7

Con el vestido verde y los zapatos negros de tacón, Tara siguió a Blake mientras entraban en un pequeño y elegante restaurante italiano. Blake aún no le había explicado exactamente con quién iban a verse. Sólo le había dicho que se trataba de un viejo amigo que podía tener alguna información para ellos.

Ocuparon una mesa al fondo del comedor e informaron al camarero de que esperaban a alguien. Blake encargó una botella de vino blanco mientras aguardaban.

-Sólo para que estés preparada, te advierto que mi amigo es un poco... raro -dijo, después de que les llevaran el vino.

Tara hizo una mueca.

-Al menos, esta vez vamos a encontrarnos con tu amigo en un entorno más agradable.

Blake sonrió y enseguida entrecerró los ojos.

-Aquí llega Perry.

El hombre que se acercó a la mesa era alto, delgado, y tenía el pelo rubio color arena. Iba totalmente vestido de negro. Había algo en él que puso de inmediato en marcha los sistemas de precaución mental de Tara... sistemas que había desarrollado a lo largo de sus años de relacionarse con inspectores de Hacienda.

Había conocido a más de un estafador en su vida, y su instinto le decía que estaba a punto de conocer a otro.

Blake se levantó y estrechó con evidente calidez la mano del otro hombre. Tara percibió de inmediato que había un fuerte lazo de unión entre ellos.

Tras unas breves palabras de saludo y algunos oscuros comentarios que Tara fue apenas capaz de seguir, el recién llegado se volvió hacia ella.

-Éste es Perry -dijo Blake, sin añadir ningún apellido.

Tara alargó su mano.

Perry la tomó y se la llevó a los labios. Aquel gesto hizo que Tara recordara el de Blake, aunque su reacción fue totalmente diferente con éste. Si hubiera tenido el bolso a mano, lo habría sujetado firmemente.

-Blake me había dicho que iba a estar acompañado por una dama, pero no mencionó lo guapa que era -dijo Perry, con un marcado acento sureño. Un acento que Tara conocía bien de su infancia en Honoria, Georgia. Ella se había esforzado en suavizar el suyo cuando estudió en Harvard, pues sabía desde pequeña que, a menudo, el acento del sur solía confundirse con un bajo nivel intelectual.

Murmuró algo intrascendente en respuesta a la galantería de Perry y miró a Blake en busca de algún indicio sobre cómo manejar a aquel tipo.

-Siéntate, Perry -dijo Blake-. ¿Te apetece un poco de vino? ¿Tienes hambre?

Perry dedicó a Blake una perezosa y ladeada sonrisa mientras sé sentaba.

-Ya sabes que siempre tengo hambre. Soy capaz de comer cualquier cosa que no trate de morderme a mí antes.

Parecía decidido a confirmar sus palabras cuando eligió su menú. Empezó con un fuerte aperitivo, seguido de una sopa, un plato de carne y otro de pescado, advirtiendo al camarero que pediría el postre después. Por la forma de reaccionar de Blake cada vez que Perry pedía un nuevo plato, Tara dedujo que su socio se iba a encargar de la cuenta.

Resultó que Perry no era muy dado a hablar mientras comía. Sólo cuando terminó de hacerlo pareció relajarse lo suficiente como para mostrarse un poco más hablador. Al parecer, Blake conocía bien las costumbres de su amigo, pues tampoco trató de entablar conversación con él hasta que le sirvieron el café.

-¿Qué tal te ha ido últimamente? -preguntó.

Perry se encogió de hombros.

-No puedo quejarme.

-¿Sigues haciendo el circuito?

-De vez en cuando.

-¿El circuito? -Tara miró con curiosidad de Blake a Perry-. ¿Te refieres al circuito de rodeos?

Perry rió.

-No exactamente.

Blake se aclaró la garganta.

Tara frunció el ceño. Sus sospechas previas se hacían cada vez más definidas.

