Las cabañas estaban muy bien escondidas bajo los árboles para ser encontradas, pero el área de los géiseres resultó fácil de localizar. El calor de esta región provocó una espléndida corriente ascendente y Dar giró en ella durante varios minutos mientras ambos examinaban el área minuciosamente; pero no había ahora ninguna señal de vida. Por fin Dar llevó su planeador de vuelta a los volcanes y aterrizó en la playa todo lo cerca que pudo de la ciudad.
Entraron en el lugar a pie, plenamente conscientes de que dejaban un buen rastro en la arena de la playa, pero no se preocuparon por ello; por lo menos, Dar Lang Ahn no se preocupó; Kruger empezaba a preguntarse si eran o no demasiado arriesgados en todo aquel asunto. Se lo sugirió a su compañero, para el cual la idea era completamente nueva.
—No pienso que debamos preocuparnos demasiado —dijo Dar por fin—. Verán que tuvimos que aterrizar en la playa; no podíamos ciertamente llevar el planeador a la selva y no hay forma de andar por la arena sin dejar rastro. Estaremos menos visibles dentro de la ciudad.
—De acuerdo —Kruger empezaba a sospechar que la gente de Dar Lang Ahn tenía poca práctica en asuntos militares. Sin embargo, con suerte, los habitantes del poblado que trataban de sorprender podían resultar igualmente ignorantes; pero no le era posible hacer mucho al respecto en aquel momento.
La ciudad estaba en silencio, como antes. Había habido una reciente tormenta de lluvia y en el pavimento había aún charcos de agua. Ocasionalmente, resultaba difícil evitar meterse en ellos, y las pisadas mojadas marcaron parte de su ruta hacia la plaza donde debían estarles esperando los arqueros. La duración de estas huellas fue cuestión que preocupó ligeramente a Kruger, aunque Dar no pareció pensar siquiera en ellas.
Llegaron al punto designado antes que los demás, a pesar del mayor tiempo que habían pasado en el aire. Cuando las fuerzas llegaron por fin, no perdieron más tiempo en preparar la emboscada. Hecho esto, no pareció quedar nada que hacer a Dar y Kruger sino empezar a explorar los edificios.
—No veo que lo que se supone vayamos a encontrar sea de mucho interés —recalcó el chico—. Hemos estado ya en la mayor parte de los sitios por aquí; debíamos al menos haber elegido un lugar que no hayamos explorado tan minuciosamente.
—Entonces no podía haber estado seguro de que se prestaran para nuestra emboscada —señaló Dar—. Sólo me puedo guiar por la memoria, ya sabes.
—Supongo que es así. Bueno, entremos aquí y veamos qué se puede ver —Kruger entró primero en una estructura cercana y la rutina que habían desarrollado antes fue repetida. Como los dos habían pensado, nada nuevo pudieron ver acerca del lugar, y los dos tenían un sano desagrado al todo el grupo e ir directamente al poblado. Esto, sin embargo, pareció preocupar seriamente a sus compañeros: no estaban de acuerdo con sus instrucciones.
—Debemos esperar un poco por lo menos —insistió Ten Lee Bar, el jefe del grupo.
—Pero ¿cuánto tiempo tenéis? —replicó Kruger—. No me importa mucho a mí, supongo, aunque preferiría estar en el otro lado del océano antes de que el último de los planeadores no pudiera despegar por falta de pilotos, pero si no conseguís esos libros pronto no lo haréis nunca y el aparato eléctrico que vuestros Profesores quieren tardará mucho, mucho tiempo, en llegar a ellos.
El nativo parecía incómodo.
—En cierto modo, no hav duda que tiene razón. Pero si fallamos por no haber seguido el plan... —su voz se apagó por un momento; luego dijo—: Recuerdo que hablaste de un equipo eléctrico aquí en la ciudad. ¿No puedes utilizar algo del tiempo en obtener muestras? Te ayudaría con gusto —Kruger apreciaba una buena idea cuando la veía, incluso en un ser no humano. Se encogió de hombros.
—Es tu funeral. Ven y veamos qué se puede encontrar —se volvió hacia el edificio más cercano con Dar Lang Ahn y Ten Lee Bar siguiéndole, y marchó delante a través del abierto vestíbulo de entrada a una de las habitaciones interiores. Como todas las habitaciones de la ciudad, tenía clavijas eléctricas y, con los nativos mirándole, Kruger quitó las chapas protectoras y dejó al descubierto los cables.
Dar Lang Ahn había oído su explicación antes y no le prestó mucha atención, pero al terminar incluso él se sintió atraído. Esto fue en el punto donde Kruger estaba explicando la necesidad de dos conductores y los resultados que aparecerían si algún orificio de salida para la corriente se abriera entre ellos. Esto debía haber sido sólo una explicación, ya que no había presumiblemente alrededor ningún material para una demostración; por desgracia, cuando Ten Lee Bar puso unos cables juntos para ver lo que el chico quería decir, los filamentos de plata se pusieron de repente al rojo vivo haciéndole retirar su mano con un aullido de sorpresa y dolor.
No estaba más sorprendido que Nils Kruger. Durante varios segundos, el chico miró asombrado los ardientes cables; después los separó amparándose en el mango aislante de su cuchillo.
—¿Sentiste sólo calor, o algo más? —preguntó Kruger rápidamente.
—No sé si eso era calor. Ya veo por qué los libros nos prevenían contra él —el arquero tenía la mano en la boca en una divertida forma humanoide.
Dándose cuenta de que no podría obtener ninguna información de un ser que ni sabía lo que se sentía al quemarse, Kruger experimentó. Después de sacar unas chispas con la hoja de su cuchillo, llegó a la conclusión de que el voltaje tenía que ser muy bajo. Asegurándose de que estaba en suelo de piedra seca, tan seca como podía estarlo con esta atmósfera, lo empalmó con dos dedos. No pudo sentir ningún impacto, aunque una averiguación final con la hoja del cuchillo le demostró que el circuito no había elegido aquel momento para cerrarse.
Una cuestión le asaltó rudamente: ¿Tenía la ciudad normalmente un voltaje muy bajo y sus generadores estaban aún en marcha? ¿O era éste el último latido de un sistema de reserva de emergencia? Y también, ¿sabían esto los Profesores del poblado cercano? ¿Y era ésta la causa por la que habían formulado una prohibición general sobre la ciudad? Kruger había llegado a sentirse unido con la gente de Dar Lang Ahn, a pesar de la hostilidad que sentía hacia sus Profesores. Si no se movían por iniciativa propia para obtener la información que necesitaban, ¡Nils Kruger haría que lo hicieran! Se volvió abruptamente a Ten
Lee Bar.
—Esto cambia el asunto. Dar Lang Ahn y yo vamos a ir a ese poblado; hay cosas que aprender. Puedes venir o no con tus hombres, como prefieras.
—Pero si os vais, ¿para qué sirve que esperemos aquí?
—No tengo la menor idea. Usa tu cabeza. Nosotros nos vamos —Kruger salió del edificio sin siquiera preguntar a Dar si le acompañaba. Ten les miró un momento; entonces él también salió y empezó a llamar a su grupo para que saliera de sus escondrijos. Sólo una vez volvió Kruger la vista atrás y vio cómo salían detrás de él, sonriendo para sus adentros, pero sin hacer ningún comentario.
La pista era fácil de seguir, pues la habían recorrido ya suficientes veces. Nada ocurrió durante el camino. No se podía detectar ninguna señal, ni de animales ni de habitantes, con la vista o el oído. Incluso el claro de los géiseres estaba en silencio cuando se aproximaron a él. En el sitio en que el sendero se dividía, con una rama dirigida al lugar donde habían siempre hablado con los Profesores, Kruger se volvió hacia la poza que casi les había engullido en agua hirviendo. Unos instantes después el grupo completo estaba situado delante del cobertizo de roca que se proyectaba desde uno de los lados del borde de la poza.
El silencio era sólo roto por el ruido que producían las zarpas al arañar al roca. Tras esperar unos minutos, Kruger se dirigió osadamente al cobertizo y empezó a examinarlo minuciosamente intentando descubrir cualquier traza de una entrada. Empezó por el lado que daba al agua, asomándose sobre el borde para hacerlo, ya que estaba convencido desde hacía tiempo que la puerta debía estar escondida allí. Sin embargo, no encontró rastro alguno de grietas en la roca. El extender la búsqueda a los otros lados y al frente no produjo mejores resultados.
La parte superior fue más productiva. Había allí un conjunto de grietas finas y casi invisibles que señalaban lo que podía haber sido una escotilla cuadrada, pero la abertura enmarcada por ellas hubiera difícilmente dejado sitio para Dar Lang Ahn. En ningún caso podía haber dejado pasar el gran cuerpo de un Profesor. No había duda de que los libros y el encendedor habían pasado por aquí, pero era un misterio dónde fueron los Profesores.
Kruger extendió la búsqueda muchas yardas alrededor de la poza, con la ayuda del resto del grupo, una vez que entendieron lo que quería y habían superado los nervios que la vista del agua hirviendo les produjo. Encontraron numerosas grietas, pero todas parecían ser rupturas casuales producidas por la naturaleza. Un intento de mirar por los pequeños agujeros, a través de los cuales los Profesores miraban presumiblemente hacia fuera, resultó ser igualmente en vano; ninguno de ellos tenía más de unas pocas pulgadas de profundidad. Kruger empezó a preguntarse si todo aquel asunto no había sido una gran farsa, algo para distraer deliberadamente su atención. Tal vez los Profesores habían estado mirando todo el rato desde el borde de la selva, o desde algún punto igualmente ventajoso, mientras sus conversaciones tenían lugar.
En ese caso, ¿dónde estaban ahora? Y sin ningún signo todavía de los habitantes del poblado, y sin ningún sonido de voz del Profesor; Kruger se sintió de repente incómodo.
Los otros habían abandonado su búsqueda y volvieron adonde él se encontraba para recibir más órdenes; mientras, él estaba de pie pensando, pero no se paró a pensar en la satisfacción de haber usurpado el mando de la expedición.
—Sigamos al poblado —dijo duramente, y encabezó la marcha.
No había ninguna señal de vida. Se acercaron al borde del claro con cuidado y pararon cuando vieron las primeras cabañas. A una orden de Kruger, se dispersaron para no ser blanco fácil de posibles ocultas ballestas, y continuaron su avance hasta que estuvieron todos dentro del poblado. Aún no había ningún ruido ni movimiento. Entraron casa por casa con cuidado y buscaron, pero siempre con el mismo resultado negativo. El lugar se hallaba realmente desierto.
—¡Y supongo que mis libros se fueron con ellos! —Dar Lang Ahn llegó amargamente a esta conclusión.
—Parece lo más probable, me temo, a menos que quieras volver a la poza y abrir aquella escotilla. Claro que aún no hemos estado en la pequeña cabaña donde informaban a sus Profesores. Aunque ahora que he visto uno de ellos, no comprendo cómo cabría allí.
—Ese no es el punto importante —Dar se dirigió hacia la mencionada cabaña con la rapidez de una saeta de su propia ballesta. Desapareció dentro y un instante después llamó a Kruger.
—¿Qué pasa?—preguntó el chico a la vez que echaba a correr hacia la cabaña—. ¿Te dejaron tus libros como gesto de buena voluntad?
—No son los libros. No puedo describir la cosa —Kruger se encontraba ya en la puerta al decir Dar sus últimas palabras. Paró un momento mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad; entonces vio lo que el pequeño piloto quería decir.
La cabaña estaba vacía, excepto por una ruda mesa que había en el centro, en la cual había una especie de aparato. No tenía caja y contenía espirales y condensadores y lo que parecían haber sido tubos de vacío, todo a la vista. Kruger se dio cuenta de lo que tenía que ser casi instantáneamente, pero no le dieron ninguna oportunidad de expresar su opinión, pues el aparato que había en la mesa habló primero.
—Adelante, Nils Kruger. Te he estado esperando bastante tiempo. Tenemos mucho que decirnos el uno al otro.
X. ELUCIDACION
La voz era la de un Profesor; no había duda. También era indudable el hecho de que Nils Kruger iba a tener que revisar unas cuantas de sus ideas. Ni siquiera la raza que tenía su cuartel general en el casquete polar y ciudades dispersas por la mayoría del planeta tenía radios, por lo que sabía. ¿Podía este ser haber aprendido más sobre electricidad de lo que parecía posible, a deducir por la ciudad desierta?
—¿Por qué me estaba esperando?—preguntó el chico—. Yo mismo no esperaba volver. ¿O es que piensa usted que necesito un encendedor con tanta urgencia para dejarlo demasiado tiempo abandonado?
—Estaba seguro de que Dar Lang Ahn volvería a por sus libros; conozco demasiado a su gente para dudarlo. Después supe que tú vendrías con él.
—¿Cómo lo supo?
—Me lo dijeron. Te explicaré esto en su debida forma. Puede ser que no me creas, pero a pesar de todo lo hecho por mí de lo que tú puedas resentirte, no soy enteramente tu enemigo. Estoy deseando permitirte vivir tanto como tu naturaleza te deje, satisfechas unas ciertas condiciones.
—¿Y si no se satisfacen?, —Kruger, naturalmente, se resentía de las palabras del oculto ser.
—Entonces seguirán sucediendo accidentes. No podrás escapar a todos.
Poco a poco, el significado de esto empezó a asustar al chico.
—¿Quiere decir que los desprendimientos de tierra en la ciudad y en el agujero fueron hechos a propósito?
—Efectivamente. También quiero decir que una cierta puerta no se cerró por accidente y que una trampilla fue dejada sin guarda y sin cerrar con un propósito, y que un cierto géiser expulsó su contenido en lugar de emitir sólo calor. Sé sensato, Kruger; sabes muy poco sobre este planeta y yo demasiado.
—Pero usted no podía...—Kruger no siguió; el hecho de que esta cosa supiera los sucesos en las Murallas de Hielo hacía ridícula su objeción. Cambió de conversación—. ¿Cómo se enteró? ¿Es usted uno de los Profesores de allí?
—Hablo con ellos a menudo.
—Entonces, ¿causaron ellos estos accidentes a petición suya, o querían librarse de mí ellos solos? ¿O lo hizo usted a pesar de ellos?
—Fueron provocados a una orden mía. No querían que fueras destruido; desde un punto de vista puramente personal tampoco yo. Por desgracia, cooperas demasiado.
—¿En qué sentido? ¿Y por qué tenía que ser ése un factor en contra mía?
—Te hice muchas preguntas mientras que eras un prisionero aquí, no sólo acerca de ti, sino acerca de los conocimientos técnicos que posees. Las respondiste todas diciendo la verdad y, por lo que puedo saber, correctamente. Yo no soy electricista, pero sé lo suficiente para seguir la mayor parte de lo que dijiste.
—¿Cuál es su objeción a eso?
—Si me lo dices a mí, en quien no tienes ninguna razón para confiar, se lo dirás presumiblemente también a la gente de Dar Lang Ahn. No tengo ninguna objeción al estado de civilización en el cual se encuentran ahora, pero hay buenas y suficientes razones por las que no queremos que igualen la tecnología de su gente.
—¿Cómo sabe usted cuál es nuestro nivel técnico?
—Me dijiste lo suficiente con el simple hecho de estar aquí.
—¿Cuál es su objeción a que aprendan nuestra tecnología, si usted también la aprende?
—Principalmente porque no queremos que abandonen este planeta. Los necesitamos aquí —Kruger empezó a tener una fuerte sospecha en este punto y formuló una pregunta para comprobarlo.
—¿Qué pasa con esa gente que estaba aquí en el pueblo? ¿Se opondría a que la aprendieran ellos?
—Mucho. Son más fáciles de controlar así.
—¿Cómo es que se atreve a decirme todo esto con Dar Lang Ahn escuchando la conversación?
—Sus Profesores ya lo saben. No querían ayudarme a librarme de ti, pero yo podía aguantar una cierta presión. Cuando fracasaron sus intentos hice que te mandaran a ti para persuadirte si fuera posible y destruirte en caso contrario.
Kruger, convencido de que su idea era correcta, se inclinó hacia adelante y habló con más miedo del que nunca en su vida había tenido.
—Eso concuerda. No son ustedes de la misma raza que la gente de Dar o que la gente que vivía en este poblado. Hacen que los habitantes del poblado trabajen en labores cotidianas cuanto ustedes desean, e incluso también en asuntos más complicados. No sé si son ustedes o ellos los habitantes originarios de este mundo, pero veo claramente por qué no quieren que se vayan de él ahora. ¡Tendrían ustedes que hacer parte de su propio trabajo! ¿No es eso? —Kruger estaba tan furioso en el momento que acabó su discurso que resultó extraño que el oculto ser le pudiera entender, pero al parecer lo hizo.
—Tienes parcialmente razón —respondió con calma.
—¡Parcialmente! Tengo razón de los pies a la cabeza. ¡Le reto a que me deje verle!
—Me temo que eso no es ahora posible.
—¿Por qué? ¿Teme que le quite su sitio?
—No es eso. Sin embargo, si nos encontráramos bajo las mismas condiciones uno de los dos moriría. Yo no puedo sobrevivir en tu medio ambiente y estoy seguro de que tú tampoco en el mío; al menos Dar Lang Ahn no podría.
—Entonces es él y no usted uno de los nativos de este mundo. ¡Ustedes vinieron y lo conquistaron!
—No sé lo suficiente sobre el pasado para refutar esa creencia, pero tengo razones para dudarlo.
—Es suficientemente claro.
—Sacas una conclusión extremadamente positiva con realmente muy pocos datos. ¿Me prometerías no revelar ningún conocimiento a la gente de Dar Lang Ahn, excepto lo que aprobemos nosotros...?
—¡No!
—Déjame terminar... ¿Hasta que hayas aprendido lo suficiente sobre nosotros para formarte una opinión equilibrada?
—¿Quién decide si mi opinión es equilibrada?
—Estaría de acuerdo en librarte de tu promesa cuando lo pidieras, dando por entendido que yo podría entonces encontrar oportuno o necesario acabar contigo.
—¿Cómo sabe que me sentiré atado por una promesa obtenida bajo semejantes condiciones?
—No te aconsejaría que hicieras o dijeras algo que me diera motivo para dudar del valor de tu palabra. Estoy seguro que entiendes la razón.
—¿Qué pasa con Dar?
—Como dije, puede decir lo que quiera mientras viva. No sabe nada que me oponga a que comparta con su gente.
—Me oyó hablar con usted sobre electricidad.
—Lo recuerdo.
—De acuerdo, no diré nada sin advertirle previamente; pero le aseguro que será difícil convencerme —algo muy parecido a un suspiro de alivio vino del que preguntaba.
—Mucho mejor así —fue la respuesta—. Lo creas o no, me gustaría estar en las Mismas relaciones contigo que Dar Lang Ahn parece estar.
—Después de estos accidentes preparados necesitaré hechos para creerlo.
—Tus palabras me hacen comenzar a preguntarme si tu raza puede ser una que nunca comete errores. La mía sí los comete. Sin embargo, mejor será que te lo explique.
En primer lugar, tu idea de que simplemente utilizamos a la raza de Dar Lang Ahn para trabajar es bastante errónea. Sería prácticamente imposible para nosotros hacer eso, ya que no podemos vivir bajo las mismas condiciones que ellos. Su muerte dentro de unos pocos años señalará el momento en que podamos vivir normalmente en este mundo.
—Quiere decir que ustedes viven cuando ellos mueren, y...
—Y la mayoría de nosotros mueren cuando ellos viven. Eso es correcto.
—¡Entonces la ciudad que hay entre los volcanes fue construida por su gente!
—Sí. Se mantiene durante nuestra época de muerte con poca gente, entre los cuales me encuentro yo.
