últimamente una parte considerable de la ruta principal ha sido «macadamizada»[2]. Pero todavía se encuentran bastantes de los viejos caminos de arena que hacen pesado el viaje, sea a pie o en vehículos de tracción a sangre. Otro elemento al que el amante de la naturaleza hace referencia una y otra vez son los molinos de viento. Aunque el último cesó de moler hace muchos años[3], varios continúan en pie y en condiciones casi perfectas. Ha habido cambios en Cape Cod, pero el paisaje en conjunto presenta el mismo aspecto que en tiempos de Thoreau. En cuanto a la gente, si se la mira sin prejuicios, paseando como lo hacía Thoreau, su personalidad conserva en buena parte el interés que él hallaba en ella.

El relato de nuestro autor sobre su viaje posee un sabor que resulta sumamente estimulante. Esto podría decirse de todos sus libros, pues no importa sobre qué escribiese, era seguro que sus comentarios iban a resultar originales; y lo leemos tanto o más por lo que manifiestan acerca de sus gustos, sus pensamientos y sus inclinaciones que por el tema del que trate. A su muerte en 1862, con cuarenta y cuatro años, había publicado únicamente dos libros, y su Cape Cod no apareció hasta 1865. El público tampoco mostró al principio gran interés por sus libros. Durante su vida, pues, el círculo de sus admiradores fue muy reducido, pero su fama ha aumentado constantemente desde entonces, y el estímulo de sus vívidas descripciones y observaciones parece destinado a una valoración duradera[4].