-Soy lo que suele llamarse un fullero, señorita -dijo Perry, sin mostrar el más mínimo arrepentimiento por su declaración.

Tara suspiró.

-Un timador.

-Esa es otra forma de llamarlo –asintió Perry.

-Tara es abogada -murmuró Blake. Perry alzó las cejas con gesto interesado.

-¿Sí? He tenido tratos con algunos abogados.

Podría decirse que seguimos la misma línea de trabajo.

Tara abrió los ojos de par en par. Empezaba a cansarse de que los cuestionables amigos de Blake hicieran dudosos comentarios sobre su profesión.

-Yo no diría exactamente eso.

Al ver la sonrisa de Blake sintió deseos de darle una patada en la espinilla.

-Si eso hace que te sientas mejor, te diré que no me dedico a quedarme con los ahorros de los jubilados ni nada parecido -dijo Perry . Sobre todo me gano la vida con las cartas y el juego.

-Perry es un buen amigo, Tara -dijo Blake con sencillez-. Le confiaría mi vida.

Tara suavizó su gesto.

-No pretendo juzgarte, Perry. Sé que has venido a ayudarnos y te lo agradezco.

-No tienes por qué disculparte -aseguró él.

Blake asintió y se centró en el asunto que tenían entre manos.

-Esta tarde te he explicado más o menos la situación en la que nos encontramos. P

erry asintió.

-Parece que estáis metidos en un buen lío.

Tara empezaba a preguntarse si Perry utilizaría aquel marcado acento sureño como un disfraz, ocultando sus verdaderos pensamientos tras clichés y tópicos. Le habría gustado saber cómo Blake y él habían llegado a ser tan amigos.

¿Qué puedes contarme que no sepa ya sobre Jack Willfort? -preguntó Blake.

Perry se encogió de hombros.

-Corren rumores de que planea presentarse a las próximas elecciones.

-Eso ya lo sé.

-Se dice que va a basarse en su reputación como sólido hombre de familia y piedra angular de la comunidad.

-Vamos, Perry, necesito algo más que eso.

-Se rumorea que lleva años de relaciones con una rica casada de Atlanta.

Blake alzó tina ceja.

-¿De verdad?

-Como ya he dicho, es un rumor. Blake miró a Tara.

-¿Liz Pryce? -susurró ella.

Blake miró a Perry, que se encogió de hombros.

-Nada de nombres, amigo.

-¿Algo más?

Perry se aclaró la garganta.

-Tal vez.

Sonriendo irónicamente, Blake -deslizó algo sobre la mesa hacia su amigo, que lo tomó y lo guardó en un bolsillo sin mirarlo.

-He oído decir que hay un par de cuadros en su colección que no deberían estar ahí.

-¿Y dónde deberían estar?

Perry se encogió de hombros.

-Donde se guardan las pinturas robadas. ¿Hay tiendas de empeño para cosas como ésa?

Blake miró rápidamente a su alrededor y luego se inclinó hacia el otro hombre.

-¿Me estás diciendo que las pinturas nunca fueron robadas?

-Sólo te estoy contando algunos rumores que he oído. Lo que deduzcas es cosa tuya - Perry terminó su café de un trago y se levantó de la mesa-. Y ahora, si me disculpáis, tengo una cita. Me alegro de haberte visto, Blake.

Los dos hombres estrecharon solemnemente sus manos. Después, Perry volvió a alzar una mano de Tara y se la llevó a los labios.

-Ha sido un verdadero placer conocerte - dijo, cuando se la soltó.

-Lo mismo digo -contestó Tara.

Perry se fue del restaurante sin mirar atrás.

Tara respiró profundamente y miró a Blake con gesto interrogante.

-¿Qué le has dado?

-Digamos que le he resuelto su partida de póquer de esta noche.

Tara parpadeó.

-¿Tu amigo te cobra por la información?

Blake alzó un hombro.

-Tiene que ganarse la vida de alguna manera.