—Entonces es por eso que había electricidad en aquel edificio.
—¿Cuándo? ¿Ahora mismo?
—Sí, cuando estábamos en la ciudad, poco antes de venir —una sucesión de sonidos imposibles de imitar por las cuerdas vocales humanas salió del que hablaba, seguida de un breve silencio. Entonces la criatura invisible habló de nuevo.
—Gracias. Tuve que poner en marcha el sistema de energía hace algún tiempo para mover una válvula de vapor, sospecho que debido a alguna acción tuya, y se me olvidó apagarlo otra vez. Me temo que ya pasó la época dorada de mi vida.
—¿Quiere decir que aquella cosa en el cráter, pasada la ciudad..., la manejaba usted...?
—Al principio no; es automática. El vapor procede de la misma fuente subterránea caliente que alimenta los géiseres. El calor es virtualmente inagotable, pero no así el agua. Tuve que cerrar la válvula manualmente porque la pérdida de vapor estaba amenazando la mayor parte de nuestra otra maquinaria, y creo sospechar que tú eres la causa de esta molestia.
—Me temo que sí —Kruger contó la historia al tiempo que le volvía su buen humor.
—Entiendo —dijo el otro al final—. Confío en que pierdas un poco de tiempo en quitar esas piedras antes de volver al casquete polar. Podría hacer que lo hiciera mi gente, supongo, pero hay razones por las que no quiero que vayan todavía allí.
—Lo haré mientras su válvula manual esté cerrada —replicó Kruger.
—Parece que empezamos a confiar el uno en el otro —fue la respuesta—. Sin embargo, volvamos al tema. Como dije, somos diferentes de tus amigos; vivimos bajo condiciones diferentes, usamos herramientas, edificios y; comidas diferentes. En resumen, no competimos con ellos; podíamos casi también vivir en un planeta diferente.
—Entonces, ¿cuál es su objeción a que ellos vivan en un planeta diferente, o por lo menos a que puedan hacerlo?
—Eso les interesa tanto a ellos como a nosotros, como te podría decir cualquiera de sus Profesores. Si dejaran este planeta, ¿qué probabilidad tendrían de encontrar otro igual?
—No lo sé; debe haber muchos. Hay cantidad de ellos en la galaxia.
—Pero muy pocos, si es que hay alguno, que les matara en el momento adecuado. He deducido que tú no sabes cuándo vas a morir, y que te gusta que sea así. ¿Has intentado alguna vez enterarte de cómo se sentiría tu amigo Dar bajo tales circunstancias?—Kruger estaba callado; había deducido ya que Dar más bien sentía lástima por el estado humano de eterna incertidumbre. Entonces recordó una de sus numerosas teorías favoritas.
—Admito que Dar ha sido educado toda su vida en la idea de que morir en un momento determinado es natural e inevitable, pero parece ser un simple asunto de educación; a algunos de su raza parece agradarles la idea de una vida más larga.
—No te dijeron eso en las Murallas de Hielo —Kruger eligió interpretar esta respuesta como un reconocimiento de que tenía razón.
—No tenían que hacerlo; no estoy ciego. Toda la gente de Dar Lang Ahn, incluso su familia aquí, tienen el mismo tamaño... y la misma edad. Sus Profesores son también del mismo tamaño, aunque mucho mayores que Dar. No hacía falta ser un genio para interpretar la historia: o esta gente crece durante sus vidas o ese momento de la muerte de que habla usted les llega antes de completar totalmente su crecimiento. Algunos sobreviven ese momento y siguen creciendo. Son los Profesores.
—Tienes bastante razón en los temas principales, pero creo que tus insinuaciones acerca de la actitud de los Profesores de prolongar sus vidas deben ser supuestas. ¿Preguntaste realmente a alguien en las Murallas de Hielo quiénes serán sus Profesores durante la próxima época de vida?
—¿Qué quiere decir? Hablé con muchos de sus Profesores.
—¡Pero seguro que no crees que el presente grupo de Profesores sobrevivirá este momento de muerte! El hecho de que sean todos del mismo tamaño, como dijiste, debe demostrártelo. El próximo grupo saldrá de entre la gente que empezó a vivir en el mismo momento que Dar Lang Ahn.
—Pero ¿cómo se les eligió? ¿Por qué no puede Dar ser de ellos?
—Puede, pero estoy seguro de que no lo desea. Las Murallas de Hielo son el único lugar de Abyormen donde los de su clase pueden vivir en el tiempo que mi gente domina el planeta. Simplemente, no pueden dar acomodo a toda la raza; hay que hacer alguna selección. Como hace falta un largo entrenamiento, se les selecciona cuando son jóvenes.
—Usted sugirió que los elegidos no están muy contentos. Encuentro eso difícil de creer.
—Un Profesor elegido lo acepta por sentido del deber. Vivir más del tiempo natural es un castigo; viste que los Profesores en las Murallas de Hielo se movían despacio, si es que lo hacían. No los viste a todos; tres de cada cuatro, en este momento, están virtualmente impedidos. Su tamaño aumenta, pero su fuerza no guarda relación con él. Sus articulaciones se entumecen, su digestión es pesada. Los males físicos aparecen de forma que convierten la vida más en una carga que en un placer. Aceptan esto porque si no lo hicieran cada nuevo grupo de su gente tendría que empezar desde el principio, y este mundo, durante el tiempo de su vida, estaría habitado sólo por animales salvajes.
—¿Vale esto lo mismo para los Profesores de su raza?
—Efectivamente. Sin embargo, no estoy tan cerca del final de mi deber como los del casquete polar; debo durar casi durante todo el próximo período de vida de mi gente. De momento, la vida no es demasiado mala para mí.
—Pero ¿cuáles son en concreto las diferencias entre sus razas? ¿Cuál es el cambio de condiciones que mata a una y hace crecer a la otra? ¿Afecta esto a alguna otra forma de vida en el planeta?
—La primera pregunta es difícil de responder, a menos que podamos dar por supuestos algunos puntos de mi aspecto, y no veo cómo sería posible. Mi medio tendría que ser separado del tuyo para permitirnos a los dos vivir, y no sé ninguna barrera a través de la cual nos podamos ver —Kruger empezó a sugerir cristal o cuarzo, pero se dio cuenta de que no sabía la palabra para designar ninguna de ambas substancias. Antes de que pudiera inventar una frase para describirlas, la voz siguió—: El cambio de condiciones está casi acabado, pero el factor más importante es la temperatura. Hace mucho más calor —Kruger silbó suavemente —y el aire cambia.
—¿Respira usted aire o agua, o ambos?—preguntó el chico—. Su ciudad, ¿se extiende dentro del océano?
—Sólo de momento. Cuando vivimos, el océano desaparece casi por completo. Supongo que viajará en forma de vapor a esa parte de Abyormen donde no brilla ningún sol y que se precipitará en forma líquida o sólida. Por razones bastante obvias, no hemos podido explorar tales regiones, pero el conocimiento de las condiciones de las Murallas de Hielo da validez a esta teoría.
—Pero el sol llamado Arren brilla en las Murallas durante la mayor parte del tiempo.
—En este momento sí; la región mencionada está a un cuarto de planeta del lugar de que hablabas.
—Empiezo a comprender la situación —dijo Kruger—. Ya me había dado cuenta de que Abyormen seguía una órbita bastante excéntrica alrededor de Theer; si lo que dice es correcto, el mismo Theer hace algo parecido alrededor de Arren.
—Eso hemos deducido, aunque el tamaño y forma precisas de su ruta no son aún conocidos con certeza. No hemos sido capaces de crear instrumentos de medida para obtener los valores necesarios. Sin embargo, estamos seguros de que ambos soles son mucho mayores que Abyormen y que están muy lejanos de él, así que parece razonable suponer que es más bien Abyormen y no los soles quien se mueve.
—Puedo ver lo que tiene que pasar en este lugar; supongo que mi última pregunta era innecesaria, ya que si la temperatura cambia como dijo, tiene que afectar a toda la vida del planeta. Me había preguntado la razón de que la mayoría de los árboles y animales de ciertas especies fueran aproximadamente del mismo tamaño; ahora lo veo bastante razonable. La mayoría de ellos deben haber empezado a crecer en el mismo momento, más o menos.
—Supongo que no es éste el caso de tu mundo —estas palabras fueron una especie de pregunta. Kruger pasó algún tiempo describiendo los cambios estacionales de la Tierra y la forma en que las diferentes formas de vida se adaptaban a ellos.
—Parece, entonces —fue el comentario de los Profesores a su información —que la mayoría de tus criaturas mantienen a lo largo del año más o menos una actividad normal, o si no se ponen a dormir durante la estación inconveniente. En este mundo lo primero no es posible, al menos para nosotros, y encuentro difícil imaginar una criatura capaz de soportar todos los extremos del clima de Abyormen. La segunda me parece en extremo derrochadora; si un tipo de vida no puede aguantar la situación durante una parte del año, ¿por qué no toma otra su lugar durante este período?
—Parece sensato —admitió Kruger.
—Entonces, ¿qué objeción presentas a que compartamos mi raza y la de Dar Lang Ahn Abyormen?
—Pues ninguna. Lo que me preocupa es cómo les tratan ustedes, prohibiéndome decirles lo suficiente acerca de las ciencias físicas para que se salgan de su control. Ciertamente, no parece importarle que le dé a usted toda la información que pueda.
—A mí, personalmente, no. Para mi gente, pondría las mismas objeciones que para las de Dar Lang Ahn.
—¿Quiere decir que no desea que su propia gente sea capaz de construir naves espaciales, en el supuesto de que pudiera enseñarles cómo?
—Justamente.
—Pero eso no tiene sentido. ¿Qué objeción pondría usted al deseo de su gente de irse y dejar solo al pueblo de Dar?
—Dije hace mucho que necesitamos a la raza de Dar, aunque preferiste interpretar mis palabras de diferente manera. Aún más, su gente necesita a la nuestra con la misma fuerza, e incluso aunque Dar Lang Ahn no lo sepa, sus Profesores por lo menos sí.
—Entonces, ¿por qué no les tratan como amigos en vez de como inferiores?
—Son amigos. Siento un sentimiento particularmente fuerte hacia Dar Lang Ahn; ésta es una de las razones por la que fuisteis tan bien tratados cuando estuvisteis aquí antes y por la que mandé a mis pobladores lejos antes de arriesgarme a que hubiera violencia cuando vinisteis esta vez.
—Si le tienes tanto cariño a Dar, a quien no has visto nunca, por lo que sé, ¿por qué le quitaste los libros? Eso le ha preocupado más que cualquier otra cosa que haya sucedido desde que le conocí.
—Fue por motivos experimentales, me temo. Quería saber más sobre ti. Siento que Dar Lang Ahn sufra, pero me alegro de haber aprendido algo sobre tu capacidad para la simpatía y la amistad. Sus libros estarán sobre la trampilla en el lugar donde solíamos hablar tan pronto como los consiga después de terminar esta conversación.
—¿Qué pasa con mi encendedor?
—¿Realmente lo quieres? Me lo llevé a otro sitio, me temo, y no estoy seguro de poder recuperarlo de nuevo. El condensador —tuvo que parar para explicar esta palabra— era, por supuesto, bastante familiar para nosotros, pero no así la parte que convertía el calor del sol en electricidad. Si puedes desprenderte de él, mis científicos estarían interesados, cuando tengamos alguno.
—Creía que no quería que su gente aprendiera demasiado.
—No quiero, pero dudo seriamente que este invento en concreto saque a alguno de ellos del planeta. Opino que es menos práctico para nuestros propósitos que los generadores que ya usamos, que toman el calor volcánico de Abyormen.
—Entonces, ¿viven bajo tierra, cerca de los volcanes, donde hace el suficiente calor para ustedes? Pensé, por lo que vi de este continente, que buena parte de ustedes viven ahí durante el tiempo frío.
—Yo estoy bajo tierra, como dices, pero no hay muchos de nosotros aquí. Sólo cuatro viven en este área y un número similar en cada una de nuestras otras ciudades.
—Pero deben tener mucho más espacio para vivir durante su mala estación que los demás. Ellos están apiñados bajo aquel casquete polar...
—El cual tiene muchas millas de largo en su punto menor. Sería posible excavar cavernas y probablemente almacenar comida suficiente para la mayoría de la raza, si no toda.
—Y hay volcanes por no sé cuántos cientos de millas por esa península que seguí desde el lugar en que fui abandonado. En resumen, no parece haber razón alguna por la cual las dos razas no puedan vivir a tope todo el tiempo. ¿Qué falla en esta idea?
—Te he estado haciendo insinuaciones de ese fallo a lo largo de nuestra conversación. Te dije que cada raza era necesaria para la otra; pareces creer que esto es debido a nuestra pereza. Mencioné que otros planetas serían inhabitables porque no nos matarían a todos en el momento adecuado; parece ser imputado eso a la superstición. Te digo que tengo un gran interés personal en el bienestar de Dar Lang Ahn, y al parecer te limitas a no creerlo. Gratuitamente, dices que no hay una imposibilidad técnica, ni incluso una gran dificultad, en que sigamos vivos todo el año si queremos. En vez de reunir todas estas afirmaciones, las tratas como a un grupo de imposibilidades separadas. Confieso haber estado tratando desde que empezó esta conversación de sacar alguna idea sobre la inteligencia humana, y en verdad que no me estás demostrando una muy elevada. Honestamente, ¿no puedes pensar en una explicación que reúna todos estos hechos?
Kruger frunció el entrecejo y ninguno habló durante un minuto; entonces Dar Lang Ahn hizo una observación.
—Si está probando la inteligencia, Profesor, será mejor que compare la suya con la mía. He vivido en Abyormen toda mi vida y no veo adónde quiere usted llegar.
—Tu entrenamiento lo impediría.
—Entonces prefiero suponer que el mío también —saltó Kruger, algo molesto—. ¿Por qué debo ganar su juego de supuestos si él no puede?
—Muy bien, no deseo enfadaros. La explicación será, según creo, más fácil si me dices algunas palabras de tu idioma. Tengo entendido que los individuos de tu raza están directamente implicados en la producción de otros individuos. ¿Cómo se llama al ser que se produce?
—Un niño, hijo o hija, de acuerdo con tres puntos.
—El término genérico será suficiente. ¿Hay alguna palabra que describa la relación entre dos niños producidos por el mismo individuo?
—Hermano o hermana; de acuerdo...
—Muy bien, veo que cada palabra es utilizable. No tengo ningún niño, dado que estoy aún vivo, pero Dar Lang Ahn es un niño de mi hermano.
El silencio fue mucho más largo esta vez, a la par que Nils Kruger ensamblaba las piezas de este rompecabezas, y su actitud se convirtió de un ligero descreimiento, mediante el reconocimiento gradual de las posibilidades, a una de aceptación.
—Usted gana, ¡tío!—dijo por fin débilmente—. Pero aún sigo sin ver tres puntos.
La frase de Kruger fue interrumpida, y no por el Profesor.
—Creo que yo también diré "tío"—la voz, que hablaba lentamente, no había sido nunca oída, que él supiera, por el chico, pero estaba hablando inglés—. Reconozco —siguió —una palabra ocasional que suene como viejo inglés en cualquier colección de ruidos casuales, y lo achaco a la coincidencia. Sin embargo, cuando "niño", "hijo", "hija", "hermano", "hermana" y "tío" se oyen todas dentro del mismo período de treinta segundos la coincidencia queda ya fuera de lugar. Señor Nils Kruger, si ha estado usted contribuyendo en gran medida a las conversaciones que hemos grabado, durante las últimas dos semanas, espero que tenga un buen acento, ¡si no una pareja de filólogos que conozco van a estar muy enfadados!
XI. ASTRONOMIA; DIPLOMACIA
La mayoría de los seres humanos no pierde la esperanza, aun después de que cualquier razón lógica para tenerla haya desaparecido. El hombre que va a una batalla con desventaja frente a sus enemigos, el piloto que se queda en un aeroplano en llamas para salir de una ciudad, el condenado a muerte en su celda: pocos de ellos la pierden mientras respiran. Nils Kruger no había abandonado del todo su esperanza de volver a ver de nuevo la Tierra. No esperaba, sin embargo, ser rescatado. Había tenido vagas ideas, que él mismo admitiría como ilógicas, de que quizá combinando la tecnología abyormenita con la suya se podría construir algún tipo de nave capaz de cruzar los quinientos años luz hasta el sistema solar. Incluso después de obtener una idea bastante aproximada de las limitaciones técnicas de la raza de Dar Lang Ahn tal pensamiento no había desaparecido por completo, y no supuso que otra nave espacial terrestre se aproximaría a las Pléyades. Como consecuencia de esto, el sonido de una inconfundible voz humana cortando su conversación con una criatura que difícilmente pudiera ser menos humana, produjo en Kruger el mayor impacto de su vida. Durante varios momentos no pudo ni hablar. Varias cuestiones vinieron de la radio, y cuando fueron respondidas ,sólo por el mediocre inglés de Dar Lang Ahn, la sorpresa en la distante nave espacial fue casi tan grande como la de la cabaña.
—No puede ser Kruger; no hablaría así, ¡y de cualquier forma está muerto!
—Pero ¿dónde pueden haber aprendido inglés?
—¡Mi niño de un año habla mejor inglés!
—Kruger, ¿eres tú o es que el departamento de filología se ha vuelto loco?
—Estoy... aquí, muy bien, pero no debéis hacer cosas como ésta. ¿Qué nave es ésa? ¿Cómo podéis haber estado escuchando? Y de cualquier forma, ¿qué estáis haciendo en las Pléyades?
—Es tu propia nave, el Alphard; yo soy Donabed. La radio que tienes es bastante triste; no estoy seguro tampoco de tu voz. Llevamos aquí un par de semanas y hemos estado recogiendo y grabando todo el ruido de radio que pudimos encontrar, con la esperanza de saber algo del idioma para cuando aterrizáramos. Me alegro de que fueras lo suficientemente sensato para esperar nuestro regreso, parece ser que hay algo con este sistema que ha hecho sacar conclusiones a los astrónomos y tuvieron que volver para verlo por ellos mismos. ¿Es esa radio un producto nativo o la hiciste tú?
—Estrictamente hecha en casa —Kruger había recuperado el control de sí mismo, aunque sus rodillas aún estaban débiles—. Un minuto, tenemos una audiencia que no habla inglés —Kruger volvió al idioma abyormenita y explicó a Dar y al Profesor lo sucedido—. Ahora, mientras bajáis, ¿me explicaríais, por favor, qué tiene este lugar de peculiar desde el punto de vista de los astrónomos?
—No soy astrofísico, pero aquí está lo que entiendo de la situación —respondió Donabed—. Conoces las cuestiones elementales acerca de las fuentes de la energía estelar y que las estrellas principales como el sol y este punto rojo deben poder mantenerse emitiendo a su presente índice durante miles de millones de años. Sin embargo, hay muchas estrellas en el espacio mucho más luminosas que el Sol, a veces decenas de millares más. Soles como éste ganan su hidrógeno con tanta rapidez que no deben poder durar más que un millón, o unas pocas decenas de millones de años a lo sumo. Alcyone, como varias otras estrellas en las Pléyades, es uno de dichos soles.
—Hasta ahí, de acuerdo. El sistema de las Pléyades se encuentra lleno de material nebuloso que presumiblemente se está aún mezclando para formar otras estrellas que sumar a los cientos que ya hay en el grupo; pero aquí aparece el problema. Han descubierto, con cierto grado de precisión, el tipo de fenómenos que debe ocurrirles a las nubes condensadas. En algunas circunstancias, con cierta cantidad de moméntum angular, puedes esperar que se formen varias estrellas, viajando en órbitas alrededor de las otras; un sistema estelar binario o múltiple. En otros casos, con un moméntum angular menor, la mayor parte de la masa se concentra formando una estrella y los fragmentos restantes constituyen un sistema planetario. Es algo sorprendente, aunque no imposible, que se produzca una estrella doble o múltiple también con planetas; ¡pero lo que es extraño es que nazca una estrella como Alcyone con planetas en algún lugar cerca de ella! Un sol como éste está emitiendo una radiación decenas de millares de veces más intensas que las de nuestro Sol; dicha radiación ejerce una presión, y esta presión debe ser fácilmente capaz de reunir todas las partículas sólidas de la zona para formar planetas. Esa es una de las cosas que pueden ser computadas, y es difícil de eludirlo. Por ello los observadores de estrellas nose preocuparon mucho cuando dedujeron por nuestros datos que Alcyone tenía como compañero a una enana roja, pero cuando se enteraron de que dicho compañero tenía un planeta casi se vuelven locos. Tardamos algún tiempo en persuadir a algunos de ellos que no habíamos cometido ningún error; tuvimos que señalarles que habíamos aterrizado de hecho en aquel lugar.
—¡Ya lo creo que sí!—murmuró Kruger.
—Debes saberlo. A propósito, su nombre oficial es Kruger, si es que te interesa.
—Me temo que su nombre es Abyormen, si seguimos la costumbre en boga — replicó el chico—. Pero sigue.
—No hay mucho más que contar. Odiaban como el veneno abandonar sus teorías favoritas, y les he venido oyendo durante todo el camino especular con la posibilidad de que el sol rojo hubiera sido capturado por Alcyone después de que su o sus planetas se formaran, y así. Hay mucho trabajo que hacer y tú nos puedes ayudar mucho. Pienso que has aprendido bastante del idioma local, y nos ahorrarás tiempo haciendo de intérprete.
—Sí, hasta cierto punto; de alguna forma, cada vez que hablo con uno de estos seres empezamos pronto o tarde a malinterpretarnos. Puede que esté sucediendo esto ahora sin que siquiera lo sepa, ya que no he visto nunca a ese tipo con el que estoy hablando por radio.
—¿Cómo es eso? ¿No le has visto?
—No, y no tengo la menor idea de su aspecto. Mire, mayor, si bajan y me sacan de este baño de vapor podré explicar mucho mejor todo esto, y créame, tengo mucho que contar.
—Para allá vamos. ¿Vendrás solo? —Kruger explicó la cuestión brevemente a Dar y si le importaría ir con él. El nativo dudó un poco al principio, y después se dio cuenta de que aquello acarrearía sin duda más material para los libros, por lo que estuvo de acuerdo en acompañar a su amigo—. Dar Lang Ahn vendrá conmigo —informó Kruger a Donabed.
—¿Necesitará algún acomodo especial?
—Le he visto perfectamente a gusto en un campo de hielo y ha hecho viajes en planeador de dos días de duración sin preocuparse de beber, así que no creo que le afecten la temperatura ni la humedad. No sé la presión, ya que como dice usted estará más alto ahí.
—¿ Qué altura consigue en estos vuelos en planeador?
—No lo sé. No tiene ningún instrumento de vuelo, para nuestras normas.
—¿Llegó alguna vez a alcanzar la máxima altura de las usuales nubes cúmulos?
—Sí. He estado allí con él. Sube a la máxima altura que puede en los vuelos de larga distancia.
—De acuerdo. No creo que la presión terrestre le afecte. Será mejor que le expliques los riesgos y que sea él quien tome la decisión.
Kruger nunca supo con certeza si Dar le entendió o no del todo, pero estaba al lado; el chico cuando el módulo de aterrizaje del Alphard se posó en el claro de los géiseres. El Profesor había sido informado de lo que sucedía, y el chico le prometió volver a entrar en contacto con él a través de la radio de la nave tan pronto como fuera necesario. El oculto ser no puso ninguna objeción, aunque debió advertir que la maniobra ponía a Kruger fuera de su alcance.
El viaje de regreso al Alphard, que estaba girando con todo tipo de seguridad fuera de la atmósfera de Abyomen, no tuvo novedades para nadie, excepto para Dar Lang Anh. No hizo ninguna pregunta mientras tanto, pero sus ojos se fijaron en casi todo lo que se podía ver. Una particularidad de su comportamiento fue apreciada por la mayoría de la tripulación humana. En la mayor parte de las ocasiones en que una criatura más o menos primitiva es sacada de su planeta para dar una vuelta, se pasa casi todo el tiempo mirando cómo es su mundo desde arriba. Sin embargo, casi toda la atención de Dar estaba puesta en la estructura y manejo del módulo. El único momento en que miró un poco abajo fue cuando se pusieron a velocidad circular y el módulo se volvió ingrávido. Entonces volvió a mirar a la superficie y, para sorpresa de todos los que miraban, aceptó el fenómeno sin esfuerzo. Aparentemente, se había convencido de que la sensación de caída no significaba de hecho que se estuvieran cayendo, y aunque así fuera, los pilotos atajarían el problema antes de que fuera realmente peligroso. El mayor Donabed desarrolló un sano respeto por Dar Lang Ahn en aquel momento; había conocido a demasiados seres humanos bien educados que se pusieron histéricos en las mismas circunstancias.
Por supuesto, reflexionó el chico, Dar volaba y experimentaba muchas breves sacudidas cuando se metía en corrientes ascendentes o descendentes, pero esto no duraba nunca más de uno o dos segundos. Era un buen tipo; el mismo Kruger, después de pasar casi un año terrestre en tierra, se sentía un poco mareado.
En su debido momento, la monstruosa masa del Alphard fue divisada, aproximada y contactada, y el módulo se deslizó en su acomodo a través de su especial sistema de seguridad.
La reunión se celebró en la sala mayor de la nave, ya que todo el mundo quería oír la historia de Kruger. De común acuerdo, hizo primero su informe, contando brevemente la forma en que había escapado a la muerte cuando fue abandonado, y también sus experiencias con los animales, minerales y gente de Abyormen. La falta de algo parecido a la fruta, el hecho de que los tallos de muchas plantas fueran comestibles, aunque no muy nutritivos, la forma en que había probado suerte para ver si por lo menos no eran venenosos, y su determinación en abandonar la región volcánica donde había sido abandonado y en llegar al polo, donde se podría quizá estar más confortable, todo fue siendo entretejido en una narración razonablemente concisa. Todo el mundo tenía alguna pregunta que hacerle cuando terminó, y fue necesario que el comandante del Alphard actuara de moderador.
—Debiste tener bastantes dificultades en fijar tu rumbo cuando empezaste por primera vez a viajar —preguntó uno de los astrónomos.
—Fue un poco confuso —Kruger sonrió—. Si el sol rojo se hubiera limitado a variar de tamaño, no hubiera sido demasiado problemático, pero vacilaba de un lado a otro, en el lugar donde aterricé, del sudeste al sudoeste, y de vuelta otra vez, de forma que tardé bastante tiempo en poderme acostumbrar. Con el azul es más sencillo; Alcyone sale por el Este y se pone por el Oeste, como debe ser. Al menos lo hace a una buena distancia del polo, y resultó lo suficientemente sencillo ver por qué no lo hacía cuando llegué más al norte.
—Bien. Los movimientos del sol rojo son bastante lógicos, si recuerdas lo excéntrica que es la órbita del planeta. ¿A cuánto, en tu experiencia, asciende la variación angular? Sólo he visto el planeta durante una de las vueltas de la nave.
—Unos sesenta grados a cada lado de la media.
—El astrónomo asintió con la cabeza y dejó de preguntar. El comandante concedió la palabra a un geólogo.
—¿Has dicho que casi todo el terreno que viste es volcánico?
—En el continente donde me encontraron sí. Recuerda que no recorrí demasiada parte del planeta. La larga península que seguí hacia el norte...
—Durante tres millas —atajó un fotógrafo.
—Gracias. Es totalmente volcánica, y la región del continente de donde sale se halla en gran parte cubierta de flujos de lava de varias épocas. Cerca del casquete de hielo es montañoso, pero claramente no volcánica.
—Bien. Tenemos que sacar un mapa de secuencias de los estratos, si queremos hacernos una idea de la edad de este mundo. Supongo que no verías ningún fósil cerca del hielo.
—Sólo estuve en tierra cerca de su colonia; volé sobre el resto. Dar Lang Ahn, aquí presente, es posible que te ayude.
—¿Querrá hacerlo?
—Probablemente. Su grado de curiosidad es bastante elevado. Te di una idea de para qué quiere la información: lo pone en libros para la próxima generación, ya que la suya no durará ya mucho —Kruger no sonrió al decir esto, ya que la idea de perder a Dar le iba afectando cada vez más conforme pasaba el tiempo.
—¿Nos contaría tu amigo algo más de este asunto de la sucesión de generaciones?—preguntó el biólogo—. Tenemos animales en la Tierra que hacen lo mismo, aunque normalmente las dos formas no estén adaptadas a unos cambios tan drásticos de medio; pero lo que realmente me preocupa en este momento es el tema de los Profesores. Cuando mueren por fin, ¿es consecuencia de ello una razzia de los descendientes, o no pasa nada, o qué?
—No lo sé, y tampoco Dar Lang Ahn. Mejor será que preguntes a esa especie de Profesor con quien estaba hablando cuando me oísteis. Ni siquiera sé si hay una única descendencia o varias, cuando las cosas transcurren normalmente.
—Eso es suficientemente obvio, ya que si sólo hubiera una, sin otro método de reproducción, la raza habría desaparecido hace tiempo. Tiene que haber muertes debidas a accidentes, de vez en cuando.
—Bien; a quien hay que preguntar es a un Profesor, de cualquier modo. Yo lo haré por ti cuando hable con él.
—¿Por qué mantienen los Profesores a la mayoría de su gente en la ignorancia de esto? —preguntó otro.
—Tendrás que preguntarles a ellos. Si yo estuviera en su lugar lo haría para salvaguardar la paz, pero con el que he estado hablando dice que no les importa un número de muertes determinado.
—Me gustaría hablar al respecto con tu amigo.
—De acuerdo. Sin embargo, me temo que alguien tendrá que hacer un cuestionario.
Las preguntas y respuestas se sucedieron durante un buen rato, hasta que Kruger dejó de ocultar sus bostezos. Por fin, el comandante deshizo la reunión; pero aún tuvo el chico que esperar para descansar un rato. Procedió a enseñar el Alphard a Dar Lang Ahn, respondiendo a las preguntas de su pequeño amigo lo mejor que podía.
Por fin durmió, disfrutando de la ingravidez por vez primera en meses. No reparó en si Dar pudo dormir o no, en tales circunstancias, pero el nativo apareció por la mañana bastante fresco, por lo que Kruger supuso que lo había hecho. Dar se negó a probar alimentos humanos, pero Kruger se comió un desayuno tan grande que algunos de sus conocidos le tuvieron que advertir que podía hacerle daño. El relativamente bajo valor nutritivo de las plantas abyormenitas le había acostumbrado gradualmente a ingerir grandes cantidades cada vez que comía mientras estuvo en el planeta.
Satisfecho su apetito, informó al comandante, quien inmediatamente convocó otra conferencia, aunque esta vez sólo para científicos. Se decidió que había que dar prioridad al tiempo empleado en Dar, para que pudiera haber más intérpretes disponibles tan pronto como fuera posible. A los biólogos se les dijo que cogieran un módulo de aterrizaje y capturaran por su cuenta algunos animales; tendrían que adquirir la mayor parte de sus conocimientos de la manera más dura. Kruger les calmó prometiendo ayudarles con el Profesor mientras Dar estuviera dando clases de idiomas.
Sin embargo, los geólogos iban a necesitar la asistencia personal de Dar. Podían, por supuesto, hacer mapas de la superficie de Abyormen y ponerse personalmente a investigar puntos en los cuales fuera probable encontrar trozos de terreno sedimentado, pero el tiempo que así se perdería podía recibir usos mucho mejores. En consecuencia, se le enseñaron a Dar fotos en color de los tipos de roca que los especialistas esperaban encontrar allí y le preguntaron si había algún lugar en el planeta donde pudieran hallarse.
Por desgracia, no pudo reconocer ni una sola foto. Los geólogos podían haber renunciado en su empeño después de haber acabado de enseñarle fotos, pero Kruger se dio cuenta de que una de ellas era una muestra de travertina virtualmente idéntica al material depositado en los alrededores de la poza del géiser. Le señaló esto a Dar.
—Vuestras fotos no son demasiado buenas —fue la respuesta.
Veinte minutos después se pudo establecer que Dar Lang Ahn podía ver luz cuya longitud de onda oscilara entre cuarenta y ocho angstroms hasta un poco menos de dieciocho mil, esto es, no tanto en el lado de la luz violeta como el hombre, pero más de un octavo más que éste en el infrarrojo. Las fotos en color, que mezclaban los tres colores primarios haciendo combinaciones que reproducían lo que el ojo humano veía en el original, simplemente no reproducían más de la mitad de la gama de colores vistos por Dar. Como él decía, las fotos en color no eran buenas. El tinte del espectro reproducía, en aquella parte del espectro, los colores equivocados.
—No me extraña ahora que no comprendiera ninguna de sus palabras cuando se refería a los colores —murmuró Kruger con disgusto.
El problema se resolvió haciendo fotos en blanco y negro y dejando que Dar se concentrara en ellas. Después de esto pudo identificar más de la mitad de las fotos y decir dónde se podían hallar muestras de la mayoría. Tras una breve lección de geología, incluso sugirió áreas de fallas debidas al empuje de fuerzas interiores y exteriores, y cañones que dejaban al descubierto estratos hasta profundidades de cientos o miles de pies; los mapas que dibujó fueron más que suficientes para permitir localizar las regiones a las que se refería. Los especialistas en rocas se hallaban encantados. También lo estaban Dar Lang Ahn y Nils Kruger, este último por razones de su incumbencia.
El chico había vuelto a entrar en contacto radiofónico con el Profesor mientras todo esto sucedía y le contó cuanto había acaecido. Le explicó la información que los visitantes querían y le ofreció canjear toda la ciencia que la criatura quisiera. Por desgracia, el Profesor aún creía que demasiado conocimiento científico no le haría ningún bien a su gente. No se apearía de su creencia de que el conocimiento llevaría en su momento a los viajes espaciales, y que éstos acarrearían inevitablemente la ruptura del ciclo de vida abyormenita, ya que era ridículo suponer que otro planeta pudiera compararse a las características de Abyormen.
—Pero su gente no necesita quedarse en otros planetas. ¿Por qué no pueden limitarse, a visitarlos para comerciar o aprender, o simplemente verlos?
—Te he mostrado Nils Kruger, que tu ignorancia sobre mi gente te llevó antes por el mal camino. Por favor, créeme cuando te digo que estás en un error al pensar que salir de este planeta les reportaría algún beneficio —permanecía fijo con esta idea y Kruger tuvo que ceder.
Informó de su fracaso al comandante Burke y se sorprendió en cierto modo ante la respuesta del oficial.
—Pues en cierto modo estás de enhorabuena al no haber aceptado el Profesor tu oferta.
—¿Por qué, señor?
—Por lo que he podido entender, le estabas ofreciendo cualquiera de nuestros conocimientos técnicos por el que pudiera estar interesado. Admito que no estamos tan preocupados por la seguridad como hace unas pocas generaciones, cuando aún había guerras en la Tierra, pero en general se considera desaconsejable ser demasiado liberal en la concesión de técnicas potencialmente destructoras a una raza hasta que no la conozcamos bastante bien.
—¡Pero yo sí que los conozco!
—Admito que puedas conocer a Dar Lang Ahn. Te has encontrado con otros pocos de su raza, algunos de sus Profesores, y has hablado por radio con un Profesor perteneciente a lo que pudiéramos llamar una raza complementaria. Me niego a creer que conozcas a la gente en general, y aun afirmo que podías haberte quedado en una posición algo equívoca si esta criatura hubiera aceptado tu oferta.
—Pero usted no objetó que todo el mundo le dijera a Dar cualquier cosa que preguntara.
—Debido a, aproximadamente, la misma razón por la que el Profesor tampoco se opuso a que tú se lo dijeras.
—¿Quiere decir que porque se va a morir pronto? ¿No le permitirá volver a las Murallas de Hielo antes de ello? El confía en que así sea.
—Supongo que lo hará. No creo que ello pueda traer ningún mal; no se llevará ningún material escrito, y sin eso estoy seguro de que no puede hacer ningún daño.
Kruger puso en orden sus ideas; había estado a punto de mencionar la prodigiosa memoria del nativo. Quería que Dar Lang Ahn aprendiera cosas. Sabía que el pequeño nativo recordaría cuanto se le dijera o mostrara, y que todo lo que recordara se lo diría a sus Profesores en las Murallas de Hielo. El Profesor del poblado podría oponerse, pero parecía tener poco que hacer; Kruger había respetado su trato.
Pero ¿podría dicho ser hacer algo? Había afirmado poseer influencia suficiente sobre los Profesores del casquete polar para que éstos intentaran asesinar a Kruger contra su propio deseo. Tal vez les podría forzar a que ignoraran la información que Dar aportara, o incluso a destruirlo; y esto no formaba decididamente parte del plan de Kruger. ¿Qué influencia tenía el ser? ¿Podía hacerse algo para reducirla o eliminarla? Tendría que hablar de nuevo con aquel Profesor, y preparó la charla muy cuidadosamente. El chico flotó sin movimiento durante un rato, pero por fin su expresión se aclaró un poco. Momentos después se puso en movimiento hacia la pared más cercana y se dirigió al cuarto de transmisiones.
El Profesor reconoció la llamada al instante.
—¿Estoy en lo cierto al decir que has preparado nuevos argumentos para que deba favorecer la extensión de tu tecnología?
—No del todo —replicó Kruger—. Quería hacerle una o dos preguntas. Dijo que había cuatro de ustedes en la ciudad. Me gustaría saber si los demás comparten su actitud al respecto.
—Pues sí —la respuesta fue rápida y desconcertó un poco al chico.
—De acuerdo. ¿Y los Profesores de las demás ciudades? Presumo que les habrá contado todo lo que ha estado sucediendo —esta vez la respuesta no llegó tan de prisa.
—En realidad no. No mantenemos una comunicación continua. Nos limitamos a contrastar unos con otros cada año. Si les llamara ahora probablemente no estarían escuchando. No importa; no hay duda de cómo pensarían. Después de todo, hemos mantenido durante muchos años la política de limitar la tecnología para nosotros solos y de estar seguros de ser la fuente de conocimiento para los demás; por ejemplo, las radios que tienen en las Murallas de Hielo las hicimos nosotros; ellos no saben.
—Ya veo —el cadete estaba un poco descorazonado, pero en modo alguno dispuesto a abandonar—. Entonces no le importará que visitemos las otras ciudades y contactemos con sus colegas Profesores directamente y les hagamos a ellos la propuesta —esperaba con ansiedad que no se le ocurriera al otro preguntar si todos los seres humanos estaban de acuerdo al respecto.
—En modo alguno. Tendríais, por supuesto, que explicarles la situación de igual manera que habéis hecho conmigo; os darían la misma respuesta.
Kruger sonrió malignamente.
—Sí, podemos hacer eso, o contarles una historia ligeramente diferente; digamos que su mente está en cierto modo dañada, y que ha obtenido de nosotros alguna información y que se encuentra cansado de los sacrificios que trae consigo ser un Profesor, y que iba a construir unos aparatos capaces de mantener caliente una mayor parte del planeta, lo cual evitaría que se muriera su gente.