Recordando el billete que Blake había entregado a Spider, Tara pensó que sus amigos le salían realmente caros. Esperaba que la información que le habían dado mereciera la pena.

De vuelta en la casa de Stephanie, Tara se quitó los zapatos y empezó a caminar de un lado a otro mientras trataba de encajar las piezas del rompecabezas.

-Así que Liz Pryce y Jackson Willfort están teniendo una aventura -empezó.

Blake se apoyó contra el quicio de la puerta y se cruzó de brazos.

-No podemos estar seguros de eso -dijo, precavido.

-Ya. Pero, si es así, piensa en cuánto perjudicaría a ambos que se supiera. Se supone que Willfort es un hombre conservador al que le importa sobre todo la moralidad. Por su parte, Liz Pryce está casada con un hombre extremadamente poderoso que podría darles muchos problemas a Willfort y a ella. Sin duda, ambos estarían dispuestos a hacer lo que fuera por mantener su aventura en secreto.

-Su supuesta aventura, abogada.

Ignorando el burlón comentario de Blake, Tara siguió hablando.

-Tienes unos papeles que indican que las pinturas robadas eran falsificaciones. Perry ha oído el rumor de que los originales siguen en poder de Willfort. Alguien de la compañía de seguros se puso en contacto contigo y te hizo ir a la galería, pero ahora no puedes localizar a esa persona. ¿Quién te llamó? ¿Era su intención incriminarte?

-Buenas preguntas.

-Sí, pero sin respuestas. ¿Cómo vamos a...? -Tara se interrumpió abruptamente, mirando a Blake-. ¿Qué haces?

Un pisapapeles de cristal, un perro de bronce y una manzana de mármol, todos objetos de la estantería junto a la que estaba apoyado Blake, parecían volar en el aire por encima de sus manos. Mientras Tara miraba, los objetos subían y bajaban, subían y bajaban, haciendo un movimiento elíptico en el aire.

-Hago malabares -contestó Blake, sin apartar la mirada de los objetos.

-¿Por qué?

-Pienso mejor de esta forma.

-Oh -Tara encontró aquellos movimientos extrañamente fascinantes. Tras observar unos momentos más, preguntó-: ¿Tienes otros talentos ocultos?

Blake le dedicó una sonrisa burlonamente maliciosa.

-Unos cuantos.

Por algún motivo, Tara se ruborizó intensamente. Se volvió para ocultar su rostro.

-¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó, simulando mirar por la ventana para admirar el brillo de la luna en el río.

Oyó que Blake volvía a dejar los objetos en la estantería.

-Vamos a acostarnos -contestó él.

Tara se volvió con rapidez. Sin duda, no querría decir...

La expresión de Blake era de total inocencia.

-Ninguno de los dos ha dormido demasiado la pasada noche -añadió-. Podremos pensar con más claridad cuando hayamos descansado. Yo ocuparé el dormitorio de invitados. Tú puedes dormir en el de Stephanie.

Parecía disfrutar haciendo que se sonrojara, pensó Tara, enfadada con la facilidad con que lo lograba. Siempre se había considerado inmune a las sugerencias e indirectas de doble sentido.

No le gustaba la idea de utilizar la cama de la otra mujer. Y odiaba la idea de tener imágenes mentales de Blake compartiéndola con una bella pelirroja.

«Tienes que dejarte de tonterías de una vez por todas, Tara», se reconvino.

-Tal vez sería mejor que tú ocuparas la habitación de Stephanie -dijo-. Después de todo, ella es tu amiga.

Blake negó con la cabeza.

-Siempre utilizo la habitación de invitados cuando vengo -contestó-. La considero más o menos mía.

Sus palabras sólo sirvieron para confundir aún más a Tara respecto a su relación con la ausente Stephanie.

-Necesitarás algo que ponerte para dormir -continuó Blake-. Steph tiene camisones en algún lugar de su inmenso armario.