—¡No he oído una estupidez mayor en toda mi vida!
—Claro que no. Tampoco sus amigos en las otras ciudades. ¿Pero cómo sabrán ellos que es una idiotez? ¿Se atreverían a probar suerte?—calló, pero ninguna respuesta llegó de la radio—. Sigo pensando que su gente no tiene por qué salir al espacio después de aprender un poco de física. ¿No son ellos tan capaces como usted de ver los peligros que ello acarrearía?
—Espera. Debo meditar —el silencio reinó durante bastantes minutos, perturbado tan sólo por los ruidos producidos por la estática de la radio. Kruger aguardaba tensamente.
—Me has enseñado algo, ser humano —la voz del Profesor se pudo oír de nuevo—. No te diré lo que es; pero los Profesores de Dar Lang Ahn pueden aprender lo que quieran —No dijo más.
Kruger se relajó a la vez que una sonrisa aparecía en su rostro. Su plan funcionaría; no podía fallarle entonces.
Dar Lang Ahn había almacenado gran cantidad de información, suficiente para llenar muchos libros, libros que posiblemente no podrían ser escritos antes de su muerte. Dar Lang Ahn volvería a las Murallas de Hielo con sus conocimientos, y estaría aún dictándola o escribiéndola cuando llegara el momento de cerrar las cavernas para protegerse del incremento de temperatura, del cambio de atmósfera. Estaría aún dentro cuando esto sucediera, no afuera en las ciudades de la gente "fría", muriendo con sus amigos. Dar Lang Ahn, por pura necesidad, se convertiría en Profesor; y Nils Kruger no perdería a su pequeño amigo.
XII. GEOLOGIA; ARQUEOLOGIA
Abyormen es mayor que la Tierra y tiene incluso durante la época fría, una proporción menor de mar, de forma que los geólogos tuvieron que desarrollar su actividad en una buena parte del territorio. No trataron, por supuesto, de explorarlo todo; el plan base era conseguir la suficiente correlación estratográfica para sacar una historia geológica no demasiado mala y, si fuera posible, encontrar valores de las radiaciones lo suficientemente bajos en la escala para poder estimar al menos un valor mínimo de la edad del planeta. Lo último era realmente todo lo que querían los astrónomos, pero los biólogos tenían unas pretensiones considerablemente mayores. Se dispusieron a analizar todos los fósiles que encontraran con las técnicas desarrolladas en el campo.
Capa tras capa de rocas sedimentarias fueron clasificadas, a veces de millas de profundidad, a veces un poco antes de que se esfumaran, tal vez porque los movimientos de tierra las habían arrastrado formando rompecabezas, para componer los cuales era necesaria una buena experiencia, tal vez porque el fenómeno que las había depositado en el primer lugar había abarcado sólo un área determinada y la formación emergía naturalmente. Un lecho de caliza depositada en el fondo del mar en más de un millón de millas cuadradas es una cosa; una lente de piedra arenisca que una vez estaba depositada en el delta de un riachuelo desembocando en un lago pequeño es otra, a veces bastante inconveniente cuando se está resolviendo un problema de datos relativos.
Kruger dio gracias a su suerte de que el comandante Burke no estuviera con este grupo en tierra y rogaba constantemente que no le llegara ninguna insinuación hecha por los geólogos, ya que Dar Lang Ahn estaba aprendiendo suficiente inglés, y hay pocos sitios donde una memoria fotográfica puede hacerse más evidente que al tratar con un problema de estratos. Todos los geólogos, sin excepción, miraban al nativo con respeto y sentían una amistad hacia él comparable con la de Kruger. Pronto o tarde el comandante se enteraría; el chico confiaba que para entonces la popularidad de su pequeño amigo hubiera llegado a un punto tal que moviera al viejo oficial a abandonar todas sus sospechas.
En ninguna parte del planeta parecía haber nada parecido a las "llanuras" que caracterizan muchas zonas de la Tierra. Aparentemente, toda la presente superficie plana fue sumergida en un pasado no muy lejano; había una sospecha bastante profunda de que Abyormen sufría una actividad de seísmos y orogénica mucho mayor que la de la Tierra. Uno de los especialistas sugirió que la razón podía residir en los cambios estacionales del "Largo Año", cuando la mayor parte del agua del mar se depositaba en los casquetes polares. Una prueba en el casquete del hemisferio sur —que no estaba sobre el polo sur— indicó que tenía un espesor de casi treinta y cinco mil pies. Estaba nevando cuando se hizo el experimento, ya que Theer nunca se deja ver en esta parte del planeta y Arren tardaría varios años terrestres en salir.
Mientras pasaban varios de los breves años de Abyormen antes de que se pudiera llegar a ninguna clasificación de los estratos, los astrónomos comprobaron con bastante rapidez lo que se habían temido. Desde el principio, por supuesto, los astrónomos habían estado alerta para buscar pegmatitas y otras intrusiones volcánicas que pudieran contener substancias radioactivas susceptibles de ser fechadas, y en seguida las encontraron en varios lugares del continente que examinaban. No era posible de momento interrelacionar estas substancias con los sedimentos, pero en una de ellas se analizó uranio que tenía una edad un poco menor de millón y medio de años. Era una muestra bastante grande y se realizaron diez comprobaciones independientes, sin obtener variaciones de más de veinte millones de años con la principal. Dado que los astrónomos no querían creer que Alcyone hubiera existido más de una centésima parte de dicho tiempo, aceptaron la información a regañadientes.
Pero fechados o no, los sedimentos tenían interés por sí mismos. Si Dar Lang Ahn había visto en su vida un fósil, no reparó en él más de dos veces. Esta omisión fue fácilmente remediada, ya que los sedimentos tenían su parte de residuos orgánicos. Una zona de caliza de unas doscientas millas de ancho, en el centro del continente, parecía estar compuesta en gran medida por un depósito de filones y se encontraron en varios puntos unos cuantos cientos de especies diferentes. Había gran cantidad de mariscos que, al menos a Kruger, le parecían traídos de la Tierra; un biólogo pasó un buen rato explicando las diferencias técnicas.
—Supongo —concluyó— que se puede encontrar gran cantidad de criaturas virtualmente idénticas a éstas en las costas actuales de nuestros océanos. Parece que los moluscos y sus parientes tienen una rara habilidad en salvar los cambios de planeta. Por la Tierra han estado alrededor de 500 millones de años; con cambios, sí, pero su estructura básica sigue siendo la misma.
—Te entiendo todo menos una cosa —Dar Lang Ahn replicó en su lento y cuidado inglés—. He estado todo el rato con vosotros aquí y he visto fósiles como éstos en diferentes estratos de roca, como dices que es razonable, pero nunca vi una criatura viva que se pareciera a estos fósiles.
—¿Has pasado alguna temporada larga junto al mar?
—Mucho tiempo. Nils Kruger y yo viajamos alrededor de trescientas millas hace poco, sin contar las veces que estuve en mis ochocientos años anteriores de vida.
—¡Lleva razón! —exclamó Kruger excitado—. Sabía que había algo raro en esa playa y no podía adivinar qué era. No había ninguna concha, ni algas dispersas, ni nada de esa naturaleza. ¡Con razón me parecía extraño!
—¡Uf! Confieso que sin duda es raro. ¿Había algún otro tipo de criaturas marinas?
—No lo sé. Creo que existen animales de varios tipos viviendo bajo el agua, y estoy seguro de que hay plantas. Sin embargo, no puedo pensar que vivan allí muchos tipos diferentes —el biólogo pasó esta parte de la información a sus colegas dedicados al trabajo de campo, ya que estaba demasiado ocupado estudiando las interrelaciones de los fósiles para desarrollarla él mismo.
Gradualmente, estableció un orden a partir del caos. Para motivos de comprensión, dividió el pasado de Abyormen en períodos cuyas fronteras en el tiempo parecían establecidas por las inundaciones generales de este continente que habían originado los lechos de caliza. Los geólogos no pudieron encontrar evidencias con que definir los períodos de formación de las montañas, lo cual resulta generalmente mejor para este propósito; en Abyormen, como habían sospechado, la actividad orogénica parecía estar uniformemente repartida a lo largo del tiempo.
Existían, por supuesto, muchas razones por las cuales ese mundo podría ser más activo en seísmos que la Tierra. Era más grande, con un diámetro de novecientas cien mil millas y una masa un cuarenta por ciento más grande que la de la Tierra, de forma que un hombre de ciento setenta libras pesaba en su superficie ciento ochenta. Las diferencias porcentuales eran pequeñas, pero la cantidad total de fuerzas orogénicas disponibles era muy superior a la del planeta de donde proviene la especie humana. De cualquier forma, ahí estaba la evidencia: los períodos de formación de montañas eran cortos, frecuentes y locales.
Esto debía haber contentado al departamento de biología, aunque los fósiles vertebrados les proporcionaron, para su desgracia, más quebraderos de cabeza.
No había resultado difícil establecer una secuencia bastante aproximada de la vida del planeta, recorriendo lo que tenían que haber sido varios cientos de millones de años, si la Tierra hubiera podido servir de ejemplo. Esta secuencia empezaba con cosas que tuvieran una parte inferior lo suficientemente dura como para protegerlas, seguía por criaturas con huesos comparables a los peces y acababa con unas criaturas con piernas que respiraban bastante claramente aire y que se pasaban la vida, en su mayor parte, en tierra firme. Hubiera sido simpático poner el final de esta serie en una página, en su parte inferior, y Dar Lang Ahn en la superior, con las formas intermedias en medio, pero esto resultaba imposible, ya que todos los fósiles vertebrados en los que se encontraban brazos óseos tenían seis. Dar era lo suficientemente humanoide como para poseer dos brazos y dos piernas, sin ningún trazo visible de tener más.
A requerimiento de los biólogos, el nativo accedió a ser fotografiado por rayos equis. Estaba tan interesado como el que más en saber los resultados, y pudo ver como cualquier biólogo que su esqueleto no tenía rastros de una tercer pareja de apéndices.
Dar estaba ya tan familiarizado con los principios generales de la evolución como un ser humano ordinario y podía ver la razón por la cual los profesionales se hallaban preocupados. Antes incluso de que nadie preguntara, comentó:
—Parece como si nada de lo que habéis encontrado en las rocas pudiera ser un ancestro directo de mi raza. Supongo que podemos haber venido de otro mundo, como Nils Kruger creyó una vez, pero no hay nada en ningún libro que haya leído, o que me haya dicho algún Profesor que haga pensarlo.
—Eso acaba con esta hipótesis —señaló con tristeza el biólogo.
—No del todo; es posible que sucediera hace tanto tiempo que o no lo registramos o se han perdido dichos registros en el tiempo transcurrido. Sin embargo, me temo que será difícil de demostrar.
—Probablemente tengas razón. Creo que lo mejor que podemos hacer es buscar formaciones que sepamos positivamente son más recientes.
Los geólogos habían escuchado esta conversación; sucedió durante uno de los regulares intervalos que tomaban para comer. Uno de ellos habló entonces:
—Es un poco duro mirar descuidadamente una formación y decir: "tiene menos de un millón de años de antigüedad". Estamos alerta, por supuesto, pero sabéis perfectamente que ese fechaje viene después de la excavación y tras encontrar fósiles y compararlos con otras formaciones.
—¿Qué pasa con el material sin consolidar que se encuentra en forma de piedras sueltas en las partes inferiores de las lomas o en las cavernas?
—No es nuestro campo, pero arramplaremos con todo el que nos encontremos. No estoy muy seguro de recordar ningún país originado a partir de cavernas, aunque parte de estas capas de caliza pudieran rellenar las formaciones con la cooperación del clima.
—He oído hablar de cavernas en otros continentes donde se pueden encontrar unos extraños diagramas y dibujos en las paredes —dijo Dar Lang Ahn. El grupo entero se volvió hacia él como un solo hombre.
—¿Nos puedes llevar allí? —varias voces hicieron esta pregunta casi simultáneamente.
—Puede ser. Sería más seguro si fuéramos a una de las ciudades del continente e hiciésemos que alguno de los individuos del lugar nos sirviera de guía.
Así fue dispuesto, después de consultar con el comandante Burke en el lejano Alphard. Otro módulo bajó de la nave, de forma que los geólogos tuvieran un medio de viaje, y varios especialistas más descendieron en él.
El continente en cuestión se encontraba lejos, al suroeste del lugar donde se desarrolló el trabajo, pero estaba aún iluminado por el rojo Theer. Dar Lang Ahn encontró una ciudad sin dificultad, y después de dar las usuales explicaciones requeridas por la presencia de los seres humanos pudo obtener un guía. De hecho, muchos de los ciudadanos fueron con ellos para ver trabajar a los extranjeros; no había mucho de importancia que hacer, ya que todos los libros de esta ciudad en concreto se habían llevado ya a las Murallas de Hielo y la gente estaba simplemente esperando la muerte.
Las cavernas eran como Dar las había descrito; no hubo sospecha alguna en la mente de ninguno de los hombres de que habían sido habitadas por seres pertenecientes al despertar de una civilización. La mayoría de los visitantes se sintieron atraídos por las pinturas de las paredes, pero los que sabían lo que hacían se pusieron a trabajar con extremo cuidado en los suelos.
Estos estaban cubiertos de tierra apelmazada, que fue quitada con cuidado, y capa por capa, y cribada por si tuviera algo de interés. Los nativos hacían comentarios de todo tipo sobre cuanto salía a la luz; no habían pensado nunca en ponerse ellos a cavar allí y aparentemente no reconocieron ninguno de los objetos que se encontraron. Estos podían lo mismo haber provenido de una caverna similar en la Tierra: herramientas de piedra y hueso y objetos que podrían haber sido ornamentales.
La excavación se sucedió durante varios días. Los científicos habían esperado en un principio que aparecieran esqueletos de los habitantes, pero sufrieron una desilusión. Uno le mencionó esto a Dar.
—No hay que sorprenderse —respondió el nativo—. Puedo ver que esta gente vivía de forma diferente a nosotros, pero no tanto. O morían en el momento adecuado sin dejar rastro o lo hacían violentamente, en cuyo caso esto no sucedería en las mismas cavernas.
—No sabes realmente si eran gentes de tu raza los que vivían aquí —respondió uno de los científicos secamente—. En algún punto de la historia de este tu planeta parece haber habido una gran interrupción. Podría haber sospechado que tu gente hubiera venido de otro planeta y que los "calientes" fueran nativos de éste si no hubiéramos sabido la relación padre-hijo que tienes con ellos.
—Tal vez vinimos ambos —sugirió Dar. El biólogo pareció haber recibido una gran revelación.
—Es una posibilidad. Querría que la gente que vivió en estas cavernas hubieran hecho uno o dos dibujos de ellos mismos.
—¿Cómo sabemos que no lo hicieron? —los científicos miraron las extrañas criaturas, cuyas imágenes se extendían por las paredes y techos de caliza.
—No lo sabemos —dijo tristemente—. Tú has sido quien ha traído esto a colación. Por lo menos ninguno de ellos tiene seis miembros, lo que al menos sugiere que la vida animal cuando esta caverna se hallaba habitada estaba relacionada más íntimamente contigo que lo que encontramos en las rocas del lugar donde estuvimos antes.
El científico se puso a trabajar de nuevo, y Dar Lang Ahn, por primera vez desde que Kruger le conocía, se marchó solo. Vio cómo el chico le buscaba y le llamó con el equivalente de una sonrisa.
—No te preocupes. Tengo mucho que meditar. No temas llamarme si sucede algo interesante.
Kruger se sintió aliviado, pero no muy seguro de lo que entendería su amigo por interesante. Al principio, después de la llegada del Alphard, virtualmente todo parecía encajar en su casilla; el nativo tenía dificultad en fijar su atención en un objeto, ya que todo requería su examen. Con el paso del tiempo, esa tendencia había desaparecido. Kruger empezó a preguntarse si Dar podría haber perdido el interés en las ciencias que tanto había querido desarrollar el chico. Decidió que el riesgo era escaso; este trabajo estaba resultando, incluso para Kruger, un poco aburrido. Había pasado ya el momento en que cada nuevo fósil, cuchillo de pedernal o trozo de caliza contara notablemente a la hora de incrementar sus conocimientos.
Se preguntaba si merecía la pena volver al Alphard para ver qué hacían los astrónomos. Significaría un cambio, y si Dar estaba empezando a perder su interés, lo cual parecía un poco improbable, aquello tal vez significara un cambio positivo. Le haría esta sugerencia cuando Dar abandonara su meditación.
Sin embargo, resultó que el pequeño nativo no estaba cansado de la geología. Su natural cortesía le hizo sugerir que volvieran con el otro grupo "un momento" antes de volver a la nave; no hubiera considerado en modo alguno la idea de un regreso de no haber visto que Kruger se estaba aburriendo.
El grupo de geólogos, cuando regresaron, habían progresado más de lo que ellos o cualquiera pudiera haber supuesto; tanto que el aburrimiento de Kruger desapareció segundos después de llegar al lugar de las operaciones. En resumen, se debía a que habían encontrado el "eslabón perdido" en la secuencia geológica.
Después de mucho trabajo infructuoso, se le había ocurrido a uno de los científicos que el drástico cambio climatológico de cada año largo tenía que producir un efecto similar, aunque más pronunciado, que los cambios estacionales producen en la Tierra en formaciones tales como la arcilla. Los lagos, por ejemplo, se debían secar por completo y alternar los sedimentos traídos por el viento con los depositados por el agua de una forma mucho más evidente de lo que nunca se hubiera visto en el planeta madre. Pensando esto, seleccionaron un lago grande y poco profundo. Unas muestras tomadas del borde comparadas con otros similares de la parte más profunda condujeron a resultados capaces de poner muy contentos a los astrónomos.
Los cambios estacionales, como los describiera el Profesor en el lejano poblado de los géiseres, se habían estado desarrollando, al parecer, durante poco menos de seis millones de años, de acuerdo con la teoría de uno de los científicos, y durante poco más de diez, según otro. Las dos escuelas de pensamiento estaban divididas casi por igual, basando la primera sus cifras en el supuesto de que el año largo había tenido siempre su duración de unos sesenta y cinco años terrestres y la segunda insistiendo en que el período estacional tenía que haber ido progresivamente decreciendo de tamaño. Este grupo no tenía ninguna sugerencia para interpretar el fenómeno, pero se atenía a su interpretación de los datos. Dar Lang Ahn estaba fascinado; era la primera vez que se daba cuenta de que el conocimiento positivo no surgía inmediatamente después de la investigación científica.
Fue el jefe del grupo quien resumió la situación geológica del planeta, después de la primera comida, tras el retorno de Dar y Kruger.
—Esta parece ser la historia del planeta, de acuerdo con la evidencia presente —dijo—. Se originó hace tanto tiempo como la Tierra, aproximadamente; digamos unos mil millones de años, con todas las naturales reservas. Pasó por el habitual proceso de enfriamiento y finalmente el agua se pudo condensar. Su atmósfera primitiva fue probablemente retenida algo mejor que la de la Tierra, ya que la velocidad de elusión es aquí más de un veinte por ciento mayor. La vida nació, probablemente, de modo espontáneo y de la forma usual, aunque es posible que lo hiciera a partir de ciertas esporas, y se desarrolló de una forma comparable a la de los planetas con los que estamos familiarizados, esto es, modificando drásticamente la atmósfera primitiva hasta que se convirtiera en una muy parecida a la de la Tierra.