-¿Te importaría mucho que volviera a usar tu chándal? -preguntó Tara-. Era muy cómodo.

La sonrisa de Blake tuvo un matiz de ternura que hizo que las manos de Tara temblaran durante un momento.

-No, cariño. No me importa lo más mínimo. Voy por él.

Tara necesitó los cuatro minutos que Blake estuvo fuera para recuperarse de su sonrisa.

Aquella no era forma de mantener una adecuada distancia emocional con él.

Blake volvió con el chándal y un par de calcetines blancos limpios. Se los entregó a Tara y preguntó:

-¿Necesitas algo más?

-No, gracias.

Blake pareció repentinamente reacio a dejarla ir.

-¿Estarás bien sola?

Ella hizo una mueca.

-Llevo mucho tiempo durmiendo sola, Blake.

Él asintió.

-Sólo pensaba... bueno, con todo lo que ha pasado sería comprensible que estuvieran un poco nerviosa.

-Estoy bien -repitió Tara.

-¿Me avisarás si necesitas algo?

-Serás el primero en saberlo -aseguró ella, irónicamente. Como si hubiera alguien más a quien decírselo.

-Y si tienes otra pesadilla...

-Blake -interrumpió ella-. Estoy bien. En serio. No habrá más pesadillas.

-¿Estás segura?

-Estoy segura. Ahora vete a la cama. Descansa.

Blake se inclinó y la besó suavemente en los labios.

-Buenas noches, Tara.

-Buenas noches, Blake -replicó ella con voz ligeramente ronca.

 

-Tara.

El sonido de su nombre penetró el sueño de Tara. Abrió los ojos y casi gimió al ver a Blake sentado en el borde de la cama. La habitación estaba en penumbra, pero había suficiente luz como para verlo con claridad. Tenía el pelo revuelto y no llevaba nada excepto unos pantalones de chándal.

Tara apartó rápidamente la mirada de su pecho desnudo. Los detalles de su sueño regresaron con demasiada realidad, haciéndola ruborizarse.

-Por favor, no me digas que he vuelto a hablar en sueños.

Blake alargó una mano y le apartó un mechón de pelo de la frente.

-No. Sólo parecías inquieta. Temía que estuvieras teniendo otra pesadilla.

No había sido una pesadilla. Pero Tara no tenía intención de contarle a Blake la clase de sueño que había tenido, ni que él había tenido un papel estelar en él.

-¿Qué hora es? -preguntó.

-Poco más de las seis.

Tara hizo una mueca.

-Lo siento, Blake. No dejo de perturbar tu sueño.

-En más sentidos de los que crees - murmuró él, acariciándole la mejilla.

Tara tragó con esfuerzo y tomó el vaso de agua que había en su mesilla de noche. Intensamente consciente de la mirada de Blake, dio un sorbo.

-¿Mejor? -preguntó él, quitándole el vaso de la mano para dejarlo en la mesilla.

Ella asintió.

-Estaba sedienta.

Blake frotó con el pulgar una gota de agua de la comisura de los labios de Tara, que sintió un inmediato cosquilleo por todo el cuerpo. El sueño erótico que acababa de tener hizo eco en su mente mientras lo miraba, muy consciente de que estaban a solas en el dormitorio, a escasos centímetros uno del otro, de que sólo haría falta una pequeña seña para que Blake se acostara junto a ella.

Sin apartar la mirada, él deslizó un dedo por la mandíbula de Tara, llevándolo después hasta su labio inferior, que se estremeció levemente bajo su tacto.

-¿Cómo puedes estar tan preciosa a esta hora de la mañana? -preguntó.

-Yo... er... -¿cómo se suponía que debía responder a aquello?

-No dejo de repetirme que sería un error aprovecharme de ti ahora que no tienes más opción que estar conmigo, pero haces que me resulte muy difícil tener las manos quietas, preciosa Tara McBride.