"Durante este período, que duró la mayoría de la existencia del planeta, los tremendos cambios climáticos que ahora se presentan al pasar periódicamente su sol cerca de Alcyone no parecen haberse presentado; al menos no se encontró la evidencia al respecto y un número de hechos muy significativos indican lo contrario. Por ejemplo, se ha encontrado en alguno de los yacimientos de fósiles gran cantidad de mariscos y otras criaturas de, aparentemente, la misma especie, pero muy diferentes en tamaño, sin poderse suponer por los estratos que los más pequeños murieran antes. Parecía como si en aquel momento la vida en Abyormen fuera en sus hábitos reproductivos normal desde nuestro punto de vista: las criaturas nacían, crecían y morían de una forma más o menos fortuita.
"La vida evolucionó hasta el estado de vertebrados que respiraban aire bajo dichas condiciones, con un tipo genérico de seres de seis patas. No hay evidencia de la aparición de seres inteligentes.
"Entonces en algún momento, hace entre cinco y diez millones de años, los tremendos cambios detemperatura producidos por Alcyone empezaron a ocurrir y virtualmente toda la vida fue barrida del planeta. De esta forma, o bien sobrevivieron unas pocas especies que se derivaron en las actuales, que soportan la situación climática en la forma que sabemos, o llegaron nuevas esporas, o apareció una generación de vida totalmente nueva.
"Aún sabemos muy poco sobre el último millón de años; parece ser que la opinión más generalizada es que debemos secar este lago y realizar mayores excavaciones en su lecho para encontrar vestigios de vida de este período. Sin embargo, de momento sabemos que en el momento actual la vida en general existe en este planeta bajo la forma de generaciones sucesivas, lo cual permite que puedan sobrevivir en dos medios distintos. ¿Algo que añadir o corregir en la presente exposición?
—Sólo un comentario; necesitamos ayuda astronómica urgentemente —dijo una voz.
—Estoy conforme. He grabado este pequeño discurso y mandaré la cinta al Alphard tan pronto como sea posible.
Terminaron la comida sin hablar más de temas científicos.
—¿Qué piensas de todo esto, Dar?—preguntó Kruger más tarde—. ¿Es muy distinto de lo que tus Profesores te contaron?
—No se opone a nada de lo que me dijeron, ya que nunca nos contaron nada al respecto. Sabiendo ahora lo que son los Profesores, puedo suponerme que no lo hicieron porque ni ellos mismos pensaron nunca en ello.
—¿Hay alguna posibilidad de que tus Profesores se opongan a que cuentes todo esto? O si no lo hacen ellos, al menos lo hará alguno de los Profesores "calientes".
—He estado pensándolo. Creo que nuestros propios Profesores estarán al respecto tan interesados como yo, y he llegado a la conclusión de que todo lo que los otros Profesores saben de nuestras cuitas es lo que los nuestros les cuentan por radio. Los otros no podrían vivir en ningún lugar en las cercanías de las Murallas de Hielo.
—¿Ni siquiera bajo tierra?
—Muy, muy bajo, es posible, pero aun así no podrían vigilar demasiado. La razón es bien sencilla: ¿No te mencionó el del géiser que no había forma de que le vieras, ni de que él te viera a ti, ya que no habría barrera capaz de manteneros seguros a los dos a través de la cual os pudierais observar?
—No había pensado en ello; pero si depende de las informaciones de tus Profesores, ¿por qué no pudieron decir que me habían matado en vez de tratar de cumplir sus órdenes?
—Bueno, si en algún momento se les hubiera ocurrido eso, tal vez pensaron que la razón por la que quería matarte era de una naturaleza tal que él podría detectar los resultados si no lo hacían. Si mi gente hubiera aprendido una buena dosis de tu ciencia, por ejemplo, sería bastante difícil de ocultar.
—Supongo que sí. Aun así, yo me arriesgaría antes de matar a un amigo.
—Tal vez no estuvieran seguros de si tú eres en verdad un amigo. Recuerda que no estuvieron contigo tanto tiempo como yo y..., bueno, ya sabes que tenemos algunas características bastante extrañas. Entiendo que aquel Profesor "caliente" se sintiera así.
—Lo supongo. Nos conocemos bastante bien ahora, pero seguimos encontrándonos raros a veces. Sin embargo, ya no me importa.
—Ni a mí —en aquel momento, los dos se miraron con una sensación casi de perfecta comprensión, mayor que la que nunca hubiera existido entre ellos ni fueran a conseguir después.
XIII. ASTRONOMIA; XENOLOGIA
El módulo que llevó el informe geológico a los astrónomos también transportó a Dar Lang Ahn y a Nils Kruger de regreso al Alphard. Dar había seguido la explicación, pero no veía la necesidad de los astrónomos para comprobar las teorías de los especialistas en rocas. Su curiosidad por todas las disciplinas relacionadas con las ciencias físicas había llegado a un nivel tal que pocos seres humanos alcanzan después de salir de la infancia.
Escuchó atentamente la grabación de los geólogos al ser oída por los astrónomos, pero no había nada que no recordara de su emisión original. También escuchó atentamente la conversación de estos nuevos científicos y nunca creyó que pudieran tomar como una descortesía sus palabras, lo que de hecho no hizo la mayoría.
—Me temo no poder entender lo que quieren decir cuando se refieren a que Arren puede haber "capturado" a Theer y a Abyormen —preguntó en una ocasión.
—Creo que el joven Kruger te explicó algo de las leyes de Newton —fue el principio de la respuesta—. Normalmente, cada dos cuerpos se atraen de acuerdo a una ley definida, y dicha atracción, unida al corriente hecho de la inercia, que es lo que sostiene a una piedra en el aire después de que haya salido de la mano que la lanzó, produce unos movimientos definidos y precisos en dichos cuerpos, como, por ejemplo, el Alphard girando alrededor de tu planeta en este momento. Por "captura" entendemos simplemente que originariamente Theer no viajaba alrededor de Arren, sino que tenía su propio camino en el espacio, camino que le llevó cerca de Arren. Las fuerzas de atracción de la estrella cambiaron los rumbos, de forma que ahora viajan el uno alrededor del otro.
—Eso parece estar suficientemente claro. Pero ¿he deducido correctamente al pensar que algunos de vosotros encontró extraña esta idea?
—Mucho. Las capturas no ocurren normalmente; necesitan circunstancias muy especiales.
—¿Por qué? Si la fuerza varía con la distancia como has dicho, debo creer que todo lo que haría falta es que los dos objetos se acerquen lo suficiente. De hecho, no veo la razón por la cual Theer y Arren no se han precipitado uno sobre el otro hace mucho tiempo, si lo que dices es cierto.
—Buena pregunta. El problema es que, al precipitarse contra otro los dos objetos, aumenta su velocidad; puedes verlo. A menos que no sean dirigidos exactamente desde el principio, no chocarán, y a menos que choquen empezarán a separarse de nuevo, deteniéndose justamente en el lugar donde antes cogieron velocidad. El rumbo exterior tendrá la misma forma que el interior, de forma que no les verás haciendo espirales juntos. Mira, te lo mostraré.
Al encontrarse el Alphard ingrávido fue bastante sencillo demostrar ese punto. Dos bolas de tuétano cargadas de electricidad colocadas en una de vacío se comportaron de una manera tal que hizo el fenómeno bastante claro para el curioso abyormenita.
—Entonces, ¿cómo se puede efectuar una captura? —preguntó a su instructor cuando éste volvió a entrar a la parte principal de la nave y se hubo quitado su traje espacial—. Supongo que será posible de algún modo, o si no, no lo hubieras mencionado.
—Es posible. Si hay un tercer objeto, moviéndose en la dirección oportuna respecto a los otros, las cosas pueden suceder así, aunque la probabilidad de un evento tal no es muy alta que digamos, y de haber introducido aire en la cámara hace un momento, su fricción hubiera provocado que las bolas de tuétano se moverían juntas en forma de espirales.
—Supongo que la idea es que alguna otra de las estrellas del sistema sirvió de tercer cuerpo.
—Odio tener que depender de eso, ya que están muy lejos, pero por lo menos justificaría la situación .
—De cualquier forma, es posible que sea ésta la causa del comienzo de las épocas calientes para Abyormen.
—Posible. No me gustaría decir más —el abyormenita tenía por el momento que conformarse con aquello.
Naturalmente, no fueron necesarias muchas preguntas conteniendo los términos "quizá" y "probablemente" para hacer que Dar empezara a pensar en una pregunta tal "cómo-lo-puedes-saber". Llegó un momento en que los astrónomos, aunque aún le soportaban, le sugirieron que pidiera a Kruger que le enseñara un poco de álgebra elemental.
En ningún momento se sintió Dar ofendido. Estaba un poco enfadado consigo mismo por no haber pensado en ello antes, ya que todas sus respuestas contenían un poco de matemáticas. Fue alegremente a buscar a Kruger, quien ya no le acompañaba a todas partes después de sus grandes progresos del inglés.
Dar no se dio cuenta de la pequeña consternación que su ruego había causado en su amigo humano; se sentó y quiso aprender en seguida el álgebra. Kruger hizo lo que pudo, pero no era el mejor profesor del mundo. Podría haberlo hecho mejor si no hubiera estado obsesionado con que esto iba a destruir el interés de Dar por la ciencia.
No tenía por qué preocuparse. La mayoría de la gente a quienes fastidian las matemáticas padecen esto porque las tratan como algo que hace falta memorizar, y la memorización no le producía ningún terror a Dar Lang Ahn. Tal vez por esa razón tardó tanto tiempo en aprender la idea básica del álgebra como herramienta para resolver otros problemas; podía aprender todas las reglas. Pero al enfrentarse con un problema tenía las mismas dificultades que tantos flamantes recién graduados. Sin embargo, fue más bien Kruger que Dar quien trató de cambiar de tema.
Encontrar una nueva materia que interesara a Dar no era difícil, pero por razones privadas Kruger sintió que debía ser esta vez una no matemática. Compartía la creencia general de que la biología no lo era, así que decidió que había llegado el momento de averiguar lo que descubrieron los científicos sobre la vida en Abyormen.
Resultó que este equipo había estado durante algún tiempo tratando de examinar la única forma disponible de vida "caliente", es decir, a alguno de los Profesores de los refugios caldeados por volcanes. El individuo del poblado de los géiseres no estaba muy dispuesto a cooperar, pero creyeron conocerle mejor que a ninguno; fue él quien quedó seleccionado para hacer de estrella invitada en un robot improvisado por los ingenieros del Alphard que llevaba un equipo de televisión incorporado. Dar, al ver este nuevo invento, se sintió de nuevo maravillado, y a Kruger se le encomendó que le explicara la televisión y el control remoto. Estaba aún intentándolo cuando todo el mundo se fue al módulo de aterrizaje con el robot.
De hecho, Dar creyó tener ya una buena idea de cómo funcionaba el aparato y empezaba a considerar sus posibilidades de saber cómo estaba hecho. Escuchó cuando Kruger habló con el Profesor en la radio del módulo, pero no hizo ningún comentario propio.
—Le agradeceríamos que permitiera que nuestro robot entrara en su retiro. Estamos seguros de que podrá soportar las condiciones.
—¿Por qué debo hacerlo? ¿Qué beneficio reportaría a vosotros o a mí?
—Usted nos ha visto, y a partir de ello debe haber sacado algunas de sus conclusiones. ¿No opina que podemos modificar alguna de nuestras ideas después de verle? Al fin y al cabo, se ha quejado muchas veces de que no le comprendemos, dado que no compartimos sus puntos de vista sobre la difusión de la cultura. Me parece que está deseando hacer cualquier cosa que haga que le comprendamos mejor.
—¿Cómo sabéis que os he visto alguna vez? Te dije que no sabía de ningún material capaz de mantener nuestros medios separados y a través del cual se pueda ver.
—Entonces no dijo toda la verdad, ya que tiene algún tipo de aparato de televisión. Veía lo suficientemente bien como para poder preguntar sobre las hebillas de Dar.
—Muy bien. Pero ¿en qué medida puedo estar seguro de que el verme os devolverá la cordura a vosotros, gente extraña?
—No puedo decirlo. ¿Cómo puedo prometer algo que deduciremos de unos datos que aún no poseemos? En cualquier caso, usted puede aprender más de nosotros.
—No tengo ningún interés particular en aprender más de vosotros.
—Lo tenía cuando me preguntaba todas esas cosas hace unos pocos años.
—Entonces es que he aprendido lo que necesitaba.
—Mucha gente ha aprendido cosas de nuestra ciencia, no sólo Dar Lang Ahn. Había muchos mirando cuando investigamos una caverna muy lejos, al sur.
—Parece que hay poco que pueda hacer.
—Pero si usted quiere también aprender de nosotros, podría al menos hacerse una idea de lo que su propia gente aprenda cuando llegue su época de vida.
Dar estuvo algo confundido por este argumento; no entendía por completo lo que el chico estaba tratando de lograr y mucho menos las operaciones mentales del lejano Profesor. No sabía si sorprenderse o no cuando este argumento pareció convencer a la criatura, pero pudo asegurar que Kruger estaba satisfecho con el resultado.
El robot, aunque pequeño, no lo era tanto como para entrar por la trampilla del lugar donde Dar y Kruger habían hablado con el Profesor. Por indicación de este último, el módulo aterrizó cerca del cráter donde los dos viajeros habían pasado tanto tiempo atrapados, y la maquina fue llevada al edificio donde habían encontrado los generadores. Los hombres volvieron al módulo, donde se apelotonaron todos en torno a la pantalla de televisión conectada con el transmisor del robot.
—¿Y ahora qué? —preguntó uno de los hombres al Profesor.
—Mandad vuestra máquina por la rampa abajo —el operador obedeció; la pequeña caja enrollada en torno a su oruga machacó la resbaladiza superficie. La luz se fue haciendo más escasa conforme llegaba hasta la parte inferior de la rampa, encendiéndose un foco en su parte superior para permitirles ver.
—Seguid el corredor. No giréis; hay otros pasajes —la máquina avanzaba. El corredor era largo y al parecer se adentraba bastante en la montaña; tardó algún tiempo en que una puerta bastante resistente le impidiera el paso.
—Espera —obedecieron, y al poco tiempo se abrió la puerta.
—Ven rápido —el robot rodó hacia adentro y la puerta se cerró de golpe detrás de él—. Sigue; no hay más bifurcaciones. Me encontraré con vuestra máquina, pero tendrá que ir despacio, ya que tengo que llevar conmigo mi radio. Estoy aún cerca del poblado.
—No necesita tomarse la molestia de hacer todo ese camino a menos que no quiera que el robot vea esa parte de su estancia —replicó uno de los biólogos—. La máquina puede hacer el viaje sin fastidiar a nadie.
—De acuerdo. Esperaré aquí, y mis compañeros pueden también hablar con vosotros.
Debía haber un único largo túnel conectando los pasajes inferiores del edificio donde estaba el generador con el área situada bajo el poblado cercano a los géiseres. Tardó bastante tiempo en ser cruzada, pero de pronto el robot llegó a un punto donde el corredor se agrandaba de repente formando una cámara de unos ocho pies de altura, de la cual salían unas cuantas ramificaciones más. El locutor, que había aprendido lo suficiente del idioma abyormenita para no tener que depender todo el rato de Dar y Kruger, informó al Profesor de la situación del robot y pidió nuevas instrucciones.
—Estás muy cerca; será más sencillo mostrarte el camino. Espera ahí y en un momento estoy contigo —los hombres alrededor de la pantalla de televisión observaban atentamente.
Unos pocos segundos después apareció un breve movimiento por una de las aberturas y todos los ojos se fijaron en su figura reflejada en la pantalla. Su atención no se distrajo al aproximarse el recién llegado al robot.
Ninguno se sorprendió especialmente. Todos, excepto Dar, tenían más o menos experiencia en las naves exploradoras de la Tierra, y habían visto una amplia gama de criaturas que resultaron ser a la vez inteligentes y con cultura.
El abyormenita no había visto nunca en su vida nada semejante. Un cuerpo con forma de melón estaba sostenido por seis miembros tan gruesos en sus bases que se confundían unos con otros, aunque luego se estrechaban para tocar el suelo en unos puntos muy pequeños. Los observadores humanos pensaron en una, desusadamente gruesa de cuerpo, estrella de mar caminando sobre las puntas de sus extremidades en vez de deslizarse en lo plano. A la luz del robot, su tercio superior parecía a los ojos humanos de un rojo fuerte, con una banda del mismo color extendiéndose hasta el fin de cada apéndice; el resto era negro. Su cuerpo no estaba equipado ni con ojos, ni con orejas, ni cosa semejante, al menos que se pudiera ver, si exceptuamos una zona arriba del todo que podía ser desde una boca cerrada hasta una peculiar mancha de color. Dar no tenía forma de juzgar el tamaño de la criatura a partir de su imagen en la televisión; el que controlaba el robot, estimándola a partir de su distancia con las luces normalmente enfocadas, dedujo que tendría más o menos la misma que Dar y que debía pesar unas ochenta o noventa libras.
—Compruebo que me estáis viendo —Dar sacó la indudable conclusión de que el tono de la criatura reflejaba ironía. No cabía dudar de la identidad de esta cosa, ya que la voz que venía del receptor del robot era la misma que habían estado escuchando todo el tiempo—. Si hacéis que vuestra máquina me siga, podremos relajarnos mientras os enteráis de lo que queréis —sin dar la vuelta, la criatura empezó a marchar hacia atrás, con el robot siguiéndola.
Un corto corredor llevó a una habitación de unos cinco pies de altura muy similar a las que Dar y Kruger habían examinado en la ciudad. Dar la contempló con ansiedad, deseoso de aprender las funciones de las enigmáticas instalaciones.
Algunas resultaron pronto evidentes. Tres de los objetos en forma de cúpula estaban ocupados con criaturas similares a su guía, con sus cuerpos colocados en la parte superior y los seis miembros en las seis ranuras. El guía mismo se dirigió al final de la habitación y se colocó sobre uno de los cuencos, con sus miembros dispersos radialmente en todas direcciones. A juzgar por lo que se podía ver, no era posible deducir si las criaturas estaban o no examinando el robot, pero parecía haber pocas dudas de que así era.
El guía reanudó la conversación desde su "sofá".
—Pues aquí estamos. ¿Podríais darnos una idea más concreta de lo que esperabais aprender al vernos y en qué forma os haría eso estar mejor predispuestos ante nuestras ideas?
—Esperábamos enterarnos de la forma en que viven, lo que comen, cuáles pueden ser sus habilidades y limitaciones físicas y mentales, y todo lo posible sobre su conexión con la gente fría que son sus hijos y antepasados. Sabiendo eso, podríamos entender mejor sus objeciones a la difusión de los conocimientos técnicos por este mundo. Por el momento, debo confesar que su actitud me recuerda la de ciertos grupos históricos de nuestro propio mundo, y cada vez que uno de dichos grupos conseguía cerrar o controlar la difusión de la cultura el resultado era bastante desafortunado. Si la gente de Abyormen es tan diferente de nosotros que no se deba esperar una cosa así, nos gustaría saberlo.
—¿Cómo ha reaccionado ante toda esta nueva información la gente que os ha visto trabajar?
—Casi sin excepción, sin el menor interés. Uno al menos ha aprendido mucho, y nos ha convencido de que su gente son quizá tan inteligentes como nosotros.
—Supongo que te refieres a Dar Lang Ahn. Seguro que está planeando ampliar los refugios de sus Profesores o construir una máquina voladora como la nuestra.
—No ha hecho ninguna mención al respecto, pero pueden preguntarle. Está aquí con nosotros.
Dar se sorprendió ante este giro de la conversación, pero respondió sin vacilar.
—Desde luego que había pensado en ello, pero de cualquier modo no he aprendido lo suficiente para ninguna de las dos cosas.
—Hay algo más que confío no hayas aprendido de estas criaturas, y que fue tu amigo Kruger quien me lo enseñó. Sin embargo, lo que tú has aprendido, dentro de poco tendrá poca importancia.
—Por supuesto —Dar se calló y cambió el tema de la conversación.
—Supongo que controláis esta máquina mediante algunas modificaciones de radio —señaló uno de los seres en las "sillas" en forma de cúpula. El biólogo admitió que así era—. ¿Qué tipo de ondas utilizáis que son capaces de atravesar tanta roca? El aparato por el que hemos estado hablando tiene una antena transmisora en el exterior.
—No puedo darte la información al detalle, ya que no es ése mi campo —replicó el biólogo—. El robot tiene una antena, aunque no es muy fácil reparar en ella; si examina de cerca su cuerpo, encontrará una espiral de cable enrollada varias veces en torno a la parte superior, justo debajo de la torreta donde está situado el ojo —el que preguntaba se levantó de la silla y se dirigió sobre sus seis miembros a la máquina; Dar notó que no dejaba entrever ninguna de las torpezas o dificultades al moverse que con tanta frecuencia habían padecido sus Profesores, especialmente, en los últimos años. Una vez junto al robot, el ser se puso en pie sobre cuatro patas, utilizando las otras dos para auparse sobre su superficie. Un manojo de pequeños tentáculos que evidentemente servían de dedos se hizo visible al final de cada miembro durante este proceso.
—Puedo sentir la espiral —dijo al poco rato—; aunque es demasiado pequeña, al menos en sus cables individuales, para poder ser vista.
—Me temo que la luz no está demasiado bien situada para ese propósito —replicó el biólogo—. No consideramos su utilización más que en provecho propio.
—¿Qué? ¿Quieres decir que hay una luz en esta máquina también? Cuando empezaste a hablar pensé que te referías a la nuestra. Si traes al robot cerca de ella tal vez pueda ver un poco mejor; aunque lo dudo; como dije, los cables son muy finos.
Los biólogos vieron todos cuál era el problema en general; el que hablaba dijo en un tono resignado:
—Sí, hay una luz en el robot, arriba del todo, un pequeño cilindro que posiblemente pueda sentir incluso aunque no pueda verlo. ¿Dónde está al que se refería?
—Allí —otro miembro se despegó del suelo y gesticuló. Dar Lang Ahn, siguiendo la indicación, vio sólo el apaño de cañería-espita que Kruger había descrito como una salida de gas.
—¿Se refiere a aquella cañería? —preguntó el biólogo, y Kruger explicó apresuradamente su idea.
—Pero si es un chorro de gas, ¿por qué no está encendido?—fue la objeción.
—Tal vez lo esté. Tal vez sea una llama de hidrógeno que no se vea a la luz de nuestro robot —durante un instante el operador apagó la luz en cuestión, pero no se veía nada en la pantalla y la encendió de nuevo inmediatamente. En este breve intervalo el Profesor afirmó que la luz en cuestión era en verdad lo que decía.
—Al parecer, vemos mediante diferentes tipos de luz —dijo el biólogo.
—¿Era usted consciente de ello? Su gente "fría" es un poco diferente de nosotros en ese aspecto, pero no tanto como para no poder utilizar los mismos aparatos para alumbrarnos, de forma que usted también debe ser diferente de ellos.
—Sabíamos que podían ver objetos menores que nosotros, pero no la causa. No sabíamos que hubiera diferentes clases de luz.
—¿No sabe que las ondas que utiliza su radio son iguales, salvo en su longitud, a las que sirven para ver?
—¡Eso es ridículo! Las ondas de radio viajan demasiado de prisa para poder medir su velocidad, si es que tardan algún tiempo en llegar. Las ondas de la luz, si es que son ondas, viajan un poco más despacio que las del sonido.
—¡Oh-ho-o-o!—el humano que estaba hablando se puso a pensar profundamente durante un momento. Después preguntó—: ¿Podría explicarme cómo funciona su luz?
—No es más que un chorro de vapor que sale de una espita de una forma particular. Sería muy difícil describir dicha forma, al menos con palabras conocidas por ambos.
—No importa; ya me ha dicho bastante. Lo que no acabo de entender es cómo sabe algo de los soles; con seguridad no puede "verlos".
—Pues claro que no; sólo se les puede sentir.
Dar Lang Ahn había dejado de enterarse de la conversación hacía mucho tiempo, y con unos rápidos susurros el chico trató de explicarle lo que sucedía.
—La gente "caliente" no ve como nosotros; es aún peor que la diferencia entre tú y yo. Nosotros al menos vemos a través de la misma forma genérica de luz: ondas electromagnéticas. Por lo que dice éste, usan ellos alguna forma de sonido, de muy alta frecuencia supongo, ya que ha dicho algo relativo a que viajaba un poco más de prisa que el sonido normal.
—Pero ¿cómo puede ver alguien con el sonido?
—Me imagino que se puede ver, en cierto modo, con cualquier cosa que viaje según una línea continua, y el sonido hace eso si nada se interfiere en su camino. Las ondas muy cortas de sonido, los ultrasonidos, son mejores que aquellos con los que hablamos para este cometido. Por supuesto que no mostrarán nada que sea muy pequeño; recuerda que dijo que los cables eran demasiado pequeños para poder ser vistos.
Los dos volvieron a prestar su atención a la conversación radiofónica, al menos Kruger, ya que Dar, como siempre, tenía algo nuevo en que pensar.
—Deben haber pensado ustedes mucho para deducir tantas cosas sobre este sistema planetario —estaba diciendo el biólogo—, dado que sólo pueden detectar objetos fuera de la atmósfera de Abyormen si éstos irradian el suficiente calor para sentirlos.
—La imagen que di a tu Nils Kruger era sólo una entre varias teorías —replicó con calma el ser.
—Pues parece ser cierta. Pero si son capaces de hacer razonamientos científicos de ese tipo, ¿por qué tienen tantos prejuicios en contra suya?
—Me gustaría que dejaran de machacarme esa pregunta. De cualquier forma, el responderla, ¿qué beneficio nos reporta? ¿Mejoraremos nuestro estado sabiendo que Abyormen gira alrededor de Theer y Theer alrededor de Arren? Admito que ese tipo de conocimientos son inofensivos, ya que no pueden conducir a actividades peligrosas, pero constituye una pérdida de tiempo.
—Es decir, que en otras palabras ustedes dividen el saber científico en dos: partidas sin uso y partidas peligrosas.
—Poco más o menos. Hay una excepción esporádica: la persona que inventó estas luces hizo algo bueno, por supuesto. Sin embargo, es necesario examinar cada partida nueva de saber para asegurarse de que no resultará peligrosa.
—Empiezo a comprender su punto de vista. Supongo que entonces no se oponen a que nosotros malgastemos nuestro tiempo descubriendo cosas sobre ustedes.
—No me importa en qué empleas tu tiempo. Formula tu pregunta.
Los científicos se conformaron con esto y poco a poco Dar Lang Ahn empezó a comprender el tipo de seres que sus antepasados habían sido... y que sus hijos serían.
Las ciudades se hallaban dispersas por todo Abyormen, pero estaban invariablemente situadas en áreas volcánicas donde unos pocos de sus habitantes podían retirarse bajo tierra y sobrevivir la época fría, de forma que ninguno de los miembros de la generación de Dar se acercara nunca a ellos; el tabú del fuego se ocupaba de eso. Parecía probable, aunque el Profesor nunca lo admitió con demasiadas palabras, que este tabú fuera otro ejemplo de la influencia de los Profesores "calientes" sobre los "fríos". No existía una prohibición semejante para la raza "caliente", que vivía y moría donde elegía; de esta manera, artículos de metal como las hebillas del cinturón de Dar se podían, y a menudo lo eran, encontrar cerca de las ciudades de baja temperatura al comienzo del ciclo de la vida "fría". Como la generación de Dar, los otros se tomaron grandes molestias en asegurar la transmisión del saber de un ciclo al siguiente, aunque dependieran menos de los libros que de la memoria de sus Profesores. Cuando Dar interrumpió las preguntas para preguntar por qué no sería mejor que el saber fuera de las zonas "calientes" a las "frías" y de nuevo a las "calientes", permitiendo así que las dos razas colaboraran en su formación, el Profesor señaló con paciencia que entonces sería imposible controlar la difusión de la información.
Eran unos electricistas bastante competentes y excelentes ingenieros civiles. Su química parecía bastante buena, lo que resultaba en cierto modo sorprendente para una raza cuyos químicos dependen principalmente de la vista. La astronomía, naturalmente, era casi inexistente, y las disciplinas más profundas de la física estaban fuera, de momento, de su alcance. Poseían elementos radioactivos, pero por supuesto que no tenían la mínima idea sobre la causa de su comportamiento.
Por supuesto, muchas de las preguntas de los humanos enigmaban a Dar, y en algunos casos esto no era debido a su ignorancia de la ciencia humana. Por lo que podía decir, los hombres estaban intentando averiguar lo que pensaban estos Profesores sobre la gente de Dar, esto es, si les gustaban, les respetaban, les odiaban como a inferiores, o si simplemente les contemplaban como una pequeña aunque importante molestia. Dar recordaba que uno de los seres allí presentes había alegado amistad con él debido a vínculos de sangre, aunque no podía decir por su vida cómo se había determinado dicha relación. Esta pregunta también se le ocurrió al biólogo, que era de los que habían estado escuchando cuando la intercepción de la primera conversación radiofónica de Kruger con el Profesor y había posteriormente pedido una traducción. En cierto modo, para sorpresa de Dar, el Profesor tenía una respuesta.
—Preparamos las circunstancias o al menos la localización de la muerte de muchos de nuestros antepasados. Dentro de poco tiempo, la gente de este poblado será obligada a dirigirse al cráter donde Dar y Kruger estuvieron tiempo atrás atrapados; allí podemos observar la muerte y el principio de las nuevas vidas, pudiendo seguir la pista de quién es descendiente de quién. También preparamos morir nosotros en los sitios preseleccionados cuando la época "fría" está a punto de comenzar, tratando de aprender de los Profesores "fríos" la situación de varios lugares donde sus nuevos grupos son capturados al comienzo de su época de vida: salen al descubierto para cazar nueva gente, que en aquella época no son sino animales salvajes.
—Supongo que no conseguirán capturar unos cuantos.
—Efectivamente, por lo que podemos decir. De vez en cuando aparece un miembro de nuestra raza, o incluso a veces un pequeño grupo, cuyo padre debe haber sobrevivido toda la estación fría en plan de animal salvaje; al menos no tenemos ningún registro suyo.
—¿No sabe cuántos hijos tiene una persona determinada?
—Es casi imposible decirlo, ya que depende de cosas tales como su peso.
—Pero eso no parece variar demasiado.
—Durante la vida normal, no, pero en el momento de morir uno puede haber sufrido la falta de comida durante mucho tiempo, o por otra parte haber comido mucho y recientemente; todo depende de las oportunidades. Es también imposible decir si alguno de los niños han sido comidos por animales salvajes antes de ser capturados, en el caso de la gente de Dar Lahg Ahn, ya que no cuidan verdaderamente de ellos como nosotros.
—Ya veo.
También Dar, por buena que fuera su memoria, recordaba poco de su breve existencia antes de ser "capturado", y lo poco que recordaba estaba ocupado por lo que el Profesor dijo. Se preguntó la razón de que sus propios Profesores no tomaran precauciones al igual que éstos, dándose cuenta después de que no tenían oportunidad; o la gente "caliente" debería cooperar, lo que no parecían dispuestos a hacer, o su propia raza tendría que mantener a un grupo de los otros bajo control durante el período caliente, como hacía esta criatura con los habitantes del poblado durante el frío. Esto parecía, por decirlo finamente, difícil; la otra raza estaba lo suficientemente delante de ellos técnicamente para tener un control casi completo de la situación. Dar empezaba a sospechar que este Profesor no dijo toda la verdad; había más razones aparte de su personal desaprobación de la ciencia detrás de sus objeciones a la introducción de la sabiduría humana.
Este pensamiento se fue desarrollando en su cabeza conforme avanzaba la conversación, dando origen a otros. Fue Dar Lang Ahn, después de que el robot empezara a regresar al módulo~ quien hizo la sugerencia de que contactaran con algunos otros Profesores de las regiones calentadas por volcanes y les hicieran unas preguntas; e incluso Kruger, quien le conocía mejor que cualquier otro ser humano, no se dio cuenta de lo que el otro quería exactamente descubrir.
XIV. BIOLOGIA; SOCIOLOGIA
Una y otra vez Abyormen giró alrededor de su órbita, que casi era semejante a la de un cometa, y más y más cercano, Theer emanaba sus llamas. Abyormen, muy despacio, se iba calentando. Para sus nativos esto era asunto de poco tiempo; la temperatura no había llegado aún al punto capaz de activar las bacterias cuyo proceso biológico llenaría la atmósfera de nitrógeno. Hasta que eso sucediera a la gente de Dar les importaba poco que los océanos de su planeta se helaran o hirvieran.
La temperatura tampoco importaba a los científicos humanos. La mayoría de ellos habían estado llevando desde el principio unos trajes protectores muy complejos que virtualmente les aislaban del medio. Sin embargo, sabían que pronto sería necesaria más protección. Experimentos con la vida nativa, usando no sólo bacterias, sino también animales y plantas lo suficientemente grandes para ser observados directamente, les habían dicho lo que debían esperar.
Kruger estaba más que satisfecho con la situación. Su amigo había sido completamente absorbido por la fiebre de adquirir conocimientos de los visitantes humanos. Kruger no podía siempre quedarse con él, pero ya no le importaba eso. Si había algo cierto era que Dar Lang Ahn tenía recogida ya información suficiente para poder transmitirla toda a sus Profesores antes del final de la vida normal. No habría más alternativa que él se quedara detrás del cobertizo debajo del casquete de hielo cuando éste fuera cerrado, lo que significaría quedar convertido automáticamente en Profesor.
Una o dos veces la conciencia del chico le remordió un poco; se preguntaba si no habría sido más legal explicarle a Dar lo que significaría necesariamente todo el tiempo que había pasado con sus visitantes humanos. Cada vez que pensaba en ello, sin embargo, conseguía convencerse de que el nativo era lo suficientemente mayor para saber lo que estaba haciendo.
De cualquier forma, no hubiera estado de más que hubiera sacado el tema a colación.
Aunque los científicos humanos pudieran, por supuesto, trabajar en la época caliente, sus acciones serían mucho más pesadas. Por tanto, estaban intentando conseguir la información básica antes de que ocurriera el cambio. Dar contemplaba dentro de lo posible todo lo que pasaba; Kruger perdió mucho entusiasmo después de ver una de las pruebas biológicas.
Esto ocurrió después del descubrimiento de la reacción en cadena que el calor producía en la bacteria. Una muestra de tierra del planeta había sido utilizada para cubrir el suelo de una cámara herméticamente cerrada donde se habían introducido también varios animales del tipo de los que Dar y Kruger encontraron en el cráter. También crecían varias plantas nativas; los biólogos habían tratado de reproducir en miniatura el medio ambiente del planeta. Hecho esto, procedieron a ir elevando la temperatura gradualmente, para minimizar las oportunidades de que un impacto del calor complicara la situación.
La cámara se hallaba lo suficientemente aislada para impedir que el vapor se concentrara en sus paredes, con lo que era posible ver lo que pasaba dentro. Parte del agua, por supuesto, estaba aún en estado líquido, ya que al hervir el resto había aumentado considerablemente la temperatura; y casi de repente, un metro empezó a subir de la posición cero.
Este era simplemente un galvanómetro, pero estaba montado en serie con una resistencia consistente en una pequeña y abierta redoma de agua dentro de la cámara. La resistencia del líquido estaba bajando y ninguno de los presentes dudó del motivo. En unos segundos se hizo evidente, incluso a simple vista, ya que la atmósfera de la cámara adquirió un débil pero inconfundible color marrón rojizo. La bacteria estaba operando; se estaban formando óxidos de nitrógeno, que hacían que se volviera ácida cualquier agua que pudiera estar aún presente en forma líquida, y haciendo algo todavía mucho más drástico a la vida en la cámara.
Los animales dejaron de moverse, excepto por un incómodo girar de sus cabezas. Se habían separado un poco de sus vecinos y dejado de mordisquear las plantas. Durante varios segundos, experimentados y experimentadores se quedaron a la vez quietos mientras aumentaba el suspense.
Entonces la mayor de las pequeñas criaturas se murió de repente y en un período de treinta segundos las otras la siguieron. Kruger lanzó una mirada a Dar, pero éste no lo advirtió. Tenía ambos ojos fijos en la cámara. El chico miró de nuevo a los animales y se sintió súbitamente enfermo. Las pequeñas criaturas estaban perdiendo su forma, convirtiéndose en charcos irreconocibles de protoplasma. Los charcos permanecían separados, incluso aunque dos de las criaturas hubieran muerto bastante juntas. Los montoncillos de gelatina aún con vida se movían conmovedoramente, y al ver esto se le revolvió a Kruger su estómago. Corrió hacia fuera.
Dar no parecía afectado; permaneció durante la media hora siguiente, que fue el tiempo que tardó el último de los charcos en organizarse en cincuenta pequeñas cosas con un aspecto gusanoide que no guardaban el menor parecido con el animal a partir de cuyo cuerpo se habían formado. Gateaban por la cámara aparentemente capaces de cuidarse por sí mismos.
Las plantas habían también cambiado, aunque no mediante el mismo proceso. Las hojas de las mayores se cayeron y los troncos se marchitaron ligeramente. Al principio, los observadores supusieron que estaban simplemente siendo matadas por el calor, pero esta hipótesis fue eliminada por la aparición de cientos de pequeñas excrecencias en forma de bultos en los marchitos troncos. Se hincharon despacio, al parecer a expensas de la planta padre, y finalmente se liberaron en una lluvia de esferas que duró varios minutos.
Las plantas más pequeñas parecidas a la hierba se habían limitado a marchitarse, pero otras cosas estaban germinando rápidamente en sus lugares. Menos de una hora fue necesaria para transformar la cámara de una respetable representación del paisaje del exterior del módulo en algo totalmente extraño para todos, incluido Dar Lang Ahn.
—¡Así que ésta es la historia! —gritó por fin uno de los biólogos. Ni él ni ninguno de sus colegas se habían sentido tan afectados por la visión como Kruger. Desde luego, ninguno tenía los mismos sentimientos personales por Dar—. Supongo que debíamos esperar una descendencia bastante elevada por individuo si es éste su único medio de reproducción. La población de este planeta debe ser algo tremendamente adecuado después del cambio estacional.
Uno de los otros biólogos meneó la cabeza negativamente.
—Esa parte está bien —dijo—, pero hay algo más que no lo está. En este preciso momento estamos antes de uno de los cambios y hay aún muchos animales por ahí, tanto carnívoros como hervíboros, y la vegetación no parece demasiado apolillada. Me temo no poder aceptar que no haya aquí ningún otro medio de reproducción.
—¿No dependería la necesidad de esto del tiempo que transcurre entre las estaciones? Si ésta es la proporción normal, significa que alrededor de uno de cada cincuenta individuos vive a lo largo de la estación.
—De acuerdo, y la estación que ahora comienza dura alrededor de cuarenta años terrestres. Me niego a creer que una proporción tan grande de supervivientes pueda esperarse de cualquier animal salvaje durante un período así. Sabemos que comen tanto en comparación con su paso como sus animales correspondientes en la Tierra. ¿Qué opinas, Dar? ¿No empiezan nuevos animales a vivir durante tu período?
—Ciertamente —replicó el nativo—. Cualquier parte de un animal que sea lo suficientemente grande generará otro nuevo. De cualquier modo, los animales cuya carne comemos lo hacen; siempre dejamos algo de la criatura con ese propósito. ¿No pasa lo mismo con vuestros animales?