Tara nunca se había considerado hermosa. Su prima Savannah era la belleza de la familia McBride. Emily era bonita y dulce. Ella era... simplemente Tara. Inteligente. Competente. Atractiva a su manera. ¿Pero preciosa? No.

Pero la forma en que Blake la miraba, la acariciaba, hacía que se sintiera hermosa. Y era una sensación muy agradable.

No pudo evitar pensar que él era el hermoso. Su pecho y sus brazos eran firmes, musculosos. Sin pensar en lo que hacía, alargó una mano y la deslizó hacia arriba por su antebrazo, dudando al alcanzar su hombro. Su contacto era aún mejor que su aspecto, decidió.

Blake se inclinó hacia ella.

-Me gustaría mucho besarte, Tara -murmuró.

Ella deseaba realmente que lo hiciera. Pero aún temía acercarse demasiado a él. Querer demasiado. Volver a fracasar.

No trató de detenerlo cuando le acarició los labios con los suyos. Y no lo apartó cuando volvió a besarla.

El segundo beso fue más intenso que el precedente. Era como si cada vez que la besara, Blake sintiera que tenía más derecho a hacerlo. Y tal vez fuera así, pensó Tara, mientras respondía a su beso sin reservas.

Apoyándose en los antebrazos, Blake la presionó suavemente contra las almohadas, casi tocándola con su cuerpo. Bajo la suave tela del chándal, Tara sintió sus pechos sensibilizados, anhelando sus caricias. Casi podía sentir el calor de Blake, y anhelaba atraerlo hacia sí, hasta que no hubiera distancia entre ellos.

Él murmuró algo contra su boca. Luego, tomándola por la barbilla, le hizo inclinar la cabeza contra la almohada en un ángulo más pronunciado. La besó como si estuviera hambriento de su sabor.

Cediendo sin resistencia alguna a la tentación, Tara le devolvió el beso con igual fervor. Deslizó una mano tras su hombro para acariciarle la espalda. Los músculos de Blake se contrajeron bajo su tacto. Gimió roncamente.

La mano de Tara se topó de pronto con el contorno de una cicatriz que se hallaba bajo su omóplato izquierdo. Blake quedó repentinamente paralizado. Luego alzó la cabeza, interrumpiendo el beso.

Un instante después estaba de pie junto a la cama, con los puños apretados a ambos lados del cuerpo. Aturdida, Tara notó que éstos le temblaban.

¿Qué había hecho para asustarlo así?

-Vuelve a dormir si quieres -dijo Blake, evitando mirarla a los ojos-. Yo suelo levantarme temprano y esta mañana tengo varias cosas que hacer.

-Creo... -Tara tuvo que aclararse la garganta antes de completar la frase-. Creo que yo también voy a levantarme.

Blake asintió, se volvió y salió de la habitación como si lo llamaran urgentemente de algún otro sitio.

-Utiliza lo que necesites -dijo, por encima del hombro-. A Stephanie no le importará.

Stephanie.

¿Cómo había podido olvidarse de la otra mujer?, se preguntó Tara. La mujer en cuya cama estaba acostada. La mujer con la que, probablemente, Blake habría compartido aquel dormitorio.

Salió de la cama y se pasó una temblorosa mano por el pelo.

Era idiota. Sin duda. Se estaba enamorando de un detective privado que no parecía creer en apellidos, que carecía de un hogar permanente, que tenía ropa en el piso de una modelo pelirroja cuyas piernas eran mucho más largas que las de ella. Sólo una tonta como ella sería capaz de caer en los brazos de un hombre como aquél.

Pero lo que le estaba sucediendo sólo se debía a la cercanía, se dijo. No tenía nadie más a quien acudir. Su dependencia de él era comprensible.

Y Blake era un hombre excepcionalmente atractivo. Intrigantemente misterioso. Impredecible. Encantador. Cualquier mujer normal y saludable se habría sentido atraída por él en aquellas circunstancias.