—¡Uf! Hay algunas criaturas en la tierra capaces de ello, pero son formas bastante primitivas. No veo cómo se puede matar nada en este planeta.
—Bueno, algunos animales no dejan lo suficiente de sus víctimas para que ésta pueda volver a crecer, por supuesto. También pueden morirse de hambre o sed, aunque el hambre tarda mucho en arrugar algo lo suficiente para que llegue al punto en que no pueda vivir más.
Uno de los científicos miró pensativamente a una de sus manos, donde en lugar de dos dedos tenía sendos muñones, consecuencia de un accidente de su niñez.
—Supongo, Dar, que sería estúpido preguntarte si tu raza posee también dicha habilidad para la regeneración.
—No veo por qué iba a ser estúpido. Sí la tenemos; aunque en una comunidad civilizada haya, por supuesto, poca necesidad de ella. Ocasionalmente, una víctima de un accidente en planeador o algo por el estilo tiene que reponer un brazo o una pierna.
—¿O una cabeza?
—Ese es un caso especial. Si la herida es de las que interrumpen los procesos regulares de vida, los tejidos vuelven al "principio" y se reorganizan en uno o varios nuevos individuos. En lo que respecta al individuo original, la muerte le ha sobrevenido. Como decía, este tipo de accidentes acontecen muy raramente.
Sorprendió algo a los biólogos que se encontrase una explicación del fenómeno. Sin embargo, varias semanas de trabajo con todos los medios que el Alphard podía ofrecer dieron una respuesta razonable. Richter, jefe del departamento de biología, se alegró de podérselo explicar al comandante Burke. Aquel oficial había venido a preguntarle específicamente sobre dichos asuntos.
—Estoy un poco preocupado con esta gente. Richter —dijo Burke para abrir la conversación—. Como sabe, todos los comandantes de nave que salen de la Tierra reciben una larga amonestación sobre los riesgos de introducir especies nuevas en ningún medio. Nos hablan de los conejos en Australia y los escarabajos japoneses en Norteamérica hasta que acabamos hartos de todo lo relacionado con la ecología. Me parece que nos hemos encontrado con lo que puede ser un serio competidor para la humanidad, si lo que me han dicho sobre la gente de Dar Lang Ahn es correcto.
—Supongo que ha leído nuestro informe sobre la regeneración. Admito que esta gente es bastante sorprendente en algunos aspectos, pero no creo que constituyan ningún tipo de peligro.
—¿Por qué no? ¿No se ajustan a la imagen de una criatura que entra en un nuevo medio donde sus enemigos naturales están ausentes y que se multiplica sin control? Estos seres barrerían a los hombres en pocos años.
—No lo veo así. La gente de Dar tiene los mismos enemigos naturales que el hombre, que cualquier tipo de animal carnívoro, a la vez que sus usuales enfermedades. Dar confirma que las tienen. Algo así les sucedería.
—Pero el agente primario que mata a esta gente es el calor. ¿Qué sucedería si se estableciesen en la Tierra, o en Thanno, o en Hekla, o en cualquier otro de los muchos mundos que podría citar? Serían virtualmente inmortales.
—Aceptando que necesitaran el calor para morir "normalmente", creo que está olvidando una cosa. También lo necesitan para reproducirse.
—O eso o el desmembramiento. ¿Qué pasó en Chesapeake en los días en que los hombres-ostra pensaron que podían librarse de las estrellas de mar simplemente cortándolas en pedazos y arrojándolos al mar?
—No comprende bien, comandante..., y me temo que el joven Kruger tampoco. El hecho realmente importante es que la gente de Dar Lang Ahn tiene que morir para reproducirse. ¿Lo había pensado así?—hubo un largo silencio antes de que el comandante respondiera.
—No, no puedo decir que lo haya hecho. Eso cambia el cariz de la situación —hizo una nueva pausa a la vez que meditaba—. ¿Tiene alguna idea de por qué ocurre esto?, o más bien, ya que es un obvio desarrollo evolutivo para un planeta como éste, ¿cómo ocurre esto?
—La tenemos. Fue difícil de imaginar, principalmente porque hay una gran evidencia de que este drástico cambio climatológico empezó a ocurrir en los últimos diez millones de años, más o menos; pero un organismo de nuestro propio planeta nos dio la pista.
—¿Cuál? ¿Qué criatura de la Tierra se encuentra sometida a condiciones semejantes a las de aquí?
—Por lo que sabemos, ninguna; no fue ese tipo de pista. Uno de los hombres, Ellerbee, creo recordar, estaba trabajando con un grupo de animales "calientes" que habíamos obtenido, de la forma usual, en una de nuestras cámaras mejor acondicionadas. Trataba de determinar si los carnívoros solían dejar lo suficiente de sus víctimas para permitirles reproducirse y ver de paso el proceso de regeneración del cual nos había hablado Dar, pues no sabíamos si se aplicaba o no a las formas "calientes". Naturalmente, Ellerbee estaba haciendo lo que pod~a para seguir el rastro de todos los tipos y cantidad de animales presentes, y se sorprendió de encontrar al poco rato algunas criaturas que no había visto antes. Afortunadamente, no anotó el asunto como una distracción en sus anteriores observaciones; lo comprobó cuidadosamente y descubrió que cuando la atmósfera y la temperatura cambian es posible obtener animales de muestras de tierra en las cuales no había ningún "padre".
—¿Qué significa eso?
—Que algunas de las formas calientes se reproducen por medio de una espora microscópica que sobrevive en el suelo durante la estación desfavorable. No podemos decir si alguna de las "frías" pueden hacer lo mismo; no hemos encontrado ninguna.
—¿Y qué implica esto?
—Hizo que Ellerbee sospechara de la falsedad de la teoría de que Dar Lang Ahn y esas estrellas de mar con sangre de fuego sean realmente generaciones alternas de la misma especie. Lo comentamos en una de nuestras charlas habituales y descubrimos que había nuevas evidencias. Dan Leclos ha descubierto en un animal cantidad de pequeñas esferoides óseas que la experimentación ha demostrado son la fuente de la generación "caliente" para esa especie en concreto. Si se quitaran antes de exponer la criatura al calor y al dióxido de nitrógeno no aparecería ningún descendiente, aunque la carne se comportaba de la misma manera, mientras que si las esferas se exponían a las condiciones cambiantes producían especímenes embriónicos de vida "caliente".
—No veo qué significa todo esto.
—Parece significar que las formas "caliente" y "fría" son tipos de vida completamente distintos, que originariamente evolucionaron independientemente. Cada cual producía esporas, o algo semejante, capaces de sobrevivir a condiciones inadecuadas.
—Con el desarrollo natural de la evolución aprendieron el truco de adherir o implantar sus esporas en los cuerpos de animales activos del otro tipo, tal vez haciendo que fueran comidos por ellos, como hacen algunos parásitos aún en la Tierra.
—Pero en tal caso se podrían encontrar las semillas, o como quiera llamarlo, en cualquiera de las criaturas examinadas. Dice que sólo estaban presentes en una. ¿Y eso?
—Ahí es donde nos da la Tierra la pista. Puede que sepa que hay cierto tipo de virus cuyas víctimas naturales son las bacterias. El virus entra en contacto con el germen, penetra por la pared de su célula y al poco tiempo unos cien nuevos virus emergen de los deshinchados restos de la bacteria.
—No lo sabía, pero no le encuentro nada raro. —Hasta aquí no lo hay. Sin embargo, a veces acontece que una vez que el virus ha penetrado en el cuerpo de su víctima, ésta sigue viviendo como si nada hubiera pasado.
—Aún lo veo razonable. Siempre hay gente inmune en cualquier población.
—Déjeme acabar. La bacteria vive su vida y se divide de la manera normal; sus descendientes hacen lo mismo durante veinte o quizá cien generaciones. Entonces, debido al estímulo de la radiación o agentes químicos, o por ninguna razón aparente, la mayoría o todos los descendientes de la bacteria original se mueren, ¡y nubes de partículas de virus emergen de los restos!
—¿Eh?
—Precisamente. El virus original infectó a su primera víctima, de acuerdo, de forma tal que el material reproductivo del virus se dividió al hacer lo propio el de la bacteria y seguido por todos los descendientes de la primera. Finalmente, algún cambio de condiciones les hizo volver a su método usual de reproducción.
—Ya veo —dijo despacio Burke—. Piensa que aquí se ha desarrollado una habilidad semejante, que todas las células de un ser como Dar Lang Ahn tienen en sus núcleos los factores que producirán, bajo las condiciones necesarias, una de esas estrellas de mar.
—Exactamente, y aun así la relación no es más paterno filial que la existente entre Jack Cardigan y su canarito. Se sospecha que los cloroplasmas de las plantas de la Tierra guardan la misma relación.
—En verdad, no sé la diferencia existente.
—En cierto modo justificaría la actitud de las criaturas "calientes" hacia la gente de Dar.
—Tal vez. Sin embargo, nada de lo que ha dicho alivia mi primitiva preocupación, exceptuando lo de que las dos formas tienen que morir para reproducirse. Ha añadido algo que me preocupa más.
—¿Qué es?
—Lo relacionado con la época en la cual se realizó la adaptación a este clima. Si está en lo cierto, por lo menos una de estas razas ha evolucionado hasta un grado de inteligencia comparable con el nuestro en algo menos de diez millones de años. La Tierra tardó cientos, o tal vez más, de veces en lograr eso. Estas cosas deben encontrarse entre las formas de vida más adaptables del universo, y es eso lo que atañe de momento al hombre.
—Tiene miedo. ¿Cree que si tienen acceso a la tecnología humana empezarán a extenderse por la galaxia y suplantarán al hombre?
—Francamente, sí.
—¿Dónde esperaría que se asentaran exactamente?
—¡Por el amor de Dios, hombre, pues en cualquier sitio! En la Tierra, o en Marte, o en Mercurio, o en cualquiera de los cincuenta mundos donde podemos vivir, o en alguno de los muchos más donde no podemos! Si no pueden soportarlos ahora, pronto podrán: es esa adaptabilidad lo que me preocupa. Si discutimos con ellos, ¿cómo vamos a pelear?; ¿cómo matas a una criatura que genera nuevos brazos y piernas para suplantar a los perdidos, que produce una cosecha completa de descendientes si lo vuelas con una bomba?
—No lo sé, y no creo que importe.
—¿Por qué no?—la voz de Burke parecía casi ahogada por la emoción.
—Porque aunque Dar Lang Ahn pudiera vivir en la Tierra y otros muchos mundos, y sus contrarios de sangre de fuego pudieran hacerlo también a una escala de temperaturas mucho mayor, como acabas de señalar, ninguno de los planetas que has mencionado proporciona ambas escalas de temperatura. Si un grupo de gente de Dar decidiera irse a la Tierra, ¿le gustaría esto a los "calientes" cuyos parientes se fueran con ellos? Dar quiere sin duda tener una descendencia con tantas ganas como uno de nosotros. ¿Qué pensaría si la estrella de mar que sale de su cuerpo se mudara a Vega Dos o a Mercurio? ¿Qué les pasaría entonces a sus niños? No, comandante, me doy cuenta de que la mayoría de nosotros decidimos, casi sin discusión, que el Profesor de allí abajo en las fuentes termales es un vejete dogmático, cerrado y dictatorial cuya opinión no merece ni la energía que emplea para expresarla; pero si lo piensa un poco más detenidamente, se dará cuenta de que es más abierto de lo que podamos serlo cualquiera de nosotros.
Burke movió despacio su cabeza, con la mirada fija en el biólogo.
—Había pensado en ello hace mucho, doctor Richter, y supongo que acierta al creer que el Profesor ha hecho lo mismo. Estoy, sin embargo, un poco desilusionado de que no haya llegado más lejos.
—¿Cómo es eso?
—Su posición está bien clara, ¡si esas razas no tuvieran conocimientos técnicos! A Dar no le importaría que las estructuras genéticas que van a producir su descendencia se pasen un poco más de tiempo en cualquier lugar que la estrella de mar que los lleve quiera, si supiera que con el tiempo la criatura viajaría a un planeta donde se puedan desarrollar o se metiera en una nevera mecánica con el mismo motivo. Recuerde que estas criaturas tendrán los mismos deseos en lo que atañe a la descendencia, y tienen que cooperar con la raza de Dar para satisfacerlos. Si los nativos de este planeta se van de él, basándose en los conocimientos recibidos de nosotros o adquiridos por ellos mismos, va a ser uno de los equipos más cooperativos que jamás en la historia se propagara por las nubes estelares, y el hombre va a estar en muy mala posición al respecto, si es que sobrevive.
—Me parece que esa gran cooperación, si sucediera, sería un buen ejemplo para todos los demás. Estas razas no están de momento muy próximas a una relación tal.
—No, y es en provecho propio por lo que debemos ver que nunca lleguen a conseguirlo. No me gustaría hacerlo mejor que usted, o que lo que el joven Kruger lo haría, pero me temo que lo único que podemos hacer razonablemente es impedir que Dar Lang Ahn lleve a su gente los conocimientos que ha adquirido. A menos que lo hagamos así, les habremos entregado la galaxia.
—Lleva razón, aunque me pese reconocerlo. ¿Cómo podemos justificar algo así después de haberle instado nosotros mismos a que aprendiera todo lo que pudiese?
—No podemos justificarlo —dijo Burke implacablemente—, pero tenemos que hacerlo. De acuerdo que me odiaré durante el resto de mis días; pero, a mi juicio, es lo mejor para la raza humana que Dar Lang Ahn no vuelva a ver a su propia gente.
—Me temo que tiene usted razón, aunque ello no me haga muy feliz.
—Ni a mí. Bueno, será más honrado que se lo digamos ahora. Convocaré una reunión de todo el grupo y dejaré que cualquier otro que tenga datos que puedan ayudarnos los presente. Eso es más o menos lo más noble que puedo hacer.
—El joven Kruger puede que no tenga datos, pero pondrá objeciones.
—Me doy cuenta. No sabe el favor que le estaré haciendo —el biólogo miró duramente al viejo oficial, pero Burke ya no tenía más que decir.
XV. ASTRONOMIA; LOGICA
Dar Lang Ahn oyó el informe biológico sólo con el interés usual, ya que frases tales como hidrocarbonos fluorados aún significaban poco para él. Sí reaccionó, sin embargo, al anuncio hecho por el comandante Burke, y su reacción no fue débil.
Aunque su emoción fuera devastadora, no la tradujo en palabras, ya que Nils Kruger empezó antes a hablar. Dar escuchó los argumentos sobre juego limpio, honradez y decencia que habían sido discutidos por Burke y Richter, pero no entendió del todo los términos utilizados. De cualquier forma, no prestó mucha atención; estaba tratando de decidir su propia línea de acción.
Discutir sería presumiblemente inútil. Los hombres se habrían formado ya sus opiniones basándose en lo que habían aprendido de él y su gente. No podía ver el motivo por el cual Abyormen constituía un peligro para la galaxia, pero había aprendido a tener en gran estima las opiniones de los científicos humanos. A pesar de esto, se encontró con que su natural sentido del deber le urgía a ir en contra de la decisión de Burke: discutir, mentir o utilizar la violencia para llevar a su gente lo que consideraba una información vital. Un tercer impulso estaba provocado por su natural curiosidad; si no hubiera sido por el deber, no había nada que le agradara más que la idea de viajar a la Tierra con sus amigos, si es que aún podía llamarles así, y ver algunos de los mundos que Kruger y los astrónomos le habían descrito. Podía haber tratado de hablar, haciendo público su dilema, pero Kruger no le daba oportunidad. El chico estaba olvidando toda la disciplina que su entrenamiento de cadete le había inculcado y acercándose peligrosamente a abusar personalmente del comandante. El completo significado de esto se le escapaba a Dar, por supuesto, ya que éste tenía sólo una idea muy vaga del trasfondo cultural de Kruger, pero sí entendió claramente que el chico quería dejarle volver con su gente.
Parecía improbable que Kruger ganara en su discusión con el comandante; Dar tenía alguna idea de los rangos relativos envueltos. ¿Podría deslizarse y robar uno de los módulos de aterrizaje mientras discutían? Había mirado con atención más de una vez cuando volaba en ellos; ¿podría manejar solo uno de ellos? Con la memoria que tenía no podía darse el caso de que pulsara un botón equivocado después de haber visto apretar alguna vez el correcto. Sin embargo, su vida de piloto impidió que cometiera lo que habría sido, con toda certeza, un error fatal. Se dio cuenta de que manejar cualquier tipo de nave espacial era más problemático de lo que hubiera podido aprender por la mera observación en una docena de viajes.
¿Podría meterse de polizón? Improbable. A estos hombres, aunque fueran otras cosas, no podía llamárseles estúpidos. Una vez que el comandante había ordenado que Dar Lang Ahn no debía volver a Abyormen, se tomarían las medidas necesarias para hacer cumplir esa decisión.
—¿Podría Kruger robar un módulo y bajarle? Sin duda que sí, ya que podía manejar las máquinas, pero a Dar no le era posible responder a esta pregunta por su ignorancia del peso de la autoridad en los seres humanos. No había manera de decir si el chico lo haría. Consciente de su falta de conocimientos al respecto, archivó la idea para posterior comprobación cuando pudiera ver a Kruger a solas.
Podría...
Su meditación fue interrumpida en ese momento por la recién elevada voz del comandante Burke.
—¡Señor Kruger! Convoqué esta reunión para hablar inteligentemente, no para lloros o abusos personales. A menos que tenga algún argumento significativo, se mantendrá en silencio. Entiendo lo que siente. Lo comparto con usted, habiendo sopesado los aspectos morales relacionados con este asunto, por lo menos tan cuidadosamente como usted. Haga el favor de comprender que tengo una cantidad de responsabilidades que no comparte todavía y que evidentemente no ha considerado. No pedí un voto ni una expresión de la opinión de nadie. Constato una conclusión a la que he llegado, por mi propio juicio, cual es la de que la raza, o razas, supongo que debería decir, de Dar Lang Ahn constituirán un peligro para la humanidad si salen de su planeta nativo. Creo firmemente que el gobierno compartirá esta opinión. De todas maneras, si usted o alguien más tiene alguna información que implicara su modificación, por lo que más quiera, que hable.
Kruger permaneció en silencio, dándose cuenta de repente de lo lejos que había llegado y sintiendo gratitud hacia el oficial por la relativa suavidad de su reprimenda. Por desgracia, no tenía nada que decir que pudiera considerarse como información.
El silencio fue interrumpido por otro de los amigos de Dar, un astrónomo llamado Murchinson.
—Me temo que hay que considerar otro punto —dijo lentamente—, y estoy bastante seguro de que no sólo hará que el gobierno llegue a una conclusión diferente a la suya, sino que hará que se pongan por todos los medios a su alcance a tratar de educar a las dos razas de abyormenitas tan pronto como sea posible.
—¡Veámoslo!—replicó instantáneamente el comandante.
—La cuestión principal es que si dejamos a esta gente en este planeta, estaríamos realizando un genocidio. Este planeta es un mal cobijo para nosotros y en este momento una mala casa para sus habitantes, pero dentro de poco no va a poder cobijar a nadie.
—¿Cuánto tiempo? ¿Y por qué no?
—Porque éste no es un sistema estable. Abyormen parece haberse convertido en planeta del sol rojo que los nativos llaman Theer en una forma más o menos normal, pero en aquella época Alcyone no estaba en los alrededores. La presión de la luz de Alcyone es tan fuerte que no se puede formar un planeta en sus alrededores.
—Había oído eso antes, pero no veo cómo vas a mantener esa teoría, ya que el planeta está aquí.