Lo que debía hacer era recordarse constantemente que aquella situación era sólo temporal. Que eran el hombre equivocado y la mujer equivocada reunidos en el momento equivocado. No podía permitirse olvidar las advertencias de su sentido común.

No, si quería salir de aquella experiencia con el cuerpo y el corazón intactos.

Tara tomó una larga ducha, se lavó los dientes, se secó el pelo y se maquilló un poco. Tras vestirse, hizo la cama. Al apartarse de ésta, chocó involuntariamente contra la mesilla de noche, haciendo caer un pequeño marco de foto a la alfombra. Cuando lo recogió, el rostro de Blake la miró sonriente. Se trataba de una foto tomada varios años antes. Su pelo, ligeramente largo y dorado, estaba agitado por el viento, y su sonrisa era brillante y despreocupada. Miraba a la persona que sostenía la cámara con evidente afecto.

Tara dejó el pequeño marco en la mesilla como si de pronto le hubiera quemado los dedos.

¿Qué más prueba necesitaba para convencerse de que no podía tomar en serio el flirteo de Blake?

No importaba cuánto le apeteciera ceder.

Con el pelo aún mojado tras la larga y fría ducha que había tomado después de dejar a Tara, Blake se puso unos vaqueros y una camisa de manga larga que sacó del armario empotrado del dormitorio.

Tenía que salir un rato de la casa. Sospechaba que Tara querría ir con él, pero esperaba convencerla para que se quedara. Allí estaría a salvo. Y él podría aprovechar aquel rato para recordar todos los motivos por los que no debía tener una relación con ella.

La cicatriz que Tara había descubierto en su espalda, causada por la bala de un demente, era sólo un recordatorio de las diferencias que había entre ellos. Tara tenía la clase de pasado con el que Blake sólo había podido fantasear, y un futuro en el que nunca encajaría. Y dudaba que fuera la clase de mujer que se quedara satisfecha con unas cuantas noches de placer. sin ataduras, seguidas de una amistosa despedida.

Blake no sabía cómo ofrecer más.

Estaba sentado a la mesa de la cocina con una taza de café a su lado y leyendo el periódico cuando entró Tara. Alzó la mirada y le sonrió. Ella notó de inmediato que los ojos de Blake no reflejaron su sonrisa. Casi pudo ver la pared que había erigido entre ellos.

¿Qué había cambiado durante aquel beso? ¿Qué le había hecho apartarse de ella tan repentinamente? No pudo evitar preguntarse si Stephanie tendría algo que ver con la repentina reserva de Blake.

-Lo que debemos hacer -dijo él, sin preámbulos- es entrar en la mansión de Jackson Willfort y echar un vistazo a su colección privada de cuadros.

Tara se sentó en una silla.

-¿Quieres entrar a escondidas en la mansión Willfort.? -preguntó, débilmente-. ¿No te parece peligroso? Sobre todo si Willfort está detrás de los tipos que nos buscan…

-No he dicho que tengamos que entrar a la fuerza -dijo Blake, volviendo a mirar el periódico con gesto pensativo-. Sólo he dicho que tenemos que entrar.

-Supongo que esperas que llamemos al timbre y le pidamos al señor Willfort que nos deje ver su colección privada para comprobar si hay un par de cuadros cuyo robo ha sido denunciado por él mismo.

-No es eso exactamente lo que tenía pensado -respondió Blake ignorando el tono sarcástico de Tara.

¿Por qué tengo la sensación de que ya has elaborado un plan que no me va a gustar?

Blake sonrió.

-Al parecer no soy el único que tiene intuiciones fiables -la sonrisa desapareció de su rostro cuando alargó la mano y tomó un mechón del pelo de Tara entre sus dedos-. ¿Te has preguntado alguna vez lo que sentirías siendo pelirroja?

-Yo...

La sonrisa de Blake se tornó maliciosa.

-Confía en mí, Tara. Vas a tener un aspecto estupendo.