—Tampoco yo, hasta hace poco. Sin embargo, hay evidencia geológica de que lo que digo es cierto; los tremendos cambios estacionales de este planeta, debidos a la ruta elíptica de Theer alrededor de Alcyone, no ocurrieron en la primera parte de la historia del mundo, sino sólo durante los últimos millones de años. Una de dos cosas sucedió: o Theer fue capturado por Alcyone recientemente, o la estrella gigante se formó realmente en las proximidades del sol. Me inclino por esta última posibilidad; nos encontramos en un sistema estelar donde el espacio está cargado, relativamente hablando, de gas y polvo. Es más que probable que la entrada de Theer en el sistema, si es que no era originariamente un miembro de él, causara la turbulencia suficiente para desencadenar una condensación en sus alrededores.
—Puedo ver cómo encaja esto con la escala geológica de tiempo; pero ¿no da esto mayor énfasis a mi teoría sobre la adaptabilidad de estas razas?
—En cierto modo sí, pero no creo que ninguna estructura orgánica pudiera adaptarse al destino que aguarda a este sistema. Recuerda lo que dije de que el espacio en los alrededores está lleno de gas y polvo; por tanto, no es un medio sin fricción. Es por esto que la teoría alterna de que Alcyone capturara el sistema de Theer es posible. La fricción acorta continuamente la órbita de Theer. Más y más cada año está siendo pasado en la zona caliente, y menos y menos en una distancia de la estrella gigante que permita a la gente de Dar sobrevivir. A menos que Alcyone flote fuera del sistema de las Pléyades, lo que no parece muy probable, dentro de medio o un millón de años se podrá asistir a la caída del sol rojo, junto con Abyormen, en él.
—Eso es mucho tiempo.
—Es un tiempo indefinido, y mucho antes de que se acabe Abyormen será inhabitable incluso para las formas calientes de vida. Es nuestro deber sacar a estas razas del planeta, o al menos ayudarlas para que lo hagan por sí mismas, o de lo contrario seremos culpables de negligencia criminal.
—Pero si la presión de la luz de Alcyone mantiene la materia con la que se debían haber formado los planetas lejos de sí, ¿cómo puede haber la suficiente a su alrededor para generar la presión que dices?
—El efecto de la presión de la luz en una partícula, comparado con el de la gravedad, es función del tamaño y densidad de la partícula. Te aseguro que hemos realizado medidas en esta parte del espacio y estoy simplemente suponiendo lo que sucederá. La única cosa sobre la que dudo seriamente es si Theer absorberá suficiente materia para que su propia intensidad luminosa llegue a esterilizar este planeta antes de que ocurra la caída final. No puedo decir qué ocurrirá primero, pero sí que una de las dos sucederá.
—Pero ¿adónde podríamos llevar a esta gente? Dudo que haya algún planeta en la galaxia que duplique esta situación estacional.
—Apostaría que hay miles. Admito que aún no los hemos encontrado, pero hay aún mucha galaxia por explorar. Incluso si no hubiera ninguno, pueden aprender a vivir en naves, e incluso así les iría mejor, con numerosos miembros de ambas razas vivos a la vez. Puedo imaginarme una nave con una parte caliente y otra fría, con gente viviendo a ambos lados y moviéndose de uno a otro cuando sus vidas llegan al estado adecuado. Esa situación será ciertamente mejor para los abyormenitas que establecerse en un planeta del tipo de la Tierra, y estoy seguro de que el gobierno pensará lo mismo. Volveremos aquí para fundar escuelas técnicas antes de que llegue a almirante, comandante, fundándolas para las dos razas. No me preocupa lo que digan los actuales profesores "calientes"; un poco de astronomía les hará cambiar de opinión.
—Si es que puedes enseñar astronomía a una raza que ve por medio de ondas sonoras —señaló secamente Burke—. Sin embargo, eso no tiene demasiada importancia. Estoy de acuerdo contigo —el rostro de Kruger demostraba alivio; ninguna cara hubiera podido expresar lo que Dar sentía—. Dar Lang Ahn puede seguir aprendiendo de nuestros científicos el tiempo que crea conveniente, y volver a dar su información a su propia gente tan pronto como lo desee. En cierto modo estoy corriendo un ligero riesgo al permitir esto, pero no tengo ninguna duda seria en lo que respecta a la decisión oficial. Mi joven amigo —se volvió implacable hacia Kruger—, éste es un excelente ejemplo del riesgo de tomar una decisión sin una evidencia suficiente. No dejes que esto te impresione demasiado. Nunca tendrás todos los datos relativos a un asunto, en particular si estás al mando de cualquier tipo de nave espacial. Tendrás que aprender a aceptar el riesgo de hacer un juicio prematuro. Si alguna vez te matara, no me hagas oír tus quejas.
—No, señor —replicó Kruger.
—Muy bien. Dar, no voy a disculparme de la política que previamente había anunciado. Sin embargo, te daré cualquier ayuda que puedas necesitar mientras estés aún con nosotros, si está en mi mano hacerlo.
—Gracias, comandante. Mis profesores agradecerán su acción.
—¿No ha llegado ya el momento de cerrar tu refugio?
—Dentro de un año. Sin embargo, debo volver tan pronto como me permitas, ya que tengo mucho de que informar.
—Te bajaremos en cuanto sea posible. Señor Kruger, presumo que usted querrá ir con él. Yo manejaré el módulo; cualquier persona más a quien se lo permitan sus deberes puede venir, hasta completar la capacidad del aparato. Nos quedaremos abajo hasta que el refugio se cierre, así que cualquiera que desee observar la operación, que se prepare para una estancia de tres semanas fuera del Alphard. Saldremos dentro de veinte horas, lo que dará tiempo suficiente para que quien quiera llevar aparatos los meta a bordo.
—Dar Lang Ahn, ¿crees que tus profesores podrán encontrar algún uso para una radio que no opere en la misma longitud de onda que la de tus fieros amigos, esto es, una con la que podríais hablar con nosotros sin que se enteraran?—Kruger evitó una sonrisa con dificultad; el viejo pájaro era humano, a pesar de su devoción al deber.
—Un ingenio tal sería posiblemente de gran utilidad, comandante. Lo agradeceríamos mucho.
—De acuerdo; ya meteremos varios a bordo del módulo. Se cierra la sesión.
El acercamiento a la plataforma de aterrizaje de las Murallas de Hielo fue esta vez muy diferente. El módulo espacial, sostenido y conducido por campos similares a los que lanzaban al Alphard por el espacio interestelar con total indiferencia de la ley de la velocidad de la luz, no tenía las limitaciones de maniobra de los planeadores. Menos mal, porque la plataforma estaba tan llena de aeroplanos que incluso a Dar Lang Ahn le hubiera resultado difícil. Por primera vez, Kruger vio Profesores en la superficie, a veces dirigiendo actividades y a veces limitándose a observar.
El aproximamiento del módulo fue advertido, y un grupo de nativos hicieron ademanes de que se dirigieran a uno de los lados de la plataforma, de donde se estaban apartando los planeadores para dejar un sitio libre.
Al abrirse la puerta de aire comprimido de la pequeña nave, Dar y Kruger salieron inmediatamente afuera, ambos cargados con los equipos de radio donados por Burke. El nativo les dirigió a través de los túneles y comenzaron el largo camino a la parte principal del refugio, situada muy por debajo del casquete polar. Kruger no se preguntaba ya la razón para esta localización; sin embargo, estaba aún algo sorprendido de que aquellas gentes hubieran sido capaces de construirlo.
Todo el lugar parecía mucho más activo de lo que había estado antes, con bandadas e incluso cientos de nativos correteando de un lado a otro con sus misteriosos recados.
—Debe haber mucho trabajo de librería que hacer —señaló Kruger a la vez que hacía señas a uno de estos grupos.
—Todos los libros han debido llegar hace mucho —replicó Dar—. El problema ahora son los alimentos. Normalmente, hay a mano la cantidad suficiente mucho antes de que llegue la hora, pero no se corren riesgos. Seguimos acarreando hasta el último momento.
—¿Qué vas a hacer?
—Reunir unos cuantos Profesores que puedan dedicarme su tiempo y empezar a informar. Habrá algunos disponibles, ya que saben que vengo con conocimientos.
—Supongo que informar te mantendrá bastante ocupado de ahora en adelante.
—Sí, Nils. Supongo que querrás ver este lugar una vez más en la forma que lo preparamos para el tiempo de la muerte, pero no tendré tiempo para hacer de guía. Sin embargo, podré encontrar a alguien que esté dispuesto a ayudarte.
Kruger paró y puso una mano sobre el hombro del pequeño nativo.
—No permitirás que las puertas se cierren sin volver a verme, ¿verdad?—preguntó—. No quiero interferir en el trabajo que hay que hacer, pero no quiero verte por última vez, al menos por muchos años, tan pronto.
Sus dos ojos se movieron hacia arriba y se posaron durante un momento en la expectante cara de Kruger.
—Te prometo que nos volveremos a ver antes de que se cierren las Murallas —dijo Dar Lang Ahn. Continuaron su camino, satisfecho ya el chico.
La predicción de Dar de que habría un comité esperándoles resultó correcta. Estaba compuesto, notó el chico, por seres de su misma estatura: los nuevos Profesores. Uno de los gigantes con los que se habían encontrado antes, sin embargo, se ofreció como guía, y bajo su dirección Kruger vio las ahora completamente organizadas librerías, las cubas para almacenar la comida situadas en la parte superior a unos pocos metros tan sólo bajo el hielo que se encontraba sobre ellas y los grandes lechos en los ya más calientes niveles inferiores donde crecían plantas similares a los hongos de la Tierra.
Por fin, fue conducido arriba a la plataforma de aterrizaje, donde la actividad no había disminuido. Los planeadores se remontaban en el cielo, cargados para distantes ciudades, y si había tiempo antes de que volvieran, traían otra carga de comida. Otros aterrizaban en el relativamente pequeño espacio dejado para ese fin; ocupados tripulantes de tierra arrastraban todo el tiempo los planeadores de un lado a otro de la plataforma o dentro de la caverna para hacer sitio para los que llegaban.
—¿No estoy robándole mucho tiempo? —preguntó Kruger cuando llegaron a la superficie—. Parece ser ésta la época más ajetreada en la vida de vuestra gente.
—No tengo nada más que hacer —fue la respuesta—. Mi sucesor ha ocupado ya mi lugar.
—Pero ¿no se queda esta vez en las Murallas de Hielo?
—No. Mi vida se ha acabado. Unos pocos de nosotros se quedarán para cerciorarse de que los cierres están correctamente colocados, pero ésa no es una de mis tareas. En cuanto deje de servir para algo, me iré.
—Pero pensé que habían desmantelado todos los planeadores capaces de llevar a uno de ustedes.
—Es cierto, me iré a pie. No volvemos a las ciudades.
—Quiere decir...—Kruger dejó de hablar; sabía que Dar había explicado a su gente muy poco sobre la radio, y no estaba seguro de lo que aquel ser sabría. Sin embargo, el profesor supo o se figuró lo que pensaba Kruger.
—No, no volvemos a las ciudades. No es la costumbre; dura ya tanto tiempo que no puedo darte detalles muy precisos sobre la causa. Sin embargo, es mejor que lleguemos al fin antes de que el calor sea muy fuerte, al menos no antes de que nuestros cuerpos sean destruidos por otros medios. Cuando ya no me necesiten... me iré a dar un paseo por el casquete polar.
Kruger se dio cuenta que no tenía nada que decir, excepto que aún necesitaba la compañía del profesor. Invitado por él, el ser entró en el módulo, donde fue inspeccionado con gran interés por los biólogos que habían ido con ellos. Uno hablaba lo suficiente de la lengua nativa para hacer innecesaria la presencia del chico y volvió a la plataforma de aterrizaje para buscar a Dar. Sin embargo, su pequeño amigo no aparecía y la actividad incansable que allí se desarrollaba mantuvo fija la atención de Nils hasta que consideró necesario ponerse a dormir.
Así pasaba el tiempo. Gradualmente, iba disminuyendo el número de planeadores, al cesar las llegadas y dirigirse al otro hemisferio los que allí estaban. La vista de la indiferencia con que estos seres empezaban sus últimos vuelos resultaba deprimente, no sólo para Kruger, sino también para los demás seres humanos que estaban contemplándolo.
—Supongo que dependerá únicamente de la forma en que seas educado —señaló uno de los hombres—, pero si supiera que sólo me quedaba una semana de vida tendría un aspecto mucho más circunspecto.
—Creo que les quedan unas tres semanas —dijo Kruger—. Cierran este lugar con un año de adelanto sobre el momento en que se espera el cambio atmosférico, para estar más seguros.
—No seas tan sutil.
—No trataba de serlo. Saqué la impresión de que Dar sentía lástima de nosotros por tener que vivir día tras día sin saber cuándo sobrevendría nuestro fin. Supongo que le será también a él difícil darse cuenta de que estamos habituados a ello, como lo es para nosotros comprender su actitud.
—Es cierto —una nueva voz respondió y Kruger se volvió para ver al comandante Burke de pie en la entrada al módulo—. Me hubiera gustado haber conocido mejor a tu amigo, señor Kruger, pero supongo que nunca llegamos a conocerle realmente, ni tú incluso.
—Puede ser que no, pero no puedo evitar pensar que sí le conocía.
—Mejor para ti. ¿No ha llegado casi el momento de cerrar las puertas? Varios hombres más estaban emergiendo de la pequeña nave.
—No he seguido la pista muy de cerca, señor, pero creo que será algo así. Casi todos los planeadores se han ido y... he visto salir a algunos Profesores de la plataforma y empezar a merodear por la montaña —su voz tembló un poco al decir esto y el comandante asintió con gravedad.
—Sí; el que le servía de guía se fue la última vez que se quedó dormido.
—¿Qué? No lo sabía, señor.
—Sabía que lo ignoraba. Le aconsejé que lo hiciera entonces. Creí que sería mejor así —había algo en el tono de voz del oficial que prohibía que se le formularan más preguntas.
Algunos más de los Profesores gigantes aparecieron entonces en la plataforma y los hombres dejaron su conversación para observarlos. Uno se aproximó al grupo y habló.
—Vamos ahora a comprobar el cierre de las puertas del exterior. Están situadas a cierta distancia en el interior del túnel, ya que hemos encontrado conveniente dejar que el hielo penetre en las cavernas superiores en la última parte de la estación caliente. ¿Os importaría venir con nosotros para contemplar esta operación.
—¡Espere un minuto! ¡Dar Lang Ahn prometió verme antes de que se cerraran las puertas! ¿Dónde está?
—Se dirige hacia aquí. Si vienes con nosotros lo encontrarás en el túnel. Veo que su planeador le está aguardando —el ser se volvió sin decir nada más y los hombres le siguieron, fijándose Burke en el aturdido Kruger, que se veía la pena asomar en su rostro.
Las puertas estaban a unas trescientas yardas en el interior del túnel, y de acuerdo a la predicción del profesor, Dar Lang Ahn les estaba esperando a su lado.
—¡Eh, Nils! —gritó al aparecer a la vista el chico—. Siento haber tardado tanto. Había mucho que hacer, créeme.
—¡Dar! No puedes haber terminado..., pero este Profesor dijo...
—Claro que acabé. Tenía que hacerlo. Vamos a la superficie, pues tengo que examinar mi planeador. ¿O prefieres ver cómo cierran la puerta?
—¡Pero no pueden cerrarla! ¡No puedes haberles dicho todo lo que aprendiste de nosotros. ¡Tienes que quedarte y ser un Profesor para la próxima generación!—el pequeño nativo estuvo en silencio un rato y luego habló en voz suave.
—Ven conmigo, Nils. Tal vez haya hecho algo que no debiera, pero ya está hecho. Trataré de explicártelo —gesticuló a lo largo del túnel y el chico le obedeció en silencio, manteniéndose al lado de su pequeño amigo. Dar empezó a hablar mientras andaban; el comandante les miró, moviendo la cabeza.
—Nils, no podía hacerlo. Pensé en lo que acabas de mencionar, y cuando empecé a aprender cosas de vosotros, en cierto modo, planeé hacer lo que acabas de sugerir. No me agradaba, por supuesto, pero parecía ser mi deber. Entonces permanecí contigo y tu gente y... seguí aprendiendo. Astronomía, geología, biología, arqueología, matemáticas y todas las otras especialidades representadas por la gente de tu grupo. Era demasiado para mí.
—¿Demasiado para que tú lo recordaras? —cortó Kruger, sobreponiendo momentáneamente su sorpresa a su disgusto.
—No demasiado para recordar, no, pero sí demasiado para digerir bien. Podía haberme quedado aquí abajo y dictar muchos y muchos libros sobre todo lo que había visto hacer o oído decir, pero aunque entendiera una buena parte de ello mi gente no lo hubiera hecho. Había algo que necesitaban más y poco a poco llegué a comprender lo que era.
»Es un método, Nils. Esa es la forma en que vosotros resolvéis los problemas, mediante la conjunción de la experimentación y la imaginación. Eso era lo que mi gente tenía que aprender y lo que yo tenía que mostrarles. Después de todo, sus problemas son diferentes de los vuestros y tendrán que solucionárselos ellos mismos. De acuerdo que los hechos son también importantes, pero no les ofrecí demasiados. Sólo muestras dispersas de información para que puedan comprobar sus respuestas de vez en cuando.
—Entonces... ¡Entonces es por mi propia falta que estás haciendo esto! Deliberadamente te hice llegar información de todos los campos que pude para que no tuvieras ninguna oportunidad de haberla registrado toda antes del momento de la muerte.
—¡No! No es falta tuya, si es que se le puede llamar así. Me enseñaste, indirectamente lo admito, todo lo que necesitábamos aprender. Estaba buscando una excusa para no quedarme atrapado en las Murallas; si dices que me la proporcionaste tú, de acuerdo, y gracias —dejó de hablar; habían llegado a la plataforma y Dar empezó sin más preámbulos a asegurarse de que su planeador se hallaba dispuesto para el despegue.
—Pero... ¿no puedes venir con nosotros? No tienes por qué volver a Kwarr y... y...—Kruger no pudo acabar su frase. Dar dejó su tarea y le miró estrechamente. Durante un momento pareció dudar en tomar una decisión; después movió su cabeza haciendo el gesto negativo que había aprendido de Kruger.
—Me temo que no. Creo sentir cómo te sientes, amigo Nils, y en cierto modo me da pena dejarte atrás, pero... ¿vendrás tú conmigo?—casi hizo su equivalente a una sonrisa al preguntar esto. Kruger permanecía en silencio.
—Por supuesto que no..., no podrías. Esperas vivir aún mucho tiempo, aunque no sepas cuánto —apretó una de las manos de Kruger con su pequeña zarpa—. Nils, dentro de muchos de tus años habrá aquí bastante gente que serán parte de mí. Yo me habré ido, pero tal vez estés tú aún por el mundo. Tal vez con lo que tú y yo hemos hecho por ellos algunos lleguen a ser científicos, y sabrán tener respeto en vez de desprecio por los "calientes", y empezarán algo que con el tiempo podrá convertirse en una civilización como la vuestra. Me gustaría pensar que tú les estarás ayudando.
Saltó al asiento del planeador y, sin dejar al chico tiempo para decir una palabra, soltó la catapulta.
Kruger contempló cómo el pequeño aeroplano desaparecía de su vista, lo cual no tardó mucho en suceder, ya que sus ojos no se encontraban todo lo despejados que debían; pero aún estaba con la cara vuelta hacia donde se había ido cuando murmuró:
—¡Estaré! —se dio la vuelta a la vez que el ruido sordo de una gran puerta sonaba desde el túnel.
FIN